En Bourdieu, Pierre. La miseria del mundo. FCE, Buenos Aires, Gentileza de Natalio Stecconi

Patrick Champagne La visión mediática En Bourdieu, Pierre. La miseria del mundo. FCE, Buenos Aires, 2000. Gentileza de Natalio Stecconi. Los malesta

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Patrick Champagne

La visión mediática En Bourdieu, Pierre. La miseria del mundo. FCE, Buenos Aires, 2000. Gentileza de Natalio Stecconi.

Los malestares sociales sólo tienen existencia visible cuando los medios hablan de ellos, es decir, cuando los periodistas los reconocen como tales. Ahora bien, no se reducen a los meros malestares mediáticamente constituidos ni, sobre todo, a la imagen que los medios dan de ellos cuando los perciben. No hay duda de que los periodistas no inventan en su totalidad los problemas de que hablan; incluso pueden llegar a pensar, no sin razón, que contribuyen a hacerlos conocer y a incorporarlos, como suele decirse, al "debate público". Lo cierto es que sería ingenuo quedarse en esa constatación. No todos los malestares son igualmente "mediáticos", y los que lo son sufren inevitablemente una cierta cantidad de deformaciones desde el momento en que los medios los abordan, puesto que, lejos de limitarse a registrarlos, el trabajo periodístico los somete a un verdadero trabajo de construcción que depende en gran medida de los intereses propios de ese sector de actividad. Casi podría decirse que la enumeración de los "malestares" que surgen con el paso de las semanas en la prensa es sobre todo la lista de los que podrían llamarse "malestares para periodistas", vale decir, aquellos cuya representación pública se fabricó explícitamente para interesar a los periodistas, o los que por sí solos atraen a éstos porque son "fuera de lo común", dramáticos o conmovedores, y por esa razón comercialmente rentables, por lo tanto conformes a la definición social del acontecimiento digno de aparecer en "primera plana". La manera en que los medios escogen y abordan esos malestares, en definitiva, dice al menos tanto sobre el medio periodístico y su modo de trabajar como sobre los grupos sociales en cuestión. [1]

La fabricación del "acontecimiento" Aunque no sea nuestro objetivo aquí, habría que analizar la diversidad de puntos de vista periodísticos sobre los acontecimientos, que remite a la diversidad de formas del periodismo. Lo cierto es que los periodistas, sea cual fuere el medio en que trabajan, se leen, se escuchan y se observan mucho entre sí. La "revista de prensa" es para ellos una necesidad profesional: les indica los temas que deben tratar porque "los otros" hablan de ellos, puede darles ideas de notas o les permite, al menos, situarse y definir ángulos originales para distinguirse de los competidores. Por otra parte, no todas las visiones periodísticas tienen el mismo peso dentro de la profesión y particularmente afuera, en el proceso de constitución de las representaciones sociales. Cuando se relee o revé, en frío, todo lo que pudo escribirse o mostrarse sobre acontecimientos tales como "la guerra del Golfo", "el movimiento liceísta" de noviembre de 1990 o "los disturbios de Vaulx-enVelin", por ejemplo, seguramente es posible encontrar aquí o allá un artículo o un reportaje especialmente pertinentes. Pero esta lectura, a la vez exhaustiva y a posteriori, olvida que a menudo esos artículos pasan desapercibidos para la mayor parte de la gente y se hunden en un conjunto cuya tonalidad es en general muy diferente. [2] Ahora bien, los medios actúan en un principio y fabrican colectivamente una representación social

que, aun cuando esté bastante alejada de la realidad, perdura pese a los desmentidos o las rectificaciones posteriores porque, con mucha frecuencia, no hace más que fortalecer las interpretaciones espontáneas y por lo tanto moviliza en primer lugar los prejuicios y tiende, con ello, a redoblarlos. Hay que tomar en cuenta, además, el hecho de que la televisión ejerce un efecto de dominación muy fuerte en el interior mismo del campo periodístico debido a que su amplia difusión -sobre todo en lo que se refiere a los noticiarios- le da un peso particularmente grande en la constitución de la representación dominante de los acontecimientos. Por otra parte, la información "puesta en imágenes" produce un efecto de dramatización idóneo para suscitar muy directamente emociones colectivas. Por último, las imágenes ejercen un efecto de evidencia muy poderoso: parecen designar, sin duda más que el discurso, una realidad indiscutible aunque sean igualmente el producto de un trabajo más o menos explícito de selección y construcción. Por más que la televisión se alimente en gran parte de la prensa escrita o de las mismas fuentes que ésta (esencialmente, los despachos de agencias), tiene una lógica de trabajo y restricciones específicas con mucho peso sobre la fabricación de los acontecimientos. Actúa sobre los telespectadores corrientes pero también sobre los otros medios, y los periodistas de la prensa escrita ya no pueden ignorar hoy lo que ayer constituyó "la primera plana" de los noticiarios televisivos de las 20:00. Por ejemplo, cuando esos noticiarios decidieron cubrir las primeras manifestaciones de liceístas de octubre de 1999 -en su origen se trataba de un simple movimiento, limitado a algunos colegios de los suburbios del norte de París, que agrupaba a unos pocos cientos de liceístas que protestaban contra la falta de profesores y las agresiones de que habían sido víctimas ciertos alumnos-, numerosos especialistas educativos de la prensa escrita parisiense juzgaron irresponsable semejante tratamiento mediático porque amenazaba con generar un efecto de arrastre ("¡Deliran!", "¡Deben de estar locos para abrir el noticiario de las 20:00 con ese tema!", "Daba la impresión de que todo el mundo liceísta estaba en la calle, cuando a lo sumo no eran más de tres mil", etcétera). [3] Sin embargo, es indudable que los periodistas de televisión decidieron con toda buena fe mostrar, en el horario de "las 20:00", una secuencia de esos movimientos. Tenían en éstos un tema e imágenes muy televisivas ("Los periodistas de televisión -explica un integrante de la prensa escrita parisiense- nunca saben cómo ilustrar los problemas de la educación y a menudo nos piden ideas para esa ilustración"). Por otra parte, probablemente tenían presente el recuerdo de las manifestaciones liceístas y estudiantiles de noviembre de 1986, que también habían comenzado, hacia la misma época escolar, con una huelga limitada a un solo establecimiento. La lógica del precedente, muy presente en la mayoría de los periodistas, la preocupación de no demorarse en la cobertura de una revolución y la convicción sincera de que volvían a asistir a las primicias de un vasto movimiento de impugnación probablemente basten para explicar el tratamiento privilegiado que otorgaron de entrada a esas protestas localizadas. De hecho, a medida que las huelgas liceístas se multiplicaron, en gran parte bajo el efecto de su mediatización televisiva -"la televisión era algo así como el barómetro del movimiento; como en los noticiarios se hablaba de él, era preciso que todo el mundo se incorporara", dijo por ejemplo un periodista parisiense que cubría los sucesos-, la presión de los jefes de redacción de los diarios de París sobre sus "especialistas" de la sección educación se hizo más fuerte y los incitó a redactar "artículos de fondo" sobre el tema. Si cierto número de periodistas especializados en problemas educacionales manifestaron entonces algunas reticencias a escribir sobre esos acontecimientos, no fue solo porque su competencia apenas los predispone a asombrarse con facilidad, [4] sino también porque ese movimiento, fabricado en gran medida por la

