EL MINISTERIO PÚBLICO DE LA MUJER

EL MINISTERIO PÚBLICO DE LA MUJER Introducción Si hay algo que las mentes contemporáneas encuentran chocante en nuestros cultos es el papel de la muje

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LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO EN Ministerio de la Mujer y AFAM División Sudamericana Derechos de traducción y publicación reservados por DIVISIÓN

EL ROL DE LA MUJER EN EL MINISTERIO, tal como se describe en las Sagradas Escrituras
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EL MINISTERIO PÚBLICO DE LA MUJER Introducción Si hay algo que las mentes contemporáneas encuentran chocante en nuestros cultos es el papel de la mujer durante las reuniones de iglesia: en silencio y cubiertas por un velo. De igual modo, tienen vetado la predicación y el liderazgo en la iglesia. Para la mente moderna, esto puede parecer una discriminación sexista, causada por la secular dominación masculina sobre la mujer. Sin embargo, esto sería así si el restringir a la mujer de un ministerio audible o del liderazgo fuera debido a los intereses egoístas de los hombres, pero puesto que como creemos que esto se debe a la voluntad de un Dios sabio y bueno, creemos que esto no es discriminación, sino parte del plan de Dios para el beneficio de la persona, de la familia, de la Iglesia y de la humanidad en su conjunto.

No hay varón ni hembra Un versículo que se suele usar para intentar demostrar que el evangelio eliminó cualquier separación de género es: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28). Pero notemos que: 1. Que el contexto no es el del ministerio en la iglesia o del papel en la familia, sino en la manera en que hemos sido salvos por la fe. En esto, no hay distinción de raza, clase social o sexo, “porque no hay diferencia” (Ro. 10:12s). 2. Si no hubiese diferencia de papeles entre hombre y mujer, se podría decir lo mismo entre esclavos y libres, pero es a los esclavos en cambio que se les manda que estén sujetos a sus amos y a estos que les traten respetuosamente (Ef. 6:5-9). El señorío de Cristo no anula las diferencias entre sexos, como tampoco lo hace entre padres e hijos. Otro versículo usado para negar la sumisión de la mujer al hombre es: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Ef. 5:21), con lo que ambos sexos se deberían someter al otro respectivamente, y no sólo las mujeres a los varones (5:22-33). Nuevamente deberíamos aplicarlo en ese contexto por igual al caso de los padres y los hijos (6:1-4), y de los esclavos y los amos (6:5-9). Pero es a los hijos a quienes se exhorta a sujetarse a sus padres, y a los esclavos a sus amos, no a la inversa. Del mismo modo, sólo a la mujer se le exhorta a sujetarse al varón. Querer ver aquí un verbo elíptico u omitido dirigido al varón es pretender “pensar más de lo que está escrito” (1 Co. 4:6). Cuando Pablo exhorta a someterse unos a otros se refiere a cada uno según el orden que va a listar a continuación: esposas a sus maridos, hijos a sus padres y esclavos a sus amos, como la Iglesia está sujeta a Cristo.

Los sacrificios sacerdotales de los creyentes ¿Pero acaso no somos todos “real sacerdocio”? ¿No son las mujeres tan sacerdotes como los hombres en la Iglesia de Dios? Es cierto. Y notemos que a la mujer no se le impide practicar ninguno de los sacrificios y ofrendas que el Nuevo Testamento señala como propios del cristiano: 1. Nuestros propios cuerpos (Ro. 12:1): El sacrificio vivo refleja el holocausto del Antiguo Testamento. 2. Alabanza (He. 13:15): Fruto de labios. 3. Ayuda mutua (He. 13:16): Apoyar al hermano.

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4. Hacer el bien (Id.): “Sacrificios” viene en plural, con lo que es distinto al anterior. 5. Ofrendar para la obra (Fil. 4:18). Ninguno de estos sacrificios espirituales se le niega a la mujer (cp. 1 P. 2:5). Tanto hombre como mujer pueden y deben practicarlos en todo tiempo y lugar (cp. Mal. 1:11). Lo que se le impide a la mujer (enseñar, hablar audiblemente y liderar) son ministerios específicos que le están reservados al hombre, pero no sacrificios espirituales. Y aún si así fueran, recordemos que el Señor también estableció reglas, órdenes y restricciones a los sacerdotes del AT (Lc. 1:8). Que todos fueran sacerdotes (o incluso hijos de Aarón) no significaba que todos pudieran entrar en el Lugar Santísimo.

