Extracción del hierro de la tierra trabajo de experimentación
Fernando Rodríguez Parques de Estudio y Reflexión Toledo Octubre 2013
Introducción Con este breve trabajo he buscado acercarme a la experiencia interna que como posibilidad se insinúa levemente en la charla de La Piedra del año 2003, donde Silo comenta: “... y mucho antes de trabajar el hierro hay que sacar hierro decentemente de la tierra..., ... lo miras y si eres inteligente e imaginativo piensas cosas...” Así, éste es el interés del inicio de este trabajo que utiliza la extracción del hierro a partir del mineral férrico como vehículo de experiencias. No hay por tanto una hipótesis previa sino un trabajo de experimentación donde la causa final era la experiencia interna que podría lograrse extrayendo “decentemente” el hierro de la tierra. Un elemento que fue dando un encuadre alegórico a este trabajo es el significado del hierro que ya antes del Neolítico, aparece como algo que llega de arriba, de los cielos o de los dioses, en forma de meteoritos, dándosele forma por percusión al modo en que se procuraban utensilios domésticos y herramientas en silex, y quedando los objetos así producidos como sagrados o valiosos elementos de adorno. Al comienzo buscamos datos sobre las formas empleadas para extraer el hierro desde la antigüedad hasta el horno alto más moderno, pero dado que el interés primero del trabajo era la experimentación, nos quedamos con la reducción directa del mineral, empleando para ello los elementos utilizados habitualmente en el oficio del fuego: fragua, horno tacho, crisoles... El trasfondo de este pequeño aporte es una actitud de búsqueda, de esclarecimiento y profundización en el trabajo de la propia ascesis. La relación de significados con algunos pasos de la disciplina material surgieron en momentos con claridad, y aparentemente en desorden respecto a la secuencia propuesta de pasos y cuaternas. La resonancia interna con los materiales empleados, sus cualidades y su función en la unión de unos con otros ha sido el vehículo que posibilitó alegorías, ocurrencias y algún que otro descubrimiento. Ya al final del trabajo, una vez se había ganado en soltura y confianza en la extracción del hierro, aprendidos y mejorados los procedimientos, surgió con fuerza y de forma inesperada la clara sensación de gran vacío, sensación ésta que posibilitó la apertura de la propia mirada hacia un nuevo paisaje y un compromiso posterior reforzado.
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El Hierro El origen celeste del hierro, viene dado a causa de que los primeros elementos en hierro empleado en la antigüedad se obtuvieron con el metal encontrado en meteoritos llegados a la tierra desde el espacio interplanetario, cobra relieve en las cosmogonías culturales como conexión cielo-tierra, regalo o señales de los dioses. Para algunas culturas la bóveda celeste es sólida y de ahí los meteoritos se entienden como desprendimientos de esa bóveda que nos cubre. El mineral más común para la obtención del hierro, la siderita, recibe ese nombre que hace alusión al espacio sideral, espacio propio de las estrellas y cuerpos celestes. Así el hierro, que toma desde antiguo ese carácter de referencia con los espacios más altos, nos sirve para que subjetivamente, podamos elaborar un encuadre de experimentación que sirva de hilo conductor a los trabajos posteriores. En la charla de La Piedra, se habla de extraer “decentemente” el hierro de la tierra. Decentemente podemos entenderlo como manera de obrar decente, es decir obrar con moral, puede hacer referencia a la limpieza, al aseo, o también a la obtención de una cantidad de metal no escasa. Todas las acepciones coinciden en lo que se refiere a la preparación de la condición interna, al sentido del trabajo a realizar y a la fijación de un procedimiento no casual, sino que quede confirmado a través de diversas repeticiones del mismo. Tomando el hierro contenido en los meteoritos, podemos imaginar libremente y considerar este hecho como una señal, una pista o una referencia que nos viene dada y que llega desde otro espacio a nuestro planeta. Así puede surgir una tarea que se podría encuadrar como búsqueda, extensible a otras búsquedas internas, en la consecución de ese metal y que en la presencia del mismo en este planeta, no hemos en absoluto participado. Imaginando subjetivamente antiguos momentos históricos, donde todo era un continuo asombro, donde no existían datos, ni aún secuencias elementales, plantearse obtener esa materia llegada de lejos aquí en la tierra resuena a ese comienzo de la Experiencia Guiada de las nubes: “En plena oscuridad, escucho una voz que dice: Entonces no había lo existente ni lo no-existente; no había aire, ni cielo y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. No había ni seres humanos, ni un solo animal; pájaro, pez, cangrejo, madera, piedra, caverna, barranco, hierba, selva. No había galaxias ni átomos... tampoco había allí supermercados. Entonces, naciste tú y comenzó el sonido y la luz y el calor y el frío y lo áspero y lo suave”. Ante la hipotética pregunta acerca de cómo encontrar o producir ese metal aquí en la tierra, se abre todo un universo de incógnitas que podrían presentarse como desalentadoras por la dimensión de la tarea, a no ser que el impulso de la búsqueda se impusiera sobre las dificultades concretas. Nosotros ya sabemos que existen minerales que contienen hierro, y que para extraer a éste del mineral se emplean altas temperaturas, y sabemos algunas cosas más, a veces desconectadas las unas de las otras. Pero faltaba la experiencia del proceso completo de la extracción, y faltaba como elemento fundamental el significado interno de tal proceso.
