El trabajo es salud. Algunas consideraciones sobre el trabajo como terapéutica en los enfermos mentales en la Argentina de principios de siglo

“El trabajo es salud.” Algunas consideraciones sobre el trabajo como terapéutica en los enfermos mentales en la Argentina de principios de siglo Yolan

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“El trabajo es salud.” Algunas consideraciones sobre el trabajo como terapéutica en los enfermos mentales en la Argentina de principios de siglo Yolanda Eraso (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina) Introducción La incorporación del país al mercado internacional, acaecido en las últimas décadas del siglo pasado, significó un acontecimiento que transformó no sólo la organización productiva sino también, el orden social político e institucional. Como es de sobra conocido, la adopción del modelo agroexportador en el marco de la división internacional del trabajo implicó una serie de consecuencias en todos aquellos ordenes, que en su conjunto signaron el complejo ascenso de la “Argentina Moderna”. Transitando los viejos caminos, aunque desde luego no los mismos, que recorriera la Europa Moderna con la llegada del capitalismo; la acumulación de capital constatada en la Argentina de entre siglos, tuvo en su reverso una acumulación de miseria, y con ello también una estratificación o sectorización de la sociedad en grupos reconocibles según su incorporación al modelo de producción establecido y al orden políticosocial: oligarquía terrateniente/elite dirigente y clase obrera/sectores populares.1 La facilidad y promoción con que el poder político y económico favoreció el arribo masivo de una población desarraigada, pronto desbordó las expectativas alberdianas obligando a un reposicionamiento del Estado Nacional, en los albores del XX, que implicó la conformación de un corpus ideológico que delinearía los límites de la integración de los sectores populares a la modernidad tanto como la exclusión (medidas restrictivas) de aquellos que, de una manera u otra, rehusaran asimilarse a ella. Fue así como el crecimiento explosivo de la población, aportado por el fenómeno inmigratorio, dejó traslucir importantes consecuencias indeseadas, entre las que podrían brevemente señalarse: problemas de vivienda (hacinamiento) e insalubridad; una deficiente infraestructura de servicios -que favorecía la propagación de enfermedades relacionadas con el medio ambiente (epidemias, enfermedades infectocontagiosas, tuberculosis)-; y una débil estructura hospitalaria. Los “males sociales” de los grandes centros urbanos europeos también se hicieron sentir en Buenos Aires, principal protagonista de esta transformación: la criminalidad, la prostitución, la locura, el alcoholismo, la mendicidad, la niñez abandonada, entre las más importantes. También la protesta obrera (básicamente anarquista) junto a otros movimientos ideológicos que protagonizaron la Revolución del 90´ reivindicando un cambio en el sistema político; conformaron en su conjunto lo que se denominó en la época la cuestión social.

Dentro de este contexto, la problemática de la locura y de los enfermos mentales, constituirá un tema de varias aristas de entre las cuales destacaría, por el momento y en líneas muy generales, dos: la primera, daría cuenta de la falta de asistencia –correlativo con un aumento de la población que desbordaba la capacidad de las unidades manicomiales existentes- cuestión a resolver para un país que pretendía ser “civilizado” y que eligió transitar 1

Dicha estratificación social, presentada a propósito en sus extremos; no incluye a la clase media que se fue conformando en este período conocido también por su elevada movilidad social.

los senderos del “progreso”. En este sentido, la creación de una red asistencial tendrá relación con la injerencia o intervención del Estado en la constitución de áreas o instituciones diversas a partir de la constatación de los problemas planteados, dentro de los cuales, la salud ocupará un lugar destacado2. Por otro lado, y desde una perspectiva discursiva y propiamente simbólica la salud mental se ligará profundamente a la cuestión de la Nación, en una síntesis constructiva que 3

perseguirá la conformación de un sujeto moral colectivo. En el ideario que inspiraba la constitución de la Nación, la cuestión de la raza y los atributos morales de los ciudadanos no podrá prescindir de una valorización de la degeneración y la desviación. A su vez, relacionado con ésta, una lectura un poco menos simbólica que real revela una preocupación por las condiciones de reproducción de las fuerzas laborales para la cual la salud como capital humano-productivo, se descubrirá como un capital esencial. En términos generales, esta variada agenda de problemas y conflictos sociales enumerados será atendida desde un profundo deseo de Modernidad y al mismo tiempo, de temor ante la evidencia de los problemas planteados. Deseo de Modernidad en el ofrecimiento de medios técnicos e institucionales para contrarrestar los problemas emergentes derivados de una alta concentración urbana; y de temor (defensa social) detrás de las prácticas que procuraban reglamentar aquello que hacía peligrar el orden social necesario para garantizar el orden económico. Lo cierto es que la asunción de la cuestión social produjo en los grupos dirigentes y en los intelectuales del período, el surgimiento de una corriente o movimiento “Reformista” que incluyó a distintos sectores de la política y a distintas posiciones ideológicas que, como convenientemente ha analizado Eduardo Zimmermann, abarcaba un amplio espectro de vertientes: católicos, socialistas, liberales progresistas. (Zimmermann, 1994)

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El centro de los debates giró en torno a dos cuestiones fuertemente relacionadas, la redefinición del rol del Estado y la sociedad; y el cuestionamiento de los principios del laisse faire imperantes sobretodo en lo social, lo que no significaba desde luego, ser auspiciantes de un “Estado Social” sino antes bien, encontrar las formas de evitarlo. En la construcción de este debate ideológico fue fundamental el papel jugado por intelectuales y académicos. En este sentido, los desarrollos de las Ciencias Sociales, -la Sociología, el Derecho, la Economía Social- contribuyeron a delinear el rol del Estado frente a los conflictos sociales y dotaron de un carácter científico a las propuestas y proyectos de la política social. De manera que existió una fuerte interrelación entre los grupos dirigentes y los intelectuales de principios

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Sobre este punto habría que decir también que los primeros médicos-psiquiatras venían demandando desde los 70’ la modernización del sistema de asistencia vigente, pero será a principios del novecientos cuando el Estado Nacional comience a delinear un dispositivo asistencial ajustado, en parte, a sus expectativas. 3 Sobre este punto ha trabajado específicamente Hugo Vezzetti (Vezzetti, 1985). 4 También de este autor y sobre este tema, Cfr. (Zimmermann, 1992).

de siglo, orientada hacia la interpretación y búsqueda de soluciones de lo social; convirtiéndose, estos 5

últimos, en los interlocutores modelizados y jerarquizados del poder político.

