Elogio de la cazadora - Santiago Martín Bermúdez

La mujer se ha liberado mental y sexualmente y a su alrededor rondan los hombres. En este caso, dos hombres. El hombre es a veces esclavo, en ocasione

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La mujer se ha liberado mental y sexualmente y a su alrededor rondan los hombres. En este caso, dos hombres. El hombre es a veces esclavo, en ocasiones esclavizador, o acaso objeto de placer, y también pesadilla. Ella es ágil, hermosa, inteligente, y su ética es variable, como la de la mujer considerada actual. Uno de los hombres, siempre con careta, es el arquitecto, el policía, el locutor, el notario, el redactor, el joven periodista, el diseñador, el perro, por lo tanto lo establecido, el orden. El otro, también con careta, es el moro, el turco, el latino, el eslavo, el filipino, el contador de cuentos, el joven persa, el mulato, por lo tanto el exterior, y el placer, el desorden, lo esclavo. La mujer es la cazadora, liberada sexualmente y sin conceptos éticos, sólo placer. Nunca se sabe por dónde explotará la tensión en este triángulo. Pero el final reserva la sorpresa de la reinstauración, si es que eso es sorpresa. Todo esto y más es esta comedia en la que se trasciende el concepto de personaje y en el que se mezclan los géneros. Y cuya puesta en escena tiene que resultar divertida y a veces desternillante. Santiago Martín Bermúdez (Madrid, 1947) es premio Nacional de Literatura dramática por Las Gradas de San Felipe y Empeños de la lealtad. Es autor de obras teatrales como Carmencita revisited, Nosotros que nos quisimos tanto, Penas de amor prohibido, No faltéis esta noche, La más fingida ocasión y Quijotes encontrados, Dalila y los Virtuosos, Lunas, Tiresias aunque ciego, El vals de los condenados y Garcilaso: coloquio y silencio. Como narrador ha publicado dos libros de relatos (Aquellas noches perdidas y El destino es un viajero esquivo) y la novela Eurídice y la sombra, todos en Endymion. Es autor de ensayos musicales como su amplio estudio sobre Stravinski (Península), como ¿Esa Viena sigue siendo Viena? o Alredor de dos nacionalismos centroeuropeos: checos, húngaros y otras inspiraciones (ambos, Fundación Caja Madrid). Sus últimas publicaciones son, además de la novela, las piezas teatrales El tango del emperador (Arola Editors) y La tarantella del adiós (AAT-Comunidad de Madrid), que cierran la trilogía política comenzada por El vals de los condenados. Además del Premio nacional, ha recibido los premios Lope de Vega (No faltéis esta noche, 1995), Enrique Llovet (El vals de los condenados, 2002), Ciudad de Alcorcón (Penas de amor prohibido, 1994) y uno de los premios NH de relatos de 1999 (por Llorones).

ISBN 978-84-96959-38-5

www.edicionesirreverentes.com 9

788496 959385

Ediciones Irreverentes

Elogio de la cazadora - Santiago Martín Bermúdez

Foto: Paco Manzano

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Santiago Martín Bermúdez

ELOGIO DE LA CAZADORA Escenas, rupturas, collages en torno a avatares de Narciso

Obra ganadora de la III edición del Premio El Espectáculo Teatral

Colección de Teatro Ediciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor. © Santiago Martín Bermúdez De la edición: © Ediciones Irreverentes mayo de 2009 Ediciones Irreverentes S.L http://www.edicionesirreverentes.com [email protected] ISBN: 978-84-96959-38-5 Depósito legal: Diseño de la colección: Dos Dimensiones S.L. Imprime Publidisa Impreso en España.

