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El libro como relación y la librería como nodo en la ciudad posmoderna Imanol Zubero Sociólogo. Universidad del País Vasco
I. Dice Manuel Rivas que “hay mucha gente que vive sin libros y no les pasa nada, pero la ciudad no existiría sin librerías”.1 Para quienes, como es el caso de quien esto escribe, no podemos concebir nuestra vida sin la compañía de los libros, es fácil identificarse sin mayor reflexión con una afirmación así. Pero, si lo pensamos mejor, nos daremos cuenta de que, si bien es cierto que mucha gente vive sin libros, no es improbable que tal ausencia tenga consecuencias. ¿Cuáles? Esta es ya otra cuestión, sobre la que no haré apreciaciones interesadamente personales; recomiendo, en todo caso, la lectura -que no se alarmen los sin-libristas, es lectura, pero de un blog- de la divertida y paródica demanda de un México sin libros publicada por Eduardo Huchín Sosa en la edición digital de Letras Libres.2 Me interesa más, en el contexto de esta breve reflexión que ahora iniciamos, referirme a las consecuencias sociales que ese vivir sin libros practicado por mucha gente sin duda tiene, muy especialmente sobre la ciudad. De manera que, matizando a mi admirado Manuel Rivas –lo mismo en su versión librera que carpintera-, yo diría que el hecho de que tanta gente viva sin libros se relaciona directamente con la posibilidad de que las librerías vayan desapareciendo progresivamente de nuestras ciudades. Y viceversa: si, como nos recuerda últimamente Roberto Casati, “los niños y jóvenes que leen son sobre todo aquellos que han crecido en un entorno rico en libros, y en el cual los padres (especialmente la madre) leen”, 3 es fácil concluir que habitar en un entorno urbano pobre en libros juega en contra de la vocación lectora de la ciudadanía.
Ernest Alós, “La elegía librera de Manuel Rivas”. El Periódico, 17/01/2016. http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/manuel-rivas-ultimo-dia-terranova4804669 2 Eduardo Huchín, “Vive sin libros”. Letras Libres, 5/12/2011. http://www.letraslibres.com/blogs/tediosfera/vive-sin-libros 3 Roberto Casati, Elogio del papel. Contra el colonialismo digital. Ariel, Barcelona, 2015, p. 76. 1
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II. El Mapa de Librerías elaborado por el Observatorio de la Librería en España para el año 2013 identifica un total de 4.336 librerías ubicadas en 862 municipios, lo que significa que, en principio, en aquel momento había una población de 35.778.821 habitantes que contaban con alguna librería en su entorno más próximo.4 Por el contrario, la inmensa mayoría de municipios españoles, un total de 7.254, carecían de librerías; poblaciones pequeñas en su mayoría, incluso muy pequeñas, con muy pocos vecinos, pero que aún así agrupaban a 11 millones y medio de habitantes. Poblaciones pequeñas, decimos; sí, pero no sólo: en septiembre de 2015 cerraba la librería Sintagma, la única que había en la localidad almeriense de El Ejido, una ciudad con casi 85.000 habitantes.5 Es verdad que, como advierten Manuel Gil y Francisco Javier Jiménez,6 la inmensa mayoría de estas librerías censadas serian más bien “papelerías”, en las que los libros (generalmente best-sellers y libros de bolsillo) comparten espacio con material de escritura, prensa diaria, revistas, juguetes, etc. Pero no deberíamos menospreciar su función ni el papel que juegan en tantas pequeñas localidades, a la manera de un hub o concentrador cultural que permite a todos los habitantes de esas zonas conectarse al vasto mundo de la literatura, la poesía o el ensayo. Estoy pensando, por ejemplo, en la librería Vellica, ubicada en Velilla del Río Carrión, localidad de apenas 1.500 habitantes a las puertas de la sufrida Montaña Palentina, a la que acudo en busca de lecturas complementarias (periódicos, publicaciones locales y novelas) siempre que ando por aquellos lares. Por cierto: Vellica fue una relevante ciudad fortificada de los cántabros vellicos, una de las tribus que se enfrentaron al Imperio Romano en el transcurso de las denominadas Guerras Cántabras, entre los años 29 y 19 a.C. Un adecuado símbolo de resistencia. Según el ya citado Mapa de Librerías, la media de establecimientos en las 862 ciudades españolas que contaban con librerías en 2013 era de 5; pero, como es lógico, se trata de una simple media aritmética, ya que la realidad es que las librerías se concentran en las ciudades más grandes. Así, las ciudades con más de 500.000 habitantes tenían una media de 156 librerías por ciudad, las de 100.000 a 500.000 habitantes de 23, las de 50.000 a 100.000 habitantes de 8, las de 25.000 a 50.000 habitantes de 3’4 y las de menos de 25.000 habitantes de 1,7 librerías por ciudad. 