EL TIEMPO Y LA HISTORIA ENTRE K ICHE S Y KAQCHIKELES: CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES ÉTNICAS Y DE CLASE Por Diego Vásquez Monterroso

EL TIEMPO Y LA HISTORIA ENTRE K’ICHE’S Y KAQCHIKELES: CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES ÉTNICAS Y DE CLASE Por Diego Vásquez Monterroso Articular el pasado

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TIEMPO Y SOCIEDAD Revista de Historia y Humanidades ‹http://tiemposociedad.wordpress.com› Núm. 5- Septiembre-Diciembre 2011 5 Dirección y contacto

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EL TIEMPO Y LA HISTORIA ENTRE K’ICHE’S Y KAQCHIKELES: CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES ÉTNICAS Y DE CLASE Por Diego Vásquez Monterroso

Articular el pasado no significa conocerlo “tal y como ha sido”; significa adueñarse de un recuerdo tal como relampaguea en un instante de peligro. Walter Benjamin. Sobre el Concepto de Historia: Tesis VI.

Introducción La Historia no es solo una, siempre existen variantes de un mismo acontecimiento, y cada uno de estos aspectos tiene un trasfondo político que invisibiliza otros, ya sea por conveniencia política o por simple olvido. La regularidad del tiempo solo existe como tal en las ciencias exactas, sin embargo en las sociedades humanas el tiempo puede ser más largo o más corto dependiendo de la trascendencia que se le de a un acontecimiento. Ambos aspectos – la historia y el tiempo – han sido usados para realzar la trascendencia de ciertos acontecimientos, y el ocultamiento o minimización de otros. Para una sociedad (o mejor dicho, para el grupo dominante que la gobierna) ciertos acontecimientos que los involucren a ellos o a quienes habiendo vivido en el pasado tienen alguna identificación con ellos, resultarán más importantes que aquellos donde se les cuestionó su legitimidad y su hegemonía. Un ejemplo contemporáneo de esto es las conmemoraciones de la “independencia” política de Guatemala del Imperio Español en 1821. Es un hecho conocido que lo que sucedió aquel 15 de septiembre de 1821 fue una transacción entre criollos y españoles, e incluso el temor a una rebelión popular es mencionado en el acta, al declarar la independencia “antes que el pueblo lo haga de hecho”. Sin embargo, se le celebra como si fuera una gesta “del pueblo” o un favor que la elite criolla le hizo a “los oprimidos” para librarlos. Otras gestas que podrían ser consideradas más importantes – como la Semana Trágica de abril de 1920 y la Revolución del 20 de octubre de 1944, así como la

rebelión de los cadetes contra el gobierno de Castillo Armas el 2 de agosto de 1954 – son invisibilizadas o minimizadas porque fueron eventos que pusieron en entredicho el papel de los sujetos dominantes, fueran estos dictadores, terratenientes, empresarios, etc. Son minimizadas cuando se les considera “revueltas” y son invisibilizadas cuando abiertamente se les olvida en la enseñanza educativa, principal ente creador de identidad nacional en Guatemala. Pero, ¿Qué tienen que relación tienen los acontecimientos narrados arriba con los k’iche’s y kaqchikeles prehispánicos y coloniales?. En realidad me han servido para explicar como la cuestión del tiempo y la historia no son constantes y pueden ser manipuladas fácilmente por los grupos dominantes. Pero no se debe creer que el uso de la historia y el tiempo son patrimonio único de los grupos dominantes. Los grupos subalternos también pueden utilizarlo en los momentos de peligro cuando dicha memoria y temporalidad pasada es recuperada por los grupos dominados actuales como un relámpago en una noche tranquila (Tischler, 2001: ii). En los documentos etnohistóricos de Guatemala la cuestión del manejo del tiempo y la historia se ve claramente en las versiones de las relaciones entre k’iche’s y kaqchikeles (contadas por ambos grupos) donde como un primer acercamiento se puede ver a los k’iche’s como el grupo hegemónico en el altiplano y a los kaqchikeles como el grupo subalterno que cuestiona la legitimidad k’iche’. En este trabajo no solo se va a ver las relaciones entre ambos grupos étnico-políticos, sino también las contradicciones inherentes en el interior de ambos, y que determinaron que las temporalidades y la historia fueran escritas y narradas de una forma determinada. Si bien no se abarcarán todos los documentos etnohistóricos disponibles, con los utilizados espero que sirvan para comprender en parte como funcionaban los mecanismos de creación de conocimiento y memoria histórica en la época prehispánica. Hechos exactos o narrados como verdaderamente han sido no existen, pues dependen de la óptica de quien los observa y narra. Asimismo con este ensayo se pretende hacer un acercamiento crítico a los eventos de épocas anteriores a la invasión española pero comprendiéndolos no desde la óptica del indígena subordinado y en las luchas reivindicativas de hoy, sino también desde la óptica de quién lo escribió y desde que posición lo hizo. Con ello no se busca la objetividad (que en las ciencias sociales – considero – no existe) sino entender el por qué la historia (o historias) fueron escritas de determinada forma.