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Introducción en forma de citas Acaso no exista el narcisismo femenino, pero sí existe una propuesta narcisista dirigida a las mujeres, que suele disfrazarse de liberación de la mujer, y que unas veces toma prestada la terminología feminista y otras es un estímulo al consumo; consumo de belleza, de comodidad, de adulterio, de sexo, y hasta de simulacros de cultura. Sally Hughes: Pop patterns. Los individuos que Bruno tuvo ocasión de frecuentar a lo largo de su vida se movían casi siempre y de manera exclusiva por la búsqueda del placer –que conste que se incluyen en la noción de placer las gratificaciones de orden narcisista, tan unidas a la estima o a la admiración ajena. De esta manera se ponían en marcha distintas estrategias, a las que se denominaba vidas humanas. Michel Houellebecq: Les particules élémentaires. La liberación de la mujer ha demostrado que el hombre es a menudo un cordero abandonado disfrazado de león oprimido. Michel Vincent Miller: Intimate Terrorism. Dominar al hombre de hoy, que la adora. Dominar al hombre de otras culturas, al que fascina, y que acude llamado por ella, sobre todo por ella. Sentirse finalmente reina de la creación, después de siglos de sometimiento. Son ilusiones que los medios y la llamada cultura pop regalan a la llamada “mujer de nuestro tiempo”. Gilliane Pelletier: Secousses. No es una representación, no es un imaginario, es una quimera en la que se te propone vivir en un parque de atracciones permanente, opuesto al sufrimiento, esto es, a la realidad. Sí, Muriel, la realidad es tu trabajo de cajera en el supermercado, tu familia insufrible, tu novio vulgar, tu barrio degradado. Pero ahí está la quimera, la quimera. Gérard Galinski: Roman d’une jeune fille pauvre.

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Personajes (una actriz y dos actores) La mujer. Siempre la misma, siempre cambiante. Responde a un ideal, y más tarde a otro distinto, o complementario. Ágil, hermosa, inteligente y con diversas edades, diversas éticas; a veces ninguna edad, ninguna ética. El hombre primero, que es los siguientes hombres: El arquitecto El policía El agente El locutor El notario El redactor jefe El joven periodista El arquitecto de interiores El perro El hombre Estos hombres, que pertenecen al medio de La Mujer, son todos distintos; en consecuencia, todos son el mismo hombre. El hombre segundo, que es los siguientes hombres: El moro El turco El latino El eslavo El filipino El joven persa El contador de cuentos El mulato Estos hombres, que vienen del exterior, son todos distintos; sin embargo, todos son el mismo hombre. El latino y el joven persa, además, tienen un solo de danza.

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Los dos grupos de hombres llevan siempre careta, pero cada vez una careta distinta. El público reconocerá al actor, al hombre, pero sabrá que siempre es otro, distinto, el mismo. Cada escena tendrá su sonido, su ruido, su banda sonora no musical. En realidad, el sonido y alguna sugerencia visual serán lo que defina cada espacio en cada escena. Otra cosa es que, además, esa escena o ese espacio tengan música. Porque hay dos escenas de danza (en 5 y 9). No nos referiremos a esa música, que alguien habrá de componer. Sólo pedir que sea ajena a los sentimientos, al expresionismo; no digamos ya a lo romántico. Tampoco clasicista, tampoco minimal. Tres niveles de profundidad espacial en el escenario. Al fondo, el ámbito de los armarios y la vida privada de la mujer, con una gran cama. En medio y en primer término, las acciones más exteriores, más oficiales, más profesionales: despacho, estudio de televisión, entrevistas, visitas, lucha…

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0. Introito: fetiche, terror LA MUJER.- (Off.) ¡Fuera, fuera! (Rugidos y lamentos de los dos hombres, fuera de escena.) LA MUJER.- (Off.) ¡Fuera, fuera! Restalla el látigo. Más rugidos y lamentos. Surgen los dos hombres, que se arrastran como fieras dominadas por la fuerza que los persigue. Y quien los persigue es La Mujer. Surge ésta, mitad domadora, mitad mujer-gato, sombrero de copa, lencería fina negra, body negro y mucha sugerencia de este estilo. Empuña un látigo. LA MUJER.- (Los amenaza con el látigo. Los hombres-animales, acorralados, enmudecen de pavor.) ¡Así quiero veros! ¡Sentaos! (Ambos se sientan como perrillos domesticados.) LA MUJER.- ¡De pie! (Los dos se levantan.) LA MUJER.- À plat! (Se echan al suelo cuan largos son.) Continúa La Mujer dando órdenes caprichosas, o de lógica oculta, que le permite establecer el dominio sobre cada uno de ellos dos. Despliegue de este dominio, hasta que cambian el color del escenario y el ambiente sonoro. Poco a poco, deja ella de ser mujer-gato, portadora de lencería negra para fetichistas, y se convierte en una dama frágil que viste un albornoz blanco en el que se arrebuja. El actor primero 9

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también se transforma, según se sugiere. El actor segundo, medio desnudo, queda tendido en el suelo, boca abajo, como muerto. Ajenos, la mujer y el actor primero entablan su coloquio. Él es ahora el arquitecto.