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El inicio Se comienza con la búsqueda de ciertas piedras que pudieran contener hierro en su interior. Hay que ir a buscar esas piedras, esos minerales, a los lugares donde se acumulan: las minas, y en la superficie o en el interior recogemos piedras que por su aspecto externo pensamos que son minerales de hierro. Ahí entramos en contacto con la tierra, con la diosa madre , que genera vida en su interior. Sabemos por el contexto del trabajo, que no podemos entrar de cualquier manera, hay que entrar limpios de corazón y con humildad, para recibir ahí dentro el embrión de un futuro proceso que comienza a gestarse. El cielo y la tierra se conectan en una suerte de matrimonio donde cada uno se completa con el otro, y de cada uno intentamos rescatar sus atributos. Recogemos siderita, un carbonato de hierro y comprobamos la presencia de hierro vertiendo sobre el mineral ácido clorhídrico, observando que en las piedras que poseen hierro se formas múltiples burbujas de CO2.
Mina de hierro en Gallarta (Vizcaya)
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El crisol Convertimos las piedras recogidas en trozos más pequeños para que puedan absorber mejor el calor al que vamos a someterlas. Esta primera operación requiere de un recipiente que contenga el mineral que va arecibir la acción del fuego. Este recipiente donde se va a producir la reducción del mineral para extraer el hierro contenido en su interior es el crisol, alegóricamente asociamos el crisol donde se produce una reacción externa con uno mismo, lugar donde se produce esa suerte de reacción interna y esa experiencia. Nos interesa recrear cada paso para interactuar con la materia y resonar con ella, es por ello que construimos nuestros propios crisoles. Para ello partimos de materiales diversos para que uniendo sus cualidades, a las cuales buscamos concomitancias internas, y en las proporciones adecuadas, podamos llegar a conseguir ese recipiente. Básicamente mezclamos tres materiales: el grafito, con gran poder refractario, el carburo de silicio, también refractario y que aporta además un cierto grado de dureza y un tercer elemento que dé unión y cierta plasticidad a los dos componentes anteriores, es el caolín o la arcilla refractaria.
El crisol tiene una función, o misión, que cumplir y ya desde su inicio hay que atender a sus cualidades, a la proporción entre ellas y a la forma de construirlo. También comienzan un proceso que partiendo de condiciones mecánicas, lleguen a consolidar un “centro de gravedad”. Muchos crisoles con una excelente apariencia, no resistían la acción del fuego, y fallas ocultas se evidenciaban con el aumento de la temperatura. Una vez modelado el crisol y dejado secar suavemente, se comenzaba su proceso de curado en el horno tacho, sometiéndole a un aumento de temperatura creciente, alternando con momentos de reposo, es decir bajando la temperatura a nivel ambiente. Es en estos momentos de reposo donde se establecía una suerte de diálogo con el crisol, después de la inestabilidad a que se ha visto sometido, sirviendo como encuadre el registro interno de proceso y del registro mismo de las diferentes temperaturas: 400, 600. 800, 1.000 y 1.300 grados. El registro de “autonomía” del crisol ya curado, se comprobó en algunas ocasiones llevando el crisol a 1.300 grados para sumergirlo a continuación en agua fría. 5
Reducción Una vez construído el crisol, disponemos las piedras de mineral de hierro en su interior y se lo coloca en la fragua. Con la acción de la temperatura algunos componentes de la piedra se evaporan directamente bajando así el volumen del contenido del crisol, permitiendo volver a llenarlo hasta el borde con nuevas piedras, y dependiendo de la calidad de éstas, en ocasiones pudimos repetir este llenado varias veces.