televisión, era inasible: no lograban comprenderlo ni identificar a sus dirigentes y sus objetivos. Si embargo, obligados a su vez a hablar de él, contribuyeron, aunque involuntariamente, a dar importancia a lo que entre tanto se había convertido mediáticamente en un verdadero problema de la sociedad, el del "malestar de los liceístas" y, más en general, "de la juventud". Los jóvenes responsables de las coordinaciones de los liceos que surgieron oportunamente del movimiento y que, en sus estrategias mediáticas, recibían el consejo de adultos más experimentados (dirigentes del Partido Comunista, de SOS-Racismo, del Partido Socialista, etcétera), no podían sino tomarse muy en serio al hablar en las "Asambleas Generales Liceístas" como lo hacen los políticos en las tribunas de la Asamblea Nacional durante las transmisiones en directo de los miércoles a la tarde. Un periodista de un gran diario parisiense que estuvo cerca de ellos durante los acontecimientos relata: "Los responsables de la coordinación se creyeron vedettes. Se los tomó demasiado en serio. Sólo se dirigían a la televisión. Hubo una ‘estelarización' excesiva. Creían que todo les estaba permitido; habían estado en el Elíseo, habían desayunado con Jospin..." Se comprende al mismo tiempo que esos movimientos -producidos en gran parte por los medios-, a menudo desaparezcan con mucha rapidez cuando estos últimos dejan de hablar de ellos. En consecuencia, no habría que preguntarse únicamente, como suele hacerse, qué es lo que interesa a la prensa, sino también sobre el proceso que conduce progresivamente a todos los periodistas a desinteresarse de los acontecimientos que antes contribuyeron a producir. Con humor, un joven periodista que conoce bien las redacciones de las radios periféricas, relata: "En la reunión de redacción de una radio siempre va a haber un redactor que diga: ‘Ya basta de eso, la gente se fastidia. Los suburbios empiezan a aburrirnos, estamos hartos. Pasemos a otra cosa'. Y en la actualidad siempre hay algo que toma el relevo. Le Monde tranquilizará. Libé buscará interpretaciones, analizará, reconocerá el terreno. Quienes se ocupan de lo fáctico, de lo sensacionalista, tal vez repliquen, pero nadie los seguirá".

Un falso objeto En definitiva, lo que se denomina "acontecimiento" nunca es más que el resultado de la movilización -que puede ser espontánea o provocada- de los medios alrededor de algo que, durante un cierto tiempo, éstos convienen en considerar como tal. Cuando las que atraen la atención periodística son poblaciones marginales o desfavorecidas, los efectos de la mediatización distan de ser los que estos grupos sociales podrían esperar, porque los periodistas disponen en ese caso de un poder de constitución particularmente importante, y la fabricación del acontecimiento escapa casi íntegramente a esas poblaciones. A principios de los años ochenta, a raíz de incidentes ocurridos en las Minguettes -un barrio de Vénissieux, en los suburbios de Lyon, de fuerte concentración de población inmigrante-, se desarrolló en la prensa un nuevo discurso sobre los "suburbios problemáticos". Esos incidentes, bastante espectaculares (quema de autos, barricadas, lanzamiento de proyectiles diversos y cócteles Molotov contra las fuerzas policiales, etcétera), recibieron una amplia cobertura del conjunto de la prensa, que de tal modo atrajo brutalmente la atención sobre una nueva categoría de población, la de los jóvenes nacidos en las familias inmigrantes ("los beurs"), en situación de fracaso escolar, sin calificación ni trabajo. Se descubría igualmente el estado ruinoso de ciertos suburbios y la degradación de los edificios, asolados por el vandalismo y dejados en el abandono por los organismos de HLM. Esos incidentes, que habían estallado apenas dos meses

