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Penelope Lively
En busca de una patria La historia de la Eneida Ilustrado por Victor G. Ambrus
Introducción
Stefano Baldini Notas y actividades
Manuel Otero Traducción
Susana Camps
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN Virgilio y su época . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La Eneida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La adaptación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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EN BUSCA DE UNA PATRIA Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La caída de Troya . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los peligros del mar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bienvenida en Cartago . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dido y Eneas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Exequias fúnebres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Descenso a los infiernos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Rumores de guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El presagio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Niso y Euríalo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El regreso de Eneas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Camila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La muerte de Turno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Mapa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vocabulario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Personajes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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ACTIVIDADES Guía de lectura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Personajes y temas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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INTRODUCCIÓN
VIRGILIO Y SU ÉPOCA
El poeta Virgilio flanqueado por Clío y Melpómene, musas respectivas de la Historia y la Tragedia. Mosaico romano del siglo IV conservado en el museo de El Bardo de Túnez.
Publio Virgilio Marón, el autor de la Eneida, llegó al mundo en una de las épocas más convulsas de la historia de Roma: el siglo i a.C. Para entonces, hacía largo tiempo que Roma había dejado de ser una simple ciudad situada en la Italia central, pues se había convertido en una gran potencia que extendía sus dominios por buena parte de Europa, Oriente Próximo y el norte de África. En una época primitiva, Roma había estado a merced de reyes etruscos, pero desde el año 509 a.C. se había constituido en una república. Su principal órgano de poder era el Senado, que estaba formado por unos trescientos patricios, hombres de alta relevancia social que descendían de los linajes más antiguos de Roma y poseían grandes extensiones de tierra. El Senado tomaba las decisiones necesarias para el control del Estado, que eran ejecutadas por dos cónsules, gobernantes elegidos por la ciudadanía que se hallaban al frente del ejército. En el fondo, Roma era una oligarquía dirigida por las clases altas, que manejaban el poder pensando tan sólo en sus propios intereses; sin embargo, los romanos consideraban que su sistema político suponía un gran avance con respecto a la monarquía. La situación cambió de forma drástica en el año 60 a.C., cuando los generales Julio César, Pompeyo y Craso se aliaron para controlar el poder. Surgió así el llamado triunvirato, que acabó por degenerar en una guerra civil entre Pompeyo y César. Tras una larga sucesión de batallas, César logró imponerse sobre su adversario en el año 45 a.C., y desde entonces disfrutó en Roma del poder absoluto propio de un dictador. Sus intenciones parecían claras: liquidar la república y proclamarse rey. Sin embargo, los
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introducción
El asesinato de César en el senado fue recreado en este óleo de Jean-Léon Gérôme fechado en 1867.
romanos aborrecían la monarquía, así que César se ganó muchos enemigos. Algunos de ellos se conjuraron para asesinarlo, siniestro plan que por fin llevaron a cabo el 15 de marzo del año 44 a.C. Aquel día, nada más entrar en el Senado, César recibió veintitrés puñaladas que le provocaron la muerte. Los asesinos pertenecían a relevantes familias senatoriales, y entre ellos se hallaban algunas personas en las que César confiaba ciegamente. Tras el magnicidio, Roma quedó sumida en la mayor confusión. Varias facciones intentaron entonces hacerse con el poder, lo que desencadenó una nueva guerra civil. Al final, la lucha se decidió entre dos hombres: Marco Antonio y Octavio. Marco Antonio reclamaba su derecho a convertirse en jefe supremo de Roma porque había sido el lugarteniente de César, pero Octavio era sobrino nieto del líder asesinado además de su hijo adoptivo, lo que lo convertía en heredero natural de César. Así las cosas, el imperio quedó dividido en dos: Marco Antonio logró el control del Oriente, mientras que Octavio mantuvo el poder sobre la parte occidental del imperio. El 2 de septiembre del año 31 a.C., los dos hombres se enfrentaron en la batalla naval de Accio, frente a la costa occidental de Grecia. Marco Antonio contaba con una flota más numerosa y con mejores
