EL_PROBLEMA_DEMOGRAFICO

CAPITULO X EL_PROBLEMA_DEMOGRAFICO LA PRESION DEMOGRAFICA. Para plantear el problema de la presión demográfica hay que considerar antes que nada el h
Author:  Teresa Rojo Rivas

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CAPITULO X

EL_PROBLEMA_DEMOGRAFICO LA PRESION DEMOGRAFICA. Para plantear el problema de la presión demográfica hay que considerar antes que nada el hecho de que para llegar la humanidad a un volumen total de 1.000 millones de personas necesitó 50.000 años, mientras que para pasar de los 3.000 a los 4.000 millones le han bastado 21 años. Y para pasar de los 4.000 a los 5.000 millones (en 1986) solamente ha necesitado diez años. Dice Asimof: "He oído a optimistas incorregibles decir que con el avance científico y eliminando los desgastes de las guerras y de los preparativos bélicos, la tierra podría soportar una población de 50.000 millones. Lo dudo mucho, pero aunque así fuera, a la tasa actual de crecimiento, la tierra alcanzará una población de 50.000 millones en poco más de un siglo, hacia el año 2100. ¿Y después qué?". (EL País 11-3-88). Calcula Asimof que a la tasa de crecimiento actual, suponiendo que se mantuviera indefinidamente, solamente tardaría la especie humana 3.500 años en consumir el universo entero convertido en alimento. Más que el volumen de estas cifras, lo preocupante es las condiciones en que tiene lugar el crecimiento, con más de mil millones de personas mal alimentadas en la actualidad y las dudas de si el planeta puede proporcionar una vida digna para todos sin destruir irreversiblemente sus condiciones de habitabilidad. A lo largo de los últimos doscientos años se ha discutido sin cesar sobre este tema. Desde que Malthus publicó su famoso libro sobre Principios de Población, presentando el problema que él veía como resultado de la tendencia de la población a multiplicarse geométricamente mientras que los alimentos lo hacen aritméticamente, ha habido malthusianos, antimalthusianos y neomalthusianos. Lo cierto es que en la actualidad la situación ha cambiado radicalmente en los países desarrollados gracias a más eficaces medios anticonceptivos y a un cambio de mentalidad que se ha traducido en una disminución profunda de la natalidad hasta llegar algunos países a tener crecimiento negativo. En cambio, en los países del tercer mundo se ha agravado el problema porque, mientras se benefician de la medicina moderna y cierto nivel de higiene, no pueden ni casi quieren realizar el desarrollo económico. Argelia, por ejemplo, que tenía 9 millones en 1962, ha pasado a 17 millones en 1978, y a 25 millones en 1988. El setenta y cinco por ciento de la población tiene menos de treinta años y el sesenta por ciento menos de veinte, lo que asegura la continuación del 'boom' durante los próximos años. Síntomas del problema creado son las revueltas de cientos de miles de jóvenes con centenares de muertos en Octubre del 88. La mayor parte de Africa y otras zonas del Tercer Mundo están en situación parecida. Antiguamente, las epidemias y las guerras regulaban y hasta reducían, drásticamente a veces, la población de extensos territorios. Esto, unido al hecho de que la explotación puede ser más intensa cuando hay presión demográfica, ha inducido siempre a los poderes dominantes a adoptar aquellas políticas e ideologías estimuladoras de la natalidad que han estado vigentes a lo largo de los siglos. Cuando la población se hacía excesiva, se autorregulaba aumentando los sectores marginados de la misma: mendigos, delincuentes y aldeanos precarios, en los cuales las tasas de mortalidad eran más altas. Conviene hacer aquí algunas consideraciones sobre la marginación: Ingresar en ella supone en realidad volver a las condiciones de la vida primitiva en el seno de una sociedad condicionada por el trabajo. El marginado se siente desvinculado y se hace amoral, se asalvaja, por lo que resurgen en él los instintos de caza como único medio de vida. Sin duda hay cierta analogía entre la psicología del cazador y la del delincuente: ambas se valen de la astucia y la violencia para capturar presas con más o menos emoción y riesgo propio. También tienen en común una total insensibilidad hacia el posible sufrimiento de la presa. Lo que cambia es el entorno en que se caza; en un caso es la naturaleza abierta, y en el otro la sociedad establecida. Claro está que esta confusión requiere por parte del delincuente un previo extrañamiento frente a la sociedad para poder verla como un medio ajeno y tratarla como entorno hostil, pero nutricio. Siendo la existencia de un sector de población marginada un fenómeno poco menos que inevitable en las sociedades montadas sobre el trabajo, se llega a la conclusión de que un determinado nivel del mismo, no sólo ha sido siempre más o menos tolerable, sino que también se ha visto como necesario. Esto es así porque, aparte de su función como factor de regulación demográfica, cumple también otra no menos importante que se podría llamar de regulación psicológica. En efecto, las barreras de la prostitución, la mendicidad y la delincuencia sirven también para dividir al conjunto de la población en dos campos bien separados: el integrado y el marginado. Este último es como un infierno a la vista, que hace también la función de atemperar a los individuos integrados que pudieran tener tentaciones de rebeldía. Por eso, las cárceles no pueden servir jamás para reeducar y reinsertar a nadie, y también por eso han fracasado todos los intentos que se han hecho en este sentido siguiendo impulsos humanitarios. No será un propósito consciente, pero en realidad las cárceles están cumpliendo la misión