4
http://www.mcu.es/libro/docs/MC/Observatorio/pdf/Mapa_Librerias_2013.pdf Winston Manrique: “El Ejido y sus alrededores se quedan sin la librería Sintagma”. El País, 2/09/2015. http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/01/actualidad/1441121793_201874.html 6 Manuel Gil y Fco. Javier Jiménez, El nuevo paradigma del sector del libro. Madrid, Trama editorial, 2008, p. 116. 5
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Ciertamente, si mantener activa una librería es siempre una actividad cargada de penosas incertidumbres en un país como España, donde cada día tiene que cerrar más de dos librerías,7 hacerlo en determinados lugares, especialmente vulnerables desde la perspectiva de su capital humano, cultural y económico, tiene mucho de heroico. III. “Las librerías son una metáfora del lugar humano, en el que se da la relación presencial”, afirma Rivas para fundamentar el carácter constitutivo de las librerías a la hora de conformar una ciudad. Para quien se aproxima a esta reflexión desde el campo de la Sociología, la afirmación del escritor coruñés contiene reconocibles ecos de la obra de una de las activistas urbanas más influyentes del siglo XX: me refiero a Jane Jacobs, autora del ensayo The Death and Life of Great American Cities (1961), publicado en 1967 por Ediciones Península con el título de Muerte y vida de las grandes ciudades. La tesis de Jacobs, sostenida no sólo en sus escritos sino también en sus luchas como activista ciudadana contra las pretensiones del todopoderoso Robert Moses quien, en su afán por “renovar” Nueva York, destruyó buena parte del tejido tradicional de la ciudad,8 es bien conocida: las ciudades necesitan de una densa e intrincada diversidad de usos que se sostengan y apoyen unos a otros, tanto económica como socialmente. Esto es así porque las ciudades son modelos de complejidad organizada. Es la diversidad la que las constituye como realidades vivas y equilibradas, mientras que es la ausencia de esta diversidad organizada a que las hiere de muerte. El mejor indicador de salud de una ciudad es la existencia de unas calles animadas, transitadas a lo largo de todo el día por personas diversas dedicadas a desarrollar actividades distintas, en ocasiones muy distintas. Por eso, frente a la tendencia del urbanismo dominante en su tiempo a separar y compartimentalizar los espacios de una ciudad en función de los distintos usos que puede darse a los mismos –vivienda, negocio, ocio comercial, ocio público, turismo monumental, etc.- Jacobs defiende la convivencia de usos y actividades en un mismo espacio urbano, incluso cuando tales usos puedan parecernos antitéticos: La ortodoxia urbanística está muy imbuida de concepciones puritanas y utópicas respecto a cómo ha de emplear la gente sus horas libres; en urbanismo, estos moralismos sobre la vida privada de las personas se confunden igualmente con Winston Manrique, “Dos librerías se cierran cada día en España”. El País, 4/03/2015. http://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/04/actualidad/1425453103_819705.html 8 Anthony Flint, Wrestling with Moses. New York, Random House, 2009. 7
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otros conceptos relativos al funcionamiento de las ciudades. Manteniendo la civilización en la vía pública, el bar White Horse y el centro juvenil parroquial, diferentes como son evidentemente, realizan indudablemente el mismo servicio público de civilizar la calle [...] Cuanto mayor y más abundante sea el conjunto de interesados legítimos (en el sentido estrictamente legal del término) que sean capaces de satisfacer las calles de una ciudad y los establecimientos o centros que en ellas están instalados, mejor para esas calles y para la seguridad y grado de civilización de la ciudad.9
