El Ministerio del Profeta

El Ministerio del Profeta por BRIAN J. BAILEY Título original: “The Ministry of the Prophet” Copyright © 2004 Brian J. Bailey. Todos los derechos

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El Ministerio del Profeta

por

BRIAN J. BAILEY

Título original: “The Ministry of the Prophet” Copyright © 2004 Brian J. Bailey. Todos los derechos reservados. Diseño de tapa: Copyright © 2004 Brian J. Bailey y sus licenciatarios. Traducción al español por: Ariel E. Ericson Editor de la edición en español: Raimundo J. Ericson. Primera edición en español abril de 2010. Impreso en Guatemala, Centro América abril 2010. Segunda impresión: mayo 2010 Publicado por: Zion Christian Publishers A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas fueron tomadas de la versión Reina-Valera en su revisión de 1960. © 1960, Sociedades Bíblicas Unidas. Abreviaturas de las otras versiones de la Biblia utilizadas: DHH: Dios Habla Hoy NVI: Nueva versión Internacional Para más información, por favor contáctenos: Zion Christian Publishers Un ministerio de Zion Fellowship ® P.O. Box 70 Waverly, New York 14892 Teléfono: 607-565-2801 Llamada sin cargo: 1-877-768-7466 Fax: 607-565-3329 www.zionfellowship.org ISBN # 1-59665-263-5

RECONOCIMIENTOS: A Ariel Ericson y Raimundo Ericson por su arduo trabajo y esfuerzo en la traducción y revisión de este libro al español. Equipo editorial de ZCP: Carla Borges, David Kropf, Justin y Sarah Kropf, Jessica Penn, Raquel Pineda y Suzanne Ying. Deseamos extender nuestro agradecimiento a estos amados hermanos por sus muchas horas de invalorable colaboración, sin lo cual este libro no habría sido posible. Estamos verdaderamente agradecidos por su diligencia, creatividad y excelencia en la compilación de este libro para la gloria de Dios.

ÍNDICE Prefacio Introducción

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Primera Parte: Los profetas del Antiguo Testamento Profetas prediluvianos Profetas postdiluvianos

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Segunda Parte: Los profetas del Nuevo Testamento Tercera Parte: El ministerio del profeta La persona del profeta El don del ministerio de profeta El don de profecía Los falsos profetas

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Epílogo

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PREFACIO A través de los siglos, Dios ha usado a los profetas para hablar Su palabra a Su pueblo. No solamente son los voceros de Dios, sino que también se los llama los amigos de Dios. Jesús dijo a Sus discípulos en Juan 15:15: “[…] os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”. Los que son llamados amigos de Dios reciben la revelación de Sus planes. Él revela Su voluntad a personas en las cuales puede confiar, es decir, a aquéllos que se consagran a oír Su voz y a obedecerla. Amós 3:7 afirma: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. El propósito de Dios al usar a hombres y mujeres como Sus voceros es confirmar Su testimonio a Su pueblo. En Deuteronomio 19:15 se establece una ley bíblica, la cual determina que un testimonio es confirmado por boca de dos o tres testigos. De esta manera, Dios confió Su mensaje a los profetas para que ellos lo entregaran a Su pueblo, demostrando que la palabra era fiel y que verdaderamente se cumpliría. El Señor utilizó a muchas personas mencionadas en la Biblia para entregar Su palabra a Israel. A algunos de estos profetas se les ordenó escribir la palabra del Señor a medida que la recibían, creando así los libros proféticos de la Biblia tal como los conocemos.

Los autores de los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel se conocen como los “profetas mayores”. Los autores de otros doce libros adicionales se conocen como los “profetas menores”; ellos son: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías. Estos dieciséis profetas se denominan profetas escribientes. Moisés, quien escribió los primeros cinco libros de la Biblia (agrupados en el Pentateuco) y el Salmo 90, debe incluirse también en este grupo. Además de los profetas mayores y menores, existen en ambos Testamentos numerosos profetas a quienes no se les han atribuido libros. Algunos están identificados, otros no. Entre los primeros se encuentran los destacados profetas Elías y Eliseo. Aunque nuestro estudio no abarca a todos los profetas, hemos incluido a aquellos cuyas vidas dejaron una clara huella.

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INTRODUCCIÓN Este estudio consta de dos secciones principales: Los profetas del Antiguo Testamento (tanto los que se mencionan como los que no) y los profetas del Nuevo Testamento. Es necesario definir a partir de la Biblia a quién se considera un profeta. Es cierto que un profeta es alguien que habla de parte de Dios, pero es necesario aclarar esta afirmación. En 1 Samuel 9:9, leemos acerca del profeta Samuel: “([…]; porque al que hoy se llama profeta, entonces se le llamaba vidente.)”. Los profetas veían acontecimientos futuros y, en cierta medida, acontecimientos pasados. Era como si viesen los sucesos que debían aún producirse ante sus ojos. Así, Jesús, quien fue un profeta como Moisés (vea Deuteronomio 18:15), vio a Natanael debajo de la higuera (vea Juan 1:48). El Señor habló acerca de este aspecto del ministerio del profeta en Números 12:6: “Y él les dijo: Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él”. Samuel oyó la voz del Señor en sus oídos. Isaías 30:10-11, señala que el profeta declara los caminos del Señor al pueblo, mientras que el vidente da testimonio de sucesos futuros. Los profetas encarnaban su mensaje; por lo tanto, debido a que sus mensajes eran diferentes, ellos también eran

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diferentes unos de otros. Dios es un Dios de diversidad; en consecuencia, Sus mensajeros no son todos iguales. En cuanto a nosotros, debemos tener en cuenta la amonestación del apóstol Pablo cuando dijo que no era sabio compararnos unos con otros (vea 2 Corintios 10:12). En cambio, tomemos como patrón a la principal Piedra del Ángulo, nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA PARTE: LOS PROFETAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

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PROFETAS PREDILUVIANOS Abel El Señor lo llamó profeta en Lucas 11:50 51. “Para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación”. Se nos dice que Abel era un hombre verdaderamente justo. Leemos en Hebreos 11:4: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella”. Abel, a través de este maravilloso tributo, testifica a todas las naciones del fruto de una vida justa que agrada al Señor y es aceptable a Sus ojos. Más aún, sus obras eran justas, y ese fue el motivo por el cual fue asesinado. Fue el primero de una larga lista de profetas que sufrieron el martirio. Procuremos nosotros también producir los mismos frutos de justicia en nuestra vida y ser ese sacrificio vivo que es agradable a los ojos del Señor. Sin duda, muchos de los patriarcas prediluvianos fueron verdaderamente profetas dotados, pero solo hay dos a los cuales es posible analizar con certeza: Enoc y Lamec.

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Enoc Podemos confiadamente atestiguar que el manto profético descansaba sobre este hombre de Dios. Precisamente, el apóstol Judas habla al respecto en los siguientes versículos: “¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré. De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 1:11, 14-15). Por lo tanto, mucho antes del Diluvio, estos profetas tuvieron conocimiento y discernimiento en cuanto a la Segunda Venida de Cristo y respecto de que la condición del mundo volvería a ser similar a la de su tiempo. Habría burladores, violencia y total corrupción moral y espiritual. El testimonio de Enoc, aunque breve, habla de un hombre de un carácter excelente. Verdaderamente constituye para nosotros un ejemplo a seguir. Podemos leer acerca de él entre los héroes de la fe en Hebreos 11:5: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios”. El relato de su vida que encontramos en Génesis 6 dice que tuvo un hijo llamado Matusalén, lo cual es importante porque Matusalén significa “a su muerte avanzarán las

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aguas”. Por lo tanto, Enoc tuvo una revelación y supo que venía el Diluvio, cuya llegada sería a la muerte de Matusalén. Está escrito que Enoc caminó con Dios y Sus secretos le fueron revelados (vea Génesis 5:22). Por primera vez aparece el número 300 en la Biblia. De acuerdo con el principio de la primera mención, 300 significa “caminar con Dios”, por lo que los usos subsiguientes de este número tendrán la misma connotación espiritual. La clave de caminar o habitar con Dios se encuentra en el siguiente pasaje bíblico: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is. 57:15).

Lamec Lamec vivió 777 años, lo cual indica que fue totalmente perfeccionado en cuerpo, alma y espíritu. Fue un hombre justo que disfrutó de los privilegios que se describen en Isaías 57:1: “Los hombres honrados mueren y nadie se preocupa, los hombres buenos desaparecen y nadie entiende que al morir se ven libres de los males y entran en la paz”. Lamec murió cinco años antes del diluvio. Lo que demuestra que también era profeta es que llamó a su hijo Noé. El significado de Noé es “descanso”. Dijo Lamec:

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“Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo” (Gn. 5:29). En efecto, Lamec estaba diciendo que sabía que Noé era el elegido para hacer de puente entre las dos dispensaciones, la prediluviana y la postdiluviana (antes y después del diluvio) porque de su simiente vendría Cristo el Salvador de ellos, quien también lo es de nosotros.

Noé Aunque la Biblia no habla de él como profeta, Noé cumple sin lugar a dudas con todos los requisitos de un profeta. Claramente, halló gracia a los ojos de Dios, aunque vivió en un período de perversión descarada que Dios había decidido terminar. Este hombre fue perfecto y justo en todas sus generaciones y caminó con Dios (vea Génesis 6:9). Fue, sobre todo, un pregonero de justicia, pero también sabía de los juicios inminentes de Dios sobre esa dispensación. Sabía que debía construir un arca, pues Dios estaba a punto de enviar lluvia para deshacer los fundamentos de la tierra y destruir a esa generación. Su tiempo prefigura los días venideros, antes del regreso de Cristo, cuando vendrá sobre los malvados destrucción repentina. Sin embargo, Noé fue preservado por medio de la obediencia al mandamiento de Dios de construir el arca.

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PROFETAS POSTDILUVIANOS Abraham A primera vista, parecería extraño incluir a Abraham entre los profetas. Sin embargo, así fue como el Señor se refirió a él cuando habló a Abimelec, rey de Gerar, en Génesis 20:7: “Ahora, pues, devuelve la mujer a su marido; porque es profeta […]”. En la vida de Abraham podemos encontrar todas las raíces y características de un profeta de Dios. Mencionaremos siete aspectos específicos que se encuentran en su vida, que confirman su cargo de profeta. 1. Fue llamado por Dios – Génesis 12:1-3. 2. Dios le reveló Sus secretos – Amós 3:7. 3. Tuvo una visión celestial – Hebreos 11:10. 4. Fue llamado amigo de Dios – Santiago 2:23. 5. Disfrutó de un relación de pacto con Dios – Génesis 17:2, 5, 10. 6. Recibió visiones de cosas futuras – Juan 8:56. 7. Fue el ungido de Dios – Salmos 105:9, 15. A partir de la vida de Abraham desarrollaremos algunas de las características y cualidades necesarias para todos

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los que fueron, son y serán llamados por Dios para ser profetas en futuras generaciones, hasta que Él venga.

Fue llamado por Dios “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:1-3). Un profeta nunca debe poner en duda el haber sido llamado por Dios. El apóstol Pablo reafirmaba constantemente esta verdad, como en Colosenses 1:1, cuando dice: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios […]”. Para él, no había duda de que Dios mismo lo había ordenado para su ministerio. El Señor dijo a Jeremías: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5). Jeremías fue elegido antes de nacer para ser un profeta a las naciones. Dios ha llamado a cada uno de Sus ministros aun antes de la entrada de ellos al mundo. No sólo eso, les da el conocimiento y la certeza de lo que deben hacer. En Hebreos 11:8 se nos dice que Abraham salió por la fe al lugar que iba a recibir como herencia, aun cuando no sabía hacia dónde se dirigía. En este llamado, Dios también lo declaró profeta (vea Génesis 20:7). Ningún hombre

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toma para sí este honor (vea Hebreos 5:4), puesto que los dones del ministerio son dados expresamente por Dios y por nadie más (vea Efesios 4:11). El apóstol Pedro, hablando de la era del Antiguo Testamento, dice en 2 Pedro 2:1 que también había falsos profetas entre el pueblo de Dios, quienes a sabiendas introdujeron herejías deplorables. Al final de este libro hemos incluido una sección referida a los falsos profetas.

Dios le reveló Sus secretos Según Amós 3:7, es claro que un profeta recibe los secretos del Señor. “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. Esto era absolutamente cierto respecto de Abraham. En Génesis 18:16-22, le fueron comunicadas las intenciones del Señor antes del juicio de Sodoma y Gomorra, cuando Él hizo caer del cielo fuego y azufre. Al patriarca Abraham se le concedió este privilegio porque tenía una relación muy cercana con Dios. El incidente de Sodoma y Gomorra también reveló el corazón tierno y misericordioso de Abraham, aun para con personas sumamente malvadas (vea Génesis 18:23-33). Rogó al Señor que no destruyera la ciudad por causa de los pocos justos que podrían encontrarse en ella. Muchas veces, los profetas deberán interceder por personas que no merecen misericordia. No obstante, cuando el amor que hay en su corazón se manifiesta, son capaces de identificarse con las personas y recibir misericordia para ellas.

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Tuvo una visión celestial El apóstol Pablo habla de Abraham en Hebreos 11:10: “Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”. Abraham tuvo una visión de la Sion celestial, la ciudad de Dios. En el monte Sinaí, Moisés también tuvo visiones de cosas celestiales que debía reproducir en el diseño del Tabernáculo (vea Hebreos 8:5). También se nos dice que el Profeta de los profetas, el Señor Jesús, fue capaz de soportar la cruz y menospreciar la vergüenza por causa del gozo puesto delante de Él (vea Hebreos 12:2). He conocido personalmente a muchos santos amados de Dios que recibieron visiones de sus lugares en el cielo, y de las recompensas que les aguardan. Por cierto, esas visiones los han ayudado y sostenido durante tiempos de grandes pruebas.

Fue llamado amigo de Dios “[…]: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Stg. 2:23). Uno de los aspectos de un verdadero profeta es su relación con Su Señor. La revelación se basa en la relación. Abraham fue llamado “amigo de Dios”. ¡Qué hermoso elogio para este gran héroe de la fe! Había llegado al punto en el cual ya no simplemente servía al Señor, sino que estaba en íntima relación con Él y conocía Su corazón y Sus caminos. Debido a la relación tan cercana que tenían, el Señor podía revelar a Su amigo Abraham cosas que no podía compartir con nadie más.

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Esto se ve hermosamente ilustrado en el caso la Última Cena, cuando el Señor Jesús dijo que uno de los doce apóstoles lo iba a traicionar. “Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón” (Jn. 13:21- 26). Los apóstoles se preguntaban quién era el traidor. Pedro se acercó a Juan, que estaba recostado sobre el pecho de Jesús, y le dijo que se lo preguntara. Juan podía hacerlo debido a su cercanía con el Señor; esta relación trajo la revelación que Judas era el traidor. Fue la intimidad con Cristo lo que produjo el libro de Apocalipsis en los últimos años de la vida de Juan, el apóstol amado. El hecho que la amistad es la clave para la revelación adquiere mayor sustento a partir de las palabras de Jesús en Juan 15:15: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”. Esto nos permite ver la importancia que tuvieron aquellas palabras en la vida de Abraham. “Pero tú, Israel, siervo

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mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo” (Is. 41:8). En consecuencia, un profeta ha llegado a ese estado de amistad con Jesús que es la base del fluir de la revelación.

Disfrutó de una relación de pacto con el Señor Hubo un claro momento en la vida de Abraham, en el cual el Señor estableció una relación de pacto con Su amigo. El Señor se le apareció y le dijo: “Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros” (Gn. 17:2, 5, 10). Pablo destaca que el pacto puede enunciarse en los siguientes términos: “De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente” (He. 6:14). Del mismo modo, nosotros necesitamos esa relación de pacto con el Señor, por medio de la cual recibimos Sus promesas relacionadas con Su plan para nuestra vida. Además de las promesas personales que Dios me ha hecho, muchos preciosos santos del Señor me han compartido las promesas que Dios les hizo a ellos. La naturaleza de los pactos es variada, desde uno de paz, para pedir las naciones como herencia, hasta el pacto davídico mencionado en Isaías 55:3, el cual también incluye la promesa que el Señor cuidará de sus hijos (vea Salmos 89:30-34).

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Estas promesas o pactos con Dios pueden transmitirse por medio de profecía, como recuerda Pablo a Timoteo, su amado hijo en la fe: “Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia” (1 Ti. 1:18).

Recibió visiones sobre cosas futuras Aunque sabemos que el Señor no mostró a Abraham todas las cosas, Jesús dijo en Juan 8:56: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó”. Por lo tanto, a Abraham le fue mostrado un suceso en la vida del Señor Jesús unos dos mil años antes de que ocurriese. Vio cosas que habrían de venir. Esta es, sin lugar a dudas, una de las características de un profeta; ve las cosas que vendrán como si ya hubiesen ocurrido.

Fue el ungido de Dios En el libro de los Salmos se nos dice con claridad que Abraham era considerado el ungido del Señor. “Es el pacto que hizo con Abraham, el juramento que le hizo a Isaac... ‘No toquen a mis ungidos; no hagan daño a mis profetas’” (Sal. 105:9, 15, [NVI]). Hay siete unciones que adornaron la vida del Profeta de los profetas, el Señor Jesucristo. Las consideraremos ahora en relación con la vida y ministerio de un profeta. a) El Espíritu de Jehová – Es dado para predicar el mensaje del Señor con autoridad y claridad.

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b)

c)

d)

e)

f)

g)

Es la unción especial dada a los mensajeros para declarar Sus maravillosas verdades. El espíritu de sabiduría – Esta fue la unción de la cual Moisés disfrutó. Cuando impuso las manos a Josué, él también fue lleno de sabiduría (vea Deuteronomio 34:9). El espíritu de inteligencia – Un profeta necesita tener entendimiento de los caminos de Dios para instruir a aquellos a quienes es enviado. El espíritu de consejo – Uno de los títulos del Señor es el de Consejero (vea Isaías 9:6). Un consejero es alguien que instruye a otros en cuanto a su manera de andar y a las decisiones que deberían tomar. El espíritu de poder – Esta es la unción por medio de la cual se manifiestan las obras poderosas y milagrosas de Dios. Abraham tuvo este poder cuando él y Sara recibieron las fuerzas necesarias para traer al mundo a Isaac, aun cuando hacía mucho tiempo que para los dos había pasado la edad de tener hijos (vea Génesis 18:11). El espíritu de conocimiento – Es la capacidad para conocer sucesos pasados, presentes y futuros. El espíritu de temor de Jehová – Esta es la unción que trae convicción de pecado y arrepentimiento a todo aquél que está dispuesto.

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Pruebas en la vida de Abraham Como ocurrió con la mayoría de los profetas, Abraham sobrellevó tiempos de grandes pruebas a través de la soledad y de esperar que las promesas de Dios se cumplieran en su vida. “También Lot, que andaba con Abram, tenía ovejas, vacas y tiendas. Y la tierra no era suficiente para que habitasen juntos, pues sus posesiones eran muchas, y no podían morar en un mismo lugar. Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot; y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra. Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Gn. 13:5-9). Durante una prueba en particular, ocurrió que Abraham y Lot no podían permanecer juntos por la abundancia de sus ganados. En este caso, Abraham pudo decir alegremente a su sobrino que escogiera como herencia el lugar que deseara, pues sabía muy bien que Dios había prometido darle toda la tierra a él. Su fe era firme para creer las cosas que Dios le había hablado. No podemos escribir sobre la vida de Abraham sin mencionar su obediencia en cuanto a ofrecer a Isaac, su único hijo. Aquí estaba la prueba suprema de su fe, ya que en Isaac residían todas las promesas de Dios para su vida.

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Sin embargo, el apóstol Pablo dice en Hebreos 11:17-19, “[…] y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: ‘Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac’. Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos” (NVI). Luego el Señor dijo que debido a que Abraham no le había negado su único hijo, Él de cierto lo bendeciría y lo multiplicaría (vea Génesis 22:16-28). Esta es una lección para todos nosotros. La obediencia completa trae la plenitud de la bendición de Dios para nuestra vida. El Señor le prometió que lo bendeciría y que engrandecería su nombre. Dios se le apareció y le prometió la tierra de Palestina, o Canaán, como se la llamaba entonces. Abraham creyó al Señor y le fue contado por justicia. Más aún, Dios hizo un pacto con Abraham cuando el temor de una gran oscuridad cayó sobre él (vea Génesis 15:12-15). Más adelante en su vida, Abraham pudo decir: “Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre” (vea Génesis 20:13), algo que a menudo sucede con los profetas. Con frecuencia, los años de inactividad son recompensados con un rico ministerio que da fruto que perdura por la eternidad. Seamos nosotros también de los que demuestran ser fieles en todas las cosas, para que podamos heredar todas las bendiciones que Dios tiene para nosotros. La vida de Abraham irradia esa clase de fe y obediencia. Fue alguien a quien se lo llegó a conocer como un amigo de Dios. Como tal, su ministerio profético fue de

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características sobresalientes, convirtiéndose en el modelo de intercesor que conoce la voluntad y las intenciones de Dios. Fue capaz de ver los tesoros invisibles de Dios en los lugares celestiales y también las cosas por venir en la tierra.

Moisés Moisés fue un hombre de gran talla. Fue un profeta a quien se lo comparó nada menos que con el Señor Jesús (vea Deuteronomio 18:15). Efectivamente, Dios dijo que Moisés era superior a todos los demás profetas. “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra. […] Y él les dijo: Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” (Nm. 12:3,6 8). Moisés disfrutó del mismo privilegio que gozó Elías; el privilegio de estar en la presencia del Señor, como ocurrió en la experiencia del monte de la transfiguración, cuando ambos estuvieron delante del Señor de toda la tierra (vea Mateo 17).

Genealogía de Moisés Las vidas de grandes hombres y mujeres de Dios a menudo son producto de una herencia piadosa. Podemos ver esta

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verdad confirmada en la vida de santos como Abraham, Isaac, Jacob, José y también de Juan el Bautista. Sin embargo, en el caso de Moisés existe un linaje excepcional desde Leví, quien mereció el siguiente elogio. “Y sabréis que yo os envié este mandamiento, para que fuese mi pacto con Leví, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mi pacto con él fue de vida y de paz, las cuales cosas yo le di para que me temiera; y tuvo temor de mí, y delante de mi nombre estuvo humillado. La ley de verdad estuvo en su boca, e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo, y a muchos hizo apartar de la iniquidad. Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos” (Mal. 2:4-7) El nieto de Leví fue Amram, quien junto con su esposa Jocabed, la hermana de su padre, produjo tres hijos notables: Moisés, Aarón y Miriam, nombrados según el orden de su grandeza y a la inversa de su orden de nacimiento (vea Éxodo 6:20).

Primera etapa: su infancia Moisés se crió en una atmósfera de intensa persecución contra los israelitas. Un faraón que no conocía a José había ascendido al trono de Egipto (vea Éxodo 1:8). Este faraón promulgó el decreto por el cual todo recién nacido israelita debía ser arrojado al río, mientras que todas las niñas debían ser preservadas (vea Éxodo). Fundamentalmente, Dios había endurecido el corazón de este Faraón para que odiara a Su pueblo y tratara

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sagazmente con ellos (vea Salmos 105:25) de modo que su condición fuera descrita como un horno de hierro (vea Deuteronomio 4:20; Jeremías 11:4). Los israelitas vivían, concretamente, en esclavitud. “Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví, la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses. Pero no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río. Y una hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que le acontecería. Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase. Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: De los niños de los hebreos es éste. Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió. Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué” (Éx. 2:1-10). Por la decidida voluntad de Dios, Moisés fue preservado por su madre, fue colocado en una canastilla hecha de junco y fue dejado en la orilla del río. La hija de Faraón lo encontró y Moisés se convirtió en su hijo. Al crecer,

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aprendió toda la sabiduría de los egipcios y se hizo poderoso en palabras y obras (vea Hechos 7:22). Uno de los errores de algunos hijos de Dios llenos del Espíritu Santo es despreciar la enseñanza terrenal. Esta clase de sabiduría y conocimiento a menudo nos capacita para la tarea que Dios tiene para que realicemos más adelante en nuestra vida. Así ocurrió en los casos de profetas como Daniel y Moisés, y también con el apóstol Pablo. Su capacitación previa les fue muy útil cuando asumieron el roles de líderes y maestros de otras personas. Es importante que busquemos al Señor a fin de estar preparados en el campo que Él ha elegido para nosotros. Debemos recordar que aun el Señor Jesús fue preparado en un taller de carpintería. Daniel y Moisés fueron capacitados en palacios de reyes para cumplir sus futuras funciones como gobernadores. Al analizar a los profetas, debemos tener en cuenta que sus funciones en la vida fueron diferentes. Desde gobernantes como Moisés, el rey David y Daniel, hasta consejeros como Isaías, el rey Ezequías, Gad y Natán, pasando por quienes fueron simplemente profetas como Elías, o maestros como Samuel y Eliseo (quienes estaban a cargo de escuelas para profetas), cada profeta tenía una función específica que cumplir. En el caso de algunos, como Jeremías y Amós, su vida estuvo caracterizada por privaciones, soledad y persecución. Otros ministraron durante largo tiempo; Moisés, Daniel, Isaías y Oseas tuvieron ministerios considerablemente largos, mientras que profetas como Hageo y Zacarías tuvieron ministerios muy breves.

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Podemos observar que en algunos casos no se habla de los períodos de capacitación, mientras que en otros se describen con gran detalle, para permitirnos apreciar la necesidad de la preparación que posibilitó a estos hombres de Dios cumplir su ministerio. Es importante recordar que quienes son llamados a este tipo de ministerio no pueden copiar a otros ministros, sino que deben buscar la voluntad específica del Señor para su vida. Aunque el período de capacitación en la corte de Faraón fue importante, no fue eso lo que llevó a Moisés hasta el propósito del Señor para su vida. Otro período de capacitación sería necesario, antes que este hombre de Dios estuviera preparado para la extraordinaria tarea de convertirse en el líder de cerca de tres millones de israelitas en su viaje por el desierto, desde Egipto hasta el río Jordán. La segunda etapa de la preparación de Moisés comenzó con una prueba, como ocurre en muchas ocasiones en la vida. Somos probados para determinar si podemos avanzar al siguiente nivel de nuestro aprendizaje, o no. Sería el pasaje de primer grado a segundo grado en la escuela primaria, o de la licenciatura al doctorado o el máster en la universidad. Para Moisés, la prueba tenía por objeto determinar si ascendería de rango, pasando de ser un “llamado” a ser un “escogido”. No era una prueba fácil pues el Señor mismo dijo: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14).

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La prueba Moisés tenía dentro de sí una determinación santa, la cual se ve expresada en los siguientes versículos: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible” (He. 11:24-27). Uno debe prepararse para las pruebas, en ocasiones durante años antes de la llegada del momento de ser examinados. Lo mismo ocurre con las pruebas espirituales. No tendremos victoria sin una preparación sólida, lo cual significa desarrollar un estilo de vida y una actitud de corazón que nos permita pasar por las pruebas con éxito. Ese fue el caso de Moisés, quien había desarrollado esa determinación santa para rechazar a la sociedad de la cual formaba parte. Renunció a la aristocracia egipcia, con todos sus placeres, privilegios y poder, para identificarse con su nación esclavizada, Israel. Pocos de entre el pueblo de Dios pasan esta prueba. Los encantos del mundo son muy fuertes y mantienen cautivos a muchos con su señuelo de comodidad, seguridad y aceptación. “En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas, y observó a

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un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Al día siguiente salió y vio a dos hebreos que reñían; entonces dijo al que maltrataba al otro: ¿Por qué golpeas a tu prójimo? Y él respondió: ¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto ha sido descubierto. Oyendo Faraón acerca de este hecho, procuró matar a Moisés; pero Moisés huyó de delante de Faraón, y habitó en la tierra de Madián” (Éx. 2:11-15). El día del examen para Moisés fue en el desierto de Egipto cuando, mientras visitaba a sus hermanos, mató a un egipcio que maltrataba a un israelita. Al día siguiente fue rechazado por su pueblo, como recuerda Esteban en su relato en Hechos 7:35, cuando uno le gritó: “¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?” Moisés, al comprender que era sabido entre el pueblo que él había dado muerte al egipcio, huyó al desierto de Arabia. Sin embargo, Hebreos presenta su decisión de la siguiente manera: “Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible” (He. 11:27).

Segunda etapa: el desierto de Arabia “Y estando sentado junto al pozo, siete hijas que tenía el sacerdote de Madián vinieron a sacar agua para llenar las pilas y dar de beber a las ovejas de su padre. Mas los pastores vinieron y las echaron de allí; entonces Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a sus ovejas. Y

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volviendo ellas a Reuel su padre, él les dijo: ¿Por qué habéis venido hoy tan pronto? Ellas respondieron: Un varón egipcio nos defendió de mano de los pastores, y también nos sacó el agua, y dio de beber a las ovejas. Y dijo a sus hijas: ¿Dónde está? ¿Por qué habéis dejado a ese hombre? Llamadle para que coma. Y Moisés convino en morar con aquel varón; y él dio su hija Séfora por mujer a Moisés” (Éx. 2:16-21). El primer acontecimiento que se narra acerca de su vida en el desierto condujo a Moisés a conocer a su futura esposa. Una pastora de ovejas e hija de un príncipe y sacerdote de Dios, estaba siendo maltratada por otros pastores. Moisés defendió a las mujeres y el resultado fue que Séfora le fue dada por esposa. Una de las lecciones que podemos aprender aquí es que Moisés no estaba en un alto nivel espiritual en aquellos momentos, al haber dejado atrás todas las comodidades de Egipto para convertirse en un habitante del desierto. Sin embargo, su amor por la rectitud ardía poderosamente en su interior y fue la clave de su avance. En tiempos de desaliento, siempre seamos valientes para hacer prevalecer el derecho, no mirando egoístamente por lo nuestro sino teniendo en cuenta las necesidades de otros. Muchos se preguntan por qué fue necesario un período de 40 años en el desierto para el desarrollo de este gran hombre de Dios. Al observar la vida de los profetas en general, parecería haber períodos de considerable inactividad. Debemos tener presente que nosotros vemos las cosas desde la perspectiva humana, pero Dios ve las

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cosas como parte del plan y el propósito divinos. Los períodos de aparente inactividad pueden asociarse con el invierno en la vida de una planta o un árbol. Durante este período los árboles descansan, recobrando fuerza y juventud. Existen dos virtudes cardinales que se están desarrollando en lo profundo del ser de los más preciosos siervos de Dios. Podemos verlas en la vida de la novia del Cantar de los Cantares: “¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo, sahumada de mirra y de incienso y de todo polvo aromático?” (3:6). Ambos perfumes, la mirra y el incienso, se refieren espiritualmente a la mansedumbre y la fe, o la perseverancia. Son los prerrequisitos principales para el liderazgo. La mejor descripción de la mansedumbre es la actitud de aceptar, con santa resignación, todas las condiciones, ya sea que se trate de circunstancias externas o de actitudes y reacciones de las personas. Una persona mansa cree de todo corazón lo que dice Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. La fe se desarrolla en tiempos de desierto, y podemos decir que produce el rasgo de carácter de no dudar y no fluctuar ante las circunstancias adversas o en medio de las tormentas de la vida. Moisés poseía ambas virtudes desarrolladas en un alto grado en su vida. Como ya dijimos, el Señor dio testimonio en cuanto a Moisés, que era el hombre más manso de toda la tierra. Más aún, en el mar Rojo, con las fuerzas de

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Faraón presionándolos por detrás, avanzó sin dudar, confiando en Dios, y vio abrirse el mar delante de él. La misma firmeza y perseverancia lo sostuvo durante la revuelta y rebelión de los líderes, cuando Coré, Datán y Abiram se levantaron contra él. Seneca Sodi, quien recibió maravillosas revelaciones del cielo a finales del siglo veinte, dijo que la mansedumbre que caracterizaba a Moisés cuando estuvo sobre la tierra revestía cada rasgo de su alma ahora en el cielo. Más aún, habló de que su impresionante dignidad estaba, por así decirlo, acunada en su mansedumbre y su belleza interior. Moisés pasó 40 años de su vida cuidando y atendiendo las ovejas de Jetro, su suegro. Podemos entender la necesidad de esto, dado que Moisés debería cuidar del rebaño de Dios –Israel– y ser su pastor, guiándolos por el mismo desierto otros 40 años. Como dice la Biblia, hay muchas similitudes entre los seres humanos y las ovejas, pues todos nosotros nos descarriamos como ovejas (vea Isaías 53:6). Al analizar las etapas específicas en la vida de Moisés, que encontramos maravillosamente delineadas en la Biblia, vemos que su estadía en el desierto culmina con un extraordinario encuentro con el Señor. “Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la

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zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Éx. 3:1-10). Moisés observó un arbusto que ardía en el desierto, pero que no se consumía. Cuando se acercó para contemplar el prodigio, el Señor le habló y lo comisionó para que descendiera a Egipto y liberara al pueblo de Dios. El Señor se reveló por Su nombre, Jehová: YO SOY EL QUE SOY. Nadie podía estar delante de Él, porque el Señor estaba diciendo que no había Dios fuera de Él. Esta revelación del nombre de Dios era fundamental para Moisés pues estaba a punto de enfrentarse al poderío y la

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fuerza de los ángeles caídos que dominaban Egipto. Debía saber en lo más profundo de su ser cuán grande era Dios, y que Él gobernaba sobre todo y todos. Del mismo modo, es necesario que nosotros también conozcamos el nombre de Dios en medio de las circunstancias en las cuales estaremos, ya sea Jehová Jireh en el área de la provisión para todas nuestras necesidades y las de quienes están a nuestro cuidado, o Jehová Rafa si es que nos fue dado el ministerio de sanidad, etc. “Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara. El le dijo: Echala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella. Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano. Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve. Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne. Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera. Y si aún no creyeren a estas dos señales, ni oyeren tu voz, tomarás de las aguas del río y las derramarás en tierra; y se cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra” (Éx. 4:2-9). Luego, Moisés recibió tres señales. La primera fue que su vara se volvió una serpiente al arrojarla en tierra. Cuando

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la recogió tomándola por la cola, la serpiente se volvió nuevamente una vara. Esto mostraba que había recibido poder sobre Satanás, quien a menudo es representado como una serpiente. La segunda señal fue que metió su mano en su pecho y esta se volvió leprosa. Luego de meterla nuevamente, la sacó limpia. Dado que la lepra es un tipo del pecado, era una señal que mostraba que Moisés tenía poder sobre el pecado. Se trata de algo esencial para cualquier líder, porque muchos cayeron a causa de que el pecado tuvo dominio sobre ellos y no ellos sobre el pecado. Como tercera señal, el Señor dijo a Moisés que derramara agua sobre la tierra y el agua se convirtió en sangre, lo cual significaba que Moisés tenía poder como juez, en relación con la vida y la muerte. A continuación, el Señor envió a Su escogido, al cual había escogido en horno de hierro de aflicción, para que se presentara en Su nombre delante de Faraón en Egipto. Nosotros también somos escogidos en un horno de hierro de aflicción específico que el señor determina para nosotros (vea Isaías 48:10). “Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo. Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre. Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión” (Éx. 4:24-26). En obediencia a la orden del Señor, Moisés partió a Egipto con su esposa Séfora y sus dos hijos. Al llegar a una posada, el Señor quiso matar a Moisés. La razón era que

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Moisés debía ser el mensajero del Pacto de la Circuncisión, pero no estaba andando a la luz de esa verdad. Esta es una impresionante advertencia para cada uno de nosotros. Ni nuestro ministerio ni la obediencia a nuestro ministerio nos salvará, sino la obediencia a la Palabra de Dios. Moisés fue salvado por la obediencia de su esposa, quien inmediatamente circuncidó a sus hijos varones. ¡Cuántas mujeres han salvado del mismo modo a sus esposos de la destrucción en tiempos de extrema necesidad! Moisés entró en Egipto y se encontró en primer lugar con Aarón, quien se convertiría en su portavoz. Luego, se reunió con los ancianos que estaban en Egipto, quienes después de ver las tres señales, alabaron al Señor porque Él había visitado a Su pueblo.

Tercera etapa: la fidelidad Ahora entramos en la tercera fase de la vida de Moisés: su ministerio como el profeta del Señor, cuando llegó a conocer los caminos de Dios (vea Salmos 103:7). Este es el período que también podríamos llamar de “fidelidad”, pues leemos que recibió el testimonio de haber sido fiel en toda la casa de Dios (vea Hebreos 3:2). Esta tercera etapa en nuestro desarrollo cristiano tiene su base en Apocalipsis 17:14. “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles”. La fidelidad es una virtud que pocos poseen. Podemos entender el gran valor de esta virtud por el hecho que el Señor mismo es llamado

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Fiel y Verdadero (vea Ap. 19:11). El apóstol Pablo recibió su llamado porque el Señor lo tuvo por fiel. A ciertos profetas se les concedió el privilegio de manifestar el milagroso poder de Dios a su generación, pero ese ministerio no fue para todos. Isaías hizo que el sol retrocediera 15 grados. Elías y Eliseo llevaron a cabo grandes portentos, al igual que Samuel; pero otros, como Juan el Bautista no realizaron milagros (y aun así, Juan fue el más grande de todos [vea Mateo 11:11]). Moisés desencadenó las diez plagas que golpearon los aspectos centrales de la adoración idolátrica de Egipto. Hemos escrito más extensamente al respecto en nuestro libro titulado El viaje de Israel. Las manifestaciones milagrosas son el resultado de que el profeta viva en la presencia de Dios y esté íntimamente familiarizado con Sus caminos, como así también de que esté lleno con la fe de Dios para creer que esos milagros pueden manifestarse. En los siguientes versículos podemos ver un ejemplo de esto en la vida de Moisés: “Y Jehová dijo a Moisés: Pasa delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara con que golpeaste el río, y ve. He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel” (Éx. 17:5-6). A Moisés se le ordenó que golpeara la peña, pero el Señor estuvo allí para realizar el milagro. Tal era la unidad entre el profeta y su Señor. Esto también ocurre a veces en

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nuestra vida cuando, aun estando en desobediencia, el Señor nos sustenta a causa de Su gracia. Esto no significa una licencia para presumir de Su misericordia, sino que debemos buscar siempre hacer lo que es correcto ante Sus ojos.

La visión Algo esencial que debe poseer un profeta, quien también es un líder, es visión. La razón es que sin una visión progresiva, el pueblo vive descuidadamente (vea Proverbios 29:18). El pueblo debe guardar la Ley, pero sin esa visión de avance y progreso, no podrá hacerlo. La visión debe mantenerse sencilla, de modo pueda correr el que lee en ella (vea Habacuc 2:2). El profeta recibe del Señor la visión y luego la hace clara para el pueblo. Moisés sabía cuál era la visión que había recibido del Señor: “Y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo” (Éx. 3:8). Los ojos de Moisés estaban puestos en la Tierra de la Promesa y él procuraba continuamente guiar al pueblo de Israel hacia ese fin. Aunque a Moisés no se le permitió entrar, en Su infinita misericordia el Señor le mostró al final de su vida, desde el monte Nebo, la tierra que Israel finalmente poseería.

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El pastor de Dios Este profeta también fue un pastor para el pueblo de Dios, y como tal, debía cumplir con los mismos prerrequisitos que consideraba necesarios en su sucesor provisto por Dios: Josué. “Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor” (Nm. 27:16-17). La función de un pastor es alimentar al rebaño que Dios ha puesto bajo su cuidado. Debe llevar a las ovejas a buenos pastos, lo cual significa una buena enseñanza, y también guiarlas con dulzura como hizo el rey David, porque: “De tras las paridas lo trajo, para que apacentase a Jacob su pueblo, y a Israel su heredad. Y los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos” (Sal. 78:71-72). Las ovejas deben ser trasladadas de un lugar de pastos a otro porque necesitan campos frescos; del mismo modo, las ovejas de Dios necesitan verdades frescas. Debemos recordar que tales campos deben ser inspeccionados cuidadosamente para asegurarse que no haya allí hierbas venenosas. De la misma manera, las verdades frescas deben ser examinadas cuidadosamente para que no haya herejías dañinas asociadas o entremezcladas con las enseñanzas. Aun así, bajo el sumo cuidado de Moisés y sus otros pastores, una generación entera continuó perdida en el

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desierto por sus constantes rebeliones, murmuración y rechazo de los caminos de Dios. Aunque un buen pastor es esencial para el rebaño de Dios, las ovejas deciden cuál será su propio destino. Esto dijo el Padre de las luces: “Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí” (Is. 1:2). Ciertamente, aunque quienes ocupan el lugar de líderes tienen enorme responsabilidad, las ovejas son responsables de sus propias acciones y elecciones.

El legislador Otra faceta de los profetas que no debemos pasar por alto es que, básicamente, todos ellos buscaban hacer regresar al pueblo a la Ley que en un comienzo fue entregada por medio de Moisés. Moisés fue llamado el legislador en Números 21:18. De modo que el profeta debe velar por que él y el pueblo hagan todo de acuerdo al modelo mostrado a Moisés en el monte (vea Hebreos 8:5). Podemos ver que aunque Moisés entregó la Ley a los hijos de Israel, en numerosas ocasiones demostró un increíble amor por el pueblo rebelde al cual estaba guiando. Intercedió por los israelitas invocando la misericordia de Dios sobre Su pueblo, aunque ellos habían pecado y se habían rebelado muchas veces. En Éxodo 32:31-32 encontramos una de tales ocasiones. “Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se

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hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito”. Moisés estuvo dispuesto a renunciar a su vida y su herencia eterna por amor al pueblo que estaba a su cuidado. ¡El profeta debe estar dispuesto a hacer lo que sea necesario por la salvación de otros! De la vida de Moisés emerge también otra verdad que es perfectamente aplicable a la vida de cada uno de nosotros. Moisés fue un instrumento especial creado por el Señor para una tarea y para un momento específicos (vea Hebreos 3:3). Las palabras que el Señor habló a Jeremías indican que esta misma verdad se aplica también a nosotros hoy. “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5). Así ocurrió con Moisés. Dios nos crea con un propósito, habiéndonos conocido desde antes de la fundación del mundo (vea Efesios 1:4). Nuestro deber es seguir al Señor con todo nuestro corazón, de modo que Sus propósitos se puedan cumplir completamente en nuestra vida. ¡Alabado sea el Señor! ¿Fue Moisés exitoso a los ojos de este mundo? Si tenemos en cuenta el número de personas que perdió pensaríamos que no. Todos los israelitas que al salir de Egipto tenían 20 años o más murieron en el desierto y no entraron en la Tierra Prometida. Sin embargo, otra generación sí lo hizo. Tengamos cuidado de no medirnos a nosotros mismos de acuerdo con el patrón de otros. El apóstol Pablo afirma: “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos

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con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos” (2 Co. 10:12). Esto sabemos respecto de Moisés: ocupa un lugar sumamente privilegiado en el cielo junto al Señor de toda la tierra. No fue muy exitoso a los ojos del mundo; pero a los ojos del Señor dio en el blanco y recibió el elogio de haber sido fiel en toda la casa de Dios (vea Números 12:7). Que podamos ser como Pablo, quien dijo: “No fui rebelde a la visión celestial” (Hch. 26:19). Moisés fue verdaderamente fiel a la visión que el Señor le había encomendado.