En este contexto, el Positivismo como pensamiento, conformó el principal discurso de la época, tanto en términos de interpretación de la realidad y su destino como Nación; como en la incidencia práctica a partir de su influjo en distintas instituciones (educativas, médicas, jurídicas) muchas de ellas en proceso de formación. Si bien no constituía un corpus ideológico homogéneo ya que conocía matices y vertientes diferentes entre sus adherentes, puede decirse, como afirma Oscar Terán, que configuró la matriz mental dominante durante el período 1880–1910 en la Argentina. (Terán, 1987:11) Cuestión social, “reformadores sociales” y positivismo se unen así en una compleja trama de discursos y prácticas institucionales que intentarán responder a las consecuencias directas e inquietantes del proceso de modernización iniciado esencialmente en el 80’. Dentro de ellas, una de las problemáticas centrales lo ocupó sin duda las dificultades en la incorporación al mercado de trabajo de los contingentes inmigratorios. Las contradicciones que surgieron a partir de la llegada de una inmigración masiva -que en un importante porcentaje no logró incorporarse o establecerse en el sistema de trabajo agrícola- generó una creciente movilidad de trabajadores no calificados hacia las grandes ciudades en busca de trabajo. A grandes rasgos, podría decirse que durante el período de consolidación de la economía agroexportadora, las actividades vinculadas a la exportación (producción cerealera, ganadera, y transporte de productos) requerían una importante mano de obra temporaria especialmente en los meses de primavera-verano y consecuentemente, en los meses de invierno se producían los desplazamientos a las ciudades en donde eventualmente, encontraban empleos igualmente inestables en la construcción de obras públicas o en la prestación de servicios. Esta elevada circulación ocupacional y geográfica, originó trabajadores desocupados y ocasionales o temporarios que en muchos casos no encontraron otra alternativa que incorporarse al mundo de “la vagancia” y el delito. Pero no sólo la inestabilidad laboral tuvo que enfrentar la clase trabajadora de este período, también lo fue la excesiva jornada laboral, los magros salarios y condiciones de trabajo insalubres en donde toda clase de epidemias y enfermedades típicas de las etapas iniciales de los procesos de urbanización e industrialización, se ensañaban entre los trabajadores con facilidad. Si dentro de las condiciones laborales, la salud, fue el objeto predilecto de preocupación y atención por parte de los higienistas, a quienes se les deben las pocas mejoras en la época; la regulación de la jornada laboral y las complejas relaciones patrones/obreros fue, como se sabe, un proceso bastante más lento a resolver. En el mientras tanto, en un período que abarcaría aproximadamente el primer tercio de este siglo, el movimiento positivista se abocó a detectar con extraordinaria fuerza interpretativa, las 5

Así expresaba José Ingenieros, uno de los intelectuales más convocado por la clase política e influyente dentro del pensamiento de la época, el sentido de este acercamiento: “Si alguna parte del carro social, siempre en marcha, amenaza desvencijarse, es fuerza que los hombres dirigentes se decidan a ser su brújula previsora; la política moderna requiere brazos vigorosos para ser potencia en

claves de los conflictos sociales. La inestabilidad laboral, el cambio frecuente de empleo, las protestas obreras, la vagancia y las múltiples relaciones establecidas con el trabajo, fueron leídas “científicamente” como síntomas de conductas anormales o problemas psíquicos en los que el factor racial –y hereditario- develaría una causalidad fundamental. Por cierto estas contradicciones no fueron observadas como inherentes a las condiciones del sistema de producción o del mercado laboral, sino que fueron interpretadas como una “inadaptación al medio”, como una falta de ética laboral, una inhabilidad en “la lucha por la vida” producida en última instancia, por una deficiencia psíquica constitucional o adquirida. Para ilustrar lo que será un pensamiento recurrente en cuanto a la caracterización de la inmigración que llegaba a nuestro país, tomo por caso las expresiones del doctor Lucas Arrayagaray, quien con preocupación, a ella se refería para señalar los problemas que enfrentaba nuestra propia composición étnica : “...los innobles residuos de las viejas poblaciones europeas, los desclasificados y viciosos de los grandes centros de población e industria, los vagos y alcoholistas, los sin trabajo, con los estigmas individuales que imprimió sobre ellos el alcohol, la sífilis, la tuberculosis, la epilepsia y todas las modalidades que puede asumir la degeneración mental y física, como también las influencias del medio en el cual nacieron y se desenvolvieron.” (Arrayagaray, 1912: 30). Desde esta perspectiva y en líneas muy generales, puede sostenerse que los conflictos emergentes fueron visualizados por los Positivistas como un problema de gobernabilidad de la multitud lo que en definitiva planteaba el interrogante de cómo incorporar o adaptar a las masas inmigrantes a las condiciones existentes del régimen de trabajo asalariado y a los valores culturales y nacionales en proceso de formación. Por cierto, la multitud cuya esencia era más urbana que rural, no excluía en su composición a la población nativa. La descalificación de las condiciones morales y aún raciales con que era juzgado el elemento criollo, al igual que el aluvional, hacía que su integración al sistema productivo fuera igualmente, una tarea a realizar: como sentenciaba Sarmiento -con riguroso determinismo en su obra trunca Conflicto y Armonías de las razas en América (1883)- “indígenas, negros y españoles” se habían combinado para dar nacimiento a una “raza incapaz”. Como bien ha señalado Terán, “el positivismo argentino –como movimiento cultural de constitución de la nación- actuó en ambos registros, comprendiendo de hecho que no existe primero una fuerza de trabajo flotante necesariamente fijable a la producción si de manera paralela no se ha dominado a los actores económicos dentro de un determinado campo de opciones políticas y culturales.” (Terán, 1987:18). Considero que será precisamente en el marco de esas opciones, que el tema de la vagancia, el delito y la locura serán en primera instancia patologizados e interpretados desde la ausencia de una disciplina laboral, y, por ende, los discursos y las prácticas institucionales estarán dirigidos principalmente a solucionar este problema. Así el discurso médico, en sus versiones higienista, criminólogo o psiquiátrico, generó y ofreció una lectura de lo social en donde la temática del trabajo ocupará un lugar central tanto para la identificación de los conflictos como para las estrategias destinadas a superarlo.

acción, dirigidos por cerebros ilustrados y serenos, capaces de conciliar la estabilidad de lo bueno existente con las ineludibles necesidades de lo mejor por venir.” (Ingenieros, 1906:188).

Pero antes de adentrarnos en este punto y de presentar lo que será mi perspectiva de abordaje, sería preciso establecer cierta conceptualización del trabajo en sí mismo. En tal sentido, dicha conceptualización se apoya en la premisa de que el trabajo en las sociedades industriales, o en proceso de industrialización como la Argentina de comienzos de siglo, constituyó un hecho fundamental, en cuanto a que son sociedades “basadas en el trabajo” como analiza Dominique Méda en un estudio reciente. De manera que, además de constituir un factor de la producción, es decir, de la riqueza como lo había visualizado el siglo XVIII, el trabajo será concebido también como la esencia del hombre, “desde entonces el trabajo se percibe como contribución al progreso de la humanidad y como el fundamento del vínculo social. Puesto que el trabajo encauza la contribución individual al progreso de la sociedad, finalmente, también es concebido como fuente del desenvolvimiento y del equilibrio de la persona.” (Méda, 1998:94)