Ya con alta temperatura en la fragua, los materiales contenidos en el crisol comienzan a licuarse, formando un pasta suficientemente fluida que vertemos en una superficie resistente al calor. Es el magma volcánico que saliendo del interior de la tierra se desliza por la superficie, solidificándose progresivamente a consecuencia del enfriamiento, quedando convertido en una masa negra y cristalina. En esta especie de caos inicial, comienza la búsqueda de hierro ya reducido que va apareciendo en diferentes lugares, en el magma y en las paredes del crisol, y aunque aún impuro, ya reacciona claramente al imán.
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Hierro extraído en una de las coladas de mineral
Escorias
Los siguientes pasos consistirán en extraer una mayor cantidad de hierro para su depuración posterior, al mismo tiempo que vamos aprendiendo e innovando la composición y forma de elaboración de los crisoles. En cada colada aparece hierro en mayor o menor cantidad dependiendo esto de la ley del mineral y de la temperatura a que llegue el crisol en la fragua. Cuando la temperatura alcanzada en la fragua es alta, posibilita que las moléculas del hierro reducido se unan entre sí formando trozos de hierro bien visibles, por el contrario cuando en el crisol no se llega a formar un pasta fluída, el hierro decantado permanece en las escorias de la lava en cantidades diminutas pero que en su conjunto supone una cantidad significativa. Es por ello que en la depuración del hierro inicial que obtenemos de la colada debemos contemplar esas escorias como parte importante del proceso para completar la extracción del hierro y sobre todo, para que el trabajo de depuración tenga un completo y real significado interno. El proceso de depuración de ese primer hierro, hierro esponja, consiste básicamente en desprender el carbono, arcillas o pizarras, dejando el hierro limpio de esos minerales, o como máximo en una cantidad que no supere el 0´5 %. Así este hierro obtenido funde a 1.539 grados y esta temperatura de fusión nos queda como copresencia para operaciones posteriores, pues no tenemos certeza de haber llegado a un hierro con 99´5% de pureza.
La temperatura Siguiendo con el plan inicial de extraer el hierro del mineral, hemos llegamos a conseguir una cantidad de hierro significativa, que una vez depurado, ya permite hacer con él algunos trabajos sencillos. Una vez obtenido y depurado hierro “decentemente” surge la imagen de su fusión para poder realizar con él trabajos posteriores. La referencia de los 1.539º supone una cierta agitación interna en cuanto que en las experiencias anteriores en la fusión de metales creemos no haber pasado de los 1.350º aproximadamente, y al no contar con un pirómetro que nos permita medir la temperatura alcanzada en los crisoles nos vamos a mover a partir de este momento, en un plano totalmente subjetivo en lo que se refiere a la medida de temperaturas exactas.
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Entramos por tanto en una situación nueva que se registra con claridad como límite relacionado con las búsqueda internas que se han ido clarificando en el transcurso del trabajo. Intentamos optimizar los recursos con los que contamos: crisoles, fragua, carbón de coque y entrada de aire, dando por supuesto que con estos elementos y por su propio armado, resultará muy difícil alcanzar la temperatura de los 1.539 grados necesarios para fundir el hierro extraído. Este es un momento de gran conmoción cuando nos sentimos en el punto de traspasar un cierto umbral que se presenta como límite, y es ahí donde el propio cuerpo “empuja” todo él y a la distancia para sobrepasarlo. Quizás los primeros soplos a la base de los fuegos de nuestros antecesores responda a ese impulso de superar algunos límites, aún desconociendo la función del O2 como elemento enriquecedor de la llama. Surge también la pregunta acerca de por qué culturas con un alto grado de desarrollo, no llegaron a conseguir temperaturas elevadas. La conmoción inicial se hace más calma y profunda, se interioriza en el interactuar con el fuego para elevar su capacidad calorífica. El hierro se funde en el interior del crisol. Las búsquedas internas se revelan ahora como algo suave, sutil, con texturas livianas y masas etéreas, que contrastan curiosamente con la dureza del hierro. El hierro y la piedra también tienen su poesía. En momentos posteriores se repiten los procedimientos utilizados para extraer el hierro, y van surgiendo, superadas ya las dudas iniciales, pequeñas soluciones para optimizar los elementos empleados. Se consigue dar mayor solidez a los crisoles y se mejora la entrada de aire en la fragua.