La gloria de Dios El estudio de la vida de este gran profeta del Señor no estaría completo si no habláramos de la gloria de Dios que irradiaba su rostro: “Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios” (Éx. 34:29). Esta manifestación de la presencia visible de Dios no es sino un tipo de lo que Sus siervos experimentarán en los días finales, según Isaías 60:1-2. “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria”.

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El apóstol Pablo confirma esto en 2 Corintios 3:7-8. “Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?” En los días finales, todos aquellos siervos de Dios que permanezcan files en Su presencia en el Lugar Santísimo recibirán esta gloria.

Sus palabras proféticas finales Moisés pronunció sus últimas palabras a los hijos de Israel en las llanuras de Moab, antes de ir estar con el Señor en el cielo. Con estas palabras repitió la Ley dada en el monte Sinaí (vea Deuteronomio 5). Cumpliendo la función de profeta, Moisés predijo lo que ocurriría con los hijos de Israel. Profetizó sobre el futuro de ellos en la Tierra Prometida, sabiendo que al entrar en Canaán no guardarían la Ley. También les dijo lo que les sucedería en el futuro. Les habló del sitio de los babilonios y de la toma de sus ciudades (vea Deuteronomio 28). Esto ocurrió en 586 a.C., cuando la ciudad y el Templo fueron destruidos por las fuerzas de Nabucodonosor, rey de Babilonia. Finalmente, Moisés pronunció la bendición de Dios sobre la nación según sus tribus (vea Deuteronomio 33). El comentario final sobre su vida y ministerio se encuentra en Deuteronomio 34:10-12. “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; nadie como él en todas las señales y

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prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel”. No hay mejor reflexión que agradecer a Dios por darnos a tan grande hombre como modelo para nuestra vida y ministerio. Procuremos ser de aquellos que buscan al Señor con un corazón tan consagrado a Él que podamos, nosotros también, ser partícipes de Su gloria.

Aarón “Jehová dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta” (Éx. 7:1). Esta ocasión es el único ejemplo de este tipo en la Biblia. Moisés pasó a ser un dios para Faraón determinando su futuro, mientras su hermano Aarón hablaba de parte de Moisés. En esencia, la función de un profeta es hablar de parte de Dios. En Deuteronomio 18:22 está escrito que un profeta habla en el nombre del Señor. Además, Aarón, como sumo sacerdote, entraba en la presencia de Dios al otro lado del velo. También fue llamado un santo (vea Salmos 106:16), una designación que lamentablemente no todos los profetas han conseguido.

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Débora, la profetisa Débora nos es presentada de la siguiente manera: “Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot” (Jue. 4:4). Este es un ejemplo de una mujer que tuvo un ministerio superior al de su esposo. Sin embargo, debido a que se menciona el nombre de su marido, es evidente que era un hombre de dignidad y honor y que en su hogar ella le era sumisa. Por medio de ella, la Palabra del Señor convocó a una nación. Aun el capitán del ejército estaba feliz de permanecer bajo su manto. La estatura de esta madre de Israel, como ella misma se describe, fue formidable. Vivió en días de Jabín, rey de Canaán, quien oprimió a Israel durante 20 años. Durante este período juzgó a Israel bajo la palmera que llevaba el nombre del ama de Rebeca (pues allí fue sepultada), lo cual nos hace recordar su vida justa. Ahora, con gran autoridad profética, Débora manda llamar a Barac para que sea capitán del ejército, tomando con él diez mil hombres de Zabulón y Neftalí. La frase: “¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel […]?” sugiere que el Señor ya había hablado a muchos en Israel y que Débora estaba dando la orden de moverse sobre la Palabra ya dada y que era conocida por otros. No obstante, su unción seguramente fue muy poderosa, al cautivar a todos esos hombres y darles la seguridad que el Señor verdaderamente había dado la orden de actuar por medio de Débora. Luego Débora prometió que el Señor

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atraería a Sísara, capitán del ejército de Jabín, al arroyo de Cisón y allí lo entregaría en mano de Barac. Sin embargo, el honor sería para una mujer, Jael, quien atrajo a Sísara a su tienda cuando este huía. Mientras se encontraba dormido, ella le clavó una estaca en las sienes y lo mató. El cántico de triunfo de Débora y Barac declaraba que en los días del juez anterior, Samgar, nadie se atrevía a andar por los caminos por temor de los ladrones y los enemigos, quienes esperaban con sus arqueros para disparar sobre los que se dirigían a los pozos en busca de agua. Aun las aldeas estaban abandonadas hasta que Débora se levantó y cambió la situación social de toda la nación. El suyo fue un ministerio poderoso, ungido. Ella también dio el crédito a los ángeles de Dios que peleaban por Israel, cuando en Jueces 5:20 dijo: “Desde los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara”. Esto es similar a la batalla que David peleó contra los filisteos, narrada en 2 Samuel 5, cuando oyó el sonido de marcha sobre las balsameras, indicando que los ejércitos celestiales de ángeles marchaban con el ejército de David para derrotar a los filisteos. Débora es prueba de que el Señor usa mujeres en lugares y cargos importantes y que su función puede ser de gran relevancia en asuntos nacionales, como sucedió con ella.

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El profeta sin nombre en el libro de Jueces “Jehová envió a los hijos de Israel un varón profeta, el cual les dijo: Así ha dicho Jehová Dios de Israel: Yo os hice salir de Egipto, y os saqué de la casa de servidumbre” (Jue. 6:8). Existe una clara diferencia entre aquellos a los cuales se nombra y a los que no. Es un privilegio ser nombrados, como dijo el Señor a Moisés: “Te he conocido por tu nombre” (Éx. 33:17). En Salmos 45:17 leemos: “Haré perpetua la memoria de tu nombre en todas las generaciones, por lo cual te alabarán los pueblos eternamente y para siempre”. Sin embargo, este hombre anónimo fue enviado por Dios como profeta para intentar hacer que Israel se volviera a Dios.

Samuel Samuel, uno de los profetas más piadosos entre todos los santos del Señor, fue conocido por el hecho que desde muy temprana edad vino a él la Palabra del Señor. En cierto sentido, fue el último de los jueces, y de él podemos aprender mucho sobre la vida y el ministerio de un profeta. Al igual que la mayoría de los hombres de Dios que han tenido gran relevancia en la vida y los destinos de la humanidad en todas las generaciones, Samuel tuvo un nacimiento notable. Su madre fue una de las siete mujeres estériles de la Biblia que produjeron poderosos

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libertadores y hombres de renombre. Las otras fueron Sara, quien dio a luz a Isaac; Rebeca, quien dio a luz a Jacob; Raquel, quien dio a luz a José; la esposa de Manoa, quien fue la madre de Sansón; Rut, cuyo hijo fue Obed (del linaje de David); y Elisabet, quien en su vejez dio a luz a Juan el Bautista. Todas estas mujeres tuvieron que sufrir mucho por el privilegio de ser las madres de quienes influirían tan grandemente en la historia. En el caso de Samuel, su madre sufrió profundamente a manos de su adversaria, la otra esposa de su marido (vea 1 Samuel 1:6). Analizaremos ahora con mayor detalle las circunstancias que llevaron al nacimiento de este profeta.

La genealogía de Samuel “Hubo un varón de Ramataim de Zofim, del monte de Efraín, que se llamaba Elcana hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía. Y todos los años aquel varón subía de su ciudad para adorar y para ofrecer sacrificios a Jehová de los ejércitos en Silo, donde estaban dos hijos de Elí, Ofni y Finees, sacerdotes de Jehová. Y cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina su mujer, a todos sus hijos y a todas sus hijas, a cada uno su parte. Pero a Ana daba una parte escogida; porque amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos. Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía

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a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía” (1 S. 1:1-7). En la historia de Samuel, al primero que se nos presenta es a su padre, Elcana. En la Biblia, todos los hombres que llevaban el nombre Elcana (que significa “el hombre a quien Dios ha comprado”) eran descendientes de Leví. Aparecen cuatro generaciones de la genealogía de Elcana: su padre, su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo (vea 1 Samuel 1:1). La razón para que sus nombres aparezcan en la Biblia pareciera ser que todos ellos fueron hombres honorables y piadosos cuyas vidas hicieron una contribución al carácter de Samuel, de modo que merecían ser mencionados en el relato de la historia del profeta. A partir de las genealogías que aparecen en 1 Crónicas 6:2228, sabemos que Samuel era un levita de la línea de Coat, hijo de Leví. Sin embargo, debemos comprender que no fue profeta por el hecho de ser levita, sino por causa del llamado de Dios sobre su vida. También era efrateo, lo que significaba que moraba en la región de la tribu de Efraín y tenía su hogar en Ramá. Allí, Samuel nació (vea 1 Samuel 1:20), vivió (vea 7:17), ministró (vea 15:34; 16:13, 19:18-24), murió y fue sepultado (vea 25:1).

El nacimiento de Samuel Elcana tenía dos esposas, lo cual, de hecho, contravenía la voluntad de Dios pero era tolerado en aquellos días (vea Éxodo 21:10). Sin embargo, cuando no vivimos de acuerdo con el ideal de Dios, ciertamente tendremos problemas, como fue el caso de este hombre, quien tuvo

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un hogar dividido. Seguramente se trataría de una situación muy poco feliz, que una esposa provocara a la otra y que la agredida tuviera que derramar muchas lágrimas y vivir asolada por la tristeza. Elcana tenía que tratar de consolar a Ana, quien le había compartido todo su dolor y tribulación. Es evidente que Elcana tuvo un primer matrimonio muy infeliz y por esa razón buscó consuelo en una segunda esposa, a la cual sin duda amaba mucho. Aunque Dios usa nuestra fragilidad humana para hacer que se cumplan sus propósitos, no debemos utilizar este ejemplo como argumento para justificar el volver a casarse. Es claro que aunque Penina, la primera esposa de Elcana, se burlaba de Ana porque no podía tener hijos, utilizaba esto como excusa para descargar sobre ella su enojo porque su marido la había rechazado y preferido a otra mujer. En el caso de Ana, fue este conflicto el que la llevó a orar a Dios con amargura de alma (vea 1 Samuel 1:10). A menudo ese es el estado al cual el Señor nos conduce cuando desea hacer un milagro de gracia en nuestra vida. De modo que no rechacemos estos tratos de Dios, sino abracemos la cruz, aunque nos deje sangrando. Luego, Ana fue con su marido y su familia a Silo, lugar donde residía el Tabernáculo. Éste había permanecido allí durante toda la ocupación de la tierra de Canaán por parte de las nueve tribus y media de Israel que habían elegido cruzar el río Jordán cuando Josué invadió las naciones de la tierra (vea Josué 4:1 y siguientes; 18:1). Allí se desarrolló en ese tiempo uno de los períodos más vergonzosos de la historia del Tabernáculo.

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“Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová. Y era costumbre de los sacerdotes con el pueblo, que cuando alguno ofrecía sacrificio, venía el criado del sacerdote mientras se cocía la carne, trayendo en su mano un garfio de tres dientes, y lo metía en el perol, en la olla, en el caldero o en la marmita; y todo lo que sacaba el garfio, el sacerdote lo tomaba para sí. De esta manera hacían con todo israelita que venía a Silo. Asimismo, antes de quemar la grosura, venía el criado del sacerdote, y decía al que sacrificaba: Da carne que asar para el sacerdote; porque no tomará de ti carne cocida, sino cruda. Y si el hombre le respondía: Quemen la grosura primero, y después toma tanto como quieras; él respondía: No, sino dámela ahora mismo; de otra manera yo la tomaré por la fuerza. Era, pues, muy grande delante de Jehová el pecado de los jóvenes; porque los hombres menospreciaban las ofrendas de Jehová… Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión. Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? Pero ellos no oyeron la voz de su padre, porque Jehová había resuelto hacerlos morir” (1 S. 2:12-17, 22-25). En este Tabernáculo, dado por revelación a Moisés y construido por Bezaleel con la sabiduría de Dios, servían los sacerdotes santos que eran descendientes de Aarón, el

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primer sumo sacerdote (vea Éxodo 29:29). Vestidos de blanco, indicando la justicia y santidad de Dios, estos descendientes debían cumplir fielmente sus deberes, con lo cual al hacerlo, glorificaban al Padre tres veces Santo. Sin embargo, estas tareas eran ahora llevadas a cabo principalmente por Elí, el sumo sacerdote, y sus dos hijos, Ofni y Finees, quienes no conocían al Señor y eran por cierto hijos de Satanás. Aunque Elí los reprendía por su inmoralidad y codicia, no fueron destituidos de sus deberes, de modo que la santidad del Tabernáculo se veía profanada. Además, el Señor declaró que la iniquidad de la casa de Elí nunca sería expiada por sacrificio alguno (vea 1 Samuel 3:14). Los hombres menospreciaban las ofrendas y el servicio al Señor por causa de la hipocresía de los hijos de Elí y porque Elí honraba más a sus hijos que al Señor. Debido a que el Señor había resuelto hacerlos morir, Ofni y Finees no oirían la voz de Elí su padre. Esta es una importante verdad que no debemos soslayar. El arrepentimiento es un don que viene del Señor, y para Ofni y Finees, al igual que para Esaú antes que ellos, no habría arrepentimiento (vea Hebreos 12:16-17). Por esta causa, el Señor declaró que Él levantaría a un sacerdote fiel que haría conforme a todo lo que estaba en el corazón del Señor (vea 1 Samuel 2:35). Este sacerdote sería el hijo que Ana pediría al Señor. Una y otra vez en la Biblia vemos que el Señor necesita de siervos fieles que hagan todo lo que a Él le agrada, como hizo el Señor Jesucristo. Esta debe ser la prioridad más alta en nuestros corazones: que seamos hallados fieles a nuestro bendito Señor.

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“E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza. Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba observando la boca de ella. Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria. Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino. Y Ana le respondió diciendo: No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora. Elí respondió y dijo: Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho. Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste. Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volvieron y fueron a su casa en Ramá. Y Elcana se llegó a Ana su mujer, y Jehová se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová” (1 S. 1:11-20). Mientras estaba en Silo, Ana hizo un voto al Señor: Si le daba un hijo, lo dedicaría a Jehová todos los días de su vida. Cuando Ana se presentó delante de Elí, le fue dicho que se fuera en paz, porque el Dios de Israel respondería la petición que le había hecho. Ella y Elcana regresaron a Ramá con gozo; y nació Samuel. Samuel significa “pedido al Señor”.

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“Después subió el varón Elcana con toda su familia, para ofrecer a Jehová el sacrificio acostumbrado y su voto. Pero Ana no subió, sino dijo a su marido: Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre. Y Elcana su marido le respondió: Haz lo que bien te parezca; quédate hasta que lo destetes; solamente que cumpla Jehová su palabra. Y se quedó la mujer, y crió a su hijo hasta que lo destetó. Después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros, un efa de harina, y una vasija de vino, y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño. Y matando el becerro, trajeron el niño a Elí. Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová” (1 S. 1:21-28). Cuando Samuel nació, Ana tomó la decisión de no subir al Tabernáculo hasta que el niño fuera destetado. Cuando esto ocurrió, lo llevó a la casa del Señor en Silo. Según la costumbre del destete de los niños practicada por las mujeres hebreas en aquel tiempo, Samuel habría tenido unos tres años de edad. Identificándose ante Elí como la mujer que había pedido al Señor un niño, lo dejó a cuidado del sacerdote en la casa de Dios. Debía ser nazareo toda su vida y no debía rapar su cabeza. Esto nos habla de una vida apartada y consagrada. Samuel había sido dedicado desde antes de su nacimiento para servir al Señor durante toda su vida. Como hemos visto, en realidad fue el Señor quien organizó su nacimiento y el voto hecho por Ana.

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Luego el corazón de Ana se regocijó, pues el Señor hace que nos sintamos verdaderamente gozosos cuando sacrificamos para Él aquello que nos cuesta mucho. Este es un principio que siguen los piadosos, como podemos ver en las palabras del rey David: “[…]; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. […]” (2 S. 24:24). Esto me recuerda a una santa y amada hermana en Cristo a quien tuve el privilegio de conocer en Inglaterra. Una mujer le preguntó si tenía un par de sábanas que pudiera darle, pues no tenía dinero para comprar las que necesitaba. Nuestra querida hermana estaba a punto de darle unas sábanas viejas que tenía, pero el Señor habló a su corazón, y le dijo: “Dale a esta mujer las sábanas nuevas que acabas de comprar”. “Pero, Señor”, contestó ella, “¡son mis sábanas nuevas!”, a lo cual el Señor le respondió: “¿Y tú quieres que yo duerma con sábanas viejas?” De modo que le entregó las mejores que tenía a la mujer, quien se fue gozosa. Pero también se sintió gozosa esta santa que había dado al Señor lo mejor que tenía.

El cántico de Ana Ana prorrumpió en lo que podríamos llamar su Himno de Alabanza Profética, pues algunos versos se repiten literalmente en el himnario de Israel, el libro de los Salmos. Está dividido en diez versículos, los cuales, a su vez, comprenden cuatro estrofas o secciones.

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Mi corazón se regocija en Jehová, Mi poder se exalta en Jehová; Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me alegré en tu salvación. (1 S. 2:1) En este versículo tenemos lo que podríamos considerar la principal necesidad espiritual: un corazón que es una reserva de gozo de la cual fluye la fuerza del Señor para experimentar una vida de victoria. Nehemías 8:10 declara: “[…] porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza”. Ana lo confirma declarando que Su poder o fortaleza es exaltada. El mismo pasaje, en la versión Reina-Valera 1909, se traduce así: “Mi cuerno es ensalzado en Jehová”. El cuerno es el símbolo de la fortaleza. Esto también es similar a la bendición prometida a José en Deuteronomio 33:17: “José es majestuoso como primogénito de toro; ¡poderoso como un búfalo! Con sus cuernos atacará a las naciones, hasta arrinconarlas en los confines del mundo. ¡Tales son los millares de Manasés, las decenas de millares de Efraín!” (NVI). De la misma manera que Ana pudo declarar victoria sobre su adversaria Penina, nosotros podemos estar en esa misma condición bendita. Como dice el escritor del himno: “Mas Dios es el juez; a éste humilla, y a aquél enaltece” (Sal. 75:7). Para concluir el versículo, Ana repite el tema del regocijo con el cual comenzó. Su alma amargada se había transformado en un corazón

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alegre, lo cual hace bien como una medicina (vea Proverbios 17:22), ¡porque el Señor había cambiado verdaderamente su lamento en baile y la había ceñido de alegría (vea Salmos 30:11-12)! No hay santo como Jehová; Porque no hay ninguno fuera de ti, Y no hay refugio como el Dios nuestro. No multipliquéis palabras de grandeza y altanería;Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones. (1 S. 2:2-3) Se nos dice en la primera frase de esta sección que ninguno es santo sino el Señor. Esta es una declaración fundamental por parte de los cuatro Seres Vivientes que rodean el trono, con respecto a la naturaleza de la bendita Trinidad: “Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Ap. 4:8). Sólo Dios es santo, aunque nosotros también debemos ser hechos participantes de Su santidad como resultado de soportar la disciplina del Señor (vea Hebreos 12:5-10). Luego Ana utiliza otra expresión que se repite en toda la Biblia. Según la traducción de la Nueva Versión

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Internacional, en 2:2 ella llama al Señor “roca”: “Nadie es santo como el Señor; no hay roca como nuestro Dios. […]”. La roca ha sido el símbolo del Señor desde Éxodo 17:6, cuando se le dijo a Moisés que golpeara la roca en Horeb. Cuando lo hizo, el Señor se situó sobre la roca e hizo que las aguas fluyeran, tipificando la crucifixión de Cristo. El tema de Cristo, nuestra Roca continúa en Deuteronomio 32:4. Se nos dice allí que Él es nuestra Roca y que Su obra es perfecta. Es una hermosa descripción de nuestro bendito Señor, que nos muestra la grandeza de Su poderío (vea Zacarías 9:17). El cántico de Ana continúa con una advertencia a los impíos para que no hablen contra el Señor de manera insolente ni altanera, de manera burlona ni de manera despectiva, porque Él conoce todas las cosas y nada Le es oculto. Él juzgará todas las cosas, aun cada palabra ociosa que una persona pronuncie. Como Belsasar, seremos pesados en balanza (vea Daniel 5:27); a diferencia de él, ¡que nosotros podamos pasar la prueba! Deseamos que nuestras obras sean como oro refinado y piedras preciosas de valor y de peso, en lugar de ser madera, heno y hojarasca. Los arcos de los fuertes fueron quebrados, Y los débiles se ciñeron de poder. Los saciados se alquilaron por pan, Y los hambrientos dejaron de tener hambre;

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Hasta la estéril ha dado a luz siete, Y la que tenía muchos hijos languidece. Jehová mata, y él da vida; El hace descender al Seol, y hace subir. Jehová empobrece, y él enriquece; Abate, y enaltece. El levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra, Y él afirmó sobre ellas el mundo. (1 S. 2:4-8) En esta obra maestra de canción de triunfo, Ana proclama gozosa la bondad del Señor al defender la causa de los pobres. En contraste, los poderosos son derribados de su posición exaltada y los pobres son levantados. Los caminos del Señor se resumen perfecta y claramente en Salmos 75:4-8. “Dije a los insensatos: No os infatuéis; y a los impíos: No os enorgullezcáis; no hagáis alarde de vuestro poder; no habléis con cerviz erguida. Porque ni de oriente ni de occidente, ni del desierto viene el enaltecimiento. Mas Dios es el juez; a éste humilla, y a aquél enaltece. Porque el cáliz está en la mano de Jehová, y el vino está fermentado, lleno de mistura; y él derrama del mismo; hasta el fondo lo apurarán, y lo beberán todos los impíos de la tierra”.

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En toda la Biblia el Señor nos enseña a cuidar de los pobres. “Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc. 6:20). Por lo tanto, tengamos la actitud de los grandes hombres de Dios. ¿Es este el tiempo de adquirir tierras y viñedos? No. Es tiempo de tomar conciencia de nuestra pobreza espiritual y ver cuán lejos estamos de la gloria de Dios. El cántico de Ana continúa así: El guarda los pies de sus santos, Mas los impíos perecen en tinieblas; Porque nadie será fuerte por su propia fuerza. (1 S. 2:9) Esta es una de las preciosas promesas que también vemos en Proverbios 24:16. “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal”. Ana señala, de la misma manera que hiciera el profeta Zacarías siglos antes, que no es con fuerza ni poder, sino por el Espíritu de Dios que los enemigos son vencidos y las montañas quitadas (vea Zacarías 4:6 7). Para dar por concluido este pensamiento, Dios habló a Moisés y Sus palabras son citadas por Pablo en Romanos 9:15-16: “Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. De modo que vemos que fue por la misericordia soberana de Dios que Ana tuvo este hijo varón del linaje de Leví, el

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cual se convertiría en un fiel y devoto sacerdote del Señor. Él glorificaría a Dios y enseñaría al pueblo Sus caminos. ¡Cuánto desea el Señor siervos fieles, para que Su voluntad sea hecha en el cielo como en la tierra! El cántico finaliza: Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, Y sobre ellos tronará desde los cielos; Jehová juzgará los confines de la tierra, Dará poder a su Rey, Y exaltará el poderío de su Ungido. (1 S. 2:10) Aquí, bajo la unción del Espíritu Santo, Ana expresó que el Señor finalmente quebrantará el poder de todos aquellos que disputan y confrontan la voluntad del Señor y Sus caminos. El Señor juzgará a Sus enemigos hasta el último rincón de la tierra, de modo que nadie escapará a Sus justos juicios. Luego, proféticamente, Ana pareciera contemplar los tiempos venideros hasta David, el rey ungido de Israel. Sin embargo, nosotros vemos más allá de David al más grande de sus hijos, al Señor Jesucristo, quien reinará dondequiera que brille el sol. Esta verdad se desarrolla también en el Salmo 2, donde se describen con más detalle el reinado de Cristo y la caída de los enemigos del Señor. En nuestra propia vida llega un momento en el cual vemos a nuestros enemigos caer y luego al Sol de Justicia brillar sobre nosotros.

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La vida del joven Samuel Dedicado por su madre para servicio al Señor de por vida y ataviado con un efod de lino, el vestido de los sacerdotes, Samuel vivía ahora en la casa de Elí, ministrando al Señor junto con los malvados hijos del sumo sacerdote. En aquellos tiempos en que la Palabra del Señor escaseaba (vea 1 Samuel 3:1), el Señor habló al joven Samuel. Como futuro profeta de Dios, Samuel aprendió a oír la Palabra del Señor, ya desde una edad muy temprana. “Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado. Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas” (1 S. 3:11-14). En esencia, el Señor dijo a Samuel que ejecutaría los juicios que había pronunciado contra la casa de Elí. El Señor honraba a quienes lo honraban, pero quienes despreciaban Sus caminos y Sus sacrificios, como hizo Elí, serían tenidos en poco (vea 1 Samuel 2:30). La iniquidad de la casa de Elí nunca sería expiada, ni con sacrificios ni con ofrendas (vea 1 Samuel 3:14). Dios estaba levantando un nuevo sacerdote, en la persona de Samuel, quien haría todo lo que agradaba al Señor.

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Samuel creció y el Señor estaba con él, y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras (vea 1 Samuel 3:19). ¡Qué privilegio que todo lo que Samuel dijera se cumpliría! El Señor desea que tengamos la misma intimidad con Él, para que Él pueda hacer que ocurra todo lo que digamos. Ahora todo Israel sabía que Samuel había sido establecido como profeta del Señor. Era un sacerdote y un profeta, y el Señor se le apareció por la Palabra de Jehová, lo cual quiere decir que Samuel oyó la voz de Dios en Silo (vea 1 Samuel 3:21). “Y los filisteos presentaron la batalla a Israel; y trabándose el combate, Israel fue vencido delante de los filisteos, los cuales hirieron en la batalla en el campo como a cuatro mil hombres. Cuando volvió el pueblo al campamento, los ancianos de Israel dijeron: ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos? Traigamos a nosotros de Silo el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos. Y envió el pueblo a Silo, y trajeron de allá el arca del pacto de Jehová de los ejércitos, que moraba entre los querubines; y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, estaban allí con el arca del pacto de Dios. Aconteció que cuando el arca del pacto de Jehová llegó al campamento, todo Israel gritó con tan gran júbilo que la tierra tembló. Cuando los filisteos oyeron la voz de júbilo, dijeron: ¿Qué voz de gran júbilo es esta en el campamento de los hebreos? Y supieron que el arca de Jehová había sido traída al campamento. Y los filisteos tuvieron miedo, porque decían: Ha venido Dios al campamento. Y dijeron: ¡Ay de nosotros! pues antes de ahora no fue así. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de

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la mano de estos dioses poderosos? Estos son los dioses que hirieron a Egipto con toda plaga en el desierto. Esforzaos, oh filisteos, y sed hombres, para que no sirváis a los hebreos, como ellos os han servido a vosotros; sed hombres, y pelead. Pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido, y huyeron cada cual a sus tiendas; y fue hecha muy grande mortandad, pues cayeron de Israel treinta mil hombres de a pie. Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los dos hijos de Elí, Ofni y Finees. Y corriendo de la batalla un hombre de Benjamín, llegó el mismo día a Silo, rotos sus vestidos y tierra sobre su cabeza; y cuando llegó, he aquí que Elí estaba sentado en una silla vigilando junto al camino, porque su corazón estaba temblando por causa del arca de Dios. Llegado, pues, aquel hombre a la ciudad, y dadas las nuevas, toda la ciudad gritó. Cuando Elí oyó el estruendo de la gritería, dijo: ¿Qué estruendo de alboroto es este? Y aquel hombre vino aprisa y dio las nuevas a Elí. Era ya Elí de edad de noventa y ocho años, y sus ojos se habían oscurecido, de modo que no podía ver. Dijo, pues, aquel hombre a Elí: Yo vengo de la batalla, he escapado hoy del combate. Y Elí dijo: ¿Qué ha acontecido, hijo mío? Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años” (1 S. 4:2 18). El Arca del Pacto fue llevada entonces a tierra de los filisteos, efectuando un largo recorrido, hasta que

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finalmente fue devuelta y colocada en una tienda que David erigió para ella sobre el monte Sion. Ahora los juicios del Señor vinieron sobre Israel y la casa de Elí. Sus dos hijos, Ofni y Finees, murieron el mismo día, y cuando Elí oyó la noticia que el Arca del Señor había sido capturada por los filisteos, también murió.

Samuel como juez de Israel Cuando el Arca de Dios fue capturada por los filisteos, el Señor hirió con una plaga a cada ciudad en la cual entró; después de siete meses, los filisteos devolvieron el Arca a los habitantes de Quiriat-jearim, una ciudad ubicada dentro de las fronteras de la tribu de Benjamín, a unos doce kilómetros y medio al noroeste de Jerusalén, en el camino a Jaffa. El arca permaneció allí, en la casa de Abinadab, por 20 años, hasta que David la llevó a Jerusalén (vea 2 Samuel 6:2-3). Luego, Samuel se dirigió al pueblo de Israel diciéndole que si se arrepentían de su pecado, el Señor los liberaría de los filisteos (vea 1 Samuel 7:3 y siguientes). Mencionó específicamente a los falsos dioses y a Astarot, la diosa de la sensualidad. Nunca podremos insistir lo suficiente respecto de la absoluta necesidad de la pureza sexual entre el pueblo de Dios. El Señor mismo, hablando acerca de nuestro tiempo, lo comparó con una generación adúltera (vea Mateo 16:4). En los primeros capítulos del libro de Proverbios, el rey David advirtió varias veces a su hijo Salomón sobre los

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peligros de la de Israel quitaron a los baales y a Astarot, y sirvieron sólo a Jehová. “Y Samuel dijo: Reunid a todo Israel en Mizpa, y yo oraré por vosotros a Jehová. Y se reunieron en Mizpa, y sacaron agua, y la derramaron delante de Jehová, y ayunaron aquel día, y dijeron allí: Contra Jehová hemos pecado. Y juzgó Samuel a los hijos de Israel en Mizpa” (1 S. 7:4-6).mujer extraña. Dijo que ella había hecho caer heridos a muchos y que había dado muerte a los más fuertes (vea Proverbios 7:26-27). “Entonces los hijos de Israel quitaron a los baales y a Astarot, y sirvieron sólo a Jehová. Y Samuel dijo: Reunid a todo Israel en Mizpa, y yo oraré por vosotros a Jehová. Y se reunieron en Mizpa, y sacaron agua, y la derramaron delante de Jehová, y ayunaron aquel día, y dijeron allí: Contra Jehová hemos pecado. Y juzgó Samuel a los hijos de Israel en Mizpa” (1 Sam. 7:4-6). La predicación de Samuel tuvo un impacto tan grande sobre la nación que Israel se deshizo de sus dioses y comenzó a servir enteramente al Señor. Luego llegó un día de arrepentimiento nacional, cuando Israel se reunió en Mizpa (que significa “atalaya”, “torre de vigilancia”), en Benjamín, cerca de Ramá. Este lugar quizá fue elegido por su nombre original utilizado por Labán y Jacob cuando hicieron un pacto diciendo: “[…] Atalaye Jehová entre tú y yo, […]” (vea Génesis 31:44-49). Por lo tanto, Israel abrigaba la esperanza que el Señor vería su humildad de espíritu al derramar agua como una señal de profunda contrición por el pecado de su nación (vea Lamentaciones 2:19). En efecto, el Señor oyó su clamor y dio a esa nación el don del arrepentimiento.

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“Cuando oyeron los filisteos que los hijos de Israel estaban reunidos en Mizpa, subieron los príncipes de los filisteos contra Israel; y al oír esto los hijos de Israel, tuvieron temor de los filisteos. Entonces dijeron los hijos de Israel a Samuel: No ceses de clamar por nosotros a Jehová nuestro Dios, para que nos guarde de la mano de los filisteos. Y Samuel tomó un cordero de leche y lo sacrificó entero en holocausto a Jehová; y clamó Samuel a Jehová por Israel, y Jehová le oyó. Y aconteció que mientras Samuel sacrificaba el holocausto, los filisteos llegaron para pelear con los hijos de Israel. Mas Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, y los atemorizó, y fueron vencidos delante de Israel. Y saliendo los hijos de Israel de Mizpa, siguieron a los filisteos, hiriéndolos hasta abajo de Bet-car” (1 S. 7:7-11). Samuel los juzgó en el sentido que llamó al ayuno. Cuando los filisteos se juntaron contra Israel, Samuel ofreció al Señor un cordero que aún no había sido destetado. Esto mostraba la inmadurez del pueblo, pues el sacrificio normal a favor de una nación debería haber sido un buey. También mostraba que por su contrición, eran purificados por el sacrificio que habla de inocencia. Mientras Samuel ofrecía la ofrenda quemada delante del Señor, clamó a Dios, quien respondió con potentes truenos, creando confusión entre los filisteos. Los israelitas los atacaron y los persiguieron hasta Bet-car, un sitio en territorio filisteo no identificable en la actualidad. El poder de los filisteos estaba en retroceso debido a que Israel se había vuelto a Dios. Esto constituye una lección para nosotros, que nuestro Dios nos dará la victoria

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únicamente si nos arrepentimos, abandonamos nuestros pecados y derramamos nuestro corazón delante de Él. “Tomó luego Samuel una piedra y la puso entre Mizpa y Sen, y le puso por nombre Eben-ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová. Así fueron sometidos los filisteos, y no volvieron más a entrar en el territorio de Israel; y la mano de Jehová estuvo contra los filisteos todos los días de Samuel. Y fueron restituidas a los hijos de Israel las ciudades que los filisteos habían tomado a los israelitas, desde Ecrón hasta Gat; e Israel libró su territorio de mano de los filisteos. Y hubo paz entre Israel y el amorreo.Y juzgó Samuel a Israel todo el tiempo que vivió. Y todos los años iba y daba vuelta a Bet-el, a Gilgal y a Mizpa, y juzgaba a Israel en todos estos lugares. Después volvía a Ramá, porque allí estaba su casa, y allí juzgaba a Israel; y edificó allí un altar a Jehová” (1 S. 7:12-17). Luego, Samuel erigió una piedra y la llamó “Eben-ezer”, porque el Señor los había ayudado. Verdaderamente, el Señor también nos ayudó muchas veces cuando nos hemos humillado delante de Él. Que podamos decir con Jeremías: “Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré” (Lm. 3:21). El pasaje de 1 Samuel dice que los filisteos no regresaron durante el tiempo de Samuel. Podemos estar seguros que hay completa victoria para los justos sobre todos sus enemigos. Como ocurrió con Israel, nos serán restauradas aquellas cosas que el enemigo nos quitó en batallas anteriores.

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Samuel juzgó a Israel durante toda su vida, y año a año recorría un circuito que iba desde su casa en Ramá a Betel, Gilgal y Mizpa. En un sentido, algo muy similar al caso de Juan, el apóstol y profeta del Nuevo Testamento, quien viajaba realizando un circuito y era responsable de siete iglesias en Asia (vea Ap. 1:11).

Samuel en su ancianidad “Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel. Y el nombre de su hijo primogénito fue Joel, y el nombre del segundo, Abías; y eran jueces en Beerseba. Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho” (1 S. 8:1-3). Samuel reemplazó a Elí porque los hijos de éste eran malvados; sin embargo, los hijos de Samuel también fueron rechazados por Israel cuando su padre los instaló como jueces en lugar de él. Casi parecería como una maldición de aquellos tiempos, que los piadosos tuvieran hijos impíos. Sus hijos pervertían el juicio por medio del soborno y la avaricia, y eran una vergüenza para Samuel. Ciertamente, estas tendencias no las encontramos en el linaje de Samuel, de modo que deben haber venido a través de su esposa, cuyo nombre no aparece en la Biblia. ¡Cuán cuidadosos debemos ser con respecto a la persona con la cual elegimos casarnos! Nuestro cónyuge puede ser una ayuda o un estorbo para el cumplimiento de nuestro llamado. Debemos reconocer las maldiciones de nuestro tiempo y quebrar su poder sobre nosotros.

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“Entonces todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones. Pero no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un rey que nos juzgue. Y Samuel oró a Jehová. Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos. Y refirió Samuel todas las palabras de Jehová al pueblo que le había pedido rey” (1 S. 8:4-10). El pueblo pidió a Samuel que les diera un rey, como tenían otras naciones. Debemos ser personas diferentes, separadas del mundo (vea 1 P. 2:9), pero cuán a menudo deseamos ser como el mundo y conformarnos a sus modelos y estándares. A pesar del desagrado de Samuel, el Señor dijo que no habían rechazado el gobierno de Samuel sobre ellos, sino el de Dios. El Señor dejó claro que esta nación lo había rechazado desde el tiempo cuando salieron de Egipto, y ahora habían rechazado a Samuel, como tan a menudo es el caso en la vida de un profeta. Podemos ver la humildad y completa obediencia de Samuel al adherir a los deseos de pueblo. Dios da al pueblo el líder que desea.

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Samuel demostró obediencia incondicional al Señor muchas veces en su vida. Cuando ungió a Saúl como rey de Israel, debió demostrar completa rendición al Señor, seguro de que, aunque estaba siendo reemplazado, Dios cuidaría de él. Samuel también probó su fidelidad en el oficio para el cual había sido designado. No abandonó su posición, sino que continuó amando al pueblo y orando por ellos, aunque habían dado la espalda a lo que sabían que era correcto.

Samuel, el que ungió reyes El hombre que Dios escogió para que fuera rey de Israel fue Saúl, de la tribu de Benjamín (vea 1 Samuel 9:1-2). En nuestro libro Estudio sobre las vidas de David y Salomón analizamos en forma más detallada muchas lecciones de la vida de Saúl. Por ahora, únicamente nos concentraremos en el papel que tuvo Samuel en la instalación del rey. “Y un día antes que Saúl viniese, Jehová había revelado al oído de Samuel, diciendo: Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti un varón de la tierra de Benjamín, al cual ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel, y salvará a mi pueblo de mano de los filisteos; porque yo he mirado a mi pueblo, por cuanto su clamor ha llegado hasta mí. Y luego que Samuel vio a Saúl, Jehová le dijo: He aquí éste es el varón del cual te hablé; éste gobernará a mi pueblo” (1 S. 9:15-17). Observemos la gracia con la cual Samuel recibe y trata al hombre que, aunque no era la elección perfecta del Señor,

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lo reemplazaría. Samuel dio a Saúl el mejor trozo de carne, lo hizo sentar en el lugar más importante entre otros treinta que habían sido invitados a la fiesta y luego, al retirarse de la casa, lo besó y lo ungió para que fuera el capitán sobre la herencia del Señor (vea 1 Samuel 9:22 10:1). “Después Samuel convocó al pueblo delante de Jehová en Mizpa, y dijo a los hijos de Israel: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Yo saqué a Israel de Egipto, y os libré de mano de los egipcios, y de mano de todos los reinos que os afligieron. Pero vosotros habéis desechado hoy a vuestro Dios, que os guarda de todas vuestras aflicciones y angustias, y habéis dicho: No, sino pon rey sobre nosotros. Ahora, pues, presentaos delante de Jehová por vuestras tribus y por vuestros millares. Y haciendo Samuel que se acercasen todas las tribus de Israel, fue tomada la tribu de Benjamín. E hizo llegar la tribu de Benjamín por sus familias, y fue tomada la familia de Matri; y de ella fue tomado Saúl hijo de Cis. Y le buscaron, pero no fue hallado. Preguntaron, pues, otra vez a Jehová si aún no había venido allí aquel varón. Y respondió Jehová: He aquí que él está escondido entre el bagaje. Entonces corrieron y lo trajeron de allí; y puesto en medio del pueblo, desde los hombros arriba era más alto que todo el pueblo. Y Samuel dijo a todo el pueblo: ¿Habéis visto al que ha elegido Jehová, que no hay semejante a él en todo el pueblo? Entonces el pueblo clamó con alegría, diciendo: ¡Viva el rey!” (1 S. 10:17-24). Samuel convocó entonces al pueblo en Mizpa y, por suertes, fue revelado que Saúl era el elegido del Señor. A modo de comentario, él era claramente un hombre como

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el que el pueblo habría elegido porque de los hombros para arriba era más alto que cualquiera de ellos. Cuando Samuel presentó a Saúl delante del pueblo, todos gritaron: “¡Viva el rey!” Más adelante, Samuel volvió a convocar al pueblo, pero esta vez fue en Gilgal, el lugar en el cual los que habían cruzado el Jordán con Josué fueron circuncidados. Se lo recuerda como el lugar de la separación. Aquí Samuel habló con ellos y les preguntó si alguna vez había hecho algo malo delante de sus ojos, a lo que el pueblo respondió: “[…]: Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre. Y él les dijo: Jehová es testigo contra vosotros, y su ungido también es testigo en este día, que no habéis hallado cosa alguna en mi mano. Y ellos respondieron: Así es” (1 S. 12:4-5). Luego, Samuel les recordó los tiempos en la historia de Israel en los cuales sus antepasados habían pecado y clamado al Señor, y Él les había enviado libertadores. Samuel concluyó invocando al Señor para que enviara truenos y lluvia sobre la cosecha del trigo como una señal de que habían pecado gravemente al pedir un rey. Cuando llegó la lluvia, el pueblo reconoció su pecado (vea 1 Samuel 12:17-18). Samuel finalizó diciendo que si servían al Señor en verdad, Él estaría con ellos, pero si continuaban haciendo lo malo, perecían (vea 1 Samuel 12:24-25). Sin embargo, debido a que tenía un genuino corazón de sacerdote, Samuel dijo: “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto” (1 S. 12:23).

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Al igual que Moisés, Samuel continuó orando por el pueblo de Israel aunque ellos parecían completamente afirmados en sus caminos de rebeldía. Samuel tenía un verdadero corazón de amor y misericordia; deseaba siempre lo mejor para quienes lo habían rechazado y habían dado la espalda a Dios. De Samuel podemos decir en verdad que anduvo fielmente en los caminos del padre del sacerdocio, Leví, como se describe en Malaquías 2:5-7.

La orden dada a Saúl “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos. Saúl, pues, convocó al pueblo y les pasó revista en Telaim, doscientos mil de a pie, y diez mil hombres de Judá. Y viniendo Saúl a la ciudad de Amalec, puso emboscada en el valle. Y dijo Saúl a los ceneos: Idos, apartaos y salid de entre los de Amalec, para que no os destruya juntamente con ellos; porque vosotros mostrasteis misericordia a todos los hijos de Israel, cuando subían de Egipto. Y se apartaron los ceneos de entre los hijos de Amalec. Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta llegar a Shur, que está al oriente de Egipto. Y tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron” (1 S. 15:3-9).