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virgilio y su época barcos, pero incurrió en toda una serie de errores tácticos que le hicieron perder el combate. A la humillación de la derrota se sumó entonces el peligro real de caer en manos de Octavio, así que Marco Antonio tomó una decisión drástica muy habitual entre los generales romanos derrotados: se quitó la vida. Vencido su adversario, Octavio se convirtió en amo absoluto de Roma y sus provincias. Años atrás, nadie podía haber previsto aquella apoteosis, pues Octavio siempre había sido un hombre enfermizo y parecía poco dotado para la guerra. Sin embargo, acabó por revelarse como un político capaz, sabio y astuto, juicioso y prudente. No sólo impuso la paz, sino que restauró el Estado y promovió la regeneración civil y moral de Roma. Los romanos acogieron sus medidas con entusiasmo, a sabiendas de que Octavio era el hombre fuerte que les hacía falta tras tantos años de guerra y confusión. En el año 27 a.C., el senado le otorgó el título honorífico de «Augusto», palabra que significa ‘de buen augurio’, y cuatro años después lo proclamó emperador. Desde entonces, y durante cuatro décadas, Octavio gozó de un poder absoluto: concentró en su persona todos los cargos, controló el ejército y convirtió sus deseos en ley. Roma, pues, había dejado de ser una república y se había convertido en un imperio. En los siglos que siguieron, el destino del inmenso territorio romano quedó en manos de una sola persona, el emperador, quien, al contrario que los antiguos cónsules, no había sido escogido por la ciudadanía sino nombrado por el emperador precedente. Un poeta reconocido La suerte de Virgilio estuvo muy vinculada al destino del emperador Augusto. El poeta nació en el año 70 a.C., en la aldea de Andes, cerca de la ciudad de Mantua. Su padre era un campesino acomodado que se empeñó en darle una educación esmerada, así que lo envió a Milán para que aprendiera retórica, el arte de hablar en público con propiedad y convicción. Más tarde, Virgilio se trasladó a Roma para completar sus estudios. Su propósito era iniciar una carrera como político o abogado, pero pronto se hizo evidente que no había nacido para ejercer ninguna de esas profesio-
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introducción
virgilio y su época
nes, pues, si bien conocía a la perfección las técnicas de la retórica, era incapaz de hablar en público con soltura: padecía una invencible timidez que, según parece, en algunas ocasiones le hacía tartamudear. Así que, al final, abandonó los caminos de la abogacía y la política y se consagró a la poesía, para la que estaba prodigiosamente dotado. Cuando tenía unos veinte años, Virgilio decidió abandonar Roma, cuyo ambiente de bullicio y constantes intrigas políticas siempre le había disgustado. Se dirigió entonces a Nápoles, donde frecuentó el círculo del filósofo epicúreo Sirón y llevó una vida apartada, dedicada al pensamiento y a la literatura. Hacia el año 42, sin embargo, regresó a Roma, donde habría de escribir su primera gran obra: las Bucólicas, conjunto de diez extensos poemas que destacan por su perfección formal y por la cuidada sencillez de su lenguaje. Los protagonistas de las Bucólicas son pastores que viven en un marco natural sereno y lleno de encantos: la mítica Arcadia. Pero, lejos de dedicarse al cuidado del ganado, consagran todo su tiempo al amor, las confidencias sentimentales y los certámenes de canto, como si en verdad fuesen exquisitos cortesanos a los que el poeta ha disfrazado de gente rústica movido por un simple capricho literario. Las Bucólicas ofrecen una imagen sensual e idealizada del campo que convida a la evasión y el ensueño, pues Virgilio deseaba ofrecerles a sus lectores un libro que les ayudara a olvidarse de la realidad cotidiana, marcada por el caos político y las guerras civiles. Pero, por eso mismo, en las Bucólicas se reconoce con facilidad el deseo de que Roma viva un cambio político que garantice una paz duradera. Tal ilusión cristaliza en el mito de la edad de oro, una época remota en la que todo era bienestar y concordia porque no existían el asesinato ni la guerra, la codicia ni la envidia: lo que espera Virgilio, por lo tanto, es que Roma viva una segunda edad de oro. Gracias a que las Bucólicas obtuvieron un éxito considerable, Virgilio se hizo con una sólida reputación de buen poeta y fortaleció su amistad con Mecenas, un rico aristócrata que ejercía como consejero de Augusto y que financiaba las obras de los mejores poetas de su tiempo para que pudieran dedicarse a escribir sin tener que pensar en su sustento. Mecenas convenció a Virgilio para que escribiera un poema didáctico sobre la agricultura, actividad que Augusto deseaba fomentar para regenerar la economía de Roma,
pues el cultivo del campo había entrado en decadencia por culpa de las continuas guerras civiles. El resultado fueron las Geórgicas, un poema de unos dos mil versos que Virgilio publicó en el año 29 a.C. tras siete intensos años de trabajo. Las Geórgicas constituyen un auténtico canto a las labores campesinas en el que Virgilio adoctrina a los lectores sobre el cultivo de los cereales y los árboles frutales, la cría del ganado y la apicultura, a la vez que exalta la fecundidad de la primavera y la vida instintiva y sencilla de los labradores. Con tales ideas, el poeta se proponía reforzar la política social de Augusto pero al mismo tiempo expresaba un sentir sincero, pues Virgilio había nacido en un medio rural y siempre adoró el campo. Augusto conoció las Geórgicas antes de que se publicasen. A su regreso de la decisiva batalla de Accio, recaló en una de las villas de Mecenas para curarse una amigdalitis, y allí Virgilio y Mecenas le leyeron las Geórgicas
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«Mecenas presenta las artes liberales al emperador Augusto», cuadro pintado por el italiano Giovanni Battista Tiepolo en 1745. Se conocía con el nombre de “artes liberales” a las que, por ejercerse sin afán de lucro, “hacen libre” al hombre, como sucede con la pintura, la música y la poesía.
