EL SECUESTRO DE MI PADRE

José Felipe Saavedra EL SECUESTRO DE MI PADRE Síntesis La década de los 90 en la República de Colombia fueron tiempos bastante inseguros y peligrosos.

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José Felipe Saavedra EL SECUESTRO DE MI PADRE Síntesis La década de los 90 en la República de Colombia fueron tiempos bastante inseguros y peligrosos. Especialmente debido a la guerrilla, conocida allá como las FARC, que principalmente tenían como fin aterrorizar al pueblo, secuestrar por dinero de rescate o crear caos. En la época nadie se imaginaba que era posible que semejante tragedia le sucediera a alguien cercano a uno. Pero en 1996, tres años después de mi nacimiento, mi padre fue secuestrado por la guerrilla colombiana. Era un día normal de trabajo en la finca y mi padre, iba diariamente a rondar los cultivos de caña de azúcar, a revisar maquinarias, a hablar con los trabajadores y en su totalidad, a revisar que todo el sistema de la finca estuviera en buen camino. Ese día Julián decidió quedarse hasta tarde en la tarde, y salió de la finca ya cuando el sol se había acostado. Al irse por uno de los callejones oscuro y solitarios, se encontró con las luces de otro vehículo frente a él, bloqueando su único paso, y se bajaron dos hombres armados que lo secuestraron involuntariamente. Después de unos largos tres meses de estar en la selva montañosa del Valle del Cauca, y gracias a la ayuda de toda la familia, soltaron a mi padre. Y aquí es que mi familia tomo la decisión de dejar ese ambiente en el país, y mudarse para Montreal, Canadá, durante los siguientes ocho años.

Aportes significativos Hacer éste trabajo fue de suma importancia para mí porque pude por fin dialogar con mi padre sobre el tema de su secuestro. Siempre estuve enterado de lo que había sucedido, pero él nunca me contó todos los detalles, ni yo se los pregunte. Al tener que realizar el trabajo final, me vi motivado a romper el hielo y sacarlo de su zona de comodidad. Le pregunté todo lo que yo ahora, con 21 años, sí podía preguntarle y de verdad pude entender las anécdotas que me contó. Me acerqué a mi padre aún más y tuvimos conversaciones que nunca imagine

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José Felipe Saavedra posibles, hasta tener que realizar el trabajo final. Estoy agradecido de poder desenterrar esos secretos de mi padre.

El secuestro de mi Padre La década de los 90 en la República de Colombia fueron tiempos bastante inseguros y peligrosos. Especialmente debido a la guerrilla, conocida allá como las FARC, que son consideradas una agrupación terrorista por la mayoría de los Estados. Sus acciones consisten en narcotráfico, técnicas terroristas como implantación de minas antipersonales, el asesinato de civiles, atentados con bombas improvisadas, reclutamiento de menores, destrucción de puentes, así como el secuestro por motivos políticos o extorsivos. Desde el año 64 hasta la actualidad, estas fuerzas armadas revolucionarias de Colombia han sido la causa de muchas desgracias, incluyendo a mi familia a la larga lista de víctimas nacionales e internacionales.

En la época nadie se imaginaba que era posible que semejante tragedia le sucediera a alguien cercano a uno. Pero en 1996, tres años después de mi nacimiento, mi padre, Julian, fue secuestrado por la guerrilla colombiana. Al menos eso creemos, ya que no sabemos qué tan organizados eran aquellos individuos.