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Luego de varios años, el profeta Samuel fue enviado al rey Saúl con la orden de destruir a los amalecitas. Saúl los destruyó, excepto al rey Agag, y a lo mejor de los animales. Cuando llegó Samuel, pronunció las palabras que constituyen la doctrina y la guía para la vida de los piadosos en todos los tiempos: “[…]. Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey” (1 S. 15:22-23). La obediencia es mejor que el sacrificio; los que aman a Dios guardarán Sus mandamientos (vea Marcos 12:32-33). Samuel demostró nuevamente su obediencia a Dios cuando personalmente dio muerte a Agag. “Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que adore a Jehová. Y Samuel respondió a Saúl: No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel. Y volviéndose Samuel para irse, él se asió de la punta de su manto, y éste se rasgó. Entonces Samuel le dijo: Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú. Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta. Y él dijo: Yo he pecado;

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pero te ruego que me honres delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, y vuelvas conmigo para que adore a Jehová tu Dios. Y volvió Samuel tras Saúl, y adoró Saúl a Jehová” (1 S. 15:24-31). Saúl deseaba que Samuel lo honrara delante del pueblo, pero Samuel no quiso hacerlo. Entonces Saúl tomó el borde del manto de Samuel y lo desgarró, lo que simbolizaba el juicio que vendría sobre Saúl por causa de su desobediencia. El reino le fue quitado y sería dado a otro: a un hombre conforme al corazón de Dios. Samuel recibió la orden de no llorar más por Saúl, porque el Señor lo había rechazado (vea 1 Samuel 15:35—16:1). Esto nuevamente nos muestra el profundo amor y compasión de Samuel por quien había pecado contra Dios. Muchas veces nos damos por vencidos en nuestra oración a favor de quienes no andan por el camino que el Señor los ha llamado a transitar. Sin embargo, Samuel continuó en oración hasta que el Señor, concretamente, le ordenó dejar de hacerlo. ¡Qué corazón compasivo el de Samuel! El profeta ungiría a uno de los hijos de Isaí, de Belén, en lugar de Saúl. Como sabemos, David fue un hombre llamado por Dios. Después de ungirlo con el cuerno de aceite, Samuel regresó a su casa en Ramá. “Y el espíritu malo de parte de Jehová vino sobre Saúl; y estando sentado en su casa tenía una lanza a mano, mientras David estaba tocando. Y Saúl procuró enclavar a David con la lanza a la pared, pero él se apartó de delante de Saúl, el cual hirió con la lanza en la pared…

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Huyó, pues, David, y escapó, y vino a Samuel en Ramá, y le dijo todo lo que Saúl había hecho con él. Y él y Samuel se fueron y moraron en Naiot. Y fue dado aviso a Saúl, diciendo: He aquí que David está en Naiot en Ramá. Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, los cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron. Cuando lo supo Saúl, envió otros mensajeros, los cuales también profetizaron. Y Saúl volvió a enviar mensajeros por tercera vez, y ellos también profetizaron. Entonces él mismo fue a Ramá; y llegando al gran pozo que está en Secú, preguntó diciendo: ¿Dónde están Samuel y David? Y uno respondió: He aquí están en Naiot en Ramá. Y fue a Naiot en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá. Y él también se despojó de sus vestidos, y profetizó igualmente delante de Samuel, y estuvo desnudo todo aquel día y toda aquella noche. De aquí se dijo: ¿También Saúl entre los profetas?” (1 S. 19:9 10, 18-24). Saúl todavía era rey, pero un espíritu malo había reemplazado la unción de Dios y lo provocaba a celos contra David, quien se había convertido en su servidor y más tarde en su yerno. Saúl procuró matar a David, quien huyó a donde estaba Samuel en Ramá. Al descubrir el paradero de David, Saúl envió siervos a tomarlo prisionero, pero los siervos comenzaron a profetizar. Tres compañías fueron enviadas para apresar a David, y las tres profetizaron. Finalmente, el propio Saúl se hizo presente, y cuando se acercó a Samuel, él también

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profetizó, cayendo desnudo a los pies del anciano profeta. La razón de esto fue que había una poderosa presencia del Señor en la forma del Espíritu de profecía y todos los que estaban cerca cayeron bajo esa unción. He visto ocurrir esto en una versión mucho más reducida, al ver profetizar a toda una compañía por causa de la presencia de esa unción. Por lo tanto, como veremos más adelante en nuestro estudio de los falsos profetas, no es la profecía la que salva, sino la vida que vivimos. Tengamos en cuenta que aun Saúl profetizó. Por cierto, esta se considera la primera escuela de profetas, la cual fue un modelo para las universidades de Boloña, París y Oxford en la Edad Media.

La muerte de Samuel Se nos dice que en el tiempo en que Saúl estaba nuevamente persiguiendo a David, Samuel murió y todo Israel hizo duelo por él. Samuel fue sepultado en su casa en Ramá (vea 1 Samuel 25:1). “Se juntaron, pues, los filisteos, y vinieron y acamparon en Sunem; y Saúl juntó a todo Israel, y acamparon en Gilboa. Y cuando vio Saúl el campamento de los filisteos, tuvo miedo, y se turbó su corazón en gran manera. Y consultó Saúl a Jehová; pero Jehová no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas. Entonces Saúl dijo a sus criados: Buscadme una mujer que tenga espíritu de adivinación, para que yo vaya a ella y por medio de ella pregunte. Y sus criados le respondieron: He aquí hay una mujer en Endor que tiene espíritu de adivinación. Y

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se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos, y se fue con dos hombres, y vinieron a aquella mujer de noche; y él dijo: Yo te ruego que me adivines por el espíritu de adivinación, y me hagas subir a quien yo te dijere. Y la mujer le dijo: He aquí tú sabes lo que Saúl ha hecho, cómo ha cortado de la tierra a los evocadores y a los adivinos. ¿Por qué, pues, pones tropiezo a mi vida, para hacerme morir? Entonces Saúl le juró por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto. La mujer entonces dijo: ¿A quién te haré venir? Y él respondió: Hazme venir a Samuel. Y viendo la mujer a Samuel, clamó en alta voz, y habló aquella mujer a Saúl, diciendo: ¿Por qué me has engañado? pues tú eres Saúl. Y el rey le dijo: No temas. ¿Qué has visto? Y la mujer respondió a Saúl: He visto dioses que suben de la tierra. El le dijo: ¿Cuál es su forma? Y ella respondió: Un hombre anciano viene, cubierto de un manto. Saúl entonces entendió que era Samuel, y humillando el rostro a tierra, hizo gran reverencia” (1 S. 28:4-14). Un tiempo después, los filisteos reunieron un gran ejército contra Israel y Saúl tembló al ver su número. Intentó consultar al Señor, tal como debía hacer, pero el Señor no le contestó ni por sueños, ni por Urim, ni por ninguno de los profetas. Luego, Saúl añadió a sus pecados el consultar a una adivina, a la cual demandó que hiciera venir a Samuel. Este pasaje de la Biblia ha inquietado a algunos santos amados. Es importante notar que el Paraíso, donde estaban los santos antes de la resurrección de Jesús, era un lugar de descanso para ellos, situado apenas por debajo de la superficie de la tierra. En la soberanía de Dios, Samuel se levantó de la tierra.

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El mensaje que trajo Samuel fue poco menos que reconfortante: predijo el ocaso de Saúl y sus hijos. Anunció que los filisteos derrotarían y destruirían al ejército de Israel. Más aún, Samuel recordó a Saúl que por causa de su desobediencia en no destruir a los amalecitas, el reino sería quitado de sus manos y dado a David (vea 1 Samuel 28:17-19). Esta es la última aparición de Samuel en toda la Biblia. Sin embargo, en Jeremías 15:1 se lo menciona junto con Moisés como un gran intercesor, de modo que la Biblia testifica de su ministerio fiel, el cual desarrolló con suma capacidad. Samuel fue un modelo de profeta y maestro, y es un ejemplo a seguir para todos nosotros. Ciertamente se cumplió en él la promesa que el Señor hizo cuando nació, en cuanto a que sería un sacerdote fiel. También fue un juez y un profeta de carácter ejemplar. Fue un profeta cuyas declaraciones, todas, provenían directamente de la presencia de Dios (a diferencia de Natán, quien habló fuera de tiempo y tuvo que ser corregido por Dios al brindar consejo a David (vea 2 Samuel 7:1-5). Su vida estuvo completamente dedicada al Señor, desde su nacimiento hasta su muerte. Fue nazareo toda su vida, guardando su voto al Señor y viviendo una vida separada para Dios y para el ministerio al cual fue ordenado. Vivamos nosotros también de la misma manera y seamos fieles al Señor y al llamado que Él ha puesto en nuestra vida. Amén

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Gad “Pero el profeta Gad dijo a David: No te estés en este lugar fuerte; anda y vete a tierra de Judá. Y David se fue, y vino al bosque de Haret” (1 S. 22:5). Gad también es llamado el vidente de David en 2 Samuel 24:11. Aunque David era un profeta, sacerdote y rey, Dios le dio dos profetas reconocidos para fortalecerlo en la tarea a la cual el Señor lo había llamado. Esos profetas fueron Gad y Natán.

Natán “Dijo el rey al profeta Natán: Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas. […] Aconteció aquella noche, que vino palabra de Jehová a Natán, diciendo: Ve y di a mi siervo David: Así ha dicho Jehová: ¿Tú me has de edificar casa en que yo more?” (2 S. 7:2, 4-5). “Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino” (2 S. 7:12-13). Los versículos anteriores ilustran la manera en que estos dos profetas fueron usados por Dios para dar instrucciones a David. En algunos casos, a las personas que les es ordenado fundar obras o confraternidades, les son dados

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profetas para que las guíen y fortalezcan en la tarea que Dios les ha encomendado. ¡Cuán importantes fueron estos profetas que apoyaron a David! Todos nosotros necesitamos, en ciertos momentos de nuestra vida, ser fortalecidos y guiados por la Palabra del Señor por medio de Sus siervos ungidos. Debo expresar mi gratitud al Señor por tales siervos, del pasado y del presente, que me han alentado en tiempos de gran necesidad en mi vida. Cada confraternidad y cada iglesia individual los necesita. Ore para que el Señor se los dé a su iglesia o confraternidad. Son como timones que guían a la iglesia y como velas que le dan fuerzas para perseverar en medio de las tormentas de la vida, y así arribar a su Buen Puerto de reposo.

Ahías “Aconteció, pues, en aquel tiempo, que saliendo Jeroboam de Jerusalén, le encontró en el camino el profeta Ahías silonita, y éste estaba cubierto con una capa nueva; y estaban ellos dos solos en el campo. Y tomando Ahías la capa nueva que tenía sobre sí, la rompió en doce pedazos, y dijo a Jeroboam: Toma para ti los diez pedazos; porque así dijo Jehová Dios de Israel: He aquí que yo rompo el reino de la mano de Salomón, y a ti te daré diez tribus” (1 R. 11:29-31). Dios usó a Ahías para decretar que Jeroboam reinaría sobre diez tribus de Israel, las cuales se convirtieron en el Reino de Israel del Norte. En otra oportunidad, durante la enfermedad del hijo de Jeroboam, Ahías declaró que el niño moriría (vea 1 R. 14:4-16).

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Aquí hay una verdad muy interesante. ¡El profeta usado por Dios para declarar el reinado de Jeroboam fue aquél a quien el rey recurrió en tiempo de dificultad! Pareciera ser que las personas que han sido usadas por Dios en nuestra vida son aquellas a las cuales recurrimos en busca de ayuda en tiempos de decisiones y necesidades. Es como si se desarrollara un vínculo entre el profeta y aquél a quien él ministra en el comienzo de la vida de esa persona. Esto lo podemos ver también en la vida del apóstata Saúl. Samuel lo ungió para ser rey, pero al final de su vida, cuando estaba en problemas, recurrió a la adivina de Endor para hacer venir a Samuel y que él le hiciera conocer cuál sería su suerte. ¡Nosotros también recurrimos a quienes en el pasado han sido usados para ayudarnos, creyendo que nuevamente serán usados para prestarnos ayuda!

El varón de Dios y el viejo profeta En 1 Reyes 13 tenemos un relato que merece un estudio cuidadoso. Un hombre fue enviado a profetizar contra el altar pagano erigido por el rey apóstata Jeroboam. Este profeta de Dios declaró que habría un rey de Judá llamado Josías, que quemaría sobre ese altar los huesos de los sacerdotes que ofrecían incienso allí (vea 1 Reyes 13:2). El Señor también había dado un mandamiento a este varón de Dios: “Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres. Regresó, pues, por otro camino, y no volvió por el camino por donde había venido a Bet-el” (1 R. 13:9-10).

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Había una razón para el mandamiento de Dios. El mensajero de Dios no podía solicitar hospitalidad en una tierra que había sido condenada por el altar idolátrico de Jeroboam. Como mensajero de un Dios santo, el varón de Dios debe ser santo. Toda comisión del Señor incluirá condiciones que comprueben nuestro nivel de obediencia. Para el varón de Dios, la comprobación llegó en la forma de un viejo profeta del cual tampoco se menciona el nombre. Había oído acerca del varón de Dios que hizo que el altar se rompiera por intervención divina, y de la mano del rey Jeroboam que se había secado e inmediatamente fue restaurada. El viejo profeta deseaba conocer a este hombre de Dios e invitarlo a comer a su casa. Cuando el varón de Dios declinó la invitación, el viejo profeta respondió: “[…]: Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua. Entonces volvió con él, y comió pan en su casa, y bebió agua. Y aconteció que estando ellos en la mesa, vino palabra de Jehová al profeta que le había hecho volver. Y clamó al varón de Dios que había venido de Judá, diciendo: Así dijo Jehová: Por cuanto has sido rebelde al mandato de Jehová, y no guardaste el mandamiento que Jehová tu Dios te había prescrito, sino que volviste, y comiste pan y bebiste agua en el lugar donde Jehová te había dicho que no comieses pan ni bebieses agua, no entrará tu cuerpo en el sepulcro de tus padres” (1 R. 13:18-22). Podemos ver el resultado de la desobediencia del varón de Dios en 1 Reyes 13:24 26, 30 31: “Y yéndose, le topó

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un león en el camino, y le mató; y su cuerpo estaba echado en el camino, y el asno junto a él, y el león también junto al cuerpo. Y he aquí unos que pasaban, y vieron el cuerpo que estaba echado en el camino, y el león que estaba junto al cuerpo; y vinieron y lo dijeron en la ciudad donde el viejo profeta habitaba. Oyéndolo el profeta que le había hecho volver del camino, dijo: El varón de Dios es, que fue rebelde al mandato de Jehová; por tanto, Jehová le ha entregado al león, que le ha quebrantado y matado, conforme a la palabra de Jehová que él le dijo.[…]. Y puso el cuerpo en su sepulcro; y le endecharon, diciendo: ¡Ay, hermano mío! Y después que le hubieron enterrado, habló a sus hijos, diciendo: Cuando yo muera, enterradme en el sepulcro en que está sepultado el varón de Dios; poned mis huesos junto a los suyos”. Este suceso presenta numerosas ilustraciones que haremos bien en tener presentes. La primera lección es que, cuando Dios habla, no debemos escuchar a otros que nos quieran desviar del camino del Señor. Por su parte, el viejo profeta, que aparentemente fue en otro tiempo un ministro ungido de Dios, pareciera haber perdido la unción del Señor. En esa oportunidad decidió juntarse con el joven varón de Dios para recuperar algo del reconocimiento y la gloria asociados con el oficio de un profeta, además de procurar impedir al joven obedecer el mandamiento del Señor. Esto podría compararse con alguien que participó en un movimiento anterior de Dios y busca desviar a otro que está siendo usado por el Señor en un movimiento presente.

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También podemos compararlo con el caso de padres que perdieron su primer amor por Cristo y están disuadiendo a sus hijos de una consagración con al Señor todo su corazón. Que quienes ahora somos mayores procuremos siempre alentar a los más jóvenes a alcanzar mayores alturas que las que nosotros mismos hemos alcanzado.

Jehú, el hijo de Hanani “Pero la palabra de Jehová por el profeta Jehú hijo de Hanani había sido contra Baasa y también contra su casa, con motivo de todo lo malo que hizo ante los ojos de Jehová, provocándole a ira con las obras de sus manos, para que fuese hecha como la casa de Jeroboam; y porque la había destruido” (1 R. 16:7). Este profeta Jehú fue usado para pronunciar juicio contra el tercer rey de Israel. Baasa había matado a Nadab, quien era hijo de Jeroboam, pero Baasa y su hijo Ela también hicieron lo malo ante los ojos del Señor. Es de destacar que se levantaron muchos profetas a partir de entonces durante los reinados de los reyes de Israel, estos últimos, todos extremadamente malvados. Esto habla de la compasión del Señor por su pueblo reincidente, siempre procurando hacer que se volvieran a Él.

Elías Elías comparte con Moisés el hecho de ser uno de los profetas más importantes y conocidos de la historia mundial. Se lo identifica como uno de los dos ungidos

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que están delante del Señor de toda la tierra (vea Zacarías 4:14). Como tal, aparece junto con Moisés en el monte de la transfiguración. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él” (Mt. 17:1-3). En Malaquías se nos habla acerca de estos dos profetas: “Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Mal. 4:4-6). Esto fue confirmado por las palabras de nuestro Señor: “[…] A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas” (Mt. 17:11). Ellos son los dos testigos: “Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra” (Ap. 11:3-4). A continuación, presentamos varios episodios en la vida de Elías:

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1. Hace su aparición – 1 Reyes 17:1. 2. Su primer milagro: Declaró que no habría lluvia sino por su palabra – 1 Reyes 17:1. 3. Fue alimentado por cuervos en el arroyo de Querit – 1 Reyes 17:3-6. 4. Su segundo milagro: La harina de la tinaja y el aceite de la vasija de la viuda de Sarepta no cesaron hasta que el Señor envió lluvia nuevamente – 1 Reyes 17:14. 5. Su tercer milagro: Resucitó al hijo de la viuda – 1 Reyes 17:22. 6. El anuncio de la llegada de la lluvia – 1 Reyes 18:1. 7. Su cuarto milagro: El fuego de Dios cayó sobre el sacrificio en el monte Carmelo – 1 Reyes 18:38. 8. Su quinto milagro: La llegada de la lluvia – 1 Reyes 18:41-45. 9. Corrió delante del carro de Acab hasta la ciudad – 1 Reyes 18:46. 10. Huye de Jezabel y es alimentado por un ángel – 1 Reyes 19:1-8. 11. Tiene un encuentro con Dios en una cueva en el monte Horeb y recibe una nueva comisión – 1 Reyes 19:13 y siguientes. 12. Reprende a Acab en la viña de Nabot – 1 Reyes 21:19. 13. Los capitanes del rey Ocozías son muertos por fuego del cielo – 2 Reyes 1:10 y siguientes. 14. Su séptimo milagro: Dividió el río Jordán golpeándolo con su manto – 2 Reyes 2:8. 15. Asciende al cielo en un torbellino – 2 Reyes 2:11.

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Analizaremos ahora la vida de este gran hombre de Dios. Elías hizo su dramática aparición en el escenario de la historia en el relato escrito para nosotros en 1 Reyes 17:1: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra”. No se habla de su trasfondo, de su familia, ni de dónde fue preparado por el Señor para tan pesada tarea. Simplemente apareció y realizó una declaración ante el perverso rey Acab, cuyo malvado padre Omri había sucedido a Zimri, quien a su vez había matado a Ela, hijo de Baasa, dando así cumplimiento a la palabra del Señor por medio de Jehú, hijo de Hanani, contra la casa de Baasa. De modo que Acab se convirtió en el séptimo rey de las tribus del Norte de Israel. Aunque no sabemos cuál fue el momento específico en que el Señor llamó a Elías a este ministerio, sabemos que fue ordenado por Él para ser un profeta, porque se nos dice que es alguien que está delante del Señor (vea Zacarías 4:14), es decir, del lado interior del velo en el Lugar Santísimo con el Señor. Analizaremos esto en detalle, a fin de poder apreciar la importancia de esta afirmación para nuestra vida. Este no debe ser un simple estudio académico u objetivo, sino subjetivo; las verdades que vemos en la vida y el ministerio de los profetas deben aplicarse también a nuestra vida.

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El Tabernáculo La presencia literal de Dios en el Antiguo Testamento se veía y comprendía a por medio del Tabernáculo de Moisés. Constaba de tres partes: el Atrio exterior, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Las siete piezas del mobiliario del Tabernáculo representaban experiencias espirituales para los creyentes. En el Atrio exterior estaban: •

• •

El Altar de Bronce con sus sacrificios de sangre del cordero, que tipificaban a Cristo nuestro Cordero Pascual y hablaban de la salvación por medio de la sangre de Jesucristo. El Lavacro (o la Fuente), que describía el bautismo en agua. Los Cuernos del Altar, que hablaban del poder dado por medio del bautismo del Espíritu Santo, con la evidencia inicial de hablar en otras lenguas. En el Lugar Santo estaban:







El Candelabro con las siete lámparas, que hablaba de los siete espíritus del Señor (vea Isaías 11:2). La Mesa de los Panes de la Proposición, que revelaban a Cristo como el Pan de Vida y también revelaban al creyente como un pan partido para ser dado a las naciones. El Altar del Incienso, que hablaba de una vida de intercesión.

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Entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo colgaba un velo, que separaba a los hombres de la presencia y de la gloria de Dios. El velo representa la crucifixión de Cristo (vea Hebreos 10:20), debido a que en Su muerte el velo fue rasgado y se abrió un camino para que la humanidad entrara en la presencia de un Dios santo (vea Mateo 27:51). En la vida de los cristianos, esto habla de la experiencia de Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. En el Lugar Santísimo se encontraban: • •





El Arca del Pacto. Dos tablas de piedra. (Estaban dentro del Arca, porque Dios mismo había escrito sobre las piedras los Diez Mandamientos que dio a Moisés. Según 2 Corintios 3:3, las leyes de Dios ahora deben escribirse en las tablas de carne de nuestro corazón.) Una vasija de maná, que habla de la comida de los ángeles y del pan del cielo que descendió a los hombres. (Según Juan 6:33, 41, éste es ahora el Pan de Vida del cual los cristianos debemos alimentarnos diariamente.) El Propiciatorio, desde el cual el Señor hablaba (vea Números 7:89)

Ciertamente, estos aspectos de la vida espiritual del creyente se habían desarrollado en Elías, quien estuvo delante de la presencia literal de Dios, cumpliendo su

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llamado después de largos años de preparación. Tuvo que atravesar las experiencias del Atrio exterior y del Lugar Santo antes de poder entrar en el Lugar Santísimo. Al igual que Juan el Bautista –quien vino con el poder de Elías (vea Lucas 1:17)– y Jesús, fue exaltado a la posición que había sido designado para que ocupara. Aquí, nosotros también debemos desear permanecer en la presencia del Dios tres veces Santo. Debemos pasar, por Su gracia, de las experiencias del Atrio exterior –la salvación, el bautismo en agua y el bautismo del Espíritu Santo– hasta el Lugar Santo. Allí debemos ser ungidos para el servicio, hechos panes partidos, tener la Palabra hecha carne dentro de nosotros y llegar a ser intercesores. Luego debemos pasar al Lugar Santísimo, al otro lado del velo, por medio de la experiencia de Romanos 6:6 (la vida crucificada). En el Lugar Santísimo, las leyes de Dios son escritas sobre las tablas de nuestro corazón y somos alimentados con el maná escondido (vea Apocalipsis 2:17), o verdades bíblicas que, en la soberanía del Padre, habían permanecido ocultas (vea Proverbios 25:2). También dentro del Lugar Santísimo estaba el Propiciatorio (también llamado el Asiento de Misericordia), el cual cubre la Ley. La misericordia pertenece únicamente a Dios y solo Él determina quiénes la recibirán (vea Salmos 62:12; Éxodo 33:19). Debemos procurar tener una revelación de esta formidable cualidad de nuestro Padre Celestial. Otro aspecto de la vida de estos profetas que no debemos pasar por alto es la soledad. Debían enfrentar las situaciones solos y, en ciertos momentos, tuvieron que

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renunciar a la compañía de otros. Es muy importante que podamos vivir en compañía de nosotros mismos únicamente. ¿Qué clase de persona es usted? ¿Disfruta de su propia compañía? ¿Es una persona agradable, alguien que no se queja sino que está lleno del amor, el gozo y la paz del Señor? ¡Que nunca se diga de nosotros que estamos revolcándonos en la amargura y la tristeza! “Todos los días del afligido son difíciles; mas el de corazón contento tiene un banquete continuo” (Pr. 15:15). Nunca aflijamos nuestra alma con la queja o la conmiseración; por el contrario, regocijémonos continuamente, para así tener un corazón alegre que nos haga bien como una medicina (vea Proverbios 17:22). Caminar con Jesús significa experimentar la plenitud del gozo en Su presencia.

Los tiempos de Elías Elías apareció públicamente en Israel en tiempos de Acab, quien reinó circa 900 a.C. Fue un período de gran apostasía nacional para las diez tribus del Norte. “Y reinó Acab hijo de Omri sobre Israel en Samaria veintidós años. Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró. E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que él edificó en Samaria. Hizo también Acab una imagen de Asera, haciendo así Acab más que todos los reyes de Israel

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que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel” (1 R. 16:30-33). El profeta Elías se presentó en Israel con un mensaje de juicio: “[…] no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 R. 17:1). Elías oía y conocía la Palabra del Señor tan bien que pudo proclamarla ante reyes, sabiendo que lo que decía sucedería. Sin embargo, el conocimiento de la Palabra del Señor no era suficiente; Elías tenía que orar para que ocurriera. Santiago 5:17 nos dice que “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses”. La lección para nosotros es que no es suficiente con solo oír la voluntad de Dios; debemos oír y orar para que ocurra lo que Dios ha dicho. Podríamos decir que Elías llegó, figuradamente, hasta el Altar del Incienso por medio del ministerio de la intercesión, y oró de acuerdo a la voluntad de Dios para que no lloviera. Analicemos esta importante pieza del mobiliario en la vida de un profeta.

El Altar del Incienso: La oración intercesora “Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás. Su longitud será de un codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, y su altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del mismo. Y lo cubrirás de oro puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en derredor una cornisa de oro. Le harás también dos anillos de oro debajo de su cornisa,

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a sus dos esquinas a ambos lados suyos, para meter las varas con que será llevado. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro. Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo. Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones” (Éx. 30: 1-8). La madera nos habla aquí de nuestra humanidad. Vista desde la perspectiva del Padre, nos habla de Jesús como el Hijo del Hombre. La madera es un tipo de la humanidad, formada y planificada de un codo de longitud, simbolizando la perfecta unidad con Dios en cuanto al propósito de la visión. La anchura de un codo habla de la amplitud y alcance de ese propósito o visión. En esta pieza de mobiliario es un símbolo del intercesor en unidad con Dios, para que el Espíritu Santo pueda orar a través de él sin obstáculos a fin de que se cumpla la voluntad del Padre. La madera, o el intercesor, debe llevar un revestimiento de oro puro, lo que nos habla de la naturaleza de la Deidad. Debemos estar revestidos con la naturaleza de Cristo para ser aceptables al Padre. En Éxodo 30:34, el Señor indica a Moisés cuáles deberán ser los componentes del incienso: “[…]. Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro; de todo en igual peso”.

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• El estacte: Generalmente aceptado por la mayoría de los teólogos como la representación de la mirra, que habla de la virtud de la mansedumbre. Esta virtud es un ingrediente esencial de la oración, porque incuestionablemente hace que una persona acepte los tratos de Dios en su vida como justos y para su bien. • La uña aromática: Hecha de la parte de la ostra que une las dos caparazones, lo que ilustra la desesperación en la vida de oración del intercesor cuando, al igual que Ester en la antigüedad, clama: “Si perezco, que perezca” (vea Ester 4:16). El intercesor da su vida por aquél en favor de quien ora. La vida del intercesor se agota a causa del esfuerzo y de las tribulaciones. Pablo dijo que la muerte actuaba en él para que pudiera fluir vida hacia los cristianos corintios (vea 2 Corintios 4:12). • El gálbano: Habla de las lágrimas, pues es como una lágrima de resina o goma que exuda el árbol. Podemos ver esto en la vida de Cristo: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (He. 5:7). • El incienso: Habla de la fe (compare Cantar de los Cantares 4:13-14 y Gálatas 5:22 23). La oración es algo muy serio; abarca; todo nuestro ser e incluye el fruto de la fe, revelada en el incienso. En Hebreos 11:6 leemos: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es

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necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. Sería ofensivo para con Dios orar pidiéndole algo y no creer que nos lo daría. Sería comparable a las oraciones de los escribas y fariseos, las cuales eran, de hecho, vanas repeticiones. Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia en tiempos de necesidad, con la certeza que nuestro Padre Celestial sabe qué es lo que necesitamos (vea Hebreos 4:16). “Y él fue e hizo conforme a la palabra de Jehová; pues se fue y vivió junto al arroyo de Querit, que está frente al Jordán. Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde; y bebía del arroyo. Pasados algunos días, se secó el arroyo, porque no había llovido sobre la tierra” (1 R. 17:5 7). Elías estaba orando de todo corazón en el arroyo de Querit, cerca del río Jordán. Este fue el lugar donde el Señor le dijo que se ocultara para ser sustentado y protegido. Dios le proveyó agua del arroyo para beber y cuervos que lo alimentaran de mañana y de tarde con pan y carne. Hay aquí una verdad que no debemos desestimar por negligencia. Los cuervos son aves inmundas; más aún, se dice que son abominación para el Señor (vea Levítico 11:15), pero sin embargo, fueron usadas por Él para alimentar a Su precioso profeta. Hay tiempos en los cuales el Señor puede elegir aun a quienes son una abominación delante de Él, para cuidar de Sus hijos.

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Vemos también que el profeta fue sustentado con pan (la Palabra de Dios) y carne (comida sólida). Esto habla de la madurez del profeta, según Hebreos 5:14: “Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. Sin ánimo de querer llevar demasiado lejos la analogía espiritual de los términos, “Querit” significa “un corte” o una separación. El Señor deseaba que en ese tiempo Su profeta fuera separado de las demás personas, de modo que se pudiera llevar a cabo la obra de Dios. Si el profeta hubiera vivido entre el pueblo, viendo los resultados del hambre, hubiera clamado a Dios por misericordia para que trajera lluvia antes del tiempo señalado por Él. No es suficiente conocer la voluntad de Dios; también debemos esperar Sus tiempos, determinados por Su voluntad. Es importante señalar que el arroyo se secó. Las provisiones de Dios son variadas y Él no utiliza siempre los mismos medios para sustentarnos; debemos estar atentos cada día para ver de qué manera proveerá para nosotros. “Vino luego a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente. Entonces él se levantó y se fue a Sarepta. Y cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; y él la llamó, y le dijo: Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba. Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo:

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Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano. Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir. Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra. Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días. Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías” (1 R. 17:8-16). Luego, el gran profeta fue enviado a una viuda. El Señor dará el honor de sustentar a Sus siervos a quienes tienen muy poco, no necesariamente a los ricos y poderosos. En este caso, Elías fue enviado a una viuda pobre. La mujer había empobrecido hasta contar con solo un puñado de harina y un poco de aceite, anticipando claramente que se trataba de la última comida antes que ella y su hijo murieran. Sin embargo, la Palabra del Señor vino por medio de Elías. Le fue dicho a la mujer que alimentara en primer lugar al profeta, y luego ni la harina de la tinaja ni el aceite de la vasija faltarían hasta que el Señor hiciera llover sobre la tierra. La mujer obedeció, y como resultado, ella y su hijo comieron durante muchos días. La obediencia a la Palabra de Dios trae bendición. Observemos que la

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bendición y la provisión vinieron después de la obediencia, no antes. Primero somos probados; luego fluye la provisión. “Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo del ama de la casa; y la enfermedad fue tan grave que no quedó en él aliento. Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo? El le dijo: Dame acá tu hijo. Entonces él lo tomó de su regazo, y lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama. Y clamando a Jehová, dijo: Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo? Y se tendió sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió. Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive. Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (1 R. 17:17-24). Otra prueba crucial para la viuda y para Elías llegó en la forma de la muerte del hijo de ella. La mujer relacionó su muerte con un pecado previo no mencionado. Sumamente afligido, Elías clamó a Dios, y tendiéndose tres veces sobre el niño lo trajo nuevamente a la vida. La vida es una batalla, como expresa Pablo a la iglesia en Roma: “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios” (Ro. 15:30). De modo que como

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con Elías y Pablo, así también es con nosotros: únicamente la oración angustiosa es la que produce los resultados esperados. La respuesta de la viuda fue extraordinaria. Declaró que entendía que Elías era un hombre de Dios, y que la Palabra del Señor estaba en verdad en su boca. La mujer había visto el milagro de provisión por muchos días, pero al igual que nosotros, estaba llena de incredulidad. “Pasados muchos días, vino palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra” (1 R.18:1). Había llegado el momento en que el Señor enviaría nuevamente lluvia sobre la tierra. A Elías le fue dicho que se presentara ante Acab y anunciara que el Señor enviaría lluvia. En Santiago 5:18 leemos lo que ocurrió detrás de escena: “Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”. De modo que en tiempos de juicio o bendición decretados, la oración hace que ocurra lo que está en la voluntad de Dios. “Y Acab llamó a Abdías su mayordomo. Abdías era en gran manera temeroso de Jehová. Porque cuando Jezabel destruía a los profetas de Jehová, Abdías tomó a cien profetas y los escondió de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los sustentó con pan y agua. Dijo, pues, Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos, a ver si acaso hallaremos hierba con que conservemos la vida a los caballos y a las mulas, para que no nos quedemos sin bestias. Y

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dividieron entre sí el país para recorrerlo; Acab fue por un camino, y Abdías fue separadamente por otro. Y yendo Abdías por el camino, se encontró con Elías; y cuando lo reconoció, se postró sobre su rostro y dijo: ¿No eres tú mi señor Elías? Y él respondió: Yo soy […]” (1 R. 18:3-8). En este episodio se nos presenta a Abdías, un notable hombre de Dios. Temeroso del Señor en gran manera, era el mayordomo de la casa del hombre más malvado de Israel: el rey Acab. Dios a menudo coloca a los vasos de gloria junto a los vasos de ira como un testimonio continuo de los caminos rectos del Señor. Los vasos de gloria son probados y purificados por las palabras y acciones de las personas malvadas. En su caso, podemos trazar un paralelo con Daniel, quien fue puesto en la corte de Nabucodonosor y sus sucesores, y aun así se propuso en su corazón agradar a Dios (vea Daniel 1:8). Fue uno de los tres hombres más justos que han existido, junto con Noé y Job. Debemos comprender que aunque estemos rodeados de malvados, eso es para nuestro bien y perfección. Abdías protegió y alimentó a 100 profetas del Señor durante el reinado de Acab, hecho por el cual podría haber perdido la vida si Acab se hubiera enterado. Un hombre debe ser muy valiente y desinteresado para arriesgar su puesto de prestigio y poder, y aun su propia vida, en favor de sus hermanos creyentes. Jesús mismo no se aferró a su posición en el cielo cuando la voluntad de Dios para Él era que renunciara a ella.

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Abdías, al igual que Moisés, tuvo por mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de los egipcios, porque también esperaba la recompensa. Alimentar a esa cantidad de personas día tras día requiere capacidad y condiciones como organizador. Con una hambruna en la tierra, Abdías necesitaba a muchas personas que pudieran contribuir para reunir toda esa cantidad de comida. Para implementar este programa habría necesitado contar con un grupo de obreros leales y dedicados, consagrados asimismo a la obra de Dios. Esto nos habla también de que en cualquier período dado de la historia el Señor tuvo muchos profetas que no están identificados, cuyos nombres no se mencionan en la Biblia por no existir suficientes méritos para ello. Sería comparable a lo que ocurre en nuestros días, con muchos que tienen el don de profecía pero no son conocidos fuera del ámbito de su congregación. Al saludar a Elías, Abdías efectúa una declaración reveladora: “Acontecerá que luego que yo me haya ido, el Espíritu de Jehová te llevará adonde yo no sepa, y al venir yo y dar las nuevas a Acab, al no hallarte él, me matará; y tu siervo teme a Jehová desde su juventud” (1 R. 18:12). Es claro por las palabras de Abdías que el Espíritu del Señor tomaba a Elías y lo transportaba, lo mismo que hizo el Espíritu en el caso de Felipe. En el futuro, anticipamos que el Espíritu del Señor hará esto a una escala aún mayor con Sus ministros, a medida que los viajes se hagan cada vez más difíciles y se levante la persecución contra los cristianos.

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“Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel? Y él respondió: Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales. Envía, pues, ahora y congrégame a todo Israel en el monte Carmelo, y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel. Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo” (1 R. 18:17-20). Ahora Elías se enfrentaba con Acab, quien lo acusó de turbar a Israel. Acab no alcanzaba a comprender que el juicio de Dios sobre la nación era el resultado de su propio pecado. Los malvados rara vez consideran que sus iniquidades son causa de problemas para sí mismos y para otros. Acab estaba tan convencido del poder de Elías que había ordenado buscarlo por todos los territorios vecinos, para asegurarse que no lo estaban protegiendo. En su ceguera espiritual, Acab no comprendía que el poder de Elías provenía de Dios, quien había enviado a su profeta a juzgar a Israel. Elías disfrutaba de una poderosa unción y presencia del Señor. Esto es evidente tanto en la serenidad que demostró al mandar a Acab que reuniera a todo Israel, particularmente a los 450 profetas de Baal que se sentaban a la mesa de Jezabel, como en la incuestionable obediencia de Acab. Esta unción fue reconocida en la profecía de Zacarías respecto de su hijo Juan el Bautista: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc. 1:17).

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Había varias razones por las cuales el Señor eligió el monte Carmelo, que dominaba Jaffa y el mar Mediterráneo, como lugar de encuentro para Elías y los profetas de Baal. Estaba dentro de las fronteras del reino de Acab, y el nombre “Carmelo” significa “fructífero” o “abundante”. Se encontraba dentro del territorio de la tribu de Aser, quien recibió la profecía: “A Aser dijo: Bendito sobre los hijos sea Aser; sea el amado de sus hermanos, y moje en aceite su pie. Hierro y bronce serán tus cerrojos, y como tus días serán tus fuerzas” (Dt. 33:24-25). Así, por causa de la profecía de Aser, el monte Carmelo tenía el sentido del poder manifiesto de Dios. El monte Carmelo era la morada de Abigaíl, una hermosa mujer de gran entendimiento (1 S. 25:3). Con certeza, entonces, el monte Carmelo era un sitio ideal para que se manifestara el poder de Dios. Por eso fue elegido como el lugar de la confrontación entre Elías y los profetas de Baal. También fue así en un sentido profético, ya que el monte Carmelo estaba situado al comienzo del valle de Jezreel, donde se encuentra Meguido, el sitio de la última batalla del Armagedón. Esta última batalla será la confrontación entre el Señor al cual servía Elías y el Maligno, el Hijo de Perdición y el Falso Profeta. “Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra. Y Elías volvió a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo

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en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho. Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: Escogeos un buey, y preparadlo vosotros primero, pues que sois los más; e invocad el nombre de vuestros dioses, mas no pongáis fuego debajo. Y ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Pero no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho. Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle. Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos. Pasó el mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase” (1 R. 18:21-29). El mensaje de Elías a todo el pueblo reunido al pie del monte Carmelo fue una clara exhortación a elegir entre el Señor y Baal. Profundamente compungido por el Espíritu, el pueblo no respondió. Elías ordenó que construyeran dos altares. Sobre uno de ellos, los 450 profetas de Baal colocaron su buey, cortándolo convenientemente en pedazos. Elías, el único profeta del Señor, colocaría luego

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su buey sobre el otro altar. Entonces, con voz triunfante declaró: “[…] y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios”, a lo cual el pueblo respondió: “Bien dicho” (1 R. 18:24). Los profetas de Baal profetizaron todo el día sin éxito. No se oyó ninguna voz ni hubo quien respondiera de parte de sus falsos dioses (vea 1 Reyes 18:29). “Entonces dijo Elías a todo el pueblo: Acercaos a mí. Y todo el pueblo se le acercó; y él arregló el altar de Jehová que estaba arruinado. Y tomando Elías doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra de Jehová diciendo, Israel será tu nombre, edificó con las piedras un altar en el nombre de Jehová; después hizo una zanja alrededor del altar, en que cupieran dos medidas de grano. Preparó luego la leña, y cortó el buey en pedazos, y lo puso sobre la leña. Y dijo: Llenad cuatro cántaros de agua, y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña. Y dijo: Hacedlo otra vez; y otra vez lo hicieron. Dijo aún: Hacedlo la tercera vez; y lo hicieron la tercera vez, de manera que el agua corría alrededor del altar, y también se había llenado de agua la zanja. Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (1 R. 18:30-39).

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Elías, cuyo nombre apropiadamente significa “cuyo Dios es Jehová”, invitó al pueblo a acercarse. A continuación, reparó el altar del Señor, sin duda construido por unos pocos piadosos cuando las doce tribus se dividieron y la adoración idolátrica se había instalado entre la población. A juzgar por lo que señala 1 Reyes 19:10, estos altares habían sido derribados durante el reinado de Acab, cuando éste instigó la adoración de Baal. Para reparar el altar del Señor, Elías tomó doce piedras, una por cada una de las doce tribus de los hijos de Jacob. Estas debían servir como recordatorio a Israel de su herencia, que en una oportunidad había sido noble, pero que ahora estaba corrompida por su pecado. Verdaderamente se puede decir de muchos: “¡Cómo han caído los valientes!” Esto se dijo primeramente del rey Saúl (vea 2 Samuel 1:19), quien una vez había conocido la unción de Dios pero la perdió por su desobediencia. Ahora, esto era cierto de todo el reino del Norte, que voluntariamente se había apartado de la Ley de Moisés. Esta nación, en otro tiempo temida y admirada por sus vecinos, era ahora despreciada y objeto de burla, y sufría ataques por parte de naciones que le habían estado sometidas bajo el gobierno del rey David. Cuando llegó el momento del sacrificio de la tarde, Elías oró: “Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 R. 18:36-37).