de institucionalizar la marginación. Todos los proyectos nacidos y alimentados por sentimientos de fraternidad para hacer de las cárceles centros de educación y reinserción no tuvieron en cuenta que el sector marginado es como un órgano generado por el cuerpo social y que cumple en él una función; que ingresar en la marginación implica saltar una barrera y entrar en un tobogán de irás y no volverás. La marginación no ha sido el único medio por el cual se ha producido tradicionalmente la regulación de la población. De hecho, toda las sociedades cuyas condiciones de existencia no cambian durante siglos llegan a adoptar costumbres que determinan un equilibrio demográfico sin que sea necesario un gran sector marginado, porque al ser éste, aparte de cumplir la función antes mencionada, una fuente de desasosiego para toda la sociedad, se tiende a reducirlo a volúmenes adecuados. Las costumbres substitutivas de la marginación en las funciones de regulación demográfica se hacen más patentes en regiones que por encontrarse más aisladas viven largos periodos de estabilidad. Tales costumbres consisten siempre en poner sociales e ideológicos a los emparejamientos matrimoniales y no matrimoniales. A veces las medidas tomadas son tan drásticas y extrañas como la que refiere Aristóteles en la isla de Creta: "aislamiento de las mujeres para evitar que tengan muchos hijos, permitiendo relaciones entre hombres" (Aristóteles, 2, II,VII,5). El factor de regulación demográfica más importante, después de la marginación, ha sido tradicionalmente el de los aldeanos precarios. Se trata de una población semimarginada, también con alto índice de mortalidad, pero que no implica para la sociedad tantos riesgos como el marginado. Está formado por campesinos que se acomodan a vivir de subrecursos: leña, hierba, setas, rebusca tolerada de los frutos que quedan en el campo después de las cosechas, cultivo de tierras poco fértiles, etc. Este sector de población cumplía además la función de aumentar la renta diferencial de las tierras más fértiles, porque mantenía muy bajo el precio de la mano de obra. Los subrecursos del campo pueden extenderse hasta un límite indefinido mediante el empleo de más esfuerzo con rendimiento decreciente, haciendo así posible el cultivo de secarrales y pedregales. También se mantuvo siempre una proporción de bosques y tierras poco aptas para el cultivo como propiedades comunales en las que se afanaba como podía la población precaria. Al mismo tiempo se tranquilizaba también la conciencia por reprimir al resto de la población marginada, cuando se hacía excesiva, razonando que el que no trabajaba era porque no quería. A pesar de ello, también el sector de los aldeanos precarios ha sufrido, según las épocas y las conveniencias de las clases sociales privilegiadas, expansiones y reducciones brutales por crecientes prohibiciones y limitaciones, como latigazos o cárcel por faltas tan ligeras como cazar una perdiz, hasta que finalmente se llegó a la apropiación privada de las tierras comunales. En los países desarrollados modernos, el problema demográfico se puede considerar superado. Pero, como antes dije, el mundo es cada vez más una unidad, por lo que se ha planteado un problema de conciencia de alcance internacional a causa del hambre creciente en los países menos desarrollados. Mientras en los países más adelantados sobra de todo y tiene que limitarse la producción de alimentos por el enorme coste que supone el almacenamiento de los excedentes que no pueden comsumirse, en cambio en Africa, América Latina y parte de Asia, el desmedido incremento de la población conduce a situaciones dramáticas. Creo oportuno exponer a continuación algunas reflexiones sobre cuales son los factores que producen tan alta tasa de natalidad en los países pobres y los que la hacen descender tan radicalmente en los países ricos. Desde que se consagró la propiedad privada de la tierra y se consolidaron los órganos de poder necesarios, las capas superiores surgidas de esa situación han tenido siempre interés en que haya alta natalidad, porque es la única vía para aumentar las rentas de los territorios poco poblados y mantener baja la remuneración de las personas empleadas. La función complementaria que desempeñó la ideología consistió en: 1) Consagrar la propiedad privada en la cual se bunqueriza (valga la palabra) la clase pudiente frente a cualquier presión demográfica. Esta no se ve como excesiva mientras el sector marginado que se genera esté bien dominado. 2) Legitimar el ejercicio de la violencia del poder para mantener estas condiciones y sublimar la resignación de las clases más desfavorecidas. 3) Asegurar el dominio necesario del sexo masculino sobre el femenino para conseguir una alta natalidad, ya que la pesada carga de criar la prole recae ante todo sobre la mujer, y ésta no desea por ello ser demasiado prolífica. De la eficacia demográfica de dicha mentalidad puede juzgarse por los siguientes datos: Según James P. Grant, director de la UNICEF, 40.000 niños mueren diariamente en el mundo y otros tantos quedan marcados por el hambre, la miseria o los conflictos. En los países atrasados, el exceso de natalidad se traduce sobre todo en alta mortalidad infantil, aunque en condiciones favorables asegura el rápido crecimiento del grupo. La alta natalidad de esas culturas es resultado de una reacción biológica que garantiza la supervivencia y el crecimiento rápido de la población en cuanto las demás condiciones lo hacen posible. Por supuesto, estos crecimientos llegan a un tope que no pueden sobrepasar. Según los estudios históricos sobre demografía, después de cada fase de crecimiento las tasas de mortalidad y natalidad vuelven a equilibrarse, pero en los países menos desarrollados lo hacen en niveles

relativamente altos de las dos curvas. El problema actual es el de saber si cuando se produzca el equilibrio para toda la humanidad no se dará al traste con el propio equilibrio ecológico de la tierra por haber alcanzado una superpoblación imposible de mantener a largo plazo sin dañar progresiva e irreversiblemente la casa común que es el planeta. El problema demográfico se resuelve espontáneamente tan pronto como el nivel económico de la población crece hasta el punto en que hace cambiar la mentalidad de las gentes. Al hacerse posible un mayor nivel de tolerancia y libertad, baja también la especial dominación del entorno social sobre la mujer, por lo que ésta puede hacer valer su rechazo a cargarse de prole. Asimismo, la posibilidad de disfrutar más ocio es incompatible con la crianza de muchos hijos, todo lo cual genera en las parejas el propósito de controlar la natalidad.