después de la llegada de los socialistas al poder, se consideraron como un verdadero desafío político lanzado al gobierno de izquierda. Se tomaron diversas medidas a fin de rehabilitar esas villas de emergencia de un nuevo tipo que se habían reconstituido progresivamente en ciertas HLM. Por otra parte, se habían erigido estructuras orientadas a encuadrar a los jóvenes desocupados en situación de fracaso escolar, con el objeto de propiciar su formación profesional y su inserción en el mercado laboral. Todas estas acciones se coordinaron en el marco de los DSQ. En 1990, este accionar abarcaba alrededor de cuatrocientas zonas. Pero los medios volvieron a plantear el problema de los suburbios en relación con los incidentes ocurridos en octubre de 1990 en Vaulx-en-Velin, un municipio también ubicado en los suburbios lioneses y clasificado como DSQ en 1987. A fines de septiembre de ese año, se hizo una fiesta en Mas-du-Taureau, un barrio de la comuna recién rehabilitado, frente al nuevo centro comercial erigido un año antes en plena zona de viviendas sociales. En presencia de personalidades políticas de primer nivel, se inauguró un muro de escalada y se celebró el éxito de los operativos de rehabilitación. Una semana después, durante un control policial, vuelca una moto y el pasajero de atrás, un joven de 18 años de origen italiano, afectado de poliomielitis, muere como consecuencia de la caída. Se agrupan entonces un centenar de jóvenes para lanzar insultos a la policía, a quien consideran responsable del drama. Se sospecha que ésta procura mostrar como un simple accidente lo que los jóvenes creen un ejemplo de "brutalidad". La situación es tensa: esa misma noche se arrojan piedras y se queman tres autos (cosa que, en ese barrio, no es una práctica excepcional). La prensa local, que escucha permanentemente las conversaciones de la policía con scanners (receptores de alta frecuencia), difunde rápidamente la información y da la versión oficial del drama, que pasa esa misma noche a los medios nacionales. Al día siguiente a la mañana, jóvenes de 14 a 20 años vuelven a arrojar piedras contra la comisaría de Vaulx-en-Velin (para hacer salir a los policías, atrincherados en su interior); luego, hacia el mediodía, se lanza un coche robado contra el supermercado de Mas-du-Taureau, que arde, lo mismo que unos cuantos negocios de la plaza. Los jóvenes rechazan a la policía, los bomberos y los periodistas, mientras que numerosos habitantes del barrio y de otros lugares, en una atmósfera festiva, procuran sacar partido de la situación y se llevan diversas mercaderías que, de todas maneras, el incendio habría destruido. Uno de los pocos periodistas de la prensa local que están presentes en el lugar cuenta que ve salir a chicos de los comercios, con las manos repletas de golosinas, paquetes de cigarrillos y calzado deportivo. Una anciana sostiene la puerta del supermercado para facilitar la salida de carritos atiborrados de mercaderías, empujados a toda prisa hacia los baúles de los autos. En síntesis, si bien es indiscutible que hubo un saqueo del centro comercial, probablemente premeditado, [5] lo cierto es que resulta por lo menos excesivo hablar de "motín", como lo hicieron los periodistas de la prensa parisiense y, sobre todo, de la televisión. Los dominados son los menos aptos para controlar la representación de sí mismos. Para los periodistas, el espectáculo de su vida cotidiana no puede sino ser chato y carente de interés. Como culturalmente están desamparados, son además incapaces de expresarse en las formas requeridas por los grandes medios. Tal como lo declara un dirigente político que pretende divulgar la opinión de los profesionales de la televisión, "uno no tiene que ir a un programa a contar su estado de ánimo o a dar su opinión; hay que aprender a expresarse con claridad". Algunos días antes de los sucesos, una agencia de

prensa lionesa especializada en urbanismo había propuesto espontáneamente -sin éxito en ese momento- hacer una investigación sobre la situación en los suburbios ("No es interesante, no pasa nada...", le habían contestado a la sazón). La lógica de la competencia impulsa a los periodistas a trabajar "en caliente" y acudir "a donde pasa algo". Los dramáticos incidentes de Vaulx-en-Velin tuvieron por efecto suscitar en poco tiempo una multitud de notas, todas las cuales procuraban mencionar y explicar lo que no funcionaba en ese lugar. Aun cuando la observación atenta de la vida corriente en esos suburbios, con sus problemas cotidianos, es más ilustrativa, la mayoría de los periodistas tiende a concentrarse en la violencia más espectacular y, por ello, más excepcional. [6] Los medios fabrican así para el gran público, que no está directamente comprometido, una presentación y una representación de los problemas que ponen el acento sobre lo extraordinario. Con ello se tiende a exhibir únicamente las acciones violentas, los enfrentamientos con la policía, los actos de vandalismo, un supermercado en llamas o autos que arden, y a presentar en un revoltijo, como causa de esos desórdenes, las explicaciones recogidas por la prensa, los excesos policiales, la desocupación de los jóvenes, la delincuencia, la "penuria de vivir" en esos suburbios, las condiciones habitacionales, el marco siniestro de vida, la ausencia de estructuras deportivas y de tiempo libre, la concentración excesiva de poblaciones extranjeras, etcétera.

Un círculo vicioso Si esta representación deja poco lugar al discurso de los dominados, es porque éstos son particularmente difíciles de escuchar. Se habla de ellos más de los que ellos mismos hablan, y cuando se dirigen a los dominantes, tienden a emplear un discurso prestado, el que éstos remiten a su respecto. Esto es especialmente cierto cuando hablan en televisión: se los ve repetir los discursos que escucharon la víspera en los noticiarios televisivos o los programas especiales sobre las penurias de los suburbios, y a veces hablan de sí mismos en tercera persona ("Lo que quieren los jóvenes es un lugar para reunirse", dice por ejemplo uno de ellos en un reportaje). Más exactamente, los periodistas tienden sin saberlo a recoger su propio discurso sobre los suburbios y siempre encuentran, vagabundeando en las urbanizaciones y al acecho de los medios, personas dispuestas, "con tal de aparecer en televisión", a decirles lo que tienen ganas de escuchar. La "investigación"de tipo periodístico, y esto vale tanto para el gran periodista parisiense como para el modesto encargado de sección de la prensa de provincia, está en general más cerca de la pesquisa policial que de lo que recibe aquel nombre en las ciencias sociales. Más que el sociólogo, es el periodista "de investigación" quien logra a veces "doblar" a la policía en un caso, que sirve de modelo. Por otra parte, la preocupación (en gran medida comercial), vigente sobre todo en los grandes medios nacionales (televisión pero también agencias de prensa), por no tomar partido o por no disgustar a auditorios socialmente muy heterogéneos lleva a una presentación artificial y neutralizante de todos los puntos de vista presentes. La investigación periodística se emparienta con la judicial: como en un proceso, la objetividad consiste en dar la palabra a todas las partes interesadas, y en cada caso los periodistas procuran explícitamente tener representantes de la defensa y de la acusación, el "pro" y el "contra", la versión oficial de un incidente y la de los testigos. Por la fuerza de las cosas, el trabajo de campo propiamente dicho se limita a algunos días, cuando no a algunas horas pasadas