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Este lugar fundamental del trabajo puede ser perfectamente aplicado a la concepción dominante en nuestra sociedad en el período que venimos analizando, en donde puede inferirse que el valor positivo que se asociaba al mismo en los distintos discursos, implicaba un lugar estructural, cuyo significado era al mismo tiempo, económico (de productividad); de virtud ciudadana lo que lo colocaba como centro del vínculo social noción que implicaba un sentimiento contractual de pertenencia y contribución social-, y finalmente de progreso económico y social que sintetiza los otros dos conceptos al subsumirlos en la razón Moderna de destino, telos o devenir de la humanidad. Presentados en forma abstracta estos elementos, puede afirmarse que estuvieron presentes en todo el espectro ideológico, incluidos los extremos conservador y anarquista, más allá de las distinciones que puedan establecerse sobre los fundamentos de esa valoración entre uno y otro. Establecido en líneas muy generales los principios que sustentan la centralidad del trabajo en la sociedad, y en el marco del contexto social antes señalado, me propongo en adelante, relacionar ciertos discursos, principalmente médicos, acerca del trabajo que fueron imbrincándose de alguna manera para conformar otros en orden a establecer finalmente, cómo el trabajo en los enfermos mentales o la construcción de colonias agrícolas, se convirtieron en la terapéutica fundamental y en el modelo asistencial privilegiado para solucionar los problemas vinculados a la asistencia de los enfermos mentales, respectivamente. Si bien no pretendo realizar un recorrido genealógico del discurso, sí me serviré de uno de los procedimientos internos del mismo que hacen a 7

su distribución y circulación, y que Michel Foucault ha denominado el comentario ; como aquella propiedad del discurso que permite construir nuevos discursos, pero siempre como proposiciones que se inscriben en un mismo horizonte teórico. Repasar algunos de estos discursos, ver cómo circulan, se distribuyen y sobre todo, se repiten en instancias y contextos diferentes, nos permitirá inscribir el discurso psiquiátrico desde la perspectiva de la terapéutica por el trabajo, dentro de una trama más amplia de discursividades dominantes en la época. Si la repetición marca efectivamente un síntoma, será imperioso indagar qué es lo que, en rigor, se repite.

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El trabajo como categoría antropológica será compartido por tres grandes corrientes de pensamiento del siglo XIX-XX; el cristianismo, el marxismo y el humanismo; aunque con importantes distinciones, interesa remarcar la centralidad que tiene el trabajo como categoría “esencial” del hombre y de la sociedad industrial.

Medicina, higienismo, criminología. En cuanto a la Medicina como disciplina, se asiste hacia finales de siglo a una profesionalización del campo médico en la que incidió un grupo de jóvenes médicos que, imbuidos de los importantes avances de la fisiología y la química, iban a aportar por otro lado, una interpretación fundamental en cuanto a los problemas vinculados a la cuestión social. Dicho proceso de profesionalización va ir acompañando de una paulatina inserción de los médicos como funcionarios 8

del Estado , lo que implicaba un reconocimiento de la disciplina como una tarea Nacional al tiempo que se dotaba de legitimidad social a su accionar. En efecto, será a partir de la disciplina médica “como se organiza una interpretación de lo social únicamente posible por la simultánea concepción de la sociedad como un organismo y de la crisis como una enfermedad, todo ello acompañado por una fuerte presión de la fracción médica dentro del campo intelectual por capturar el derecho habilitante para emitir mensajes vinculados con la política.” (Terán, 1987:16). Será a partir de la labor realizada desde la Higiene Pública, en su primer período de acción (Ramos Mejía, Rawson, Wilde, Coni), y en la orientación de sus propuestas hacia el control del medio, la salubridad, y la transmisibilidad de las enfermedades contagiosas como un saneamiento necesario para pertenecer a un mundo civilizado; lo que constituya la pieza clave en este proceso que liga Medicina y Nación. El valor de la salud se va construyendo así en torno a un discurso que reclama legitimidad “científica” y social -por su proyección como condición necesaria para un progreso económico y social-: Como expresaba Guillermo Rawson (1953: 112) “también con la higiene de los pueblos se consigue la economía y se labra la riqueza”. Por esta razón, la proyección de la mirada higienista sobre la insalubridad y la miseria llevará a conectarla con la ignorancia, la inmoralidad y los vicios en una idea que irá asociando la salud física con la moral; lectura que en definitiva contribuyó también a distinguir en la población de los sectores populares, las distintas formas que presentaba la ociosidad, entre las cuales, pronto quedará comprendida la locura. Al mismo tiempo, el trabajo como actividad, pudo ser mejor valorado por los aportes de la medicina, más específicamente, de la fisiología la que señalaba en el trabajo un sinónimo de salud. Efectivamente, los estudios realizados sobre la fuerza muscular, el consumo de energías y la combustión de sustancias producidas durante el ejercicio; recomendaban al trabajo como “un estimulante admirable, para la salud de la psique y del cuerpo, en todas las edades y en todas las condiciones.” (Araujo Leal, 1902:416). Lo interesante es que estos argumentos científicos pronto se extendieron –y sirvieron de basamento- a una valoración moral, toda vez que será esgrimido como lo opuesto a la ociosidad. Por ejemplo, Bialet Massé, un jurista conocedor e incluso crítico de las condiciones laborales imperantes

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“El comentario conjura el azar del discurso al tenerlo en cuenta: permite decir otra cosa aparte del texto mismo, pero con la condición de que sea ese mismo texto el que se diga, y en cierta forma, el que se realice.” (Foucault, 1992: 24). 8 Sobre este proceso en su etapa temprana, en la segunda mitad del siglo XIX, Ricardo González Leandri ha analizado cuánto dependió la profesión médica de la legitimación estatal: “Ligando en forma creciente sus destinos a los del Estado, la elite de médicos diplomados –tanto por vocación de algunos de sus miembros como por la necesidad de muchos otros – ayudó mediante negociaciones y conflictos a la creación y consolidación de instituciones públicas y a darles también una particular fisonomía a la vez que con ello va paralelamente consolidándose a sí misma.” (González Leandri, 1996:27).

en todo el país, en un discurso dirigido a los obreros ferroviarios de Rosario –quienes estaban descontentos con la excesiva jornada laboral- les decía lo siguiente, “...Yo voy á hablaros de deberes, lo que aunque os choque al principio, pronto veréis que su cumplimiento conduce al éxito seguro de obtener del trabajo el mayor rendimiento posible; á reducir las horas del trabajo á los que la fisiología demuestra ser convenientes, y aún necesarias para la salud y el desarrollo humano; y digo necesarias, porque las ciencias demuestran que entre el trabajo excesivo y la ociosidad, ésta es más perniciosa á la salud material y moral del obrero que aquél”. (Bialet Massé, 1903:4). Otro de los registros que tuvieron una fuerte incidencia en la percepción médica de la cuestión social y, especialmente, en la percepción de la delincuencia y la locura, como fenómenos relacionados a la falta de una disciplina laboral, fueron las ideas surgidas desde la naciente Criminología. Como es sabido, el pensamiento de Lombroso como así también el del sociólogo Ferri y el jurista Garófalo, tuvieron una gran difusión y repercusión tanto en Europa como en América, con una adecuación de sus principios que en cada país tuvo resonancias propias. En el nuestro, José Ingenieros fue sin duda la figura más representativa de este movimiento: por haber sintetizado las principales concepciones de la Escuela Italiana y las críticas de la vertiente francesa; por constituirse en un importante transmisor de su pensamiento a partir de prestigiosas revistas científicas

