EL SIGLO XIX EN LA LITERATURA CUBANA: INDEPENDENTISMO, ABOLICIONISMO Y EXILIO

EL SIGLO XIX EN LA LITERATURA CUBANA: INDEPENDENTISMO, ABOLICIONISMO Y EXILIO Mónica Souto González1* The 19th Century in Cuban Literature: Independe

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EL SIGLO XIX EN LA LITERATURA CUBANA: INDEPENDENTISMO, ABOLICIONISMO Y EXILIO Mónica Souto González1*

The 19th Century in Cuban Literature: Independentism, Abolitionism and Exile Abstract Cuba’s literature has been influenced by Europe in many ways. In the XIX Century Cuba was still a colony of Spain. What was read in the continent was brought to the island. We find in the almost new born Cuban literature themes and genders that were popular between the contemporary Europeans: neoclassicism, romanticism, modernism and realism. That was also the moment in which the sense of patriotism and national identity was built. Many Cubans were seeking for independence from the Spanish Crown, a feeling that rose through the years. Political problems were combined with social problems. A massive number of African slaves were brought to assist the growing economy of plantations which resulted, in many cases, in cruel treatment. The society was divided in two parts: the ones who wanted the end of slavery and those who saw slaves as merely machinery to produce sugar and tobacco in the fields. Those tensions were reflected in literature resulting in poems and novels with separatism and abolitionism as the central subject. Due to their political ideals, most of the writers of the period were forced to live in exile. What we know today as Cuban literature of the XIX Century was mostly created out of the island. Keywords: Cuban literature, romanticism, separatism, abolitionist novel, exile.

Contexto histórico El siglo XIX es uno de los periodos más convulsos e interesantes de la historia de Cuba. Mientras que en el continente iban naciendo las modernas repúblicas hispanoamericanas –entre los años 1810 y 1830–, Cuba no logró su independencia hasta 1898, por lo que se 1 * İstanbul Cervantes Enstitüsü Öğretim Elemanı.

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encontró bajo el dominio colonial durante tres cuartos de ese siglo y luego en plena guerra de independencia en el último cuarto. Importantes acontecimientos internacionales que tuvieron lugar a finales del siglo XVIII contribuyeron a la prosperidad del país. Primero, la guerra y sucesiva independencia de Estados Unidos abrió un amplio mercado para los productos agrícolas cubanos. Unos años más tarde el establecimiento de una república negra en Haití desvió hacia Cuba a numerosos fugitivos franceses y propició el crecimiento de las industrias azucarera y cafetalera. La mano de obra que sustentó este cambio de “provincia española” a colonia de plantaciones fue la esclava. Se dio vía libre al comercio negrero y se calcula que en unos 50 años llegaron al país alrededor de 600.000 africanos. “Esa enorme corriente de inmigración forzada no sólo cambió la estructura de una industria sino que transformó también el alma de una nación” (Castellanos, 1988: 122). Inicia así el siglo XIX con una nueva clase capitalista criolla consentida por la Corona, que buscaba la adhesión de la isla mientras el resto de América se le escapaba de las manos. Esta alianza entre la madre patria y la nueva clase criolla, en cualquier caso, no podía durar ya que “se interponían numerosas contradicciones económicas, políticas e ideológicas. El crecimiento de la nacionalidad iba a crear en la conciencia de muchos cubanos una angustiosa tensión entre el interés patrio y el interés mercantil” (Castellanos, 1988: 123). Al tiempo que se fortalecía la economía crecía la población negra en la isla, que llegó a ser el 60% en algunas regiones. A pesar de la presión ejercida por los ingleses desde principios de siglo para acabar con la trata, que se tradujo en la firma de un tratado en 1817, la afluencia de africanos fue incesante. El último barco con esclavos llegó a Cuba en 1872, incluso después de que se decretara en 1870 52