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¡Qué importante lección para nosotros! Elías hizo todo lo que el Señor le indicó. Del mismo modo, nosotros tampoco debemos movernos atrevidamente, sino sólo bajo la orden del Señor, y cuando su voluntad se manifieste debemos obedecer completamente y con todo nuestro corazón. Elías no dejó de hacer nada de todo lo que el Señor le había mandado, y añadió cuál era el propósito de su ruego: que los israelitas pudieran conocer con certeza que el Señor era Dios, y que había hecho que el corazón de ellos se volviera a Él. En su momento, el fuego de Dios descendió, y el pueblo se postró sobre su rostro, diciendo: “[…] ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (vea 1 Reyes 18:38-39). Los profetas de Baal fueron degollados por Elías, para que su influencia maligna ya no asediara a Israel (vea 1 Reyes 18:40). Como aconsejó el rey Salomón en Proverbios 22:10: “Echa fuera al escarnecedor, y saldrá la contienda, y cesará el pleito y la afrenta”. Después de quitar de en medio a estos falsos profetas, el verdadero mensaje del evangelio podría ser oído por el pueblo. Esto se aplica también a las iglesias; no podemos permitir voces de disensión que aparten a la congregación del camino de la verdad. Hay personas que tuvieron visiones de líderes que estaban en el infierno, los cuales por medio de falsas enseñanzas fueron responsables de conducir también a otros al infierno. Allí, esos líderes fueron forzados a reunirse con quienes habían creído sus mentiras y a confrontarse con ellos. “Entonces Elías dijo a Acab: Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye. Acab subió a comer y a beber. Y

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Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Ve, y di a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje. Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel” (1 R. 18:41-45). En esta oportunidad, Elías anunció al rey que se oía el sonido de una lluvia abundante. Se trataba de una declaración de fe, ya que no había señales de nubes en el cielo; pero la fe es la certeza de lo que se espera (vea Hebreos 11:1). Como nos recuerda Pablo, la fe no proviene de nosotros mismos, sino que es un don de Dios (vea Efesios 2:8). De manera que era Dios quien había puesto esta fe en el corazón de Su profeta, lo que permitió a Elías anunciar la llegada de la lluvia. Sin embargo, la fe sola no es suficiente; era necesario orar para que el milagro se hiciera realidad. Mientras Acab regresaba a comer y beber de nuevo, creyendo completamente a la palabra del profeta, Elías subió a la cumbre del monte Carmelo. Allí se postró para interceder con desesperación para que Dios actuara (vea 1 Reyes 18:42). Esta era una situación de vida o muerte para el profeta. Había anunciado la llegada de la lluvia al rey, quien había creído su palabra y había actuado conforme a ella. El pueblo de Israel era perfectamente

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capaz de atacar a Elías si no llegaba la lluvia prometida, como había sucedido con otra generación anterior, que se había levantado contra Moisés durante un tiempo de extrema necesidad. El pueblo lo habría hecho a él responsable por la continuidad de la sequía y la hambruna. En consecuencia, Elías buscó con todo su corazón al Señor, con desesperación y dependencia, para que viniera Su lluvia prometida. Santiago 5:17-18 afirma: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”. Al leer el relato de 1 Reyes 18:42-44, vemos que hubo una intensa lucha en el espíritu antes que llegara la primera nube. Elías, postrado sobre su rostro delante de Dios, envió a su siervo siete veces a mirar hacia el mar antes de que este viera una nube del tamaño de la palma de la mano de un hombre. Fue la oración eficaz del justo. “La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (Stg. 5:16-18). Era un símbolo de la maravillosa mano de Dios que venía con gran compasión para bendecir a Su angustiado pueblo en medio de sus dificultades. El número siete habla de perfección y compleción (vea Génesis 2:1 2). En la oración de Elías vemos el pensamiento de finalizar la tarea que había sido enviado a realizar. Había sido enviado a anunciar que el cielo se

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cerraba y a orar por ello, y luego que el cielo se abriría y también a orar por ello, con la consecuente limpieza de la tierra por medio de la muerte de los falsos profetas. Los cielos estaban ahora oscurecidos con nubes de lluvia y viento. Era la primera lluvia en tres años, y Elías dijo a Acab que unciera su carro y se fuera para que la tormenta no le impidiera retornar a su palacio. Mientras Acab viajaba en su carro, obviamente con los mejores caballos de Israel a su disposición, el Señor vino sobre Elías permitiéndole correr delante de Acab hasta Jezreel, distante unos 24 kilómetros (vea 1 Reyes 18:44-46). Este acto de gran humildad también era una señal, pues un mensajero iba siembre delante del rey, anunciando su llegada. Aquí estaba el mensajero del Rey de reyes corriendo delante del gobernante apóstata de Israel. Este es un ejemplo de rendir honra a quien se debe hacerlo (vea Romanos 13:7). El Señor también enseñó esto durante su ministerio terrenal, diciendo al pueblo que hicieran todo lo que los fariseos ordenaban, porque se sentaban en la cátedra de Moisés; por lo tanto, debían obedecer todo lo que decían, pero no volverse como ellos (vea Mateo 23:2-3). Jesús es humilde de espíritu, reconociendo Sus propias leyes, aun en presencia de quienes no viven rectamente. “Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho, y de cómo había matado a espada a todos los profetas. Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos. Viendo, pues, el peligro, se levantó y

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se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado. Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido; y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come. Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió a dormirse. Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta. Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios” (1 R. 19:1-8). Con el desafío de Elías y la muerte de los profetas de Baal, la ira de Jezabel se encendió contra el profeta y juró por los dioses, quienes ya habían probado ser impotentes contra el Señor, que Elías estaría muerto para la mañana siguiente. Todo el ejército de Israel estaba bajo el mando de ella, pero Elías escapó. Al no tener una palabra segura de parte de Dios, la huida parecía el curso de acción más razonable. No obstante, Elías huyó desanimado y se fue solo al desierto, donde se sentó bajo un enebro. Es en tiempos de gran estrés cuando los siervos de Dios deben encontrarse con Él y estar a solas, separados aun de sus amigos o compañeros más íntimos, para buscar el rostro del Señor. Bajo la sombra de un enebro, Elías se tendió y declaró su indignidad. En aquel valle de desaliento, pidió morir (vea 1 Reyes 19:4). Este hecho es importante para nosotros, pues a las experiencias de estar

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en la cima a menudo siguen pozos de depresión, causados por la grotesca aparición del enemigo que trae desesperanza y desaliento. Elías se comportó de manera muy poco sabia al pedir a Dios que le quitara la vida. Esa clase de oración es una usurpación de los tratos soberanos de Dios en nuestra vida. Así, terminaríamos nuestra vida antes del tiempo previsto y estaríamos desafiando la sabiduría de Dios. En una oportunidad le pedí a Dios que me llevara, y fui literalmente quitado de mi cuerpo tanto física como espiritualmente, y escoltado al cielo por un ángel. Allí se me mostró que había muerto antes de mi tiempo y que, en consecuencia, no había cumplido el propósito que Dios había ordenado para mi vida desde antes de la fundación del mundo. La aflicción y la tristeza que invadieron mi corazón fueron tan abrumadoras que no desearía que nadie tuviera que pasar por una experiencia tan angustiante. Con gran angustia de espíritu clamé: “¡Oh, Señor! ¡Dame otra oportunidad!” Y aunque no oí ninguna voz, el ángel que estaba a mi lado regresó conmigo a la tierra. Cuando llegué hasta donde estaba mi cuerpo tendido sobre la cama, el ángel me tocó y volví a entrar en él. ¡Cuán agradecido estoy que Él sea el Dios de las segundas oportunidades! Un ángel, que es un espíritu ministrador enviado a quienes serán herederos de la salvación (vea Hebreos 1:14), fue enviado a Elías de parte de Dios, quien siempre tiene en cuenta nuestras necesidades. El ángel despertó a Elías de su profundo sueño y le dijo que bebiese el agua y comiese la torta que había cocido para él. Luego de hacer lo que se

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le dijo, Elías volvió a dormirse. El ángel lo despertó por segunda vez, alentándolo a comer pues el camino sería muy largo para él (vea 1 Reyes 19:5-7). Sin ánimo de forzar demasiado la aplicación de este suceso, hay aquí una verdad para aplicar a nuestra vida. Se trata de la verdad del segundo toque, como hizo el ángel al tocar a Elías dos veces. Esta verdad aparece también en otros ejemplos bíblicos. Uno de esos relatos se encuentra en Marcos 8:22-25: “Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. El, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos”. Otro caso se encuentra en Lucas 17, cuando diez leprosos fueron sanados. Uno de esos hombres regresó para agradecer a Jesús. Lucas 17:19 nos ofrece la respuesta de Jesús: “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” Eliseo, el sucesor de Elías, también demostró esta misma verdad cuando pidió una doble porción del Espíritu que estaba sobre Elías (vea 2 Reyes 2:9). Este pensamiento de la segunda bendición podría ilustrarse también por medio de Acsa, hija de Caleb, quien dijo a su padre: “[…]: Concédeme un don; puesto que me has dado tierra del Neguev, dame también fuentes de aguas. Entonces Caleb le dio las fuentes de arriba y las fuentes de abajo” (Jue. 1:15). Si Acsa se hubiese conformado con el primer

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don de su padre, no hubiera recibido las importantes bendiciones de los manantiales de arriba y de abajo. En un sentido espiritual, su significado son las bendiciones de las lluvias tempranas y tardías, o de Pentecostés y los Tabernáculos (vea Hechos 2:1-4; Juan 7:37-38). Elías, con la fuerza de la segunda comida, viajó 40 días y cuarenta noches hasta Horeb, o Sinaí, el monte de Dios (vea 1 Reyes 19:8). En ese monte, Dios se había encontrado con los hijos de Israel liderados por Moisés y les había dado la Ley, reafirmando que ellos eran Su pueblo. Moisés también, en su condición de uno de los dos testigos (vea Apocalipsis 11:3-6; Mateo 17:1 3), había tenido un extraordinario encuentro con Dios en el monte Sinaí. Ahora Elías, el segundo de los dos testigos, hacía su viaje hasta esta montaña para encontrarse con su Dios. “Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. El le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado” (1 R. 19:9-12).

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Vivir en una cueva por muchos días antes que la Palabra del Señor viniera a él debe haber producido una profunda obra de purificación en la vida de este poderoso profeta de Dios. Pocas personas disfrutan de esperar; sin embargo, debemos considerar las virtudes que se desarrollan en nuestra vida como resultado de largos períodos de espera. Las siguientes son algunas de ellas: 1. Paciencia—El rey David dijo en Salmos 40:1: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor”. De esto también se habla en Santiago 1:4: “Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”. 2. Dependencia de Dios—Mientras esperamos, comprendemos lo incapaces que somos para hacer que Sus propósitos ocurran en nuestra vida. 3. Entendimiento de Sus tiempos—Así como Jesús fue preparado antes de ir al Jordán, y fue colocado en la aljaba de Dios antes de abandonar definitivamente la carpintería, nosotros también aprendemos el significado de las palabras: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo […]” (Gá. 4:4), y “Cuando llegó el día de Pentecostés […]” (Hch. 2:1), el Espíritu Santo llenó el lugar donde estaban los discípulos y también a ellos. 4. Fe y mansedumbre—De estas virtudes se habla simbólicamente en Cantar de los Cantares 3:6: “¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo, sahumada de mirra y de incienso y de todo polvo aromático?”

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En Su gracia, el Señor preguntó a Elías qué hacía allí escondido en la cueva en el monte Horeb, aunque Él conocía perfectamente la razón. Eso le daba al profeta la oportunidad de hacer oír sus quejas, lo cual hizo, diciendo: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 R. 19:10). Al decir esto, Elías manifestaba un sentimiento de desesperanza y desconcierto en cuanto a que el Señor no había recompensado su celo por Dios y por Su justicia. En respuesta, el Señor mandó a Elías a presentarse delante de Él en la montaña. Luego el Señor pasó delante de él, como hizo con Moisés 500 años antes (vea Éxodo 33:18 23). Estos encuentros sagrados, específicos, con Dios son vitales para moldear nuestra vida. Quizá no lleguemos a tener la misma intimidad con el Señor que disfrutaron los dos testigos, pero podemos aferrarnos a la promesa de Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Cuando Elías estuvo en la montaña, el Señor generó una serie de manifestaciones de la furia de la naturaleza: un viento poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas, un terremoto y un fuego. Sin embargo, el Señor no estaba en ninguno de esos asombrosos desastres naturales; en cambio, se presentó en un silbo

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apacible y delicado. Cuando Elías lo oyó, cubrió su rostro con su manto, sobrecogido por la presencia del Señor. “Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Y le dijo Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar. Y el que escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada de Jehú, Eliseo lo matará. Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 R. 19:13-18). Por segunda vez, llegó la pregunta: “¿Qué haces aquí, Elías?” Existe un principio que encontramos por primera vez en Génesis 41:32, donde José dijo a Faraón: “Y el suceder el sueño a Faraón dos veces, significa que la cosa es firme de parte de Dios”. Cuando Dios habla dos veces o más respecto de un asunto, es para confirmar que es firme. De manera que, al volver a formular a Elías la pregunta, Dios le confirmaba que su tarea aún no había concluido. Era tiempo de ser comisionado nuevamente. El Señor entonces se dirigió a Elías y le encomendó tres tareas:

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1. Ungir a Hazael como rey de Siria. 2. Designar a Jehú como rey de Israel. 3. Ungir a Eliseo para que fuese profeta en su lugar. Resulta interesante que Elías cumplió con la primera tarea y la tercera, mientras que Eliseo llevó a cabo la segunda. Esto puede indicar que en nuestra vida podemos ser comisionados para llevar a cabo ciertas tareas, pero en definitiva serán los que nos sucedan quienes efectivamente las completarán. Estas responsabilidades muestran que el rango de Elías como profeta estaba por encima de la autoridad de los reyes. En los últimos tiempos de la Era de la Iglesia, veremos a Dios nuevamente moverse poderosamente por medio de Sus apóstoles y profetas. Luego, el Señor dijo: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Reyes 19:18, también mencionado por el apóstol Pablo en Romanos 11:1-5). Es un testimonio de la grandeza y soberanía de Dios que Él hubiera elegido a siete mil hombres a quienes les había dado la gracia y el coraje para oponerse a los profetas de Baal y al malvado rey Acab. Esto debería darnos coraje también a nosotros al enfrentar el ataque de los no creyentes en nuestro lugar de trabajo, nuestro hogar o cuando los integrantes de nuestra familia no son cristianos consagrados. Él puede preservarnos de caer y presentarnos, como a los 7000, sin mancha delante del trono de Dios con gran alegría (vea Judas 1:24).

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El número 7000 es importante, pues habla del número de años del hombre sobre la tierra desde Adán hasta el fin del reino milenario de Cristo sobre el mundo. Encontramos este número en varios pasajes de la Biblia. Los siete mil hombres de guerra que fueron transportados a la cautividad en Babilonia (vea 2 Reyes 24:16) y a los cuales se hace referencia en Jeremías 24:5 como los higos buenos, representan el remanente que a lo largo de los siglos Dios preserva en virtud de la elección por gracia. Sin embargo, tenemos otros 7000 de los cuales habla Apocalipsis 11:13: “En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo”. Estos 7000 corresponden a la cosecha de los malvados. Según lo que podemos entender de Apocalipsis 14:18-20, estos representan a los malvados de la tierra desde el tiempo de Adán hasta el final del reino milenario de Cristo sobre la tierra. El hecho que los 7000 de Apocalipsis 11:13 representan a los malvados de todas las generaciones queda claro por ser siete los días de la creación y porque en 2 Pedro 3:8 se nos dice que para el Señor mil años son como un día. Por lo tanto, el número 7000 es un tipo de los hombres a lo largo de todas las generaciones, tanto de los justos como de los malvados. Dios nos conceda ser contados entre los justos preservados.

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El llamado de Eliseo “Partiendo él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que araba con doce yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elías por delante de él, echó sobre él su manto. Entonces dejando él los bueyes, vino corriendo en pos de Elías, y dijo: Te ruego que me dejes besar a mi padre y a mi madre, y luego te seguiré. Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo? Y se volvió, y tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes coció la carne, y la dio al pueblo para que comiesen. Después se levantó y fue tras Elías, y le servía” (1 R. 19:19-21). En este tiempo Elías recibió instrucciones de ungir a Eliseo para que ocupara su lugar como el profeta de Dios en Israel. En 1 Reyes 19:19 se nos dice específicamente que cuando Elías lo encontró, Eliseo estaba arando con 12 yuntas de bueyes y que él tenía la última. La Biblia es muy cuidadosa y casi económica en su uso de palabras. El énfasis en el número 12, el número del gobierno, indica que Eliseo estaba destinado a gobernar los asuntos de las naciones. Esto se cumplió cuando Eliseo tomó el manto de Elías cuando éste fue arrebatado. Debemos desear tener el manto de Dios sobre nuestra vida para poder cumplir lo que sea que Él haya ordenado para nosotros. Esto constituye la unción, la fortaleza y la gracia para llevar a cabo el ministerio. Como está escrito: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Ef. 4:7). Elías echó su manto sobre Eliseo, ordenándolo de esta manera para el ministerio. Eliseo reconoció la unción que

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había venido sobre él y se convirtió en el servidor personal de Elías, siendo luego conocido como el “que servía a Elías” (vea 2 Reyes 3:11). [Nota del Traductor: La versión Reina Valera 1909 traduce aquí: “que daba agua a manos a Elías”, mientras que la NVI señala en nota al pie de página: “Lit. echaba agua en manos de Elías”.] Explicaremos esto en mayor detalle más adelante, al hablar de Eliseo. Durante un paréntesis en la narración sobre la vida de Elías y la de Eliseo, el relato bíblico nos presenta a varios profetas en la historia de Israel de aquel tiempo, cuyos nombres no se mencionan. En tiempos del malvado rey Acab, los sirios, al mando de su rey Ben-adad, sitiaron Samaria, la ciudad capital de Israel. Un profeta se presentó ante Acab, diciendo: “[…] Así ha dicho Jehová: ¿Has visto esta gran multitud? He aquí yo te la entregaré hoy en tu mano, para que conozcas que yo soy Jehová. Y respondió Acab: ¿Por mano de quién? El dijo: Así ha dicho Jehová: Por mano de los siervos de los príncipes de las provincias. Y dijo Acab: ¿Quién comenzará la batalla? Y él respondió: Tú” (1 R. 20:13-14). Acab obedeció al Señor y los sirios huyeron de delante de su ejército, pero Ben-adad escapó. El profeta advirtió al rey Acab que el rey de Siria regresaría al año siguiente. Por consejo de sus servidores, Ben-adad envió un ejército similar al anterior, ante el cual el campamento de Israel parecía “dos rebañuelos de cabras”. Ben-adad presto oído a sus consejeros y fue a enfrentar a Israel con la siguiente creencia: “Sus dioses son dioses de los montes, por eso nos han vencido; mas si peleáremos con ellos en la llanura, se verá si no los vencemos” (1 R. 20:23).

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Así fue como Siria enfrentó a Israel en los valles. El Señor envió un profeta a Acab a decirle que debido a la declaración de los siervos de Ben-adad, Él daría la victoria a Israel (vea 1 Reyes 20:28). Sin embargo, cuando Benadad envió mensajeros a Acab pidiéndole misericordia, Acab hizo un pacto con el rey de Siria, llamándolo su hermano (vea 1 Reyes 20:30-34). Luego de este suceso, el relato bíblico continúa con la historia de un profeta usado por Dios de la siguiente manera: “Entonces un varón de los hijos de los profetas dijo a su compañero por palabra de Dios: Hiéreme ahora. Mas el otro no quiso herirle. El le dijo: Por cuanto no has obedecido a la palabra de Jehová, he aquí que cuando te apartes de mí, te herirá un león. Y cuando se apartó de él, le encontró un león, y le mató. Luego se encontró con otro hombre, y le dijo: Hiéreme ahora. Y el hombre le dio un golpe, y le hizo una herida. Y el profeta se fue, y se puso delante del rey en el camino, y se disfrazó, poniéndose una venda sobre los ojos. Y cuando el rey pasaba, él dio voces al rey, y dijo: Tu siervo salió en medio de la batalla; y he aquí que se me acercó un soldado y me trajo un hombre, diciéndome: Guarda a este hombre, y si llegare a huir, tu vida será por la suya, o pagarás un talento de plata. Y mientras tu siervo estaba ocupado en una y en otra cosa, el hombre desapareció. Entonces el rey de Israel le dijo: Esa será tu sentencia; tú la has pronunciado. Pero él se quitó de pronto la venda de sobre sus ojos, y el rey de Israel conoció que era de los profetas. Y él le dijo: Así ha dicho Jehová: Por cuanto soltaste de la mano el hombre de mi anatema, tu vida será por la suya, y

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tu pueblo por el suyo. Y el rey de Israel se fue a su casa triste y enojado, y llegó a Samaria” (1 R. 20:35-43). Vemos cuán a menudo le fueron enviados profetas a Acab y cuántos actos de gracia de Dios le fueron ofrecidos, a pesar de lo cual el corazón de este rey nunca cambió. El dicho de Isaías se vio comprobado en la vida de este malvado rey: “Se mostrará piedad al malvado, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová” (Is. 26:10). Otro relato de la maldad de Acab, que se encuentra en 1 Reyes 21:1-29, tiene que ver con la viña de Nabot. Acab codiciaba indebidamente la viña perteneciente a Nabot, un jezreelita, pero Nabot se negó a venderla al rey por tratarse de la herencia de sus padres, la cual, según Levítico 25:23, no debía ser vendida. Cuando se enteró del fracaso de Acab en adquirir la viña y su consecuente depresión, su malvada esposa Jezabel dio órdenes de acusar falsamente a Nabot y matarlo, para que Acab pudiera tomar posesión de su viña. Después de las múltiples intervenciones de Dios, Acab continuaba rehusando volverse a Él. En respuesta a su maldad, Dios le envió al propio Elías. El mensaje en este pasaje es impresionante: “Y le hablarás diciendo: Así ha dicho Jehová: ¿No mataste, y también has despojado? Y volverás a hablarle, diciendo: Así ha dicho Jehová: En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, tu misma sangre” (1 R. 21:19).

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El Señor declaró que su descendencia sería destruida y que su casa sería como la casa de Jeroboam y de Baasa. Ellos habían sido reyes anteriores de Israel que también habían hecho pecar al pueblo. Además, Dios dijo que los perros comerían a Jezabel junto a la muralla de Jezreel. Al oír estas palabras de juicio profético –que así como había hecho con otros se haría con él– Acab por fin se humilló delante del Señor. Como respuesta a este acto de contrición, Dios, en su misericordia, afirmó que no traería ese mal sobre la casa de Acab en vida del rey (vea 1 Reyes 21:21-29).

Micaías Encontramos ahora un nuevo paréntesis en el relato de la vida de Eliseo y la de Elías, esta vez relacionado con Josafat, el piadoso rey de Judá, cuando fue invitado por Acab a subir a pelear contra Ramot de Galaad (vea 1 Reyes 22:1-40). “Y el rey de Israel dijo a sus siervos: ¿No sabéis que Ramot de Galaad es nuestra, y nosotros no hemos hecho nada para tomarla de mano del rey de Siria? Y dijo a Josafat: ¿Quieres venir conmigo a pelear contra Ramot de Galaad? Y Josafat respondió al rey de Israel: Yo soy como tú, y mi pueblo como tu pueblo, y mis caballos como tus caballos. Dijo luego Josafat al rey de Israel: Yo te ruego que consultes hoy la palabra de Jehová. Entonces el rey de Israel reunió a los profetas, como cuatrocientos hombres, a los cuales dijo: ¿Iré a la guerra contra Ramot de Galaad, o la dejaré? Y ellos dijeron: Sube, porque Jehová la entregará en mano del rey. Y dijo Josafat: ¿Hay

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aún aquí algún profeta de Jehová, por el cual consultemos? El rey de Israel respondió a Josafat: Aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Micaías hijo de Imla; mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal. Y Josafat dijo: No hable el rey así” (1 R. 22:3-8). Los 400 profetas de Acab exhortaban al rey para que subiera, asegurándole que tendría éxito. Josafat preguntó si había algún profeta del Señor a quien consultar respecto del asunto, aparte de los 400 profetas del rey. Acab reconoció que había uno, Micaías; pero Acab lo odiaba porque no le profetizaba para su beneficio personal. Sin embargo, ante el pedido de Josafat, Acab envió a llamar a Micaías. “Entonces el rey de Israel llamó a un oficial, y le dijo: Trae pronto a Micaías hijo de Imla. Y el rey de Israel y Josafat rey de Judá estaban sentados cada uno en su silla, vestidos de sus ropas reales, en la plaza junto a la entrada de la puerta de Samaria; y todos los profetas profetizaban delante de ellos. Y Sedequías hijo de Quenaana se había hecho unos cuernos de hierro, y dijo: Así ha dicho Jehová: Con éstos acornearás a los sirios hasta acabarlos. Y todos los profetas profetizaban de la misma manera, diciendo: Sube a Ramot de Galaad, y serás prosperado; porque Jehová la entregará en mano del rey. Y el mensajero que había ido a llamar a Micaías, le habló diciendo: He aquí que las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; sea ahora tu palabra conforme a la palabra de alguno de ellos, y anuncia también buen éxito. Y Micaías respondió: Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare, eso diré. Vino, pues, al rey, y el rey le dijo:

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Micaías, ¿iremos a pelear contra Ramot de Galaad, o la dejaremos? El le respondió: Sube, y serás prosperado, y Jehová la entregará en mano del rey. Y el rey le dijo: ¿Hasta cuántas veces he de exigirte que no me digas sino la verdad en el nombre de Jehová? Entonces él dijo: Yo vi a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor; y Jehová dijo: Estos no tienen señor; vuélvase cada uno a su casa en paz. Y el rey de Israel dijo a Josafat: ¿No te lo había yo dicho? Ninguna cosa buena profetizará él acerca de mí, sino solamente el mal” (1 R. 22:9-18). Durante el tiempo que tomó traer a Micaías a la presencia del rey, los otros 400 profetas continuaron profetizando que el Señor daría la victoria contra Ramot de Galaad. El mensajero enviado a llevarlo ante Acab dijo a Micaías que los otros profetas habían hablado favorablemente delante del rey, y le imploró que hiciera lo mismo, pero Micaías respondió que diría únicamente lo que Dios le hablara. Sin embargo, cuando Acab le preguntó si debía ir o no contra Ramot de Galaad, Micaías respondió: “Sube, y serás prosperado, y Jehová la entregará en mano del rey” (1 R. 22:15) La respuesta del rey fue un reflejo de la condición de su corazón, pues reprendió a Micaías: “Y el rey le dijo: ¿Hasta cuántas veces he de exigirte que no me digas sino la verdad en el nombre de Jehová?” (1 R. 22:16). Por lo tanto, el rey sabía que los 400 profetas no estaban diciendo la verdad. Pablo habló de esta clase de personas en 2 Timoteo 4:3: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana

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doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias”. “Entonces él dijo: Oye, pues, palabra de Jehová: Yo vi a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda. Y Jehová dijo: ¿Quién inducirá a Acab, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno decía de una manera, y otro decía de otra. Y salió un espíritu y se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué manera? El dijo: Yo saldré, y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas. Y él dijo: Le inducirás, y aun lo conseguirás; ve, pues, y hazlo así. Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y Jehová ha decretado el mal acerca de ti. Entonces se acercó Sedequías hijo de Quenaana y golpeó a Micaías en la mejilla, diciendo: ¿Por dónde se fue de mí el Espíritu de Jehová para hablarte a ti? Y Micaías respondió: He aquí tú lo verás en aquel día, cuando te irás metiendo de aposento en aposento para esconderte. Entonces el rey de Israel dijo: Toma a Micaías, y llévalo a Amón gobernador de la ciudad, y a Joás hijo del rey; y dirás: Así ha dicho el rey: Echad a éste en la cárcel, y mantenedle con pan de angustia y con agua de aflicción, hasta que yo vuelva en paz. Y dijo Micaías: Si llegas a volver en paz, Jehová no ha hablado por mí. En seguida dijo: Oíd, pueblos todos” (1 R. 22:19-28). La respuesta de Micaías al pedido del rey revelaba los secretos del cielo. El Señor conspiró contra el rey para destruirlo. Esta situación es comparable a algo que ocurrirá en los tiempos del fin, cuando el Padre enviará un gran

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engaño para que el mundo siga al Anticristo debido a que no aman la verdad, sino que se complacen en la injusticia (vea 2 Tesalonicenses 2:11-12). “Subió, pues, el rey de Israel con Josafat rey de Judá a Ramot de Galaad. Y el rey de Israel dijo a Josafat: Yo me disfrazaré, y entraré en la batalla; y tú ponte tus vestidos. Y el rey de Israel se disfrazó, y entró en la batalla. Mas el rey de Siria había mandado a sus treinta y dos capitanes de los carros, diciendo: No peleéis ni con grande ni con chico, sino sólo contra el rey de Israel. Cuando los capitanes de los carros vieron a Josafat, dijeron: Ciertamente éste es el rey de Israel; y vinieron contra él para pelear con él; mas el rey Josafat gritó. Viendo entonces los capitanes de los carros que no era el rey de Israel, se apartaron de él. Y un hombre disparó su arco a la ventura e hirió al rey de Israel por entre las junturas de la armadura, por lo que dijo él a su cochero: Da la vuelta, y sácame del campo, pues estoy herido. Pero la batalla había arreciado aquel día, y el rey estuvo en su carro delante de los sirios, y a la tarde murió; y la sangre de la herida corría por el fondo del carro. Y a la puesta del sol salió un pregón por el campamento, diciendo: ¡Cada uno a su ciudad, y cada cual a su tierra! Murió, pues, el rey, y fue traído a Samaria; y sepultaron al rey en Samaria. Y lavaron el carro en el estanque de Samaria; y los perros lamieron su sangre (y también las rameras se lavaban allí), conforme a la palabra que Jehová había hablado” (1 R. 22:29-38). Como el Señor predijo, Acab subió a la batalla y fue muerto por un arquero que disparó su arco al azar. Este

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suceso atestigua que el Señor controla todas las cosas. Dios es capaz de hacer que una flecha desviada dé en un blanco que Él eligió, eliminando así a un enemigo destinado a morir. El carro de Acab fue lavado en el estanque de Samaria y los perros lamieron su sangre, conforme a la Palabra del Señor pronunciada por Su profeta Elías (vea 1 Reyes 22:38).

Elías y Eliseo (continuación) “Y Ocozías cayó por la ventana de una sala de la casa que tenía en Samaria; y estando enfermo, envió mensajeros, y les dijo: Id y consultad a Baal-zebub dios de Ecrón, si he de sanar de esta mi enfermedad. Entonces el ángel de Jehová habló a Elías tisbita, diciendo: Levántate, y sube a encontrarte con los mensajeros del rey de Samaria, y diles: ¿No hay Dios en Israel, que vais a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón? Por tanto, así ha dicho Jehová: Del lecho en que estás no te levantarás, sino que ciertamente morirás. Y Elías se fue” (2 R. 1:2-4). Después de la muerte de Acab, ascendió al trono su hijo Ocozías, quien siguió los malvados caminos de su padre Acab y cosechó el juicio de Dios (vea 1 Reyes 22:51-53). Luego de caer por la ventana de una sala de su casa, Ocozías envió a consultar a Baal-zebub, el dios de Ecrón, si sanaría de sus heridas. El ángel del Señor envió a Elías al encuentro de los mensajeros del rey para reprender a Ocozías por no

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consultar al Dios de Israel. El profeta les ordenó decir al rey que no se levantaría de su lecho, sino que de cierto moriría. “Cuando los mensajeros se volvieron al rey, él les dijo: ¿Por qué os habéis vuelto? Ellos le respondieron: Encontramos a un varón que nos dijo: Id, y volveos al rey que os envió, y decidle: Así ha dicho Jehová: ¿No hay Dios en Israel, que tú envías a consultar a Baalzebub dios de Ecrón? Por tanto, del lecho en que estás no te levantarás; de cierto morirás. Entonces él les dijo: ¿Cómo era aquel varón que encontrasteis, y os dijo tales palabras? Y ellos le respondieron: Un varón que tenía vestido de pelo, y ceñía sus lomos con un cinturón de cuero. Entonces él dijo: Es Elías tisbita. Luego envió a él un capitán de cincuenta con sus cincuenta, el cual subió a donde él estaba; y he aquí que él estaba sentado en la cumbre del monte. Y el capitán le dijo: Varón de Dios, el rey ha dicho que desciendas. Y Elías respondió y dijo al capitán de cincuenta: Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta. Y descendió fuego del cielo, que lo consumió a él y a sus cincuenta. Volvió el rey a enviar a él otro capitán de cincuenta con sus cincuenta; y le habló y dijo: Varón de Dios, el rey ha dicho así: Desciende pronto. Y le respondió Elías y dijo: Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta. Y descendió fuego del cielo, y lo consumió a él y a sus cincuenta. Volvió a enviar al tercer capitán de cincuenta con sus cincuenta; y subiendo aquel tercer capitán de cincuenta, se puso de rodillas delante de Elías y le rogó, diciendo: Varón de Dios, te ruego que sea de valor delante de tus ojos mi vida, y la

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vida de estos tus cincuenta siervos. He aquí ha descendido fuego del cielo, y ha consumido a los dos primeros capitanes de cincuenta con sus cincuenta; sea estimada ahora mi vida delante de tus ojos” (2 R. 1:5-14). Cuando regresaron, el rey les preguntó acerca de Elías. Luego, envió dos grupos de 50 hombres, los cuales fueron consumidos por fuego del cielo por la palabra del profeta. El capitán del tercer grupo rogó por la vida de sus hombres y el ángel dijo a Elías que no temiera, sino que fuera con ellos a ver al rey. Podemos ver aquí la gracia de Dios en preservar la vida de estos cincuenta. Una lección para nosotros es que cuando uno se humilla delante del Señor, Él siempre es misericordioso. Mantengamos siempre un santo quebrantamiento delante de nuestro Dios. “Entonces el ángel de Jehová dijo a Elías: Desciende con él; no tengas miedo de él. Y él se levantó, y descendió con él al rey. Y le dijo: Así ha dicho Jehová: Por cuanto enviaste mensajeros a consultar a Baalzebub dios de Ecrón, ¿no hay Dios en Israel para consultar en su palabra? No te levantarás, por tanto, del lecho en que estás, sino que de cierto morirás. Y murió conforme a la palabra de Jehová, que había hablado Elías. Reinó en su lugar Joram, en el segundo año de Joram hijo de Josafat, rey de Judá; porque Ocozías no tenía hijo” (2 R. 1:15-17). En su encuentro con Ocozías, Elías reiteró la profecía en cuanto a que el rey moriría porque había consultado a Baal-zebub, el dios de Ecrón, y no al Dios vivo y verdadero.

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Elías es arrebatado Este evento comenzó con una declaración de la soberanía de Dios: “Aconteció que cuando quiso Jehová alzar a Elías en un torbellino al cielo, […]” (2 R. 2:1). Esta es una verdad que debemos recordar siempre: Dios es soberano. Él inicia todas las cosas y prepara todo lo que ocurre en el cielo y en la tierra. Jesús lo reiteró cuando dijo en Juan 6:44: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”.

El viaje desde Gilgal hasta el Jordán Eliseo fue con Elías desde Gilgal, el lugar de la circuncisión, hasta Betel. Betel significa casa de Dios, por lo que representa la presencia de Dios. Para poder entrar en Su presencia, debemos experimentar en nuestra vida una obra de circuncisión más y más profunda. De Betel, fueron a Jericó, la ciudad de las palmeras, que simbolizan la justicia (rectitud). La raíz del término está relacionada con la fragancia, por lo que refiere al dulce aroma del Señor justo, cuya fragancia impregna a los que son justos. Simbolizaba aquello acerca de lo cual escribió Pablo: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Co. 2:15-16). De manera que, especialmente cuando nos acercamos a la muerte, debemos tener la fragancia de Cristo incorporada a nuestra vida: la mirra (Su mansedumbre), el áloe (Su templanza o dominio propio) y la acacia (Su humildad).

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“Aconteció que cuando quiso Jehová alzar a Elías en un torbellino al cielo, Elías venía con Eliseo de Gilgal. Y dijo Elías a Eliseo: Quédate ahora aquí, porque Jehová me ha enviado a Bet-el. Y Eliseo dijo: Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré. Descendieron, pues, a Bet-el. Y saliendo a Eliseo los hijos de los profetas que estaban en Bet-el, le dijeron: ¿Sabes que Jehová te quitará hoy a tu señor de sobre ti? Y él dijo: Sí, yo lo sé; callad. Y Elías le volvió a decir: Eliseo, quédate aquí ahora, porque Jehová me ha enviado a Jericó. Y él dijo: Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré. Vinieron, pues, a Jericó. Y se acercaron a Eliseo los hijos de los profetas que estaban en Jericó, y le dijeron: ¿Sabes que Jehová te quitará hoy a tu señor de sobre ti? El respondió: Sí, yo lo sé; callad. Y Elías le dijo: Te ruego que te quedes aquí, porque Jehová me ha enviado al Jordán. Y él dijo: Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré. Fueron, pues, ambos. Y vinieron cincuenta varones de los hijos de los profetas, y se pararon delante a lo lejos; y ellos dos se pararon junto al Jordán. Tomando entonces Elías su manto, lo dobló, y golpeó las aguas, las cuales se apartaron a uno y a otro lado, y pasaron ambos por lo seco. Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. El le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así; mas si no, no. Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino” (2 R. 2:1-11). Finalmente llegaron al río Jordán, el cual representa, esencialmente, la separación entre los vivos y los muertos,

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ya que en el Jordán ambos pasaron a una nueva vida. Elías pasó al cielo y Eliseo pasó a una nueva vida en el Espíritu con la doble bendición. Después que cruzaron el Jordán, Elías preguntó a Eliseo qué deseaba que hiciera por él antes de ser quitado. Eliseo pidió una doble porción del Espíritu que estaba sobre Elías. Esto le sería concedido si veía a Elías ser tomado para estar con Dios. Luego, mientras caminaban juntos, el carro y los caballos de fuego los separaron. Hablaremos de este tema más detalladamente en nuestro estudio de Eliseo.

El ministerio continuo de Eliseo En el último libro del Antiguo Testamento encontramos una referencia a una futura aparición de Elías sobre la tierra: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Mal. 4:5-6). El propio Señor lo confirmó: “Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas” (Mt. 17:11). Esto se observa en el hecho que él será uno de los dos testigos que profetizarán antes de la Segunda Venida de Cristo: “Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las

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aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran” (Ap. 11:3-6). Uno de los aspectos importantes del ministerio de Elías en su segunda aparición es su trato con las relaciones familiares. Nunca podremos enfatizar lo suficiente la necesidad de que el pueblo de Dios tenga su hogar en orden. Debe existir ese equilibrio divino entre el cumplimiento del llamado del Señor y el ministerio que Él tiene para nosotros, por un lado, y por otro el tener buenas relaciones y prodigar un cuidado amoroso a nuestras familias. Un ministro o pastor que olvida a su esposa e hijos por causa del ministerio, seguramente estaría en la misma condición de los escribas y fariseos. Estos enseñaban que, bajo el pretexto de haber sido consagrada al Señor como “Corbán”, cualquier ayuda que pudiera haberse brindado a sus padres sería su voto u ofrenda. Cristo denunció esto, diciendo: “[…]. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición” (Mt. 15:6; comparar Marcos 7:11-13). Los rabíes hasta permitían que un joven declarara “Corbán” sobre su propiedad y la retuviera para sí, quitándosela a sus propios padres. [Fausset’s Bible Dictionary, Base de datos electrónica, Copyright (c) 1998 por Biblesoft.] Es importante recordar que el quinto mandamiento, el de honrar a nuestros padres, nunca puede anularse. Elías también apareció sobre la tierra en el monte de la transfiguración junto con Moisés, cuando estuvieron allí con Jesús y hablaron acerca de Su muerte (vea Lucas 9:30-31). El Señor eligió, preparó y ordenó a estos dos profetas para ser los dos olivos y candeleros que están delante del Señor

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de toda la tierra. Debemos comprender que ellos representan, quizá más que cualquier otro, las cualidades de carácter, ministerio y capacidad en las cuales Dios se deleita. Consideraremos aquí únicamente a Elías. Él fue sin duda alguna, un hombre como Juan el Bautista, quien vino con el poder y el Espíritu de Elías (vea Lucas 1:17). Esto nos permite ver más acerca del carácter y ministerio de este profeta. Su vestimenta era similar a la de Juan: “Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre” (Mt. 3:4). A Elías se lo describe como un hombre que llevaba vestido de pelo y un cinturón de cuero alrededor de sus lomos (vea 2 Reyes 1:8). Ambos tenían una conducta similar: aunque eran reconocidos como profetas, tenían vidas solitarias. El Señor dijo de Juan que no había otro nacido de mujer mayor que él (vea Mateo 11:11). No era una caña sacudida por el viento, ni estaba ataviado con vestiduras delicadas como las que se encuentran en los palacios de los reyes. Ambos tenían una poderosa unción y poseían una inquebrantable determinación para cumplir la voluntad de Dios y la tarea que se les había confiado. Ambos censuraron el pecado y ambos fueron voces en el desierto. Sin embargo, fueron hombres sujetos a pasiones semejantes a las nuestras (vea Santiago 5:17). Elías deseó morir porque sentía que no era mejor que su padre, de quien no sabemos nada (vea 1 Reyes 19:4). Al ser encarcelado por Herodes, Juan envió a sus discípulos al

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Señor para saber si Jesús era realmente el Hombre al cual él había presentado a Israel como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (vea Lucas 7:19, Juan 1:29). Quizá podría decirse que sus sentimientos eran como los que expresó nuestro Señor: “Pero yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas; pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios” (Is. 49:4). Que podamos ser perdonados si llegamos a pensar que hemos hecho poco y hemos malgastado nuestra vida. ¿Qué relevancia tiene para nuestros tiempos este ministerio tardío de Moisés y Elías? Ellos calificaron durante su vida para tener un ministerio de resurrección. Nosotros también debemos calificar durante nuestra vida para poder participar en la resurrección de los santos en el reino milenario de Cristo sobre la tierra (vea Apocalipsis 20:6). Esta calificación significa que uno gobernará y reinará con Cristo, y será un sacerdote para el Señor. Para calificar, un creyente debe reinar en vida por uno solo, Jesucristo (vea Romanos 5:17), y ser un sacerdote en el sentido del Nuevo Testamento (vea Romanos 12:1-2). En otras palabras, debemos pasar a ser como Jesús, sacerdotes según el orden de Melquisedec.

Eliseo Este gran hombre de Dios que ocupó el oficio profético de Elías es un tipo de la Iglesia, la cual, según Juan 14:12, también heredará la doble porción del Espíritu de Jesús. Mientras que Elías realizó siete grandes milagros, Eliseo realizó el doble. También tuvo una vida y ministerio

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largos, desde el reinado de Acab hasta el de Joás, reyes de Israel. Una vez más, podemos comparar su ministerio al de la Iglesia desde el tiempo de Pentecostés hasta la Segunda Venida de Cristo. La Biblia relata 20 episodios en la vida de Eliseo: 1. 2. 3. 4.

Su llamado al ministerio – 1 Reyes 19:16-21 Recibe el manto de Elías – 2 Reyes 2:1-18 La sanación de las aguas – 2 Reyes 2:19-22 La maldición sobre los muchachos que se burlaban – 2 Reyes 2:23-25 5. La liberación de los tres reyes – 2 Reyes 3:1-27 6. El milagro del aceite de la viuda – 2 Reyes 4:1-7 7. El nacimiento del hijo de la sunamita 2 Reyes 4: 8-17 8. La resucitación del hijo de la sunamita 2 Reyes 4:18-37 9. La sanidad de la olla de vegetales 2 Reyes 4:38-41 10. La alimentación de cien hombres 2 Reyes 4:42-44 11. La sanación de Naamán el leproso 2 Reyes 5:1-27 12. El milagro del hacha que flotó – 2 Reyes 6:1-7 13. El aviso al rey de Israel – 2 Reyes 6:8-12 14. Los soldados sirios son heridos con ceguera – 2 Reyes 6:13-18 15. La restauración de la vista a los soldados sirios 2 Reyes 6:20 16. El sitio y la hambruna en Samaria

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17. 18. 19. 20.