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El meteorito, el hierro, viene de los cielos, es un regalo que llega de arriba. Esa señal es solo una sugerencia de lo alto al plano medio. Esa señal es una pista y una referencia para actuar donde uno existe físicamente. El hierro también está en la tierra, pero hay que ponerse en búsqueda, está oculto. Están los elementos necesarios: la tierra (el mineral), el fuego, el aire y el agua y tenemos que unirlos proporcionadamente. Tenemos que unir estos elementos para que se complementen e interactúen. La conjunción de esos elementos se produce en el crisol. Es el contenedor capaz de aunarlos. Siento que se ha llegado al final del trabajo propuesto: extraer decentemente el hierro de la tierra. Ha sido un trabajo de dos años y medio, se han concretado ciertas búsquedas y se han abierto otras, ha habido momentos inspirados y otros, a veces largos, de cierta sequía espiritual. Es trabajando con materiales duros: piedras y metales como se ha evidenciado la suavidad en los procedimientos internos. Nos hemos acercado al registro de medida, de proporción, de tiempo, haciéndonos ver a veces y desde afuera la propia forma donde uno se siente encerrado. La resonancia con los materiales empleados y sus cualidades particulares hacen clara la necesidad de completarse en un todo. Nos hemos acercado a la experiencia de humanizar, subjetivizando un proceso que se produce afuera de uno, y hemos podido llegar a algunos significados que apoyan nuestro trabajo de ascesis. Pero es en la visión del metal extraído de la tierra, como aparente fin último de este trabajo, cuando comienza a expresarse una fuerte sensación de vacío, un vacío que genera indiferencia e incertidumbre ante el aparente logro conseguido. Un vacío que no puedo llenar recordando lo hecho hasta aquí, que no puedo llenar con la memoria ni puedo llenar con nuevos proyectos, es un vacío que llega a tener un sabor amargo cuando forzadamente intento llenarlo. Así, me coloco en situación de aceptar ese momento o ese estado, me desapego de todo y me mantengo en calma intentando permanecer en ese centro sin forma. Pregunto en mi interior acerca de este momento, con el hierro extraído en la copresencia. La respuesta llega clara y concreta con dos opuestos: el SI y el NO. El NO representado por una espada y el SI con un caduceo de hierro. Algunas de las búsquedas del comienzo, a veces no del todo precisadas, se concretaron aquí.
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Síntesis El interés de este trabajo surge a partir de las sugerencias expresadas en la Charla de la Piedra acerca de las observaciones y descubrimientos que podrían producirse en el trabajo con la materia. Era un momento, recién terminada la disciplina y en los comienzos de los trabajos de ascesis, donde las búsquedas y concreciones internas se registraban como necesidad de ser esclarecidas. Y es la necesidad de clarificar las copresencias en la formulación del propósito el motivo más claro para iniciar este trabajo de experimentación. La vía alegórica y la resonancia con la materia, propias de la disciplina material se mantuvieron en este tiempo como arrastre de la vía en que uno se formó. Por otra parte estaba también el intento de ir desentrañando las posibilidades de concomitancias internas en los trabajos de taller como parte importante de los trabajos en nuestros Parques. Este aporte no lanza una hipótesis, sino que es un trabajo de descubrimientos y experimentación. Es en el propio trabajo de experiencia donde se pone el acento, en la apertura interna para alcanzar registros, descubrimientos, resonancias, relaciones, y comprensiones personales, que humanicen subjetivizando un proceso técnico colocando un nuevo interés: la interiorización y la impresión en el mundo interno de un proceso externo.
Fernando Rodríguez Parques de Estudio y Reflexión Toledo
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