la libertad de los hijos de esclavos al nacer. Era muy difícil acabar con un sistema en el que convergían tantos intereses y sobre el que descansaba la economía del país. No obstante, el sector más avanzado y progresista de la sociedad blanca cubana tenía otras ideas. Económicamente, veía claro que a la larga, debido a la introducción de maquinarias modernas en la industria azucarera, la sustitución de la mano de obra esclava por la de trabajadores asalariados sería más ventajosa y, además, segura. “Jornaleros pagados son para las clases ricas vecinos menos peligrosos que esclavos maltratados y vengativos” (Castellanos, 1988: 123). Políticamente, eran conscientes de que el mayor obstáculo para la independencia era la esclavitud pues sería imposible enfrentarse al poder de España sin contar con la numerosa masa negra presente en la isla. Por último, eran humanistas y por principio no podía aprobar los abusos, vejaciones y crueldades que se cometían contra los negros. Marcada por el surgimiento de una nueva clase criolla, el enfrentamiento de opiniones sobre el tema de la esclavitud, la formación de una conciencia nacional y, en consecuencia, las disputas con España, la sociedad cubana del siglo XIX fue una de las más interesantes de su tiempo y muy pronto necesitó de una literatura propia que reflejara los problemas que la aquejaban. Entre Neoclasicismo y Romanticismo José María Heredia (1803-1839) “Entre el Neoclasicismo y las tendencias románticas se debate la poesía de José María Heredia (1803-1839)” (Bellini, 1988: 212). Nació en el seno de una familia de inmigrantes dominicanos que habían escapado de la invasión en 1801 de la parte española de Santo Domingo por tropas de L’Ouverture. Durante su juventud, 53

debido al puesto de magistrado de su padre, vivió en varios países del continente americano y fue testigo directo de las luchas por la independencia en Venezuela y México. Fue en este país donde publicó por primera vez sus poemas y escribió la que es considerada una de sus mejores composiciones: En el Teocalli de Cholula. Su formación inicial fue clásica, por lo que sus preferencias se orientaban a los poetas latinos, pero más tarde amplió sus lecturas a los neoclásicos franceses y españoles, y luego a los románticos europeos, lo que produjo una fusión entre los ideales neoclásicos y el romanticismo más apasionado. Su regreso a Cuba en 1821 fue decisivo en esta nueva etapa de su obra. El acercamiento a su país natal “aceleró el proceso de asunción patriótica en Heredia y propició el de su identidad americana” (Madrigal, 2008: 311). Se vinculó a la generación de cubanos que anhelaba la independencia. Se hizo miembro de la sociedad secreta revolucionaria Caballeros racionales y se inscribió en las Milicias Nacionales de Matanzas para participar en un posible movimiento independentista. Las autoridades españolas descubrieron la conspiración y Heredia se vio obligado a escapar a Boston. En Nueva York escribió su famosa oda Niágara. En los años que van del 1820 al 1825 “escribió las composiciones que lo definen como el primer poeta que expresó las ansias de libertad e independencia de la conciencia nacional cubana” (Madrigal, 2008: 311). Su poesía abandona la estética de la escuela salmantina, de carácter fundamentalmente pragmático, para ganar un inconfundible acento romántico. La última etapa de la obra de Heredia se desarrolló en México, donde vivió hasta su muerte. Los críticos señalan que aunque su obra ganó en madurez y virtuosismo formal perdió en ímpetu y frescura. Aún así, ha pasado a la historia como el “poeta del americanismo” en palabras del crítico Manuel Sanguily. 54

Romanticismo Esta corriente literaria, aunque llega a América de forma tardía -a finales de la primera mitad del siglo XIX y a través de la influencia española y francesa-, encontró terreno fértil en Cuba con su ambiente de tradiciones criollas, la fuerte presencia africana y el paisaje tropical. Estos aspectos, que resultaban exóticos y pintorescos para otras culturas, eran una fuente de estímulo para los escritores de la isla quienes, “conscientes de vivir en tierras y entre gentes que por el momento no tenían literatura” (Franco, 2001: 81), se valieron del romanticismo para crear la propia cultura e identidad nacional. Los mayores exponentes del romanticismo cubano fueron Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844); José Jacinto Milanés y Fuentes (1814-1863) y, en particular, Gertrudis Gómez de Avellaneda (18141873). También debemos mencionar a Rafael María Mendive (18211886) -quien fuera maestro de Martí- y a Juan Clemente Zenea (1832-1871). Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844) Se le conocía también como Plácido; era mulato y no recibió educación formal, lo que le da mayor mérito a su obra. Escribió poemas políticos contra el régimen colonial pero también poesía amorosa, satírica, naturalista e incluso religiosa. La crítica señala que su poesía muestra más disciplina que originalidad, definiéndolo un buen imitador más que un verdadero creador. En su tiempo contó con el apoyo de Domingo del Monte y también de Heredia, a quien le dedicó su poema El eco de la gruta. Murió ejecutado por su participación en la revuelta de negros –conocida como Conspiración de la Escalera– ocurrida en 1844. Su defensa de la libertad, su vida difícil y dolorosa de mulato liberto en una sociedad esclavista y su 55