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nacionales y extranjeras-; por su labor a cargo del Instituto de Criminología y finalmente, por las reformas introducidas en la Penitenciaría Nacional. En el primer número de Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría (1902) –una de las revistas más prestigiosas que circula en la época, y que él dirige- publica un artículo en donde expone didácticamente una síntesis de aquéllas corrientes que influirán en su pensamiento y que contribuirán hacia una comprensión integral de la criminología, la psiquiatría y la sociología. Allí, una de las primeras relaciones que establece en su concepción criminológica es aquella que tiende a la identificación de delito y locura, toda vez que, como él afirma, sin un substratum de anormalidad psíquica –permanente, transitoria o simplemente fugaz- no puede haber delito.” (Ingenieros, 1902: 7). La etiología de ese substratum

obedecería a una combinación

indispensable de factores biológicos, psicológicos y sociales; los que según su preponderancia, lo llevará a establecer una clasificación de los delincuentes de acuerdo al predominio, en un extremo u otro, de factores fisio-psíquicos (endógenos) o sociales (exógenos): “Allá tenemos al sujeto orgánicamente predispuesto al delito: al loco moral ó delincuente nato, al delincuente loco, al impulsivo sin inhibición; aquí tenemos al delincuente ocasional, al hambriento, al ebrio, al emocionado.” (Ingenieros, 1902: 6). De allí que enfatizara permanentemente en el hecho de que un verdadero estudio de los delincuentes debía ser específico (individual) es decir, debía centrarse en el estudio de las anormalidades de su funcionamiento psicológico (psicopatología). Pero más allá de las implicancias sociales –y prácticas- que una identificación tan cercana entre locura y delito pudo producir, lo aquí interesa destacar es que tanto las propuestas como las prácticas institucionales de los criminólogos argentinos estuvieron orientadas hacia una problemática central, la internalización de una disciplina laboral cuyo destinatario predilecto era la numerosa población inmigrante –no olvidemos la gravitación de las teorías eugénicas- que no lograba adaptarse a las reglas del mercado laboral. (Cfr. Salvatore, 1992). En ellos –y según esta

perspectiva- la falta de una “ética del trabajo” por un lado, hacía peligrar la estabilidad del orden económico establecido y por el otro, conectaba a quienes carecían de ella al mundo de la “mala vida”, la vagancia, el crimen. Puede decirse –en líneas generales- que en la lectura “científica” de los criminólogos positivistas, la inadaptación o el rechazo a las condiciones de trabajo aparecía como un síntoma de la delincuencia, relación que era corroborada por otra parte, en las estadísticas en donde se señalaba un incremento de la misma. Por esta razón el trabajo carcelario era el único remedio capaz de rehabilitar al reo de su conducta antisocial. “No se concibe en la actualidad, decía Ingenieros, un establecimiento penitenciario en el cual no se procure reformar al delincuente y darle hábitos de trabajo que preparen o faciliten su readaptación social. A ello tiende la organización del trabajo carcelario; desde este punto de vista la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires ha igualado a sus congéneres norteamericanas, gracias al progresista esfuerzo de Antonio Ballvé.” (Ingenieros, 1953:235). Pero no sólo la delincuencia sino también la mendicidad y la vagancia fueron identificadas con una “anormalidad psíquica”, tal como se desprende de un informe presentado por el cónsul argentino en Bélgica, Belisario Montero, en el que describe a los sujetos “que no tienen la voluntad del trabajo”:

“...se compone de los débiles y de los enfermos, del punto de vista moral de los individuos sin energía y sin voluntad, de los intelectualmente desequilibrados, y de todos los anormales que hacen la vida de zánganos y mendigos. Esta categoría forma un grupo permanente en las sociedades modernas, distinto de la clase obrera propiamente dicha, pero proveniente de ella en su mayor parte.” (Montero, 1902:649)9 De esta manera el trabajo se constituía en el instrumento regenerador y rehabilitador por 10

excelencia al interior de la prisión, colonias agrícolas o reformatorios.

Pero fueron en las reformas

introducidas en la Penitenciaría Nacional en el período 1900-1920 donde funcionaba el Instituto de Criminología –verdadero laboratorio de observación psicopatológica de delincuentes- donde mejor se llevaron a la práctica estas propuestas. 9

Como solución, Montero propone la creación de una Colonia Agrícola Obrera como la existente en Haeren (Bélgica) la cual describe minuciosamente en su informe sobre la mendicidad presentado al Ministro de Relaciones Exteriores. 10 Siguiendo los postulados del Congreso Internacional de París (1895) y el de Washington (1911) sobre el sistema carcelario; Ingenieros propone para la readaptación de los “vagos y mendigos profesionales” -categoría diferente de los delincuentes-, la construcción de Casas de Trabajo (Workhause), establecimientos en donde “se acordará importancia particular a la enseñanza agrícola e industrial; y el período de detención debe ser suficientemente largo para producir un efecto de intimidación y asegurar un aprendizaje eficaz.” (Ingenieros, 1953: 230- 235). Y si bien, no se destinaron recursos a estos establecimientos especiales, puede decirse que muchos vagos y mendigos fueron finalmente encerrados en otras instituciones, carcelarias o manicomiales; pero lo cierto es que en las instituciones carcelarias el trabajo constituía el elemento clave en la rehabilitación: En efecto, la organización de numerosos talleres se encontraba, según Ricardo Salvatore, no sólo en el Penitenciaría Nacional, sino también, en el Asilo Correccional de Mujeres, en la Colonia Agrícola de Marcos Paz (de menores condenados) en la Prisión de Caseros a partir de 1915, un poco más tarde en las Cárceles de Sierra Chica, Córdoba, Rosario y San Luis. A los establecimientos nombrados deberíamos agregar la creación en 1922

El campo psiquiátrico Hacia el último tercio del siglo XIX, en nuestro país, comienza a producirse

lo que

Foucault denominaría el proceso de “objetivación” de la locura en el interior del espacio manicomial. Este proceso va a provocar, en su acción interactuante, algunas implicancias fundamentales: va a erigir la “locura” como objeto de estudio;

al manicomio como institución especializada para su

tratamiento; va a prefigurar una particular relación entre sus protagonistas fundamentales -los médicos y los pacientes-; y finalmente va a legitimar socialmente a los primeros como especialistas y a los segundos como sujetos diferenciados dentro del orden social. En este período la figura destacable fue la del Dr. Lucio Meléndez, director del Hospicio de las Mercedes (1876-1892), a quien se reconoce como el primer receptor e introductor de las ideas pinelianas, sobre todo, de aquellas concepciones relativas al régimen interno y de gobierno de los 11

manicomios. Si interesa, en este trabajo, referenciar algunos aspectos del influjo de Philippe Pinel