en el lugar, "para dar un poco de color" a las notas, en general con un guión previamente construido en las reuniones de redacción-, que se trata de ilustrar. [7] Los mismos periodistas pueden suscitar a veces una realidad a medida para los medios. Un periodista de la Agence France Presse (AFP) de Lyon informa por ejemplo que, tras las caldeadas jornadas de Vaulx-en-Velin, toda la prensa vigilaba la comuna a la espera de nuevos incidentes, y que esa presencia de los periodistas en el lugar podía desencadenar los sucesos esperados. [8] Aun cuando no pase nada, la máquina periodística tiende a girar por sí sola. Fue así como, por ejemplo, el jefe de redacción de un medio parisiense intimó a cierto reportero de televisión enviado a un suburbio para cubrir unos incidentes a hacer una intervención en directo de dos minutos en el noticiario de la noche aunque no pasara nada, a fin de hacer entables los costosos medios técnicos dispuestos en el lugar. Aunque muchos periodistas procuren ir más allá del acontecimiento ("La crónica menuda [faits divers] es reveladora de verdaderos problemas, habría que profundizar pero no hay tiempo, y además un acontecimiento desplaza a otro", dice por ejemplo un periodista de la prensa regional de Lyon), todo los reduce a él. Acuciados por la competencia, deben ir adonde estás sus cofrades. "Si aparece en otro canal -cuenta un periodista de televisión-, el jefe de redacción te dice: ‘Pero qué carajo está haciendo, hay que ir allí'." "Nos concentramos en Vaulx-enVelin -informa también un periodista de la AFP de Lyon-. Cuando pasaba algo allí, se lo mencionaba no porque fuera importante sino porque ocurría en Vaulx. Pero no sabíamos que pasaban cosas peores en los suburbios de Marsella. París [las redacciones parisienses] empujaba el carro. La competencia incita a la sobrepuja, a la falta. Cuesta resistirse porque tenemos clientes que son exigentes y quieren ‘Vaulx-en-Velin'. A veces nos preguntábamos si era necesario hacer un despacho por dos autos quemados. [...] Un mes después se hizo un gran artículo pero, una vez pasado el acontecimiento, la cosa ya no interesa a nadie, se lo lee menos y la puesta a punto que puede hacerse en ese momento tiene menos impacto." Si los incidentes de Vaulx-en-Velin dieron lugar a una intensa cobertura periodística, fue también porque resonaban en ellos numerosos problemas sociales mediáticamente constituidos como la desocupación, los suburbios tristes, los inmigrantes, la inseguridad, la droga, las bandas, los jóvenes, Le Pen, el integrismo, etcétera. Pero, lejos de permitir comprender, esta "cobertura mediática" brindó sobre todo la oportunidad de ver el resurgimiento de los estereotipos sobre los suburbios y los grandes conjuntos urbanísticos, estereotipos constituidos desde unos treinta años atrás alrededor de anteriores noticias misceláneas y aplicadas en Vaulx-en-Velin, aunque esos esquemas fueran manifiestamente inapropiados para dar cuenta de lo que había pasado. Algunos periodistas denunciaron el problema de las "urbanizaciones dormitorio" mientras el número de empresas creadas en la comuna estaba en aumento; otros retomaron el discurso sobre la enfermedad de los suburbios con sus zonas sin alma ni coherencia, la grisura cotidiana y la deshumanización de las ciudades, cuando este municipio, precisamente, había emprendido desde hacía tres años un importante operativo de rehabilitación de la vivienda social y reinstalado un centro comercial muy activo. Lejos de molestarse por esas contradicciones, los medios hablaban, al contrario, del "gran naufragio de las ideas aceptadas" que consistían en creer que se podía "volver a dar vida a los grandes conjuntos urbanísticos a fuerza de millones, repintando las cajas de las

escaleras y plantando bancales de clorofila". La mayoría se hizo eco de quienes cuestionaban el urbanismo y denunciaban a los arquitectos que habían construido esas ciudades del rechazo, la desesperación y la ausencia de diálogo. Por último, y habida cuenta de que sin duda era necesario explicar lo que estaba en el origen de los acontecimientos -a saber, el mal resultado del control policial-, casi todos evocaban el abismo que se habría creado entre los jóvenes y la policía; el remedio a esos problemas estaba entonces en el restablecimiento del diálogo y la confianza. No hay duda de que los diferentes diarios desarrollaron estas temáticas de acuerdo con las opciones ideológicas que les son propias. Por ejemplo, Libération insistió sobre todo en los excesos de la policía, recordando la larga lista de víctimas de los controles policiales (una decena en diez años) que, según el diario, alimentó la cólera de los jóvenes amotinados contra ella. Al tomar partido por los jóvenes sublevados, evoca el "hartazgo de las ZUP" que se construyeron en una generación y hoy plantean el problema de su integración, anhelando que "el Estado ofrezca otra cosa que gases lacrimógenos a esos muchachos que queman todo". Una semana después de los "motines", Serge July, director del diario, en un editorial saturado de analogías salvajes capaces de despertar los fantasmas colectivos, reubica a Vaulx-en-Velin en una historia periodística del planeta: "En esta historia todo es ejemplar. [...] Hemos vuelto al casillero inicial: el apartheid que un paisaje urbano desarticulado subraya en negro. [...] Verdadera metrópoli de un margen social sin identidad [...], Vaulx-en-Velin es la expresión desesperada de una irremediable desintegración social. El espectro de la tercermundización se cierne sobre esos suburbios: los motines y pillajes de estos últimos días tenían similitudes tanto con la intifada palestina como con el levantamiento en busca de alimentos de Caracas". En una visión opuesta, pero que hace pareja con la precedente, Le Figaro, en cambio, no quiere ver otra cosa que el accionar de un puñado de agitadores profesionales que, a través de la violencia, procurarían hacer la revolución (islámica), y describe con complacencia las escenas de pillaje y la agresividad de los jóvenes manifestantes. Recuerda que en esa zona la delincuencia cotidiana es importante y considera ampliamente desmesurada la revuelta, a la vez que denuncia el desfase que, en su opinión, existiría entre lo que llama "la verborrea de los iniciados" (es decir, el discurso de los hombres de izquierda y de cierto número de trabajadores sociales que hablan de la penuria de vivir en los suburbios) y la prédica de los residentes, que no plantearon el problema de las condiciones de vida de su barrio. Los diarios regionales (Lyon Matin y Le Progrès de Lyon) se mantienen más cerca de los acontecimientos y echan mano, al pasar, de ciertas aproximaciones de los periodistas parisienses, haciendo notar, por ejemplo, que más allá de palabras convencionales como "guetos, ciudades dormitorio, inmigrantes maltratados, policía salvaje, violencia de los suburbios, etcétera" hay una realidad más trivial: "Un accidente, una emoción, su explotación por una pequeña delincuencia organizada en una zona ejemplar por su esfuerzo (rehabilitación, deporte, asociaciones, etcétera)". El desfase entre la representación de la realidad y la realidad tal como pueden mostrarla investigaciones más pacientes es aún más importante en el tratamiento televisivo de los incidentes. [9] La atención de los periodistas se concentra en los enfrentamientos más que en la situación objetiva que los provoca. Éstos se convierten en síntomas de una crisis más general de la sociedad que tiende a abordarse independientemente de las situaciones concretas. [10] Paradójicamente, los periodistas, en sus investigaciones locales, prestan poca atención a los datos del lugar; por eso el acontecimiento mediático que fabrican puede funcionar como una especie de test proyectivo ante los diferentes

