El sueño: un texto sagrado

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El sueño: un texto sagrado Horacio Padovani

Al releer el Seminario “El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica” de Jacques Lacan, me quedé pensando en dos párrafos: el primero dice en referencia al sueño: “Hay que partir del texto, y partir de él – así lo hace y aconseja Freud– como de un texto sagrado”.1 El segundo: “Y ve impresa en gruesos caracteres, más allá del estrépito verbal, como el manes, thecel, phares de la Biblia, la fórmula de la trimetilamina”.2 Lo primero que hice fue tomar el diccionario etimológico y encontré que texto proviene del latín textus, “tejido”, derivado de texere, “tejer”, y que sagrado proviene del latín sacratus, “consagrado”, derivado de sacrare, “consagrar”. Una de las acepciones de consagrar es la de “dedicar, ofrecer a dios por culto o voto una persona o cosa”. Como esto no satisfacía mi inquietud, volví a unas conferencias que Jorge Luis Borges había dado en 1977 y que recordaba haber leído. En una de ellas, Borges refiere al libro sagrado como un concepto del todo ajeno a nuestra mente occidental y agrega que el concepto de libro clásico –muchas veces tomado como análogo– es verdaderamente distinto. Un libro clásico es –por su etimología del latín classis– un libro en escuadra, un libro ordenado. Cita por ejemplo el Quijote, La Divina Comedia y el Fausto, como libros clásicos eminentes en su género. Destaca también –en su estilo tan particular– que los griegos consideraban obras clásicas a la Ilíada y a la Odisea sin por ello ocurrírseles que éstas fueran perfectas palabra por palabra ni admirables letra por letra. Libros venerados, por cierto, pero no considerados sagrados. Insiste así en que el concepto de un libro sagrado es totalmente distinto. En la antigüedad se pensaba que un libro era un sucedáneo de la palabra oral – pues planteaban que un libro no exponía totalmente un tema sino que se lo tenía como guía para acompañar la enseñanza oral–, y Borges compara esa idea del libro con la 1

Lacan, L. El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Seminario 2. Barcelona, Paidós, 1984, pág. 233. 2 Lacan, L. El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Seminario 2. Barcelona, Paidós, 1984, pág. 240.

actual, que es la idea de que se trata de un instrumento para justificar, defender, combatir, exponer o historiar una doctrina. En un libro sagrado no son solamente sagradas las palabras sino también las letras con que fueron escritas, noción bien diferente de la de un libro clásico. El Pentateuco –la Torá– es un libro sagrado donde una inteligencia infinita ha condescendido a la labor propiamente humana de escribir un libro. En toda escritura humana hay algo que puede ser casual mas en ese libro nada puede ser casual. Ahora bien, llevado esto a nuestros términos, podemos pensar lo que refiere Borges con respecto al libro actual en línea con lo que conocemos como discurso yoico: un discurso que justifica, defiende, combate, expone o historiza a un sujeto, desconociéndolo. Un discurso que se sostiene en los signos, que se explaya en el campo de la convención. En otra línea, podemos pensar el texto sagrado como un texto asimilable al discurso inconsciente, donde el peso recae en la letra, principalmente en su valor de marca: una marca que ordena al Sujeto en el campo simbólico. Choca con la mente occidental de Borges que, contrariamente al pensamiento histórico de que las palabras fueron en un principio sonido y luego llegaron a ser letras, la cábala –que quiere decir “recepción”, “tradición”– supone que las letras son anteriores. Que la escritura fue anterior a la dicción de las palabras. En el texto sagrado todo está determinado, como el número de las letras de cada versículo. Es una escritura cifrada para la cual se inventan leyes para poder leerla, como por ejemplo, leer el texto de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha como también atribuir un valor numérico a las letras: toda una criptografía que puede ser descifrada y los resultados atendibles. El texto sagrado es un texto absoluto y en un texto absoluto nada puede ser obra del azar. En un texto sagrado no se puede suponer una grieta ni una debilidad, tal una alegoría del discurso inconsciente que hace que uno pueda invitar al sujeto a asociar libremente sabiendo que ese discurso no es libre, que es impuesto. Como el texto sagrado, éste posee leyes propias con las que se pueden descifrar la metáfora y la metonimia. Esa letra responderá a estas leyes antes que a cualquier orden de significación.

Retomemos el sueño de Irma, sueño inaugural del segundo capítulo de la Interpretación de los sueños y que tiene mayor cantidad de entradas en el texto.