El liderazgo masculino en la adoración Pablo dice que “el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador” (Ef. 5:23). ¿En qué sentido es el marido “salvador” de la mujer? De Cristo se nos dice que es cabeza (líder) y que trabaja para santificar y purificar a la iglesia. Del mismo modo, el hombre es la cabeza del hogar y debe mantener su hogar en santidad, lo que implica guiar de la forma correcta a través del desierto, como Moisés, hasta llegar a la tierra prometida. Allí, Dios le pedirá cuentas de cómo ha conducido su hogar hasta allí, y de si alguien de la familia se ha perdido por su culpa. Que el hombre tiene este papel de responsabilidad ante Dios, como se vio ya con Adán en Edén, se deriva que éste habría de adoptar un papel de portavoz y representante en la adoración familiar, intercediendo por su familia ante Dios mediante sacrificios y ofendas. Así lo vemos en el caso de Job (Job 1:5), Noé (Gn. 8:20), Abraham (13:18; 22:13) o Jacob (46:1). En todos los casos, vemos siempre al padre o cabeza de familia ofreciendo sacrificios a Dios en representación de su familia, quedando la mujer y los hijos en un segundo plano. Del mismo modo, en el Nuevo Testamento el papel de representante, portavoz y líder en la adoración dentro de la iglesia le corresponde al varón (1 Ti. 2:8). Son los varones en la iglesia los que se levantan y de forma audible, en representación no sólo de sus familias sino de los demás hermanos y hermanas presentes, oran en voz alta o dirigen a la congregación con un pensamiento o en la alabanza. Las mujeres pueden cantar con la congregación, porque entonces no es como individuo que se oye su voz, sino como parte de todo el cuerpo que está alabando.

¿Puede la mujer hablar en la congregación? 1 Co. 14:33b-35 Pese a este claro mandamiento, algunos afirman que el verbo traducido por “hablar” (gr. “laleō”) significaba “charlar” o “parlotear”, así que lo que Pablo estaría prohibiendo únicamente serían las charlas durante la celebración del culto, que podían molestar o despistar al resto. Es cierto que en el periodo clásico (del 500 al 300 a.C.) el verbo tuvo ese significado y sería comprensible que Pablo quisiera limitar la locuacidad femenina, pero lo cierto es que tal significado no pasó al griego Koiné (del 300 a.C. al 600 d.C.), que era el usado en el s. I. De hecho, “laleō” nunca se traduce por “charlar” en el Nuevo Testamento (vg. Jn. 3:11), como atestiguan los léxicos griegos de Bauer y de Thayer. En el contexto más inmediato de 1 Corintios, este verbo aparece 34 veces en la epístola y 24 veces en este capítulo 14, siempre con el significado de habla inspirada y con contenido, nunca parloteo o charlas intrascendentes. Vine dice acerca de este verbo griego:

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EL MINISTERIO PÚBLICO DE LA MUJER «LALEŌ: … Algunos consideran la orden que prohíbe a las mujeres hablar en las reuniones de la iglesia (vv. 34,35) como una prohibición de charlar…, significado que brilla por su ausencia en la utilización de este verbo en cualquier otro pasaje del Nuevo Testamento. Se tiene que entender en el mismo sentido que en los vv. 2, 3-6, etc.»1. En 1 Co. 14:26-34, Pablo está estableciendo unas reglas para el uso de los dones espirituales en la iglesia, principalmente los de profecía y hablar en lenguas. Así, “cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo… doctrina… lengua… Hágase todo para edificación”. La idea es la de traer un mensaje a la congregación para su enseñanza y el verbo que Pablo usa siempre es “laleō”: “Si habla alguno en lengua extraña…”, “los profetas hablen dos o tres…”. Nadie traduce aquí “laleō” como “charlar” (¿“los profetas charlen dos o tres”?). Por ello, debemos entender “laleō” en 14:34 como una prohibición a las mujeres a tomar la palabra en la iglesia. “Las mujeres” (en griego no dice “vuestras mujeres”, como si fuera sólo para Corinto) no podían hablar en público, pues ese es el contexto de todo el pasaje, no por razones culturales sino a causa de la Ley (mismo argumento de la Creación que en 11:8-9 y 1 Ti. 2:13-14). ¿Y cómo debemos entender la orden de callar (gr. “sigaō”) en las congregaciones (gr. “en taîs ekklesíais”)? ¿Se refiere simplemente a no hacer preguntas? Según F. L. Godet: «La partícula ‘ei de’ (“y si”) con que empieza el versículo 35, introduce no una simple explicación, sino una graduación: “E incluso si desean aprender algo, deberían abstenerse de preguntar en la iglesia. Deberían reservar sus preguntas para formulárselas a sus esposos en privado”. La forma ‘ei de’ (“y si”) se funda, pues, en el hecho de que preguntar era el caso de menor gravedad, aquel que parecía admitir una excepción de la manera más natural. Pero esta misma excepción Pablo la rechaza.» En el contexto de este capítulo, el mismo verbo “callar” se aplica a los hablantes en lenguas (28) y a los profetas (30), con la idea de un silencio en el cual se habla “para sí mismo y para Dios” (28), no de forma audible. Se afirma a menudo que Pablo sólo quería que las mujeres dejasen de hablar a sus maridos o de interrumpir el culto con preguntas. Pero Pablo no sólo dijo: “Mujeres, preguntad a vuestros maridos en casa”; sino dijo: “Las mujeres callen en las iglesias”; y también: “No les es permitido hablar”; y también: “Como también la ley lo dice”; y también: “Sino que estén sujetas”; y también: “Es indecoroso que una mujer hable en la congregación”. El énfasis es muy claro.