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2 Reyes 6:24—7:20 El anuncio de los siete años de hambre 2 Reyes 8:1-6 La predicción del reinado de Hazael 2 Reyes 8:7-15 El ungimiento de Jehú como rey de Israel 2 Reyes 9:1-10 La muerte de Eliseo – 2 Reyes 13:14-21

Su llamado al ministerio “A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar. Y el que escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada de Jehú, Eliseo lo matará. Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron. Partiendo él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que araba con doce yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elías por delante de él, echó sobre él su manto. Entonces dejando él los bueyes, vino corriendo en pos de Elías, y dijo: Te ruego que me dejes besar a mi padre y a mi madre, y luego te seguiré. Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo? Y se volvió, y tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes coció la carne, y la dio al pueblo para que comiesen. Después se levantó y fue tras Elías, y le servía” (1 R. 19:16-21). Eliseo es presentado en la Biblia en 1 Reyes 19:16, cuando el Señor comisiona al profeta Elías para ungir a Eliseo, hijo de Safat, como su sucesor en el ministerio. Varias cosas se hacen evidentes en la vida de Eliseo al analizar su llamado a ser profeta. Elías obedeció al Señor, y halló a Eliseo arando en los campos

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de su padre con 12 yuntas de bueyes. Como se ha mencionado antes, el énfasis en el número 12, el número del gobierno, indica que Eliseo estaba destinado a gobernar los asuntos de las naciones. Esto, por supuesto, fue lo que sucedió una vez que tomó el oficio de Elías. Durante este encuentro, Elías echó su manto sobre Eliseo. Un manto constituye la unción, la fortaleza y la gracia para llevar a cabo un determinado ministerio. Debemos desear tener el manto de Dios sobre nuestra vida para poder cumplir los propósitos que Él ha ordenado para nosotros. Efesios 4:7, dice: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo”. Después que Eliseo recibió el manto de Elías, corrió tras el profeta para pedir su permiso para besar a su padre y a su madre y despedirse de ellos, lo que habla de una vida familiar equilibrada y cálida. Elías respondió: “Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo?” La respuesta de Elías puede parecer dura, pero tenía por objeto preparar a Eliseo para la prueba suprema de su vida, cuando el viejo profeta lo desalentaría a seguirlo y presenciar el momento en que fuera arrebatado. Algo similar a ésta fue la respuesta de Jesús a la mujer cananea que le pidió tener misericordia de su hija: “Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (Mt. 15:26 27). Una vez probada su fe, y vista su convicción y determinación para recibir

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de Él, Jesús le respondió: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres” (Mt. 15:28). Por lo tanto, las grandes riquezas del cielo son dadas a los que perseveran. La fe se desarrolla en la adversidad, venciendo el desaliento, el cual hasta puede provenir del Señor y sus ministros. Eliseo recibió su llamado cuando el manto de Elías cayó sobre él. Al reconocer la unción que había sido depositada sobre su vida, corrió traes el viejo profeta. A partir de entonces, ministró a las necesidades de Elías y fue conocido aun por el rey Joram de Israel como aquél que servía a Elías (vea 2 Reyes 3:11) [Nota del Traductor: Con respecto al Eliseo como “el que servía a Elías”, la versión Reina Valera 1909 lo traduce como “(el) que daba agua a manos a Elías”, y la NVI señala en nota al pie de página lo siguiente: “Lit. echaba agua en manos de Elías”.] Esta es una de las claves para suceder a un líder: tener el corazón de un siervo. Después de todo, el líder es el padre o siervo para aquellos sobre quienes es responsable. Pareciera ser que en Eliseo fluía el corazón del Padre celestial a través de su actitud amable y amorosa hacia sus propios padres. También podemos verlo en su actitud de suplir las necesidades de Elías hasta que fue arrebatado al cielo. Solo podemos tener una estimación de cuánto duró su ministerio. Comenzó con su llamado en el último año del reinado de Acab y se extendió durante los reinados de Ocozías (2 años), de Joram (12 años), de Jehú (28 años) y de Joacaz (17 años). También incluyó una parte del reinado de Joás (16 años), lo cual resulta en un total de más de 60 años.

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Recibe el manto de Elías “Después de la muerte de Acab, se rebeló Moab contra Israel. Y Ocozías cayó por la ventana de una sala de la casa que tenía en Samaria; y estando enfermo, envió mensajeros, y les dijo: Id y consultad a Baal-zebub dios de Ecrón, si he de sanar de esta mi enfermedad. Entonces el ángel de Jehová habló a Elías tisbita, diciendo: Levántate, y sube a encontrarte con los mensajeros del rey de Samaria, y diles: ¿No hay Dios en Israel, que vais a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón? Por tanto, así ha dicho Jehová: Del lecho en que estás no te levantarás, sino que ciertamente morirás. Y Elías se fue. Cuando los mensajeros se volvieron al rey, él les dijo: ¿Por qué os habéis vuelto? Ellos le respondieron: Encontramos a un varón que nos dijo: Id, y volveos al rey que os envió, y decidle: Así ha dicho Jehová: ¿No hay Dios en Israel, que tú envías a consultar a Baalzebub dios de Ecrón? Por tanto, del lecho en que estás no te levantarás; de cierto morirás. Entonces él les dijo: ¿Cómo era aquel varón que encontrasteis, y os dijo tales palabras? Y ellos le respondieron: Un varón que tenía vestido de pelo, y ceñía sus lomos con un cinturón de cuero. Entonces él dijo: Es Elías tisbita. Luego envió a él un capitán de cincuenta con sus cincuenta, el cual subió a donde él estaba; y he aquí que él estaba sentado en la cumbre del monte. Y el capitán le dijo: Varón de Dios, el rey ha dicho que desciendas. Y Elías respondió y dijo al capitán de cincuenta: Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta. Y descendió fuego del cielo, que lo consumió a él y a sus cincuenta” (2 R. 2:1-10).

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En este pasaje vemos que Eliseo, quien deseaba algo difícil –una doble porción de la unción que había sido dada a Elías– iba a tener que perseverar de verdad para recibir el deseo de su corazón. Esto también estaba en el corazón de Dios, porque Eliseo había sido levantado por Dios para ser un tipo de la Iglesia. Analice las elecciones que Eliseo tuvo que realizar. Tuvo que dejar Gilgal, el lugar de la santidad. Tuvo que dejar atrás esta experiencia y avanzar. Esto puede compararse a lo que dijo la novia en el Cantar de los Cantares: “Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar? Mi amado metió su mano por la ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de mí. Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra, que corría sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi amado; pero mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma. Lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió” (Cnt. 5:3-6). La novia se había purificado y se había vestido de lino fino, pero el Señor vino para conducirla a experiencias más profundas. Lamentablemente, hay cristianos que hacen de la santidad su meta, en lugar de comprender que es sólo una experiencia que nos permite llegar a verdades más profundas en Cristo, permitiéndonos a su vez dar en el blanco para nuestra vida. Elías quería que se quedara en Betel, que representa la presencia de Dios. Sin embargo, Eliseo no estaba satisfecho con permanecer allí. Podemos ver la misma situación en el monte de la transfiguración. Pedro deseaba

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permanecer en lo alto del monte y propuso construir tres enramadas, una para Moisés, otra para Elías y otra para Jesús. Sin embargo, tenían que descender para ministrar y seguir a Jesús. De la misma manera, Eliseo fue con Elías para ministrar. Fueron a Jericó, donde estuvieron en compañía de la escuela de profetas, y nuevamente Eliseo se rehusó a permanecer en el lugar de enseñanza, junto con los otros profetas. Elías y Eliseo cruzaron el Jordán por tierra seca después que Elías golpeara las aguas con su capa. Fue entonces cuando Elías preguntó a Eliseo qué deseaba, y éste solicitó la doble porción de la unción. Fue sólo como resultado de su diligente fidelidad a Elías que Eliseo recibió lo que pidió. Podemos ver lo mismo en el caso de Rut, quien fue fiel a Noemí. Debemos exclamar como Jacob en la antigüedad: “No te dejaré, si no me bendices” (Gn. 32:26). Esta es la lección que necesitamos aprender de los profetas: tenían un ferviente deseo por las bendiciones de Dios. En el Segundo Libro de los Reyes encontramos el viaje de Elías, acompañado por Eliseo, previo a su ascensión: “Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. El le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así; mas si no, no” (2 R. 2:9 10). Eliseo observaba a Elías de cerca, pues la unción era un tesoro precioso y escogido para él. Deleitémonos nosotros también en esa bendición, considerándola algo santo, y vivamos de tal manera que seamos dignos de la unción para ministrar Su Palabra.

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“Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino. Viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes. Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le había caído, golpeó las aguas, y dijo: ¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías? Y así que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron a uno y a otro lado, y pasó Eliseo. Viéndole los hijos de los profetas que estaban en Jericó al otro lado, dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo. Y vinieron a recibirle, y se postraron delante de él. Y dijeron: He aquí hay con tus siervos cincuenta varones fuertes; vayan ahora y busquen a tu señor; quizá lo ha levantado el Espíritu de Jehová, y lo ha echado en algún monte o en algún valle. Y él les dijo: No enviéis. Mas ellos le importunaron, hasta que avergonzándose dijo: Enviad. Entonces ellos enviaron cincuenta hombres, los cuales lo buscaron tres días, mas no lo hallaron. Y cuando volvieron a Eliseo, que se había quedado en Jericó, él les dijo: ¿No os dije yo que no fueseis?” (2 R. 2:11-18). Un torbellino arrebató a Elías al cielo. Al verlo, Eliseo rasgó sus vestidos, lo que significaba el final de esa parte de su vida. Es importante que nosotros hagamos lo mismo; a medida que el Señor nos guía a entrar en nuevos panoramas, nuevos ministerios y nuevas oportunidades, debemos dejar a un lado la unción y el ministerio anteriores, o quizá nuestro trabajo o un cargo anterior que ocupábamos, de manera de poder entregarnos con todo nuestro corazón a lo nuevo.

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En muchas ocasiones en mi vida he tenido que renunciar a cargos y ministerios a fin de avanzar en lo que el Señor tenía para mí. Una vez que dejamos lo viejo, podemos encarar los nuevos desafíos que Él nos ofrece por su gracia. Una vez que rasgó sus propias ropas, Eliseo tomó el manto caído de Elías y vino al Jordán. La unción que había sobre Eliseo era poderosa y era absolutamente claro que había recibido una doble porción del Espíritu que estaba sobre Elías. Esto quedó demostrado en el río Jordán. Eliseo golpeó el río con el manto de Elías y dividió las aguas para cruzar por tierra seca. Durante su ministerio, Eliseo realizó el doble de milagros registrados, acreditados a Elías. Al ver el milagro de la división de las aguas del Jordán, los hijos de los profetas declararon que el Espíritu de Elías descansaba ahora sobre Eliseo, y fueron a honrarlo. Es evidente que Eliseo no necesitó anunciarlo él mismo; lo que Dios hace no puede refutarse. Esto también es importante para la Iglesia hoy día. Si Dios nos ha confiado dones, ya sean espirituales o naturales, éstos serán reconocidos por los creyentes, y a menudo también por los no creyentes.

La sanación de las aguas “Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril. Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas

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muerte ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo” (2 R. 2:19-22). Jericó, la ciudad de las palmeras, estaba bien ubicada, pero la tierra era estéril porque el agua estaba contaminada. Aunque se trataba de un problema natural, señala una verdad espiritual. Lamentablemente, he conocido iglesias que parecían muy agradables y prometedoras por fuera, mientras que por dentro los corazones de los creyentes eran estériles. Hay tiempos en los cuales los problemas en la vida de los líderes impiden el fluir del Espíritu y la unción en la iglesia. El remedio para los manantiales en Jericó fue una vasija nueva con sal. Según la Palabra de Dios, se introdujo la sal en los manantiales y las aguas fueron sanadas. Espiritualmente, esto habla de un nuevo líder lleno de sal, que es un tipo de la sinceridad. La sal era utilizada en la antigüedad como un preservador. El Señor habla de que, en cierta medida, los cristianos son la sal de la tierra que preserva a su generación. Un nuevo líder lleno de sinceridad y que se mueve bajo la unción provocará que se sanen las aguas para que fluyan y transformen la iglesia en un campo fructífero. Los corazones de los miembros se convertirán en corazones bien regados, produciendo los nueve frutos del Espíritu de Dios. Seamos siempre sinceros, actuando de la misma manera en el ministerio y en nuestra vida privada.

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La maldición sobre los muchachos que se burlaban “Después subió de allí a Bet-el; y subiendo por el camino, salieron unos muchachos de la ciudad, y se burlaban de él, diciendo: ¡Calvo, sube! ¡calvo, sube! Y mirando él atrás, los vio, y los maldijo en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte, y despedazaron de ellos a cuarenta y dos muchachos” (2 R. 2:23-24). Cuando Eliseo regresaba a Betel, la casa del Señor, unos muchachos de la ciudad se burlaron de él. Los hijos revelan los conceptos de los padres. Si los padres tienen a un ministro en mucha estima, la conversación cotidiana influirá sobre sus hijos y éstos tendrán una buena opinión del ministro y lo respetarán. Este incidente sugeriría que los padres no hablaban en términos de gran estima respecto del hombre de Dios. Muy probablemente, la conducta de los muchachos era el eco de lo que decían sus padres. El número 42 (7 x 6) en este contexto, habla de la completa insensatez del hombre, debido a que fueron 42 muchachos los que ridiculizaron al hombre de Dios. Como consecuencia, recibieron la justa retribución por despreciar a un siervo del Señor, lo que equivale a mofarse del Dios Todopoderoso.

La liberación de los tres reyes “Joram hijo de Acab comenzó a reinar en Samaria sobre Israel el año dieciocho de Josafat rey de Judá; y reinó doce años. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, aunque no como su padre y su madre; porque quitó las estatuas de Baal que su padre había hecho. Pero se entregó a los

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pecados de Jeroboam hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel, y no se apartó de ellos. Entonces Mesa rey de Moab era propietario de ganados, y pagaba al rey de Israel cien mil corderos y cien mil carneros con sus vellones. Pero muerto Acab, el rey de Moab se rebeló contra el rey de Israel. Salió entonces de Samaria el rey Joram, y pasó revista a todo Israel. Y fue y envió a decir a Josafat rey de Judá: El rey de Moab se ha rebelado contra mí: ¿irás tú conmigo a la guerra contra Moab? Y él respondió: Iré, porque yo soy como tú; mi pueblo como tu pueblo, y mis caballos como los tuyos” (2 R. 3:1-7). El contexto del extraordinario milagro que encontramos en este capítulo es que el rey de Israel, un hombre malvado, se encontró con que el rey de Moab, quien cada año había entregado a su padre Acab 200.000 ovejas, dejó de hacerlo a la muerte de éste. De modo que reunió a Israel y pidió ayuda a Josafat, rey de Judá. Nuevamente vemos aquí lo que fue quizá la única debilidad de este piadoso rey: su inclinación a caminar con los impíos. Con anterioridad, esta falla se hizo evidente en sus tratos con el rey Acab de Israel y su hijo Ocozías. Al ir en ayuda del malvado Acab, Dios lo reprendió por medio del profeta: “Y le salió al encuentro el vidente Jehú hijo de Hanani, y dijo al rey Josafat: ¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por esto” (2 Cr. 19:2). A pesar de esta reprensión, Josafat ayudó al hijo de Acab, Ocozías: “Pasadas estas cosas, Josafat rey de

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Judá trabó amistad con Ocozías rey de Israel, el cual era dado a la impiedad, e hizo con él compañía para construir naves que fuesen a Tarsis; y construyeron las naves en Ezión-geber. Entonces Eliezer hijo de Dodava, de Maresa, profetizó contra Josafat, diciendo: Por cuanto has hecho compañía con Ocozías, Jehová destruirá tus obras. Y las naves se rompieron, y no pudieron ir a Tarsis” (2 Cr. 20:35-37). Ahora, en 2 Reyes 3:7-12, vemos lo que Josafat respondió a Joram, el otro hijo de Acab que había ascendido al trono después de la muerte de su hermano: “Y fue y envió a decir a Josafat rey de Judá: El rey de Moab se ha rebelado contra mí: ¿irás tú conmigo a la guerra contra Moab? Y él respondió: Iré, porque yo soy como tú; mi pueblo como tu pueblo, y mis caballos como los tuyos. Y dijo: ¿Por qué camino iremos? Y él respondió: Por el camino del desierto de Edom. Salieron, pues, el rey de Israel, el rey de Judá, y el rey de Edom; y como anduvieron rodeando por el desierto siete días de camino, les faltó agua para el ejército, y para las bestias que los seguían. Entonces el rey de Israel dijo: ¡Ah! que ha llamado Jehová a estos tres reyes para entregarlos en manos de los moabitas. Mas Josafat dijo: ¿No hay aquí profeta de Jehová, para que consultemos a Jehová por medio de él? Y uno de los siervos del rey de Israel respondió y dijo: Aquí está Eliseo hijo de Safat, que servía a Elías. Y Josafat dijo: Este tendrá palabra de Jehová. Y descendieron a él el rey de Israel, y Josafat, y el rey de Edom”. Junto con el rey de Edom y el rey de Israel, Josafat se internó siete días en el desierto donde no había agua. En

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su desesperación, el malvado rey de Israel clamó diciendo: “¡Ah! que ha llamado Jehová a estos tres reyes para entregarlos en manos de los moabitas” (2 R. 3:10). En tiempos de dificultad, los malvados tienden a volverse temerosos y a interpretar cada suceso negativamente. Pero el justo está confiado como un león (vea Proverbios 28:1). Josafat preguntó si no había algún profeta del Señor cerca. Al saber que Eliseo estaba cerca, los tres reyes fueron a encontrarse con él. La actitud de Eliseo fue asombrosa: “Entonces Eliseo dijo al rey de Israel: ¿Qué tengo yo contigo? Ve a los profetas de tu padre, y a los profetas de tu madre. Y el rey de Israel le respondió: No; porque Jehová ha reunido a estos tres reyes para entregarlos en manos de los moabitas. Y Eliseo dijo: Vive Jehová de los ejércitos, en cuya presencia estoy, que si no tuviese respeto al rostro de Josafat rey de Judá, no te mirara a ti, ni te viera” (2 R. 3:13-14). No debemos pasar por alto las palabras y las pequeñas frases como “[…] Jehová […], en cuya presencia estoy, […]”, lo cual demuestra la relación con Dios que tenía el profeta, y su nivel espiritual. Salmos 91:1 describe esto: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”. Este también fue el corazón de David, quien dijo en Salmos 27:4: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. Agrademos nosotros también al Señor para poder ser parte del cumplimiento de este versículo: “Bienaventurado el

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que tú escogieres y atrajeres a ti, para que habite en tus atrios; seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo” (Salmos 65:4). La relación es la clave para la revelación. Esto dice Ezequiel 14:7-8: “Porque cualquier hombre de la casa de Israel, y de los extranjeros que moran en Israel, que se hubiere apartado de andar en pos de mí, y hubiere puesto sus ídolos en su corazón, y establecido delante de su rostro el tropiezo de su maldad, y viniere al profeta para preguntarle por mí, yo Jehová le responderé por mí mismo; y pondré mi rostro contra aquel hombre, y le pondré por señal y por escarmiento, y lo cortaré de en medio de mi pueblo; y sabréis que yo soy Jehová”. Por lo tanto, es imperativo que nuestros corazones sean rectos cuando venimos delante del Señor para pedir su guía y dirección. “Mas ahora traedme un tañedor. Y mientras el tañedor tocaba, la mano de Jehová vino sobre Eliseo, quien dijo: Así ha dicho Jehová: Haced en este valle muchos estanques. Porque Jehová ha dicho así: No veréis viento, ni veréis lluvia; pero este valle será lleno de agua, y beberéis vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados. Y esto es cosa ligera en los ojos de Jehová; entregará también a los moabitas en vuestras manos. Y destruiréis toda ciudad fortificada y toda villa hermosa, y talaréis todo buen árbol, cegaréis todas las fuentes de aguas, y destruiréis con piedras toda tierra fértil” (2 R. 3:15-19). Para determinar la palabra del Señor, Eliseo llamó a un arpista para que tocara en su presencia. Mientras el arpista tocaba, la mano del Señor vino sobre el profeta.

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El Señor habita en la alabanza de Su pueblo. Esta es una clave para oír la palabra del Señor: debemos pasar tiempo en adoración antes de esperar que fluyan los dones espirituales. La Palabra del Señor que vino al profeta fue que cavaran muchos pozos en el valle con la promesa de que serían llenos de agua, pero no agua de lluvia. Es maravilloso ver cómo Dios elige Sus milagros de provisión más allá del ámbito de la imaginación humana. El Señor muestra Su compasión no sólo para con los seres humanos sino para con el ganado también (vea Proverbios 12:10). “Aconteció, pues, que por la mañana, cuando se ofrece el sacrificio, he aquí vinieron aguas por el camino de Edom, y la tierra se llenó de aguas. Cuanto todos los de Moab oyeron que los reyes subían a pelear contra ellos, se juntaron desde los que apenas podían ceñir armadura en adelante, y se pusieron en la frontera. Cuando se levantaron por la mañana, y brilló el sol sobre las aguas, vieron los de Moab desde lejos las aguas rojas como sangre; y dijeron: ¡Esto es sangre de espada! Los reyes se han vuelto uno contra otro, y cada uno ha dado muerte a su compañero. Ahora, pues, ¡Moab, al botín! Pero cuando llegaron al campamento de Israel, se levantaron los israelitas y atacaron a los de Moab, los cuales huyeron de delante de ellos; pero los persiguieron matando a los de Moab. Y asolaron las ciudades, y en todas las tierras fértiles echó cada uno su piedra, y las llenaron; cegaron también todas las fuentes de las aguas, y derribaron todos los buenos árboles; hasta que en Kir-hareset solamente dejaron piedras, porque los honderos la rodearon y la

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destruyeron. Y cuando el rey de Moab vio que era vencido en la batalla, tomó consigo setecientos hombres que manejaban espada, para atacar al rey de Edom; mas no pudieron. Entonces arrebató a su primogénito que había de reinar en su lugar, y lo sacrificó en holocausto sobre el muro. Y hubo grande enojo contra Israel; y se apartaron de él, y se volvieron a su tierra” (2 R. 3:20-27). El profeta prometió que el Señor entregaría a Moab en las manos de estos tres reyes y que ellos lo devastarían. Con la luz del sol de la mañana, los moabitas vieron las aguas de un color rojo y les pareció que los tres ejércitos se habían enfrentado matándose los unos a los otros. Así que avanzaron en forma imprudente con el objeto de hacerse del botín, pero fueron gravemente derrotados. La crisis de los tres reyes se volvió una absoluta victoria a causa de los milagros de provisión de Dios para los hombres y las bestias, y la derrota del ejército moabita. Este relato debe alentarnos a cada uno de nosotros cuando descubrimos la verdad que podemos mirar al Señor con fe, creyendo que Él es capaz de hacer más abundantemente de lo que podemos pedir o entender, y que puede volver nuestras tinieblas en una luz gloriosa y en regocijo (vea Efesios 3:20).

El milagro del aceite de la viuda “Una mujer, de las mujeres de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo, diciendo: Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová; y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos míos por

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siervos. Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite. El le dijo: Ve y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte. Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite. Vino ella luego, y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede” (2 R. 4:1-7). Al comienzo de esta historia se nos presenta a la viuda de uno de los hijos de los profetas. Se habla de su marido como de un siervo de Eliseo a quien él conocía bien. Esto echa luz sobre las obras del reino en aquel tiempo. Había escuelas de profetas y quizá hasta colonias en las cuales los fieles vivían cerca unos de otros. Vemos aquí las dificultades de la viuda en esos momentos; se había visto reducida a una lamentable pobreza y el acreedor estaba a punto de llevarse a sus dos hijos como esclavos, en pago por sus deudas. La vida era dura en aquel entonces, pero era especialmente difícil para las viudas. En todos las épocas debemos cuidar de la que “[…] en verdad es viuda y ha quedado sola, espera en Dios, y es diligente en súplicas y oraciones noche y día” (1 Ti. 5:5). Eliseo preguntó a esta viuda qué tenía en su casa. Su respuesta fue que todo lo que tenía era una vasija de aceite.

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El profeta ordenó a la mujer que pidiera prestadas de sus vecinos muchas vasijas y vertiera el aceite de su vasija en los recipientes vacíos. Por medio de la milagrosa provisión de Dios, con su única vasija de aceite, la mujer llenó todos los recipientes que sus vecinos le habían prestado. Luego, siguiendo las instrucciones de Eliseo, vendió el aceite para pagar su deuda y proveer para ella y sus hijos. Si hacemos fielmente la voluntad de Dios, Él proveerá para nuestras necesidades como hizo con la viuda. Este milagro es similar al milagro de la multiplicación de los panes y los peces (vea Mateo 14:15-21). Este es el principio de usar lo que tenemos a la mano, y luego el Señor lo bendice. En la vida de Sansón, Dios usó una quijada de asno para destruir a sus enemigos (vea Jueces 15:15). Recuerdo a cierta mujer que pidió a Dios que la usara para Su gloria, aunque añadió: “Pero no puedo hacer nada”. Tiernamente, el Señor le contestó: “Puedes hacer muy buena sopa. Cuando alguien esté enfermo en el pueblo en el cual vives, quiero que le lleves un poco de tu sopa. Al hacerlo, estarás ministrando”. La mujer obedeció, y en un tiempo relativamente corto, llevó a muchas familias a la salvación por medio de sus buenas obras. Preguntemos al Señor qué puede usar en nuestra vida y Él multiplicará lo bueno en favor de Su reino.

El nacimiento del hijo de la sunamita “Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por

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allí, venía a la casa de ella a comer. Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios. Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él. Y aconteció que un día vino él por allí, y se quedó en aquel aposento, y allí durmió. Entonces dijo a Giezi su criado: Llama a esta sunamita. Y cuando la llamó, vino ella delante de él. Dijo él entonces a Giezi: Dile: He aquí tú has estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al general del ejército? Y ella respondió: Yo habito en medio de mi pueblo. Y él dijo: ¿Qué, pues, haremos por ella? Y Giezi respondió: He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo. Dijo entonces: Llámala. Y él la llamó, y ella se paró a la puerta. Y él le dijo: El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo. Y ella dijo: No, señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva. Mas la mujer concibió, y dio a luz un hijo el año siguiente, en el tiempo que Eliseo le había dicho” (2 R. 4:8-17). Aquí encontramos la historia de una mujer notable y rica dentro de su comunidad, que convenció a su esposo para que construyera una pequeña habitación pegada al muro de su casa. De esta manera podrían atender a Eliseo cuando pasara por allí, no solo alimentándolo, sino también proveyéndole un lugar dónde descansar. En respuesta a la bondad de la mujer, el profeta le preguntó qué podía hacer por ella. Su respuesta fue que nada; sin embargo, Giezi, el sirviente de Eliseo, informó a su señor que la mujer no tenía hijo y su marido era viejo. Eliseo declaró que al

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cabo de un año ella abrazaría un hijo, tras lo cual la mujer concibió y dio a luz un hijo varón. He conocido a muchas mujeres en condiciones similares de esterilidad, a las cuales, por medio de la oración, el Señor en Su gracia les concedió la bendición de un hijo. Sin embargo, debemos ser cuidadosos en determinar la voluntad de Dios respecto de tener hijos. En el futuro, quizá Dios impedirá en algunos casos la concepción para que su pueblo espere en Él y que no haya distracción.

La resucitación del hijo de la sunamita “Y el niño creció. Pero aconteció un día, que vino a su padre, que estaba con los segadores; y dijo a su padre: ¡Ay, mi cabeza, mi cabeza! Y el padre dijo a un criado: Llévalo a su madre. Y habiéndole él tomado y traído a su madre, estuvo sentado en sus rodillas hasta el mediodía, y murió. Ella entonces subió, y lo puso sobre la cama del varón de Dios, y cerrando la puerta, se salió. Llamando luego a su marido, le dijo: Te ruego que envíes conmigo a alguno de los criados y una de las asnas, para que yo vaya corriendo al varón de Dios, y regrese. El dijo: ¿Para qué vas a verle hoy? No es nueva luna, ni día de reposo. Y ella respondió: Paz. Después hizo enalbardar el asna, y dijo al criado: Guía y anda; y no me hagas detener en el camino, sino cuando yo te lo dijere. Partió, pues, y vino al varón de Dios, al monte Carmelo. Y cuando el varón de Dios la vio de lejos, dijo a su criado Giezi: He aquí la sunamita. Te ruego que vayas ahora corriendo a recibirla, y le digas: ¿Te va bien a ti? ¿Le va bien a tu marido, y a tu hijo? Y ella dijo: Bien. Luego que llegó a

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donde estaba el varón de Dios en el monte, se asió de sus pies. Y se acercó Giezi para quitarla; pero el varón de Dios le dijo: Déjala, porque su alma está en amargura, y Jehová me ha encubierto el motivo, y no me lo ha revelado. Y ella dijo: ¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo que no te burlases de mí? Entonces dijo él a Giezi: Ciñe tus lomos, y toma mi báculo en tu mano, y ve; si alguno te encontrare, no lo saludes, y si alguno te saludare, no le respondas; y pondrás mi báculo sobre el rostro del niño. Y dijo la madre del niño: Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré. El entonces se levantó y la siguió. Y Giezi había ido delante de ellos, y había puesto el báculo sobre el rostro del niño; pero no tenía voz ni sentido, y así se había vuelto para encontrar a Eliseo, y se lo declaró, diciendo: El niño no despierta. Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño estaba muerto tendido sobre su cama. Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a Jehová. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor. Volviéndose luego, se paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. Entonces llamó él a Giezi, y le dijo: Llama a esta sunamita. Y él la llamó. Y entrando ella, él le dijo: Toma tu hijo. Y así que ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó a tierra; y después tomó a su hijo, y salió” (2 R. 4:18-37). Este relato comienza con una tragedia cuando, ya crecido, el hijo de quienes habían mostrado tanta bondad para con Eliseo murió sobre las rodillas de su madre. Sin embargo, aferrándose a la fe, la madre buscó a Eliseo sin informar

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al padre de la muerte del muchacho. La mujer se negó a dejar al profeta hasta que no fuera en persona a ver a su hijo. Una vez en la habitación del muchacho, Eliseo se tendió sobre el niño para hacer que su cuerpo entrara en calor. Después de ir de aquí para allá por toda la casa, presumiblemente rogando a Dios que lo volviera a la vida, se tendió nuevamente sobre el cuerpo del muchacho. El niño estornudó siete veces, lo que significaba que había recuperado totalmente la salud, y abrió los ojos. Hace varios años, un pastor de Nigeria murió en un accidente automovilístico y resucitó después de tres días. Es interesante notar que tomó cierto tiempo que su cuerpo recuperara la temperatura correcta, mientras las personas que se encontraban alrededor masajeaban sus brazos y piernas. El Señor no efectúa milagros según patrones establecidos. En la resurrección de Lázaro, Jesús le ordenó salir de la tumba, pero ordenó a otros que quitaran sus vendas. En el caso del hijo de la viuda de Naín, Jesús simplemente dijo: “Joven, a ti te digo, levántate”. Luego, el joven se incorporó y comenzó a hablar (vea Lucas 7:12 15). Cuando el poder de Dios se manifieste, debemos comprender que cada milagro de resurrección tendrá características particulares.

La sanidad de la olla de vegetales “Eliseo volvió a Gilgal cuando había una grande hambre en la tierra. Y los hijos de los profetas estaban con él, por lo que dijo a su criado: Pon una olla grande, y haz potaje para los hijos de los profetas. Y salió uno al campo a recoger hierbas, y halló una como parra montés, y de

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ella llenó su falda de calabazas silvestres; y volvió, y las cortó en la olla del potaje, pues no sabía lo que era. Después sirvió para que comieran los hombres; pero sucedió que comiendo ellos de aquel guisado, gritaron diciendo: ¡Varón de Dios, hay muerte en esa olla! Y no lo pudieron comer. El entonces dijo: Traed harina. Y la esparció en la olla, y dijo: Da de comer a la gente. Y no hubo más mal en la olla” (2 R. 4:38-41). El tiempo de Eliseo estuvo cargado de juicios sobre la tierra por causa de la maldad de los hijos de Israel. Como dice Joel 1:12: “Todos los árboles del campo se secaron, por lo cual se extinguió el gozo de los hijos de los hombres”. Esto fue especialmente cierto en una ciudad de Guatemala donde el pecado reinaba en forma de idolatría, alcoholismo y violencia; la tierra allí producía unas cosechas muy pobres. Sin embargo, cuando las iglesias se unieron para orar y Dios derramó Su Espíritu Santo en avivamiento, las personas y la tierra fueron liberadas del poder de Satanás. Ahora se producen allí las mejores verduras del mundo y las personas se volvieron prósperas. Aunque hay tiempos en los cuales Dios nos guía a través de experiencias de desierto para probarnos y ver lo que hay en nuestro corazón, también es cierto que los justos nunca mendigan pan (vea Deuteronomio 8:2-3; Salmos 37:25). Conforme prospera nuestra alma, prospera nuestra tierra. En ese tiempo la comida en Israel era escasa, de modo que Eliseo mandó a su siervo a colocar una gran olla en el fuego y preparar sopa para los hijos de los profetas. Uno

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de los hombres que había ido al campo a recoger hierbas halló como una parra silvestre, de la que extrajo calabazas. Mientras comían la sopa, uno gritó que había muerte en la olla. Sin embargo, el profeta ordenó que trajeran harina y la echó en la olla, asegurando que no causaría más daño. La harina es un tipo de la Palabra de Dios. Es por eso que está escrito: “Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina” (Sal. 107:20). Hay sanidad en la Palabra hablada. En cierto sentido, esta harina representa la segunda ofrenda levítica. Como vemos en Levítico 2, esta ofrenda debía ser de harina fina con aceite e incienso. De este modo la Palabra de Dios, cubierta por el Espíritu Santo, puede producir sanidad. En sí misma, es un tipo del segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (vea Mateo 22:37-39). En consecuencia, este milagro puede alentarnos, ya que cuando la Palabra ungida de Dios es hablada en situaciones o relaciones venenosas, traerá salud y sanidad como ocurrió cuando la harina fue echada dentro de la sopa.

La alimentación de cien hombres “Vino entonces un hombre de Baal-salisa, el cual trajo al varón de Dios panes de primicias, veinte panes de cebada, y trigo nuevo en su espiga. Y él dijo: Da a la gente para que coma. Y respondió su sirviente: ¿Cómo pondré esto delante de cien hombres? Pero él volvió a decir: Da a la gente para que coma, porque así ha dicho Jehová: Comerán, y sobrará. Entonces lo puso delante de ellos, y comieron, y les sobró, conforme a la palabra de Jehová” (2 R. 4:42-44).

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Aquí el Señor realizó un maravilloso milagro de acuerdo con la palabra hablada por Eliseo. Eliseo había dicho: “Da a la gente para que coma”. En el Nuevo Testamento los milagros de provisión crecieron enormemente cuando el Señor alimentó a la multitud de 5000 personas, y luego a 4000, con sólo unos pocos panes y peces (vea Mateo 14:17-21; 15:34-38). Debemos subrayar que los milagros se efectúan de acuerdo con la voluntad de Dios. Cuando a un corazón que cree se le une una oración ferviente, lo aparentemente insignificante que tengamos, ya sea comida, dinero o cualquier otra substancia, puede transformarse en mucho más. Personalmente, he orado hasta por una lata de pintura y ésta se estiró hasta ser suficiente para cubrir las paredes de un edificio.

Sanación de Naamán el leproso “Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso” (2 R. 5:1). En este relato, el capitán del pagano ejército de Siria, un hombre leproso y enemigo histórico de los israelitas, vino a Israel para ser sanado. Naamán era un pagano y su país era un enemigo acérrimo de Israel. Uno de los factores que he aprendido en relación con la sanación, es que la rama de Dios pasa por sobre el muro hacia el otro lado; la sanidad no es sólo para Su pueblo, la Iglesia.

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Esto se ajusta a la enseñanza de Jesús. El Señor revolucionó la mentalidad del pueblo cuando dijo: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. […] Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:44-45, 48). El Señor estuvo con Naamán en las batallas, y en ellas (las cuales la Biblia no especifica cuáles fueron), proveyó liberación para Siria. Por lo tanto, las Escrituras otorgan a Naamán la categoría de hombre de gran estima. Esto nos lleva al pasaje bíblico en el cual Pablo habla acerca de los justos juicios de Dios: “Porque no hay acepción de personas para con Dios […] porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos. […] Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley” (Ro. 2:11, 13-15, 26-27).

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Así que, aunque era un gentil, Naamán fue aceptado como justo ante los ojos del Señor. Más aún, alcanzó la categoría de la cual habla Salmos 45:17: “Haré perpetua la memoria de tu nombre en todas las generaciones, por lo cual te alabarán los pueblos eternamente y para siempre”. “Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra. Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel” (2 R. 5:2-4). Estos versículos revelan el hermoso corazón de esta pequeña joven judía. Aunque había sido raptada de su hogar y hecha esclava del capitán del ejército de Siria, ella mostró su corazón tierno y amoroso para con su amo Naamán al dar testimonio del poder de Dios para sanarlo por medio del profeta Eliseo. Es sumamente reconfortante observar el hecho que esta muchacha mantuvo su fe en Dios aunque se encontraba cautiva. En nuestras experiencias de prisión, tengamos siempre la luz del evangelio de esperanza ardiendo con fuerza en nuestros corazones, y estemos preparados a tiempo y fuera de tiempo para dar razón de la esperanza que hay en nosotros (vea 1 Pedro 3:15). “Y le dijo el rey de Siria: Anda, ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel. Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían

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así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra. Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí” (2 R. 5:5-7). Es una verdad interesante que el malvado rey de Israel, en lugar de ver esta carta como una oportunidad de manifestar el poder de Dios por medio del profeta Eliseo, la vio únicamente como si el rey de Siria estuviera buscando ocasión contra él. Los malos constantemente ven el lado oscuro de cualquier nube y se vuelven temerosos, mientras que los justos ven sus bordes dorados y citan Romanos 8:28, que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. “Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel. Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado. Mas sus criados se le acercaron

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y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio? El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (2 R. 5:8-14). Cuando Naamán vino a Eliseo, el profeta no salió de su casa, sino que envió a su siervo Giezi con un mensaje. El general leproso debía zambullirse siete veces (el número siete significa totalidad) en el río Jordán, lo que representa el lavamiento en agua por la Palabra de Dios (vea Efesios 5:26). La lepra ha estado siempre asociada con el pecado, de modo que este milagro habla del hecho que si somos cuidadosamente lavados seremos purgados de la pecaminosidad en nuestras vidas. Pero Naamán se enojó, ya que esperaba que Eliseo saliera y realizara un acto dramático, tal como invocar el nombre del Señor y tocar la lepra. Esta es una advertencia para nosotros. Lo que imaginamos que Dios va a hacer no es necesariamente lo que Él hará. Debemos ser flexibles, sumisos y aprender a amoldarnos. Naamán oyó a sus devotos siervos (quienes lo llamaron “padre”), obedeció a la Palabra del Señor dada por el profeta, y fue sanado. Aprendamos de las lecciones de este capítulo con respecto a este general justo, bueno (porque el hecho que su siervo lo llamara “padre” indica que tenía un carácter paternal) y capaz, quien halló favor ante los ojos del Todopoderoso, para que nosotros también podamos encontrar que Sus deseos para nosotros son para bien.

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“Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de tu siervo. Mas él dijo: Vive Jehová, en cuya presencia estoy, que no lo aceptaré. Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él no quiso. Entonces Naamán dijo: Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová. En esto perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me inclinare en el templo de Rimón; cuando haga tal, Jehová perdone en esto a tu siervo. Y él le dijo: Ve en paz. Se fue, pues, y caminó como media legua de tierra. Entonces Giezi, criado de Eliseo el varón de Dios, dijo entre sí: He aquí mi señor estorbó a este sirio Naamán, no tomando de su mano las cosas que había traído. Vive Jehová, que correré yo tras él y tomaré de él alguna cosa. Y siguió Giezi a Naamán; y cuando vio Naamán que venía corriendo tras él, se bajó del carro para recibirle, y dijo: ¿Va todo bien? Y él dijo: Bien. Mi señor me envía a decirte: He aquí vinieron a mí en esta hora del monte de Efraín dos jóvenes de los hijos de los profetas; te ruego que les des un talento de plata, y dos vestidos nuevos. Dijo Naamán: Te ruego que tomes dos talentos. Y le insistió, y ató dos talentos de plata en dos bolsas, y dos vestidos nuevos, y lo puso todo a cuestas a dos de sus criados para que lo llevasen delante de él. Y así que llegó a un lugar secreto, él lo tomó de mano de ellos, y lo guardó en la casa; luego mandó a los hombres que se fuesen. Y él entró, y se puso delante de su

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señor. Y Eliseo le dijo: ¿De dónde vienes, Giezi? Y él dijo: Tu siervo no ha ido a ninguna parte. El entonces le dijo: ¿No estaba también allí mi corazón, cuando el hombre volvió de su carro a recibirte? ¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas? Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre. Y salió de delante de él leproso, blanco como la nieve” (2 R. 5:15-27). Después de recibir la bendición de la sanidad de Dios, Naamán se llenó de gozo y agradecimiento, y buscó expresarlos ofreciendo regalos a Eliseo. Sin embargo, Eliseo rehusó aceptar dádivas de Naamán. Lamentablemente, Giezi, el siervo de Eliseo, corrió detrás del sirio y mintió, pidiéndole un talento de plata y dos mudas de ropa en nombre del profeta. Generosamente, Naamán le dio más de lo que pidió y Giezi lo escondió en su casa. Sin embargo, Eliseo, que sabía lo que su siervo había hecho, pronunció juicio sobre él, diciéndole que la lepra de Naamán se le pegaría a él y a sus descendientes. Guardémonos de la codicia y estemos contentos con lo que el Señor nos dé. La piedad acompañada de contentamiento es gran ganancia (vea 1 Timoteo. 6:6). El Señor se ocupa de nuestras necesidades, pero también nos advierte que si procuramos como recompensa las riquezas de esta tierra, eso es todo lo que obtendremos. Es más valioso confiar en el Señor para recibir lo mejor de Él y hacer tesoros en el cielo, donde no pierden su valor.