muerte heroica lo han convertido en una figura legendaria de las letras cubanas. Sus composiciones más destacadas son los sonetos La fatalidad y A una ingrata. Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) La prosa literaria surge a finales de la década de 1830-1840. Las novelas de este periodo se repiten en su esquema argumental: “un amor contrariado por obstáculos de clase o de raza” (Oviedo, 2007: 77). Los héroes y heroínas se apartan de los prototipos europeos y aparece un nuevo tipo de mujeres y hombres de cabello y piel oscuros. También en el carácter, los personajes son a menudo portavoces del autor en defensa de los valores nacionales. Un ejemplo de este tipo de obra es Sab (1841), de Gertrudis Gómez de Avellaneda, considerada la “primera novela antiesclavista auténticamente romántica de América” (Oviedo, 2007: 77). El carácter romántico y sentimental de la novela se ve en “el diseño de la trama, en el tratamiento de los personajes y en la descripción del paisaje cubano, que tienden al estereotipo” (Oviedo, 2007: 77). El mulato Sab, esclavo en un ingenio de la actual Camagüey, se enamora de la hija del amo, Carlota, quien a su vez está prometida con el objeto de amor de su prima Teresa, amiga y confidente del mulato. El tema de la esclavitud queda subordinado a este doble triángulo amoroso y el alegato antiesclavista de la novela no va muy lejos. Se sustenta en la igualdad entre los hombres como hijos de Dios pero no incita a la rebelión de la clase oprimida. A pesar de no ser una obra especialmente subversiva, fue retirada de la circulación en Cuba. Sab es la única novela de tema cubano de la autora, que vivió la mayor parte de su vida en España. La obra de la Avellaneda es extensa y variada pues incluye 56

memorias, cartas, ensayo, novela, teatro y poesía, siendo esta última la parte de su creación a la que se le atribuye mayor valor. El amor es el tema que prevalece en su obra, “no sólo como sentimiento sino como pasión física y dilema moral” (Oviedo, 2007: 75) generalmente asociado a la fatalidad del destino. La escritura fue para ella un escape y un reflejo de su personalidad conflictiva y apasionada. Su estilo de vida y sus ideas sobre el matrimonio y la independencia de las mujeres levantaban polémicas y comentarios ya que estaban en neto contraste con la sociedad de su tiempo. Además de Sab, otra obra destacada de la Avellaneda (o Tula, como la llamaban sus amigos) es Guatizmoín (1846), inspirada en el pasado indígena americano. En esta reconstruye con imaginación y fantasía episodios históricos de la conquista de México y es una muestra temprana de indianismo. La crítica considera que la autora escribió esta obra como reafirmación de su americanismo. Novela abolicionista

Sab no es el único ejemplo de novela de temática antiesclavista y ni siquiera el primero. En el período en que se desarrolla el romanticismo cubano “la población esclava y liberta de origen africano superaba en número a la población blanca formada por españoles peninsulares y sus descendientes criollos” (Bueno, 1988: 168). Era imposible obviar el elemento negro en la temática de la naciente literatura nacional, aún más cuando las condiciones en que se encontraba este sector de la población entraban en contraste con las ideas de igualdad y libertad que circulaban por todo el continente. Fue en este contexto que surgió en la isla entre 1838 y 1841 un tipo de novela abolicionista que, aunque mostraba rasgos sensibleros y melodramáticos típicos del romanticismo, presentaba el más grave problema social de la época con una tendencia hacia el realismo. 57