actores sociales a los que interrogan, cada uno de los cuales puede ver en él la confirmación de lo que piensa desde hace tiempo.

La estigmatización Si bien la mayoría de los periodistas rechazan y condenan las prácticas más dudosas de la profesión y reconocen de buen grado la existencia inevitable de actitudes parciales, aun en un tratamiento de la información que se pretende honesto, creen que, pese a todas estas dificultades y deformaciones, nada es peor que el silencio. Aun cuando los medios, dicen, no hayan abordado como habría sido preciso el problema de los suburbios, aun cuando admitan haber privilegiado ciertos aspectos marginales o menores a causa de su espectacularidad, en detrimento de la realidad corriente y cotidiana, lo cierto es que consideran haber sido útiles por el simple hecho de que, al menos, contribuyeron a plantear públicamente esos problemas. Semejante optimismo parece como mínimo excesivo porque no tiene en cuenta, especialmente, los efectos de orden simbólico que son particularmente poderosos cuando de ejercen sobre poblaciones culturalmente indigentes. En la alcaldía de Vaulx-en-Velin se concede que los acontecimientos crearon una situación de urgencia que permitió el desbloqueo un poco más rápido de los créditos destinados a los operativos de rehabilitación y a la acción social. Pero sin duda es la única repercusión positiva (con todo, habría que saber a quién benefician principalmente esas medidas). En cambio, esa ventaja material momentánea se paga muy caro en el plano simbólico. Los habitantes de esos barrios no se equivocan cuando se ve la recepción cada vez más negativa que, desde los acontecimientos, algunos de ellos reservan a los periodistas, lo que expresa la rebelión impotente de quienes se sienten traicionados. Desde luego, los periodistas son rechazados por los jóvenes delincuentes que no quieren que la policía los reconozca y fiche. Pero también lo son por la población de esas urbanizaciones, que con la sucesión de notas televisivas y artículos en los diarios ve cómo se fabrica una imagen particularmente negativa del suburbio. Lejos de ayudar a los habitantes de éste, los medios contribuyen paradójicamente a su estigmatización. Estos barrios se muestran como insalubres y siniestros, y sus habitantes, como delincuentes. Los jóvenes que buscan trabajo ya no se atreven a decir que viven en esas urbanizaciones, que tienen mala fama, por haberse convertido en noticias de "primera plana" de los medios. Un periodista de televisión informa, por ejemplo, que equipos de reporteros del mundo entero visitan el barrio de Chamards, cerca de Dreux, porque esta zona se convirtió en el símbolo del ascenso del Frente Nacional. Esta estigmatización, sin duda involuntaria y resultante del funcionamiento mismo del campo periodístico, se extiende mucho más allá de los acontecimientos que la provocan y marca a esas poblaciones aun cuando estén fuera de sus barrios. De tal modo, toda la prensa publicará cierto despacho de agencia que informa sobre unos incidentes en un albergue de la juventud del Gard, en los que participaron jóvenes de Vaulx-en-Velin que estaban de vacaciones. También es así como jóvenes del Val-Fourré, de vacaciones en el Jura, deberán sufrir durante su estada diversas agresiones y vejaciones por parte de la población local, que se tornó desconfiada desde que los medios (sobre todo la televisión) cubrieron extensamente los incidentes de aquellos barrios; la muy tensa situación así generada es, por sí sola, capaz de desencadenar nuevos incidentes que, de manera circular, terminan por confirmar los estereotipos mediáticos iniciales.

Esta visión periodística de los suburbios es vigorosamente rechazada por una pequeña parte de la población de esos barrios, generalmente la más politizada o militante, y suscita su indignación: "Si el suburbio en que vivo fuera verdaderamente como dicen los diarios, jamás querría vivir en él", "Mi familia no quiere venir a verme aquí, ¡creen que es un verdadero degolladero y que te violan en todas las esquinas!", "A esos tipos que no cuentan más que imbecilidades los llamo periodistuchos. Que digan lo que quieran, pero que en ese momento nos pongan frente a ellos para que podamos decir si estamos de acuerdo o no. No vamos a llegar a la violencia porque yo no soy violento y sé hablar". Incluso se constituyó una asociación de locatarios para luchar contra la imagen estigmatizante que los medios daban de Vaulx-en-Velin y hacer saber públicamente que esta ciudad distaba de ser peor que las demás. Lo cierto es que la mayoría, principalmente porque carece de recursos culturales, hace suya esta visión de sí mismos que producen esos espectadores interesados y un poco voyeurs que son necesariamente los periodistas ("Esto es un gueto", "No somos considerados", etcétera). Muchos habitantes de Vaulx fueron los primeros sorprendidos por los acontecimientos, y algunos casi se avergonzaron de lo que ocurrió en su comuna. Ciertos comerciantes explican que en general tenían buenas relaciones con los jóvenes; los docentes, si bien experimentan grandes dificultades en los colegios, consideran excesivo que se hable de "explosión social". Más prosaicamente, algunos residentes señalan que los disturbios, en realidad, son obra de minorías -un puñado de jóvenes, en su mayor parte conocidos por la policía-, y que el saqueo del centro comercial no es más que la explotación de un incidente penoso (el control policial) por parte de delincuentes adultos ajenos a Vaulx. Aunque los periodistas locales sientan la tentación de asignar importancia a esos acontecimientos, no se engañan y tienen una visión bastante cercana a la de los residentes: "Cuando me paseo por Vaulx, no se me ocurre decir que es un gueto. He visto zonas peores. Hay que saber qué se pone detrás de las palabras. Los suburbios han sido un poco satanizados" (periodista de la prensa regional de Lyon); "Los peores tal vez sean los periodistas cow-boys, los que se toman por estrellas, que estuvieron en el Golfo; poco después se ocupan de los suburbios, más tarde de los liceístas" (periodista parisiense de la prensa escrita).