Era un día normal de trabajo en la finca y mi padre, iba diariamente a rondar los cultivos de caña de azúcar, a revisar maquinarias, a hablar con los trabajadores y en su totalidad, a revisar que todo el sistema de la finca estuviera en buen camino. El viaje desde Cali, la ciudad donde vivía, hasta el campo duraba en ese entonces casi dos horas, ya que las carreteras aun no estaban tan buenas como hoy. La hacienda queda cerca de una pequeña ciudad llamada Buga, en donde hay un aún más pequeño poblado llamado Guacari. Al cruzar por todo la mitad de este poblado se llega a una serie de callejones que finalmente te llevan a la entrada de la finca. Con 300 hectáreas, había mucho trabajo por hacer todos los

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José Felipe Saavedra días. Ese día Julián decidió quedarse hasta tarde en la tarde, y salió de la finca ya cuando el sol se había acostado. Entró en su Daihatsu del 1970 y tomó rumbo hacia la ciudad. Pero en uno de los callejones oscuros y solitarios, no tan lejos de la entrada de la hacienda, se encontró con las luces de otro vehículo frente a él, bloqueando su único paso, y se bajaron dos hombres armados, gritándole para que se bajara del auto. Lógicamente, mi padre no iba a tratar de huir en esa situación, y se vio forzado a ir con ellos. No tenía la menor idea de dónde se lo iban a llevar. Con los ojos tapados, en la parte de atrás del carro, Julian solo escuchaba los sonidos de la carretera, y a los hombres murmurando en voz baja. Decidió en ese momento que lo mejor para él era respetar a aquellos hombres, y seguir sus instrucciones, ya que hacer el contrario podía costarle hasta la vida. El viaje en auto se le hizo bastante largo y confuso, pero al fin, se detuvo el auto. Julian se bajó, y le destaparon los ojos.

Ya era de día y había mucho sol. Cuando sus pupilas se acostumbraron a la luz, pudo ver dónde estaba. Los dos hombres lo habían llevado a un bosque montañoso prácticamente desolado de toda civilización. Estaba en la mitad de la nada con dos guerrilleros armados. Lo único que pudo recordar mi padre de la apariencia física de sus raptores, era que uno portaba una barba gigantesca, y el otro era gordo y alto. Y que ninguno de ellos le hablaba mucho. Empezaron a caminar hacia adentro de la selva montañosa del Valle del Cauca, llena de insectos y animales raros, hasta llegar a un pequeño campamento que parecía ya ser habitado. Se sentaron por fin a descansar y mi padre ya enojado pero sin demostrarlo les preguntó -¿Qué quieren de mí?- Ellos no respondieron nada, lo amarraron, le dieron una lata de frijoles para comer y se fueron a su lado del campamento. Volvió a quedar mi padre solo con sus pensamientos, ahora en la mitad de la selva, con dos personajes extraños.

Por otro lado, en la ciudad, ni mi hermano ni yo sabíamos realmente qué le había sucedido a nuestro padre, pero mi madre se estaba volviendo loca. Ya

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José Felipe Saavedra habían encontrado el carro de él abandonado en la entrada de la finca, y no hubo noticias suyas en varios días. Estaban desesperados por no poder hacer nada.

Alrededor del primer mes en la selva, ya mi padre había perdido un poco la noción del tiempo. Los días se hacían largos. Todo lo que hacía durante su captura era pensar en las millones de formas que pudo haber pasado lo que pasó, y qué hubiera podido hacer para que las cosas hayan tomado otro camino. No era arrepentimiento, pero tenía la conciencia pesada de dejar asuntos sin resolver.

La primera semana fue la peor. Siempre dudaba si sería su último día o no. Pensaba en todo lo que aun le faltaba por hacer, todo lo que le ofrecía la vida que nunca aprovechó. Tuvo momentos oscuros, de miedo, durmiendo solo en la noche salvaje escuchando los rugidos de animales exóticos, y sintiendo la lluvia fría del trópico caerle sobre el cabello. Su cuerpo estaba anestesiado por el temor de la inseguridad del motivo de su captura. Tuvo una variedad de pensamientos dementes donde se imaginaba lo que los tipos querían pero imaginarse el razonamiento de esos locos solo lo dejaron inquieto. No sabía si era algo personal y su familia corría peligro también; no sabía si lo iban a torturar; no sabía nada.

