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ENEIDA. Lectura guiada. 1. Como ya señalaba Donato hablando de la Eneida “se debían contener al mismo tiempo los orígenes de Roma y los de Augusto”. Es probable, y así se deduce del proemio del libro III de las Geórgicas, que Virgilio tuviese en mente, en un principio, una obra que narrase la gesta de Octavio acompañada, de forma secundaria, por la legendaria fundación de Roma y la ascendencia mítica del futuro emperador entre la que se encontraría Eneas: In medio mihi Caesar erit templumque tenebit… 16 …Stabunt et Parii lapides, spirantia signa, 34 Assaraci proles demissaeque ab Iove gentis Nomina, Trosque parens et Troiae Cyntius auctor.
Finalmente el poeta de Mantua se habría decantado por el mito como núcleo de la obra acotando así la historia a momentos puntuales en los que hace uso de técnicas narrativas a modo de prolepsis. Así, oráculos, profecías y el aparato tradicional de la épica se ponen a disposición del que no deja de ser el propósito de la obra, a saber, la fundación de Roma, su misión en el mundo y la gloria de Augusto. Son tres las ocasiones principales en que se manifiesta el plan divino que encumbrará a Roma: En el libro I, las palabras de Júpiter en su diálogo con Venus (quien pide explicaciones desesperada ya ante los avatares que persiguen a los troyanos) presagian la futura fundación de Roma, su expansión e Imperio universal, con el encumbramiento de Augusto (culmen de la gens Iulia y final de la perorata). El discurso goza de autoridad y credibilidad desde que es Júpiter, padre de los dioses y garante del fatum, quien lo pronuncia. Augusto, Iulius Caesar, es un gran conquistador que a través de la guerra hará retornar la paz, la Edad de Oro, para finalmente ser deificado: Imperium Oceano, famam qui terminet astros… …Hunc tu olim caelo, spoliis Orientis onustum accipies secura; vocabitur hic quoque votis. Aspera tum positis mitescent saecula bellis;
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La segunda manifestación clara del plan divino la encontramos en el libro VI, en la κατάβασις de Eneas en busca de su padre, en una clara reminiscencia al descenso de Ulises y su encuentro con su madre, y todo dentro de una atmósfera órfico-pitagórica, cuya creencia en la reencarnación de las almas hace posible la visión por parte de Eneas de sus descendientes. A su vez, el descenso y la visión que allí tiene le servirán al héroe de rito iniciático que le hará cambiar de actuación (pues ya conoce su futuro) para lo que resta de obra, esto es, los libros iliádicos en los que ya no cabe dudar sobre su misión y el destino que tiene reservado. Así le dice Anquises “te tua fata docebo”, tras el cual se inserta la Heroscopía con especial hincapié, de nuevo, en Augusto como
conquistador que reinstaura la Edad de Oro. Termina la primera parte del discurso con el archiconocido pasaje: tu regere imperio populos, Romane, memento: hae tibi erunt artes; pacisque imponere morem, parcere subiectis, et debellare superbos.
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La tercera y última profecía es, sin duda, la ékfrasis del Escudo que Venus entrega a su hijo Eneas en el libro VIII, un ejemplo más de la imitatio Homeri de Virgilio. La función del Escudo es la de completar el desfile de héroes romanos del libro VI y el de las tropas latinas del VII poniendo cierre así al repaso de Roma e Italia desde los primeros tiempos hasta el presente de Augusto, enfatizando aquí la conquista romana, la guerra “illic res Italas Romanorumque triumphos”1 a través del contexto bélico en que la escena tiene lugar y el propio simbolismo que el escudo acarrea como útil de guerra2. Siguiendo a Hardie, el Escudo de Eneas es, al igual que el Escudo de Aquiles, una representación del universo; ahora bien, en el de Eneas ese universo es estrictamente romano en cuanto que cosmos e imperium se identifican. Esta visión es corroborada al final por la descripción que se hace de la batalla de Actium, a la vez mortal y divina, en la que se decidirá el porvenir, pero está presente a lo largo de toda la depictio. Hay otras escenas, aunque de menor importancia, en las que se presagia el futuro de Roma. En el libro III, el dios Apolo manifiesta su augurio en los versos 94-98. También en III, los Penates se le aparecen a Eneas en sueños y le dicen: idem venturos tollemus in astra nepotes imperiumque urbem dabimus…
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O el augurio de Fauno que Latino recuerda a la llegada de Eneas en el libro VII: [...] huic progeniem virtute futuram egregiam et totum quae viribus occupet orbem
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Una premonición más durante la incubatio le llega a Eneas del dios-río Tíber en el libro VIII: Hic locus urbis erit, requies ea certa laborum ex quo ter denis urbem redeuntibus annis Asacanius clari condet cognominis Albam.