El manejo de la historia entre k’iche’s y kaqchikeles No intentaré explicar como se desarrolló la historia k’iche’ ni la kaqchikel, ya que esto no nos concierne. Sin embargo, si puedo realizar un pequeño bosquejo de cómo fue. Después de pasar mucho tiempo circunscritos a un área ambiental determinada (la región aproximada del actual departamento del Quiché) los k’iche’s comenzaron en el Postclásico Temprano su expansión hacia otras regiones de la actual República de Guatemala, llegando al área de Retalhuleu hacia el año 1000 DC y tomando regiones de los actuales departamentos de San Marcos, Huehuetenango, Totonicapán, Sololá y Chimaltenango (Carmack, 2002). A la llegada de los españoles a Gumarkaaj en 1524 todavía continuaban con la misma lógica expansionista, y si se quiere, imperialista. Por su parte los orígenes de los kaqchikeles son menos documentados, pero no por ello menos interesantes. Se sabe etnohistóricamente que disputaron a los tz’utujiles el lago de Atitlán, y al igual que los k’iche’s, remiten sus orígenes a Tollan. Después viene la etapa de alianza con los k’iche’s, hasta que entran en conflicto con ellos durante la segunda mitad del siglo XV. Al momento de la llegada de los españoles los kaqchikeles se habían convertido en la segunda potencia del altiplano, que cada día conseguía acortar la distancia respecto de sus enemigos los k’iche’s. Es una constante en los distintos documentos etnohistóricos escritos por k’iche’s el protagonismo que pretenden darse con respecto a otros grupos étnico-políticos de la región. Mientras otros grupos hablan de distintas hazañas en el pasado, los k’iche’s siempre se mencionan como los primeros en todo, lo que los convierte en “hermanos mayores” entre todos los grupos étnico-políticos. En el Popol Vuh se menciona que después de la creación de los primeros hombres y sus esposas, llegaron con todas las tribus a Tollan (Tulán o Tula, el “Lugar de Cañas”), donde los líderes k’iche’s fueron los primeros en recibir a sus dioses, tal como se menciona en el siguiente pasaje: Y entonces llegaron [después de los k’iche’s] todos los pueblos, los de Rabinal, los Kaqchikeles, los de Tziquinaha’ y las gentes que ahora se llaman Yaquis. (Recinos, s.f.: 107).

Reafirmando lo anterior, los kaqchikeles mencionan que, en efecto, fueron los k’iche’s los primeros en salir de Tollan, y que ellos (los kaqchikeles) fueron los últimos. Un pasaje del Memorial de Sololá clarifica esto, al mencionar que después de entregarles a cada una de las siete tribus (y los trece guerreros) sus insignias de poder se les abrieron las puertas de salida de Tollan, y se les dijo: “He aquí al que irá delante de vosotros”. Así se dijo refiriéndose a la gente k’iche’, cuando salían de Tulán las trece divisiones de guerreros. Por tanto, la gente k’iche’ vino adelante, y así en orden sucesivo, vinieron los hijos y los súbditos de la gente k’iche’. (Otzoy, 1999: 157; el resaltado es mío). Lo anterior se refuerza en el siguiente diálogo: Hablaron todos los guerreros y las siete tribus diciéndonos: “¿Cómo lo pasaréis vosotros, oh hermano menor? Pues ya solo a ti esperábamos”, así dijeron ellos. (Otzoy, 1999: 158; el resaltado es mío). Entonces, mientras los k’iche’s reclaman haber sido los primeros en recibir sus insignias y el poder en Tollan, y por lo tanto ser los hermanos mayores de todos los grupos étnico-políticos del altiplano, los kaqchikeles se llaman a si mismos “hermano menor”. Esto por supuesto – y como se ve a lo largo de los textos etnohistóricos – lejos de volverlos sumisos y dependientes, les refuerza sus posteriores hazañas políticas y militares. Lo anterior porque en su posición de relativa subordinación como hermano menor puede ser usada para cuestionar el rol hegemónico k’iche’. Walter Benjamin diría que no han dejado de poner en cuestión cualquier victoria que en ella hayan logrado y festejado alguna vez los poderosos (Löwy, 2003: 67). Mientras tanto, los k’iche’s construyeron su historia con el linaje Kaweq como dominante (en el Popol Vuh esto es muy evidente), mientras los demás linajes (como los Tamub e Ilocab) también explicaron su historia, tratando de colocar a sus antepasados en puestos importantes de la historia k’iche’. Esto se ve a lo largo del documento “Historia Quiché de Don Juan de Torres” (Recinos, 2001: 25-67) donde un miembro del linaje Tamub trata de mencionar hasta la mínima relación entre el grupo dominante Kaweq y sus antepasados Tamub. Sin embargo, en el Popol Vuh la única referencia histórica importante acerca de los Tamub es cuando todos los grupos constituyeron su división del poder burocrático (Recinos, s.f.: 145). En el caso kaqchikel, siendo el Memorial de Sololá el documento más importante, entonces el grupo que lo escribió (xajil) es el más importante en la narración. Esto se refuerza con el hecho de que, junto

