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1 PALABRAS DE LA SECRETARIA DE ASUNTOS ACADÉMICOS DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, PROF. MARÍA CATALINA NOSIGLIA, EN OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN DE LAS AULAS RICARDO ROJAS Y RISIERI FRONDIZI DE LA FACULTAD DE FARMACIA Y BIOQUÍMICA. 02/08/2012
En primer término quiero agradecer la invitación del Decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, Dr. Boveris y destacar el alto honor que significa rendir homenaje a través de la imposición del nombre de Ricardo Rojas y Risieri Frondizi a estas aulas de la Facultad. Colocar el nombre de estos prestigiosos Rectores de nuestra universidad supone no sólo un reconocimiento a su prolífica contribución, sino también un aporte a la construcción de la historia y la memoria institucional de la UBA en la proximidad de su Bicentenario. En este mismo sentido y en ocasión de la celebración de los 190 años de nuestra universidad el Consejo Superior creó el Programa: Historia y Memoria de la UBA. El objetivo de este Programa es generar estudios sistemáticos sobre la historia de la Universidad de Buenos Aires, el significado de la institución y su transcendencia en la vida intelectual, científica, social y política del país.
Hoy, nos convoca recordar la vida y la obra de dos importantes Rectores de nuestra institución. Quiero agradecer los valiosos aportes historiográficos que me hiciera el Dr. Pablo Buchbinder, Director del Programa Historia y Memoria de la UBA.
En primer término me referiré a Ricardo Rojas y a continuación a Risieri Frondizi.
RICARDO ROJAS
Ricardo Rojas nació en Tucumán en 1882 provenía de una familia tradicional de Santiago del Estero donde su padre había sido gobernador.
Como era habitual entre los hijos de las familias tradicionales del interior su destino era estudiar Derecho. Durante los primeros años del siglo las Facultades de Derecho eran los lugares por excelencia de formación y sociabilidad de las clases dirigentes argentinas. Pero Rojas abandonó rápidamente sus estudios universitarios, dejándolos truncos, para dedicarse al periodismo y a la literatura, sus verdaderas pasiones. Pronto
2 se convertiría en una figura central de la vida cultural de la Argentina del centenario. Trabaja luego en el periodismo e ingresa en 1908 a la docencia secundaria y luego a la Universidad de la Plata.
Su consagración en el mundo académico, finalmente, tuvo lugar con su designación como el primer profesor titular de literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras en el año 1913. En las palabras con las que inauguró su cátedra se revelan también algunas de sus ideas centrales sobre el papel de las instituciones universitarias. Así señalaba que, con la creación de la cátedra de literatura argentina se completaba el cuadro de las asignaturas genuinamente argentinas. Los monumentos de la literatura eran las formas visibles y perdurables de las corrientes secretas que elaboraban la conciencia y la cultura de un pueblo y, en tanto, la Argentina poseía esos monumentos era una anomalía no estudiarlos en la Universidad. Se hacía cargo de una cátedra sin tradición y una asignatura sin bibliografía, pero afirmaba que era consciente de las dificultades de la empresa y para afrontarlas traía a la Facultad “no la presunción de mi ciencia, sino mi vocación patriótica y mi experiencia literaria”. De este modo, tempranamente, revelaba su preocupación por el papel de la Universidad en la conformación de los fundamentos de la identidad y el patrimonio cultural de la Argentina.
Rojas inició entonces una larga carrera en la UBA que lo llevaría a ocupar el decanato de la Facultad de Filosofía y Letras entre 1921 y 1924 y luego el Rectorado de la Universidad entre 1926 y 1930 durante el segundo Gobierno de Irigoyen.
Rojas puede ser incluido dentro de ese universo amplio y heterogéneo como era el de los defensores de la Reforma Universitaria de 1918; tanto en la teoría como en su gestión como rector, salvaguardó la autonomía de la Universidad, institución a la que juzgaba clave para lograr la emancipación nacional política y económica.
Sus conflictos permanentes con los grupos antirreformistas de la Facultad de Derecho durante su rectorado testimonian el compromiso con los procesos de democratización del gobierno universitario que dicho movimiento trajo consigo. Pero su visión de los problemas universitarios no se limitaba a las cuestiones vinculadas con la administración y el gobierno de las instituciones. Ya antes de ocupar los cargos de
3 Decano y Rector había desarrollado una intensa y profunda reflexión sobre el papel de las instituciones educativas. En este sentido cabe destacar que compartía una serie de opiniones y juicios con muchos hombres de su generación. Rojas consideraba que la Argentina estaba viviendo un proceso de crecimiento económico y enriquecimiento material que no tenía un claro correlato en el desarrollo de su vida cultural. Así planteó en sus escritos, sobre todo en La Restauración Nacionalista, publicada en 1909 la necesidad de estimular en todos los niveles educativos el estudio de la lengua, la literatura y la historia nacional como un modo de fortalecer la solidaridad y sobre todo la identidad de los argentinos, identidad que pensaba siempre en una matriz laica, liberal, democrática y pluralista. En este proceso de construcción de una identidad nacional, la Universidad, y en particular su Facultad de Filosofía y Letras debían cumplir un papel fundamental. La Universidad era el lugar por excelencia donde se elaborarían los materiales y se generarían los conocimientos sobre esas disciplinas: el lenguaje, la literatura y la historia nacional que serían luego difundidos en los distintos niveles del sistema de enseñanza. De este modo, también Rojas se convertía en un crítico de las tendencias profesionalistas que imperaban en la Universidad de Buenos Aires y que habían limitado el desarrollo de aquellas disciplinas humanísticas, al igual que el de las ciencias en general.