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Una última prolepsis la encontramos en el libro IX en boca del propio autor que de forma excepcional marca la norma desde la cual juzgar la acción. Así, a propósito de la muerte de Euríalo y Niso, promete que no serán olvidados (Aen. IX. 446-449).
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Aen. VIII 626. Hardie, Ph., “The Sield of Aeneas: the Cosmic Icon” en Virgil´s Aeneid: Cosmos and Imperium, New York, 1986. 2
2. Otro tipo de enlace explícito con el presente son las etiologías, que se retrotraen en espíritu y detalle a Calímaco. Así, son abundantes los mitos de carácter etiológico, en concreto la genealogía, cuyo interés ya observamos en el Batíada (Hymn. II), y que formaba parte de las ktiseis o narraciones sobre fundaciones de ciudades, género también recurrente en la Eneida. Ya en el libro I tenemos la narración mítica sobre la fundación de Cartago que Venus le hace a su hijo recién llegado a tierras desconocidas: Dido, huyendo de Tiro, su tierra natal, llega a Libia, donde compra un solar y erige Cartago (Aen. I. 335-370). En las palabras de Apolo (Aen. III. 94-98) mencionadas más arriba, el dios menciona el origen itálico de los troyanos (Dardanidae) aunque, debido a una mala interpretación, Anquises crea que está haciendo referencia a Creta, tierra de Teucro. En el libro VII se volverá a hacer mención del origen itálico de Dárdano y, por tanto, de los troyanos3. En el libro III, unos versos más adelante, se explica el origen del nombre de Italia, el cual sus habitantes le dieron a esa tierra en honor de su jefe (en oposición al griego Hesperia). En el mismo libro, Virgilio recurre una vez más a la explicación mítica para proporcionar un origen, en este caso, el de los Juegos Actiacos en honor de Apolo e instituidos por Augusto en recuerdo de su victoria en Actium en el 31 a.C. (Actiaque Iliacis celebramus litora ludis4). Una más en este libro III la encontramos en la fundamentación legendaria, la recomendación de Héleno, a la costumbre de cubrirse la cabeza en las plegarias a los dioses: purpureo velare comas adopertus amictu, ne qua inter sanctos ignis in honore deorum hostilis facies occurrat et omina turbet.
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En el libro V, con ocasión de los juegos en honor de Anquises, encontramos el lusus Troiae, una suerte de exhibición ecuestre que, como el propio texto nos indica, permaneció intacta hasta la Roma contemporánea: Albani docuere suos; hinc máxima porro accepit Roma, et patrium servavit honorem;
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En el mismo libro tenemos una nueva ktísis, la de Acesta (Segesta o Egesta), ciudad fundada gracias a la recomendación del anciano Nautes (y después corroborada por la aparición de Anquises) de dejar allí a los ancianos y a las mujeres hastiados ya del periplo (habían quemado las naves). El nombre proviene de Acestes, un Dardánida
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Aen. VII 205-208. Aen. III 280.
establecido con anterioridad en Sicilia. Casualmente, en la Primera Guerra Púnica, Segesta se alió con Roma invocando su común ascendencia troyana. En el libro VI tenemos a Miseno y Palinuro, dos miembros de la expedición troyana que dan nombre a sendos lugares de la costa itálica: monte sub aërio, qui nunc “Misenus” ab illo dicitur, aeternumque tenet per saecula nomen.