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1. Arquitectura La mujer y el arquitecto. Un promontorio, sin duda cerca de una playa. El rumor del mar, que a veces se sobrepone a las palabras de los dos personajes. Y, sobre todo, a sus silencios. Los personajes miran al mar, se miran entre sí, se arrebujan en sus ropas tal vez por la fuerte brisa. EL ARQUITECTO.- Ha hecho usted un buen negocio. El terreno es excelente, y también la situación. Frente al mar, cerca de la ciudad, no lejos de la autopista, pero sin sus molestias… LA MUJER.- ¿Sabe para qué le he llamado? EL ARQUITECTO.- Para la casa. LA MUJER.- Sí, para la casa. Pero también… (Se detiene.) EL ARQUITECTO.- ¿También…? LA MUJER.- Los armarios. EL ARQUITECTO.- Los armarios. Los querrá empotrados, no hay que decirlo. LA MUJER.- ¿Pero sabe usted a qué armarios me refiero? EL ARQUITECTO.- Bueno… Supongo que sí. LA MUJER.- Veo que viene usted mal informado. ¿No le han dicho…? (Silencio.) LA MUJER.- No. No le han dicho nada. Ya veo. EL ARQUITECTO.- Dígamelo usted. (Silencio. El mar.) LA MUJER.- Armarios giratorios. EL ARQUITECTO.- ¿Armarios giratorios…? LA MUJER.- Veo que vamos a tener que detenernos en esta cuestión. Le advierto que para mí es muy importante. Lo más importante, tal vez. 11

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EL ARQUITECTO.- ¿Más que la propia casa? (Silencio. De nuevo, el mar.) LA MUJER.- Por favor, le ruego que no se burle de mí. EL ARQUITECTO.- No era mi intención. (Silencio.) EL ARQUITECTO.- Me recuerda usted a alguien. LA MUJER.- No le recuerdo a nadie. Me debió de ver en las revistas. O en la televisión. EL ARQUITECTO.- No, no es eso. Me recuerda usted a mi cuñada… LA MUJER.- ¿La que murió…? EL ARQUITECTO.- Murió, sí… Bueno, en realidad la mataron. LA MUJER.- Lo sé. Fue un caso lamentable. Horroroso. Pero más tarde se hizo justicia. EL ARQUITECTO.- No del todo. Y eso no es mucho consuelo. (Silencio.) EL ARQUITECTO.- Me la recuerda usted. LA MUJER.- Conozco el caso, pero no he visto nunca una fotografía de su cuñada. EL ARQUITECTO.- Muy bella. Como mi mujer. (Saca una foto de la cartera.) Esta es… LA MUJER.- (Mira la fotografía.) Sí, es de mi apariencia. No nos parecemos, pero… EL ARQUITECTO.- Mire allí. ¿Qué es aquello? (La mujer no deja de mirar la fotografía.) LA MUJER.- Me gustaría hacerle una pregunta. Una tontería… EL ARQUITECTO.- ¿Es un barco? LA MUJER.- ¿Nunca le pidió que le hiciera armarios giratorios? EL ARQUITECTO.- ¿Quién…? 12

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LA MUJER.- Su cuñada. EL ARQUITECTO.- No entiendo. ¿Si me pidió qué…? LA MUJER.- Armarios giratorios. EL ARQUITECTO.- No. No sé. Creo que no. ¿Qué es aquello? LA MUJER.- Serán pescadores. EL ARQUITECTO.- Aquí no hay pescadores. LA MUJER.- Ojalá fueran contrabandistas. EL ARQUITECTO.- Tampoco los hay. Ni siquiera narcotraficantes. Ni inmigrantes clandestinos. Nada. LA MUJER.- Serán mis futuros vecinos. Los de aquí al lado. Un día me invitarán a ese barquito, y saldré con ellos al mar. EL ARQUITECTO.- Tenga cuidado. Esta costa es traicionera. Buena para mirarla desde aquí, pero poco recomendable allá, mar adentro. LA MUJER.- Lo tendré en cuenta. (Sigue mirando la foto.) ¿Cómo se llamaba? (Silencio. El mar.) LA MUJER.- ¿Cómo se llamaba? (Silencio.) EL ARQUITECTO.- (Recupera la foto.) ¿Para qué quiere usted esos armarios? (Alarma de la mujer, que se yergue si estaba sentada, que se alza si estaba en reposo. Retrocede. Hay alarma en su gesto y en su voz.) EL ARQUITECTO.- Dígame… ¿Para qué quiere esos armarios? (Silencio.) LA MUJER.- Sé quién eres… (Silencio. El mar. Se miran con intensidad.)

