El valor de la resiliencia

El valor de la resiliencia Autora: María Isabel Martínez Pérez (Doctora en Psicología) Enseñar a los niños/as a afrontar el dolor físico y el sufrimie
Author:  Juan Roldán Silva

1 downloads 212 Views 46KB Size

Recommend Stories


La Resiliencia: desarrollar el máximo potencial
Fecha impreso: 2016-08-19 P.1/5 La Resiliencia: desarrollar el máximo potencial Ana Giorgana Octubre 2015 Salir de la adversidad: una esperanza “La

Resiliencia en el Desarrollo: La Importancia de la Primera Infancia
RESILIENCIA Resiliencia en el Desarrollo: La Importancia de la Primera Infancia Ann S. Masten, PhD, Abigail H. Gewirtz, PhD University of Minnesota,

Estructuras adaptables al cambio. El control humano de la resiliencia
04/06/2013 Estructurasadaptablesalcambio.Elcontrol humanodelaresiliencia. AntonioGómezSal.UniversidaddeAlcalá Impactos,vulnerabilid

El valor de la GRATITUD
El valor de la GRATITUD Gratitud (Del lat. gratitudo). f. Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o a querido ha

Story Transcript

El valor de la resiliencia Autora: María Isabel Martínez Pérez (Doctora en Psicología) Enseñar a los niños/as a afrontar el dolor físico y el sufrimiento Vivir una vida plena y satisfactoria no sólo es nuestra responsabilidad, en cuanto que seres vivos, sino que es nuestra mejor inversión para el futuro, desde el mismísimo próximo instante. Y puesto que inversión, es un legado para nuestros hijos, nuestra sociedad, nuestro tiempo en suma. Vivir una vida plena supone, como punto de partida, mirar con una actitud alegre y positiva, encarar las circunstancias con optimismo, rodearse de buenas energías vitales para afrontar las dificultades, los cambios, las crisis propias de la evolución de la persona. Hemos de aprender y enseñar una actitud de “normalidad” ante los acontecimientos de la vida; y no me refiero a una normalidad en el sentido de permisividad, sino en el sentido de aceptación de cuanto concurre en una vida normal; y entendiendo por ésta una vida común, habitual, con todos los aderezos propios de cada edad y de cuanto supone vivir el día a día. Todo cuanto nos ocurre es normal en cuanto que ocurre en un ámbito normal y a personas normales. Pretendo describir una generalidad, lo que llamamos personas comunes y corrientes. Nada que ver con lo normal en cuanto a opuesto de lo patológico. Y nada que ver con lo vulgar y anodino. En este sentido, podíamos llamar persona normal y corriente a cualquier ciudadano que habita nuestro planeta, nuestro continente, nuestro país, nuestra sociedad, nuestra familia...aún sea éste el músico más famoso del mundo, no escapa al sentido de la normalidad; por lo tanto no escapa a la vida, a la alegría, al sufrimiento, al dolor, a la muerte...

Partiendo pues de una visión optimista de la vida y de sus avatares, con nuestro ejemplo de vida hemos de llevar la intención de transmitir el sentido de la vida que cada uno tenemos, por el hecho de ser congruentes entre lo que vivimos, decimos y hacemos. Y transmitimos nuestro propio sentido de la vida con sinceridad y sin hipocresías, con congruencia, porque, aunque sea personal e intransferible, lo real y verdadero que conlleva el mensaje, para quien lo emite y para quienes lo reciben, es precisamente la esencia de lo experiencial lo que le da autenticidad y lo que le hace digno de ser un ejemplo, un modelo, una guía, un legado. Y puesto que es tan importante el mensaje esencial que emitimos a los demás, ha de estar aderezado con la mayor diversidad de vivencias de todos los colores, sin miedos que lleven a ocultar realidades. El dolor y el sufrimiento son realidades que muchas veces los padres queremos ocultar a nuestros hijos, como si fuera “malo” que aprendieran a sufrir o que nos vean sufrir; como si fuera malo el sufrimiento y el dolor; más que malo, incluso muchas veces vergonzoso. Rodeamos el dolor y el sufrimiento de unas connotaciones tan negativas que lo vivimos como una tragedia, como algo vergonzoso, que hemos de ocultar a los demás, como si de un estigma se tratara; como si la desgracia se hubiera filtrado en la vida de la familia, se huye de ella, se le tiene miedo, se la oculta, se miente y

1

se pueden llegar a hacer verdaderas barbaridades para evitarla o luchar contra ella.

