El triunfo de Vargas Llosa

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El triunfo de Vargas Llosa

Manuel Mora Lourido

Hoy recibe Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura. Un

acontecimiento que suscita notable interés en esta isla atlántica, donde se

le sigue y donde en más de una ocasión hemos tenido la suerte de contar

con su presencia, que ha operado como catalizador fugaz de nuestra vida cultural. El Premio Nobel que ahora recibe Vargas Llosa le ha sido, sin

duda, esquivo y es opinión mayoritaria que le llega con retraso. Cuando

pasan los años y un escritor de su categoría no recibe el Nobel, no es que

no se le dé, es que se le niega, y es por eso que el síndrome de Borges ha estado presente en la carrera de Vargas Llosa desde hace bastante tiempo. Ahora que finalmente le han otorgado el premio alegra el reconocimiento,

por más que su impacto estaba ya en cierta medida, siquiera inconscientemente, descontado. No tiene la frescura, podemos decirlo así, de cuando se lo dieron a García Márquez. “Los premios, mejor de joven”, 1

llegó a decir Vargas Llosa cuando saltó la noticia. A él le llega al final del

otoño, pero esto, por contra, tiene la ventaja de la perspectiva serena de una obra en buena parte ya hecha, aunque afortunadamente aún inconclusa, ya que el propio Vargas Llosa afirma que terminará sus días

“con la pluma en la mano”. Pero, en cualquier caso, el mejor resumen del sentir general tras la concesión del premio Nobel a Mario Vargas Llosa lo

ha hecho precisamente él mismo hace unos días, al referirse a la elección

de Ana María Matute como nuevo Premio Cervantes: "merecía haber recibido ese premio hace mucho tiempo, pero desde luego más vale tarde que nunca, y estoy seguro de que sus muchísimos lectores en el mundo se van a alegrar tanto como yo con esta noticia".

Pero hoy todo eso quedará atrás. En la ceremonia de entrega del Nobel,

Vargas Llosa, con su impecable apariencia de siempre, después de recibir el

premio de manos del rey de Suecia, se girará hacia el público para escuchar la ovación que culminará el más resonante reconocimiento público de su aportación a la literatura, la actividad que ha constituido y constituye la

pasión, y la salvación, de su vida. El hombre que en su adolescencia quería ser marino, se ha adentrado con el correr de los años en océanos literarios,

en los que, al igual que en los de verdad, para navegar con éxito hace falta no sólo vocación sino también oficio y maestría. Los que ha demostrado

Vargas Llosa. En sus travesías en barcos de papel, la ambición literaria de Mario Vargas Llosa ha sido siempre contar una historia bien contada que, para él, es aquella que “el lector no tiene la impresión de leer sino vivir”.

Eso es lo que se llega a sentir, de manera diversa, en sus obras, escritas en

una prosa que, aun variando el lenguaje creativo con el transcurso del

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tiempo, y siempre más acá, a propósito, de la exuberancia genial del

realismo mágico, busca y encuentra, con la retórica medida, una

contundente eficacia literaria. Para Vargas Llosa, los cuentos, las historias,

desde los primeros hombres, creaban una nueva vida que nos transportaba

a “un mundo donde todos los anhelos podían ser realizados y en que hombres y mujeres vivían muchas vidas y vencían a la muerte”. Libertad e inmortalidad. Valga decir, el paraíso en la otra esquina. Obviando otra

interpretación, esto es, la de que siete días son pocos y que por ello la Deidad continúa su creación por persona interpuesta, o ignorando incluso

también la posible inutilidad de buscar una razón a ello, Vargas Llosa

atribuye a este afán creador del ser humano una vocación deicida (“cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad”), lo

que no viene a ser sino una nueva variación, con matices, del “seréis como dioses”.

Coherente con lo anterior, ante el imparable avance de la especialización en el campo del conocimiento, Mario Vargas Llosa señala a la ficción como

la única en mantener “una visión totalizadora de la vida”. Algo excesivo

sin duda, pero que es reflejo de la profunda inclinación que le ha llevado, en sus palabras, a “preferir desde niño las obras construidas como un orden riguroso y simétrico, con principio y con fin, que se cierran sobre sí

mismas y dan la impresión de la soberanía y lo acabado”. Quizás en este gusto por lo total, en la atracción del absoluto -más allá del compromiso social, no ajeno a él desde Sartre, Les Temps Modernes y los años

universitarios- está la gran tentación: habiendo ya creado mundos

imaginarios, realidades inexistentes, por qué no recrear el mundo que

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tenemos, la realidad inmediata y cotidiana. Esto es, la tentación de la política. Y Vargas Llosa sucumbe. Todo ello, lógicamente, se racionaliza con otros argumentos, que son, sin duda, válidos y verdaderos, pero

insuficientes. Si en Mario Vargas Llosa no existiese antes una fuerte pulsión hacia la creación política nunca hubiera sido candidato a la presidencia del Perú.

La vorágine política lo llevó a Vargas Llosa, en muy poco tiempo, a la cima de la vida pública y, en un momento, lo dejó caer. Entonces, quizás por

primera vez, se enfrentó cara a cara con el fracaso. Un libro puede tener más o menos éxito, pero unas elecciones como a las que se presentó Mario

Vargas Llosa se ganan o se pierden. No hay término medio. Y Vargas Llosa

perdió. En estos casos el consuelo suele venir en la forma de que, en fin,

ellos se lo pierden y ahora tienes tiempo para lo que realmente te importa.

Algo similar escuchó Mario Vargas Llosa de su entorno cercano en ese momento. Pero la derrota es mejor enfrentarla de cara y no eludirla con subterfugios. Vargas Llosa así lo hizo, a su manera. Cómo afectaría todo

eso a su carrera de escritor era entonces una incógnita. Aunque entre literatura y política existen vasos comunicantes, ambas están en planos diferentes y cuando éstos se confunden una de ellas se difumina, y

generalmente esa es la literatura. Ahora, sí, se le recuperaba a Vargas Llosa para la literatura, pero ¿estaba él recuperado? El tiempo lo diría y es

evidente que lo ha dicho en todos estos años. Sin embargo, Mario Vargas Llosa, aunque dedicado a fondo a la creación literaria, no ha abandonado

su preocupación por lo público, que se ha materializado en escritos, declaraciones y actuaciones en favor de la libertad, desde una posición

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liberal, sin adjetivos, que no encaja en varios de sus postulados -aunque sí

en otros- con el pensamiento dominante en el mundo de la cultura, lo que

le ha suscitado no pocas incomprensiones, desafecciones y rechazos y ha

estado, para muchos, en el trasfondo de que el premio Nobel no le haya llegado antes.

Cuando le dieron el Premio Nobel de Literatura a Winston Churchill, la carga política era indudable. Cuando no se lo dieron a Jorge Luis Borges,

la carga política era indudable y, ahora, cuando se lo han dado a Mario

Vargas Llosa la carga política también está presente: al final se lo han

dado… a pesar de la política. Por más que la Academia Sueca le haya premiado, precisamente, “por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo”.

Por eso es un premio doblemente celebrado. Por el reconocimiento que

supone a la obra del escritor y porque en este caso, finalmente, en la lucha entre la política y la creación literaria, venció esta última y, hoy, con la

recepción por Mario Vargas Llosa del Premio Nobel de Literatura con

satisfacción asistimos, así lo creemos no pocos, al triunfo de la literatura. Ese, afortunadamente, es el triunfo de Vargas Llosa.

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