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LA MUJER.- ¡Sé quién eres! (Él se le acerca. Ella no retrocede. Enérgica, sin temor, ella le arranca una careta, que no habíamos advertido y que a él le cambiaba el rostro. Ahora vemos que el rostro del arquitecto es otro. Se miran. Silencio. El mar.)

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2. Interrogatorio El policía y el Moro. Es un interrogatorio. La careta del primero lleva a un agudo contraste entre rostros. El del moro es bello, exótico, bronceado. El falso rostro del policía es brutal, pálido y con toques de viruela que intenta disimular con una barba rala. Ruidos permanentes, pero fugaces: otros interrogatorios en despachos inmediatos, radios de policías que se comunican entre sí, música ligera de transistores, noticias deportivas y de otros informativos.

EL POLICÍA.- Tranquilícese, nadie va a hacerle nada. Pero usted comprenderá… EL MORO.- Sí, hay mucha alarma, ¿no es eso? EL POLICÍA.- Auténtica paranoia, créame. Le han traído aquí por eso… EL MORO.- Usted dirá. EL POLICÍA.- No. Es usted quien tiene que decir. EL MORO.- No se me ocurre nada. EL POLICÍA.- No importa. Tenemos tiempo. (Silencio. Lejanías: radios, interrogatorios, musiquillas, noticias…) EL POLICÍA.- ¿Cuándo la conoció? EL MORO.- ¿Cuándo…? Hace tiempo. Un par de años, algo más. EL POLICÍA.- ¿En Tánger? EL MORO.- En Marrakesh. EL POLICÍA.- (Escribe.) Así que es usted marroquí. EL MORO.- Argelino. EL POLICÍA.- ¿Y estaba usted en Marrakesh? EL MORO.- ¿Por qué no? Quería estar fuera de mi país. EL POLICÍA.- ¿Le andaban buscando? EL MORO.- Sí. EL POLICÍA.- ¿Por terrorista…? EL MORO.- (Sonríe. El policía empieza a parecerle un estúpido. Tardará en saber que no lo es.) Todo lo contrario. Me buscaban los terroristas. 15

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EL POLICÍA.- No me diga… Bueno, no importa. Creo que comprendo. Pero tendría que demostrármelo. EL MORO.- ¿Demostrar? ¿El qué? (Silencio. Los ruidos.) EL POLICÍA.- No tengo derecho a preguntarle esto. Y puede usted negarse a responder… Pero le haré la pregunta a pesar de todo… ¿Tuvo usted relaciones sexuales con ella? EL MORO.- ¿Con ella? EL POLICÍA.- En Marrakesh. EL MORO.- ¿En Marrakesh? (Silencio. Ruidos.) EL POLICÍA.- O en cualquier otra parte. (Silencio.) EL POLICÍA.- ¿Es ella quien le ha invitado? EL MORO.- Claro que sí. Espero que no me hayan retenido sólo por eso. EL POLICÍA.- No. Ya sabe usted por lo que se le retiene. Una denuncia. Supuesta complicidad con terroristas. EL MORO.- Se equivocan. EL POLICÍA.- Eso creo yo. (Silencio. Evolucionan los ruidos, con horror al vacío.) EL POLICÍA.- Me cae usted bien. Creo que puedo hacer un informe favorable y terminar con esto cuanto antes. (Silencio.) EL MORO.- ¿Lo va a hacer? EL POLICÍA.- Sí, pero… EL MORO.- ¿Pero…? EL POLICÍA.- Depende de… EL MORO.- ¿De mí? 16