En la segunda semana, se acostumbró un poco más a la idea de haber perdido su libertad y empezó a pensar en cómo iba a recuperarla.Para ese entonces se había hecho un poco más amigo de sus raptores, que ya no lo amarraban sino que sabían que no iba a ir a ningún lado. Y aquí fue cuando mi padre les propuso llamar a su familia para ver si podían arreglar algo. Notó entonces que esos hombres solo buscaban dinero, pero igual podían ser peligrosos. Iban a pensarlo, le decían a mi padre, dejándolo de nuevo sin esperanzas de salir de esa húmeda jungla. Lo único que le hacía querer salir de aquella horrorosa situación era su familia. Necesitaba escapar.

Después de dos meses ya todos los días se hacían similares. Despertaba bajo el picante sol, en el piso cubierto con una fina capa de lluvia nocturna, junto a

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José Felipe Saavedra los agudos gritos de las aves locales. La dieta era pan y agua la mayoría de los días, y de vez en cuando le ofrecían el plato de cuando lo recibieron: una lata de frijoles. Las tardes las pasaba pensando, sentado, sin mucho que hacer, excepto apreciar la naturaleza. En las noches dormir era complicado. Si no era por el sonido fuerte de las chicharras, eran los mosquitos vampiros que lo dejaban lleno de picadas enormes. Y lo peor de todo era cuando trataba quedarse dormido, los malditos mosquitos pasaban volando al lado de su oído produciendo un sonido extremadamente irritante que simplemente no dejaban que entrara en un sueño profundo. Esas eran pocas novedades de la nueva rutina que mi padre tuvo que aguantarse durante esos largos tres meses. La vida en la jungla colombiana era bastante aburrida. Mi padre ya estaba cansado. Ya su pelo le había crecido y también una pequeña barba. Con toda la confianza con la que pudo vestirse, decidió pedirles de nuevo que llamaran a su familia para arreglar cuentas. Esta vez lo hicieron. Al recibir la llamada desconocida, mis abuelos le avisaron a mi madre de la situación y ella se puso aún peor. Pero había una solución y era pagarles lo que pedían por soltar a mi padre. Era lo único que se podía hacer, ya que tratar de negociar con ese tipo de personas podría resultar aún más complicado y hasta resultar en una situación fatal para todos. La llamada no duró mas de dos minutos, tiempo suficiente para dejar claro a mi abuelo la cantidad que los secuestradores querían para soltarlo.

Los raptores eran personas humildes, es decir, venían de los caseríos cercanos a la hacienda, no tenían mucho que perder entonces lo que pedían no era irracional pero de todas formas era una suma bastante grande de dinero, ya que tenían que sacarle el jugo a su crimen. Mi abuelo estaba dispuesto a perder lo que sea por volver a ver a su hijo, aceptando la oferta de la perversa llamada. Mi madre y su familia estaban al tanto de todo y también colaboraron. Volvieron a llamar para confirmar todo.

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José Felipe Saavedra Alrededor de tres meses ya habían pasado, y Julian seguía bajo el secuestro de dos guerrilleros armados. Ahora sí sentía ese lapso de tiempo a través de su cuerpo. Su mente estaba cansada, su cuerpo estaba cansado. Pero igual no se iba a rendir. Cuando volvió a tocar el tema de la llamada, los secuestradores le contaron que habían quedado de soltarlo por dinero. Mi padre, al escuchar la buena noticia, tuvo por fin un momento positivo durante toda esa experiencia, en donde se veía de nuevo en la realidad, viviendo el día a día con su esposa y sus hijos. Nada aparte de la imagen de volver a estar con sus seres amados lo hacía más feliz. Empezaron entonces la caminada para salir de esa inundada y densa selva.