Francisco, de Anselmo Suárez y Romero, y la Autobiografía de Juan Francisco Manzano vieron la luz en 1839. Las dos obras se desarrollaron en el seno de las tertulias de Domingo del Monte (18041853), quien las encargó a sus respectivos autores para incluirlas en un álbum literario con el que obsequiarían al Comisionado inglés en La Habana, Richard Madden, para ponerlo al corriente de la opinión que tenían sobre la trata “los jóvenes que piensan en el país” (Leante, 2003: 49). Domingo del Monte fue un crítico y animador cultural. «El más real y útil de los cubanos de su tiempo» en palabras de José Martí, aunque había nacido en Venezuela de padres dominicanos. Impulsó la creación de la Academia Cubana de Literatura, que tuvo corta vida. Las tertulias que realizaba en su propia casa, que reunían a lo mejor de la intelectualidad de su tiempo para discutir temas de todo tipo (poesía, literatura, política), servían también para corregir o criticar las obras del grupo de autores que lo rodeaba. Su salón fue uno de los núcleos culturales más importantes de la época. Juan Francisco Manzano (1797?-1854) Juan Francisco Manzano, hijo de un mulato y de una negra esclavos, ya había publicado dos breves colecciones poéticas -Cantos a Lesbia (1821) y Flores pasajeras (1830)- cuando leyó en una de las tertulias “delmontinas” su soneto Mis treinta años. Conmovidos, los participantes en la tertulia iniciaron una colecta para comprar su libertad y este hecho marcó el inicio de una estrecha relación con Del Monte, quien le encargó que escribiera su autobiografía. “Manzano no escribe sobre la esclavitud, la evoca desde dentro, según sus propias experiencias” (Bueno, 1988: 171). Cuenta sobre su infancia feliz al cuidado de su primera dueña que, según sus propias 58

palabras, lo había tomado “como un género de entretenimiento”. Al morir ésta cambia la situación y comienza para él la “cadena de penitencias, encierros, azotes y aflicciones” que fue su vida. Por su tono narrativo se desprende una imagen de la personalidad de Manzano que coincide con la de los personajes de la literatura romántica. Aunque su obra es un relato autobiográfico no es un relato espontáneo o ingenuo y es lo que le hace adquirir el carácter de obra literaria. Manzano quiere dejar testimonio de su situación como esclavo pero también como intelectual. “Al escribir sobre las vejaciones que ha sufrido se reivindica al denunciarlas, pero se humilla al admitirlas, pues teme que para el lector su condición de esclavo socave su dignidad como ser humano y como poeta” (Labrador, 1996: 15). Aún así, Manzano acepta la propuesta de escribir el testimonio de su vida como esclavo no sólo por la promesa de libertad, sino porque ve en esta oportunidad la posibilidad de expresar lo que siente dialogando con un público culto. La importancia de Manzano para los intelectuales de su tiempo radicaba en que era un esclavo-poeta que con su testimonio justificaba las razones para luchar contra el aumento de los esclavos importados. Sin embargo, la incorporación del negro a la sociedad cubana y al proyecto de fundación de la nacionalidad no estaba en los planes de la aristocracia liberal. Al dejar de ser esclavo Manzano perdió toda su originalidad e importancia. Anselmo Suárez y Romero (1818-1878) Escribió Francisco: El ingenio o las Delicias del Campo cuando tenía sólo unos 17 años. La obra no fue publicada hasta 1880 pues Richard Madden, quien era el encargado de darle difusión, no la encontró tan impactante como el testimonio verídico de Manzano. Cuenta la historia de los amores puros y castos de dos esclavos, 59

Francisco y Dorotea, que no pueden casarse por el egoísmo y la terquedad de su ama que les niega el correspondiente permiso. Su hijo Ricardo, que quiere para sí a la joven y bellísima esclava, hace que castiguen a Francisco por faltas que no ha cometido y lo envían a un ingenio. Esto produce el infortunio y la desdicha de los amantes, que desencadenan en el suicidio de Francisco. El personaje tiene mucho en común con la figura de Manzano. Los dos destacan por su condición humana, ninguno es una bestia, una máquina de trabajo -que era la imagen que los esclavistas daban del negro- sino hombres dotados de sensibilidad e inteligencia. La bestia es el amo blanco, Ricardo, que viene descrito como un hombre degradado y de costumbres viciosas. Más que en la trama, el mérito de la obra está en el realismo de la pintura de los horrores de la esclavitud en todos sus aspectos. Aunque no hay incitación a la rebeldía -en respeto de las instrucciones de Del Monte- prevalece el sentimiento de compasión hacia los negros, esos seres tan ultrajados y desgraciados. La obra presenta un tono de melodramatismo romántico, pero describe con muchos detalles hechos que de verdad se repetían en la vida de los esclavos, sometidos a toda clase de injusticias y sufrimientos. Suárez y Romero sentía un profundo repudio por el régimen esclavista pues creció en un ingenio y allí pudo ser testigo de la vida de los esclavos. Este sentimiento de rechazo hacia tan injusto sistema lo acompañó toda su vida. Tres años antes de morir todavía confesaba que Francisco “brotó como un involuntario sollozo de mi alma al volver la vista hacia las escenas de la esclavitud” (Leante, 2003: 54).