en la primera etapa de la conformación del campo psiquiátrico en nuestro país, es sólo con el objeto de señalar aquellos que tendrán efectos perdurables tanto en el discurso médico como en la práctica, aún cuando las concepciones psiquiátricas reconozcan también otras referencias y otros tutelajes. El carácter psicológico-constitutivo otorgado por Pinel a la locura orientó su método hacia la observación, la descripción y el análisis de los síntomas psíquicos, intervención que fue posibilitada esencialmente por la previa ubicación de los locos en el manicomio. Sin duda, la idea central de la teoría de Pinel se sustenta en la estructura causal de la locura: Si la etiología de la locura, como él interpreta, responde a una perturbación de la voluntad que impide al individuo controlar los accesos de furia o una exagerada pasividad, esta causalidad –moral- reside en el interior del individuo, pero, al mismo tiempo, él considera que aún en ese sujeto enfermo, reside una estructura moral o racional que es necesario reconstruir desde fuera. Es esencialmente en esta concepción de la locura donde se asienta entonces, la fundamentación del Tratamiento Moral. Este tratamiento consiste básicamente en la introducción de un orden moral y un régimen disciplinario de convivencia en el interior de la institución a los efectos de ser internalizado en aquel resabio de moral incontaminada que existe en todo enfermo. Ese orden y disciplina deben ser promovidos principalmente por la figura del médico director, quien asume en ese rol, las representaciones todas de la conducción de la moral burguesa: será padre,

juez,

gobernador, al mismo tiempo. En el influjo de autoridad que el médico ejerce en todo el espacio institucional y sobre la conducta del loco en particular, se depositan las esperanzas de equilibrio y restablecimiento de la razón extraviada. El tratamiento se sustenta en un programa pedagógico que recurre tanto a la

del “Asilo Colonia Regional para Menores Abandonados y Delincuentes” en Olivera, Provincia de Buenos Aires por la Honorable Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Regionales. 11 Philippe Pinel (1747-1826) ha sido considerado por los historiadores tradicionales de la psiquiatría como el fundador de la disciplina, al reconocérsele como el autor del “acto fundador” de la misma: la “liberación de los locos” en Bicêtre. Para algunos este reconocimiento sólo puede explicarse en el hecho de que su actuación tuvo lugar durante la Revolución Francesa, a la cual estuvo ligado políticamente. Comenzó su carrera hospitalaria como director de Bicêtre en 1793 y luego la continuó en la Salpêtrièr, los dos mayores establecimientos del Hospital General de París; en donde llevó a cabo su reforma psiquiátrica.

comprensión como al castigo físico, y se sostiene en la asimilación del loco a un niño que debe ser 12

reeducado en los hábitos y costumbres de la convivencia social.

En este programa pedagógico-moralizador, el trabajo ocupará un lugar preponderante por varias razones que harán de él una práctica que se continúa implementando en la actualidad, con argumentos no muy distante de aquellos que le dieron nacimiento. Desde una perspectiva terapéutica, el trabajo metódico, regular, tiene la virtud de orientar o canalizar tanto las pulsiones, la energía descontrolada de los enfermos, como la completa indiferencia o abulia, hacia una actividad físico-muscular que, al mismo tiempo, -y allí reside su preferencia respecto de otras actividades físicas- conecta esa energía en una actividad socialmente valorada. A través de la disciplina laboral, se propone reeducar al paciente en las normas de la economía burguesa, como expresa Klaus Dörner (1974:197), en el valor de la propiedad, porque los pacientes aprenden a alimentarse a sí mismos y a la casa; en la división del trabajo, dado la multiplicidad de tareas que pueden desarrollar; y en la emulación, toda vez que el grado de curación se medirá por el resultado obtenido en el trabajo. Sin embargo, en los primeros alienistas franceses, como en su primer receptor entre nosotros, Meléndez, el trabajo carece aún de un valor preponderantemente productivo, sino que está más bien orientado en el sentido de una regla moral, como queda establecido: de orden en el establecimiento y de interiorización de las reglas laborales existentes en la sociedad. Esta escasa incidencia de una idea de productividad o de mantenimiento de la institución, debe conectarse con la creencia en la naciente psiquiatría de la posibilidad de cura de las enfermedades mentales, es decir, 13

con un pronóstico optimista de recuperación y de reinserción social de los enfermos.

Si bien Meléndez organiza en el Hospicio de las Mercedes distintos talleres de producción artesanal, 14

dicha organización laboral no será comparable con la dimensión que su discípulo Domingo Cabred

le otorgará en los asilos colonia; en todo caso, la puesta en marcha de esos talleres parece relacionarse con una comprensión exclusivamente moral de la locura y de su tratamiento, y, en este 12

Esta asimilación del loco a un niño -que realiza tanto Pinel como su discípulo Esquirol- va a justificar no sólo el empleo de un tratamiento pedagógico sino también, a reclamar una relación tutelar de la locura. Por otra parte, esta asimilación no va a resultar extraña entre nuestros psiquiatras ya que el mismo Ramos Mejía la venía señalando, aunque por otra vertiente del pensamiento francés (Le Bon), en su concepción médico-psicológica del inmigrante recién llegado a la Argentina. Ese sujeto que describe en la “Psicología del Inmigrante” como de “cerebro lento” y “miope en la agudeza psíquica” que “se divierte como un niño, porque lo es; aunque adulto por los años,...” Esta idea del inmigrante-niño va a fundamentar, como se sabe, la confianza de Ramos Mejía en un gran proyecto regenerador y moralizante de las masas a través de la educación; proyecto que posteriormente depositará en la Escuela, aunque no exclusivamente en ella, como la institución más segura para llevarlo acabo. (Ramos Mejía, 1994:180). 13 Cuando dominen las concepciones organicistas sobre la enfermedad mental, en la psiquiatría europea, el pronóstico de cura será más bien pesimista, y con ello el concepto de “cronicidad” quedará bastante ligado al de enfermedad mental. Surgirá así el problema de los enfermos “crónicos” que vivirán de por vida en la institución, en donde la terapéutica por el trabajo se continuará implementando, aunque con otros sentidos, entre ellos, el mantenimiento de la institución. Si bien en nuestro país se incorporan en un corto período de tiempo las concepciones pinelianas y las organicistas, que también están presentes en Meléndez; el problema de la “cronicidad” será mejor visualizado hacia fines de siglo, y estará planteado en las reformas del sistema asistencial que emprenderá Domingo Cabred con la construcción de los Asilos –Colonia. 14 El Dr. Domingo Cabred fue titular de la cátedra de Clínica Psiquiátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires desde 1893, y director del Hospicio de las Mercedes (1893-1916) –sustituyendo en ambos cargos a Meléndez-; como así también, fue director de la “Colonia Nacional de Alienados en Open Door” en Luján (Pcia. de Buenos Aires) desde su habilitación en 1901.