Así, en el ejercicio de su cargo como decano primero y luego como Rector procuró, como lo había hecho también en su antecesor José Arce fortalecer la faz científica de la Universidad procurando moderar las orientaciones profesionalistas. En este contexto cobran particular significado los esfuerzos por institucionalizar la actividad científica en el campo de las humanidades. Su decanato se caracterizó justamente por el esfuerzo en la creación de institutos de investigación. En este contexto cumplió un papel central en la organización del Instituto de Filología para el que impulsó la contratación de un conjunto de especialistas españoles. Se trataba de crear un centro de estudios en torno a una disciplina que, hasta el momento no se había desarrollado en el país y que requería de una especialización y un saber técnico relativamente sofisticado. Fue el mismo Rojas quien llevó a cabo personalmente las gestiones para la contratación de los especialistas españoles con el entonces director del centro de estudios filológicos de Madrid, Ramón Menéndez Pidal. Su otra creación fundamental fue el Instituto de Literatura Argentina que el mismo dirigió desde 1922. Contribuir a organizar y definir la cultura nacional fue para Rojas una función indelegable de la universidad como también lo era el servicio
4 social que ésta debía prestar. La extensión universitaria y la cooperación internacional fueron dos aspectos centrales a los que prestó particular atención durante su etapa como Rector.
Luego de abandonar el Rectorado, Rojas prosiguió con intensidad con sus tareas académicas y de investigación al frente de la cátedra y del Instituto de Literatura Argentina. Pero también durante esos años cobró mayor fuerza su compromiso público. En la década de 1930 consideró que debía asumir un papel más activo en ese campo y se convirtió en uno de los principales referentes de la Unión Cívica Radical, después de haber sido destituido el Presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. Sufre la persecución del régimen militar y es encarcelado en Ushuaia.
En 1946, finalmente, en oposición al rumbo que tomaban los asuntos universitarios sobre todo a partir de la pérdida de autonomía de las casas de estudios renunció a sus cargos académicos. Falleció en Buenos Aires en 1957.
RISIERI FRONDIZI
Risieri Frondizi nació en Posadas, en el año 1910, en el seno de una familia de clase media relativamente próspera. Tuvo 13 hermanos. Dos de ellos tendrían un papel protagónico en la vida política y cultural argentina. Arturo, presidente de la nación entre 1958 y 1962 y Silvio, una de las figuras centrales del pensamiento troskista.
Risieri se graduó como profesor de Filosofía en el Instituto Nacional del Profesorado y siguió estudios luego en Estados Unidos. Al regresar al país desarrolló sus actividades como profesor en la Universidad Nacional de Tucumán, pero a partir de 1946 inició nuevamente un largo derrotero que lo llevaría a Estados Unidos y a Venezuela para volver a la Argentina en 1955.
Ya era para ese entonces uno de los filósofos argentinos más destacados. Fue entonces designado por concurso profesor de filosofía en las universidades de La Plata y Buenos Aires. En 1957 fue designado decano de la Facultad de Filosofía y Letras, cargo que debió abandonar para asumir en diciembre de ese año el rectorado de la misma Universidad.
5 En 1958 bajo un nuevo estatuto que conservamos hasta la actualidad, fue confirmado en su cargo desempeñando el rectorado hasta 1962. Fue Rector durante la Presidencia de su hermano Arturo Frondizi y a quien se enfrentó en los momentos del debate sobre el otorgamiento a las universidades privadas de la potestad de emitir títulos académicos más conocida como el debate sobre la educación laica o libre.
En la historia de la vida cultural argentina, Risieri Frondizi es recordado entonces no sólo por su obra relevante como filósofo sino también, por su papel en la conformación de una nueva universidad desde finales de la década de 1950. Esta construcción estaba sostenida en una profunda reflexión sobre los fines, las tareas y la naturaleza de la vida universitaria. Estas ideas fueron sistematizadas en un libro publicado en 1971 por la editorial Paidós y titulado “la Universidad en un mundo de tensiones”, que fue reeditado por Eudeba hace pocos años y que conserva, en muchos de sus juicios una notable vigencia. Allí también, aunque en muchos aspectos en forma indirecta, llevó a cabo un balance de su labor como Rector de la UBA.