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Cirilo Villaverde (1812-1894) La novela Cecilia Valdés o La loma del Ángel, de Cirilo Villaverde (1812-1894) merece ser tratada aparte. El crítico Fernando Alegría sitúa a Villaverde “entre los románticos que superaron el sentimentalismo y el historicismo para acercarse a un estilo realista que constituye el primer signo de una novela regionalista americana” (Madrigal, 2008: 145). Cecilia Valdés está considerada la obra más sólida de la narrativa cubana del siglo XIX. Narra la historia de amor entre la bella mulata Cecilia y Leonardo Gamboa, hijo de un rico hacendado español. Sin sospecharlo están unidos por lazos de sangre, por lo que la relación es incestuosa. La trama romántica es sólo una excusa de Villaverde para realizar un profundo y crítico retrato de la Cuba de su tiempo. La primera parte se publicó en 1839 pero la obra completa y definitiva no vio la luz hasta 1882. Tres de las cuatro partes de la novela transcurren en La Habana. Se describen “salones de la burguesía, viviendas populares, paseos de las gentes distinguidas, barrios modestos, centros administrativos y de gobierno” (Madrigal, 2008: 151). Todo esto en un marco cronológico muy bien cuidado donde se incluyen pinceladas de fiestas, eventos sociales o hechos de la vida de La Habana en las fechas en que ocurrieron. Hay además referencias a figuras históricas bien conocidas en su época como el Capitán General español Francisco Dionisio Vives o el tratante español de esclavos en África Pedro Blanco y el cazador de esclavos Francisco Estévez. “También aparece una lista de literatos cubanos a los que Villaverde retrata detalladamente y con cariño” (Ette, 1994: 75). La problemática de la esclavitud, que aparece como subtema al 61

principio, va cobrando fuerza en la segunda parte de la novela. Los diálogos sobre la trata de negros, fuente principal de la riqueza de los Gamboa, son el recurso del que se vale Villaverde para presentar las terribles circunstancias en que se desarrollaba ese negocio. El tema se sigue profundizando en la tercera parte, cuando la acción se traslada a una plantación de café y a un ingenio azucarero. Aquí se suceden escenas que evidencian la crueldad a la que estaban sometidos los esclavos que trabajaban en los campos. Se narran castigos, el apresamiento de ciertos esclavos huidos y se cuenta la historia de Pedro Briche, cabecilla de los fugados que se vale del suicidio como liberación. Las escenas son profundamente dramáticas y dejan bien claro el lamentable panorama de la vida en las plantaciones. Aún así no puede considerarse Cecilia Valdés un alegato contra la esclavitud. No posee el tono de indignación necesario de la denuncia, ni realiza ataques a fondo a las estructuras sociales. “La crítica política se limita a consideraciones sobre el sistema colonial personificado en la figura del capitán general” (Madrigal, 2008: 147). Debe considerarse una novela realista y era ésta la voluntad del autor, que deja plasmada en el prólogo de la obra: “Me precio de ser, antes que otra cosa, escritor realista, tomando esta palabra en el sentido artístico que se le da modernamente” (Madrigal, 2008: 149). Cirilo Villaverde representa muy bien la figura del intelectual cubano de su época. Fue periodista, narrador y pedagogo. Creció en una plantación por lo que conoció en primera persona los horrores de la esclavitud, sensibilizándose con el tema. Sus ideales independentistas le costaron el exilio en los Estados Unidos durante dos largos períodos. Allí participó activamente en el periodismo de propaganda y la lucha anticolonial. Llegó a defender la idea de la anexión como la mejor forma de acabar con el dominio español 62