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En busca de una patria
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ayuda de las ninfas
El regreso de Eneas
—¡Basta! —bramó—. No favoreceré a los latinos ni a los troyanos, pues serán los hados quienes decidirán el signo de la victoria. Entretanto, Eneas había logrado el apoyo del rey de los etruscos, que se llamaba Tarcón y que había puesto al servicio de los troyanos treinta barcos con sus mejores capitanes.55 En plena noche y a bordo de una nave que tenía la proa decorada con dos leones tallados, Eneas surcaba el plácido mar. La impaciencia por reunirse con los suyos le impedía dormir. A su lado, viajaba el valiente y joven Palante, y, en las otras naves, les seguían los más aguerridos capitanes de Etruria, que mandaban sobre miles de soldados. De pronto, por entre la espuma del mar emergió un coro de ninfas. Una de ellas, llamada Cimodocea, se aferró a la nave de Eneas y dijo con voz dulce:
Mientras el combate entre los latinos y los troyanos seguía indeciso, Júpiter convocó a los dioses en su esplendorosa morada del Olimpo y les reconvino* así: —¿Por qué habéis provocado esa guerra en el Lacio? ¿Acaso no os advertí de que la estirpe de Eneas debía ser bien acogida en Italia? Ya vendrá un tiempo en que la guerra resultará del todo inevitable, cuando la fiera Cartago, abriéndose paso por los Alpes, causará grandes estragos a la gente de Roma.54 Pero por ahora debéis abandonar vuestros litigios* y sellar una plácida alianza. —¡Apiádate de los troyanos, padre Júpiter! —dijo entonces la rubia Venus—. Los hombres de Turno cercan su campamento y el jovencísimo Ascanio sufre lejos de su padre. La rencorosa Juno empuja con saña a los latinos para que la estirpe de Eneas desaparezca de la faz de la tierra. Pero ¿acaso los troyanos no han padecido ya bastante? Si estaban condenados a morir, ¿qué necesidad había de hacerles sufrir el destierro y la aspereza del mar? ¡Mejor hubieran acabado sus días entre las cenizas de Troya! Al oír aquello, Juno gritó enfurecida: —¡Fue el propio Eneas quien encendió la chispa de la guerra al provocar a Turno! Divididos en dos bandos, los dioses empezaron a murmurar. Unos apoyaban a Venus y otros a Juno, pero Júpiter les obligó a guardar silencio a todos por igual.