LA SOLIDARIDAD INTERNACIONAL El problema demográfico está planteado por la subalimentación que sufren amplias regiones del planeta. Ahora empieza a manifestarse produciendo flujos migratorios cuyo control resulta cada vez más difícil y a veces inhumano. Se da la paradoja de que mientras sobran alimentos en las áreas desarrolladas, hay 500 millones de hambrientos en el tercer mundo y 1000 millones en situación de pobreza, según datos de las Naciones Unidas. Merece la pena ver algunas cifras sobre tan especial situación. La producción de alimentos en los países desarrollados se ha convertido en el más pequeño de los sectores económicos. En el siglo pasado era normal que dos tercios de la fuerza laboral estuviese en la agricultura. Hoy sólo está un 8,3 % en el área de la Comunidad Europea; 3,1 % en EEUU, y 2,6 % en el Reino Unido. A pesar de eso, hay un problema de superproducción tal que no ha habido más remedio que tomar medidas para disminuir la producción en los últimos años. Si el problema es que en los países desarrollados sobran alimentos mientras que en los más atrasados faltan, la solución parece, a primera vista, tan simple como transferir a los países pobres lo que sobra en los ricos. Si, ¿pero cómo? ¿Gratuitamente? He aquí el primer escollo. Hasta ahora no hay ningún caso en la historia de que un país se haya prestado a hacer regalos desinteresados y con carácter permanente de esa magnitud. Los pueblos, como conjuntos, son poco compasivos con otros pueblos de los que la mayor parte de la gente apenas ha oído hablar. Por eso, ningún gobernante de un país democrático se atrevería a proponer un aumento de los impuestos para financiar tales regalos, porque no sería elegido en las siguientes elecciones con semejante programa. Esto en cuanto a los posibles donantes. Considerando el problema desde el lado de los posibles beneficiarios, la cosa es aún más compleja. Ningún pueblo que se estime desea vivir de la caridad de otro. Prefieren obtener créditos para salir del apuro y tratar de desarrollarse. Pero, por desgracia, durante los últimos veinte años esta política ha dado lugar a que los países pobres hayan quedado sujetos a inmensas deudas de las que ahora no pueden pagar ni siquiera los intereses. ¿Cuál ha sido el resultado práctico de esos créditos que ahora son impagables? Los pueblos beneficiarios, ni han saciado el hambre ni se han desarrollado económicamente. Antes al contrario, la relativa bonanza económica temporal de la cual han disfrutado gracias a los créditos, ha favorecido un aumento del consumo, pero también de la natalidad. El resultado, también paradójico, ha sido un agravamiento del problema. El especialista James Neilson está convencido de que "un nuevo plan Marshall destinado a lograr el despegue del tercer mundo tendría un efecto similar al del boom petrolero de Venezuela y Méjico. Desataría una auténtica orgía consumista y los respectivos gobiernos gastarían miles de millones en construir impresionantes complejos siderúgicos y petroquímicos. Pero estas inversiones no bastarían para generar los recursos para prolongar el proceso de crecimiento. Crearían nuevas necesidades sin formar la base económica para satisfacerlas". Entrar a explicar porqué esto es así, obliga a entrar en consideraciones sobre políticas económicas, competitividad entre países y preferencias por unos u otros sistemas culturales en cuanto producen diferentes actitudes ante el trabajo. Parecidos efectos ha producido en los países económicamente atrasados el doble evento de la colonización que han padecido en los siglos XVIII y XIX y asimismo la descolonización que también han 'sufrido' después de la Segunda Guerra Mundial. En general, el contacto directo entre un pueblo desarrollado y otro atrasado resulta demoledor para el segundo en lo que se refiere a su cultura y sus estructuras sociales (a veces también a su población, cuando se trata de culturas que no han pasado todavía al estado de trabajadores a tiempo total). Ha ocurrido que después de los desastres que acarrean las violencias y despojos realizados por el colonizador hasta conseguir la sumisión del colonizado, el relativo desarrollo posterior impulsado por el país colonizador da lugar más tarde a un incremento de la población autóctona que puede ser importante, ya que se trata de poblaciones con tendencia a muy alta natalidad. Cuando la potencia colonizadora abandona el país, deja también una infraestructura para la explotación de las materias primas o una incipiente industria, así como una estructura burocrática de la

que en muchos casos no es capaz de hacerse cargo la población autóctona, tanto por falta de suficientes individuos preparados, como por prevalecer una ideología de nivel casi tribal, que se resiste a cambiar. Entonces se encuentra el país-colonia con un volumen de población imposible de mantener por el desajuste económico resultante. Este es el caso de unos cuantos países africanos entre los que se encuentra la Guinea que Fue española. De vez en cuando sale a relucir en las ágoras internacionales la llamada política Norte-Sur, pero más como expresión de la mala conciencia de los países ricos que como un propósito serio de ayudar a los países más atrasados. Por eso, el único aspecto en que la ayuda internacional parece relativamente efectiva es con ocasión de catástrofes; pero una política internacional que distribuya inversiones y busque y proteja el desarrollo económico allí donde la eclosión demográfica lo requiera, o bien que facilite el movimiento de población sobrante en unas zonas hacia otras menos congestionadas, no sólo es por ahora una pura fantasía, sino que es dudoso que pueda ser viable alguna vez. Antes al contrario, las tendencias van por el camino opuesto. Cada vez se ponen más obstáculos a la inmigración en los países desarrollados, no sólo en el caso de inmigraciones definitivas, sino de aquellas otras temporales de trabajadores (sin sus familias), que tanto contribuyeron al llamado milagro alemán por los años cincuenta y sesenta, pero hoy totalmente cortada. Por la vía de la solidaridad internacional resulta, pues, muy difícil acelerar la evolución económica y psicológica necesaria para controlar el problema en amplias zonas del mundo menos desarrollado. Todo lo más a que se puede aspirar es al establecimiento de normas comerciales más convenientes para los países subdesarrollados que las que resultan del librecambio. Se podría también suministrar tecnología y capital de inversión en la cuantía que sea deseable y resulte asimilable por cada cultura y población, teniendo en cuenta que estas áreas no pueden quedar expuestas a la competencia directa de los países desarrollados, sino protegidas por tasas para la importación establecidas con criterios políticos. Las migraciones, -cada vez más obstaculizadas- pueden aliviar temporalmente la presión, pero tienen el inconveniente de la dificultad que se presenta con frecuencia para conseguir la fusión de poblaciones y culturas y las muchas tensiones que produce la convivencia de grupos humanos con diferentes identidades cuando la relación entre ellas no es de dominación absoluta de una sobre la otra o en caso de que no se llegue a producir una adaptación perfecta de cada grupo a una actividad muy bien diferenciada. Se produce también, inevitablemente, un temor a la competencia desleal por los puestos de trabajo si hay una entrada masiva de mano de obra barata procedente del tercer mundo. A continuación voy a citar algunos datos que pueden ayudar a entender el complejo problema de la convivencia y desigual desarrollo de las diversas agrupaciones o identidades humanas, obligadas cada vez con más intensidad por la comunidad internacional a vivir en paz y a considerar el mundo como una casa a compartir, no como una presa a disputar.

DEMOGRAFIA E IDENTIDADES GRUPALES En relación con el problema demográfico tiene gran importancia la enorme resistencia que presentan algunas identidades grupales a mezclarse o disolverse en una comunidad más amplia de la cual forman parte o dentro de la cual se desenvuelven como admitidos. Ejemplos como los judíos y los gitanos en todo el mundo o los vascos en España son casos distintos que requieren estudios particulares. Resultan también de total actualidad en este aspecto los acontecimientos a que está dando lugar la descomposición de la antigua URSS. Afloran tensiones nacionalistas y roces entre grupos, que siguen tan diferenciados como lo estuvieran antes de la revolución. La reaparición de estos sentimientos grupales tienen que ver con el fracaso económico y por ello ideológico del sistema soviético, pero preocupa más la obligada y no deseada convivencia de gentes de diferentes etnias y el deseo de integrarse y solidarizarse en agrupaciones substitutivas. Hasta tal punto necesita el hombre entidades que suplan las de carencias relacionadas con su dimensión grupal. Es de notar que mientras hay grupos humanos que se disuelven o mezclan fácilmente, como muestran muchos ejemplos en la historia, en cambio hay otros grupos que persisten fieles a su identidad a lo largo de los siglos sin integrarse en el medio en que conviven y del que se alimentan material y culturalmente. Este problema, que podría plantearse al mismo tiempo a sociólogos y antropólogos, creo que no ha sido estudiado aún suficientemente. Quiero intentar por mi parte aportar algunas reflexiones sobre el mismo. Lo normal a lo largo de la historia es que los grupos humanos que han tenido que convivir durante largo tiempo terminen por fundirse en una misma cultura y en una identidad común. Hay multitud de casos de conquistadores que terminaron mezclándose con los conquistados y formando con ellos un sólo pueblo al cabo de dos o tres siglos. Voy a señalar como ejemplos el de los pueblos