sobre la isla. Murió en Nueva York en 1894. Las obras de temática abolicionista mencionadas anteriormente, independientemente de su valor artístico, cumplen un papel muy importante en la literatura cubana: “incorporan el tema del hombre negro y de la negritud” (Oviedo, 2007: 84). Constituyen además un valioso instrumento de análisis de una etapa histórica y su problema social más grave: la esclavitud. Del romanticismo al modernismo José Martí (1853-1895) Sin lugar a dudas la figura más destacada de este momento de transición es José Martí, quien además de pasar a la historia por su valor como escritor, acabaría convirtiéndose en el símbolo de la lucha americana por la libertad. Su obra es enorme y al mismo tiempo fragmentaria. Está recogida en 27 volúmenes que incluyen muy pocos libros orgánicos. Fue un hombre ecléctico que cultivó los más variados géneros: “poesía, prosa (de ficción y de ideas), diario, teatro, crítica literaria y estética, periodismo, proclamas, escritos políticos, un extenso epistolario y una serie de textos imposibles de clasificar” (Oviedo, 2007: 232). Buena parte de su obra está centrada en la lucha a favor de la independencia cubana, dedicación que le costó primero la cárcel y luego el exilio y la separación de su familia durante casi toda la vida. Sus primeras obras importantes las publica en España con apenas veinte años: El presidio político en Cuba (1871) y La República Española ante la Revolución Cubana (1873). Pero es la etapa en México -a donde se trasladó en 1875- lo que marca el comienzo de su maduración intelectual, que alcanza su punto máximo en Nueva York, el periodo más fecundo, rico y dramático de su vida y obra. 63

Paradójicamente, fue en esta ciudad donde maduraron sus ideales de una identidad latinoamericana y el sueño de una patria cubana libre de las amenazas imperialistas que representaban los Estados Unidos. Con Martí la lengua castellana experimentó una profunda renovación. El concepto de lo natural tuvo gran importancia para él. Se opuso al uso artificioso de la lengua y llama la atención su originalidad al construir nuevos significados a partir de los modelos antiguos de la literatura. Su estilo es apasionado y a veces desbordante, pero caracterizado por un fuerte lirismo. Su prosa se caracteriza por ritmos variadísimos, juegos sintácticos sorprendentes, sonoridades difíciles, e imágenes frescas. Lucía Jerez o Amistad funesta (1885) es la única novela de José Martí. Se trata de una obra escrita por encargo en siete días, según palabras del autor, en un momento en que las presiones económicas lo afligían. En la trama, Lucía Jerez, enamorada de Juan Jerez, enloquece de celos cuando aparece en sus vidas la bella Sol del Valle. Sus celos son infundados pues Juan Jerez es incapaz herir a Lucía, todo lo contrario. Es Lucía la que se lo imagina todo, tal vez porque no quiere que exista nadie que le haga sombra. El final es trágico y demuestra que el amor es capaz de llevar al abismo. Esta novela, por la que Martí pide disculpas en el prólogo, que cree inútil por carecer de contenido ideológico y de sentido de misión, está considerada por algunos críticos la primera novela modernista de América. Las relaciones intertextuales son complejas, el desarrollo narrativo de los hechos marcan contrastes de estilo. Está contada en tercera persona y hay momentos en los que el narrador interviene en la trama, anticipando hechos o simplemente opinando sobre lo que acontece, para dejar en claro cuáles son sus valores éticos y estéticos. 64

Refinamiento, belleza, ambiente de cultura, exotismo, colorido, brillo, son rasgos modernistas evidentes en las descripciones concebidas por Martí. Está considerada una narración revolucionaria porque en ella el novelista experimenta con técnicas narrativas que pre-anuncian las innovaciones de la vanguardia del siglo XX y hasta las del postmodernismo contemporáneo. Julián del Casal (1863-1893) El primer cubano modernista propiamente dicho fue Julián del Casal (Bellini, 1997: 257). La pérdida de su madre a los cinco años de edad fue una experiencia que lo marcó para siempre. La sensación de pérdida, dolor, abatimiento y la idea constante de la muerte marcaron su personalidad y su poesía. También las dificultades económicas en que vivió su familia y su rígida educación jesuítica contribuyeron a su carácter melancólico. Se ganó la vida colaborando con artículos, ensayos y poemas en los periódicos habaneros. Un comentario crítico sobre el gobierno español de la isla en 1888 le hizo perder su puesto y para olvidar el incidente viajó a Europa con la intención de conocer París. La vida bohemia y disoluta que condujo en Madrid lo obligó a regresar a Cuba al agotar sus escasos recursos, sin llegar a realizar su sueño de conocer la capital francesa. Fue un gran admirador de los parnasianos decadentes y de los simbolistas franceses, cuya influencia queda reflejada en su obra. En su primer poemario Hojas al viento (1890) la orientación romántica es aún más fuerte que los rasgos renovadores, pero es un presagio de lo que sería la línea principal del poeta: la búsqueda de temas poco frecuentes en la literatura hispanoamericana de su tiempo y una apremiante preocupación por la belleza formal. Su segundo libro, Nieve (1892), representa un salto hacia el parnasianismo y la búsqueda de un estilo más personal. Se caracteriza por la riqueza 65