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(Murmullo del policía, que parece querer decir “ajá”.) EL MORO.- Tendría que hablarle de ella. EL POLICÍA.- ¿Se acostó usted con ella en Marrakesh o en alguna otra parte? EL MORO.- No puedo responder a eso. Ni sí ni no. No tiene derecho a preguntarme eso. EL POLICÍA.- Los árabes suelen contar sus historias de cama de manera espontánea. Y hasta exagerada. EL MORO.- Los europeos también. Y los americanos. Los del norte y los del sur. (Silencio.) EL MORO.- Va a hacer usted un mal informe. EL POLICÍA.- No. Le diré lo que pasó. Usted se acostó con ella en Marrakesh o en Tánger, en Meknés o en Sevilla, no sé… Ella le invitó a venir. Y usted se lo tomó al pie de la letra. Hizo un esfuerzo enorme para su economía, y vino. Vino hasta aquí, fascinado por ese tipo de mujer que usted y sus paisanos sólo ven por las parabólicas. (Silencio.) EL POLICÍA.- ¿Se calla usted? Creo que he acertado de lleno. EL MORO.- No entiendo cuál puede ser su interés. ¿Es por esa mujer en concreto? EL POLICÍA.- Eso a usted no le importa. EL MORO.- Ni siquiera sé si estamos hablando de la misma. ¿Cómo se llama? EL POLICÍA.- No importa. Utiliza varios nombres. Ella misma dispone de varios, pero además acumula otros. Acumula nombres y acumula hombres. Exóticos, como usted. Los utiliza. (Se ha ido irritando. Ahora grita.) ¡Y ustedes se prestan al juego! (Silencio. Suena un teléfono. Puede ser el teléfono móvil del policía.)

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EL POLICÍA.- (Responde.) ¡Diga! (Silencio. Decepción.) Sí. (Le pasa el teléfono al moro.) Es para usted. EL MORO.- (Toma el teléfono y responde.) ¿Sí? (Silencio.) Sí. (Silencio más prolongado.) Sí. (Silencio más breve.) Sí, desde luego. (La conversación telefónica no provoca curiosidad en el policía. Sólo hastío. Cuelga el moro. Le devuelve el teléfono al policía. Se miran. El moro no está muy convencido. El policía cree saber, y no está nada contento.) EL MORO.- Dice que le quite a usted la máscara que lleva puesta. No me había dado cuenta de que llevaba usted una máscara. Creí que era usted así. (Silencio. Los ruidos. Rumia el policía. Respira rápido el moro.) EL POLICÍA.- Le aconsejo que no se atreva a hacer eso. EL MORO.- ¿Me disparará si lo hago? EL POLICÍA.- Téngalo por seguro. (Silencio. Los ruidos.) EL POLICÍA.- Y usted no quiere morir, no hay que preguntarlo. EL MORO.- No, no quiero… Pero tengo que cumplir al menos parte de su encargo… EL POLICÍA.- ¿Ella le ha hecho un encargo? EL MORO.- Llamémoslo así… EL POLICÍA.- Usted dirá… EL MORO.- Tengo que decirle a usted… No sé si en su nombre o en el mío… Tengo que decirle: “Sé quien eres”. (Silencio. Abatimiento del policía.) EL POLICÍA.- Está bien. Está usted libre. Puede marcharse… EL MORO.- Me ha dicho que se lo repita: Sé quién eres… Sé quién eres… EL POLICÍA.- (Entre dientes.) Repítalo más y lamentará haberlo repetido. (Silencio. Los ruidos. Se miran, inmóviles.) 18