germánicos que invadieron el imperio romano; o la Inglaterra conquistada por los anglosajones y luego por los normandos; o los árabes que conquistaron el norte de Africa y España. Asimismo hay muchos casos de emigrantes pacíficos aceptados con el tiempo por el país receptor como conciudadanos e iguales. Ejemplo, los irlandeses, que aunque jamás pudieron asimilar en su país la presencia inglesa, en Norteamérica conviven muy bien con los de ese origen. En cambio hay otros casos cuya asimilación resulta imposible, como los citados de gitanos y judíos. Por ser noticias de actualidad cuando escribo este libro, quiero citar también las nacionalidades emergentes en el descompuesto mundo socialista, y por lo que nos afecta, decir algo sobre los vascos en España. La primera cuestión a plantear es cuál puede ser la causa de que algunos de esos grupos, aunque pasan siglos y siglos conviviendo con otros, continúan fieles a su identidad diferenciada. Una explicación fácil sería que la diferencia de culturas es muy grande para que pueda disolverse la una en la otra. Creo que la verdad es la inversa, o sea, que se mantiene la fidelidad a una cultura, a veces muy semejante a la del grupo opuesto, porque resulta necesaria para defender una identidad que le es imprescindible al grupo pertinaz para mantener una relativa separación, porque gracias a ella les puede funcionar un 'modus vivendi' al que no están dispuestos a renunciar. Lo que hay que averiguar en cada caso son las características de ese 'modus vivendi' que resulta preferible y porqué. Mi tesis es que todos los grupos con identidad indisoluble tienen la característica común de que sus individuos resultan muy difícilmente explotables. Esto puede ser consecuencia de una de estas cuatro circunstancias: 1) Se trata de un pueblo cuyos individuos están habituados a disfrutar de una gran autonomía y prefieren a veces la muerte antes que dejarse dominar y disciplinar. 2) Son gentes que no soportan un trabajo intenso, (condición imprescindible para poder convertirse en objeto de explotación). 3) Han adoptado formas de ganarse la vida muy especializadas y apoyadas en la identidad, en el seno de otros grupos de cuyo hospedaje no pueden prescindir. 4) Son colectivos que se sienten muy vulnerables, por lo que sus miembros poseen una psicología muy tribal con mezcla de sentimientos de superioridad, quizá para compensar otros de inferioridad. Los pueblos que no han sido explotables, una de dos, o han vencido a otros y se han hecho ellos mismos explotadores, o han sido vencidos y entonces han tenido que ser expulsados de su territorio o exterminados porque no han podido adaptarse a la explotación. Sólo algunos de esos grupos humanos han conseguido adoptar formas de vida que les ha capacitado para sobrevivir y convivir, aunque sufriendo de tiempo en tiempo terribles persecuciones. Estos son los que constituyen grupos con identidades indisolubles. Examinaré los casos que geográfica e históricamente nos quedan más cerca. LOS JUDIOS.- Se puede deducir por los datos de la Biblia, que los judíos de la Antigüedad seguían siendo ganaderos cuando la mayoría de los pueblos con que se relacionaban eran ya agrícolas, es decir, más endurecidos para el trabajo, por una parte, y más expertos en estructuras sociales estables y aptas para la explotación del hombre por el hombre, por otra. "Su más antiguo documento histórico (la canción de Débora) lo muestra, igual que la tradición posterior, como una confederación de tribus mantañesas que oponen continua resistencia como infantes contra la tentativa de sumisión del patriciado urbano procedente de las ciudades filisteas y cananeas... dominando más tarde las rutas comerciales de Egipto a Mesopotamia" (Weber, 1, p. 382). La clave de la mentalidad judía es la de un pueblo ganadero al que una coincidencia de circunstancias le permite evitar convertirse en agrícola, o sea, en población explotable. Cuando un pueblo ganadero domina a un pueblo agrícola, se da un proceso completamente distinto que cuando ocurre a la inversa. En el primer caso todo sale bien, pues el pueblo ganadero no tiene más que apoderarse del aparato social que estaba ya montado y usufructuar la explotación, o bien compartirla con los viejos señores. Si el pueblo ganadero dominante persiste en la organización tribal que le era propia, puede producirse un retroceso económico y social importante, que se supera después. De esto hay muchos ejemplos en la historia, pero ninguno tan enorme como el de los mongoles apoderándose de medio mundo en la Edad Media. En cambio, cuando un pueblo agrícola domina a un pueblo de pastores se crea un problema de más difícil solución, porque un pueblo de pastores no es tan fácil de explotar como uno agrícola. El pueblo dominante se ve a veces ante resistencias tan numantinas que tiene que optar entre exterminar al vencido, lo que implicaría un alto coste, o abandonarlo. Por su parte, el pueblo ganadero asumirá ideologías que le permitan sublimar resistencias hasta la muerte antes que someterse al duro trabajo agrícola o a otras actividades susceptibles de explotación. Los conflictos entre los pueblos agrícolas y los pueblos pastores de su periferia se hizo siempre inevitable en la Antigüedad. La causa fueron por lo general las continuas racias de los pueblos pastores sobre las cosechas de los agricultores cuando les llegaban épocas de escasez o como estimulante ejercicio de saqueo fácil. Pero como la victoria final suele quedar del lado de la agricultura, el pueblo ganadero tiene que huir o claudicar al trabajo agrícola, o especializarse en otras formas de supervivencia, o ambas cosas a la vez, que es lo que le pasó a los judíos cuando fueron dominados por Egipto y luego por los caldeos, los persas, los grecoseléucidas y los