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el regreso de eneas
muerte de palante
—Querido Eneas de divino linaje, ¿no nos reconoces? Hace algunos días, éramos tu flota. Turno intentó prendernos fuego y entonces nos hundimos como delfines en el agua para salvarnos de sus antorchas encendidas. Ahora somos ninfas y habitamos en el fondo del mar. Pero lo que hemos venido a decirte es otra cosa. Debes apresurarte, Eneas. Tu hijo Ascanio y el resto de los troyanos están sitiados y luchan desesperadamente. La caballería que mandaron Evandro y el etrusco Tarcón ya ha llegado a la llanura, pero no ha podido romper el cerco que oprime al campamento troyano. ¡Toma el invencible escudo que te forjó Vulcano y corre, Eneas, a auxiliar a los tuyos! Tras decir esto, Cimodocea empujó la popa del barco, que avanzó sobre las olas veloz como una flecha, mientras las otras ninfas hacían lo mismo con el resto de las naves. Así que, en poco rato, la flota alcanzó el campamento troyano. En aquel momento estaba amaneciendo, y Eneas levantó su escudo al sol. Desde el campamento, Ascanio y sus compañeros divisaron el resplandor del bruñido* acero y distinguieron la flota que encabezaba Eneas. —¡Mi padre ha encontrado refuerzos! —exclamó Ascanio, y el júbilo cundió entre los troyanos. Al oír los gritos de alegría que venían del campamento, Turno quedó desconcertado. Se preguntaba qué razones podían tener los troyanos para mostrarse felices. Pero, cuando miró hacia el mar, lo comprendió todo. Las aguas aparecían tachonadas* de naves, y en mitad de la flota se erguía la fornida* figura de Eneas, cuyo casco lanzaba incesantes destellos, igual que un cometa en el oscuro cielo de la noche. —¡Corred hacia la playa! —gritó Turno—. ¡Venceremos a Eneas y a todos los que vienen con él! Y Turno y los suyos corrieron hacia la orilla con las armas en alto. —¡Desembarcad! —gritó entonces Eneas. El propio Eneas fue el primero en saltar a tierra. Moviéndose con gran agilidad, logró abrir una brecha en la escuadra de Turno y dio muerte con su espada a un sinfín de guerreros: el gigantesco Terón, el férreo Ciseo, los jactanciosos* Licas y Farón… Los dardos pasaban silbando junto a su cabeza: algunos rozaban su escudo y su yelmo pero ninguno se clavaba en el
cuerpo de Eneas, pues la atenta Venus se afanaba en desviarlos para que no acertaran en el blanco. Los dos bandos, en fin, luchaban con titánica fiereza, lo que hacía imposible adivinar quién obtendría la victoria. Las huestes chocaban entre sí con furia de ciclón: se trababan en tropel* pie con pie y hombre con hombre. Ante el avance de los rútulos, el ejército de Palante, el hijo del rey Evandro, emprendió una loca y vergonzosa retirada, y entonces Palante comenzó a gritar: —¿Adónde huís, cobardes? ¿Es que tenéis miedo? ¿Acaso los latinos no son mortales como nosotros? ¡Abrid a hierro vuestro camino, porque la patria de mi padre debe veros regresar victoriosos! Y, para predicar con el ejemplo, él mismo se lanzó al combate con arrojo admirable. El latino Lago, que igualaba a Palante en juventud y nobleza, se interpuso en su camino, pero Palante lo atravesó con su poderosa lanza. Airado, Turno avanzó al galope gritándoles a los suyos: —¡Abridme paso, porque voy a acabar con Palante! Los latinos obedecieron y, cuando Turno se halló ante Palante, saltó de su carro de combate para entregarse a una lucha cuerpo a cuerpo. Palante arrojó su lanza con vigoroso ímpetu, pero apenas si rozó el hombro de su enemigo. En respuesta, Turno alzó un afilado dardo y lo lanzó contra Palante, que en vano trató de protegerse con su escudo de bronce. Certero e implacable, el dardo atravesó el escudo y la loriga de Palante y se clavó en su joven corazón. El muchacho trató de arrancarse el dardo y, al hacerlo, la sangre y el alma se le escaparon por la herida. Ya sin sentido, cayó de bruces,* y sus convulsos labios toparon con la tierra. ¡Triste fue, en fin, el destino de Palante, pues en un mismo día había conocido la alegría de su primer triunfo y la desgracia de morir en la flor de la edad! Al ver muerto a Palante, Turno sonrió más satisfecho que nunca. Ajeno a toda piedad, puso su pie izquierdo sobre el cadáver y exclamó con desgarradora fiereza: —¡Escuchadme, soldados de la Arcadia, aquí tenéis el cuerpo de vuestro capitán, muerto como merece! Podéis llevárselo a Evandro, para que durante el resto de su vida se arrepienta del apoyo que le ha prestado a Eneas.