Realmente una fruta amarga no endulza la vida al instante, pero si puede proporcionarnos grandes satisfacciones en su momento. Pero para ello hay que tener una actitud de aceptación y de comprensión de que todo en la vida, por muy malo que parezca, tiene un significado de aportación y enriquecimiento para el desarrollo de la persona y/o de la familia. Si vemos las cosas de este modo, el dolor y el sufrimiento ya no son tan paralizantes, sino todo lo contrario, actúan como elementos proactivos y promotivadores de los nuevos proyectos personales y/o de la familia. Y lo que es más importante, capacita a la persona para enfrentarse con sus recursos y habilidades a las circunstancias, dificultades y problemas con mayor optimismo y energía, con mayor libertad y responsabilidad, y por ello con mayores garantías de resolución adecuada para todos.

En este sentido, una persona es más libre y responsable en tanto que acepta abiertamente cuanto le sucede, con una actitud optimista, positiva y valiente, desde el momento en que su mirada busca una oportunidad de crecimiento y de mejora en las cosas que le ocurren, entonces busca y encuentra alternativas beneficiosas para todos, no sólo para sí mismo. No hablamos de una persona que se paraliza y esconde la cabeza bajo el ala por miedo, sucumbiendo ante las circunstancias, que las ve como desgracias frente a las que se siente impotente. Hablamos de una persona que ha hallado el significado y el sentido a su vida, y para quien la vida de los demás y la suya propia es importante y merece la pena vivirla intensamente. Entonces nada le acobarda, ni la derrota, ni el fracaso, ni el sufrimiento...Son catapultas para su avance. Aquí la persona tiene claro que en su vida hay un objetivo y un propósito. Desde una perspectiva amplia, como la que te proporciona el sentido y el significado de la propia vida, las dificultades y los problemas tienen unas proporciones normales y humanas; no son gigantes paralizantes, sino obstáculos que animan el camino y lo hacen más diverso y enriquecedor. En base a lo expuesto, y tomando como punto de partida estas reflexiones, transmitir a nuestros hijos que en la vida uno se encuentra con alegrías y también con sufrimientos, tiene un sentido y encaja congruentemente con una visión global y constructiva de la existencia. Tiene sentido enseñar que el dolor y el sufrimiento son vivibles, aceptables, necesarios y que contribuyen a un desarrollo sano y normalizado de nuestra persona, en cuanto seres individuales y sociales. La educación es un proceso de ayuda a la adquisición de la madurez personal procurado a través de múltiples estímulos y en situaciones muy diversas, para facilitar a los hijos el libre desarrollo de su capacidad, a través de la adquisición de conocimientos, hábitos y destrezas, virtudes y actitudes, que le faciliten el dominio sobre sus propios actos. La educación. Responde al intento de estimular a un sujeto para que vaya perfeccionando su capacidad de dirigir su propia vida, o, dicho de otro modo, desarrollar su capacidad de hacer efectiva la libertad personal, participando, con sus características peculiares, en la vida comunitaria. Un proceso, en definitiva, que permite a cada hijo o alumno formular su proyecto personal de vida, ayudándoles a fortalecer su voluntad de modo que sea capaz de llevarlo a término, al tiempo que desarrolla su capacidad de amar.