De ahí su vigorosa denuncia contra el declinar de los centros urbanos americanos, “asesinados en buena parte por una política consciente que escinde y separa los usos de ocio de los usos de trabajo, todo ello en un mal entendido de que se está procediendo a una reordenación espacial disciplinada”.10 Resulta sencillo llenar de contenido práctico el planteamiento de Jacobs: pensemos en espacios urbanos particularmente amenazadores y seguramente nos vendrán a la cabeza los parques públicos o los barrios comerciales al anochecer. O pensemos, también, en el horror que suponen los pueblos dormitorio, cuya vida social ha sido vampirizada por alguna de las ciudades en cuya periferia se encuentran. O reflexionemos sobre la enfática reivindicación (más teórica que práctica, todo hay que decirlo) que los gobiernos municipales hacen desde hace unos años del denominado comercio de proximidad. Consultando algunos de los trabajos generados por la iniciativa Project for Public Spaces, compruebo que una de sus publicaciones, la titulada Streets as Places: Using Streets to Rebuild Communities (“Las calles como lugares: usando las calles para reconstruir comunidades”),11 recoge diversas experiencias o buenas prácticas de ciudades norteamericanas con calles “vivibles” (paseables, disfrutables, amigables, ocupables) y no sólo “circulables”, y en todas ellas (en Oberlin, Ohio; Nantucket, Massachusetts; Woodlawn, The Bronx, New York; Metuchen, New Jersey; Boston, Massachusetts; Third Street Promenade, Santa Monica, California) aparecen una o varias librerías. Va a ser que, en efecto, 9
Jane Jacobs, Vida y muerte de las grandes ciudades. Madrid, Ediciones Península, 1967, pp. 44-45. Reeditada en 2013 por Capitán Swing, una de esas editoriales que, como otras que tantas satisfacciones nos reportan a los librívoros (Minúscula, Errata Naturae, Pepitas de Calabaza, Nórdica, Traficantes de Sueños, Malpaso, Gallo Nero, Periférica, etc.), parecen haber llevado al terreno del libro el espíritu de esa “segunda transición” que acampó en las plazas españolas. Editoriales que, sin el ecosistema de las librerías independientes tendrían muchas más dificultades para existir. 10 Jacobs, op. cit., p. 184. 11 Project for Public Spaces, Streets as Places: Using Streets to Rebuild Communities. NewYork, 2008. http://www.pps.org/pdf/bookstore/Using_Streets_to_Rebuild_Communities.pdf 6
también las librerías contribuyen a incrementar la cantidad y la calidad de esos “interesados legítimos” que, en el modelo de urbanismo social de Jacobs, tienen como principal función la de ocupar cívicamente las calles de la ciudad. IV. “Hace falta estudiar más a fondo la figura del librero como agente cultural, como intermediario entre proveedores y clientes en su lugar de encuentro clave”, propone Robert Darnton.12 Lo leo y me parece una excelente idea. Desgraciadamente, Darnton sostiene esta propuesta casi al final de su libro y, además, historiador de profesión como es, parece referirse a libreros del siglo XVIII, esenciales en su momento en la cadena de transmisión de las ideas enciclopedistas. Pero yo recojo la propuesta y la traiga al aquí y al ahora: sería muy interesante estudiar la figura de la librera, del librero, de esas personas que cada mañana levantan la persiana de alguna de esas 4.000 librerías desperdigadas por la geografía española. ¿O acaso ya existe un estudio tal? Si lo hay, confieso que lo desconozco. Expurgando entre la creciente materia digital encuentro, sí, algunas biografías de libreros: en casi todas ellas se indica que los susodichos convirtieron en profesión lo que realmente era su vocación, aunque también se constatan algunos aterrizajes en el campo profesional fruto de la herencia o la transmisión familiar. Y existen unas cuantas obras literarias en las que se convierte en protagonista a algún librero, ya sea en París (La