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el regreso de eneas Eso dijo, y, sujetando el cadáver con el pie, lo despojó de su enorme tahalí dorado. Y, de esa manera, Turno dejó constancia de que era tan cruel en la guerra como desmesurado en la victoria. Cuando Eneas supo que Palante había muerto, lanzó un horrendo grito de dolor. Estaba tan furioso que se abrió camino por el campo de batalla arremetiendo contra todo el que se cruzaba en su camino. Era como un león a la caza de Turno, y no dejó de sembrar muertes y causar estragos hasta que logró romper el cerco que formaban los latinos en torno al campamento troyano. Y, como al fin lo consiguió, Ascanio y sus compatriotas pudieron salir al campo de batalla. Entonces, Júpiter se dirigió a Juno con sarcasmo: —¿Así que era Venus quien decidía con su ayuda la victoria de los troyanos? Pues a la vista está que Eneas y los suyos tienen fuerza y coraje suficientes para vencer sin ayuda de nadie a cuantos ejércitos sea necesario. —Esposo mío, no me humilles más —respondió Juno, muy compungida—. Bastante sufro ya al ver a los troyanos tan crecidos. Pero ¿no sería posible salvar a Turno? A fin de cuentas, también él tiene sangre divina en sus venas. Recuerda que es hijo de la ninfa Venilia y hermano de Yuturna, la semidiosa de los ríos. —Aleja a Turno del campo de batalla si lo deseas —dijo Júpiter—, pero sólo conseguirás aplazar su muerte, que ya es inevitable, porque no cambiaré el signo de esta guerra, que es favorable a los troyanos. Cuando supo el terrible destino que acechaba a Turno, Juno rompió a llorar. Rota de dolor, descendió de los cielos envuelta en una nube y se dirigió hacia las huestes troyanas. Y entonces llevó a cabo un prodigio: creó por medio de unos vapores un fantasma idéntico a Eneas y lo armó con una espada, un escudo y un yelmo como los que usaba el troyano. Después, situó a aquel espectro en el centro del campo de batalla, donde el falso Eneas comenzó a llamar a gritos al combate. Turno respondió al desafío y arrojó su lanza contra el fantasma, que no fue alcanzado. Entonces, el falso Eneas se dio media vuelta como si estuviera aterrorizado por la fiereza de Turno y se alejó corriendo. —¿Adónde huyes, Eneas? —gritó Turno con fanfarronería, y echó a correr tras el fantasma.
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el regreso de eneas El falso Eneas siguió huyendo durante un buen rato, y Turno lo persiguió sin tregua. Al fin, el espectro llegó a la orilla del mar, subió en un navío que se hallaba atracado y se escondió en su interior. —¡No te ocultes, Eneas! —le gritaba el jactancioso Turno tras subir al barco—. ¿Acaso ya no deseas esta tierra a la que viniste desde tan lejos? Entonces, veloz como el rayo, Juno cortó las amarras y empujó la nave hacia el mar. Turno buscaba a Eneas por todos los rincones del barco, sin saber que estaba persiguiendo a un fantasma. Hasta que, de pronto, el falso Eneas salió de su escondrijo, remontó el vuelo y se deshizo en el aire como una suave neblina. Al ver aquello, Turno se volvió lleno de rabia. No comprendió que, al alejarlo del campo de batalla, Juno acababa de salvarle la vida y, lejos de agradecer el regalo, tendió las manos hacia el cielo y clamó: —¡Qué gran ignominia,* qué duro castigo! ¡Mis guerreros creerán que los he abandonado a su suerte en el campo de batalla! Turno estaba tan desesperado que pensó incluso en darse muerte con su propia espada. Pero no lo hizo, con lo que postergó durante algún tiempo su inevitable final. Mientras tanto, la batalla aumentó su fragor bajo la atenta mirada de los dioses. En los dos bandos perecían soldados, pero nadie cometía la cobardía de huir. Una muchedumbre de troyanos acosaba al aguerrido Mecencio, pero él se revolvía como una fiera furiosa. Eneas, sin embargo, no le tenía miedo, y no dudó en ponerse a su alcance con el propósito de darle muerte. Mecencio arrojó su lanza contra Eneas, quien logró interceptarla con su escudo. En cambio, Mecencio no tuvo tanta suerte, pues la lanza de su rival atravesó las tres capas de bronce de su armadura y lo hirió en la ingle. Eneas supo que era el momento de rematarlo, y se precipitó sobre Mecencio espada en mano. El hijo de Mecencio, el joven Lauso, se desesperó al ver que su padre había caído en combate, y se colocó ante él para salvarle la vida. Eneas gritó: —¡Apártate, muchacho! Pero Lauso se negó a obedecer, y la poderosa espada de Eneas atravesó su loriga y su sayo* de hilos de oro y quedó sepultada en su joven pecho. La última mirada de Lauso fue aterradora. Al verla, Eneas quedó tan conmovido que comenzó a gemir de dolor, pensando en lo mucho que ha
de sufrir un padre cuando ve morir a un hijo. Movido por la piedad, Eneas tomó en brazos a Lauso y llamó a los latinos para que acudieran a recoger su cuerpo. Mecencio, que se había alejado un tanto para recuperarse de su herida, se incorporó sobre su muslo destrozado y, cuando vio que le traían el cadáver de su hijo, enloqueció de rabia y dolor. Sin pensarlo dos veces, montó en su caballo y fue al encuentro de Eneas.