2

Los padres tienen que dar la responsabilidad a sus hijos, transmitiendo con claridad lo que se espera de ellos, y teniendo presente que a cada edad le corresponderán distintas responsabilidades. Lo importante no es cuáles son, sino que las tengan y que las sepan. El cumplimiento de sus tareas hace que aumente la confianza en ellos mismos, además de la satisfacción del deber cumplido. El incumplimiento debe acarrear consecuencias. La responsabilidad crece cuando hay que responder ante más personas. La crisis es un momento de crecimiento. Los síntomas proporcionan datos que ayudan a actuar. Lo que para los mayores carece de importancia, puede ser lo más importante para un niño, por lo que tendremos que estar atentos a los detalles y sumar todas las pequeñas cosas que pueden contar.

Muchos cambios necesitan del desarrollo de habilidades sociales, que los hijos deben saber, y que por tanto deben aprender: escuchar, pedir un favor, elogiar y disculpar, presentar una queja y recibirla, mostrar desacuerdo, negociar, expresar los propios sentimientos… Tener habilidades sociales es ser persona, y la mejor forma de aprenderlas es que las vean en sus padres, con ejemplos claros y cotidianos, y es que ver es más fácil que escuchar, y hacer más difícil que decir.

La adolescencia es una de las épocas más difíciles del ser humano. En esta etapa es cuando se necesita más que nunca la estima, que se les valore por algo, y si no se les da la oportunidad de ser lo mejor, serán lo peor de ellos mismos. Muchos de los hijos que más caen en las conductas molestas, al creer que no tienen nada bueno, procuran fomentar lo malo que llevan dentro: se trata de destacar, para bien o para mal. El hijo por tanto necesita una estima que tiene que incluir el reconocimiento, y para ello los padres deberán ayudar al hijo a que adquiera esa confianza en sí mismo, a conseguir que tenga confianza en la tarea que desempeña, y enseñarle a trabajar en equipo, a dividir la confianza para luego multiplicarla. Y es que sin confianza no hay futuro, ya que uno se vuelve reticente, desconfiado y con ganas de abandonar. De pequeños necesitan muchos empujones, y de mayores necesitan sus propios empujones…

Los hijos tienen derecho a enfadarse con sus padres. Los que no soportan ver a sus hijos tristes son los propios padres. Pero es el hijo el que tiene que solucionar sus problemas, no los padres, y la fuerza con que se levante dependerá de las herramientas que haya conseguido desde pequeño. Si el hijo llora por una buena razón, hay que dejarle llorar, tiene derecho a sufrir. Es todo un reto enseñar que el dolor existe, y que cuando llega hay que saber vivirlo y sacar el mejor provecho de ello. La educación de los hijos debe incluir el enseñar a sufrir, educar es preparar para el futuro, desarrollar los mecanismos de defensa. La “resiliencia” es la capacidad de una persona para desarrollarse de forma positiva y construir algo bueno, a pesar de las dificultades que se encuentre en los comienzos, y la labor de los padres es clave en conseguir el desarrollo de los hijos. Se puede ser un buen padre aprovechando la experiencia de otros, no dándose por vencido, conociendo la motivación de los hijos, destacando lo positivo y trabajando en lo negativo, aprovechando cada oportunidad que se presenta sin agobiar, entendiendo que no hay una única solución, sin tener miedo al error, dando ejemplo, yendo por delante, siendo sincero, no

3

prometiendo lo que no se pueda cumplir, hablando claro y siendo generoso en el esfuerzo, buscando las críticas que ayudan a mejorar. Para ser un buen padre sólo hace falta ser una buena persona, tener una meta y querer llegar a ella.