romanos. Aunque muchos llegarían a hacerse aptos para el duro trabajo agrícola, otros consiguieron seguir eludiéndolo, porque cuando un pueblo de pastores vive en un amplio territorio montañoso o semidesértico, aunque puedan ser dominados, nunca lo serán del todo. En la historia de España tenemos el caso de los cántabros, nunca bien sometidos hasta la Modernidad. Pueblos que tienen su origen en pastores montañeses y que logran mantenerse indómitos aún estando nominalmente sometidos, ha habido muchos. Algunos conservando su independencia, como los suizos, y otros dominados y repartidos por varios estados, como los kurdos, tienen en común el haber presentado una resistencia tenaz a la asunción del duro trabajo agrícola que supone ser asimilados por pueblos que son ya agricultores en grandes extensiones. Pero más que la resistencia suicida ante sus enemigos -que tampoco faltó- los judíos tuvieron una solución mejor gracias a su especialización como astutos negociantes entre los grandes reinos agrícolas vecinos. Unas veces emigrados para ampliar el campo donde ejercer sus habilidades, y otras deportados por sus dominadores, se especializaron pronto en las prácticas de la usura. "La religiosidad ético-racional de la congregación judía es ya en la Antigüedad en alto grado, una religiosidad de prestamistas y comerciantes" (Weber, 1, p. 385). Más tarde se extendieron por todos los territorios de la Cristiandad y del Islam, justamente por todo el ámbito donde la ética religiosa prohibía o limitaba severamente los préstamos de dinero con interés. Los despreciados judíos resultaron tan necesarios en este ámbito como la execrada prostitución en los países de moral monogámica. Ambas clases suplen las carencias resultantes de una norma severamente restrictiva. Los judíos catalizaron con sus prácticas el ahorro que necesitaban los grandes señores para sus empresas. Creo que Weber invirtió la relación causal cuando dijo que "la creciente especialización en el comercio monetario y, en segundo término, en el comercio de mercancías, es un resultado de la diáspora" (p. 386). Es exactamente al revés, o sea, que por su forma de vida y tipo de especialización, tuvieron que infiltrarse, para poder crecer, en todas las sociedades en que su peculiar forma de ganarse la vida ha podido encajar. El mismo Weber dice que "en la Edad Media India encontramos en el país... inmigración judía y privilegios concedidos a la misma; sin embargo estas posibilidades no pudieron desarrollarse porque todo resultó estereotipado por el ordenamiento en castas, que hacía imposible una política económica planeada" (p. 1051). Nadie les obligó a ir a la India, sino que intentaron extenderse también allí, aunque sin éxito. En cambio, por las ciudades de Occidente, les Fue generalmente fácil establecerse, tanto por la solidaridad que hay entre ellos, como porque su función era requerida lo mismo por otros sectores de población que por los grandes señores. Siempre fueron defendidos por los reyes y los nobles, porque los necesitaban para financiar sus deudas y sus empresas bélicas. Por contra, de vez en cuando eran víctimas de los 'progromos' por parte del pueblo llano en tiempos de apretura económica. En casos extremos, incluso se les expulsó completamente de algunos países, como ocurrió en la España de los Reyes Católicos y otros países europeos en el siglo XV. Más tarde, a medida que se fueron liberalizando las prácticas de prestamos con interés, los judíos fueron haciéndose más asimilables por la sociedad tradicional. En EEUU, cuya ideología como nación se inspiró en los principios utilitarios de las ideas de la Ilustración y del Protestantismo, y donde hacerse rico pasó a ser una virtud, desaparecieron los motivos para marginar socialmente a los judíos. El resultado es que en este país, si no totalmente fundidos, sí están socialmente confundidos con los demás ciudadanos en una progresiva asimilación. Weber observa que "no los judíos piadosos y ortodoxos, pero sí los judíos reformados y los judíos bautizados son reabsorbidos totalmente por los pueblos puritanos, especialmente por los norteamericanos, antes muy sencillamente, y en la actualidad con relativa facilidad" (Weber, 1, p. 484) Lo que pasa es que Weber explica el fenómeno por el parentesco religioso. Pero el verdadero parentesco es la similitud en cuanto a las formas de adquirir riqueza y las filosofías que presuponen. Si el proceso de asimilación mutua no es más rápido es porque los judíos siguen teniendo ventajas con la solidaridad fundamentada en su identidad grupal. Necesitan compensar con leal honestidad hacia su grupo la astucia poco escrupulosa de que son capaces fuera de él. Lo explica también Weber: "Como pueblo paria, el judaismo conserva la moral doble que toda comunidad aplica originariamente en la vida económica. Lo que se rechaza rotundamente entre hermanos es permitido con los extraños" (p. 478) Merece mención aparte el caso de las persecuciones judías por los nazis. Aunque más lentamente, también en Europa iban acortándose las distancias sociales que separaban a los judíos del resto de la población. Quizá los cruces matrimoniales entre judíos y no judíos no fueran aún abundantes, pero esa era la dirección del proceso. De pronto Hitler resucitó, junto con su alucinante racismo, que resultó grato y halagador para muchos alemanes, el viejo sentimiento contra los judíos presentándolos como gente execrable y contaminante, como el perfecto chivo expiatorio que precisaba para asumir la derrota de la Primera Guerra Mundial. Ahora, en la conciencia del pueblo alemán pesa el genocidio cometido, pero al mismo tiempo, la prevención contra los judíos, sedimentada durante siglos y exacerbada por el nazismo, cuenta aún. Es de esperar que poco a poco desaparezcan los motivos que aún