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1 Tal y como se explicó en la Introducción, la familia de Julio César, a la que pertenecía el emperador Augusto, se jactaba de ser descendiente de Eneas, héroe mitológico que, a su vez, era hijo de Venus, la diosa del amor. Según la leyenda, Eneas había sido engendrado en un encuentro amoroso que el troyano Anquises había tenido con Venus siendo joven. La diosa exigió a Anquises que no le contara a nadie aquel encuentro, pues Júpiter no toleraba que Venus tuviera amores con seres mortales. Pero, durante una borrachera, Anquises reveló el secreto, y Júpiter se indignó tanto que lo castigó lanzando contra el troyano un rayo que lo dejó cojo. 2 El pasaje resume la leyenda de la guerra de Troya, a la que se aludió en las pp. 14-16 de la Introducción. La contienda, hecho histórico distorsionado por la leyenda, quedó inmortalizada por Homero en la Ilíada, poema que relata una serie de sucesos acaecidos en el décimo y último año de la guerra. En la obra se explica cómo el griego Aquiles mató a Héctor, el heroico jefe militar de los troyanos. Impulsado por la cólera, Aquiles ató el cadáver de Héctor a su carro y lo arrastró alrededor de
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la muralla de Troya antes de abandonarlo a merced de los perros y las aves de rapiña. En un combate posterior se produjo la muerte de Aquiles, que pereció tras ser herido por una flecha en el único punto vulnerable de su cuerpo: el talón. 3 Minerva era la diosa de la inteligencia y la astucia. En general, las divinidades tienen una presencia constante en la Eneida, y Virgilio narra a menudo las asambleas que mantienen los dioses en su hogar, situado en la cima del monte Olimpo. Para ganarse la benevolencia divina, los hombres recurren a las ofrendas (‘regalos’), las oraciones o plegarias y las libaciones (‘ceremonia que consistía en derramar vino u otro licor en honor de los dioses’). 4 Los hados habían dispuesto que los griegos sólo podrían tomar Troya cuando hubiesen robado el Paladio, mágica estatua divina que representaba a la diosa Minerva y que protegía la ciudad. Ulises y Diomedes lograron robarla tras entrar en Troya de incógnito, aunque existen versiones diversas sobre lo que hicieron para pasar desapercibidos: disfrazarse de mendigos, infiltrarse en la ciudad a través de una
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cloaca, escalar de noche los muros de Troya… La ciudad de Micenas estaba situada en la península griega del Peloponeso y era la capital del reino de Agamenón, jefe supremo de las tropas griegas que batallaron en Troya. Es decir, ‘te encomienda su religión’. Las aras eran los altares en que se ofrecían sacrificios a las divinidades, mientras que los penates eran los dioses que protegían el hogar, y que fueron adorados con gran fervor en Roma. Virgilio nos da a entender que Eneas es el depositario de la religión troyana, que se convertirá a la larga en la fe oficial de los romanos. Los antiguos griegos y romanos creían que los dioses manifestaban su voluntad a través de los fenómenos de la naturaleza: los rayos y truenos, por ejemplo, solían considerarse como una expresión de los sentimientos de Júpiter, el dios supremo del Olimpo. Fortuna era una diosa romana a la que se solía representar ciega. Dirigía el rumbo de la vida de los hombres para conducirlos a la alegría o la tristeza, la prosperidad o la miseria. Con el nombre de lucero de la mañana o lucero del alba se conoce popularmente al planeta Venus, que brilla con fuerza tanto en el amanecer como en el atardecer. Tracia es una región situada al noroeste de Grecia, en la zona que actualmente ocupan el sur de Bulgaria y la Turquía europea. Es una zona agreste y montañosa cuyos habitantes tuvieron fama en la antigüedad de ser bárbaros y crueles. Tanto los griegos como los romanos pensaban que los muertos que no ha-