Algunos remedios "mediático-políticos" Lo cierto es que en lo sucesivo los medios son parte integrante de la realidad o, si se prefiere, producen efectos de realidad al fabricar una visión mediática de aquélla que contribuye a crear la realidad que pretende describir. En particular, las desdichas y reivindicaciones deben expresarse de aquí e más mediáticamente si quieren tener una existencia públicamente reconocida y que el poder político, de una u otra manera, las "tome en cuenta". La lógica de las relaciones que se instauraron entre los actores políticos, los periodistas y los especialistas de la "opinión pública" llegó a tal punto que, políticamente, es muy difícil actuar al margen de los medios o, a fortiori, contra ellos. Es por ello que la prensa nunca dejó indiferente al poder político, que trata de controlar lo que se denomina "la actualidad", cuando no contribuye, con la ayuda de sus agregados de prensa, a fabricarla por sí mismo. A los dirigentes políticos no les gusta ser sorprendidos e incluso superados por los acontecimientos, y procuran evitar que otros, en la urgencia y bajo presión, les impongan la definición y el tratamiento de los problemas sociales a la orden del día. En síntesis, quieren seguir siendo los dueños de su agenda y temen particularmente los acontecimientos que surgen de manera imprevisible (un incidente local que adquiere mayores dimensiones), y se ubican en el primer plano

de la actualidad política porque la prensa escrita y los noticiarios televisivos se apoderan de ellos. [11] Es sabido, por ejemplo, que algunas grandes empresas tratan de manejar lo imprevisto efectuando simulaciones a fin de que, llegado el caso, su personal sepa cómo comportarse ante los periodistas (de tal modo, EDF previó escenarios de grandes incidentes nucleares, en especial para preparar las "respuestas adecuadas" para dar a los medios). El poder teme particularmente que los medios produzcan (o coproduzcan) este tipo de acontecimientos, a veces alimentados por los periodistas cuando quedan exclusivamente librados a las leyes que rigen el funcionamiento de su campo (desbocamiento mediático, acoso periodístico, dramatización, etcétera), puesto que, aunque sea momentáneamente, pueden asumir una dimensión política considerable que amenaza con desconcertar a los dirigentes. Fue precisamente lo que sucedió durante los acontecimientos de Vaulx-en-Velin en octubre de 1990, y también en el momento de las manifestaciones liceístas del mes siguiente, que, a medida que los medios informaban sobre ellas, se multiplicaban sin que los dirigentes políticos supieran verdaderamente qué querían esos jóvenes manifestantes, quienes, por otra parte, no siempre lo sabían ellos mismos. Cuando se producen tales acontecimientos, ¿la situación beneficia a los más desamparados, sobre quienes recae tan brutalmente la atención pública? ¿El poder no se vio obligado, por ejemplo, a abordar el problema de los suburbios y el de los liceístas? Nada es menos seguro. De hecho, la lucha principal opone a la prensa y el poder político. Todo sucede como si los periodistas quisieran probarse a sí mismos su autonomía profesional en relación con el poder, tratando de ponerlo en aprietos, mientras que los políticos, por su lado, se esfuerzan por controlar los medios como pueden (hoy, sólo indirectamente). En otros términos, la lucha se localiza principalmente en el terreno mediático y tiende a permanecer en él, en tanto el poder, con la ayuda de especialistas en comunicación, inventa estrategias orientadas a poner fin a la agitación mediática y, con ella, a la agitación a secas. Fue así como, para intentar detener las manifestaciones liceístas de 1990 -de las que se temía que degeneraran y desembocaran en un "drama", como ocurrió en 1986-, los especialistas comunicacionales del Ministerio de Educación inventaron la "Señora Plan de Urgencia", una mujer de aspecto tranquilizador, maternal y comprensiva, que presuntamente encontraría en lo sucesivo soluciones rápidas a todos los problemas de los liceos y colegios y a quien se hizo recorrer todos los medios audiovisuales. La creación, algunas semanas después de los sucesos de Vaulx-en-Velin, de un "Ministerio de la Ciudad" responde quizás a la necesidad burocrática de coordinar localmente las acciones de los diversos ministerios con jurisdicción sobre esas poblaciones en aprietos. Pero todo lleva a creer que también se inspiró en gran parte en el interés de controlar a la prensa que se ocupaba de esos problemas, proponiéndole un interlocutor oficial encargado de tomar medidas dirigidas a los medios y de dar vida, por encima de las tomas de posición anárquicas y privadas, al punto de vista del Estado. Para intentar comprender, habría que interrogar a la gente común sobre su vida cotidiana, y tomarse el tiempo, por ejemplo, de reconstruir la historia de Vaulx-enVelin, comuna que a principios de siglo era todavía una pequeña aldea con sólo 1.588 habitantes en 1921 y que, con la instalación en 1925 de la fábrica de de fibras artificiales, experimentaría un aumento importante de su población. [12] Habría que mencionar las primeras viviendas sociales, construidas entre 1953 y 1959, que se