sentido, con una proyección simbólica, en donde el papel central adjudicado al trabajo descansa sobre los valores que para el discurso médico se continúan, sin fisuras, con los de la sociedad en su conjunto respecto a los sujetos que previamente han sido anatematizados. El trabajo y la colonia agrícola El tema del trabajo en la colonia agrícola es un tópico que en la Argentina de entre siglos reconoce varias aristas que, de alguna manera, confluirán para hacer de él una propuesta recurrente tal vez más en el plano teórico que en los recursos destinados en la práctica para implementarlo. Sin entrar en un análisis de esto último, cabría no obstante señalar la insistente preocupación desde el Estado -a través de los recursos obtenidos principalmente por la beneficencia pública-, por asistir a una categoría de personas en donde la “beneficencia” debiera ser ejercida no como un premio a la ociosidad sino como una propuesta regeneradora a través de la actividad laboral. No es casual que en este período el problema de la simulación, que ocupa tanto a Ramos Mejía como a Ingenieros, se proponga desenmascarar, por así decir, los auténticos pobres y enfermos para ser los destinatarios legítimos de una beneficencia cuyo espíritu altruista no debiera ser burlado por aquellos que reniegan del trabajo. Para ello, obviamente el médico será el encargado de detectar, dentro del sub-mundo de la mendicidad, a los auténticos enfermos incapaces o con dificultades para trabajar

de aquellos que simulan estarlo para recibir con astucia lo que podrían

ganarse por sus propios esfuerzos. Pero aun en las instituciones de beneficencia o las instituciones carcelarias, se debiera al mismo tiempo, reeducar en el trabajo y no simplemente recoger a estas poblaciones para dejarlas sumidas en el “parasitismo” del cual fueron extraídas. En La simulación en la lucha por la vida Ingenieros alertaba sobre los peligros de una acción estatal benéfica mal emprendida: “No discutiremos las desventajas que el incremento de la solidaridad social puede tener para la selección humana; mientras multitudes laboriosas y fecundas carecen de lo necesario, duele ver que los manicomios, las cárceles y los asilos entretienen la cómoda holgazanería de seres improductivos, cuando no perjudiciales. Es el eterno problema de la lucha contra el parasitismo social de los degenerados, frente al de la justa protección a las clases trabajadoras; un cultor de la frase podría decir que se degenera a las masas en la miseria, para darse el lujo de mantenerlas en ocioso parasitismo.” Para concluir diciendo; “En suma, sea como fuera, la terapéutica de las simulaciones usadas para explotar la filantropía debe convertirse en profilaxia; si el mal tiene hondas raíces sociales, es necesario llevar a cabo una serie de reformas, que hagan del trabajo un agradable deber para todos y no como es hoy un yugo penoso para algunos.”(Ingenieros, 1954:130-142). En el marco de este pensamiento que valoriza al trabajo como esencia del hombre, como síntoma de salud y finalmente como terapéutica moralizadora; la colonia agrícola se propone como el modelo ideal en donde llevar a cabo la asistencia de los que por diversos motivos “han perdido el amor al trabajo” (vagos y delincuentes) o no han podido mantener los lazos que lo unían a él (locos). Naturalmente, este modelo viene garantizado por las experiencias europeas que lo vienen sosteniendo principalmente en los Países Bajos y más tarde en Francia y Gran Bretaña. De allí las recomendaciones de Belisario Montero -cónsul en Bélgica- de instaurar el modelo colonial belga en nuestro país como respuesta a la mendicidad callejera. Pero no será el único promotor. Cuando en el Parlamento Nacional se debata la construcción de Asilos y Hospitales Regionales en el interior del país, varios diputados y senadores demostrarán estar al tanto de los beneficios que el

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modelo colonial puede aportar como solución a los problemas asistenciales.

Así entre sus

oficiantes, el diputado Alvarez propondrá la construcción de colonias rurales para niños idiotas, para la “mendicidad profesional o ambulante”, “...crear colonias agrícolas en la forma en que se hallan establecidas en otros países, como un medio de eliminar de nuestros municipios, arrancando de la inutilidad elementos que regenerados puedan ser miembros activos y útiles; mientras que abandonados á sus costumbres delictuosas y á sus hábitos de ociosidad, serán siempre un perpetuo peligro para la sociedad en la cual viven, puesto que según los anales policiales el 70% van á poblar las prisiones y celdas de las cárceles y un 20% llega hasta el asesinato.” (Alvarez, 1906:417). La referencia a la nocividad del medio urbano, visión a la que contribuyeron los médicos higienistas al señalarlo como un espacio insalubre, promiscuo y pernicioso para la salud, será contrastada con una imagen casi idílica de la colonia agrícola en donde ésta será presentada como la antítesis exacta de aquél. En un momento en que la influencia del medio se considera condicionante para la propagación de enfermedades será igualmente predisponente para el restablecimiento de la salud como así también de los valores que se pretenden infundir. En este sentido, en Ramos Mejía puede advertirse una confianza extrema en las potencialidades pedagógicas de nuestro medio rural para inducir al trabajo a los inmigrantes: “...su espíritu, [decía] sólo ha comenzado a vivir cuando sus alas, en despliegues sonoros de pájaro que recibe la fresca bendición del agua de lluvia en una tarde estival, ha sentido la influencia fogosa y estimulante de esta luz y de este cielo

fuertemente

perfumado por la libertad y el trabajo.” (Ramos Mejía, 1994:180). Si la colonia agrícola va a representar un paradigma, su fácil aceptación entre nosotros debe, a mi entender, atribuirse más que a cierta filiación romántica como sugiere Vezzetti (1991:61) –que en Europa sí reconoce una clara influencia- dentro del contexto que, por entonces, marcaba el modelo económico (agroexportador) al cual el país, desde el último tercio de siglo, venía impulsando con exitosa rentabilidad: la colonia agrícola, como unidad productiva, constituía el élan o la imagen donde mejor se reflejaba el progreso económico argentino.

Los asilos colonia como modelo asistencial En el caso del Asilo-Colonia para la atención de los enfermos mentales aún resta articular algunos elementos que incidirán decididamente en su implementación. Uno de ellos está relacionado con la gestión de la enfermedad mental en Europa a partir de la influencia de las concepciones organicistas, de donde el alienista Domingo Cabred va a imitar y promover la instauración de este modelo asistencial entre nosotros. Con el propósito de esclarecer mínimamente las implicancias de esta concepción, especificaría lo siguiente: al promediar el siglo XIX, ciertos hallazgos anatómicos avalaban una intelección somática de la

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Me refiero a los debates previos a la promulgación de la ley 4953 de la Lotería de Beneficencia Nacional (1906) de donde surgieron los fondos para la construcción de Asilos, Colonias y Hospitales Regionales, entre ellos, el “Asilo-Colonia Regional Mixto de Alienados en Oliva”, Provincia de Córdoba. Pero debe aclararse que en el año 1897 se debatió en el Congreso Nacional la construcción del 1º Asilo Colonia en Open Door en Luján (“Colonia Nacional de Alienados en Open Door”) destinado a la atención de enfermos mentales varones: Cámara de Diputados sesiones ordinarias del 28/7 y 13/9de 1897 y Cámara de Senadores sesión ordinaria del 25/9 de 1897; en donde se realizó el primer debate público y oficial del sistema de atención colonial.