con el grupo sotz’il, eran el grupo dominante en el área kaqchikel (los sotz’il lo eran en el lago Atitlán) al momento de la invasión en 1524. En otros textos (como la Historia de los Xpantzay o el Testamento del mismo grupo) hay versiones un tanto diferentes del Memorial, pero siempre exaltando a los cuatro grupos dominantes kaqchikeles: sotz’iles, kaqchikeles (xajiles), tukuche’s y akajales (Recinos, 2001: 157). Con lo explicado en los párrafos anteriores, es posible suponer que todos los documentos etnohistóricos fueron escritos por miembros de los grupos dominantes tanto k’iche’s como kaqchikeles, y que por lo tanto no reflejan en su totalidad el proceso histórico de ambos grupos étnicopolíticos. Consideramos que es aquí el espacio apropiado para definir un grupo étnico-político, desde nuestra perspectiva personal. Defino a un grupo étnico-político como aquel que compartiendo rasgos culturales comunes (como el idioma, el origen, las festividades, las creencias, el conocimiento y relaciones económicas muy cercanas) también forma una unidad político-territorial, comandada por uno o varios grupos. En el caso k’iche’ y kaqchikel (que son los que se estudian acá) considero que es la denominación más correcta para explicar tanto su relación al interior de los grupos como entre ellos. Volviendo al tema, si se toma en cuenta que los documentos etnohistóricos fueron hechos por personajes pertenecientes a las elites k’iche’s y kaqchikeles, entonces es de suponer también que algunos acontecimientos internos o externos pudieron haber sido omitidos, minimizados o transfigurados para recrear entonces una historia “victoriosa” para el que hablaba desde el texto. Es sin embargo, diferente a las historias que actualmente vemos de grupos dominantes, en el sentido de usar una concepción cíclica del tiempo, especialmente en lo relativo a sus orígenes como grupo étnico. La diferencia reside en que, a diferencia de las crónicas españolas o de las elites guatemaltecas actuales, se trata de grupos que si bien son de la elite, están en una posición de subordinación con respecto al poder colonial español. ¿Cómo es esto? Bueno, pues a pesar de que los españoles trataron de mantener en algún modo el dominio de las elites prehispánicas sobre el resto de indígenas obsequiándoles grandes extensiones de terreno y manteniendo algunos de sus privilegios, el poder real ya no les pertenecía, ya que éste había pasado a ser propiedad exclusiva de los españoles y criollos, y más tarde, de los ladinos (Martínez Peláez, 1991). Por lo tanto, si bien los textos etnohistóricos indígenas son textos escritos por elites, son también la voz de un grupo que paso de hegemónico a subalterno y que de alguna forma desea mantener viva la memoria de sus hazañas y el deseo de recuperar de alguna forma su antiguo poder. Es necesario aclarar también que al pertenecer a un grupo más grande que su