alimentan esa identidad hasta que se difumine en un proceso que, ciertamente, puede necesitar aún bastante tiempo. Digno de notar es que los métodos por los cuales los judíos han creado y ampliado el estado de Israel reavivan los ancestrales recelos contra este pueblo, frenando así un natural proceso de integración que tendría que realizarse, tanto por abandono espontáneo de la propia tensión defensiva que les caracteriza, ya menos necesaria para ellos, como por asimilación sin más recelos por parte del resto de la sociedad. LOS GITANOS.- Siempre que hay contactos entre una etnia de trabajadores y otra de no trabajadores, ésta última sale perdiendo; tiene que huir o, de lo contrario, puede resultar exterminada. Los gitanos son una de las pocas excepciones de etnias poco trabajadoras que han conseguido sobrevivir en convivencia con pueblos trabajadores. Bien es cierto que se han acomodado a vivir en los aledaños de la sociedad normal, sin pretensión alguna de poder. Hacen los pequeños servicios desdeñados por los demás; se atribuyen y ofrecen poderes adivinatorios en los que mucha gente necesita creer; a veces crían ganado; muchas veces han robado aves y bestias amparándose en la gran movilidad que les permitían sus hábitos trasumantes, bien para su propio uso y consumo o para venderlo a bajo precio. Tradicionalmente eran esperados por compradores de ganado de labranza poco escrupulosos que querían adquirir a bajo precio. Ahora han tenido que cambiar sus hábitos y se empiezan a confundir con otro sector de la población que, aun siendo de la etnia predominante, también aprendió a sobrevivir en el no trabajo, convirtiéndose por ello en inasimilables: los quinquis. Se acomodan a hacer pequeños servicios, venta ambulante y pequeños engaños y robos, ahora con violencia creciente. Ni los gitanos ni los quinquis desean otras condiciones de vida, y la sociedad no consigue convertirlos en seres explotables para poder asimilarlos, de modo que el rechazo es mutuo. Sostengo que el problema gitano, el de su posible integración en la sociedad normal es de solución imposible desde los planteamientos que se hacen y se hicieron siempre. Puede parecer una blasfemia declarar que no son pueblos trabajadores y que no es fácil integrarlos para que vivan como los demás ciudadanos porque su cambio de mentalidad requeriría muchas generaciones y presiones que tendrían que rozar la crueldad. Hay que tener en cuenta, como ya dije, que originalmente ninguna etnia era trabajadora. Sólo que algunas fueron susceptibles de llegar a serlo tras un largo periodo de acomodación y selección que las capacitó para entrar en el periodo agrícola. Las que no fueron susceptibles de sufrir esta dramática y traumática transformación fueron arrinconadas, como ha ocurrido en el periodo moderno con los indios de Norteamérica y con los negritos de Australia. Pues bien, los gitanos son una etnia a medio camino en esa transformación. No son lo bastante sufridos como trabajadores para resultar explotables ni para obtener recursos más allá de los necesarios para su subsistencia. Creo que nunca será posible integrarlos totalmente, pero sí creo posible conseguir una convivencia pacífica y civilizada. No hay que pretender convertirlos en trabajadores a tiempo total, sino instruirlos para realizar trabajos ligeros del tercer sector y con jornada corta. Todo lo más a que puede aspirarse es a que no sean un sector molesto o parásito sobre el resto de la población. Problema futuro es el que plantea su tendencia a una alta natalidad, la cual podría ser corregida espontáneamente con ayuda de medidas informativas, no coactivas, que substituirían a la relativamente corta vida media que ahora frena en parte su crecimiento demográfico. LOS VASCOS.- La identidad de los vascos se sustenta a nivel consciente en la pretendida pureza y Antigüedad de su origen. El carácter del pueblo vasco se formó sobre un secular estilo de vida propio del pastoreo de montaña y la pequeña agricultura. Esta, además de suponer un tipo de trabajo menos fatigoso e ingrato que la agricultura pura, no se prestó mucho a la explotación de hombressiervos; en cambio se presta a sentir como valor inapreciable la autonomía de pequeñas comunidades. Ya he dicho en otro sitio que toda autonomía, por ser refugio de espontaneidad, puede suscitar resistencias a ultranza frente a injerencias externas. Los vascos siempre han sido bastante autónomos, lo que les proporciona una base para elaborar la ideología centrada en lo que suponen una permanencia racial incontaminada. En su conciencia grupal persisten todavía notas de filiación tribal. Algunos hablan de que la cepa vasca pura consta de determinado número de familias o gens. Esto demuestra que la psicología del estado y del ciudadano no les ha calado del todo. No es de extrañar que cuando llegaron a España las ideas liberales de la Ilustración sintieran los vascos agredida por primera vez su identidad por extraños principios uniformizantes que les resultaron inasimilables. Las tenaces guerras carlistas demostraron este rechazo. Después, la industrialización, que les ha caído de lleno, al mismo tiempo que una inmigración masiva, ha trastornado por completo el esquema y los fundamentos de esa identidad. La reacción ha ido por dos caminos: muchos vascos han conseguido ponerse en línea de la modernidad abriéndose a otras sensibilidades y ha formado una capa apta para el desarrollo y los negocios. Otra se ha adherido a la defensa a ultranza de la vieja identidad vasca para evitar lo que se ve como el naufragio general de la cultura propia. La adhesión a una identidad de esta naturaleza tiene siempre carácter defensivo. Se experimenta el dolor por el atropello de los valores propios por gentes bárbaras que ni merecen

compartirlos ni son capaces de comprenderlos. Si se destruye la identidad grupal, la del individuo queda también mutilada. Esto produce reacciones desmesuradas con componentes que podría tildar de paranoicos y que hacen del vasquismo radical un sentimiento de identidad bastante neurotizado. El fenómeno de ETA y su lucha armada, que un día pudo ser comprensible, obedece ahora a la tozuda inercia propia de todo grupo armado autónomo. Empiezan motivados por una causa y terminan luchando por su propia persistencia y adoptando para ello disciplinas despiadadas contra sus posibles desertores. Otro ejemplo de grupo armado autónomo es el GRAPO, cuyos métodos pudieron también ser entendidos, aunque difícilmente aceptados, en su momento inicial. Asombra su capacidad de persistencia cuando nadie, ni ellos mismos, creen ya en las razones que un día los movieron. Sus verdaderas razones actuales acaban confundiéndose, aunque ellos necesitan negarlo, con las que mueven a bandoleros y mafiosos. OTROS GRUPOS.- Los tres casos de indentidades de difícil asimilación que acabo de exponer son bien distintos entre sí, pero pueden servir de paradigma para muchas otras que han luchado y luchan tenazmente por sobrevivir. O son pueblos montañeses como los vascos, distribuidos en pequeñas agrupaciones muy autónomas, o se han aferrado a formas de sobrevivir precarias en el seno de otras etnias mayoritarias o se han especializado en servicios muy lucrativos y concitan odio y suscitan progromos. En todos los casos se trata de sentimientos de identidad mantenidos contra la corriente de la historia, condicionadas, por ello, con un componente de temor que les mantiene a la defensiva. Están convencidos de que la fusión con otras identidades supondría su subordinación, cuando no su aniquilación, por sentirse incapaces de abandonar su especial 'modus vivendi'. Dentro de este apartado, hay que considerar también los movimientos independentistas que cuentan con la voluntad de todos o casi todos los habitantes de un área determinada. No se trata en tales casos de dificultades de convivencia, ni de agarrarse a una identidad para defender una forma de sobrevivir. Se trata pura y simplemente de salvar una identidad grupal para satisfacer la necesidad de grupalidad imprescindible para todo ser humano. Actualmente estamos asistiendo a la descomposición política de lo que Fue el mundo socialista. Cada región y hasta cada subregión pretende ser independiente. No es que antes se sintieran oprimidas por un poder central que reprimía sus viejos deseos de independencia, pues estos estaban muy eclipsados por un nuevo sentido de grupalidad que se ha nutrido durante los últimos cincuenta años de la aceptación de un nuevo proyecto de fraternidad universal, que aunque se ha revelado utópico, tenía la garra de ser la más grande forma de grupalidad a la que, en lo profundo, aspiran los hombres. El fracaso de tal proyecto ha dejado en la indigencia el sentido grupal de las gentes que lo compartieron. Ese vacío tiene que ser llenado ahora con urgencia por las antiguas identidades étnicas, a falta de otras, y con tal ansiedad experimentan la carencia producida, que luchan y mueren hasta límites numantinos, cuando antes no se les ocurría movilizar ni un mal grupo guerrillero. CONCLUSION.- La conclusión que puede extraerse de los casos considerados es que las actitudes más negativas ante la integración con otros grupos están en relación con la conservación de residuos de la psicología grupal gentilicia fundada en la consanguinidad, que fue en su tiempo -hasta la implantación del estado- la única válida. En segundo lugar cuenta la mayor o menor capacidad para adaptarse a una vida de trabajo abnegado. Cuando los grupos menos laboriosos son independientes, viven a su manera y estilo; pero cuando tienen que convivir con otros grupos más dinámicos y activos, una de dos, o son ellos los explotadores, bien por dominación mediante conquista o bien por astucia (lo que ocurre a veces) o van siendo arrinconados, porque no poseen condiciones para ser integrados y explotados. Los grupos humanos que son difícilmente asimilables, pero que aciertan a convivir en el seno de otros, y tienden a aumentar su natalidad, agravan con ello el problema, porque la presión demográfica crea tensión y ésta termina por generar exasperación y persecuciones. Una característica de estos grupos, que puede constatarse históricamente en el caso de gitanos y judíos, es su capacidad de expansión a través de los más diferentes países, en cada uno de los cuales apuran sus posibilidades de expansión demográfica conservando sus peculiares estilos de vida. Los independentismos, en cambio, son el recurso a que se agarra el sentido de grupalidad del ser humano cuando fallan otros de carácter más elevado. EL CONTROL DE LA NATALIDAD. Las dramáticas situaciones creadas como consecuencia de la actual explosión demográfica se van imponiendo con tal fuerza que los que han asumido ideas contrarias al control de natalidad tienen cada día más dificultades para defender su actitud. Ser partidario de traer niños al mundo para que sufran y terminen muriendo de hambre es una posición difícil de defender, y a nivel pragmático, mucho más difícil de resolver. La idea de convertir la humanidad en un club cerrado para cinco mil millones de