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3. Visita Un interior. Hay una televisión puesta. Se escucha todo el rato, por debajo de las palabras de los dos personajes. La mujer, sola, vestida con un amplio pijama de seda, termina un cigarrillo. No presta atención a la tele. Termina de fumar. Con el mando a distancia, baja el volumen. Se vuelve casi de espaldas al público. Vemos claramente los dos armarios. Son los armarios giratorios. Acciona uno de ellos que, al dar la vuelta, deja ver una figura humana. Es un hombre. Está acurrucado en un pequeño asiento pegado a la hoja interior del armario, que ahora vemos por el efecto de giro. Ese hombre es el turco. EL TURCO.- (Desde su difícil postura.) ¿Te alegras de verme? LA MUJER.- ¿Quién es usted? EL TURCO.- Nedim. ¿Te has olvidado de mí? ¡Soy Nedim! LA MUJER.- ¿Nos conocemos? EL TURCO.- Claro. Nos conocimos en Estambul. No puede ser que no lo recuerdes… LA MUJER.- Salga usted de ahí. Está usted doblado. Le va a doler mucho. (El turco abandona el asiento del armario giratorio. Le resulta difícil erguirse. Voces, rumores de la televisión.) LA MUJER.- ¿Qué hace usted aquí? EL TURCO.- (Cada vez más decepcionado.) Me dijo usted que podía venir. LA MUJER.- Sí… Creo que empiezo a recordar. EL TURCO.- Ha sido un largo viaje. LA MUJER.- ¿No ha venido en avión? EL TURCO.- No. Es muy largo de contar. No podía permitirme un avión… LA MUJER.- Eres Nedim. EL TURCO.- (Se agarra a esa esperanza.) Sí… Sabía que no podrías olvidarlo tan fácilmente. LA MUJER.- (Aquello le irrita.) ¿Qué es lo que no podría olvidar? ¡Engreído! (Silencio humillado del turco. Rumores de la televisión.) 19

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EL TURCO.- Pensé que ese armario… LA MUJER.- Déjalo. Ahora lo sé. Pero es curioso. Ahora sé por qué quería el armario, y de pronto apareces tú, Suleimán... EL TURCO.- (Corrige.) Nedim. LA MUJER.- (Imperativa.) Desde hoy te llamas Suleimán. Si no, te vas ahora mismo de esta casa. (Silencio. La televisión.) LA MUJER.- Creo que recuerdo. Vagamente. Pero lo recuerdo. Recuerdo Estambul. He estado allí muchas veces. Diez, quince veces. Recuerdo a otros, recuerdo a un francés, a un alemán, a un checo. Sé que hubo turcos, como tú. Pero no recuerdo por completo a ninguno. Tú eres Suleimán. EL TURCO.- (Esperanzado.) Sí. LA MUJER.- Eres hermoso, Suleimán. Comprendo que acabaras conociéndome. (Silencio. Ella le mira de hito en hito. Incluso da una vuelta alrededor suyo, sin dejar de mirarlo. Se oye, de vago fondo, la televisión.) LA MUJER.- (De nuevo frente a él.) Suleimán. Desnúdate. (Suleimán se quita poco a poco las escasas y pobres ropas que lleva encima.) LA MUJER.- (Cuando ya se ha desnudado el turco.) Ahora no tengo ganas. Quiero estar sola. Vuelve al armario. (El turco va a recoger sus ropas para obedecer la orden.) No. Así. Te llamaré durante la noche. Puedes dormir en el armario. Ya te llamaré… (Se miran. Mirada opaca de ella. Hay en el turco esperanza y dolor, todo al tiempo. Está desnudo, yacen por allí sus ropas maltrechas.)

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4. Agente (En casa de la mujer. Mesa, dos sillas. Sonido: tocadiscos. Jazz. Cool. La mujer y el agente. Éste, desde luego, con su correspondiente máscara.) EL AGENTE.- Es muy sencillo. Hay que rellenar este impreso. Si tiene alguna avería, puede llamar su secretaria. LA MUJER.- Creo que no lo entiendo. EL AGENTE.- Si lo prefiere, puedo tratarlo con el administrador. LA MUJER.- Eso es lo que tenía que haber hecho desde el principio. EL AGENTE.- Lo hubiera hecho, de no haber sido imprescindible hablar con usted. LA MUJER.- ¿Por qué era imprescindible? EL AGENTE.- Hay cosas que sólo usted puede contar. LA MUJER.- No recuerdo haberle contado nada. EL AGENTE.- Pero lo ha hecho… LA MUJER.- ¿Qué le he dicho…? EL AGENTE.- Lo suficiente. Datos tan evidentes que uno no se da cuenta. Pero que son importantes para fijar el precio y para la liquidación de los impuestos. LA MUJER.- Sigo sin entender. EL AGENTE.- (Conciliador. Demasiado conciliador.) Confíe usted en mí. Sabe que mi empresa y yo estamos para servirla a usted. LA MUJER.- Eso quiero creer. EL AGENTE.- Puede estar usted segura. El lema de nuestra empresa, centenario como la empresa misma, es muy expresivo… LA MUJER.- (Bosteza deliberadamente.) Se lo agradezco. No estoy para lemas. Si hemos terminado… EL AGENTE.- Oh, sí, le ruego que me perdone. Creo que me he excedido en… LA MUJER.- Buenas noches. EL AGENTE.- Buenas noches. (Sin esperar a que salga el hombre, ella se echa en la pequeña cama que indica la transición a su dormitorio. Atisbamos los armarios. El agente mira a una y otra parte, pero sale. Oímos la puerta de la calle. En21