propia clase, compartían tradiciones y formas culturales con los demás estratos de su sociedad, fuera ésta k’iche’ o kaqchikel. Es interesante notar también que el deseo de recuperar el poder no toma en cuenta a los grupos de indígenas subordinados, sino que muestra el deseo de una elite vencida de recuperar su rol hegemónico, pero sin permitir la entrada de los que antes y después de la invasión española continuaban siendo los subalternos – maseguales – (campesinos, artesanos, mujeres, etc). Sin embargo, y a pesar de la inminente negación de acceso al poder de los tradicionales grupos subalternos, los líderes indígenas apelan a aquellos cuando de reivindicar su poder se trata, como el siguiente pasaje del documento “Guerras comunes de k’iche’s y kaqchikeles”: Hemos contado nuestra ascendencia, nosotros los Señores principales. Este es el pueblo de Hun Zunu y Hun Zaquiqoxol, o sea el duende. Que nunca decaiga la gloria de la estirpe del pueblo. Así dijeron nuestros abuelos y padres, los zotz’iles, kaqchikeles, tukuche’s y akajales. Cuatro naciones que benditas sean por siempre jamás. 1554 años. Que no se pierda esta relación. (Recinos, 2001: 149; el resaltado es mío). Como se ve en la cita anterior, los principales del pueblo narran su ascendencia, para después considerarse ellos mismos como “la gloria de la estirpe del pueblo”. Se trata de un manejo muy hábil del poder que aún poseían las elites indígenas locales sobre el resto de la población para hacer frente como líderes prehispánicos a los abusos y exigencias de los invasores españoles. Apelan a elementos como la memoria colectiva (que a pesar de ser una cualidad de los subalternos pasa a ser también parte de estas elites-devenidas-en-subalternas) para mantener su poder y privilegios, lo cual no quiere decir que hayan sido personas deshumanizadas que no vieran las miserias del resto de la población. Sin embargo, es probable que su conciencia de clase les impidiera interceder abiertamente por ellas y con ello perder sus pocos privilegios, aunque en algunos casos se conoce de algunos principales que intercedieron – velada o abiertamente – al momento de motines locales (ver, especialmente, Martínez Peláez, 1991). La legitimación de estas elites como reales depositarias de las aspiraciones del “pueblo” hace que las demandas de este “pueblo” ya no sean tan radicales ni lleguen a cuestionar siquiera el supuesto liderazgo de dichas elites indígenas. Una forma de que esta legitimación ocurriera era con el sistema de cargos, que causaba grandes gastos a todos los miembros de la sociedad, con lo que impedía que grupos subalternos acumularan suficiente capital como para desafiar el poder de los principales. Como menciona Arturo Arias en su documento sobre el cambio sociocultural de los indígenas

guatemaltecos en la segunda parte del siglo XX, al existir un aumento en el capital económico de muchos indígenas subalternos de varias comunidades del país, así como un cambio en la perspectiva de la religión tradicional (de “felicidad en la pobreza” a “traer el reino de Dios a la Tierra”) comenzó también un cuestionamiento a la autoridad de los “principales”, lo que llevó a este grupo elite a aliarse con la oligarquía criolla y el ejército para eliminar a estos “subversivos” apelando para ello a elementos tradicionales mayas, como el respeto a los mayores y a las autoridades establecidas, lo que puede considerarse como una visión radicalmente conservadora y mantenedora del estatus-quo (Arias en Smith, 1990: 245-247). Entre tanto, los k’iche’s, si bien reconocen su papel como “hermanos mayores” en la época prehispánica, se encuentran en una posición similar a los kaqchikeles, ya que su poder a sido reducido a una mera representación simbólica de éste. Por ello, el apelar a “la tradición” y al mantenimiento de la memoria colectiva, lo que se está buscando es un doble propósito: 1) conservar los patrones culturales tradicionales y evitar el alienamiento occidental, y; 2) mantener por medio de patrones ideológico-tradicionales su posición elitista dentro de la sociedad indígena. Muchos de los textos etnohistóricos, tanto k’iche’s como kaqchikeles, consisten más en reclamos territoriales o en actas de ascensión al poder indígena de algún principal. Por ello existe la mención del pasado, como un medio de legitimación del presente. Se trata entonces de una visión hegemónica de la historia, que invisibiliza a aquellos actores que no sean de ninguno de los grupos dominantes a solo, por supuesto, que hayan sido derrotados. Podríamos considerar – en palabras de A. Gramsci - a los autores de estos textos como intelectuales orgánicos de dicha elite indígena. Para concluir con este apartado solo se puede mencionar que mientras al nivel interno ambos grupos trataban de legitimar su posición como elites dominantes pero al mismo tiempo reivindicar su poder real con respecto a los españoles a través del manejo hábil de la tradición, en el nivel relacional – por otro lado – trataban de minimizar la importancia de los demás grupos, esto por lo menos en el caso k’iche’ (ver conquistas mencionadas en el Popol Vuh y en la Historia Quiché de Don Juan de Torres). En el nivel inter ocurre lo contrario en el caso kaqchikel, ya que ellos si resaltan dos momentos importantes en su historia: 1) la toma del lago de Atitlán (Otzoy, 1999: 164-166), y; 2) la victoria sobre los k’iche’s (Ibid: 177-178). Con esto se demuestra que la posición de cuestionamiento de la autoridad regional estaba en manos de los kaqchikeles (su elite asentada en Iximche’ principalmente), mientras que la posición tradicional-hegemónica estaba en manos de los k’iche’s (al igual que los kaqchikeles, me refiero a su elite gobernante).