personas unidas y solidarias va resultando un proyecto cada día más sugestivo. Defender la vida y el bienestar de los hombres existentes frente a los hombres posibles no es egoismo, porque lo que no existe no puede ser sujeto de derecho ni objeto de perjuicio alguno. La limitación de derechos para aquellos cuya existencia es sólo una posibilidad tendría el efecto de reforzar la solidaridad entre los que están existiendo realmente. La entrada al club de nuevos socios, o sea, los nuevos nacimientos, tendría que estar desalentada (pocas veces estimulada) de forma aceptable para todos. Mientras haya identidades grupales conscientes y diferenciadas, a ese nivel ha de ser regulada la natalidad. No puede negarse a ningún grupo el derecho que tiene a reproducirse cuanto quiera, pero no lo tiene a crear una presión demográfica que vaya a repercutir en menoscabo de otros. Partiendo de este principio, voy a examinar cómo está planteado el problema del control de natalidad en nuestros días. La posibilidad que tienen los grupos humanos, igual que otras especies, para alcanzar una natalidad excesiva es consecuencia de una ley de la naturaleza que trata de superar de esta manera las circunstancias adversas que pueden poner en peligro la superviviencia. Pero siendo el hombre un ser inteligente y capaz de autocontrol, hay que preguntar también porqué cae conscientemente en la trampa que supone traer al mundo más individuos que los que pueden vivir bien en él. El hombre puede comprender que la natalidad excesiva no tiene ya en el nivel actual de desarrollo de la especie ninguna función que cumplir, y sí, en cambio, muchos sufrimientos que causar. Puede comprender también que tiene que ser a la postre contrarrestada por la limitación de los recursos alimenticios, como de hecho ha ocurrido a lo largo de la historia y sigue ocurriendo en nuestros días. Ciertamente, la ideología de cada sociedad impone normas para anticiparse, mejor o peor, a ese tipo de regulación dramática de la población. Pero es evidente que los tipos de presión social que habitualmente se han adoptado en este sentido han generado trastornos e infelicidad. A nivel individual, la ley natural que capacita para un exceso de nacimientos se hace efectiva por la tendencia a buscar libremente la satisfacción sexual. La madre, sobre cuyas espaldas cae principalmente la tarea y la responsabilidad de criar a los hijos, prefiere cortar su actividad reproductora a cambio de aliviar la sobrecarga de su vida tan pronto como tiene satisfecho su instinto maternal con uno o dos hijos. Pero esto no lo consigue fácilmente. Una presión irresisitible del medio social se impuso siempre sobre sus preferencias con más fuerza que sus propios apetitos sexuales. Por otro lado, los varones, pudiendo descargar sobre las mujeres la mayor responsabilidad de la crianza, han asumido siempre con más facilidad y convicción dicha ideología; tanto más cuanto que tener muchos hijos ha supuesto por lo general una categaría socialmente reconocida, por lo que han estado en cierto modo interesados en imponerla a las mujeres. Tanto en sociedades de estructura familiar compleja, que es el caso de la gens primitiva, como en las de familia monogámica, el predominio del varón sobre la mujer ha sido una condición para que se de una alta natalidad. Por eso, en las sociedades modernas van en paralelo la emancipación de la mujer y el descenso de la natalidad, de tal modo que se podría formular la ley de que ambos procesos se condicionan mutua e inversamente. Si hubiera alguna duda de que los deseos sexuales de la mujer tienen poca relevancia en la determinación de la tasa de natalidad, no hay más que ver que en amplias áreas de Africa, donde a las mujeres se les practica desde niñas la clitorectomía para que no puedan gozar sexualmente son sin embargo zonas de muy alta natalidad. Sólo un fuerte dominio del varón sobre la mujer, el cual se hace posible gracias a condicionamientos sociales adecuados, puede explicar el fenómeno. En una sociedad así, cualquier proyecto de control de la natalidad puede fracasar. Entonces ¿cuándo puede ser efectivo el control de la natalidad? El área de la psicología humana relativa a las costumbres vigentes sobre reproducción de la sociedad y crianza de los hijos es susceptible como cualquier otra de sufrir modificaciones a consecuencia de nuevas condiciones económicas. Lo que ocurre es que requiere un tiempo que puede ser largo; tanto más largo cuanto más arcaica sea la ideología en que se sustenta la legitimidad de los hábitos anteriores. Hay que pensar que una ideología que ha estado vigente durante milenios ha tomado en cierto modo carta de naturaleza en el grupo o sociedad que la tiene asumida. Todo cambio social que está condicionado por un cambio de mentalidad puede requerir un largo proceso. Es que, como dice Salustiano del Campo, "la motivación (para limitar los nacimientos) es una condición necesaria, pero no suficiente, si la idea de limitación no está legitimada por valores" (Campo, I, p. 198). Pero también es cierto que en muchos casos los programas de limitación de nacimientos impulsados desde el poder están teniendo un éxito importante, como es el caso de India y China, lo que hace pensar que persuadir a la minoría rectora puede ser suficiente. De cualquier modo, el problema de una regulación de la natalidad a nivel planetario no se presenta fácil. Muchos pueblos del tercer mundo que viven en la miseria necesitan una especie de mutación psicológica que a su vez sólo puede realizarse por un previo cambio de nivel económico. Se trata de un circulo vicioso: mucha natalidad hace imposible el ahorro necesario para el desarrollo económico, pero en caso de que se logre alguno, su primera consecuencia será un mayor crecimiento demográfico. Y el crecimiento demográfico frenará el ahorro y con ello el desarrollo. Si no se interviene delibaradamente en el proceso que lleva al control deseado y consciente de la natalidad , aquel tomará siempre demasiado tiempo. Para acelerarlo quizá sea preciso ejercer cierta