librería más famosa del mundo, de Jeremy Mercer), en Kabul (El librero de Kabul, de Asne Seierstad), en la costa inglesa de Suffolk (La librería, de Penelope Fitzgerald), en Moscú (La librería de los escritores, de Mijaíl Osorguín), en Viena (Mendel el de los libros, de Stefan Zweig, o Mi maravillosa librería, de Petra Hartlieb), en Sicilia (El librero de Selinunte, Roberto Vecchioni), en los Estados Unidos más rurales (La librería ambulante y La librería encantada, de Christopher Morley), en Londres (84, Charing Cross Road, de Helene Hanff) o… en un lugar cualquiera e innominado (El librero, de Régis de Sá Moreira). Contamos con mucha información objetivada sobre los libros, las librerías y las personas lectoras, que nos permiten responder al cómo, al quién, al cuanto y al por qué de cada unas de esas realidades; también podemos acceder a interesantes obras dedicadas a las y los editores. 13 Pero 12
Robert Darnton, Las razones del libro. Madrid, Trama editorial, 2010, p. 199. Como La sabiduría del editor de Hubert Nyssen, Editor de Tom Maschler, Conversaciones con Giulio Einaudi de Severino Cesari, Jéróme Lindon, mi editor de Jean Echenoz, Stet [vale lo tachado]. Recuerdos de una editora de Diana Athill, Llamémosla Random House de Bennett 13
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carecemos, me parece, de una suerte de estudio en profundidad de la figura del librero independiente, estudio que seguramente debería sustentarse más en metodologías de carácter etnográfico y en técnicas cualitativas (historias de vida, entrevistas en profundidad, observación no participante) que en la pura y dura recogida de datos estadísticos. Lo más cercano que podemos encontrar a esta aproximación etnográfica es el excelente ensayo de Jorge Carrión, Librerías,14 del que surge un retrato de una especie de “librero ideal” cuyos rasgos más definitorios no son tanto los que tienen que ver con el oficio de vender libros y de gestionar un negocio cuanto con la pasión lectora, el amor por la literatura y por el libro y una cierta perspectiva esencialmente desinteresada en cuanto al rendimiento económico de su actividad; mas un compromiso de amor que una inversión racional. O, en un sentido parecido, Un librero en apuros, de Francisco Puche Vergara (donde se define al librero como “todo aquel que anda entre libros, y vende algunos con todo el dolor de su corazón”)15 y Vender el alma. El oficio de librero, de Romano Montroni, aunque en este caso con una mayor atención a la dimensión de negocio.16 Es esta una imagen típico-ideal que coincide perfectamente con la igualmente ideal imagen de la librería que defiende Claude Roy: “Una librería es ese lugar gratuito y perfecto que no puede servir para nada, del mismo modo que no amamos de entrada a los que amamos porque nos sirvan para algo”.17 Es más que evidente que esta perspectiva emocional sobre las librerías, que muchas lectoras y lectores podernos compartir con Roy, no puede dejar de verse compensada con una racionalidad más instrumental, en la que la sostenibilidad económica juega un papel fundamental: la persona lectora puede relacionarse con los libros exclusivamente como un acto de amor, pero la persona que gestiona una librería no puede dejar de funcionar también como un agente en el mercado. Carezco de competencias para decir algo más a este respecto, aunque he encontrado algunas propuestas que, a priori, me parecen interesantes en el trabajo de Manuel Gil y Joaquín Rodríguez El paradigma digital y sostenible del libro.18 Sin embargo, reafirmando lo que estos autores dicen respecto a la ventaja que las librerías pueden y deben tener a partir de su dimensión Cerf o Erratas. Diario de un editor incorregible de Marco Cassini, todas ellas publicadas por Trama editorial. También es muy recomendable el libro de André Schifrin, El dinero y las palabras. La edición sin editores. Barcelona, Península, 2011. 14 Jorge Carrión, Librerías. Barcelona, Anagrama, 2013. 15 Francisco Puche Vergara, Un librero en apuros. Málaga, Ediciones del Genal, 2004. 16 Romano Montroni, Vender el alma. El oficio de librero. México, Fondo de Cultura Económica, 2007. 17 Claude Roy, El amante de las librerías. Palma, José J. de Olañeta, 2011, p. 33. 18 Manuel Gil y Joaquín Rodríguez, El paradigma digital y sostenible del libro. Madrid, Trama editorial, 2011, pp. 119-141. 8