1 Ti. 2:11-15 Lo anterior no era una instrucción particular para Corinto, pues Pablo comienza ese pasaje diciendo: “Como en todas las iglesias de los santos” (1 Co. 14:33b). De hecho, es la misma enseñanza que encargaría más tarde a Timoteo para la iglesia de Éfeso: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Ti. 2:11-12). El versículo 12 expone conceptos opuestos a los del versículo 11. Pablo prohíbe dos cosas a la mujer en la iglesia: enseñar y ejercer dominio (autoridad) sobre el hombre: 

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Enseñar (gr. “didáskeō”): Si bien Pablo no impide a la mujer enseñar en determinadas ocasiones (Tit. 2:3-5; 2 Ti. 1:5; 3:14-15), sí lo hace en el ámbito de la iglesia reunida.

Vine, p. 410.

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Ejercer autoridad (gr. “auzenteō”): El verbo usado por Pablo no significa “hacer mal uso de la autoridad” o abusar, sino simplemente “ejercer autoridad sobre”.

Nuevamente, las razones que da Pablo no son de índole cultural o local, sino basadas en el relato de la Creación y en la posterior Caída (2:13s): 

2:13: El hombre fue creado primero, para ser cabeza de la mujer (1 Co. 11:3) y para que esta esté sujeta a su marido (Ef. 5:22; Col. 3:18; Tit. 2:5).



2:14: Satanás pasó por alto al hombre y engañó a la mujer, que no consultó con su marido ni respetó el orden establecido por Dios. Como consecuencia, fue engañada, como así confesó (Gn. 3:13). Para evitar volver a ser engañada (“se salvará” del engaño) es que debe aceptar su posición en la familia y en la iglesia conforme al plan de Dios.

Todas las exposiciones que entienden la prohibición de Pablo en base a la poca preparación de las mujeres en Éfeso no son sino suposiciones sin base bíblica, y además omiten que en Corinto enseñó lo mismo. La intención de Pablo al apelar a Génesis es que la prohibición sea universal y permanente, valedera para todos los creyentes e iglesias.

Objeciones ¿Puede hablar si usa velo? (1 Co. 11:5) Es corriente la interpretación de que si bien Pablo no está abiertamente ordenando en este versículo que la mujer hable y ore en las reuniones de iglesia, al menos sí da a entender que era habitual que esto se produjera en las iglesias del siglo I. Pero hay al menos tres razones por las que esta conclusión es errónea. La primera es que Pablo no está hablando aquí de reuniones de iglesia. No se da indicación alguna sobre dónde tiene lugar el “orar y profetizar”, por lo que se trata más bien de una guía general, en cualquier lugar que se realice. Pablo empieza a tratar los problemas específicos del culto en 11:17: “Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor”. Y a continuación comenzará a tratar las cuestiones específicas de la cena del Señor (capítulo 11), los dones (12 y 13) y el orden necesario (14). La segunda razón es que es peligroso deducir conclusiones partiendo de aquello que no está explícitamente indicado en la Palabra de Dios. Si así hiciéramos, podríamos sacar conclusiones erróneas de pasajes donde pudiera parecernos que el autor sagrado está sugiriendo algo que contradice otros pasajes de la Escritura. Si tomáramos aisladamente 1 Co. 15:29, podríamos razonar de modo similar que, si bien Pablo no ordena bautizarse por los muertos, al menos sí parece indicar que ésta fuera una práctica extendida entre las iglesias de entonces, con lo que implícitamente pareciera consentirla. Esto evidentemente no es así. Podríamos argumentar que el que ningún apóstol sancione un ministerio de forma explícita no significa que lo rechace. De hecho, Pablo aquí no niega explícitamente que la mujer pueda orar o profetizar en las congregaciones. Sin embargo, hemos visto que en otros pasajes sí niega tal ministerio a la mujer. Una regla fundamental de la exégesis es que un pasaje oscuro ha de interpretarse a la luz de uno claro, no a la inversa. Y con esto llegamos a la tercera razón: siempre ha de prevalecer un mandamiento explícito de la Palabra sobre una deducción nuestra sobre un pasaje ambiguo, poco claro o directamente oscuro. 4

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Casos de mujeres hablando, enseñando o ejerciendo autoridad 

Débora (Jue. 4:4): Su caso constituye una anomalía, propia de un tiempo en el que “cada uno hacía lo que bien le parecía”, no de un periodo de gran espiritualidad en Israel. Jesús dijo que “si éstos callaran, las piedras clamarían” (Lc. 19:40). El plan de Dios no es que las piedras le alaben, sino los hombres; pero si estos callan, aquellas clamarían para su vergüenza. Así, notemos que Dios se dirige a Barac, un hombre, para ejercer el liderazgo, no a Débora; pero al rechazar su rol el varón, Dios usa a una mujer para vergüenza de él.