Ese sueño inaugura una temática que antes no existía, funda el campo de una nueva praxis. Freud parte de un método novedoso que contrasta con otros más conocidos o populares. Uno de ellos lo encontramos, por ejemplo, en los sueños del Pentateuco, donde observamos otro tipo de interpretación: el de la interpretación simbólica. Este método toma el sueño como un todo, como leemos en el libro del Génesis, específicamente en José y los sueños de Faraón3, cuya técnica interpretativa era escuchar primeramente el relato y luego proceder a interpretarlo como un texto íntegro, sin fragmentaciones ni asociaciones del soñante. Otro método, que se diferencia no en el sentido sino en la técnica, es el que indica tomar los elementos del sueño aisladamente dándole a cada uno de ellos un sentido determinado según una clave prefijada. A diferencia de estos últimos, el método freudiano consiste en fragmentar el sueño y, a partir de allí, pedir a quien relata el sueño que adjunte a ese primer material –ya sea por las imágenes del sueño o por su relato– aquellas asociaciones que pueda encadenar con cada fragmento del sueño. El sueño de Irma es interpretado en función del deseo, como un sueño que cumple el deseo de sacarse la culpa, de disculparse de toda la ignorancia que afligía a Freud hasta ese momento. Pero muchos posfreudianos formularon que ese deseo de disculpa era un deseo preconsciente y que entonces no era necesario que soñara para disculparse. Y por lo tanto, si ese deseo de disculpa era preconsciente, cómo podía deducirse de un modo legítimo la tesis de que el sueño es un cumplimiento de deseo –en sentido freudiano–, de un deseo inconsciente. Erikson y otros posfreudianos se dedicaron a hacer investigaciones sobre la vida de Freud con el fin de poder, según ellos, averiguar aquello que calla, lo que no nos dice en el sueño. Refiere Lacan: “No se trata de exegetar allí donde Freud mismo se interrumpe, sino de tomar el conjunto del sueño y de su interpretación. De este modo estamos en una posición diferente de la suya”. 4

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Biblia del Diario Vivir. Nashville, Caribe, 1997, págs. 69-71. Lacan, L. El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Seminario 2. Barcelona, Paidós, 1984, pág. 232. 4

Al decir de Rodríguez Ponte: “...no se trata de indagar a la búsqueda de contenidos que Freud nos habría ocultado. ¿Por qué? Porque por más que averigüemos más cosas, para así decirlo, cualquier deseo que podamos formular a su propósito siempre va a ser un deseo preconsciente, porque esto es precisamente lo que caracteriza al deseo preconsciente: que es un deseo que puedo formular, que puedo articular como una demanda”.5 Y agrega: “... no hace falta ir más allá del texto –de la misma manera que cuando escuchamos a un paciente no vamos más allá–, a averiguar alguna cosa que el paciente no nos haya dicho”. 6 Si en nuestro trabajo como analistas –porque nos enfrentamos con el sufrimiento del paciente– nos apuramos a dar sentido y a no contar con las asociaciones del soñante e interpretamos por analogía, por coherencia, por totalidad, lo que verdaderamente estamos haciendo es resistirnos a lo que el sueño nos transmite. Escuché a Haydée Heinrich recordar a Juan Nasio cuando dice que de lo que se trata es de “soportar la carga del significante sin tomarlo inmediatamente como un signo”, es decir, sin comprender tan rápido, soportando no saber con qué otro significante se relaciona. Es decir que tenemos que leer el texto del sueño “a la lettre”, letra por letra, como el de un texto sagrado. Y es en este punto donde podemos establecer que, tanto en el Texto Sagrado como en el sueño, las letras están predeterminadas. Pero, como dicen los estudiosos de la cábala, en el texto sagrado todo está dicho, todo está predeterminado, con una sola interpretación, con un solo sentido. Por lo tanto se lo lee unívocamente, mientras que el psicoanálisis lee el sueño en la equivocidad del significante abierta al sentido. Con respecto a mi segundo interrogante: “Y ve impresa en gruesos caracteres, más allá del estrépito verbal, como el manes, thecel, phares de la Biblia, la fórmula de la trimetilamina”, encontré su respuesta entre los libros canónicos del Antiguo Testamento, que contienen los escritos de los doce profetas llamados menores como Isaías, Jeremías, Ezequiel. La encontré exactamente en el libro de Daniel.

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Rodríguez Ponte, R. Sobre el sueño de la inyección de Irma (Exposición en la Cátedra de Teoría Psicoanalítica, Carrera de Psicología, Fac. de Humanidades de la U. N. de La Plata 02/06/1989). Biblioteca y Centro de Documentación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, pág. 4. 6 Rodríguez Ponte, R. Sobre el sueño de la inyección de Irma (Exposición en la Cátedra de Teoría Psicoanalítica, Carrera de Psicología, Fac. de Humanidades de la U. N. de La Plata 02/06/1989). Biblioteca y Centro de Documentación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, pág. 5.