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aeternumque locus Palinuri nomen habebit
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Al comienzo del mismo libro, Eneas en su plegaria a Apolo le promete instituir unas fiestas en su honor, los que luego serán los Ludi Apollinares, creados realmente en el 212 a.C., pero confiriéndoles así una autoridad legendaria. Una nueva ciudad recibe su nombre de uno de los troyanos fenecidos. Los primeros versos del libro VII están dedicados a la etiología de Cayeta (Gaeta) famoso puerto que toma su nombre de la nodriza de Eneas. Una etiología más, basada en la etimología, se encuentra en los versos 59-63, donde se explica que el nombre de Laurentos les viene por un laurel que había en el emplazamiento de la ciudad de Latino. La llegada de los troyanos a la ciudad de Latino, con la profusa descripción de lo que los legados van viendo hasta llegar a presencia del rey (los versos 170-190 son, mutatis mutandis, como un paseo por la Roma de Augusto) legitima muchas de las tradiciones romanas contemporáneas mediante el correlato legendario (aunque no se trate de una etiología stricto sensu). Lo mismo sucede versos más adelante con la tradición de abrir y cerrar las Belli Portae de Jano en época de guerra y paz respectivamente (según Livio habría sido Numa el creador de tal costumbre). En los versos 409-413 de este libro hay una pequeña reseña a la fundación de Árdea, ciudad que ya no conserva el esplendor que le dio nombre (magnum manet Ardea nomen,/ sed fortuna fuit5). En los versos 706709 se menciona el origen sabino de los Claudii a través de la figura de Clauso. Una etiología más clara y precisa es el epilio mitológico de Hércules y Caco (VIII 184-272) como explicación del rito anual en honor de Hércules (es el σωτήρ el liberador de los males del mundo) celebrado en el Ara Maxima. Una última etiología etimológica la encontramos en el libro X: Ille etiam patriis agmen ciet Ocnus ab oris, 198 fatidicae Mantus et Tusci filius amnis, qui muros matrisque dedit tibi, Mantua, nomen, Mantua, dives avis; sed non genus omnibus unum:
3. Detrás del episodio de Dido se encuentra la causa de la histórica enemistad entre Roma y Cartago que se concretaría en las Guerras Púnicas (enemistad bien reflejada por
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Aen. VII 412-413.
las palabras por las palabras con las que Catón finalizaba sus discursos en el Senado “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam”). El matrimonio que Dido y Eneas parecen consumar en la cueva (a imitación del de Jasón y Medea en Argonautica) es a un mismo tiempo una unión amorosa y, sobre todo, una unión política o foedus entre naciones por la cual Eneas se convierte en jefe también de los cartaginenses (libro IV). Ahora bien, al contrario que Dido y que el propio lector (fulsere ignes et conscius aether conubiis6), Eneas no cree que haya habido tal pacto, y se marcha persiguiendo su destino. Como consecuencia, la maldición que Dido lanza contra Eneas cuando este se dispone a partir, rompiendo así los lazos humanos y políticos, va más allá de lo personal (a lo que se restringían las de la Medea de Apolonio o la Ariadna de Catulo 64) para convertirse en una maldición sobre toda una nación7: Tum vos, o Tyrii, stirpem et genus omne futurum 622 Exercete odiis, cinerique haec mittite nostro Munera. Nullus amor populis nec foedera sunto.
Ya desde el comienzo de la obra sabemos que el destino de Roma y Cartago era ser enemigos (I. 19-22) y que una destruiría inevitablemente a la otra, pero desconocemos hasta los sucesos del libro IV el porqué. Eneas se convierte así (por su ruptura del pacto) en causa de grandes males para sus descendientes, aunque finalmente salgan victoriosos.
4. Los troyanos, y más en concreto Eneas como líder de estos, son invasores allí donde van y provocan la ira de los pueblos y sus respectivos reyes. En el libro IV Yarbas, ultrajado, invoca a Júpiter por haber dejado a los troyanos asentarse en Cartago (y que Dido acogiese a Eneas mientras a él lo había rechazado). En esta súplica, Yarbas tacha a Eneas de afeminado, igualándolo a Paris, quien nunca destacó por unos valores propios de la épica: et nunc ille Paris cum semiviro comitatu, Maeonia mentem mitra crinemque madentem subnexus, rapto potitur.
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La visión de Eneas como praedo es recurrente a lo largo de la obra y así se confirma, por ejemplo, con la palabras de Amata en el libro VII: o genitor, nec te miseret nataeque tuique? 6 7
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Aen. IV 167-168. Monti, R.C., “Dido´s lament” en The Dido Episode and the Aeneid, Leiden, 1981.
nec matris miseret, quam primo Aquilone relinquet perfidus alta petens abducta virgine praedo?