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bían sido enterrados y homenajeados con el ritual de las exequias fúnebres no podían entrar en el Hades, el más allá, así que vagaban eternamente sin encontrar descanso. La isla de Delos pertenece al archipiélago de las Cícladas, que está situado en el mar Egeo. Según el mito, la madre de Apolo, que se llamaba Leto, había sido perseguida por la iracunda Juno mientras estaba embarazada de su hijo. Para que Leto no pudiera dar a luz, Juno prohibió que se le diera asilo en ningún lugar. Pero, tras errar durante mucho tiempo, Leto encontró cobijo en la isla de Delos, que vagaba a la deriva y era un lugar estéril. En consecuencia, fue allí donde nació Apolo, quien premió a Delos fijándola en el fondo del mar por medio de cuatro columnas para que dejase de ser una isla errante. Apolo era el dios de la adivinación, así que los fieles acudían a sus templos para consultar su oráculo, es decir, para conocer qué les depararía el porvenir. Teucro y su padre, el dios-río Escamandro, salieron de la isla de Creta para establecerse en otro lugar. El oráculo les había dicho que debían asentarse allí donde sufriesen un ataque de “los hijos del suelo”. Una mañana al despertarse en un lugar situado en la actual Turquía, Teucro y Escamandro descubrieron que, durante la noche, los ratones les habían roído las armas y los escudos: habían sido atacados por “los hijos del suelo”, así que decidieron fundar allí su nueva patria: Troya. Todas las islas citadas se encuentran en el Egeo, a medio camino entre la actual Turquía y la península griega del Peloponeso.
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ISLAS CÍCLADAS
C R E T A
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ACTIVIDADES
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El principio del capítulo «Camila» relaja la tensión dramática con que culminaba el capítulo anterior, pues el crudo dinamismo de la guerra es reemplazado por la dolorosa calma propia de las ceremonias fúnebres. La necesidad de honrar a los muertos facilita un encuentro pacífico entre Eneas y los latinos.
Turno le comunica a Latino su intención de entablar una lucha singular con Eneas, pero Yuturna trata de impedirla.
a) ¿Por qué se sorprenden tanto los latinos de la actitud que adopta Eneas? (p. 131) ¿Qué buenas intenciones manifiesta el anciano príncipe Drances? (p. 131)
b) ¿Qué estrategia utiliza Yuturna para impedir la lucha singular de su hermano con Eneas? (pp. 141-142)
1.11
Entre los adversarios de Eneas cunden las diferencias. Así lo demuestra la asamblea que los latinos celebran en torno a su rey, en la que Drances y Turno se prodigan los reproches. b) ¿De qué se acusan mutuamente esos dos personajes? (p. 132) ¿Cuál de ellos está más cerca de la opinión del rey Latino? (p. 133) Sin embargo, ¿qué posición acaba triunfando? De vuelta al campo de batalla, Virgilio se centra en la aristía de la amazona Camila, que encabeza el bando latino por decisión de Turno. c) ¿Por qué se ausenta Turno del campo de batalla? (p. 133) d) ¿Qué intervención divina determina la muerte de Camila? (pp. 134136) ¿Qué fin tiene Arrunte? (p. 136) La muerte de Camila provoca el desconcierto de los latinos y proporciona a los troyanos una situación de ventaja. Turno decide entonces acudir en ayuda de los suyos y luchar con Eneas, pero Virgilio utiliza un subterfugio para retrasar el enfrentamiento entre los dos héroes. e) ¿Por qué queda postergada la lucha entre Eneas y Turno al final del capítulo? (p. 138) ¿Qué efecto literario se consigue con ese aplazamiento?