presión sobre la mentalidad de una minoría influyente de cada país. Por supuesto que procrear no puede ser nunca objeto de ningún tipo de persecución. Pero fomentar la procreación, como se ha hecho tradicionalmente, o desanimarla mediante ventajas económicas o por otros medios de persuasión puede ser aceptable. Valorar como conducta inconsciente o irresponsable el traer hijos que no van a poder vivir dignamente (y en su caso, alabar la conducta abnegada de las personas que no les importa aceptar las molestias adicionales de criar hijos cuando puede esperarse que tendrán oportunidades de tener una vida feliz) parecen actitudes defendibles. Más discutible es que para lograr objetivos demográficos se empleen coacciones económicas, especialmente si ello supone perjuicio para las familias más prolíficas y por eso mismo las más necesitadas. Pero las responsabilidades por los sufrimientos derivados de una procreación excesiva deben ser dejadas en buena parte en manos de sus pertinaces causantes, y solamente asumidas por la sociedad en conjunto hasta el límite marcado por el interés social mismo y por un principio de solidaridad de estricto carácter humanitario. El control de natalidad tiene que ser considerado como una alianza de todos los hombres existentes contra los no existentes para hacer posible el club de los cinco mil millones de socios con entrada limitada según las conveniencias de los miembros que ya lo constituyen, que son todos los existentes. Si la tierra es limitada y sus recursos también, por fuerza tiene que serlo el número de componentes del club humano. ¿No es preferible una alianza estrecha y fraternal de la humanidad existente contra la que no existe más que como posibilidad, que no el enfrentamiento de unos hombres con otros por los recursos limitados del planeta? Hacerse conscientes de las ventajas de esta alianza que podríamos llamar de privilegiados, facilitaría la superación de los sentimientos racistas. No hay otra alternativa si es que se quieren dar pasos hacia un estado de cosas compatible con la paz y la vida agradable en el mundo. Una vez aceptado el principio de solidaridad de la especie humana a nivel planetario, creo que algo tienen derecho a opinar los pueblos que proporcionan la ayuda respecto a la política de población que adopten quienes la reciben. Si persisten en mantener altas tasas de natalidad, deben ser conscientes de sus consecuencias. Formar parte del club cinco mil millones puede proporcionar tales ventajas que los países de alta natalidad puedan estar dispuestos a compensarlas aceptando razonables restricciones al crecimiento demográfico, aunque tengan que comprometerse a estimular eficazmente esas restricciones. Ningún pueblo habría de ser presionado para integrarse en el gran club, pero el que no desee hacerlo no debería esperar más solidaridad y ayuda a nivel internacional que la que ocasionalmente movilice el sentido de humanidad con motivo de catástrofes inesperadas. Todo esto, que supone una política demográfica a nivel mundial, debería tener la meta mínima de la estabilización de la población global en el periodo de tiempo más breve posible. En todo caso conviene insistir en que la condición más importante para lograr el control de la natalidad es la emancipación de la mujer. Pero ésta no puede ser conseguida más que en el marco de la paralela emancipación de toda la sociedad, en un orden social que no precise tanta violencia para mantenerse. Dentro de este apartado sobre control de la natalidad, es obligado hacer alguna referencia al tema del aborto, ya que es una extendida aunque controvertida forma de control de la natalidad. Hay sobre esto puntos de vista de lo más dispares. Yo lo veo así: Nadie discute que traer hijos al mundo debe ser algo deseado. Un posible hijo que podría venir al mundo y no viene puede ser porque la madre que pudo concebirlo dijo al marido aquella noche 'que no le apetecía' hacer el amor. Ese mismo posible hijo puede no llegar al mundo porque, aunque aquella noche 'le apeteció', unos días después descubre que está embarazada, pero 'no le apetece' tener más hijos y decide abortar. No es lo mismo un 'no me apetece' que el otro. Se trata en uno y otro caso del mismo ser, y la probabilidad de que llegue a ser un hombre de verdad es la misma, pero levanta más escrúpulos en la sensibilidad el segundo caso que el primero; pero más que en nadie en la misma madre, que es la parte más implicada y por lo mismo la que tiene más derecho a decidir. Pensar que hay alguien más implicado y con más derecho que ella a decidir es negar la evidencia. Atribuir derechos humanos a lo que no es un hombre más que como posibilidad, pero de momento un puro apéndice de la madre, es atropellar a ésta, -es un ser humano de verdad- en lo que es su mayor intimidad. Situándonos en el terreno de la sensibilidad humana, igualar un embrión con una persona es negar la realidad y sacar las cosas de quicio. Un niño despierta en cualquiera ternura y deseos de protección, mientras que la pequeña masa informe y sanguinolenta de un embrión más bien repele. Claro que, en vez de considerar la cuestión desde el punto de vista de los mayores o menores escrúpulos que presenta para la sensibilidad, o desde el deseo de evitar sufrimientos innecesarios, se puede dejar todo esto a un lado y argumentar desde ideologías para las cuales el sufrimiento humano es irrelevante y no debe tenerse en cuenta. Defender la vida (en abstracto) es para esas ideologías el argumento supremo. Pero quienes en nombre de la vida defienden los 'Derechos del Embrión' son por lo general aquellos que menos se preocupan de los 'Derechos del Hombre'; los que por lo general son partidarios de la pena de muerte y consideran la guerra como inevitable para la solución de conflictos,

con lo que demuestran la hipocresía de su argumentación; con ella esconden el argumento verdadero, que es el que se deriva de ideologías inspiradas en el interés de asegurar la existencia de un sobrante de población con los fines que ya he explicado en capítulos anteriores. Estando este libro en proceso de edición ha tenido lugar en Roma el Convenio Internacional de Inmunología, en el cual el investigador indio Gurserau Talmar ha presentado una vacuna anticonceptiva, barata e inocua, que inmuniza contra el embarazo por seis meses. Hallazgos como este pueden resolver a la vez , tanto el litigioso problema del aborto, como el de la explosión demográfica.

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