física, del hecho de ser “librerías de carne y hueso”, y compartiendo con ellos la idea de que esta materialidad no es incompatible con una mayor y mejor inmaterialidad que las permitiría funcionar en el entorno de las redes y los flujos como “espacios que son librerías más allá de las librerías”, 19 sí me parece relevante traer a colación un resultado llamativo de la encuesta a personas usuarias de librerías del Laboratorio de Ideas sobre el Libro, como es el hecho de que lo que estas personas esperan de una librería es, fundamentalmente, que sea… una librería: Se podría concluir que los servicios clásicos y básicos de las librerías son los más demandados y valorados; al menos, eso es lo que expresan los más de 600 participantes en la encuesta. Las actividades complementarias que ofertan las librerías, cada vez más diversas, pero que se podrían agrupar en presentaciones, exposiciones, cuentacuentos o clubes de lecturas, se sitúan en un punto intermedio de valoración, lo que sugiere que son apreciados pero no son el núcleo central de lo que busca el usuario de librerías.20
Y en este sentido, como también se apunta en la encuesta, la figura y personalidad de la librera o el librero no es una cuestión menor. Y la función de la librería como una suerte de espacio liberado, de ámbito físico específico inserto en el entorno social que habitamos pero claramente diferenciado de este, adquiere una nueva dimensión. V. Recordemos una afirmación de Manuel Rivas recogida en otro lugar de este texto: “Las librerías son una metáfora del lugar humano, en el que se da la relación presencial”. Y recurramos a ella para retornar a la relación que cabria establecer entre las librerías y la ciudad. Si bien la ciudad puede ser analizada desde diferentes perspectivas como simple agregado territorial, como artefacto físico o conceptual cuya estructura va a condicionar la forma de vida de los sujetos-, lo que más nos interesa es aproximarnos a la urbe como un complejo entramado de interacciones, “como una unidad funcional en la cual las relaciones entre los individuos que la integran están determinadas no sólo por las condiciones impuestas por la estructura material de la ciudad ni siquiera por las regulaciones formales de un gobierno local, sino más bien por las interacciones, directas o indirectas, que los individuos mantienen los unos
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Gil y Rodríguez, op. cit., pp. 140-141. Laboratorio de Ideas sobre el Libro, Encuesta a usuarios de librerías 2015. http://laboratoriodellibro.com/wp-content/uploads/2015/06/150605-encuesta-librerias-v1.pdf 20
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con los otros”.21 La ciudad es, sobre todo, lo que hacemos con ella y en ella. La ciudad es, por encima de todo, sus ciudadanas y ciudadanos y las relaciones que establecen entre sí. En este sentido, uno de los riesgos más importantes a los que se enfrenta la ciudad de hoy y, sobre todo, la de mañana, es que, al margen de nuestras intenciones y deseos, el espacio urbano realmente existente haga físicamente imposible la interacción social imprescindible para la construcción de la cultura ciudadana. Que se diseñe como un espacio para la rapidez, los flujos, la velocidad, y no para el detenimiento. Este espacio urbano donde la interacción social y el encuentro entre vecinos se vuelve crecientemente dificultoso es el que Pietro Barcellona denomina ciudad postmoderna, “una enorme superficie pulimentada en la que se puede patinar hasta el infinito”.22 Un espacio para ser atravesado a la mayor velocidad posible con el fin de llegar cuanto antes a los nuevos lugares privados en los que desarrollar virtualmente la dimensión relacional. La ciudad, históricamente el espacio privilegiado para la civilidad, la socialidad, la comunicación, el encuentro, la participación, se ve reducida a un espacio sin referencias, un espacio que ya no es