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Podemos contar con la fidelidad de Dios. Él no sólo se ocupa de cubrir nuestras necesidades, sino que también busca oportunidades para recompensarnos. Sin embargo, nos advierte: “[…] Y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:18-21). Que nuestros corazones agraden a Dios en todo lo que hacemos, confiando en Él para nuestras necesidades y recompensas.

El milagro del hacha que flotó “Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en que moramos contigo nos es estrecho. Vamos ahora al Jordán, y tomemos de allí cada uno una viga, y hagamos allí lugar en que habitemos. Y él dijo: Andad. Y dijo uno: Te rogamos que vengas con tus siervos. Y él respondió: Yo iré. Se fue, pues, con ellos; y cuando llegaron al Jordán, cortaron la madera. Y aconteció que mientras uno derribaba un árbol, se le cayó el hacha en el agua; y gritó diciendo: ¡Ah, señor mío, era prestada! El varón de Dios preguntó: ¿Dónde cayó? Y él le mostró el lugar. Entonces cortó él un palo, y lo echó allí; e hizo flotar el hierro. Y dijo: Tómalo. Y él extendió la mano, y lo tomó” (2 R. 6:1-7). Aquí encontramos nuevamente a Eliseo con los hijos de los profetas. Esto nos conduce a una preciosa verdad, pues a menudo moraba con ellos y seguramente invirtió mucho en sus vidas. Debemos invertir tiempo y atención en las vidas de las personas que nos rodean.

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Nuestras palabras y acciones tienen efectos poderosos en la vida de nuestros familiares, amigos y colegas. Especialmente como ministros, es importante que invirtamos tiempo en enseñar, alentar y edificar a nuestros pastores asociados y a los jóvenes que tienen un llamado ministerial, a fin de maximizar el alcance y la productividad de nuestro ministerio. Se estima que un pastor, en una población pequeña, puede influir sobre unas 10.000 personas en toda su vida. Tenga en cuenta a cuántos más podemos alcanzar con la salvación si tenemos el privilegio de enseñar y ministrar a pastores, quienes a su vez prediquen estas verdades eternas en sus respectivas congregaciones. Con respecto a este milagro, diríamos en términos modernos que el espacio con que contaba el Instituto Bíblico era muy pequeño a causa del incremento en la cantidad de estudiantes. ¡Este es un problema agradable que a cualquier director de este tipo de instituciones le gusta tener! En su sencillo programa de edificación, pidieron permiso al profeta para ir al Jordán a tomar vigas de madera para construir. Es digno de destacar que pidieron consejo a Eliseo. Recomiendo que antes de iniciar un programa de construcción, se pase mucho tiempo buscando al Señor y pidiendo consejo a ministros de Dios. Lamentablemente, muchos han construido sin oír una palabra clara del Señor para hacerlo y han incurrido en deudas innecesarias. Los programas de construcción son a menudo blanco del ataque de Satanás, y en este caso en particular, ocurrió que la cabeza de un hacha prestada cayó al río, probablemente a causa de un abierto ataque del maligno para impedir la expansión de la obra de Dios. La

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preocupación seguramente tenía que ver con una cuestión ética, a causa de que el hombre no tenía posibilidad de pagar por el hacha. Sin embargo, por la palabra del Señor, el profeta cortó una rama y la echó al agua. El hierro se elevó hasta la superficie y flotó, probando que los milagros trascienden las leyes de la naturaleza.

El aviso al rey de Israel “Tenía el rey de Siria guerra contra Israel, y consultando con sus siervos, dijo: En tal y tal lugar estará mi campamento. Y el varón de Dios envió a decir al rey de Israel: Mira que no pases por tal lugar, porque los sirios van allí. Entonces el rey de Israel envió a aquel lugar que el varón de Dios había dicho; y así lo hizo una y otra vez con el fin de cuidarse. Y el corazón del rey de Siria se turbó por esto; y llamando a sus siervos, les dijo: ¿No me declararéis vosotros quién de los nuestros es del rey de Israel? Entonces uno de los siervos dijo: No, rey señor mío, sino que el profeta Eliseo está en Israel, el cual declara al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta” (2 R. 6:8-12). El rey y sus consejeros estaban planeando dónde plantar su campamento en razón de la invasión de Siria a Israel. Sin embargo, por causa del espíritu de conocimiento (Is. 11:2), el profeta Eliseo pudo advertir al rey de Israel en cuanto a los planes del enemigo. En más de una oportunidad, esta acción salvó al ejército de Israel de emboscadas. Esto ilustra uno de los muchos ministerios del Espíritu Santo, por medio del espíritu de conocimiento, para revelar los sucesos pasados, presentes y futuros.

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Experimenté esto personalmente en una oportunidad en la cual me encontraba en cierto continente, y por el espíritu de conocimiento, vi claramente una reunión de junta que se estaba llevando a cabo en otro continente. Fue por eso que Eliseo pudo advertir al rey de Israel con tanta autoridad; podía oír los planes del rey de Siria o verlo hablando de ellos. El rey de Siria se encolerizó, pues pensaba que uno de sus siervos se había vendido al ejército israelita. Sin embargo, los siervos del rey de Siria sabían que Eliseo ciertamente tenía conocimiento sobrenatural. Uno de sus siervos dijo: “[…] el profeta Eliseo está en Israel, el cual declara al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta” (2 R. 6:12).

Los soldados sirios son heridos con ceguera “Y él dijo: Id, y mirad dónde está, para que yo envíe a prenderlo. Y le fue dicho: He aquí que él está en Dotán. Entonces envió el rey allá gente de a caballo, y carros, y un gran ejército, los cuales vinieron de noche, y sitiaron la ciudad. Y se levantó de mañana y salió el que servía al varón de Dios, y he aquí el ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros. Entonces su criado le dijo: ¡Ah, señor mío! ¿qué haremos? El le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. Y luego que los sirios

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descendieron a él, oró Eliseo a Jehová, y dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió con ceguera, conforme a la petición de Eliseo” (2 R. 6:13-18). El rey de Siria, al comprender que Eliseo conocía sus planes por el Espíritu del Señor, envió a sus siervos a espiar el lugar donde vivía el profeta. Los siervos regresaron al rey con la información que Eliseo estaba en Dotán. Era un tributo al respeto que el rey de Siria tenía por el profeta el enviar un poderoso ejército para rodear la ciudad. Cuando el siervo de Eliseo despertó a la mañana siguiente y vio el ejército sirio, se desanimó grandemente. Sin embargo, el profeta declaró por fe que más eran los que estaban con ellos que con sus enemigos. Luego, oró para que los ojos de su siervo fueran abiertos y el joven pudo ver que el monte estaba lleno de fuerzas angelicales con carros de fuego. Cuando las fuerzas sirias descendieron contra él, Eliseo pidió al Señor que los hiriera con ceguera, lo cual ocurrió. Este relato ilustra que nunca estamos solos y que siempre hay más de nuestro lado que del lado del enemigo. Debemos recordar que únicamente una tercera parte de los ángeles se rebelaron contra Dios y que estamos del lado de la mayoría. Permitamos que esta verdad nos aliente al entrar en guerra espiritual a través de la oración.

La restauración de la vista a los soldados sirios “Después les dijo Eliseo: No es este el camino, ni es esta la ciudad; seguidme, y yo os guiaré al hombre que buscáis. Y los guió a Samaria. Y cuando llegaron a Samaria, dijo Eliseo: Jehová, abre los ojos de éstos, para que vean. Y

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Jehová abrió sus ojos, y miraron, y se hallaban en medio de Samaria. Cuando el rey de Israel los hubo visto, dijo a Eliseo: ¿Los mataré, padre mío? El le respondió: No los mates. ¿Matarías tú a los que tomaste cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante de ellos pan y agua, para que coman y beban, y vuelvan a sus señores. Entonces se les preparó una gran comida; y cuando habían comido y bebido, los envió, y ellos se volvieron a su señor. Y nunca más vinieron bandas armadas de Siria a la tierra de Israel” (2 R. 6:19-23). Eliseo guió al ciego ejército sirio a Samaria, donde volvió a orar por ellos. Cuando sus ojos fueron abiertos, se encontraron en medio del campamento de Israel. Eliseo ordenó al rey de Israel que perdonara la vida a los sirios, los alimentara y los enviara nuevamente con su rey. En aquel tiempo, los sirios no regresaron a Israel. Proverbios 24:17-18, dice: “Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, y cuando tropezare, no se alegre tu corazón; no sea que Jehová lo mire, y le desagrade, y aparte de sobre él su enojo”. La actitud de Eliseo es un excelente ejemplo de cumplimiento del mandamiento de Cristo en Lucas 6:27-28: “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian”. Jesucristo también habló al respecto en Mateo 5:44-48, diciéndonos que seamos como nuestro Padre que está en los cielos, quien hace llover sobre justos e injustos, para ser perfectos delante de Sus ojos. Tampoco debemos regocijarnos con la caída de un enemigo (vea Proverbios 24:17), como hizo el rey de Israel.

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El sitio y la hambruna en Samaria “Después de esto aconteció que Ben-adad rey de Siria reunió todo su ejército, y subió y sitió a Samaria. Y hubo gran hambre en Samaria, a consecuencia de aquel sitio; tanto que la cabeza de un asno se vendía por ochenta piezas de plata, y la cuarta parte de un cab de estiércol de palomas por cinco piezas de plata. Y pasando el rey de Israel por el muro, una mujer le gritó, y dijo: Salva, rey señor mío. Y él dijo: Si no te salva Jehová, ¿de dónde te puedo salvar yo? ¿Del granero, o del lagar? Y le dijo el rey: ¿Qué tienes? Ella respondió: Esta mujer me dijo: Da acá tu hijo, y comámoslo hoy, y mañana comeremos el mío. Cocimos, pues, a mi hijo, y lo comimos. El día siguiente yo le dije: Da acá tu hijo, y comámoslo. Mas ella ha escondido a su hijo. Cuando el rey oyó las palabras de aquella mujer, rasgó sus vestidos, y pasó así por el muro; y el pueblo vio el cilicio que traía interiormente sobre su cuerpo. Y él dijo: Así me haga Dios, y aun me añada, si la cabeza de Eliseo hijo de Safat queda sobre él hoy” (2 R. 6:24-31). Este relato de otra guerra entre Siria e Israel no debe confundirnos a causa de los versículos anteriores, en el sentido que Siria no vendría contra Israel después de haber traído a los soldados sirios ciegos a Samaria Ese relato se refería al envío de bandas armadas y no a la guerra típica. Ben-adad, el rey de Siria, reunió a todo su ejército y sitió a Samaria. Como consecuencia, siguió una gran hambruna durante la cual las personas que se encontraban dentro de los muros de la ciudad morían de inanición. En su enojo,

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el rey de Israel determinó matar a Eliseo tras oír que una mujer, en su desesperación, había matado a su hijo para comérselo. La razón de su enojo bien puede haber sido que con anterioridad Eliseo había hecho que perdonara la vida al ejército sirio, después que el profeta los guiara ciegos como estaban hasta Samaria, y al tenerlos a su merced podría haberlos matado a todos. “Y Eliseo estaba sentado en su casa, y con él estaban sentados los ancianos; y el rey envió a él un hombre. Mas antes que el mensajero viniese a él, dijo él a los ancianos: ¿No habéis visto cómo este hijo de homicida envía a cortarme la cabeza? Mirad, pues, y cuando viniere el mensajero, cerrad la puerta, e impedidle la entrada. ¿No se oye tras él el ruido de los pasos de su amo? Aún estaba él hablando con ellos, y he aquí el mensajero que descendía a él; y dijo: Ciertamente este mal de Jehová viene. ¿Para qué he de esperar más a Jehová?” (2 R. 6:32-33). Cuando el mensajero arribó, Eliseo, que estaba sentado en su casa con los ancianos, dijo que impidieran al hombre la entrada pues tras él se oían los pasos del rey. Eliseo llamó al rey hijo de homicida, lo cual perfectamente podía referirse a Joram (la mayoría de los teólogos concuerdan en esto), cuyo padre fue Acab. Sin embargo, el rey vino declarando que el desastre era de parte de Dios y preguntando por qué debía continuar esperando al Señor. No queda claro qué era lo que él pensaba que podía hacer. Sin embargo, en tiempos de prueba debemos recordar la advertencia de Isaías 50:10-11: “¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la

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voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios. He aquí que todos vosotros encendéis fuego, y os rodeáis de teas; andad a la luz de vuestro fuego, y de las teas que encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor seréis sepultados”. Aunque no podemos considerar a Joram un hombre justo, debemos oír esta orden y no intentar salir de la oscuridad o dificultad antes que Dios considere que es el tiempo apropiado. “Dijo entonces Eliseo: Oíd palabra de Jehová: Así dijo Jehová: Mañana a estas horas valdrá el seah de flor de harina un siclo, y dos seahs de cebada un siclo, a la puerta de Samaria. Y un príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba, respondió al varón de Dios, y dijo: Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así? Y él dijo: He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello” (2 R. 7:1-2). Eliseo declaró la Palabra del Señor, diciendo que al día siguiente la comida sería abundante. Un noble en quien el rey se apoyaba, ridiculizó la palabra, diciendo: “Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así?” Aunque en lo natural ciertamente esto parecía imposible, debemos recordar que para Dios todo es posible. Él creó los cielos y la tierra por Su Palabra hablada (vea Génesis 1). El juicio de Dios sobre este noble fue que vería el milagro de provisión del Señor, pero no participaría de él. Quienes se mofan de las promesas de Dios pueden ver la bendición de los demás, pero ellos no serán bendecidos.

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Se nos tiende una mesa en presencia de nuestros enemigos, mesa de la cual ellos no pueden participar. “Había a la entrada de la puerta cuatro hombres leprosos, los cuales dijeron el uno al otro: ¿Para qué nos estamos aquí hasta que muramos? Si tratáremos de entrar en la ciudad, por el hambre que hay en la ciudad moriremos en ella; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Vamos, pues, ahora, y pasemos al campamento de los sirios; si ellos nos dieren la vida, viviremos; y si nos dieren la muerte, moriremos. Se levantaron, pues, al anochecer, para ir al campamento de los sirios; y llegando a la entrada del campamento de los sirios, no había allí nadie. Porque Jehová había hecho que en el campamento de los sirios se oyese estruendo de carros, ruido de caballos, y estrépito de gran ejército; y se dijeron unos a otros: He aquí, el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los heteos y a los reyes de los egipcios, para que vengan contra nosotros. Y así se levantaron y huyeron al anochecer, abandonando sus tiendas, sus caballos, sus asnos, y el campamento como estaba; y habían huido para salvar sus vidas” (2 R. 7:3-7). Aquí vemos una vez más la gracia de Dios manifestada a través de la palabra de Su siervo, el profeta Eliseo, para calmar el hambre de aquellos de Su pueblo que vivían en Samaria. El ejército huyó a causa de un gran temor, ya que no hay indicios del ataque de otro ejército. Se trata del cumplimiento de las observaciones del rey Salomón en Proverbios 28:1: “Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león.”

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El temor es un tormento, y el pueblo de Dios no debe permitirse a sí mismo tener un espíritu de temor. El antídoto lo suministra el Apóstol amado, quien dice en 1 Juan 4:18: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. Amados, moremos en el amor y el temor no tendrá control sobre nosotros. “Cuando los leprosos llegaron a la entrada del campamento, entraron en una tienda y comieron y bebieron, y tomaron de allí plata y oro y vestidos, y fueron y lo escondieron; y vueltos, entraron en otra tienda, y de allí también tomaron, y fueron y lo escondieron. Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey. Vinieron, pues, y gritaron a los guardas de la puerta de la ciudad, y les declararon, diciendo: Nosotros fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había allí nadie, ni voz de hombre, sino caballos atados, asnos también atados, y el campamento intacto. Los porteros gritaron, y lo anunciaron dentro, en el palacio del rey. Y se levantó el rey de noche, y dijo a sus siervos: Yo os declararé lo que nos han hecho los sirios. Ellos saben que tenemos hambre, y han salido de las tiendas y se han escondido en el campo, diciendo: Cuando hayan salido de la ciudad, los tomaremos vivos, y entraremos en la ciudad. Entonces respondió uno de sus siervos y dijo: Tomen ahora cinco de los caballos que han quedado en la ciudad (porque los que quedan acá también perecerán

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como toda la multitud de Israel que ya ha perecido), y enviemos y veamos qué hay. Tomaron, pues, dos caballos de un carro, y envió el rey al campamento de los sirios, diciendo: Id y ved. Y ellos fueron, y los siguieron hasta el Jordán; y he aquí que todo el camino estaba lleno de vestidos y enseres que los sirios habían arrojado por la premura. Y volvieron los mensajeros y lo hicieron saber al rey. Entonces el pueblo salió, y saqueó el campamento de los sirios. Y fue vendido un seah de flor de harina por un siclo, y dos seahs de cebada por un siclo, conforme a la palabra de Jehová” (2 R. 7:8-16). Es digno de notar que frecuentemente en la Biblia encontramos cómo el Señor utilizó al enemigo que dominaba sobre Su pueblo para sustentarlo. Los egipcios dieron alimentos y otras cosas materiales a los hijos de Israel cuando salieron de Egipto. Esto también puede ocurrir en nuestra vida, según lo que dice el rey Salomón en Eclesiastés 2:26: “Mas al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios”. “Y el rey puso a la puerta a aquel príncipe sobre cuyo brazo él se apoyaba; y lo atropelló el pueblo a la entrada, y murió, conforme a lo que había dicho el varón de Dios, cuando el rey descendió a él. Aconteció, pues, de la manera que el varón de Dios había hablado al rey, diciendo: Dos seahs de cebada por un siclo, y el seah de flor de harina será vendido por un siclo mañana a estas horas, a la puerta de Samaria. A lo cual aquel príncipe había respondido al varón de Dios, diciendo: Si Jehová hiciese ventanas en el cielo, ¿pudiera suceder esto? Y él

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dijo: He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello. Y le sucedió así; porque el pueblo le atropelló a la entrada, y murió” (2 R. 7:17-20). Cuatro leprosos hallaron el campamento abandonado y con abundancia de comida. Luego, se lo comunicaron al rey, quien envió un par de caballos para ver si era verdad. El pueblo saqueó el campamento de los sirios y halló abundante comida, como había sido declarado. Sin embargo, aquél que había ridiculizado la palabra del Señor fue atropellado por la multitud en la puerta. Los que se mofan del Señor perecerán del mismo modo. Obedezcamos las palabras de Josafat, el rey bueno y piadoso: “Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados” (2 Cr. 20:20). Que el Señor nos dé en Su gracia tener un corazón que cree, para abrazar Sus promesas y Su Palabra.

El anuncio de los siete años de hambre “Habló Eliseo a aquella mujer a cuyo hijo él había hecho vivir, diciendo: Levántate, vete tú y toda tu casa a vivir donde puedas; porque Jehová ha llamado el hambre, la cual vendrá sobre la tierra por siete años. Entonces la mujer se levantó, e hizo como el varón de Dios le dijo; y se fue ella con su familia, y vivió en tierra de los filisteos siete años. Y cuando habían pasado los siete años, la mujer volvió de la tierra de los filisteos; después salió para implorar al rey por su casa y por sus tierras. Y había el rey hablado con Giezi, criado del varón de Dios, diciéndole: Te ruego que me cuentes todas las maravillas que ha hecho Eliseo. Y mientras él estaba contando al

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rey cómo había hecho vivir a un muerto, he aquí que la mujer, a cuyo hijo él había hecho vivir, vino para implorar al rey por su casa y por sus tierras. Entonces dijo Giezi: Rey señor mío, esta es la mujer, y este es su hijo, al cual Eliseo hizo vivir. Y preguntando el rey a la mujer, ella se lo contó. Entonces el rey ordenó a un oficial, al cual dijo: Hazle devolver todas las cosas que eran suyas, y todos los frutos de sus tierras desde el día que dejó el país hasta ahora” (2 R. 8:1-6). Este relato comienza con las palabras de Eliseo a la mujer, anunciándole que el Señor había llamado al hambre, y que esta situación duraría siete años. Surgen de aquí varias verdades. La primera la leemos en Amós 3:7: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. Antes de hacer algo, el Señor revela Sus propósitos a Sus siervos, los profetas. De modo que la Iglesia puede esperar que Dios nos muestre Sus propósitos sobre la tierra en nuestros días. En nuestra vida individual, podemos esperar que Dios nos hable de las cosas que Él ha decidido hacer por nosotros. Otra verdad es que las relaciones interpersonales se establecen entre personas que piensan de manera similar, y que quienes andan juntos terminan pareciéndose. Resulta interesante la relación entre el profeta y esta mujer, ya que ella tuvo el privilegio de saber lo que Dios se había propuesto hacer. Era devota y piadosa, una mujer importante y una madre amada en Israel. Así que, debido a su relación cercana con el profeta, esta mujer disfrutó del beneficio de su manto profético.

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Del relato surge aun otra verdad: A veces, Dios hace que el enemigo cuide de Su pueblo. La mujer y su casa recibieron sustento en la tierra de los filisteos, los enemigos tradicionales de Israel. A su regreso, luego de los siete años de hambre, fue a peticionar ante el rey para que le fueran devueltas su casa y sus tierras. Pareciera ser que durante su ausencia otros se habían adueñado de su propiedad. Cuando ella llegó, el rey estaba pidiendo a Giezi, el siervo de Eliseo, que le hablara de todos los grandes milagros realizados por Eliseo; de modo que Giezi presentó a la mujer al rey como aquella cuyo hijo había sido resucitado. Cuando andamos delante de Dios, Él va delante de nosotros para preparar el camino, tal como hizo al tocar el corazón del rey. Éste dio órdenes de que la casa y las tierras de la mujer le fueran devueltas, incluido el fruto de la tierra durante sus siete años de ausencia. ¡Ciertamente, Dios hace más abundantemente de lo que podríamos pedir o imaginar!

La predicción del reinado de Hazael “Eliseo se fue luego a Damasco; y Ben-adad rey de Siria estaba enfermo, al cual dieron aviso, diciendo: El varón de Dios ha venido aquí. Y el rey dijo a Hazael: Toma en tu mano un presente, y ve a recibir al varón de Dios, y consulta por él a Jehová, diciendo: ¿Sanaré de esta enfermedad? Tomó, pues, Hazael en su mano un presente de entre los bienes de Damasco, cuarenta camellos cargados, y fue a su encuentro, y llegando se puso delante de él, y dijo: Tu hijo Ben-adad rey de Siria me ha enviado a ti, diciendo: ¿Sanaré de esta enfermedad? Y Eliseo le dijo: Ve, dile: Seguramente sanarás. Sin embargo, Jehová

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me ha mostrado que él morirá ciertamente. Y el varón de Dios le miró fijamente, y estuvo así hasta hacerlo ruborizarse; luego lloró el varón de Dios. Entonces le dijo Hazael: ¿Por qué llora mi señor? Y él respondió: Porque sé el mal que harás a los hijos de Israel; a sus fortalezas pegarás fuego, a sus jóvenes matarás a espada, y estrellarás a sus niños, y abrirás el vientre a sus mujeres que estén encintas. Y Hazael dijo: Pues, ¿qué es tu siervo, este perro, para que haga tan grandes cosas? Y respondió Eliseo: Jehová me ha mostrado que tú serás rey de Siria. Y Hazael se fue, y vino a su señor, el cual le dijo: ¿Qué te ha dicho Eliseo? Y él respondió: Me dijo que seguramente sanarás. El día siguiente, tomó un paño y lo metió en agua, y lo puso sobre el rostro de Ben-adad, y murió; y reinó Hazael en su lugar” (2 R. 8:7-15). Eliseo tuvo un ministerio itinerante, y al igual que Samuel antes que él, viajaba mucho por la tierra de Israel y por Siria. En esta ocasión fue a Damasco, la capital de Siria, un enemigo de Israel, pero que no estaba en guerra con ellos en ese momento. Eliseo era reconocido como profeta de Dios tanto por los sirios como por su propio pueblo. Ben-adad estaba enfermo, y al oír que el profeta de Dios estaba en Siria, envió a Hazael a preguntarle si se recuperaría. Eliseo respondió que el rey se repondría, pero que Hazael mataría a Ben-adad y reinaría en su lugar. Más aún, el Señor mostró a Eliseo todo el mal que Hazael haría contra el pueblo de Israel. Al día siguiente, Hazael mató a Ben-adad. Este suceso es digno de notar porque nos muestra cómo Dios permite que los malvados o los desobedientes

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frustren el cumplimiento de Su Palabra a través de sus acciones o la omisión de ellas. Me gustaría ilustrar esto con una experiencia que en cierta oportunidad me relataron. Durante una reunión de oración, el Espíritu Santo habló a una persona enferma una promesa de sanidad. Dios también habló a otra persona para que fuera a imponer las manos sobre la persona enferma y orara por ella. Sin embargo, esta persona no obedeció y la persona enferma no fue sanada aquella noche. Por causa de la desobediencia, la sanidad prometida no se efectuó. En este caso, el Señor manifestó su gracia y creo que la sanidad llegó durante otra noche. No obstante, esto nos muestra que a veces se permite que la desobediencia obstaculice la Palabra de Dios.

El ungimiento de Jehú como rey de Israel “Entonces el profeta Eliseo llamó a uno de los hijos de los profetas, y le dijo: Ciñe tus lomos, y toma esta redoma de aceite en tu mano, y ve a Ramot de Galaad. Cuando llegues allá, verás allí a Jehú hijo de Josafat hijo de Nimsi; y entrando, haz que se levante de entre sus hermanos, y llévalo a la cámara. Toma luego la redoma de aceite, y derrámala sobre su cabeza y di: Así dijo Jehová: Yo te he ungido por rey sobre Israel. Y abriendo la puerta, echa a huir, y no esperes. Fue, pues, el joven, el profeta, a Ramot de Galaad. Cuando él entró, he aquí los príncipes del ejército que estaban sentados. Y él dijo: Príncipe, una palabra tengo que decirte. Jehú dijo: ¿A cuál de todos nosotros? Y él dijo: A ti, príncipe. Y él se levantó, y entró en casa; y el otro derramó el aceite sobre su cabeza, y le dijo: Así dijo Jehová Dios de Israel: Yo te he ungido por

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rey sobre Israel, pueblo de Jehová. Herirás la casa de Acab tu señor, para que yo vengue la sangre de mis siervos los profetas, y la sangre de todos los siervos de Jehová, de la mano de Jezabel. Y perecerá toda la casa de Acab, y destruiré de Acab todo varón, así al siervo como al libre en Israel. Y yo pondré la casa de Acab como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahías. Y a Jezabel la comerán los perros en el campo de Jezreel, y no habrá quien la sepulte. En seguida abrió la puerta, y echó a huir” (2 Reyes 9:1-10). Hazael, rey de Siria, luchaba contra Joram, rey de Israel, y contra Ocozías, rey de Judá. Joram resultó herido en la batalla en Ramot de Galaad y fue a Jezreel a curarse de sus heridas, adonde Ocozías acudió a visitarlo. Por pedido de Eliseo, un joven profeta fue a los capitanes de Israel en Ramot de Galaad y ungió a Jehú, el capitán de las fuerzas israelitas, para ser rey de Israel. También le dio el encargo de herir a la casa de Acab, al padre de Joram, y de vengar la sangre de todos los siervos del Señor que pesaba sobre Jezabel. Eliseo no fue personalmente a ungir a Jehú porque éste no era digno de tal honor. Como veremos más adelante, Jehú no anduvo rectamente delante del Señor. Se ha dicho que las ruedas de la justicia giran en forma lenta, pero segura. Toda la maldad de Acab vino ahora sobre su familia extendida. Acab no había visto la ira de Dios en juicio sobre su familia durante su vida porque se humilló delante de la palabra de Elías. Sin embargo, Jezabel, la esposa de Acab, no se arrepintió, por lo que no escapó del juicio decretado en 1 Reyes 21:23: “De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en el muro de Jezreel”.

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Es importante notar la distinción que Dios hace entre ellos dos, ya que en 1 Reyes 21:25, a Jezabel se le adjudica la maldad mayor: “A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba”. Existen distintos niveles de juicio aun entre los malos, del mismo modo que hay diferentes grados de castigo en el infierno. Dios designó a Jehú para llevar a cabo estos juicios. Joram fue asesinado en Jezreel cuando Jehú le disparó con su arco y flecha. Jehú arrojó luego su cuerpo en la heredad de Nabot, a quien Acab había matado. Por orden de Jehú, Jezabel fue arrojada por sus siervos desde una ventana del palacio y parte de su sangre salpicó la pared y a los caballos, los cuales la pisotearon: “Pero cuando fueron para sepultarla, no hallaron de ella más que la calavera, y los pies, y las palmas de las manos. Y volvieron, y se lo dijeron. Y él dijo: Esta es la palabra de Dios, la cual él habló por medio de su siervo Elías tisbita, diciendo: En la heredad de Jezreel comerán los perros las carnes de Jezabel, y el cuerpo de Jezabel será como estiércol sobre la faz de la tierra en la heredad de Jezreel, de manera que nadie pueda decir: Esta es Jezabel” (2 R. 9:35-37). Jehú mató a todos los que quedaban de la casa de Acab y a todos sus grandes, a sus familiares y a sus sacerdotes. En 2 Reyes 10:30 leemos: “Y Jehová dijo a Jehú: Por cuanto has hecho bien ejecutando lo recto delante de mis ojos, e hiciste a la casa de Acab conforme a todo lo que estaba en mi corazón, tus hijos se sentarán sobre el trono de Israel hasta la cuarta generación”.

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Lamentablemente, después que Eliseo obedeció a Dios y ungió un salvador para Israel, Jehú se rehusó a andar en los caminos del Señor: “Mas Jehú no cuidó de andar en la ley de Jehová Dios de Israel con todo su corazón, ni se apartó de los pecados de Jeroboam, el que había hecho pecar a Israel” (2 R. 10:31). Por lo tanto, el malvado rey Hazael de Siria fue usado para herir a Israel en todos sus territorios. Que alguien sea levantado por Dios y lleve a cabo su voluntad no significa que sea una persona recta. El Señor da a una nación el gobernante que se merece, e Israel andaba contrariamente a las leyes de Dios. Fue así que tuvieron un rey a quien no le importó la justicia (rectitud). Esto fue para que Dios pudiera traer juicio por medio del homicida, Hazael.

Muerte de Eliseo “Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió. Y descendió a él Joás rey de Israel, y llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y le dijo Eliseo: Toma un arco y unas saetas. Tomó él entonces un arco y unas saetas. Luego dijo Eliseo al rey de Israel: Pon tu mano sobre el arco. Y puso él su mano sobre el arco. Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey, y dijo: Abre la ventana que da al oriente. Y cuando él la abrió, dijo Eliseo: Tira. Y tirando él, dijo Eliseo: Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos. Y le volvió a decir: Toma las saetas. Y luego que el rey

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de Israel las hubo tomado, le dijo: Golpea la tierra. Y él la golpeó tres veces, y se detuvo. Entonces el varón de Dios, enojado contra él, le dijo: Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria. Y murió Eliseo, y lo sepultaron. Entrado el año, vinieron bandas armadas de moabitas a la tierra. Y aconteció que al sepultar unos a un hombre, súbitamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió, y se levantó sobre sus pies” (2 R. 13:14-21). Cuando la vida del profeta llegaba a su fin en su lecho de enfermedad, Joás, rey de Israel, fue a visitarlo. Al ver al profeta, Joás clamó: “¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!” (2 R. 13:14). He podido ver esto personalmente. Cuando uno de nuestros estudiantes en Suiza estaba muriendo, el carro y los jinetes pasaron por sobre la cama mientras orábamos, para separar a los vivos de los muertos. Así también fue el caso fue la ascensión de Elías, cuando el carro lo separó de Eliseo. El rey seguramente comprendió que estaban en esa habitación esperando el momento de la partida del profeta. Sin embargo, había una última acción que Eliseo debía realizar antes de morir. Dijo a Joás que tomara un arco y flecha y disparara por la ventana. Cuando Joás lo hizo, Eliseo declaró que se trataba de la flecha de liberación de Siria y ordenó a Joás que hiriera a los sirios en Afec.

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Sucede a menudo con la palabra profética, que hay algo que el hombre debe llevar a cabo. Así, Eliseo dijo a Joás que tomara las flechas y golpeara el suelo con ellas. Él lo hizo, pero sólo tres veces: “Entonces el varón de Dios, enojado contra él, le dijo: Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria” (2 R. 13:19). Cuando se nos dice que llevemos a cabo una acción como señal, es importante que lo hagamos concienzudamente, para que pueda cumplirse completamente la profecía. Joás sólo derrotó a Hazael tres veces y recuperó las ciudades de Israel, pero no destruyó definitivamente al ejército de Siria. Eliseo conocía el maravilloso poder de Dios de la resurrección. Un tiempo después de su muerte, un hombre fue colocado en su sepulcro, y cuando su cuerpo tocó sus huesos, el muerto revivió y se paró sobre sus pies (vea 2 Reyes 13:20-21). Aún cuando Eliseo estaba muerto, se llevó a cabo un milagro por el poder de Dios que envolvía sus huesos. De este modo, Eliseo cumplió la promesa de Salmos 92:12, 14: “El justo florecerá como la palmera; […]. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes”. Eliseo era también un tipo de la Iglesia, la cual heredará la promesa de Juan 14:12: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”. Elías es un tipo del Señor, mientras que Eliseo es un tipo de la Iglesia de los últimos tiempos, la cual goza de la

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doble porción de bendición de nuestro Señor. ¡Quiera Él conceder que nosotros también seamos fructíferos hasta el final! Es fácil ver cómo Elías es un tipo de Cristo ya que él, al igual que el Salvador, ascendió a los cielos; también, al igual que Jesús bautizó a la Iglesia en el día de Pentecostés con el poder del Espíritu Santo, Elías entregó su manto a Eliseo, quien continuó su ministerio del mismo modo que la Iglesia continuó con el ministerio de nuestro bendito Señor.

La profetisa Hulda “Entonces fueron el sacerdote Hilcías, y Ahicam, Acbor, Safán y Asaías, a la profetisa Hulda, mujer de Salum hijo de Ticva, hijo de Harhas, guarda de las vestiduras, la cual moraba en Jerusalén en la segunda parte de la ciudad, y hablaron con ella. Y ella les dijo: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Decid al varón que os envió a mí: Así dijo Jehová: He aquí yo traigo sobre este lugar, y sobre los que en él moran, todo el mal de que habla este libro que ha leído el rey de Judá; por cuanto me dejaron a mí, y quemaron incienso a dioses ajenos, provocándome a ira con toda la obra de sus manos; mi ira se ha encendido contra este lugar, y no se apagará. Mas al rey de Judá que os ha enviado para que preguntaseis a Jehová, diréis así: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que yo he pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová. Por tanto, he aquí yo te recogeré con tus padres, y serás llevado

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a tu sepulcro en paz, y no verán tus ojos todo el mal que yo traigo sobre este lugar. Y ellos dieron al rey la respuesta” (2 R. 22:14-20). El ministerio de Hulda se desarrolló durante el reinado de Josías, el nieto de Manasés. Es una de las tres profetisas incluidas en el Antiguo Testamento (junto con Miriam, la hermana de Moisés y la jueza Débora). Declaró que habría grandes juicios sobre Jerusalén, pero debido a que el corazón de Josías era sensible al Señor, recibió la bendición de la paz durante su tiempo y no vio el cumplimiento de los juicios de Dios. Este es el único suceso en la vida de ella que quedó escrito. Sin embargo, es importante señalar que tenía la reputación de ser una profetisa. Los altos funcionarios de la corte real la buscaron cuando necesitaron oír la palabra del Señor para el rey Josías y el resto de la nación. Varios profetas ministraron en Israel y Judá durante el gobierno de los reyes que se sucedieron desde Ezequías a Sedequías, el último rey de Judá. Isaías y Miqueas profetizaron durante el reinado de Ezequías, y Jeremías y Sofonías lo hicieron durante el reinado de Josías. Daniel y Ezequiel estaban en Babilonia. En los días de Jeremías hubo también falsos profetas que engañaron y dieron falsa confianza al pueblo durante el tiempo del sitio de los babilonios. Llegamos ahora a la segunda gran sección de la Biblia llamada los Profetas, formada por unos 16 libros escritos por los cuatro profetas denominados mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel). También hay otros 12 libros

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escritos por los llamados profetas menores. Se los designa de esta manera por la extensión de sus escritos y no por la calidad de ellos. Hemos escrito un extenso comentario aparte sobre cada uno de los libros. Haremos en este libro sólo un breve comentario sobre sus vidas según lo que se revela en sus libros. Esto nos ayudará a comprender su oficio profético y la manera en que Dios los preparó para esa función.

Isaías Isaías profetizó durante el reinado de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, antes de encontrar la muerte por el martirio a manos de Manasés, el hijo del piadoso Ezequías. Sus oraciones hicieron que el sol retrocediera diez grados, como señal a Ezequías de que sería sanado. Isaías se mantuvo firme junto a Ezequías contra el sitio de los asirios y profetizó que el Señor defendería a Jerusalén por medio de Su ángel, el cual exterminó al ejército asirio acampado alrededor de la ciudad amada. Tuvo revelaciones personales de la santidad del Señor y de su necesidad de tener labios puros. La clave de sus profecías era que una y otra vez “vio” delante de sus ojos los sucesos sobre los cuales profetizaba, como si estuvieran ocurriendo realmente, aun cuando esos acontecimientos estaban cientos de años en el futuro. Dijo que el rey persa Ciro daría la orden de reconstruir el Templo cuando éste todavía permanecía en pie. Anunció el surgimiento y la caída de Babilonia y su derrota por parte de los medos y los persas. Sin embargo, la más grande de sus profecías se relaciona con la vida y

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el ministerio de Jesucristo, incluidos eventos relacionados con Su nacimiento, crucifixión y resurrección. Lo vislumbró como la Luz de los gentiles en la era de la Iglesia. Podemos decir que Isaías fue un hombre santo que disfrutó de una gran intimidad con el Señor, y fue una de las principales fuentes citadas por Cristo durante su ministerio terrenal, junto con Génesis, Deuteronomio y los Salmos.

Jeremías Jeremías fue conocido y ordenado por Dios para ser profeta desde el vientre de su madre (vea Jeremías 1:5). Comenzó a profetizar a comienzos de su segunda década de vida, en el año trece del reinado del piadoso rey Josías. Jeremías, Josías y el profeta Sofonías encabezaron el mayor avivamiento en la historia de Israel. Sin embargo, después de Josías, la nación se volcó a la apostasía. Jeremías, quien advirtió acerca del sitio y la caída de Jerusalén, fue confrontado por falsos profetas que declaraban para la nación prosperidad continua. Sufrió encarcelamiento a manos de su propio pueblo, pero fue preservado por el Señor a través de amigos fieles. Se lo conoce como “el profeta llorón”, por lamentar que el pueblo se apartara del Señor; su libro Lamentaciones describe sus angustias y las de su nación rechazada. Sin embargo, vio en visión no sólo la destrucción de Jerusalén por los babilonios, sino también la futura gloria de la nación restaurada. Una característica clave de su vida personal que puede compararse con Isaías se encuentra en el siguiente pasaje: “Me dijo Jehová: Si Moisés y Samuel se pusieran delante

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de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan. Y si te preguntaren: ¿A dónde saldremos? les dirás: Así ha dicho Jehová: El que a muerte, a muerte; el que a espada, a espada; el que a hambre, a hambre; y el que a cautiverio, a cautiverio. Y enviaré sobre ellos cuatro géneros de castigo, dice Jehová: espada para matar, y perros para despedazar, y aves del cielo y bestias de la tierra para devorar y destruir. Y los entregaré para terror a todos los reinos de la tierra, a causa de Manasés hijo de Ezequías, rey de Judá, por lo que hizo en Jerusalén. Porque ¿quién tendrá compasión de ti, oh Jerusalén? ¿Quién se entristecerá por tu causa, o quién vendrá a preguntar por tu paz? Tú me dejaste, dice Jehová; te volviste atrás; por tanto, yo extenderé sobre ti mi mano y te destruiré; estoy cansado de arrepentirme. Aunque los aventé con aventador hasta las puertas de la tierra, y dejé sin hijos a mi pueblo y lo desbaraté, no se volvieron de sus caminos. Sus viudas se me multiplicaron más que la arena del mar; traje contra ellos destruidor a mediodía sobre la madre y sobre los hijos; hice que de repente cayesen terrores sobre la ciudad. Languideció la que dio a luz siete; se llenó de dolor su alma, su sol se puso siendo aún de día; fue avergonzada y llena de confusión; y lo que de ella quede, lo entregaré a la espada delante de sus enemigos, dice Jehová. ¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra! Nunca he dado ni tomado en préstamo, y todos me maldicen. ¡Sea así, oh Jehová, si no te he rogado por su bien, si no he suplicado ante ti en favor del enemigo en tiempo de aflicción y en época de angustia! ¿Puede alguno quebrar el hierro, el hierro del norte y el bronce? Tus riquezas y tus tesoros

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entregaré a la rapiña sin ningún precio, por todos tus pecados, y en todo tu territorio. Y te haré servir a tus enemigos en tierra que no conoces; porque fuego se ha encendido en mi furor, y arderá sobre vosotros. Tú lo sabes, oh Jehová; acuérdate de mí, y visítame, y véngame de mis enemigos. No me reproches en la prolongación de tu enojo; sabes que por amor de ti sufro afrenta. Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos. No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación. ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? ¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables? Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes” (Jer. 15:1-21). Por lo tanto, en el caso de los profetas existe una mayor demanda de pureza personal porque son, virtualmente, los portavoces de un Dios Santo. Los labios de Isaías fueron purificados y Jeremías debió entresacar lo precioso de lo vil en su vida. En cuanto a nosotros, debemos clamar como lo hizo otro profeta, el rey David, en Salmos 139:23: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos”.

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Daniel Daniel fue (junto con Noé y Job) uno de los tres hombres más rectos en toda la historia de la humanidad. Según Ezequiel 14:14, también se destacó por su sabiduría dada por Dios, su conocimiento, su capacidad para aprender y su comprensión en todas las visiones y sueños que el Señor le dio. Recordando lo que ya hemos comentado acerca de Isaías y Jeremías, es digno de mencionar que Daniel fue probado precisamente en este aspecto de la pureza personal, como leemos en Daniel 1:8, 12, 15. “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. […]. Te ruego que hagas la prueba con tus siervos por diez días, y nos den legumbres a comer, y agua a beber. […]. Y al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey”. Daniel también fue severamente probado en lo referente a la adoración. Como era su costumbre, adoró de manera deliberada y abierta en dirección a Jerusalén, sin cambiar su adoración regular, en desafío a la orden del rey y en obediencia a Dios. Por esa causa fue echado al foso de los leones, pero fue preservado por el ángel del Señor a causa de su fe e inocencia. Su ministerio profético abarcó los destinos de las naciones y provee una asombrosa comprensión del

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surgimiento y caída de los reinos. Sus palabras proféticas se refieren al reino babilonio de los años de su juventud, a los medos y los persas, a Grecia, a Roma e incluso a los diez reyes que aparecerán en los últimos días fuera de las fronteras de lo que era el Imperio Romano. También vio el gobierno del Anticristo, el cual culmina con la Segunda Venida del Señor (quien destruye al Anticristo y a los otros cuatro reinos que serán reavivados hasta cierto grado en aquel tiempo).