Ana, la madre de Samuel. De ella se nos dice que estando junto al templo oró: “Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba observando la boca de ella. Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria” (1 S. 1:12s). Es notable que la primera vez que se menciona la oración de una mujer, ésta sea en silencio.



Las mujeres orando con los apóstoles (Hch. 1:14): No se nos dice que las mujeres oraran audiblemente (algo que no podían hacer en las sinagogas), sino sólo que estaban presentes orando con los apóstoles.



Lidia (Hch. 16:14,40): Tenemos aquí a una mujer dueña de un negocio, lo cual no contradice la Palabra (Pr. 31:16-18), y además se entiende que su casa era usada como lugar de reunión para la iglesia que se formó en Filipos. Pero nada hace suponer que tuviese ministerio público, lo cual Pablo no permitía.



Priscila, mujer de Aquila, enseñando a Apolos (Hch. 18:26): La mención de la mujer antes que el marido puede indicar que fue Priscila la que tomó la iniciativa de instruir a Apolos. Pero no se trata de una enseñanza pública en la congregación, sino de una enseñanza privada a un hermano (“le tomaron aparte”), probablemente en casa del matrimonio.



Las hijas de Felipe (Hch. 21:9): Tenían el don de la profecía, pero no se indica que lo ejercieran en la congregación. De hecho, estando Pablo y los demás allí, Dios le envía un mensaje no por medio de las hijas de Felipe, sino de Ágabo, que vivía en otro lugar y tuvo que desplazarse hasta allí.



Loida y Eunice, abuela y madre de Timoteo (2 Ti. 1:5; 3:14s): La enseñanza tenía lugar en el ámbito del hogar; y por supuesto no eran ellas las que debían estar sujetas a Timoteo, sino éste a ellas en tanto que era niño (Ef. 6:1s).

Conclusión No es que Dios no conceda a las mujeres dones tan preciosos como a los hombres sino que, según la interpretación más sencilla de la Escritura, cualesquiera sean los dones que reciban, no es durante los cultos en la asamblea el momento ni el lugar que la Palabra de Dios sanciona para ejercitarlos. Las mujeres pueden enseñar a otras mujeres (Tit. 2:4) o a personas individuales, pero nunca a la congregación. Los hombres son los que deben hablar (enseñar y orar) en público. Es su honor y responsabilidad. En esto, como en ser cabeza del hogar, los hombres están llamados a “portarse varonilmente” (1 Co. 16:13). Es inadmisible que los hombres permanezcan en silencio en nuestras reuniones, mientras muchas mujeres están en cambio deseando poder participar y no pueden. Si los Barac

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de nuestras iglesias rechazan asumir su responsabilidad, las Débora lo terminarán haciendo para su vergüenza. Pero las mujeres, en cambio, deben aparecer en público vestidas de “buenas obras” y ser bien visibles por ello (1 Ti. 2:9-10). El lugar de la mujer con relación al hombre es de subordinación: ella no ha de enseñar, ni tampoco ejercer autoridad sobre los hombres. Esto se basa en el orden de la Creación, pues Adán fue formado primero, siendo así la cabeza, y la mujer después y a partir de él.

Bibliografía ALONSO, Horacio A. El rol de la mujer en la iglesia. Terrassa, CLIE, 1994. ARRUÉ, Flavio H. ¿Deben las mujeres hablar en la iglesia? BAUER, Walter y DANKER, Frederick W. A Greek-English lexicon of the New Testament and other early Christian Literature. 3a ed (BDAG). Chicago (IL, EE.UU.), The University of Chicago Press, 2000. MUÑIZ Aguilar, Margarita. Femenino plural: Las mujeres en la exégesis bíblica. Terrassa, CLIE, 2000. STRAUCH, Alexander. Liderazgo bíblico de ancianos. Cupertino (CA, EE.UU.), DIME, 2001. THAYER, Joseph H. Thayer’s Greek-English lexicon of the New Testament. Peabody (MA, EE.UU.), Hendrickson Publishers, 2014. VINE, W. E. Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento. Colombia, Caribe, 1999.

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