necesario para la vida; más aún, un espacio para el que la vida no sólo no es necesaria, sino que se convierte en un auténtico engorro. Por evitar encontronazos, inevitables cuando de la vida real se trata, acabamos por volver casi imposibles los encuentros. Recordemos, en este sentido, uno de los iconos de la pintura contemporánea: el cuadro Nighthawks, de Edward Hopper. Hoy las ciudades se sueñan, se piensan y se diseñan para ser creativas, atractivas, emprendedoras, globales… pero entonces no se sabe qué hacer con la ciudad (y la ciudadanía) encadenada a lo local, con la ciudad (y la ciudadanía) vulnerable y frágil. Si repasamos el índice analítico del libro de Richard Florida Las ciudades creativas no encontraremos referencia ninguna a la pobreza, la desigualdad o la exclusión. Hay universitarios y jóvenes solteros, jubilados, gays y lesbianas, enclaves étnicos; hay, por supuesto, profesionales jóvenes, innovadores y talento. También hay, es verdad, “familias con ingresos bajos, desplazamiento de”; es decir, familias con ingresos reducidos que no pueden afrontar el precio de la vivienda y de la vida en los nuevos “mosaicos urbanos paraíso de los modernos” y que por ello se ven desplazados de estos lugares. Pero no hay vida, al menos no la hay en toda su complejidad. Desaparecen los problemas, o se planifica su desaparición. Desaparece, por ello, la ciudad real. Pero la desaparición de la ciudad real 21
Robert E. Park, La ciudad y otros ensayos de ecología urbana. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1999, p. 141. 22 Pietro Barcellona, Postmodernidad y comunidad. Madrid, Trotta, 1992, pp. 30-31. 10
arrastra consigo la pérdida de la política real. Porque no hay política sin ciudad: “La ciudad es el lugar de los trayectos y de la trayectividad. Es el lugar de la proximidad entre los hombres, de la organización del contacto”.23 La pérdida de la ciudad significa, por tanto, la pérdida de la comunicación real al disminuir el interés por los lugares y por la gente. En su provocador libro La ciudad de las desapariciones, escribe Ian Sinclair: El concepto de «pasear», de deambular sin meta por la ciudad, de hacer el flâneur había quedado desbancado. Habíamos entrado en la era del acosador; viajes completamente deliberados, de mirada afilada y sin patrocinador. El acosador era nuestro modelo de conducta: caminar con una meta, sin entretenerse y sin curiosear. Sin tiempo para saborear los reflejos de los escaparates, para admirar las rejas estilo Art Nouveau ni las atractivas cajas de cerillas rescatadas de la alcantarilla. Ahora tocaba caminar con una tesis. Con una presa.24
Bruce Bégout ha captado perfectamente el espíritu de esta ciudad postmoderna, plagada de no-lugares, al analizar el motel americano como expresión de esta no-ciudad: “El motel, lejos de limitarse a ser una muestra del american way of life, muestra que se propaga en la actualidad en la periferia de casi todas las ciudades mundiales, concretiza nuevas formas de vida urbana donde la movilidad, el vagabundeo y la pobreza vital adquieren un lugar preponderante”.25 Como señala Bégout, la característica más evidente de este motel es que “no se ha previsto ningún espacio, ni externo ni interno, para acoger reuniones de inquilinos”; por el contrario, “todo ha sido concebido para favorecer una circulación de las personas en sentido único, desde sus automóviles a sus habitaciones y viceversa”.26 ¿No nos recuerda esta caracterización del motel americano a muchos de los espacios que encontramos en nuestras ciudades? En unas ciudades así, la búsqueda de espacios que permiten la detención y la atención se vuelve imprescindible. No se trata de detener esta circulación urbana, de reconducir todas las ciudades al modelo de la slow city, pero sí de impulsar y proteger colectivamente (también desde las instituciones públicas) nodos urbanos, es decir, “puntos que permanecen fijos en un cuerpo vibrante o un movimiento ondulatorio” (según definición de la RAE). Y parece, a tenor de lo que nos dicen algunas encuestas, que la población lectora valora especialmente esta característica nodal de las librerías.