a) Durante su conversación con el rey Latino, ¿qué nueva prueba da Turno de su característica arrogancia? (p. 139) Sin embargo, ¿qué palabras dejan claro que el héroe intuye su trágico destino? (p. 139)
Un inesperado contratiempo dilata el duelo entre los héroes y deja otra vez a los troyanos en situación de inferioridad. c) ¿De qué contratiempo se trata y cómo se resuelve? (p. 142) Eneas anhela el combate singular con Turno, pero el duelo se retrasa de nuevo porque el rútulo parece rehuirlo. Sin embargo, Turno no es culpable de su propia huida. d) ¿Por qué? (p. 143) e) Al ver que no puede enfrentarse a Turno, ¿qué táctica pone en marcha Eneas para obligar a los latinos a replegarse? (p. 143) La epopeya llega a su final con el duelo entre Turno y Eneas. Las intervenciones de los dioses han dejado muy claro quién vencerá el combate, pero la intriga persiste, pues ignoramos cómo se producirá la muerte de Turno. f) ¿A qué se debe el miedo que manifiesta Turno? (p. 148) ¿Opinas que la confesión de sus temores es un gesto de autenticidad que lo humaniza o más bien una debilidad que lo humilla? ¿Crees que la súplica que Turno le hace a Eneas es propia de un personaje como él? (p. 149) ¿Cuál es la razón por la que finalmente Eneas se niega a perdonar a Turno? (p. 149)
El capítulo «La muerte de Turno» pone punto final a la trama de la Eneida. Desde el principio queda claro que Turno está condenado a un final trágico, pero el desenlace se posterga una y otra vez, en buena medida gracias a la intervención de una hermana del héroe, la semidiosa Yuturna.
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e) En los momentos previos al viaje al más allá, ¿cómo queda de manifiesto que Eneas es un elegido de los dioses? (p. 91) El descenso a los Infiernos es un duro rito iniciático que culmina con un proceso de iluminación. f) ¿Qué revelación recibe Eneas gracias a su visita al más allá? (p. 97)
2 PERSONAJES Y TEMAS En la épica arcaica, tan bien representada por la Ilíada, el poeta solía poner de manifiesto la grandeza del héroe subrayando su valor en la guerra. Por el contrario, la superioridad de Eneas radica menos en su ardor guerrero que en valores como la religiosidad, el amor a la familia, la capacidad de sacrificio, la caridad con los muertos e incluso la voluntad de comprender al enemigo. Durante la caída de Troya, por ejemplo, Eneas no destaca sólo por la defensa de su patria, sino también por la atención que presta al bienestar de su familia.
2.1
El rival más poderoso con el que topa Eneas en su proyecto de asentarse en el Lacio es el rútulo Turno, que cuenta con el firme apoyo de la diosa Juno.
2.2
a) ¿Cuáles son los rasgos más destacados del carácter de Turno? ¿Es un hombre impetuoso o más bien prudente, maduro o más bien inmaduro, generoso o más bien egoísta? ¿Crees que la actitud que adopta con Eneas puede explicarse por un exceso de orgullo? ¿Qué papel desempeña el resentimiento en el comportamiento de Turno? b) Pese a los excesos que comete el personaje, ¿qué características positivas podríamos destacar en Turno? ¿Consideras justas sus reclamaciones?
a) Señala esa alternancia entre lo épico y lo familiar en las actitudes que manifiesta Eneas en las pp. 42-46.
Como ya se explicó en la «Introducción», Virgilio no presenta a los antagonistas de Eneas desde una perspectiva maniqueísta, pues no se ceba en sus defectos, sino que hace todo lo posible por dignificar su comportamiento.
b) ¿Cómo demuestra Eneas que es un hombre respetuoso con los muertos y con los ritos fúnebres? (pp. 48, 80 y 131)
c) Explica cómo se produce esa dignificación en el caso de un personaje tan autoritario y cruel como Mecencio (pp. 128-130).
c) ¿En qué pasajes se muestra Eneas solidario con el dolor del enemigo? (pp. 128-129 y 131)
d) ¿Qué virtudes tiene Camila? (p. 134) ¿Por qué crees que Virgilio evita que Camila se enfrente a Eneas o que sea éste su vencedor?
Tal vez la característica más sobresaliente de Eneas sea su pietas, es decir, su voluntad férrea de obedecer los mandatos de los dioses.
e) En general, ¿qué causas podrían explicar que Virgilio no denigre a los rivales de Eneas? (Consulta la p. 24 de la «Introducción»)
d) ¿Por qué la decisión de abandonar Cartago es tan reveladora de la religiosidad de Eneas? (p. 74)
Virgilio libera a los antagonistas de Eneas de gran parte de su responsabilidad al dejar claro que son meros títeres a merced de los dioses.
La pietas de Eneas es recompensada por los dioses, quienes le conceden al héroe la gracia de visitar el Infierno en vida.
f) Ejemplifica esta afirmación reparando en el comportamiento del personaje de la reina Amata (pp. 100-101).
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