El texto muestra como Frondizi estaba firmemente convencido del papel transformador de las Universidades latinoamericanas. Creía que éstas estaban llamadas a convertirse en uno de los factores principales en la transformación radical de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales de sus países. Pero, para llevar a cabo esta misión, era primero necesario que ellas mismas experimentasen un cambio intenso y profundo. Puede advertirse entonces como Frondizi partía en su análisis de un diagnóstico crítico de la realidad universitaria de América Latina. Las casas de altos estudios servían escasamente a la sociedad que las mantenía malgastando dinero y esfuerzo. Su concepto de la “esterilidad” de la Universidad estaba fundada en el hecho de que aún no había logrado “…el maridaje de la ciencia y la técnica con las necesidades del país”. Esa misma esterilidad se expresaba, además, en varios aspectos, entre ellos en el hecho de no formar los profesionales que las sociedades requerían y también en el escaso número de graduados.
Su análisis, sin embargo, no se limitaba a los aspectos globales de la realidad universitaria sino que prestaba particular atención a la dinámica interna de la vida de las casas de altos estudios. De esta forma analizaba cuidadosamente los problemas
6 relacionados con el acceso a la Universidad, y con las orientaciones pedagógicas y las prácticas científicas imperantes en ellas.
Recordando así su propia experiencia como Rector iba a señalar que en 1957 había encontrado una universidad excesivamente burocratizada, signada por el predominio de métodos docentes anticuados, con bibliotecas desactualizados y con una organización administrativa altamente deficiente. La universidad no estimulaba la formación cultural de los estudiantes en un sentido amplio ya que descuidaba la construcción de su capacidad crítica y su imaginación creadora.
Frondizi se sentía el abanderado de un proceso intenso de reforma. Recordaba especialmente como un legado de su rectorado la creación de Eudeba, el impulso a la creación de la ciudad universitaria, la extensión de la dedicación exclusiva, la creación de la escuela de salud pública y un ambicioso programa de becas. Sin embargo, desde su perspectiva lo más relevante pasaba por el estímulo a la transformación de los métodos de enseñanza, el desarrollo de la investigación científica y la preocupación principalmente por los estudiantes. Esta preocupación se expresada, fundamentalmente, en la atención al problema del ingreso y sobre todo de la reorientación de la matrícula universitaria. En este contexto prestaría particular atención al problema de la orientación vocacional. Este trabajo fue complementado además con extensos y rigurosos cursos de capacitación para los ingresantes. De esta forma planteaba además su oposición a los sistemas restrictivos de ingreso y marcaba además estas políticas como elementos centrales a la hora de instrumentar medidas contra la deserción universitaria.
Otra de las claves de su proyecto, quizás la más conocida estuvo vinculada con la jerarquización del papel de la investigación en la universidad. Un instrumento fundamental de esta política fue la extensión de la dedicación exclusiva. 9 profesores gozaban de esa condición en 1957. En 1962 ya sumaban 500. A ellos se sumarían los graduados que se iniciarían en la investigación a través de un generoso sistema de becas. Finalmente, la preocupación por servir a los intereses permanentes del país se expresaría además en una activa y comprometida política de extensión universitaria que tuvo su centro en el programa desarrollado en la Isla Maciel.
7 En definitiva para Risieri Frondizi las universidades tenían la función de preservar el patrimonio cultural del país, contribuir al desarrollo de la ciencia, formar profesionales y cumplir con una clara y definida misión social. Estas tareas debió encararlas en un contexto conflictivo. Durante su rectorado se sucedieron tres presidentes de la nación, 20 rebeliones militares y una constante inflación que obligaba a realizar ajustes permanentes en el presupuesto universitario. Además, a esto se sumaba el crecimiento permanente de la matrícula. Casi 20 mil estudiantes tenía la UBA en 1945, más de 75000 en 1955 y en 1968 llegaban casi a cien mil. En este contexto inestable y conflictivo Frondizi postulaba como una condición imprescindible del funcionamiento de las casas de estudios el mantenimiento de la autonomía a la que prefería definir en función de sus contenidos concretos. La autonomía radicaba en la capacidad de las casas de estudios de elegir a sus docentes, a sus estudiantes y, por supuesto también a sus autoridades. También se cifraba en la potestad para decidir sobre su programación docente y determinar las prioridades de la investigación científica. El problema más complicado en esta definición radicaba, como era previsible en los aspectos presupuestarios. En este caso, rechazaba tajantemente, la posibilidad de la instrumentalización de aranceles. La autonomía universitaria, además, estaba fundada en el hecho de que el cultivo de las ciencias, función central de las casas de estudios, requería la libertad que proporcionaba justamente la autonomía pero se justificaba también en el hecho de que la jerarquía intelectual de los hombres que conformaban la universidad excluía la posibilidad de tutores que los guiasen y controlasen.
El contexto sin duda se ha modificado sustancialmente en los cuarenta años que nos separan desde la edición de esta obra, sin embargo, su pensamiento sobre los problemas universitarios guarda todavía hoy una notable vigencia y supone renovados desafíos a encarar por la comunidad en su conjunto.