Ezequiel Este profeta tuvo que acostarse sobre su lado izquierdo durante 390 días por la iniquidad de Israel y luego otros 40 días por la iniquidad de Judá. Su testimonio se encuentra en Ezequiel 4:14: “Y dije: ¡Ah, Señor Jehová! he aquí que mi alma no es inmunda, ni nunca desde mi juventud hasta este tiempo comí cosa mortecina ni despedazada, ni nunca en mi boca entró carne inmunda”. Aquí tenemos nuevamente una indicación del hecho que estos profetas eran santos. Ezequiel era también un sacerdote y tuvo revelaciones especiales con respecto a las abominaciones cometidas en el templo de Jerusalén, el cual todavía estaba en pie cuando comenzó su ministerio. Después de la destrucción de ese Templo, vio el Templo del Milenio, el cual será construido en Jerusalén cuando el Señor regrese. Luego, entre los Profetas Menores hay muchos que pueden brindarnos valioso conocimiento respecto de la vida y el

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ministerio de los profetas. A través de estos párrafos cortos sobre cada uno de los doce Profetas Menores, hemos intentado esencialmente mostrar la diversidad de sus vidas y ministerios.

Oseas Este hombre, quien profetizó fundamentalmente a las diez tribus descarriadas del norte de Israel, fue también una señal de la relación de Dios con ellos. Fue llamado a casarse con una prostituta, quien lo dejó por otros amantes. Después de un tiempo, Oseas fue nuevamente llamado a restaurarla a su posición como su esposa. Esto mostraba a Israel (quien se había casado con Dios) que la nación lo había abandonado por otros dioses, aunque en los tiempos finales sería restaurada a su legítimo marido, Jehová.

Joel Joel profetizó acerca de la invasión babilónica, sobre el regreso del pueblo a su tierra y sobre la experiencia Pentecostal, lo cual Pedro citó en Hechos 2:16-21, precisamente el día en que se celebraba aquella fiesta.

Amós Amós, un pastor y un recolector de higos silvestres, fue quizá el más pobre de los profetas. Profetizó, básicamente, acerca de la destrucción de las tribus del norte y de la muerte del rey Jeroboam II.

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Abdías El único capítulo de la profecía de Abdías fue exclusivamente contra Edom, con la promesa que, en los últimos días, del monte de Sión se levantarían quienes jugarían al monte de Esaú.

Jonás Jonás es muy conocido por su desobediencia, la cual finalizó con su estadía durante tres días y tres noches en el vientre de una ballena. Por medio de esta experiencia, se transformó en un tipo del descenso del Señor al infierno después de Su crucifixión. Jesús mismo hizo referencia a esto en Mateo 12:40. No obstante, Jonás cumplió finalmente con su llamado al ir a Nínive y guiar a la ciudad al arrepentimiento. También profetizó que Israel se extendería, lo cual ocurrió en los días de Jeroboam II.

Miqueas Miqueas fue un contemporáneo del profeta Isaías y ministró en tiempos de Ezequías. Aunque su escrito es corto, este libro contiene versículos muy conocidos, tales como la designación del lugar del nacimiento de Cristo en Belén y la hermosa exhortación devocional de Miqueas 6:8: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”

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Nahum Nahum profetizó acerca de la destrucción de Nínive, pero a diferencia de su predecesor Jonás, él no vio arrepentimiento en ellos. Por el contrario, predijo el sitio babilónico y la caída de Nínive por causa de sus caminos pecaminosos.

Habacuc Habacuc anunció el avance de Babilonia contra Jerusalén, y además declaró que “el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4), uno de los versículos citados por el apóstol Pablo como fundamento de su doctrina de la salvación por la fe (vea Romanos 1:17, Gálatas 3:11, Hebreos 10:38). Además, contiene un hermoso pasaje devocional aplicable a los santos de todos los tiempos: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3:17-18). Como dijo Pablo, los santos deben ser personas tan gozosas aquí en la tierra como las que serán en el cielo (vea Filipenses 4:4).

Sofonías Sofonías fue un contemporáneo de Josías y Jeremías, liderando con ellos el mayor avivamiento de Israel en toda su historia. Advirtió acerca del gran día del Señor, el cual sería un día de ira, tribulación y angustia que vendría sobre

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Jerusalén por sus pecados, por medio de los babilonios, quienes arrasarían la tierra.

Hageo Hageo, junto con Zacarías, fue un profeta del Período de la Restauración. Prometió que la gloria postrera de la casa (refiriéndose a la Iglesia de los últimos días) sería mayor que la que había conocido el Templo de Salomón. Hageo fue usado para alentar a los judíos a finalizar la construcción del Templo de la Restauración, iniciada por Zorobabel.

Zacarías Este profeta fue un contemporáneo de Hageo. Tuvo ocho extraordinarias visiones en una noche (vea Zacarías 1:7— 6:15) y también visiones precisas acerca de la Segunda Venida de Cristo en el monte de los Olivos, la cual estaría precedida por el sitio final de Jerusalén por parte de las naciones.

Malaquías Como el último profeta del Antiguo Testamento, Malaquías declaró la Venida del Señor preparada por Su mensajero, quien como sabemos, fue Juan el Bautista. Hablaremos del ministerio de Juan más adelante en este libro. También profetizó el advenimiento de los dos testigos, Moisés y Elías, antes de la Segunda Venida de Cristo (llamado “el día de la ira de Jehová” en Sofonías).

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Malaquías también brindó una hermosa descripción del carácter de Leví, el patriarca del sacerdocio del Antiguo Testamento: “La ley de verdad estuvo en su boca, e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo, y a muchos hizo apartar de la iniquidad” (Mal. 2:6).

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CONCLUSIÓN En estos relatos de los profetas de Dios podemos aprender algunas lecciones sumamente valiosas. Su don y oficio de profetas les ganaron un espacio y fueron reconocidos por creyentes y no creyentes por igual. No tuvieron que hablar de su oficio ni persuadir a las personas para que les creyeran. Simplemente hicieron conocer la voluntad de Dios a las naciones. Hablaron, y Dios hizo que ocurriera lo que ellos declaraban en Su nombre. No hablaron sus propias palabras ni impusieron su propia voluntad, sino que, en la presencia del Todopoderoso, hablaron las palabras que Él les dio para que dijeran. Como está escrito: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 P. 4:11). Como ocurrió con Samuel, Dios no permitió que sus palabras cayeran a tierra sin cumplirse (vea 1 Samuel 3:19; Isaías 55:11). De este modo, se dispusieron como canales humildes y dependientes por medio de los cuales el Señor pudiera obrar, declarando Su voluntad y haciendo que ésta se cumpliera. Procuremos glorificar a Dios con nuestra vida como lo hicieron estos profetas del Antiguo Testamento. Ellos buscaron guardar sus vidas para Dios en lo personal y en su devoción privada hacia Él. Esto

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constituyó su fuerza y la clave para el hecho que completaron los propósitos de Dios para ellos. Al estudiar estas semillas de verdad y las experiencias de otros, tenemos el privilegio de recibir enseñanza que nos permitirá ser más productivos, multiplicando los talentos que hemos recibido.

SEGUNDA PARTE: LOS PROFETAS DEL NUEVO TESTAMENTO

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Juan el Bautista El primero y más destacado de todos los profetas del Nuevo Testamento fue Juan el Bautista, enviado a preparar el camino del Señor (vea Malaquías 3:1). Jesús mismo declaró que no había nacido otro hombre mayor que Juan el Bautista (vea Mateo 11:11; Lucas 7:28). Debido a que se brindan muchos detalles de su vida, procuraremos analizarla detenidamente.

Su nacimiento “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada” (Lc. 1:5-7). Lucas nos dice que los padres de Juan vivieron en los días del rey Herodes el Grande. Zacarías y Elisabet eran dos personas justas y rectas delante de Dios, que andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. En tiempos de gran sequía espiritual y oposición al evangelio, hay creyentes que siguen viviendo en el temor del Señor. Este precioso matrimonio llevaba una vida piadosa, a pesar del clima de opresión, terror y maldad que caracterizaban el reinado de Herodes. En la Biblia encontramos muchas ocasiones en las cuales Dios levantó a hombres en ámbitos de gran maldad, pero ellos

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mantuvieron un estilo de vida santo y de comunión con el Señor. Daniel también vivió rectamente, aun al estar en el corazón de la malvada nación de Babilonia, el centro de la hechicería (como lo hizo Ezequiel). Jeremías se mantuvo fiel al Señor en los impíos reinados de los hijos de Josías. Jesús se crió en Nazaret, ciudad acerca de la cual Natanael preguntó si de ella podía “salir algo de bueno” (Jn. 1:46). Zacarías, el padre de Juan, era un sacerdote de la clase de Abías, que ocupaba el octavo lugar en el orden de las clases sacerdotales establecidas por David (vea 1 Crónicas 24:10). Es significativo que la interpretación espiritual del número ocho es un tiempo de nuevos comienzos. Ciertamente, el hijo de Zacarías, Juan, fue elegido para introducir a Aquel que, por medio del derramamiento de Su preciosa sangre, establecería el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento era un tiempo de nuevos comienzos en los propósitos de Dios para su pueblo. Elisabet, al ser una de las hijas de Aarón, pertenecía al linaje sacerdotal. Era estéril y además ya se habían pasado los años en los cuales podía tener hijos. Hay una importante verdad espiritual relacionada con la esterilidad, que puede encontrarse a lo largo de toda la Biblia. En primer término, era motivo de vergüenza y de reproche que una mujer no tuviese hijos y que, en consecuencia, su esposo no tuviese herederos. Sin embargo, hubo personas que fueron receptoras del favor de Dios, que sufrieron esta vergüenza y reproche, y entraron a la promesa y la bendición de Isaías 54:1: “Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la

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que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová”. En los anales de la historia hay mujeres notables que fueron estériles y que luego gestaron hijos destacados: Sara dio a luz a Isaac; el hijo de Rebeca fue Jacob, quien pasó a ser Israel; el hijo de Raquel, José, fue el Salvador de su pueblo en Egipto; la esposa de Manoa dio a luz a Sansón, el juez; Rut fue la madre de Obed; y Ana dio a luz al profeta Samuel. En nuestra vida, como cristianos, si el Señor dispone algo de consecuencias eternas y de bendición, a menudo hay primeramente un tiempo de esterilidad (o de improductividad). Esto es cuando somos probados y podados, a fin de que cuando la promesa sea cumplida, no esté desvirtuada por nuestros propios deseos o por las cosas de este mundo. “Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso. Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor” (Lc. 1:8-12). Mientras Zacarías estaba realizando delante de Dios la tarea asignada en su oficio sacerdotal, se le apareció el ángel Gabriel. Este ángel, el mensajero del Señor, fue enviado en muchas misiones; fue él quien transmitió la palabra del Señor a Daniel, y más tarde en la historia a María. Es importante tener presente que el Señor a menudo

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viene a nosotros cuando estamos desempeñando nuestras tareas normales. El corazón de Dios se deleita cuando decide visitarnos y nos encuentra haciendo fielmente Su voluntad. Tal fue el caso de Zacarías. “Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada” (Lc. 1:13-18). Gabriel dijo a Zacarías que sus oraciones habían sido oídas. Las oraciones de los santos son acumulativas. En Apocalipsis 5:8 leemos: “Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”. Con el correr de los años, al derramar nuestro corazón en oración, esas plegarias se conservan en copas; cuando las copas están llenas son ofrecidas al Señor, Quien actuará luego en respuesta a esas oraciones. Por ejemplo, cierto hermano tuvo una visión de alguien por quien había estado orando durante muchos años. En esta visión, vio a

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la persona con una copa a su lado. Esa copa contenía sus oraciones, como un líquido que había sido acumulado en ella con el paso de los años, hasta que se llenó. El Señor entonces actuó para cumplir las peticiones de este hermano a favor de su amigo. En consecuencia, aun una oración pasajera dejará caer una gota en la copa de alguien y, juntos, tendremos el privilegio de ayudarnos unos a otros en hacer que se cumpla el propósito de Dios para nuestra vida. En la Biblia, este principio puede verse también en el sentido negativo, desde Génesis 15:16: “Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”. De esta manera, cuando la copa que se llena con las iniquidades de los amorreos esté completa, llegará el juicio, en tanto que cuando nuestra copa está llena, viene la bendición. Hay un sentido en el cual, en los últimos días, las oraciones de los santos están siendo ofrecidas a Dios, Quien las responde cuando todo está preparado conforme a Su voluntad (vea Apocalipsis 8:3-4). No desmayemos en nuestras oraciones, porque no sabemos cuándo podrán llenar la copa hasta rebalsar y hacer que el Señor responda a nuestras peticiones a favor de nuestros seres amados. Volvamos ahora a nuestro relato. Gabriel aseguró a Zacarías que sus oraciones iban a ser contestadas y que su esposa, en su ancianidad, daría a luz un hijo que sería el mensajero del Señor. Al escribir las biografías de grandes hombres de Dios como Moisés, Elías y Juan el Bautista, llegué a comprender que fueron formados especialmente por el

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Padre para desempeñar responsabilidades muy especiales. Cada uno debía ministrar a diferentes personas y cada uno tenía un llamado diferente para cumplir. Llegaron en períodos trascendentales de la historia de la humanidad, para cumplir determinados ministerios cruciales en los propósitos de Dios. Nosotros, también, hemos llegado al reino para una hora como ésta; por eso, como cristianos, cada uno necesita buscar al Señor para determinar nuestro ministerio específico y singular, y cumplir así el curso trazado para nuestra vida. Juan fue traído al mundo con el propósito específico de preparar el camino para el Mesías prometido. Tuvo un ministerio singular, alrededor del cual giró la totalidad de su vida. De manera apropiada, su nombre significa “gracia”, porque prefiguró y presentó a Aquel que habría de traer esa gracia y verdad: el Señor Jesucristo. Debía anunciar al Cordero de Dios, Quien haría realidad el Nuevo Pacto. Mucho regocijo acompañó el nacimiento de este gran hombre, no sólo para sus padres, sino para todos los fieles que anhelaban profundamente la llegada del Mesías prometido. En Lucas 1:15-17, Gabriel formuló las siguientes predicciones en relación con este bebé que nacería: 1. “Porque será grande delante de Dios”. Esto también se dijo de David (vea 2 Samuel 5:10). El Señor dijo a David en 2 Samuel 7:9: “Y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra”. David,

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al igual que Juan el Bautista, fue ordenado por Dios para llevar a cabo una determinada misión en un tiempo específico en los anales de la historia. Era un hombre conforme al corazón de Dios, quien cumpliría toda Su voluntad. El apóstol Pablo, también, fue elegido porque demostraría ser fiel (vea 1 Timoteo 1:12, 16). En Su conocimiento anticipado, Dios crea o elige a un hombre que cumplirá Sus propósitos para ese día y esa generación, aunque ese hombre no necesariamente sea una persona piadosa. Este fue el caso de Jehú. Llevó a cabo la voluntad de Dios al dar muerte a la familia de Acab, pero tuvo en poco la ley del Señor. Que seamos nosotros fieles en el cumplimiento de Su buen propósito para nuestra vida, al mismo tiempo que vivimos una vida de amor y santidad. 2. “No beberá vino ni sidra”. Este es uno de los votos del nazareato, señalado en Números 6:3: “Se abstendrá de vino y de sidra; no beberá vinagre de vino, ni vinagre de sidra, ni beberá ningún licor de uvas, ni tampoco comerá uvas frescas ni secas”. La separación es la clave de la santidad. En el libro de Jeremías, los recabitas fueron elogiados por el Señor por obedecer a su padre negándose a beber vino (vea Jeremías 35:14, 18-19). Sin embargo, esto no puede convertirse en una cuestión doctrinal, ya que es únicamente un asunto personal entre cada creyente individual y el Señor.

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Recordemos que de Jesús dijeron que era un bebedor de vino (vea Mateo 11:19; Lucas 7:34). Es cierto que Jesús bebió vino, pero Su primo, Juan, no. 3. “Y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre”. Juan también habría de ser lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre, lo cual, una vez más, lo distingue como un bebé con un destino. 4. “Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos”. Ahora Gabriel comienza a señalar aspectos específicos del llamado y el ministerio de Juan. El mensaje de Juan era uno de arrepentimiento, que tenía el propósito de inaugurar públicamente el bautismo de arrepentimiento para la remisión de pecados (vea Lucas 3:3). 5. “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías”. Luego, Gabriel anunció que Juan iría delante del Señor en el espíritu y el poder de Elías. Malaquías profetizó que Elías sería enviado antes de la llegada del día del Señor, grande y terrible, para anunciar Su Segunda Venida (Malaquías 4:5). Juan negó específicamente ser Elías (vea Juan 1:21), pero es interesante que la gente de su tiempo reconocía el poder de Dios en su predicación, aunque no hacía milagros. Sin embargo, cuando Elías venga con Moisés como uno de

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los dos testigos de Apocalipsis 11, fuego saldrá de la boca de ellos y los cielos se cerrarán para que no haya lluvia; además, muchos otros milagros caracterizarán el ministerio de estos profetas. 6. “Para hacer volver los corazones de los padres a los hijos”. Claramente, Juan fue ordenado para manifestar un aspecto muy destacado del ministerio de Elías: para hacer volver los corazones de los padres a los hijos (Malaquías 4:6). Trágicamente, los días en los cuales vivimos están maduros para el ministerio de Elías. En muchos países, el derrumbe total de la estructura familiar es muy evidente. En todas partes vemos que el divorcio está generalizado y, en algunos lugares, hasta supera el número de casamientos. Los jóvenes, al entrar al estado del matrimonio, están frente a un cincuenta por ciento de probabilidades de que su unión matrimonial no durará más de diez años. El matrimonio no sólo fue ordenado como una manera de mantener un estado de santidad en las relaciones entre ambos sexos; también debe ser un refugio de amor y seguridad para los hijos. Tenía el propósito de ser un modelo de relaciones interpersonales a seguir por los niños cuando ellos, a su vez, entraran a ese estado del matrimonio. No obstante, hoy día, a los niños no se les brinda nada de esa

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seguridad y tranquilidad. Por cierto, como señalan Malaquías y Lucas, también hay un derrumbe de las relaciones entre los padres y sus hijos. Los hijos deben obedecer el quinto mandamiento de honrar a sus padres, pero muchos padres están lejos de inspirar confianza y respeto debido a la manera en que conducen su vida. He escuchado a muchos niños de diversas edades que abrieron su corazón para hablar acerca de su relación con sus padres. La mayoría de las veces concluyeron diciendo: “Mis padres no me aman”. Por otra parte, los padres a menudo dicen que sus hijos adolescentes son frustrantes y desobedientes. Con toda claridad, la solución es que el espíritu y el poder de Elías sean derramados de lo Alto nuevamente en nuestra generación. ¡Necesitamos imperiosamente orar para que Dios abra los cielos y derrame su Espíritu con el poder del avivamiento! 7. “Y de los rebeldes a la prudencia de los justos”. Gabriel dice luego que Juan hará que los rebeldes se vuelvan a la prudencia de los justos. En Isaías 42:22, 24 se nos da una descripción espantosa de la condición de los rebeldes y los desobedientes: “Mas este es pueblo saqueado y pisoteado, todos ellos atrapados en cavernas y escondidos en cárceles; son puestos para despojo, y no hay

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quien libre; despojados, y no hay quien diga: Restituid. […] ¿Quién dio a Jacob en botín, y entregó a Israel a saqueadores? ¿No fue Jehová, contra quien pecamos? No quisieron andar en sus caminos, ni oyeron su ley”. Por lo tanto, era a los que estaban en cautiverio espiritual debido a la desobediencia, a quienes Juan debía hacer volver a la senda de los justos, como una luz intensa que va en aumento hasta que el día es perfecto (vea Salmos 107:10-16; Proverbios 4:18). 8. “Para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. Así, por medio de la preparación realizada por el ministerio de Juan el Bautista, las personas podían estar preparadas para encontrarse con su Salvador y recibir Su mensaje cuando el Señor Jesucristo apareciera. Zacarías no podía creer el anuncio del ángel debido a su avanzada edad y al hecho de que su esposa también era anciana. Respondió con duda e inseguridad. Entonces Gabriel habló nuevamente en el relato de Lucas: “Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas. Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo. Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el santuario. Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que había visto

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visión en el santuario. Él les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa” (Lc. 1:19-23). Zacarías fue incrédulo ante el anuncio del ángel y, como castigo por esto, quedó mudo. Los adoradores devotos que estaban afuera en el atrio se asombraron de que tardara tanto en cumplir con su función. Cuando salió, se dieron cuenta que había recibido una visitación divina. Aquí, el Señor estaba preparando, aun antes del nacimiento de Juan, el fundamento para la aceptación de su ministerio. El Señor obra con sumo cuidado para llevar a cabo Sus propósitos. Cuando miro retrospectivamente mi vida, me maravillo por la manera en que el Señor ha preparado, a menudo con décadas de anticipación, a los que estarían conmigo en la tarea que Él me ha encargado supervisar. En ciertos casos, después de muchos años de separación, nuestros caminos volvieron a cruzarse e interactuamos nuevamente, funcionando armónicamente y complementándonos mutuamente en una relación caracterizada por el amor del Señor. “Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres” (Lc. 1:24-25). En cumplimiento de la promesa de Dios, Elisabet concibió y se ocultó durante cinco meses. En su sexto mes, Gabriel se apareció a María y le habló acerca del nacimiento inmaculado de Jesús por medio del Espíritu. Entonces

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María se fue a la región montañosa de Judea, a la casa de Elisabet, porque Gabriel le había dicho que su prima estaba esperando un hijo varón en su vejez. Cuando María la saludó, el bebé saltó en el vientre de Elisabet, quien fue llena con el Espíritu Santo y profetizó que María era ciertamente la madre del Señor. María pronunció entonces lo que ha llegado a conocerse como el “Magnificat de María”. Después de tres meses, María regresó a su casa y Elisabet dio a luz un varón. “Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo. Y cuando oyeron los vecinos y los parientes que Dios había engrandecido para con ella su misericordia, se regocijaron con ella. Aconteció que al octavo día vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías; pero respondiendo su madre, dijo: No; se llamará Juan. Le dijeron: ¿Por qué? No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre. Entonces preguntaron por señas a su padre, cómo le quería llamar. Y pidiendo una tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios. Y se llenaron de temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas. Y todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con él” (Lc. 1:57-66). Los vecinos y los primos de Elisabet se regocijaron grandemente por la misericordia que el Señor mostró por ella. Al octavo día, el bebé fue circuncidado y le pusieron

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por nombre Zacarías, como su padre. Sin embargo, Elisabet dijo que su nombre debía ser Juan y para ello pidió la confirmación de Zacarías. Al poner por escrito su acuerdo en una tablilla, fue suelta la lengua de Zacarías y éste alabó al Señor. Todos los que oyeron esto se quedaron asombrados y se preguntaban qué clase de niño sería. “Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio; salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron; para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días. Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lc. 1:67-79). Zacarías fe lleno del Espíritu Santo y comenzó a profetizar, declarando que el Señor había visitado y redimido a Su pueblo, y que los liberaría de sus enemigos. Israel interpretó esto en el sentido que el Señor iba a liberarlos

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del poder de Roma. Sin embargo, esto sucederá en un tiempo cercano al fin, después que vengan los dos testigos –Elías y Moisés– y que el Señor regrese en las nubes en Su Segunda Venida. Hoy, los palestinos –que son descendientes de los filisteos– son los enemigos de Israel, pero se irán ante la presencia del Señor, Quien descenderá sobre el monte de los Olivos para librar a los defensores de Sion de las naciones que los rodearán en los últimos días. Así, el deseo y la ferviente esperanza de la gente de los días de Juan se cumplirán unos dos mil años después, con la Segunda Venida de nuestro Señor. Juan debía llevar luz a los que estaban en oscuridad, cumpliendo así la profecía acerca de su Primo superior, el Cristo, de Quien se dice en Isaías 9:2: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos”. Zacarías concluyó su profecía diciendo que Juan encaminaría los pies de ellos por camino de paz. Todas esas profecías se relacionaban con beneficios espirituales, no con lo que la gente de su tiempo estaba esperando: la paz nacional. El mensaje espiritual de Zacarías es que la gloriosa salvación del Señor es lo que nos capacita para servirlo en santidad y justicia (rectitud) todos los días de nuestra vida. Zacarías anunció que Juan habría de ser el profeta del Altísimo, enviado por el Padre, porque iría delate del Señor para prepararle el camino. La vida y el ministerio de Juan

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dieron cumplimiento a las siguientes profecías: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Mal. 3:1). “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados. Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado. Voz que decía: Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces? Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is. 40:1-8).

La vida de Juan el Bautista Juan creció y se fortaleció en su espíritu, y vivió en lugares desérticos hasta que llegó el tiempo en el cual debía ser revelado a Israel (vea Lucas 1:80). Aquí vemos una verdad muy importante para cada uno de nosotros. El Señor tiene un tiempo determinado en el cual desea utilizarnos, y debemos esperar con paciencia. En Gálatas 4:4-5 leemos lo siguiente acerca del Señor Jesús: “Pero cuando vino el

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cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”. Nos dice el apóstol Lucas, el historiador de la Iglesia del Nuevo Testamento, que el tiempo establecido para que Juan fuese hecho manifiesto a Israel fue “el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás”, y que en ese entonces “vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lc. 3:1-2). (El año decimoquinto de Tiberio fue circa 26 d.C. en nuestro calendario, teniendo presente que Octavio Augusto César –quien reinó desde el año 27 a.C. hasta el 14 d.C.– hizo a Tiberio corregente durante los últimos tres años de su reinado. Sin embargo, historiadores del tiempo de Tiberio consideran que su reinado comenzó en el tiempo de su corregencia, o sea el año 11 d.C.) La Palabra de Dios también nos describe el aspecto de Juan y su dieta. Se nos dice en Marcos 1:6: “Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre”. Esto se corresponde con la descripción de Elías, a quien en 2 Reyes 1:8 se lo describe como “un varón que tenía vestido de pelo, y ceñía sus lomos con un cinturón de cuero”. Jesús, al hablar acerca de Juan el Bautista, cuestionó en Mateo 11:8 la percepción y las

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expectativas de la gente: “¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están”. Así, la vestimenta de estos dos profetas denotaba su separación del mundo y de sus comodidades. La comida de Juan también era mínima y desprovista de variedad. La langosta (concretamente, el saltamontes) era una de las pocas especies reptantes que la ley levítica permitía comer a los israelitas (vea Levítico 11:22 [especialmente DHH y NVI. N.T.]). Juan seguramente desarrolló una gran capacidad para capturar su comida diaria, aunque también podría haber recolectado los saltamontes temprano en la mañana, antes que estuviesen activos, así como sus antepasados recogían el maná antes del amanecer, durante su peregrinación por el desierto. Varios grupos africanos comen saltamontes hoy día; los hierven, los limpian y los salan. En la actualidad, en muchos países en desarrollo, el comer insectos (entomofagia) es algo que se alienta, ya que proporciona una abundante cantidad de proteínas y es un sustituto para la carne que no tiene costo alguno. Juan también comía miel, la cual se considera una alimentación completa. La miel contiene 35% de proteínas (la mitad de todos los aminoácidos) y una alta concentración de los nutrientes esenciales: gran cantidad de carbohidratos, vitamina A, betacaroteno y la totalidad de las vitaminas del complejo B, como así también vitaminas C, D, E y K. Asimismo, contiene sales minerales de magnesio, azufre, fósforo, hierro, calcio, cloro, yodo y potasio. De manera que podemos decir que esta dieta

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proporcionaba al profeta todo el alimento que nuestro Creador consideraba necesario para su bienestar físico, proporcionando energía y propiedades curativas. Sólo se requieren dos cucharadas grandes de miel por día, de manera que Juan no habría tenido mucha dificultad para encontrar esta cantidad.

Su ministerio La asignatura de Juan era predicar el mensaje del bautismo de arrepentimiento para la remisión de pecados. Aunque su ministerio duró apenas unos dieciocho meses, la unción que reposaba sobre su vida era tan grande que aun sus enemigos reconocían que era un profeta (vea Mateo 14:5; Lucas 20:4-6). El Señor declaró que Juan era más que un profeta: “Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti. De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; […].Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir” (Mt. 11:10-11, 14). Debemos tener cuidado con nuestra interpretación de esta última frase. Claramente, Jesús no quiso decir que Juan era Elías, sino que venía con el poder de Elías, para realizar el mismo ministerio que cumpliría Elías en su venida, inmediatamente antes del regreso del Señor. “Y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt. 3:2-3).

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Aquí tenemos dos verdades sumamente importantes con respecto al ministerio de un profeta. Juan conocía su mensaje. Nosotros necesitamos conocer nuestro mensaje y ser nuestro mensaje. El mensaje de arrepentimiento significa sencillamente volver la espalda al pecado, el mundo y el diablo. Esto quedó claramente señalado en la vida y la predicación de Juan. El camino del arrepentimiento incluye la restitución (vea Éxodo 22:3-6). Pablo dijo acerca de la persona genuinamente arrepentida: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28). Debemos advertir al lector que el arrepentimiento es un don de Dios, algo evidente en 2 Timoteo 2:25: “[…], por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad”. No olvidemos el triste caso de Esaú: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:17). Los profetas no andan con rodeos, como vemos en el mensaje de Juan a los líderes religiosos de su tiempo: “Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3:7-8). El objetivo del ministerio es producir los frutos del Espíritu en la vida de aquellos a quienes ministramos. Lamentablemente, algunos ministros procuran agradar a

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su congregación y, al hacerlo, transmiten un falso sentido de seguridad. Como en el caso de los fariseos, se trata de ciegos que guían a ciegos, lo cual trae como resultado que ambos caen en el infierno. Nosotros, por otra parte, procuramos apartar a nuestras congregaciones de aquellas cosas que desagradan al Señor. Debemos remover todos aquellos pecados que dañan el fruto del Espíritu, de modo que los jardines de nuestro corazón puedan producir la dulce fragancia de nuestro Señor Jesucristo. Juan continúa en Mateo 3:9, señalando una falsa idea y un obvio error que abrazaban los escribas y los fariseos: “Y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras”. Ellos creían que, debido a que Abraham fue el fiel amigo de Dios, todos sus descendientes (los judíos) irían automáticamente al cielo, sin importar cuál fuera su estilo de vida. La misma falsa seguridad de los judíos en el tiempo de Juan está ampliamente difundida en la iglesia hoy día, y tiene sus raíces en una doctrina llamada “seguridad eterna”, según la cual, con tal que una persona haya nacido de nuevo, no importa cómo viva después. Puede cometer cualquier pecado, y de todos modos irá al cielo. Esta doctrina ha sido la causante de que muchos cristianos terminen en el infierno, sufriendo el dolor de los perdidos en lugar de los dulces placeres del cielo que son la recompensa de los santos fieles. Recordemos las advertencias de nuestro Señor, quien dijo: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que

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lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. […] El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Jn. 15:2, 6). Esto es reiterado por el apóstol Pablo, quien escribió: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gá. 6:7-8). Todo ministro debiera tener presente la amonestación que recibió Ezequiel: “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma. Si el justo se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de él, él morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma” (Ez. 3:18-21). Que seamos receptores de la bendición de Daniel 12:3: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”.

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Si acaso hicieran falta más pruebas de que debemos producir el fruto del Espíritu en nuestra vida, Juan vuelve a increpar duramente a los escribas y fariseos que querían escapar de la ira de los justos juicios de Dios: “[…] ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? […] Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mt. 3:7, 10). Ciertamente, quienes no produzcan el buen fruto del Espíritu serán cortados y arrojados al infierno para siempre (vea Lucas 3:9). Tengamos cuidado de no seguir los pasos de los fariseos, sino procurar el fruto del Espíritu, el cual es en todos bondad, justicia y verdad.

El anuncio de la venida de Jesús En Mateo 3:11-12, Juan centró su atención en el aspecto principal de su llamado y ministerio, que era la presentación de Jesús a la nación de Israel. “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3:11). Esto, por supuesto, se refería al ministerio de Jesús posterior a la ascensión, porque antes debía morir. Es significativo que Juan enfatizara el bautismo del Espíritu Santo, contrastándolo con su bautismo de arrepentimiento. Como cristianos, debemos buscar honestamente este precioso don del Espíritu Santo, al cual Jesús también denomina “la promesa del Padre” (compare Isaías 28:11; Hechos 1:4; 2:33; Lucas 24:49).

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En Mateo 3:12, Juan continúa con una advertencia respecto de Jesús: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará”. Necesitamos tomar conciencia del alcance de estas palabras. Juan dice que las normas del Nuevo Testamento son mucho más altas que las del Antiguo Testamento. Esto se puede ver con toda claridad al estudiar el Sermón del Monte, donde a menudo Jesús dice: “Oísteis que fue dicho […]”, “Pero yo os digo […]”, después de lo cual sigue una ley o mandamiento superior (vea Mateo 5:21-48). Jesús también dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48). También, para que seamos agradables a Su ojos, se nos ordena buscar la santidad, que solamente viene como resultado de pasar tiempo con Dios, Quien es el único santo (vea 1 Pedro 1:16; Hebreos 12:14). La actitud de Juan y su conducta para con Jesús son muy importantes. El Bautista dijo que Jesús era mayor que él, y que ni siquiera era digno de llevar Sus sandalias”. Tal era la humildad de Juan. Fue en él una actitud constante, porque dijo a sus discípulos en Juan 3:30: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Este debe ser siempre nuestro clamor y nuestro deseo: vestirnos de la humildad de Jesús, quien dijo: “[…]: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Jn. 5:19). Pablo señala que nosotros, también, hemos venido para hacer las obras que el Padre ha ordenado para nuestro cumplimiento: “Porque somos

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hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). La humildad debe revestir la mente y el corazón del ministro. Al igual que Jesús, no vinimos para ser servidos ni ministrados, sino para servir a otros (vea Mateo 20:28). Vestidos con la humildad de Cristo, estaremos protegidos de los errores del orgullo y la arrogancia, que pueden destruir el ministerio que Dios nos asigna. Demasiadas veces se da el caso que cuando un ministro pasa por experiencias como las del desierto, por tiempos difíciles y de oscuridad, esta relación con el Señor es muy íntima y dulce. Sin embargo, cuando el Señor lo saca de esas situaciones duras y difíciles y lo bendice, a menudo confía en sus propias fuerzas y procura seguir viviendo sobre la base de su anterior relación con el Señor. Debemos ser de aquellos que seguirán confiando en el Señor en tiempos buenos y en tiempos malos, de modo que nuestra relación con Él continúe creciendo y progresando. “Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt. 3:13-14) En una visión pude apreciar la absoluta admiración que sentía Juan por Jesús, cuando los dos profetas y los dos primos se encontraron junto al río Jordán. Ambos tuvieron el mismo tiempo de preparación, pero Juan percibió en Jesús la belleza y la majestad del unigénito Hijo de Dios. Si acaso yo pudiera hacer una comparación reverente y

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sin menoscabar a ninguno de los dos, sería la admiración, multiplicada muchas veces, que un cocinero ayudante siente por el maestro cocinero. Consciente de su propia indignidad delante del Hijo de Dios, Juan dijo: “Yo necesito ser bautizado por ti” (vea Mateo 3:14). En una medida muy pequeña comprendí cómo se habrá sentido, cuando en cierta oportunidad me pidieron que orara por un pastor principal. Al acercarme a él, que estaba arrodillado, mis ojos fueron abiertos y vi su vestimenta espiritual, que consistía en un atavío de luz y gloria que trascendía a todo lo que yo había experimentado. Me sentí tan indigno que no podía orar, y caí a su lado en mudo respeto y admiración. Jesús, siempre atento a cumplir la voluntad de Dios y siendo un modelo de conducta para todos los creyentes del Nuevo Testamento que vendrían después, simplemente respondió con la más pura humildad: “[…] Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia […]” (Mt. 3:15). Ante eso, Juan bautizó al Hijo de Dios. ¡Qué privilegio! En Juan 1:29, Juan declaró que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Explicó que el Padre, Quien lo envió a bautizar en agua, le dijo que Aquel sobre Quien viera descender y habitar el Espíritu Santo, era El que bautizaría en el Espíritu Santo (vea Juan 1:33). Notemos que Juan hace hincapié en el hecho que Jesús (el “Aquel” a Quien fue llamado a presentar y prepararle el camino) ciertamente iba a bautizar con el Espíritu

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Santo. Juan también dijo del Señor Jesús que era primero que él porque, efectivamente, Jesús era preexistente (vea Juan 1:30). Aunque Jesús ahora ya había sido presentado, Juan continuó bautizando a los que venían a él en Enón, cerca de Salim, debido a que allí había mucha agua. Jesús también estaba bautizando en Judea, y eran más los que venían a Él que a Juan (vea Juan 4:1-2). Cuando los discípulos del Bautista le preguntaron acerca de esto, Juan respondió: “[…] No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos. Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:27-36). En este pasaje, Juan reiteró que él no era el Cristo y se comparó con el amigo del novio en una cena de bodas. El amigo asiste al novio en la boda, pero él no es el centro de

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atención. Asiste al novio y se regocija cuando el novio y la novia se encuentran. Juan conducía a las personas a Jesús, pero nunca trató de restarle atención al Cordero de Dios. También dio firme testimonio del hecho que Jesús venía de arriba y de que, a pesar de eso, Su testimonio sería rechazado por los hombres. No cabe duda que Juan tenía un concepto y una comprensión muy claros respecto de la misión y el propósito del ministerio de Jesús, como así también del lugar que él ocupaba en el plan de Dios para esa generación.

El encarcelamiento de Juan La predicación vigorosa y directa de Juan llegó a la corte de Herodes el Tetrarca, quien era uno de los hijos de Herodes el Grande, el que había sido rey en el tiempo del nacimiento de Jesús. Juan condenaba la vida pecaminosa de Herodes, como así también el hecho que éste había tomado por esposa a Herodías, la esposa de su hermano Felipe (vea Lucas 3:19). Mientras Juan estaba en la cárcel, antes de su ejecución, sus discípulos le contaron acerca de todos los milagros que Jesús estaba realizando (vea Lucas 7:18). Sobre eso, contamos con el siguiente relato: “[…]. Y llamó Juan a dos de sus discípulos, y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? Cuando, pues, los hombres vinieron a él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos

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ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí” (Lc. 7:18-23). Durante su largo confinamiento en las mazmorras del castillo de Herodes en Macaerus, Juan se vio asaltado por dudas y temores. Nunca debemos subestimar el poder del enemigo quien, en ocasiones, parece prevalecer aun contra los más fuertes de los santos. La duda y el desánimo se cuentan entre las más poderosas armas dentro de su arsenal. Juan llegó a dudar precisamente de la misión para la cual había sido preparado desde su nacimiento: preparar el camino para Jesús. Aquí, él duda de la divinidad de Jesús. Prestemos atención a la gracia del Señor, Quien lejos de censurar a Juan por su incredulidad, le concede el más alto de los elogios: “[…] entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista […]” (Lc. 7:28). Tengamos esperanza, porque en nuestros valles de desaliento el Señor nos tiene siempre presentes y nos concederá palabras alentadoras para sostenernos y sacarnos adelante. No necesitamos permitir que el enemigo nos condene cuando nosotros, también, nos vemos acosados por los dardos de fuego de las dudas y el temor; como ordena Pablo, tomemos nosotros el escudo de la fe para apagarlos (vea Efesios 6:16).

El martirio de Juan “Porque el mismo Herodes había enviado y prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano; pues la había

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tomado por mujer. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano. Pero Herodías le acechaba, y deseaba matarle, y no podía; porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana. Pero venido un día oportuno, en que Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, daba una cena a sus príncipes y tribunos y a los principales de Galilea, entrando la hija de Herodías, danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. Y le juró: Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino. Saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le dijo: La cabeza de Juan el Bautista. Entonces ella entró prontamente al rey, y pidió diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Y el rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla. Y en seguida el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la cabeza de Juan. El guarda fue, le decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha, y la muchacha la dio a su madre. Cuando oyeron esto sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro” (Mr. 6:17-29). Al analizar este pasaje, observamos el efecto que tuvieron la persona y la predicación de Juan sobre el malvado Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea. Este hombre se había divorciado de su esposa, la hija de Aretas, el rey árabe de Petra, para casarse con Herodías, la esposa de su medio hermano Herodes Filipo, tetrarca de Iturea y

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Traconite (vea Lucas 3:1). Aunque Juan reprendía al rey, Herodes todavía lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y recto. Aparentemente, Herodes había escuchado atento y complacido las palabras de Juan. Sin embargo, el Bautista se había ganado la ira de Herodías al condenar su divorcio y su nuevo matrimonio con Herodes Antipas. Por esta razón, la mujer estaba atenta a cualquier oportunidad que se presentará para hacerlo matar. En ocasión de las celebraciones por el cumpleaños de Herodes, Salomé, hija de Herodías, danzó en una forma tan especial que Herodes Antipas decidió hacerle la promesa de darle lo que ella pidiese. Como era la hija de Herodías y Herodes Filipo, corrió a pedir consejo a su madre. Había llegado el momento en que esta malvada mujer entendió que sus deseos asesinos podían cumplirse, e instruyó a Salomé para que pidiera a su padrastro la cabeza de Juan el Bautista. Con aparente pesar, pero en realidad con temor a la opinión de los hombres más que la de Dios, Herodes Antipas ordenó al verdugo que entregara la cabeza de Juan en una bandeja de plata a Salomé, quien a su vez la entregó a su madre. A su tiempo, Herodes (Antipas) y Herodías fueron desterrados a Lyon por el nuevo emperador Calígula, perdiendo todos sus títulos y cargos, los cuales pasaron a Herodes Agripa. Podemos imaginar vívidamente el juicio sin fin de estos tres –Herodes, Herodías y Salomé–, noche y día sin descanso, en el horno de fuego de una interminable oscuridad, atormentados eternamente con fuego y azufre (compare Apocalipsis 14:11) por quitar la vida al primo del Señor.