y sonoridad de la rima y la moderación en la descripción de los paisajes exóticos. Bustos y Rimas (1893) representa su plenitud literaria y su entrada en el modernismo pleno. “En el libro reina una atmósfera decadente, delicada y musical, llena de melancolía que sugiere estados de ánimo intencionalmente poco definidos” (Bellini, 1997: 258). Casal no llegó a ser un innovador de la talla de Darío pero aportó al modernismo “la sensación de una genuina e intensa angustia, la sensibilidad morbosa del alma, el culto de la forma y la adopción de combinaciones métricas poco usuales” (Madrigal, 2008: 593/594). El mismo Rubén Darío, con quien sostuvo correspondencia y a quien trató personalmente, lo definió “hondo y exquisito príncipe de melancolías” (Madrigal, 2008: 594). Conclusión En el siglo XIX Cuba se encontraba aún bajo el dominio de la Corona española, y por lo tanto, en estrecho contacto con la cultura europea de su tiempo. A la isla llegaron los ecos del neoclasicismo, el romanticismo y las distintas tendencias en auge en países como Inglaterra o Francia, además de España. Estos géneros fueron adoptados y luego adaptados a la realidad local de un país en el que se estaban gestando sentimientos de identidad nacional y deseos de independencia. En las varias obras citadas a lo largo del artículo se puede ver, además de la influencia de Europa en la formación, los gustos y la estética de los diferentes autores, una fuerte intención de reflejar lo local, lo propio de la incipiente cultura nacional. La presencia negra en la isla y los problemas sociales que generó dejaron su huella en una novela antiesclavista y abolicionista que no tenía precedentes en América. Sin embargo, en la mayor parte 66

de estas obras se recurre a procedimientos románticos para resaltar la denuncia antiesclavista. Los personajes están caracterizados por medio de una simplista oposición bueno-malo y los autores se valen del efectismo para impresionar al lector. Todo esto resta valor a las obras desde el punto de vista literario. La importancia de este género radica en que constituye un instrumento de denuncia de la esclavitud y, a su vez, de análisis de una etapa histórica. El modernismo cierra el siglo XIX para la literatura cubana. Irrumpe con la figura de José Martí quien con su obra, mayormente de contenido político, renovó profundamente la prosa castellana. Se fija con la poesía de Julián del Casal, caracterizada por una extraordinaria sensibilidad. La situación política del país fue tensa y delicada durante casi todo el siglo. Muchos de los escritores de la época, comprometidos con las causas independentistas y abolicionistas, se vieron obligados vivir en el exilio por sus ideales. Heredia, la Avellaneda, Villaverde, Martí: todos, por una razón u otra, escribieron sus páginas lejos de Cuba. Es así que podemos decir que la mayor parte de la literatura cubana del siglo XIX nació fuera de la isla. BIBLIOGRAFÍA Bellini, Giuseppe (1997) Nueva historia de la literatura hispanoamericana, Madrid, Editorial Castalia. Bueno, Salvador (1988) “La narrativa antiesclavista en Cuba de 1835 a 1839”, en Cuadernos Hispanoamericanos, 1988, (451-452): pp. 169-186. Castellanos, J. e I. Castellanos (1988) Cultura Afrocubana, Tomo 1, Miami, Ediciones Universal. De Tommaso, Vincenzo (1988) “La letteratura antischiavista cubana del XIX secolo”, en Cultura e Scuola, 27.108, pp. 62-70. Ette, Ottmar (1987) “Cecilia Valdés y Lucía Jerez: Cambios del espacio literario en dos novelas cubanas del siglo XIX”, en Letras Cubanas, 4, pp. 145-60.

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