enfermedad mental desplazando las causas morales o la psicogénesis (Pinel) a un lugar de menor influencia. El descubrimiento de una lesión orgánica en la parálisis general progresiva, enfermedad que presentaba cuadros de delirio y de demencia, será el hallazgo fundamental que incidirá en el concepto de demencia tenga una lesión orgánica reconocida o no. Si la demencia quedará atrapada en esta causa orgánica pronto se asimilará su pronóstico como irreversible, es decir, será sinónimo de cronicidad e incurabilidad.16 Las consecuencias de este pensamiento somaticista que colocaba al enfermo mental en un determinismo irreversible de incurabilidad fueron principalmente, el “nihilismo terapéutico”17 y por ende, el encierro de por vida en las instituciones asilares en lo que Robert Castel denominó “la noche manicomial”.18 Otra de las consecuencias que se desprendieron y que interesa remarcar aquí, fue la crítica al manicomio tradicional que involucraba también un intenso debate sobre la conveniencia o no de asistir a los casos agudos y crónicos en un mismo establecimiento. Distintas alternativas asistenciales fueron entonces discutidas en los países europeos adquiriendo cada uno distintas modalidades,

dentro de las que se recomendó especialmente la

creación de asilos colonia, cuyo mayor grado de perfección lo encuentran los psiquiatras europeos en 19

el Asilo de Alt-Sherbitz, Alemania.

Los ecos de estos debates europeos se harán sentir en Argentina a partir de la década del 80’, cuando comience a cuestionarse por parte de los médicos, la situación crítica en que se encontraba la asistencia de los alienados en los dos manicomios porteños -el Hospicio de las Mercedes (hombres) y el Hospital Nacional de Alienadas (mujeres)20-, críticas que principalmente estaban dirigidas a las siguientes cuestiones: En primer lugar, el hacinamiento observado en estas instituciones, la falta de camas y de higiene, hacía imposible pensar que se tratara de un “medio” terapéutico. En segundo lugar, la arquitectura cerrada de estas construcciones comienza a ser visualizada como una prisión antes que un hospital y esa imagen perjudicará no sólo al enfermo en su recuperación de la salud sino también a la naciente psiquiatría que desde luego no quiere verse asimilada en su propio espacio de acción, a una concepción represiva sino antes bien, científica, pero por sobre todas las cosas, humanitaria.21

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“Se pasa así de una sintomatología [Pinel] como simple proceso descriptivo, a una semiología por la cual la enfermedad adquiere a la vez un sentido subyacente en sus manifestaciones externas y un potencial evolutivo. Con la teoría de la degeneración se da un paso más, de la semiología a la etiología, lo cual trae consigo una consecuencia inmediata: si se saben o se intuyen las causas de la locura o lo que es más trascendental, si se pueden diagnosticar alienaciones en potencia –mediante la identificación de las causas degeneratrices (herencia, intoxicaciones, enfermedades congénitas o adquiridas...), los médicos y la sociedad, podrán poner los medios adecuados para evitarla o prevenirla.” (Alvarez; Huertas; Peset, 1993: 48-49). 17 El “nihilismo terapéutico” es una calificación utilizada tal vez primeramente por Dörner y usada frecuentemente entre los historiadores de la psiquiatría, para designar la carencia de recursos tecnológicos y terapéuticos para tratar la enfermedad mental una vez que el organicismo hubo sentenciado la localización cerebral de la patología mental. Con la teoría de la degeneración, el determinismo jugó un papel fundamental en el pronóstico evolutivo de la enfermedad para la cual las terapéuticas existentes del período anterior (psicogenético), se revelaron, de alguna manera, irrelevantes para la recuperación. 18 Para la reconstrucción de las principales ideas psiquiátricas europeas, he seguido especialmente los siguientes trabajos: (Castel, 1980); (Espinosa Iborra, 1986); (Dörner, Klaus, 1974) y (Bercherie, 1993). 19 El Congreso Internacional de París en 1889, fijaba los siguientes principios: “1) Deben crearse colonias agrícolas para alienados, en todos los países, siempre que sea posible; 2) Las colonias deben estar inmediatas a los asilos y no lejos de ellos.” (Da Rocha, 1902:130). 20 El Hospicio de las Mercedes perteneció a la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires hasta el año 1904 en que pasó a depender del gobierno Nacional; el Hospital Nacional de Alienadas en cambio, dependió de la Sociedad de Damas de Beneficencia de la Capital. 21 Al respecto un médico practicante en el Hospicio de la Mercedes, relataba así su experiencia en el nosocomio: “... recuerdo perfectamente la impresión poco grata que me causó cuando por primera

Finalmente,

en

un

espacio

hacinado

y

cerrado

no

podrán

desarrollarse

convenientemente los postulados de la psiquiatría europea que aconsejaban, luego del debate al que hacía referencia, el tratamiento en libertad (open door), la ausencia de métodos de contención física (non restrain), el tratamiento en cama (clinoterapia) y la terapéutica por el trabajo que, como observaba el alienista Paul Sérieux, “en todos los asilos extranjeros que hemos visitado –sobretodo en los asilos colonia- la proporción de enfermos trabajadores es considerable. Por todas partes se le destina una importancia capital al trabajo y, en primera línea, al trabajo agrícola. Hemos visto en diversos asilos-colonia sujetos antes inertes, estúpidos considerados como completamente dementes e incapaces de ser ocupados, o aún como muy peligrosos, que el trabajo al aire libre los ha literalmente transformado.” (Sérieux,1903: 619)

22

El Dr. Cabred, que seguirá de cerca los debates y propuestas de la psiquiatría europea, planteará al gobierno Nacional –ya como funcionario del mismo- la construcción de Asilos Colonia en Open Door en el interior del país, desde el convencimiento de que es el modelo asistencial en donde mejor llevar a la práctica los postulados de la moderna psiquiatría arriba mencionados. La importancia capital adjudicada a la terapéutica por el trabajo en Europa pronto se hizo sentir en los psiquiatras argentinos quienes la esgrimieron como una de las razones fundamentales tanto para la crítica de los establecimientos existentes como para la creación de asilos colonias; argumentando, en el orden terapéutico, las ventajas de que el trabajo pudiera realizarse ya no sólo en pequeños talleres sino preferentemente en las tareas agrícolas, las que por realizarse al aire libre, ofrecerían higiénicas esperanzas de curación en algunos casos o de estabilidad al menos en los casos crónicos. “Para nosotros se recomienda, [decía un discípulo del Dr. Cabred y médico interno del Hospicio de las Mercedes] la fundación de colonias agrícolas é industriales, primando sobretodo los motivos el que los alienados sean entregados á una actividad constante y substraídos así á los perniciosos efectos de la inercia en que hasta ahora lastimosamente viven, y que se presta muchísimo [...]en fabricar crónicos.” (De Frankenberg, 1898:55-56). El tema de la cronicidad, conforme influyeron aquí las ideas biológico-organicistas, involucraba un problema que se sumaba a la ya creciente demanda de atención de los enfermos mentales, la que aumentaba en relación al crecimiento de la población inmigrante en el país: ¿Dónde y cómo atender a un número importante de alienados a los que la ciencia intuía un pronóstico tan sombrío de curación y reinserción social? En un proyecto de creación de dos Asilos Colonia en el interior de la República, que propone a instancias del Dr.Cabred, Jerónimo del Barco, médico y diputado nacional; se evidencia a mi entender, la respuesta a esta problemática. “Tenemos, pues, alrededor de setecientos locos en las provincias del interior y otros tantos en las provincias del litoral, completamente abandonados, que estamos obligados á atender. Son fuerzas utilizables, que en una colonia pueden prestar servicios importantísimos á la economía nacional y muchos de ellos pueden curarse.” (Del Barco, 1905:9)23