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Es importante señalar que la vida de Juan es un anticipo de lo que sucederá en este mundo en los últimos tiempos. Moisés y Elías serán enviados con un mensaje de arrepentimiento, de los cuales el de Elías estará específicamente dirigido a las familias (Malaquías 4:6). La familia es el fundamento mismo de la sociedad; por lo tanto, Satanás procura destruir a la familia, algo que está haciendo con éxito en nuestro tiempo. El único remedio es un avivamiento enviado desde el cielo. Necesitamos implorar al Señor que envíe tal avivamiento, con la misma magnitud y poder que se hicieron notorios en los días de Juan el Bautista. Al concluir esta sección sobre la vida y el ministerio de Juan el Bautista, hay tres aspectos primordiales que son de interés para nosotros como cristianos: 1. Tuvo una prolongada preparación para su ministerio. 2. Estaba poderosamente ungido y su mensaje era uno de arrepentimiento; un mensaje que es aplicable a todas las generaciones. 3. Aunque reconocido como un profeta, fue martirizado por las autoridades de su tiempo. Estos tres aspectos son importantes, debido a que cuanto mayor la importancia de un ministerio, más prolongada será la preparación. Cuanto más alto el edificio, más profundos deben ser los cimientos. A menudo, el trabajo destinado a completar los cimientos requiere más tiempo que la terminación del edificio a partir del nivel de la tierra. En el caso de Juan, los años de su preparación fueron

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treinta, en tanto que su ministerio se extendió por escasamente dieciocho meses. No es posible exagerar la importancia de esperar que venga de Dios la unción para predicar o enseñar, ya que nuestras palabras deben ser espíritu y vida para quienes nos oyen. Más aun, todos aquellos que enseñan y predican la palabra de Dios deben conducir a las personas al arrepentimiento de obras muertas, a fin de producir los benditos frutos del Espíritu en sus vidas. Por último, no debemos sorprendernos si somos rechazados por el mundo y, en algunos casos, por líderes religiosos.

El profeta Agabo Aunque este hombre es desconocido para muchos, desempeñó un papel importante en el ministerio del apóstol Pablo. Existen solamente dos referencias a este notable profeta del Nuevo Testamento. En Hechos 11:28, declaró que habría una gran hambre en todo el mundo, y en Hechos 21:10-11 advirtió a Pablo que en Jerusalén lo atarían y que sería entregado a los Gentiles. En el primer caso, Agabo no estaba solo, sino que viajaba con un grupo de profetas que, obviamente, vivían en Jerusalén. Pareciera ser que en cada región en la cual funcionaba la Iglesia del Nuevo Testamento, había una cantidad de profetas, ya que es evidente que había un número de ellos en Antioquía también (vea Hechos 13:1). El profeta Agabo parece haber sido el líder reconocido que habló en nombre de todos. Es un caso similar al del día de Pentecostés, cuando el apóstol Pedro, junto con los once, explicó lo que era la bendición pentecostal (vea

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Hechos 2:14). Todo lo que sabemos acerca de Agabo es que era un habitante de Judea y posiblemente de Jerusalén. Evidentemente era un hombre reconocido, ya que la Iglesia de los primeros tiempos tomó en serio sus palabras en ambas ocasiones (Lucas documentó sus profecías). El tiempo de la primera profecía fue cuando Herodes Agripa I era el rey de Judea. Había sido designado por el emperador Claudio en 41 d.C., poco después de su propio ascenso ese mismo año, tras la muerte de Gayo. Herodes Agripa murió en el año 44 d.C. (vea Hechos 12:21-23). La hambruna fue en 45 d.C., cuando Pablo y Bernabé llevaron el dinero de ayuda a Jerusalén de (vea Hechos 11:29-30). Otros comentaristas señalan que hubo una sucesión de malas cosechas, lo cual trajo como resultado serias hambrunas en varias partes del Imperio. Esto ocurrió durante el reinado de Claudio (41-54 d.C.), a quien llamaban “el Torpe” y “un Monstruo,” un hombre de inclinaciones crueles. Su gobierno malvado quizá haya sido la causa de los juicios. El historiador Josefo relata que Elena, la reina madre judía de Adiabene, compraba en ese tiempo trigo en Egipto e higos en Chipre y los distribuía en Jerusalén para ayudar a la población hambrienta (Josefo, Antigüedades iii 15.3). Josefo fecha este suceso durante las gestiones de los procónsules Caspio Fado (c. 44-46) y Tiberio Julio Alejandro (c. 46-48). Por lo tanto, el don profético que tenía Agabo advirtió de esta circunstancia a los cristianos por lo menos un año antes. Sin lugar a dudas, la Iglesia de los primeros tiempos existió en tiempos difíciles. Herodes Agripa I dio muerte a Jacobo,

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el hermano de Juan, y luego procuró matar a Pedro. Sin embargo, este último fue librado por la providencia divina en la persona de un ángel del Señor (vea Hechos 12:1-17), y fue el ángel del Señor quien dio muerte a Herodes, el homicida (vea Hechos 12:20-23). Aun así, en esos tiempos de persecuciones, la Palabra del Señor crecía y se multiplicaba (vea Hechos 12:24). La segunda mención que se hace de Agabo es en relación con sus advertencias hechas al apóstol Pablo (que si iba a Jerusalén, allí lo atarían). Pablo, Lucas y los otros hermanos que viajaban con ellos estaban posando en la casa de Felipe el Evangelista, que era uno de los siete diáconos, designados por los apóstoles (vea Hechos 6:5), para ocuparse de la ministración a los necesitados. Es alentador ver que aquellos que fueron asignados a funciones inferiores a las de los apóstoles, llegaron a destacarse en aspectos espirituales; tal es el caso de Esteban y Felipe, ambos de los cuales llegaron a ser evangelistas eminentes. Aunque la anterior profecía de Agabo había sido dramatizada, y aun Pablo había sido un instrumento de misericordia para ayudar a los hermanos en Jerusalén que soportaban una terrible escasez de alimentos, en este caso la situación era diferente. Agabo hablaba con la autoridad del Espíritu Santo, algo que los otros hermanos reconocieron y aceptaron como palabra de Dios. Pablo eligió no prestar atención a la advertencia, con el consiguiente resultado de tener que pasar muchos largos años en prisión. Sin embargo, Agabo es un modelo de un maduro profeta del Nuevo Testamento, quien indudablemente estaba rodeado de otros que no eran tan importantes.

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En cierto sentido, es similar al caso del Antiguo Testamento en el cual Samuel, el profeta mayor, dirigía una escuela para los profetas que eran menos importantes que él. A menudo, los científicos o matemáticos de renombre, y los que son eminencias en su profesión, cualquiera sea su ámbito de vida, están rodeados por sus estudiantes. Este era por cierto el caso de los rabinos, cuyos estudiantes los seguían dondequiera que fueran. En consecuencia, podemos recomendar que aquellos que están deseosos de aprender mucho procuren seguir de cerca a los que son maestros reconocidos en su especialidad, ya sea en el campo secular o en el espiritual.

TERCERA PARTE: EL MINISTERIO DEL PROFETA

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EL MINISTERIO QUÍNTUPLE El ministerio profético es un don de Cristo para Su Cuerpo, junto con los ministerios de apóstol, evangelista, pastor y maestro (vea Efesios 4:11). Analizaremos brevemente los otros cuatro ministerios, a fin de ver en contexto el lugar del profeta del Nuevo Testamento.

El apóstol El título significa, literalmente, “uno que es enviado”, porque es el mensajero y embajador enviado por el Señor. Como tal, no dudará en declarar la totalidad de Su consejo. Él es el indiscutido exponente de la verdad, y el sabio perito arquitecto que establece el fundamento de una iglesia o comunidad cristiana. Sin embargo, debemos tener presente que el Señor Jesús es la Piedra Angular. El apóstol es aquel que procurará realizar todas las mediciones espirituales de la obra, a fin de asegurar que Cristo sea levantado y retratado en cada aspecto de su ministerio y el de la iglesia por la cual él es responsable. Defendiendo su apostolado, Pablo hace los siguientes comentarios respecto de un apóstol: “¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” (1 Co. 9:1). “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16). “Y esto hago

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por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” (1 Co. 9:23). Recordando que un apóstol debe ser un ejemplo para otros, dice a continuación: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co. 9:24-27). Sobre la base de los que se mencionan, no sólo por nombre, sino también en el comentario de Pablo, resulta claro que había muchos apóstoles en el tiempo del Nuevo Testamento: “Saludad a Andrónico y a Junias, mis parientes y mis compañeros de prisiones, los cuales son muy estimados entre los apóstoles, y que también fueron antes de mí en Cristo” (Ro. 16:7). Otro hecho que surge de estos pasajes de la Biblia es que los apóstoles, más que todos los otros, conocían la comunión de los sufrimientos de Cristo, como relata Pablo en 2 Corintios 1:5-6.

El evangelista Fundamentalmente, el ministerio del evangelista está relacionado con el ganar almas para Cristo. Es esa clase de persona acerca de la cual escribe John Bunyan, diciendo

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que “con la palabra de Dios en su mano y dando la espalda al mundo, advierte con toda seriedad a los hombres y las mujeres que abandonen sus pecados y se vuelvan al camino eterno”. Hace hincapié en que necesitamos nacer de nuevo y que, si esto no sucede, no entraremos en el reino de los cielos. Tiene pasión por ganar a los perdidos, a la vez que una profunda comprensión y compasión por su triste situación. Es una persona en la cual el celo de Dios arde con luminosa intensidad y que dedica tiempo a interceder por los perdidos delante del trono de Dios. A menudo, estará dotado del don de sanidad, que confirmará su mensaje.

El pastor El pastor es aquel que guía el rebaño de Dios y cuida de él, de la misma manera que un pastor hace con sus ovejas. Necesita visión para conducirlos amorosamente a la verdad fresca, alimentándolos con lo mejor del trigo. Ha de ser un hombre dotado de una gran paciencia y longanimidad, porque las ovejas de Dios, al igual que las ovejas del pastor, son propensas a errar el camino. Tienen su propio modo de pensar; aun después de haber sido advertidas muchas veces y con amor por su pastor, caen en pozos horribles, de los cuales necesitan ser rescatadas. El corazón del pastor bien podría compararse con el corazón del padre del hijo pródigo, cuyos brazos estaban totalmente abiertos para recibirlo nuevamente después que hubo tomado conciencia de su realidad y entrado en razón (vea Lucas 15:17-20). El pastor tiene un afecto especial por los que se han apartado y procura su restauración.

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El maestro El maestro es aquel que, como el Neftalí de antaño, pronuncia palabras piadosas. Procura establecer un sano fundamento de los principios de Cristo en la vida del creyente. A partir de este fundamento, poco a poco conduce a las profundas verdades de la Palabra de Dios a los que son enseñados por él. Para el maestro, la máxima de Abraham Lincoln es digna de tener presente: “Aquel que se atreve a enseñar a otros nunca debe atreverse a dejar de aprender”. La vida del maestro es una vida dedicada a la búsqueda de verdades frescas para revelar a otros. Esta estructura de la iglesia del Nuevo Testamento es el patrón por medio del cual los santos son perfeccionados para la obra del ministerio que el Señor les ha asignado. El quíntuple ministerio tiene como fin llevar a la Iglesia a la unidad de la y del conocimiento de Jesús, a un hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo (vea Efesios 4:13).

El profeta Estudiaremos ahora el ministerio del profeta del Nuevo Testamento. En primer lugar, debemos analizar cuidadosamente el uso del término “profeta” en esta sección de la Biblia. En Hechos 13:1, se lo utiliza para describir a un grupo de ministros que se reúnen con maestros para buscar al Señor por medio de la oración y el ayuno. Luego se nos dicen específicamente los nombres de algunos de los profetas de la Iglesia de los primeros

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tiempos: “Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras” (Hch. 15:32). Esto también nos permite comprender el ministerio del profeta del Nuevo Testamento, que es exhortar y confirmar la voluntad y el mensaje de Dios. El título de “profeta” también se asigna a los que tienen el don de profecía, como vemos en 1 Corintios 14:29: “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen”. Por lo tanto, a partir de los siguientes pasajes, podemos decir que el rol del profeta perdió importancia en relación con lo que era el rol del profeta en el Antiguo Testamento. La palabra del profeta del Antiguo Testamento no se cuestionaba y en la mayoría de los casos era aceptada como la instrucción frente a una determinada situación, ya fuera para una nación, para un rey, para una persona cualquiera o para un ejército. Sin embargo, existen notorias semejanzas. Ambos predecían desastres nacionales y transmitían sombrías advertencias a personas, como en el caso de Agabo. Existe una clara diferencia entre los que son considerados profetas porque tienen el don de profecía, y los que tienen el don del ministerio de profeta. A los primeros el don les ha sido impartido por el Espíritu Santo. Su campo de profecía cae dentro de la categoría –especificada por Pablo (vea 1 Corintios)– de edificación, de exhortación y de consuelo. El don de ministerio es dado por Cristo (vea Efesios 4:11) y ciertamente incluiría advertencias sobre desastres nacionales, al mismo tiempo que indicaciones para personas.

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LA PERSONA DEL PROFETA Centraremos nuestra atención en aquellos que hicieron pleno uso del ministerio que el Señor les dio, teniendo presentes las palabras del apóstol Pablo, quien dijo que había recibido su ministerio porque Dios lo tuvo por fiel (vea 1 Timoteo 1:12). Nosotros también debemos ser los llamados, elegidos y fieles que siguen al Señor adondequiera que Él vaya (vea Apocalipsis 17:14). El profeta debe vivir una vida santa, andando cada día en una relación muy cercana con su Señor, recibiendo sobre su cabeza la unción del aceite fresco. Vive alimentándose de la Palabra y estima a la Biblia más importante que su comida diaria (vea Job 23:12). En realidad, los profetas bíblicos vivieron como personas normales, y fueron usados por el Señor para transmitir Su mensaje a las generaciones de ellos en tiempos señalados. Se los podría comparar con las teclas de un piano, que son tocadas por el maestro músico en momentos precisos y para producir un mensaje e sinfónico de Dios para Su pueblo. Por ejemplo, en un espacio de apenas tres meses, Hageo recibió tres mensajes, los cuales comprenden la totalidad de su libro. Jeremías profetizó en forma intermitente durante los gobiernos de cinco reyes de Judá, desde Josías a Sedequías. No había un modelo establecido a seguir por los profetas. Provenían de todos los ámbitos de la vida, pero todos habían sido apartados para una vida santa. Amós,

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probablemente el más pobre, oyó la voz del Señor: “Entonces respondió Amós, y dijo a Amasías: No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres. Y Jehová me tomó de detrás del ganado, y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel” (Am. 7:14-15). Amós tenía dos trabajos: cuidar ganado y recoger higos sicómoros, los cuales eran la comida de la gente más pobre de la tierra de Israel. Luego están los que, como Moisés, Isaías y Daniel, provenían de palacios de reyes. Algunos tenían educación superior, en tanto que otros aparentemente eran desconocedores de las gracias de este mundo. El señor seleccionó hombres de diversos ámbitos para que fuesen Sus propios compañeros eternos cuando eligió a Moisés (criado como un príncipes en Egipto y que estaba al tanto de todo lo que era la sabiduría de este mundo) y a Elías (cuya vestimenta era de lo más pobre que existía). Sin embargo, leemos repetirse a menudo una frase en relación con estos profetas: “Y vino palabra del Señor a...” Así, Dios elige a hablar al profeta y éste, a su vez, transmite fielmente esa palabra a las personas a quienes Dios lo envía. El precio que un profeta paga por su ministerio es muy elevado. A menudo tiene que aprender la obediencia por medio de las cosas que sufre y que vienen de la mano de Dios, mientras está bajo la sombra de la mano del Padre (en otras palabras, en la soledad de las experiencias del desierto). Su luz puede brillar por un tiempo muy breve, como en el caso de Hageo, o durante décadas como sucedió con Oseas. Pero, ¿quién anhelaría la vida de ese

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profeta que se convirtió en una señal para la nación al tener que casarse con una esposa infiel? Luego, después de haber sido envilecida por muchos hombres, se le ordenó que la recibiera nuevamente. Así era Israel a los ojos de Dios, una esposa infiel a la cual Él, el Señor, estaba dispuesto a recibir nuevamente. A menudo, el profeta era una señal para el pueblo, como denotan las siguientes situaciones en la vida de los elegidos del Señor.

Isaías “En aquel tiempo habló Jehová por medio de Isaías hijo de Amoz, diciendo: Ve y quita el cilicio de tus lomos, y descalza las sandalias de tus pies. Y lo hizo así, andando desnudo y descalzo. Y dijo Jehová: De la manera que anduvo mi siervo Isaías desnudo y descalzo tres años, por señal y pronóstico sobre Egipto y sobre Etiopía, así llevará el rey de Asiria a los cautivos de Egipto y los deportados de Etiopía, a jóvenes y a ancianos, desnudos y descalzos, y descubiertas las nalgas para vergüenza de Egipto” (Is. 20:2-4).

Ezequiel A este profeta se le dijo que no debía hacer luto por la muerte de su esposa profeta. “«Hijo de hombre, voy a quitarte de golpe la mujer que te deleita la vista. Pero no llores ni hagas lamentos, ni dejes tampoco que te corran las lágrimas. Gime en silencio y no hagas duelo por los

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muertos. Átate el turbante, cálzate los pies, y no te cubras la barba ni comas el pan de duelo.» Por la mañana le hablé al pueblo, y por la tarde murió mi esposa. A la mañana siguiente hice lo que se me había ordenado. […] Ezequiel les servirá de señal, y ustedes harán lo mismo que él hizo. Cuando esto suceda, sabrán que yo soy el SEÑOR omnipotente” (Ez. 24:16-18, 24, NVI ). Ezequiel enmudeció. “Y haré que se pegue tu lengua a tu paladar, y estarás mudo, y no serás a ellos varón que reprende; porque son casa rebelde. Mas cuando yo te hubiere hablado, abriré tu boca, y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: El que oye, oiga; y el que no quiera oír, no oiga; porque casa rebelde son” (Ez. 3:26-27). Este profeta fue también una señal del inminente sitio de Jerusalén. “Tú, hijo de hombre, tómate un adobe, y ponlo delante de ti, y diseña sobre él la ciudad de Jerusalén. Y pondrás contra ella sitio, y edificarás contra ella fortaleza, y sacarás contra ella baluarte, y pondrás delante de ella campamento, y colocarás contra ella arietes alrededor. Tómate también una plancha de hierro, y ponla en lugar de muro de hierro entre ti y la ciudad; afirmarás luego tu rostro contra ella, y será en lugar de cerco, y la sitiarás. Es señal a la casa de Israel. Y tú te acostarás sobre tu lado izquierdo y pondrás sobre él la maldad de la casa de Israel. El número de los días que duermas sobre él, llevarás sobre ti la maldad de ellos. Yo te he dado los años de su maldad por el número de los días, trescientos noventa días; y así llevarás tú la maldad de la casa de Israel. Cumplidos éstos, te acostarás sobre tu lado derecho segunda vez, y llevarás la maldad de la casa de Judá

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cuarenta días; día por año, día por año te lo he dado. Al asedio de Jerusalén afirmarás tu rostro, y descubierto tu brazo, profetizarás contra ella. Y he aquí he puesto sobre ti ataduras, y no te volverás de un lado a otro, hasta que hayas cumplido los días de tu asedio” (Ez. 4:1-8). Podríamos citar otras situaciones en las cuales Dios los puso en virtud de su ministerio: Daniel en el foso de los leones y el encarcelamiento que sufrió Jeremías, por mencionar algunas. Sin embargo, al hacer un comentario sobre la suerte de un profeta, el Señor dijo que no era sin honra sino en su propia tierra (vea Mateo 13:57). Cuán cierto fue esto de Ezequiel, a quien se le dijo: “Porque no eres enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a muchos pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oyeran” (Ez. 3:5-6). Un profeta tiene que vencer los deseos de su propio corazón, como hizo Jonás. Fue enviado a profetizar juicio contra Nínive, plenamente consciente de que ellos se arrepentirían y que Dios los perdonaría. Él y su propia tierra de Israel habían sufrido tanto a manos de los asirios, que deseaba para ellos el juicio y el castigo. Hicieron falta tres días y tres noches en el vientre de la ballena para que Jonás estuviese dispuesto a cumplir su tarea asignada por Dios (vea Jonás 1:17-2:10). Aún después de haber profetizado contra Nínive, abrigaba la esperanza de ver caer sobre ellos el juicio de Dios (vea Jonás 3:10-4:1). El Señor tuvo que tratar con su corazón a fin de que pudiera perdonar a sus enemigos y desear la salvación de ellos.

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Estos pocos ejemplos describen el alto grado de consagración de los profetas y la medida en que debían ser puestos a prueba. Concluiremos enumerando las características de la vida y el ministerio del profeta. 1. Todos fueron llamados por Dios, porque ninguno toma para sí esta honra (vea Hebreos 5:4). Fueron llamados en diferentes momentos de su vida; algunos a una edad muy temprana como Jeremías, Ezequiel y Daniel. Moisés tenía ya 80 años antes de tomar su manto. Las palabras del Señor a Jeremías se aplicaban a todos ellos, cuando dijo: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5). A excepción de Moisés y Daniel, poco se sabe de la primera parte de sus vidas, pero el Señor elije a quienes están consagrados desde una edad temprana, que conocen bien las Sagradas Escrituras y que caminan en santidad y temor del Señor. Observemos las palabras de Ezequiel 4:14: “Y dije: ¡Ah, Señor Jehová! he aquí que mi alma no es inmunda, ni nunca desde mi juventud hasta este tiempo comí cosa mortecina ni despedazada, ni nunca en mi boca entró carne inmunda”. 2. La Palabra del Señor venía a ellos generalmente hablándoles a su corazón, como en el caso de

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Samuel cuando oyó la palabra del Señor en sus oídos. Los profetas oían Su voz en diversas ocasiones, no necesariamente sólo mientras oraban. Debían tener corazones dispuestos a despertar de inmediato, o corazones que estuviesen despiertos aun mientras dormían (vea Cantares 5:2). Está escrito de Jesús, el Profeta de los profetas: “[…]; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios” (Is. 50:4). 3. Las cualidades o virtudes esenciales en su vida eran la fidelidad y la obediencia para hacer la voluntad de Dios y entregar Su mensaje. El apóstol Pablo, quien forma parte de la lista de los profetas de la Iglesia de los primeros tiempos (vea Hechos 13:1), afirmó esto muy claramente: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Ti. 1:12). El profeta Abraham fue llamado fiel (vea Nehemías 9:7-8). Del mismo modo, Moisés fue declarado fiel en toda la casa de Dios (vea Números 12:7). 4. Debían convertirse en su mensaje. Jeremías, quien constantemente advirtió sobre el sitio y el encarcelamiento, debió sufrir prisión (vea Jeremías 32:2). Aun fue echado en una cisterna, y hundiéndose en el lodo, fue liberado por 30 hombres que hicieron un gran esfuerzo para levantarlo con cuerdas (vea

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Jeremías 38:10-13). También fue azotado y puesto en el cepo (vea Jeremías 20:1-3). Como ya hemos mencionado, Oseas fue el mensajero de la restauración y tuvo que casarse con una esposa infiel, quien lo abandonó por otros hombres; luego, no solo tuvo que aceptarla nuevamente sino que también tuvo que amarla (vea Oseas 3:1). Moisés tuvo que encarnar la Ley hasta el extremo de que el Señor amenazó con matarlo por no practicar el rito de la circuncisión con su hijo (vea Éxodo 4:24-26). 5. Por sobre todas las cosas, el profeta debía ser un hombre de gran misericordia, cimentado en los cuatro tipos de amor: a. El del primer mandamiento, de amar al Señor con todo su corazón, con todas sus fuerzas y con toda su mente. b. El de amar al prójimo como a sí mismo, el cual es el segundo gran mandamiento. c. El de amar a su enemigo. d. El de amar al descarriado, recordando que, esencialmente, los profetas profetizan en dos dimensiones. [La primera dimensión de su profecía es el juicio, ya que son enviados principalmente a los pecadores. La mayor actividad profética en la historia bíblica ocurre cuando el pueblo ha rechazado la Ley (comparar los tiempos

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de Elías, Eliseo, Jeremías y Ezequiel). Podemos ver esto en el clamor del salmista: “Tiempo es de actuar, oh Jehová, porque han invalidado tu ley” (Sal. 119:126). El otro aspecto de su profecía es que todos los profetas ven por anticipado y prometen restauración para la nación, aunque no necesariamente para su generación. Por lo tanto, deben amar al descarriado, porque el Señor afirma que Él está casado con el que se apartó (vea Jeremías 3:14).] 6. El Señor no hará nada sin antes revelarlo a Sus siervos, los profetas (vea Amós 3:7). Por lo tanto, es muy importante que prestemos atención a la voz de ellos y la obedezcamos. 7. Existe un principio divino que por la boca de dos o tres testigos se resolverá cualquier asunto (comparar Deuteronomio 19:15). En toda la Biblia encontramos que en cuestiones muy importantes siempre se puede ver que varios profetas dicen esencialmente lo mismo. En consecuencia, podemos entender por qué en el Nuevo Testamento el apóstol Pablo exhorta a que se permita a uno profetizar y que los demás juzguen: “[…], los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen” (1 Co. 14:29).

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EL DON DEL MINISTERIO DE PROFETA Veremos ahora el funcionamiento práctico del ministerio de un profeta. Sabemos que este ministerio es otorgado por el Señor mismo, de modo que no puede ser comprado ni deseado. Está determinado divinamente desde antes de la fundación del mundo, tal como el Señor dijo a Jeremías: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5). Las fronteras geográficas o la influencia de un ministerio profético también están determinadas por Dios. Hay quienes funcionan quizá en su iglesia local o confraternidad. Otros ministran más allá de esas fronteras a toda una nación y aun otros tienen ministerios continentales. La siguiente es la manera por medio de la cual Dios transmite la profecía al profeta. “Y él les dijo: Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él” (Nm. 12:6). Otra manera es que la palabra del Señor venga a nuestro corazón. Quizá venga de manera discreta, aunque persistente. En una oportunidad, el Señor estaba

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hablándome y yo no estaba seguro si era Dios u otro espíritu. Entonces, el director del instituto bíblico en el cual yo estudiaba en ese tiempo dio una palabra profética: “Cuando Yo el Señor hablo, la palabra permanece”. Bien, la palabra permaneció; de modo que supe que era el Señor quien me había hablado. El Señor es un Dios de variedad, de modo que he conocido otras expresiones de Su fluir profético. En una ocasión, fui invitado a decir unas palabras de saludo en una convención. Mientras ingresaba al lugar de reunión, el hermano que presidía me llamó sorpresivamente a subir a la plataforma. Entre tanto esperaba para ser presentado, pregunté al Señor qué debía decir, a lo que Él me respondió: “Yo hablaré a través de ti cuando estés frente al micrófono”. Imaginen mi sorpresa cuando, parado frente a un micrófono en la década de 1970, me encontré anunciando con gran autoridad que las puertas de China se abrirían a occidente. La congregación aplaudió entusiasmada, aunque en aquellos momentos yo hubiera deseado que me tragara la tierra. Sin embargo, esa misma noche, y tomado por muchos como una confirmación, el presidente Nixon anunció por televisión que estaba enviando un equipo de tenis de mesa a competir a Beijing. Más allá de lo que cada uno pueda pensar respecto de este presidente, ¡yo le estaba ciertamente muy agradecido por lo que consideraba un anuncio muy oportuno! En otras ocasiones he visto palabras o frases ante mis ojos y tuve que comenzar a pronunciarlas para que luego comenzara un fluir de palabras y pensamientos por medio del cual expresar el mensaje del Señor.

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En ocasiones he recibido una visión, a veces algunos días antes de tener la oportunidad de declarar el mensaje. Por ejemplo, una vez el Señor me dijo que la iglesia se dividiría debido a la cuestión del divorcio y de volverse a casar. En aquella ocasión, vi la corriente pura del río de Dios dividirse; una corriente se dirigía hacia la derecha y se volvía más y más turbia, hasta que se convirtió en algo negro, lleno de toda clase de criaturas inmundas que iban a parar al infierno. La otra corriente se volvía cada vez más pura, hasta llegar a la diestra del Aquel que está sentado en el trono. De modo que, amados, el Señor puede hablar de muchas maneras diferentes. Aun en nuestras conversaciones normales y cotidianas el Señor puede comenzar un fluir profético en nuestros labios, que lleva vida y refrigerio, además de instrucción, a las personas a las cuales estamos hablando. En conclusión, un profeta es alguien llamado por Dios para ser Su mensajero con la Palabra y con su vida, un llamado por el cual paga un precio muy alto. Sin embargo, si es hallado fiel, recibe una recompensa muy especial (vea Mateo 10:41).

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EL DON DE PROFECÍA Este libro quizá no estaría completo si no abordáramos el tema del fluir profético y cómo mantenerlo. Debemos subrayar en primer lugar que el don de profecía, que es diferente del ministerio de profeta, es un don que ciertamente debemos anhelar (vea 1 Corintios 14:1, 5). Al ser éste uno de los nueve frutos del Espíritu, podemos decir que el deseo de este don es precedido por la obediencia, ya que el Espíritu Santo es dado a quienes obedecen a Dios (vea Hechos 5:32). Después viene el anhelo del don de profecía. Debemos comprender que el Espíritu Santo da el don según su voluntad, pero su desarrollo es por fe (vea Romanos 12:6). Una atmósfera de adoración y alabanza hará que el don fluya (comparar con Eliseo y el tañedor, 2 Reyes 3:14-15). También la lectura diaria del libro de los Salmos, los cuales son expresiones proféticas de los labios de hombres de Dios ungidos, desarrollan grandemente el fluir profético en nuestra vida. David, el dulce salmista de Israel, dice en 2 Samuel 23:2: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua”. De modo que queda perfectamente claro que no debemos ser hombres de labios inmundos. Nuestro “sí” debe ser “sí” y nuestro “no” debe ser “no” (vea Santiago 5:12), pues quienes pronuncian los oráculos de Dios deben ser prudentes en su conversación. De esta manera, el fluir profético correrá puro y sin obstáculos.

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Concluiremos con estas palabras de aliento. Moisés dijo: “[…] Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos” (Nm. 11:29). Este deseo fue respondido por la promesa de Dios: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2:28). Es por eso que Pablo pudo escribir: “Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación” (1 Co. 14:5). Nuestra oración por usted, querido lector, es que el Señor le conceda el don de profecía y que usted lo utilice para la gloria y la honra de Él.

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LOS FALSOS PROFETAS A lo largo de los incontables siglos de esta creación, siempre han coexistido lo verdadero y lo falso. Tenemos a los santos ángeles de Dios y a “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, [a los cuales Dios] los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Jud. 1:6). Desde los tiempos de Adán existió el linaje piadoso de Abel y más tarde el de Set, y por otro lado la línea malvada de Caín. En la descendencia de los piadosos hubo profetas como Enoc: “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él. Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho” (Jud. 1:14-16). Según Génesis 5:28-29, Lamec también debe ser contado entre los profetas: “Vivió Lamec ciento ochenta y dos años, y engendró un hijo; y llamó su nombre Noé, diciendo: Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo”.

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El propósito de iniciar esta sección titulada Los falsos profetas con ejemplos de los ángeles y los profetas anteriores al Diluvio, es mostrar que lo falso se origina en lo bueno. Veremos en numerosas ocasiones que muchos de los falsos profetas alguna vez conocieron y predicaron la verdad y estuvieron en la senda de la justicia. Esto es cierto no solo respecto de los falsos profetas sino también de los falsos maestros. Lamentablemente, encontraremos estas enseñanzas de David muy aplicables a situaciones que se repiten, no solamente en la Biblia sino también a nuestro alrededor en las iglesias hoy día. Estas son sus palabras: “Y digas: ¡Cómo aborrecí el consejo, y mi corazón menospreció la reprensión; no oí la voz de los que me instruían, y a los que me enseñaban no incliné mi oído! Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación” (Pr. 5:12-14). Que los falsos profetas existieron desde tiempos antiguos puede verse claramente a través de las exhortaciones de la Ley. Claramente, el propósito de ellos era apartar al pueblo del camino de la justicia. Es un hecho que quienes abandonan el camino de la justicia (rectitud) desean atraer a otros para que anden en los caminos y pecados que a ellos mismos lo alejaron de Dios. Veamos lo que advierte la ley: “Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma” (Dt. 13:1-3).

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Aquí vemos que aun los falsos profetas están bajo el control del Señor y son utilizados por Él para probar a Su pueblo. El último será el Falso Profeta, quien forma parte de la trinidad impía junto con Satanás y el Anticristo. La Ley advierte sobre otra clase de falsos profetas que hablan presuntuosamente: “El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él” (Dt. 18:20-22). Tal sería el caso del viejo profeta mencionado en 1 Reyes 13:11, quien mintió al hombre de Dios que había profetizado contra el altar en los días de Jeroboam I, rey de Israel. Con sus mentiras, hizo que el hombre de Dios perdiera la vida. Había también 400 profetas que servían a Acab, el malvado rey de Israel (vea 1 Reyes 22:6). Éstos aconsejaron a Acab que él y el rey Josafat fueran a la guerra contra Ramot de Galaad y que obtendrían la victoria. Sin embargo, el rey piadoso preguntó si no había un profeta del Señor. Cuando Micaías fue traído desde la prisión, declaró la visión que el Señor le había mostrado y dijo que Acab moriría en la batalla. Después de oír la profecía, el líder de los 400 falsos profetas se acercó a Micaías, y en el

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relato de 1 Reyes 22:24-25 leemos: “Entonces se acercó Sedequías hijo de Quenaana y golpeó a Micaías en la mejilla, diciendo: ¿Por dónde se fue de mí el Espíritu de Jehová para hablarte a ti? Y Micaías respondió: He aquí tú lo verás en aquel día, cuando te irás metiendo de aposento en aposento para esconderte”. De modo que queda claro que el líder, y probablemente los otros también, alguna vez conocieron la unción verdadera. Es, como dijo el Apóstol Pedro, que dejaron el camino recto y se extraviaron, para los cuales está reservada para siempre la más densa oscuridad (vea 2 Pedro 2:15, 17). ¿Por qué razón, algunos que fueron llamados para ser profetas del Señor abandonan el camino recto y se convierten literalmente en falsos profetas? La Biblia nos responde con total claridad. Es por no guardar con toda diligencia su corazón, como advierte David, porque de él mana la vida (vea Proverbios 4:23). El que no guarda su corazón caerá en toda clase de pecados: 1. El adulterio: Tener ojos llenos de adulterio, que no pueden dejar de pecar. 2. La codicia: Seguir el camino de Balaam, el cual amó el premio de la maldad. 3. Una vida desenfrenada: Glotonería y embriaguez (vea Lucas. 21:34). 4. El orgullo: La búsqueda de los primeros asientos y los títulos importantes (vea Mateo 23:5).

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5. Los celos: Jesús fue crucificado por envidia; lo falso busca matar lo verdadero. 6. La amargura y el resentimiento: Raíz de amargura por causa de las desilusiones (las personas amargadas no invocan la gracia de Dios). El resultado es que se apartan del camino y caen en los errores de la falsa profecía. 7. Disputas y conflictos: La refutación de Coré, quien deseaba el puesto de Moisés. Una y otra vez, quienes en algún tiempo conocieron la verdad predican y enseñan falsas doctrinas. Lo hacen conscientemente, para agradar a las personas, para ganar dinero o para transitar un camino de menos oposición. Les gusta evitar la confrontación y la cruz que resultan de predicar de la verdad. No buscan exponer los caminos pecaminosos de la congregación y hacer que se arrepientan, porque ellos mismos desean predicar y de todos modos continuar viviendo en pecado, como advirtió Pablo a los judíos en Romanos 2:21. Con respecto a tales personas, debemos ser conscientes del fin de quienes enseñan, predican y hasta hacen milagros; debido a que su estilo de vida es contrario a la voluntad de Dios, serán rechazados eternamente por el Señor. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en

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tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:21-23). Debemos comprender que para profetizar y hacer milagros, en algún momento deben haber experimentado la salvación y el bautismo del Espíritu Santo, pero nunca abrieron realmente su corazón para poder tener una relación de amor con el Señor. Por lo tanto, las terribles advertencias que encontramos en la Biblia con respecto a quienes una vez conocieron el camino y saben cual será su juicio, son mucho peores que para quienes nunca lo conocieron. “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 P. 2:21). Sobre la base del estudio de la Biblia y también de más de 50 años de experiencia personal, debo decir que quienes enseñan el error saben claramente que están en un camino falso. El Señor les advierte fielmente una y otra vez, pero ellos se niegan a escucharlo. La falsa profecía o falsa enseñanza es un problema del corazón, no de la mente. Como dijo Jesús: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:15-20).

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En los últimos días, aparecerá el máximo y último Falso Profeta. En Apocalipsis 19:20 se lo menciona como exhibiendo el mismo grado de maldad que la Bestia, también llamado el Anticristo. En cuanto al Anticristo, se ha escrito mucho en la Biblia sobre esta personificación de la maldad suprema de la humanidad. Se nos dice que es un hombre que saldrá del pozo del abismo, al igual que el Falso Profeta. En Apocalipsis 13 se nos da una descripción de él. Espiritualmente, fue comparado a un leopardo, el cual es la insignia bíblica de Grecia, el tercer imperio (vea Daniel 7:6). Los pies de un oso significan que gobernará sobre Persia, el segundo imperio (vea Daniel 7:5). Su boca era como de león, lo cual representa al primer imperio, Babilonia (vea Daniel 7:4). Por lo tanto, se trataba de un griego que conquistó Persia y gobernó desde Babilonia. La inferencia es que era un excelente orador y un general jamás derrotado (vea Apocalipsis 13:5-6). Fue un hombre que vivió antes que el apóstol Juan (vea Apocalipsis 12:8) y durante la preeminencia del Imperio Griego, el cual derrotó a Persia; además, vivió un tiempo en Babilonia. En cuanto al Falso Profeta, no se dan muchos detalles. Obviamente, el relato bíblico escrito en el tiempo del exilio del apóstol Juan en la isla de Patmos apareció después que el Nuevo Testamento fuese escrito y compilado. Sin embargo, ¿a quién llama el mundo el profeta y a qué falsa religión representa? Debe ser un hombre que vivió después de los tiempos del Nuevo Testamento y que ahora está muerto, porque él también subirá, después del Anticristo,

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del fondo del abismo. Se trata de un hombre que niega la deidad de Cristo y que posee un carácter muy violento, o que tiene aspecto de cordero pero habla como un dragón. Indudablemente, tanto el Anticristo como el Falso Profeta tendrán incalculables millones de adherentes, aquellos cuyos nombres no fueron escritos en el Libro de la Vida del Cordero antes de la fundación del mundo. El Señor, en contraste, resucitará a Moisés y a Elías para declarar la verdad. La clave para comprender la diferencia entre los profetas verdaderos y los falsos se encuentra en Salmos 45:7: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad; […]” Quienes aman la justicia y odian la maldad no serán engañados, mientras que los falsos se complacen en la injusticia y por lo tanto no reciben el amor de la verdad para ser salvos. Dios les enviará un gran engaño para que crean la mentira (vea 2 Tesalonicenses 2:10-12). Quizá a modo de conclusión de esta sección y del libro, una pequeña historia ayudará a ilustrar esta verdad. Un joven creyente tenía problemas con cierta doctrina que no entendía, por lo que pidió a un pastor anciano poder hablar con él. Cuando se reunieron, el joven imaginó que el pastor tomaría su Biblia y recorrería versículo tras versículo explayándose respecto de todo lo que sabía sobre el tema. En cambio, el viejo pastor miró al joven directo a los ojos y le preguntó: “¿Y tú, qué has estado haciendo?” Sorprendido, el joven agachó la cabeza, pues sabía que no había estado caminando rectamente. Ello había afectado su mente y no podía discernir la palabra de

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verdad. Cuando se arrepintió, su mente se renovó y fue capaz de comprender la palabra de Dios. Debemos tener presente que “el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (vea Proverbios 9:10; 30:3).

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EPÍLOGO Amados, debo decir al concluir este libro que un profeta debe vivir cerca del Señor para oír Su voz. Debe permitir que el Señor impregne cada rincón de su ser con el mensaje que le ha dado para entregar. En otras palabras, debe transformarse en el mensaje que está proclamando. Moisés fue la personificación de la Ley dada en el monte Sinaí. Elías fue una representación del Salvador rechazado al sufrir la persecución por parte de su propio pueblo, Israel. David nos muestra un maravilloso ejemplo del gozo de recibir el perdón de los pecados. Jeremías, el profeta llorón, conoció la angustia de los justos juicios de Dios sobre Su pueblo porque sufrió junto a ellos. Mis amados, ¿cuál es el mensaje que el Señor les ha dado para proclamar? Sean valientes y claros, sean compasivos, pero sean también ustedes mismos el mensaje como resultado del poder del Espíritu Santo en su interior. Hombres y mujeres en todas partes procuran conocer el futuro, ya sea para su nación, para su familia o para ellos en forma personal. Fuimos creados con el deseo de saber qué es lo que viene por delante. Esto es perfectamente comprensible al considerar que somos creados por el Señor, cuyo testimonio es el Espíritu de Profecía. Más aún, Dios desafió a los ídolos a los cuales Israel adoraba en los días del profeta Isaías, con las palabras: “Traigan, anúnciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos nuestro corazón

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en ello; sepamos también su postrimería, y hacednos entender lo que ha de venir. Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses; o a lo menos haced bien, o mal, para que tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos” (Is. 41:22-23). Luego, el Señor responde declarando Su naturaleza y capacidad en el ámbito de la profecía, diciendo: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Is. 46:9-10). En los últimos días veremos cumplirse la profecía de Joel 2:28: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones”. El Espíritu de Profecía del Señor será derramado sobre Su Iglesia de manera clara y poderosa, y los que se añadan a la iglesia tendrán revelación en sus corazones. El pueblo de Dios conocerá el manto profético que los guiará y les mostrará las cosas que habrán de venir (vea Juan 16:13). También, el enemigo contraatacará con lo falso, por lo que todos necesitaremos que el don de discernimiento de espíritus esté operando en nuestras congregaciones para protegernos de la falsedad. Sin embargo, el curso más seguro es amar la justicia y amar y obedecer a nuestro precioso Señor. Recordemos la advertencia del Señor en

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cuanto a que el engaño será tan grande que aun los escogidos podrían ser engañados. Nuestra seguridad está en caminar humildemente con nuestro Señor para que de los profetas de Dios pueda manar un fluir profético puro, que no tenga ninguna mezcla. ¡Seamos nosotros de los que tienen un de corazón puro y sincero, completamente preparado para ministrar delante del Señor!

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Libros por el Dr. Brian J. Bailey Comentarios sobre los libros de la Biblia Génesis: El libro de los orígenes Fiestas y Ofrendas, el libro de Levítico Rut: La novia gentil de Cristo Las tres casas de Ester Salmos I: Capítulos 1-50 Salmos II: Capítulos 51-100 Salmos III: Capítulos 101-150 El libro de lamentaciones El carro del trono de Dios: Una exposición del libro de Ezequiel Daniel Profetas Menores I: La restauración de los caídos (Oseas) Profetas Menores II: Joel – Sofonías Profetas Menores III: Hageo – Zacarías El Evangelio de Mateo El Evangelio de Juan El Evangelio de Lucas Romanos: Más que vencedores Soldados de Cristo: Una exposición de la epístola de Pablo a los Efesios Dando en el blanco: Una exposición de la epístola a los Filipenses Colosenses y Filemón: La Senda de la Santidad Hebreos: Detrás del velo La Era de la Restauración Las dos Sabidurías: La epístola de Santiago Las Epístolas de Juan Apocalipsis

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