Las tradiciones de Enoc y las leyendas de Daniel –ambas de origen babilónico– se refieren a un componente básico del apocalipticismo que es la revelación de los misterios. Ya Enoc, padre de Matusalem, no utilizaba las técnicas de los adivinos, como la observación de las entrañas o del aceite que reposa sobre el agua, ni acudía a la astrología para la adivinación del futuro. El único medio de revelación del que se servía Enoc era el sueño, procedimiento éste que no era característico de los adivinos mesopotámicos. Como vemos, el profeta no era un adivino. Polemizaba y se mostraba superior a ellos recibiendo la revelación a través de la interpretación de los sueños, centrando su atención en la historia de los sucesivos imperios –apocalipsis histórico–, siguiendo una línea de tradición que arranca de los primeros profetas bíblicos en una espera escatológica. Recordemos que Daniel fue llevado cautivo a Babilonia en el año 605 a. C., donde sirvió en el gobierno durante unos sesenta años bajo los reyes Nabucodonosor, Belsasar, Darío y Ciro. Fue educado como un sabio en la corte babilónica y, gracias al poder de Yahveh, superó a los sabios babilónicos en la interpretación de sueños y de escrituras misteriosas. A la muerte de Nabucodonosor, reinaba en Babilonia Belsasar, quien realizó un banquete en honor a sus príncipes y concubinas. Mandó Belsasar traer los vasos de oro y plata que Nabucodonosor había robado en el saqueo al templo de Jerusalén para beber en ellos vino. Cuando estaban bebiendo en pleno festejo, aparecieron los dedos de una mano de hombre que escribía sobre lo encalado de la pared del palacio real, y la escritura fue vista por todos. Belsasar se asustó muchísimo y empezó a gritar que hiciesen venir a los magos caldeos para que interpretaran esas escrituras, esos caracteres cuneiformes, mas no pudieron. Las palabras eran manes, thecel, phares (o bien, mene, tekel, peres) de la lengua aramea (pariente del fenicio y del hebreo, que dominó en Judea y Samaria), una lengua que los babilónicos conocían pero cuyo significado profético no podían determinar. Según relata la Biblia, Daniel fue quien interpretó el mensaje unívoco de fatalidad para Babilonia: manes: contó Dios tu reino y le ha puesto fin; thecel: pesado has sido en

balanza y fuiste hallado falto; phares: tu reino ha sido roto y dado a los medos y a los persas. Esa misma noche fue muerto Belsasar –rey de los caldeos– y Darío de Media tomó el reino a los 72 años de edad. ¿Con qué se encontró el rey Belsasar esa noche? Con unas marcas –caracteres cuneiformes–, en fin, con una escritura en esa pared encalada, que anuncia la existencia de otro. No otro cualquiera sino un gran Otro. Lacan nos enfrenta aquí, por un lado, con la escritura bíblica y, por el otro, con la escritura del sueño de Freud. O sea el manes, thecel, phares con su preestablecido sentido apocalíptico y la fórmula de la trimetilamina, que el mismo Freud nos aclara en el relato del sueño: “...con un preparado de propilo, propileno ..., ácido propiónico ... trimetilamina (cuya fórmula veo ante mí escrita con caracteres gruesos)...”.7 Me parece oportuno traer una cita de “El sueño es una escritura”, de Isidoro Vegh: “Porque si una letra deviene tal, lo es por el discurso que la precede lógicamente. Tiempo de retroacción en que se cumple que la letra es lo que el discurso –en tanto supone la implicación del sujeto–, toma prestado a la materialidad del lenguaje”.8 Y concluye que no hay letra sin significante, o mejor aún, se consagra como tal, por el dicho que pone en acto su valor de letra, y por ese dicho el sujeto se escribe entre letras que lo producen.

Bibliografía ⇒ Biblia del Diario Vivir. Nashville, Caribe, 1997. ⇒ Corominas, J. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos, 3° edición, 1990. ⇒ Freud, S. “La interpretación de los sueños”, Obras Completas, Tomo IV. Buenos Aires, Amorrortu, 1979. ⇒ Lacan, L. El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Seminario 2. Barcelona, Paidós, 1984. 7

Freud, S. “La interpretación de los sueños”, Obras Completas, Tomo 4. Buenos Aires, Amorrortu, 1979, pág. 129. 8 Vegh, I. “El sueño es una escritura” en Cuadernos Sigmund Freud, N°8 (Agosto 1981). Escuela Freudiana de Buenos Aires, págs. 76-77.

⇒ Rodríguez Ponte, R. “Sobre el sueño de la inyección de Irma” (Exposición en la Cátedra de Teoría Psicoanalítica, Carrera de Psicología, Fac. de Humanidades de la U. N. de La Plata 02/06/1989). Biblioteca y Centro de Documentación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. ⇒ Vegh, I. “El sueño es una escritura”, Cuadernos Sigmund Freud N° 8 . Escuela Freudiana de Buenos Aires, Agosto 1981.

Sumario

A partir de dos párrafos del Seminario 2 de Jacques Lacan, el autor inicia un breve recorrido: primero, en la obra de Jorge Luis Borges, para establecer el significado del texto sagrado. A partir de allí, entonces, tomar los libros proféticos de las Sagradas Escrituras, particularmente el libro del profeta Daniel, como testimonio de la interpretación de los sueños, y el encuentro del valor de la letra.

Horacio Padovani Lic. en Psicología. Psicoanalista. Magíster en P.I.N.E. de la Universidad Favaloro. Investigador de la Maestría en Psicoanálisis de la Universidad Kennedy. Doctorando en Psicología de la Universidad Kennedy. Profesor Adjunto de la Universidad Kennedy.

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