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tonces, ella se levanta, comprueba la hora, y sale de escena. Casi inmediatamente, regresa el agente. Mira de nuevo a una y otra parte, pero con mayor ansiedad. Por fin, ve los armarios. Se acerca a ellos. Los pondera. Los toca. Parece que quisiera abrirlos. Mira atrás. Vuelve a mirar los armarios. No se atreve a manipularlos. Entra la mujer y le sorprende.) LA MUJER.- ¡Qué hace usted aquí! (Silencio. El hombre intenta escapar. Ella le obstaculiza el paso. Le agarra de una manga.) LA MUJER.- No has entendido nada. Desde el principio sé quién eres. (Tenso silencio. Se miran. Jadea el hombre.) LA MUJER.- No eres un agente. EL AGENTE.- ¡Sí lo soy…! (Ella le abofetea y le arranca la máscara.) LA MUJER.- ¿Por qué has vuelto a entrar? (Silencio. El jazz.) ¿Quieres que te lo diga yo? (Silencio. Ella le escupe lo siguiente, unas palabras de escasa carga aparente que, sin embargo, deben ocultar sevicias y dolor.) LA MUJER.- ¡Querías ver los armarios! (Avergonzado, el agente se zafa de la garra de la mujer, queda un instante paralizado, mirándola con horror.) EL AGENTE.- ¡Vas a conseguir que todo sea imposible! LA MUJER.- ¿Y a mí qué me cuentas? EL AGENTE.- ¡Estás loca! LA MUJER.- ¡Imbécil! (Sale él precipitadamente.) 22

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5. Consultorio Estudio de televisión. Presencias sugeridas de cámaras y grandes micros. La mujer, muy a la moda. El locutor y su careta.

LA MUJER.- Yo le diría a la mujer, a toda mujer, que se cuidara, pero que no se dejara obsesionar por ninguno de los cinco terrores femeninos. EL LOCUTOR.- ¿Cuáles son los cinco terrores femeninos? LA MUJER.- Los cinco terrores femeninos son el cáncer de mama, el cáncer de piel, los tumores cerebrales, el sida y… la infertilidad. Sí, la infertilidad, aunque a algunos les parezca mentira. Preferiría no tener que tratar en detalle ninguno de esos terrores. Al menos, ahora y aquí. EL LOCUTOR.- ¿De veras crees que la infertilidad…? LA MUJER.- Ya he dicho que puede parecer mentira, pero se dan casos… EL LOCUTOR.- ¿Tú no tienes hijos? LA MUJER.- Desde luego que no, qué cosas tienes. EL LOCUTOR.- ¿Qué le dirías a una pareja que tiene un par de hijos en la siguiente situación? No es nada especialmente dramático, sino algo muy normal. El chico está enfermo muy a menudo. La niña ha conocido a unos drogotas, que la han iniciado… en todos los sentidos. Los dos están atrasadísimos en sus estudios. LA MUJER.- Bueno, no sé qué le diría… (Intenta desdramatizar; esto es, frivolizar.) Tal vez les diría: “¡Ay, amigos, qué envidia me dais por ser padres!” (Ríen ambos con estrépito.) Oye, por favor, si te parece, pasamos a otro tema. EL LOCUTOR.- Tienes razón. ¿Nos puede hablar de las novedades más llamativas de esta temporada? LA MUJER.- Son muchas. Pero hay que ir por partes. Por ejemplo, el pelo. Una novedad realmente llamativa esta temporada es el pelo estilo Medusa. Desde luego, para llevar pelo medusa hace falta tener una melena larga. Todo empieza con el pelo mojado; mejor además si te los has lavado hace unos días, pongamos tres. Hay que repartir gel fijador desde la raíz hasta las mismas puntas. Se divide el cabello en mechones muy finos, se retuercen para así separarlos mejor, con lo que se crea una “tira de pelo”. Así, una y otra vez. Es muy laborioso y hay que tomárselo con tran23

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