vez tuve oportunidad de recorrerlo en toda su extensión, encontrarme sólo entre sus claustros, cercados de muros por doquier, creí efectivamente que eso no era una casa de salud sino una cárcel, y es imposible que los enfermos se habitúen á él, que puedan estar contentos de su triste situación.” (Scarano,1902: 36). 22 Aunque los cuestionamientos al asilo cerrado comenzaran en Europa al promediar los años 60´ (1860), con discusiones en la “Societé médico-psychologique”; fueron los trabajos de Paul Sérieux, amigo del Dr.Cabred, los que indujeron la emergencia de las más importantes corrientes críticas a comienzos del 1900 en Francia, donde Sérieux era médico en jefe de los Asilos de Alienados del Sena. Traducción mía. 23 Del Barco proponía en dicho proyecto –aconsejado por Cabred- la creación de un Asilo-Colonia en Córdoba y otro en Santa Fe. Este último fue construido recién en la década del 40 pero a instancias del gobierno de esa provincia; siendo el Asilo Colonia de Oliva el único construido por el gobierno Nacional para la atención de enfermos mentales adultos en este período.

Desde la perspectiva psiquiátrica, enfermos “completamente abandonados” significaba un estado avanzado en la “evolución” de la enfermedad, es decir, en estado de cronicidad; pero, como propone Del Barco, con la implementación a gran escala –Asilo-Colonia-, de una terapia como el trabajo, se podrá con seguridad economizar recursos al Estado y eventualmente, como se desprende de la frase, los enfermos podrán curarse. Considerando al “Asilo Colonia Regional Mixto de Alienados en Oliva”, establecimiento ubicado en el departamento Tercero Arriba de la provincia de Córdoba y habilitado en julio de 1914, puede decirse que los motivos que impulsaron su construcción obedecerían a una posible solución de los problemas señalados, al menos en tres direcciones: la primera, espacial: al ubicarse estratégicamente en el interior estaría destinado a recibir a todos los enfermos mentales del interior del país, pero también en un primer momento, serviría para descongestionar los asilos de la Capital Federal y la Colonia Nacional de Alienados de Luján, para lo cual el Asilo de Oliva contaba con unas dimensiones lo suficientemente amplias (600 ha.); la segunda, en el orden de la asistencia psiquiátrica, brindaría atención en un mismo establecimiento a enfermos agudos y crónicos, y a varones y mujeres, lo que evitaba construir establecimientos para cada uno de esta clase de enfermos; y finalmente, en el plano económico, ofrecería una solución económica –trabajo a gran escala- a la cuestión de la manutención de muchos enfermos crónicos de los que se suponía difícilmente saldrían de su espacio. En este sentido, Domingo Cabred como otros médicos que ocupan cargos políticos o son funcionarios del Estado, resaltarán permanentemente los beneficios económicos que con el aporte del trabajo de los internos se obtendrían con la implementación de los asilos colonia. A propósito expresaba “... los asilos colonia resultan más económicos en su construcción y en su funcionamiento...” “...el cultivo de la tierra , el trabajo de los talleres, , etc. etc., darán un rendimiento considerable.” (Cabred, 1908:170). Pero las razones de esta insistencia deberían mejor comprenderse dentro de la relación Estadoasistencia pública a principios de siglo. Precisamente, la expansión de la asistencia médica y social, si bien reconocida como necesaria desde el poder político, está ligada en tanto pensamiento liberal, a la idea de solidaridad24, y en este sentido, enmarcada dentro de una lógica en la que el pobre será asistido pero desde el reconocimiento propio de que no tendrá un derecho a la asistencia. Como contrapartida, siempre estará en la obligación de devolver con su trabajo, y a falta de otros recursos, la asistencia que se le brinda. Desagregaciones Recapitulando lo hasta aquí expresado, puede afirmarse que la línea que une o hará confluir la locura y el trabajo en el asilo colonia sentenciando un fuerte enunciado por demás perdurable, cual es “el trabajo es terapia”, no es homogénea en la medida en que no proviene o no está gestada en el discurso que la produce -que en este caso sería el psiquiátrico- sino que articula discursos generados en espacios y contextos diferentes, en todo caso, discursos que se repiten en distintos ordenes dentro de un mismo horizonte teórico o “clima de opinión” en la época. Recurriendo a la categoría de comentario he intentado establecer cómo se valida permanentemente el discurso sobre el trabajo, se conjura el azar de lo expresable, se expande desde diferentes puntos para legitimarse, en el sentido de que el enunciado que se comenta “dice” en su dimensión más esencial, siempre lo mismo. Por esta razón interesa poco cual es el texto fundante o el autor que lo enuncia25, interesa más bien visualizar los mecanismos de repetición que ese discurso organiza, o las instancias por donde se vehiculiza asegurando su circulación. En este sentido, he intentado reconstruir, muy sucintamente, las vías de circulación de registros de distintos campos disciplinarios (aunque cercanos) como la higiene, la criminología, la psiquiatría, con argumentos y regímenes de producción propios –aunque no los haya acentuado lo suficiente-; los que, a su vez, han estado atravesados por otro registro, no disciplinario, y que refiere al orden de lo político-asistencial. Dentro de aquella proposición, se anudan, entonces, una concepción del trabajo como categoría esencial del Hombre de la que deviene una moral productivista; una mirada médica que tiende a la identificación de los conflictos sociales con una patología y que hará de la salud corporal y psíquica un valor fundamental como condición de posibilidad para el progreso económico y social; una particular relación del Estado con la asistencia de los indigentes. Deseo enfatizar, finalmente, un aspecto de esta tarea de reconstrucción de aquella proposición psiquiátrica sobre el trabajo, y es la necesidad de atender a los regímenes de legalidad conceptual de las 24

Según Susana Belmartino, la idea que se corresponde con el pensamiento liberal de nuestros dirigentes, en cuanto a la acción en favor del indigente, es el de “solidaridad” a diferencia de la concepción cristiana de “caridad” imperante anteriormente. Efectivamente en algunos textos aparece asociada la concepción biológico organicista del positivismo con el término de solidaridad; entre ellos Ingenieros, Malbrán,además de los Socialistas. (Belmartino, et. al., 1987). 25

Por ejemplo, un texto fundante en este sentido podría ser Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones; de la misma manera un autor podría ser Pinel, que en todo caso fue quien primero expresó este enunciado.

disciplinas citadas – y desde luego de otras que aquí no han sido atendidas- tanto como a aquellos otros no disciplinarios que operan y presionan incidiendo en la explicación histórica del enunciado objeto de estudio. Fuentes éditas y Bibliografía citada

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