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Paul Virilio, El cibermundo, la política de lo peor. Madrid, Cátedra, 1997, p. 42. Ian Sinclair, La ciudad de las desapariciones. Barcelona, Alpha Decay, 2015, p. 65. 25 Bruce Bégout, Lugar común. El motel americano. Barcelona, Anagrama, 2008, p. 13. 26 Bégout, op. cit., pp. 38 y 21. 24
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VI. Recuerda Roger Chartier la definición del libro que Borges proponía en alguna de sus obras: “El libro no es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de innumerables relaciones”.27 Esta definición tiene mucho que ver con la afirmación de Roberto Casati en el sentido de que “el libro de papel forma parte de un ecosistema y su función en dicho ecosistema no es sustituible por el libro electrónico”.28 Leer, advierte por su parte David Cassany, es sobre todo leer en y desde una comunidad. Más allá del hecho de que, en efecto, “leer no es sólo un proceso psicobiológico realizado con unidades lingüísticas y capacidades mentales”, sino también “una práctica cultural insertada en una comunidad particular, que posee una historia, una tradición, unos hábitos y unas prácticas comunicativas especiales,29 la lectura es más que una actividad privada o íntima. Leer nos incorpora a tramas relacionales en las que las librerías constituyen un espacio relevante. Perderse estos espacios, prescindir de esos ejes relacionales, abandonar esos ecosistemas habitando en exclusiva el mundo inmaterial de la compra y/o lectura a través de mediaciones y artefactos digitales, no dejará de tener consecuencias. No sólo sobre el producto libro y el punto de venta librería sino, sobre todo, sobre nuestra condición de seres relacionales. La novela de Dennis Lehane La entrega, sobre la que se basa con notable fidelidad la película homónima dirigida por Michael R. Roskam en 2014, gira en buena medida en torno al bar Cousin Marv’s, ubicado en una zona degradada de Boston conocida como los Bloques. Cuando el inspector de policía que investiga las actividades delictivas que tienen como epicentro ese local, controlado por la mafia chechena, interroga al respecto a uno de los clientes habituales del bar, este le responde agresivo: “¿El Cousin Marv´s? Es mi bar. –Se acercó un paso más y fulminó a Torres con la mirada, mientras respiraba hondo con los orificios de la nariz hinchados-. No se meta con mi bar”. Cuando leí este párrafo, pero sobre todo cuando volví a recordarlo al ver recientemente la escena en la pantalla, me pareció muy sugerente por lo que tiene de defensa de un espacio vivido como un nodo, como un lugar fijo en una vida incierta. Más aún si tenemos en cuenta que, como una de las subtramas de la historia, tiene también mucha importancia la iglesia ubicada en ese mismo barrio, que va a ser derribada y trasladada la parroquia a un barrio vecino. Pero es el bar el que se defiende. 27
Roger Chartier (ed.), ¿Qué es un libro?. Madrid, Círculo de Bellas Artes, 2006, p. 35. Roberto Casati, Elogio del papel. Contra el colonialismo digital. Ariel, Barcelona, 2015, p. 33. 29 David Cassany, Tras las líneas. Sobre la lectura contemporánea. Barcelona, Anagrama, 2006, p. 38. 28
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Jorge Carrión ha escrito no hace mucho un inteligente artículo en el que se refiere a la exitosa campaña publicitaria denominada “Benditos bares”, impulsada en 2014 por una conocida marca de refrescos, que empezaba a sí: “Cada vez que se cierra un bar se pierden para siempre cien canciones, se desvanecen mil te quieros…”. Y al hilo de esta campaña, escribe Carrión: “Aquel año, por primera vez durante la crisis, se abrieron más bares de los que se cerraron. ¿Por qué no ha existido una iniciativa parecida por parte de Planeta, RBA o Penguin Random House? ¿Por qué la industria del libro no ha apostado por una defensa de las librerías como templos emocionales de los lectores?”.30 Sostiene Roberto Casati que, siendo verdad que los libros en papel ocupan espacio, lo que puede contemplarse como un engorro, lo cierto es que “el espacio es un buen medio de controlar la memoria”. Y continúa: “Una buena biblioteca es como un diagrama; nos permite pensar, porque visualmente nos reenvía de una sola ojeada a la multitud de cosas leídas, liberando de ese modo a la mente de la necesidad de guardarlo todo en la memoria”.31 ¿Podemos decir algo similar de las librerías? Si el espacio que ocupan los libros en un hogar es el mejor medio de controlar la memoria, tal vez también el espacio que ocupan las librerías en la trama urbana sean el mejor modo de controlar nuestra memoria colectiva, de construir ciudad de una determinada manera Es verdad que quien esto escribe se pasó casi cuatro años en Madrid y a día de hoy es incapaz de recomendar nada a quien le pregunta por un lugar para comer o para tomar unas copas, pero, en cambio, guarda en su memoria un maravilloso mapa de variadas librerías: la Buena Vida, las por entonces dos Fuentetajas (la de nuevo y la de viejo), Marcial Pons, Alcaná, Sin Tarima, Petra´s International Bookshop (y su gato), Arrebato, La Central, Tipos Infames, El Gatopardo, La Tarde, Eléctrico Ardor, J&J, La Libre… Así que, mejor tómese lo aquí expuesto con todas las cautelas.
Jorge Carrión, “En defensa de las librerías”. El País, 3/01/2016. http://cultura.elpais.com/cultura/2015/12/29/actualidad/1451383761_954736.html 31 Casati, op. cit., p. 52. 30
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