destinaron a recibir a familias numerosas en situación difícil; el crecimiento rápido que la ciudad experimentaría en los años sesenta, con la creación en 1964 de una Zona de Urbanización Prioritaria. Sobre todo, habría que medir los efectos de la construcción, entre 1971 y 1983, de más de nueve mil viviendas y el enorme aumento de la población, que en 1982 llegó a casi 45.000 habitantes. Por último, sería necesario analizar el deterioro brutal de la situación en la ZUP tras la multiplicación de viviendas vacías en 1979, en especial en el sector del Mas-du-Taureau, cuyo supermercado tuvo que cerrar en 1985. Se vería así que Vaulx-en-Velin comparte con muchas otras urbanizaciones difíciles ciertas propiedades estructurales: construcción reciente, hábitat esencialmente colectivo, población muy joven, índice elevado de familias numerosas, presencia de una fuerte proporción de población de origen extranjero, movilidad residencial intensa, alto índice de desocupación que perturba gravemente la vida cotidiana, etcétera. Los inmigrantes de primera generación que llegaron a Francia a menudo aceptan, con relativa resignación, la desocupación que hoy los afecta, en gran parte porque aun se sienten extranjeros en el país (son particularmente numerosas las mujeres que no hablan francés). No ocurre lo mismo con sus hijos, que sólo conocen este país y reclaman que se los trate como a cualquier francés. Como se sienten integrados, viven mal su no integración objetiva. Padecen como una injusticia la desocupación que los afecta más vigorosamente que a los demás franceses: subcalificados porque, por razones culturales, se encuentran en situación de fracaso escolar, denuncian a los empleadores que -es lo menos que puede decirse- distan hoy de estar dispuestos a dar preferencia a la contratación de jóvenes de origen extranjero. Por otra parte, y a través de sus relaciones, estos jóvenes contribuyen involuntariamente a alimentar el círculo vicioso que los margina. Como se sienten excluidos, se inclinan a adoptar comportamientos que los excluyen aun más, lo que al mismo tiempo desalienta la escasa buena voluntad que se les manifiesta: los locales que se ponen a su disposición a menudo son saqueados, y los empleadores que los contratan tienen que hacer frente a veces a problemas específicos (robos, violencia, etcétera). La situación de esos suburbios es el resultado de procesos cuya lógica no está en las urbanizaciones mismas sino en los mecanismos más globales, por ejemplo, la política habitacional o la crisis económica. Es por eso que quienes tienen la misión de actuar localmente -en especial los trabajadores sociales y los docentes- están condenados a gastar mucha energía para obtener resultados a menudo irrisorios, ya que los mecanismos generales deshacen sin cesar lo que ellos tratan de hacer. Es por eso, también, que la creación de un Ministerio de la Ciudad es sin duda una solución más mediático-política que real. Lo cierto es que la situación de esos suburbios debe su forma particular (abundancia de la pequeña delincuencia, actos de vandalismo, droga, autos robados, pillaje de centros comerciales, etcétera) a la superposición en un mismo espacio de todos esos mecanismos negativos. Las apariencias siempre dan razón a las apariencias. Un comisario de policía del norte de Francia hacía responsable de la delincuencia de los suburbios a la vivienda vertical (las torres) en oposición a la horizontal (los chalets). Ahora bien, no es la "concentración vertical" de los habitantes la que produce esos problemas, sino que éstos son el resultado de la concentración vertical de las dificultades. El funcionamiento del mercado inmobiliario y la lógica de los trámites de adjudicación de las viviendas sociales tuvieron como efecto, entre otras cosas, el reagrupamiento espacial de las poblaciones en aprietos, que eran principalmente familias inmigrantes., y su concentración geográfica generó reacciones de connotación racista. A esto se agrega el hecho de que las autoridades de prefectura y

los servicios sociales concentran en esos barrios a las familias llamadas "pesadas" (es decir, delincuentes, o al menos personas fichadas por la policía). Estas familias, en número relativamente limitado (probablemente algunos centenares en todo este suburbio popular de Lyon), que, sin recursos, viven al margen de la ley, hicieron de las ZUP su territorio; por otra parte, la arquitectura de esos conjuntos urbanísticos se presta bastante bien a ello, porque se los concibió explícitamente para que estuvieran alejados de las vías de circulación y constituyen aquí -consecuencia no deseada- verdaderos islotes apartados del centro de la ciudad. Una parte de los jóvenes de estas familias extraen sus recursos de una economía subterránea que se basa principalmente en el robo y, más recientemente, el tráfico de drogas. Por último, hay que añadir el hecho de que la desocupación resulta hoy más difícil de soportar que antes. El desarrollo económico y la generalización de las cadenas de distribución desde hace unos veinte años tuvieron como efecto poner al alcance de la mano una cantidad considerable de bienes de consumo. Es sabido que en las grandes superficies comerciales el robo dista de ser la obra exclusiva de jóvenes desocupados sin recursos. Se entiende que, a fortiori, pueda aparecer como una solución habitual para estos últimos, que consideran cada vez más normal "servirse" en los supermercados. El robo es incluso una especie de deporte que ritma el tiempo vacío de esos adolescentes ociosos, cuando no se trata de la oportunidad de entregarse a verdaderas actuaciones que son a menudo un principio interno de jerarquización de esos grupos. No hay duda de que el desfase que tiende a producirse en los jóvenes desocupados entre las ganas de consumir y los ingresos disponibles nunca fue tan grande como hoy. Por ello se explica, tal vez, que los centros comerciales, de acuerdo con la lógica del doble golpe, sean uno de los blancos privilegiados del accionar violento de los jóvenes de estas urbanizaciones: verdaderos símbolos de una sociedad de consumo que los excluye, los destruye y saquea, y al mismo tiempo hacen grandes incursiones que no dejan de reportarles beneficios materiales. Así se explica también el hecho de que los autos sufran robos, hurtos o incendios constantes: en efecto, para esos jóvenes el automóvil representa el bien de consumo por excelencia, objeto de numerosas inversiones (económica, pero también afectiva, social, en tiempo dedicado a él, etcétera) e instrumento indispensable de locomoción y placer. Simboliza el éxito y la integración al mercado laboral, y en general es su primera compra cuando encuentran un trabajo estable y logran "instalarse" (casarse). Las violencias espectaculares que constituyen la "primera plana" de los medios ocultan las pequeñas violencias corrientes que se ejercen permanentemente sobre todos los habitantes de esos barrios, incluidos los delincuentes juveniles que también son víctimas; las violencias que éstos ejercen no es más que una respuesta a las violencias más invisibles que sufren desde su primera infancia, en la escuela, el mercado laboral, el mercado sexual, etcétera. Pero se comprende también que los "pobres blancos" de esos suburbios, que reivindican su condición de "franceses de estirpe" y se consideran "en su casa", se vean particularmente superados por los constantes trastornos de vecindad provocados por esos hijos de la inmigración. ¿Cómo no habrían de suscitar indignaciones fáciles de explotar esos conflictos incesantes que desembocan a veces en dramas y terminan por alimentar la crónica de las noticias misceláneas?