La primera recomendación es que no se pega, que hay que controlar la ira. Padres e hijos no son iguales, y la principal diferencia debería ser la madurez. El control verbal debería ser más que suficiente, incluso si el niño se muestra violento. En todo caso, recomienda pasar a la contención física: no hay que dejarle ni pegar a otros, pero la respuesta no es pegarle a él. Ser padres, sin embargo, no significa aguantarlo todo. Los padres tienen derecho a su propia felicidad: de hecho, unos padres felices son mejor ayuda para sus hijos que aquellos que agotan su vida en la paternidad. Si los padres no ponen límites a sus hijos cuando son pequeños, ya no podrán cuando éstos sean adolescentes. Los límites deben ser respetados por todos y los padres deben enseñar a sus hijos a respetarlos, que vienen impuestos por normas que tienen que existir y se tienen que conocer, aunque pueden evolucionar según las edades, las épocas del año, del entorno social, pero sobre todo de la responsabilidad que el hijo vaya adquiriendo, hasta que en un futuro él mismo pueda imponerse sus propias normas. A un niño pequeño hay que imponerle las normas, pero con la educación, los padres deben ayudar a que su hijo entienda y acepte los límites, y así es como le enseñamos que él fije sus propias normas en el futuro.

Confundimos a menudo la paternidad con el servilismo hacia nuestros hijos. Servir a los demás, y servir a nuestros hijos, son tareas muy nobles, pero los padres deben seguir creciendo como personas aunque tengan hijos. Cuanto más crezcan los padres, mejor para los hijos. Si sólo somos mayordomos, no tendremos tiempo para crecer, porque se trata de un trabajo a tiempo completo. Creando un mundo perfecto alrededor de nuestros hijos no les ayuda, ya que no les dejamos que aprendan. Por lo tanto, conviene asignar responsabilidades a los niños en la propia casa. Esto no sólo evitará el síndrome de mayordomo, sino que en el fondo refuerza la autoestima de los hijos. El respeto llega siempre después de un largo recorrido, cuyo primer paso está en que el niño observe cómo se tratan sus padres, cómo se piden las cosas e incluso cómo se enfadan. El segundo, es cómo tratan al resto de los familiares, y el tercero en cómo tratan al resto de la sociedad. El cuarto es cómo tratan los padres a sus propios hijos. En definitiva, lo de siempre, para que los demás nos respeten, los primeros que debemos respetarnos somos nosotros mismos, por dentro y por fuera. El respeto se aprende a través de pequeños detalles, no con esfuerzos sobrehumanos. Asimismo, la mentalidad, la actitud y el comportamiento que tengan los padres al afrontar los momentos de crisis que pueda ofrecerles la vida, las circunstancias difíciles, los momentos tristes, dolorosos y bajos, será el ejemplo raíz que servirá de modelo principal, y que les aportará las habilidades necesarias y las herramientas adecuadas, para que los hijos aprendan a afrontar esas difíciles circunstancias a lo largo de su vida.

Si bien es cierto que ese buen ejemplo raíz es fundamental para asumir,

4

afrontar e intelectualizar de buen grado -y no sólo con impotencia resignada y mucho menos con rebelde agresividad- que la vida tiene un lado amargo con el que hay que saber convivir y del que hay que procurar aprender, enriquecerse y continuar mejorando nuestra biografía personal; también es cierto que, como seres sociales, el caminar del ser humano está influido por la interacción con otros factores, más allá de los padres o la propia familia. La escuela, las amistades, los medios de comunicación…son factores con lo que se interrelacionan los hijos y a los que también hay que supervisar para que la resiliencia de los hijos se fortalezca, juntamente con su autoestima.

Enseñarles a observar, a pensar por sí mismos, a visualizar metas y valores morales por los que vale la pena sacrificarse si es preciso. Ese es el camino. Guiarles mientras lo necesitan para que, cuando sean adultos, puedan vivir plenamente y sin traumas innecesarios su juventud y su madurez.

Siempre es un recurso recomendable dirigirles, sutilmente y con habilidad, para que presten atención y admiren a personas que, con su ejemplo de vida, son dignas de ser admiradas por como su alto valor mental y moral les ha llevado a superar circunstancias que requerían un esfuerzo fuera de lo común. A ser héroes en su propia vida, como Victor Frankl, la Madre Teresa, etc. Héroes y buen ejemplo a imitar también para todos los demás.

5

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.