Uno de ellos iba frente a él, cortando las ramas y plantas que se le atravesaran haciendo uso de un largo y afilado machete. Mientras que el otro iba detrás de mi padre, a un paso moderado. Tardaron horas caminando, abriendo nuevos caminos, temiendo de la cantidad de peligros que ofrece la zona, como por ejemplo serpientes, insectos o plantas venenosas, y en casos raros, hasta leopardos. Nunca podía estar seguro siquiera de llegar con vida, pero haría lo posible para desafiar sus chances de supervivencia. Nunca habló con sus raptores en la larga travesía de vuelta al auto. Una vez llegaron a otro lugar más abajo en la loma, donde habían dejado el auto, se había oscurecido el cielo. Le volvieron a tapar los ojos y arrancaron a conducir por los caminos destapados de la montaña, hasta llegar a una carretera de cemento. Mi padre estaba muy ansioso por volver a ver a todos, y el extenso camino de tres horas y media se le hizo mas bien corto. Las vibraciones de la calle le llegaban hasta los huesos. Pero lo tranquilizaban. Y volver a sentir el fresco aire pegándole a su cara por la velocidad del carro lo hacía sentir mejor. El auto se detuvo repentinamente; había llegado el momento que tanto había esperado.

Se bajaron todos del auto y le quitaron los vendajes que cubrían los ojos de mi padre. Lo primero que sintió fue ese sentimiento de estar ciego después de tener los ojos totalmente cerrados durante horas, y abrirlos mirando directo al sol.

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José Felipe Saavedra Apenas sus ojos pudieron enfocar en algo, vio la enorme carretera de doble vía. Separada por un canal cubierto en pasto fresco y flores púrpuras. Por un lado, el bosque lleno de bejucos emergiendo y colgando de los arboles, y por el otro, un campo infinito de caña de azúcar. Los secuestradores le dijeron que caminara hacia una dirección, y que eventualmente iba a reconocer su camino. Caminó durante dos horas para empezar a llegar a las afueras de la ciudad de Cali, en donde estaba la familia.

Ya era de noche, y mi madre estaba en la casa de su hermano, ya que vivía en las afueras de la ciudad, y el lugar donde se suponía que aparecería su amado esposo. De repente, un hombre llegó caminando a lo lejos, por la entrada alargada de la casa de mi tío. Y después de acercarse hasta los faroles de luz en la puerta, todos pudieron ver a mi padre, vestido de ropa gastada y sucia. Portaba una barba de tres meses. Pero lo primero que hizo mi madre fue abrazarlo, y llorar de felicidad. La pesadilla había terminado, y no le había sucedido nada extremadamente grave. Su salud física y mental estaban en buen estado y no tuvo mucho trauma después de la experiencia. Pero siempre fue un un gran susto vivir tanto tiempo en la mitad de una selva llena de criaturas que te quieren matar, y con dos humanos aún más peligrosos.

Después de unos largos tres meses de estar en la selva montañosa del Valle del Cauca, y gracias a la ayuda de toda la familia, soltaron a mi padre. Y aquí es que mi familia tomó la decisión de dejar ese ambiente en el país, y mudarse para Montreal, Canadá, durante los siguientes ocho años. Ahora sí podríamos vivir sin peligros como el secuestro, y sin preocupaciones.

Yo pienso que fue un episodio en mi vida bastante nublado, primero que todo yo estaba demasiado joven para entender verdaderamente lo que estaba sucediendo, y segundo que todo por que la vida y el destino de mi padre, y consecuentemente el mío, estaban en manos de unos locos. Los considero locos porque desde mi punto de vista, nadie tomaría algo tan sagrado como la vida

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José Felipe Saavedra humana para tener palanca sobre otros, y poder extorsionar y sacarle provecho. El evento también desencadeno un suceso de decisiones que cambiaron las vidas de mi hermano, mi madre y yo. Porque quien sabe si nos hubiéramos quedado a vivir en Colombia si el incidente no hubiera pasado, y nuestras vidas se habrían desarrollado de una forma totalmente distinta. De todas formas estoy agradecido de la oportunidad que tuve al mudarme al Canadá, ya que aprendí varios idiomas y conocí otra cultura. Pero debo decir que estoy sorprendido por la resistencia de mi padre, y estoy agradecido por todo lo bueno que nos ha sucedido a pesar de pasar por ese secuestro.

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