Notas [1] Estos malestares mediáticamente puestos en escena pueden dar a veces una imagen bastante caprichosa de la realidad, como lo muestra, por ejemplo, una retrospectiva televisiva reciente que reduce la historia de la juventud de estos últimos veinte años a una sucesión de cromos de un nuevo tipo, en la que vemos aparecer unos tras otros a los hippies, los recitales de Bob Dylan y la comedia musical Hair, usurpadores pop de viviendas, el hard rock, los conciertos de SOS-Racismo, jóvenes de los suburbios que queman autos, skinheads y otros vándalos, raperos, taggers y, para terminar en la actualidad más reciente, jóvenes que prenden sus encendedores durante el recital del cantante Patrick Bruel. [2] Sólo pueden verse los artículos "pertinentes" cuando ya se sabe lo suficiente sobre la problemática planteada. En un principio, y sobre los temas que se conocen mal o no se conocen en absoluto, no se puede sino remitirse a quienes dicen algo de ellos. [3] Estas observaciones deben mucho a las entrevistas a periodistas realizadas por Dominique Marchetti en el marco de la investigación que dirigí sobre los movimientos liceístas. Ulteriormente se hará un informe más completo de este trabajo. [4] El jefe de reacción de un diario parisiense me explicaba que, buenos conocedores de su ámbito, los especialistas se sienten en general poco inclinados a ver lo extraordinario; como ocupan modestamente las páginas interiores de los diarios, tienden más bien a trivializarlo todo y es difícil que se asombren. A menudo son los jefes de redacción, más sensibles, en especial, a la situación creada por los noticiarios televisivos, quienes deben incitarlos a tomar posición. [5] Algunos residentes de Vaulx-en-Velin nos dijeron que habían oído a jóvenes que planeaban un operativo semejante, mucho antes del drama que sin duda sirvió de pretexto o detonador. En el mismo sentido, un periodista presente poco antes del saqueo del centro comercial nos dijo que algunos jóvenes le habían aconsejado que se quedara en el lugar porque iban a ocurrir cosas... [6] Fue así como un canal de televisión pidió a una agencia de video de Lyon, al día siguiente del incendio del centro comercial, una nota sobre los "destructores y traficantes de Vaulx, incluso enmascarados". Los encargados de realizar esta investigación, también ellos de origen magrebí (argelino), dieron otro sentido al pedido y asumieron la postura de intentar que se comprendiera la vida de los jóvenes en esas grandes urbanizaciones, en vez de ceder ante una espectacularidad más o menos fabricada. Hasta el día de hoy, su reportaje, referido a tres jóvenes beurs -ni destructores ni traficantes, sino únicamente desocupados y activistas-, no se ha difundido. [7] ¿Hace falta precisas que estas observaciones no constituyen una "crítica" (en el sentido trivial y periodístico de la palabra) de la profesión de periodista? Es sabido que este oficio no carece de riesgos físicos y que son numerosos los que perdieron la vida en su ejercicio. Sólo queremos recordar aquí las diversas coacciones que pesan sobre el trabajo periodístico y los efectos intelectuales que ejercen. [8] Se sabe que es cada vez más frecuente que algunos periodistas de televisión paguen "reconstrucciones" a las que no se llama por su nombre (jóvenes que queman autos, pintan inscripciones en las paredes, se entregan a agresiones, etcétera), con el pretexto de que esas prácticas existen de todas formas y que por lo tanto no se está trampeando con la información, sin ver que la información más pertinente debe buscarse en otra parte. [9] Así, el centro comercial en llamas se filmará desde todos los ángulos, lo que da la impresión de que lo que arde es toda la zona. Poco tiempo después, se consagra a los acontecimientos un programa de FR3, dramáticamente titulado "¿Por qué tanto odio?"; en una emisión espectáculo ("¡Cielos, qué martes!"), apenas dos días después de "los motines", TF1 organiza un debate al que invita especialmente a algunos "destructores" (o supuestos destructores) que, con el rostro enmascarado, van a emitir el discurso estereotipado del marginal tal como, en gran medida, lo suscita la televisión. Algunos habitantes de Vaulx-en-Velin nos dirán que las imágenes de la televisión habían despertado una gran inquietud entre sus familiares residentes en otros lugares.

[10] En un contexto de esas características, los periodistas, que descubren en toda noticia miscelánea un hilo del que tirar o un buen filón para explotar, tienden a leerla a partir de los esquemas del racismo y el mal de los suburbios. Un comisario de policía del norte de Francia, por ejemplo, me informaba que un trivial asunto de venganza privada se había convertido, en una prensa "que ve Vaulx-en-Velins en todas partes", en un crimen racista "que expresaba" el mal de los suburbios, y esto únicamente porque los protagonistas eran yugoslavos y los acontecimientos se habían producido en una zona de vivienda social. [11] Piénsese, por ejemplo, en el asunto del "velo islámico", que se desencadenó en septiembre de 1990, poco antes de los acontecimientos de Vaulx-en-Velin. [12] Las informaciones sumarias que proporcionamos aquí se extraen de Vaulx-en-Velin: un centre pour un demain, documento realizado por los servicios de la Comunidad Urbana de Lyon en colaboración con los servicios municipales de Vaulx-en-Velin y los de la Agencia de Urbanismo de la Courly, con la dirección de Pierre Suchet y Jean-Pierre Charbonneau.

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