Conclusiones Con este trabajo traté de aportar desde un enfoque distinto un análisis sobre varios documentos etnohistóricos y su función política, revolucionaria y legitimadora en el restringido espacio de expresión colonial. Con lo expuesto líneas arriba no se pretende deslegitimar las demandas de los actuales grupos mayas, sino reconsiderar algunas de sus legitimaciones que como Pueblo han hecho suyas, en muchos casos sin considerar que se trata en realidad de testimonios de grupos dominantes deseosos de recuperar el poder real cedido a los invasores. Ya que se trataba de un ensayo corto no fue posible abarcar un análisis de la totalidad de los documentos de k’iche’s y kaqchikeles, pero consideramos que con lo expuesto se puede bosquejar un panorama general de dichos documentos. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que dichos documentos reflejan para nosotros una posición hegemónica secundaria, que busca recuperar la primacía en el poder, y que por lo tanto no deben ser considerados per se como documentos de personas brutalmente explotadas y verdaderos subalternos. Sin embargo, al relacionarse con los grupos dominantes del pasado, los supuestos subalternos indígenas que escribieron estas crónicas están reafirmando su rol como mantenedores del estatus-quo en su relación con el resto de indígenas, o sea, una relación donde ellos son los personajes hegemónicos y “verdaderos” autores de la Historia de todo el grupo social (sea esta k’iche’ o kaqchikel), y el resto de indígenas son personajes secundarios, despersonalizados e ignorados deliberadamente. Los verdaderos subalternos indígenas del pasado y del presente no han podido aún plasmar su historia en algún documento, pero entre algunos de ellos persiste aún el recuerdo de derrotas pasadas, pero también de pequeños o grandes triunfos (depende del punto de vista). Corresponde a ellos la verdadera interpretación de su propia historia, la cual se encuentra también en estos documentos etnohistóricos, pero no en la recopilación de las hazañas militares de grandes señores, sino debajo de esas capas de grandezas individuales, en las grandes victorias colectivas, como mantenedores y transformadores reales de los grupos étnico-políticos K’iche’ y Kaqchikel.

Bibliografía Arias, Arturo (1990). “Changing indian identity: Guatemala’s violent transition to modernity” en Smith, Carol (ed.) Guatemalan Indians and the State, 1540 to 1988. University of Texas Press. Austin, Estados Unidos. Löwy, Michael (2003). Walter Benjamin: Aviso de incendio. Económica. Buenos Aires, Argentina. Martínez Peláez, Severo (1991). Motines de indios. Marcha. Ciudad de Guatemala, Guatemala.

Fondo de Cultura

Segunda edición, Ediciones En

Otzoy, Simón (1999). Memorial de Sololá. Comisión Interuniversitaria Guatemalteca de Conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Ciudad de Guatemala, Guatemala. Recinos, Adrían (s.f.). El Popol Vuh: las antiguas historias del quiché. Ciudad de Guatemala, Guatemala.

Sin editorial.

-- (2001). Crónicas Indígenas de Guatemala. Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Reimpresión de la segunda edición. Ciudad de Guatemala, Guatemala. Tischler, Sergio (2001). Guatemala 1944: Crisis y Revolución. Ocaso y quiebre de una forma estatal. FyG editores. Segunda Edición. Ciudad de Guatemala, Guatemala. -- (2005). Memoria, tiempo y sujeto. FyG editores. Ciudad de Guatemala, Guatemala.

Diego Vásquez Monterroso es estudiante de arqueología del último año de la Universidad del Valle de Guatemala y columnista de la revista albedrio.org. Su dirección de correo electrónico es: [email protected] www.albedrio.org – www.albedrio.blogspot.com

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