O de la misma en el libro XI, en el templo de Minerva: frange manu telum Prygii praedonis…8 “Eneas es el destructor del orden establecido: amenaza el poder legítimo del gobernante, y de forma impía desbarata la familia”9 En el libro IX se aplica una vez más el estereotipo de afeminados a los troyanos, en oposición a la virilidad itálica. El lujo (Vobis picta croco et fulgenti murice vestis) y la molicie aparecen siempre ligados entre sí y atribuidos a los troyanos (ya desde Homero), especialmente a Paris, perdición de la ciudad de Ilión. En este caso es Numano el que los impreca comparándolos a los eunucos del culto de Cibeles (en clara alusión a Catulo 63): O vere Phrygiae, neque enim Phryges, ite per alta Dindyma ubi adsuetis biforem dat tibia cantum! Tympana vos buxusque vocat Berecyntia Matris Idaeae sinite arma viris et cedite ferro.
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En el libro XI se produce de nuevo la conexión entre lujo y afeminamiento en la figura de Cloreo, un sacerdote de Cibeles que caerá a manos de una mujer, de Camila (quien precisamente muere al desatender el combate cautivada por las brillantes armas del derrotado). El lujo y el afeminamiento siempre van ligados, y acarrean la muerte. En el último libro encontramos puntuales menciones de Eneas como praedo (le llam Turno: desertorem Asiae 15; y Tolumnio el augur: improbus advena 261) y como afeminado (de nuevo Turno): … Da sternere corpus loricamque manu valida lacerare revulsam semiviri Phrygis et foedare in pulvere crinis vibratos calido ferro murraque madentis.
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que necesita de la protección de su madre divinal: longe illi dea mater erit, quae nube fugacem feminea tegat et vanis sese occulat umbris.
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5. En el libro XII Júpiter le hace ver a Juno que el destino de Eneas es inamovible y que nada puede hacer ella para cambiarlo. Derrotada ya, la diosa suplica a Jove una
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Aen. XI 484. Monti, R.C., “The Dido Narrative of Aeneid I” en op. cit.
última cosa a la que el Hado no se interpone, a saber, que se extinga el nombre de Troya y sea lo latino lo que prospere junto a Roma: cum iam conubis pacem felicibus, esto, component, cum iam leges et foedera iungent, ne vetus indigenas nomen mutare Latinos neu Troas fieri iubeas Teucrosque vocari aut vocem mutare viros aut vertere vestem. Sit Latium, sint Albani per saecula reges, sit Romana potens Itala virtute propago: occidit, occideritque sinas cum nomine Troia.
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6. Como dejan claro las palabras de Juno, no habrá una nueva Troya; el plan divino se opone a ello y así se observará en numerosos pasajes de la obra en que personajes que aluden a tal renacimiento se ven como sumidos en el pasado y, por tanto, no destinados a participar de la verdadera fundación. La primera voz que alude a la misión de Eneas como repetición de Troya es el espíritu de Héctor, “luz de Dardania”, el principal héroe troyano, que se aparece a Eneas y le exhorta a tomar los cultos y Penates troyanos e instalarlos al resguardo de unas nuevas murallas (es decir, fundar una nueva Troya); lo cual no sucederá como indican las palabras de Juno en ΧΙΙ 821-829. En el libro III Eneas continúa relatando su periplo hasta alcanzar las tierras de Cartago. En su camino primero llegó a Tracia e intenta fundar allí su ciudad sin hacer caso a la predicción de Creúsa. Así, llama a los colonos Enéadas, todavía anclado en el pasado; pero Polidoro, un troyano muerto en esa tierra y ahora convertido en arbusto, les hace abandonar el lugar y proseguir su camino. Semejante será lo sucedido en Creta: un nuevo intento de fundar una nueva Troya (Pergamea llama al lugar) y un suceso que les hace huir (dejando a algunos allí), en este caso, una peste. Finalmente, interpretado correctamente el oráculo de Apolo, los troyanos ponen rumbo a Italia, pero hacen escala en Butroto, reinada por Héleno y Andrómaca. Esta ciudad será una copia de Troya. Pero Virgilio nos hace ver, sutilmente, que no le agrada en exceso a Eneas: … parvam Troiam simulataque magnis Pergama, et arentem Xanthi cognomine rivum adgnosco, …
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Eneas tiene que mirar al futuro dejando atrás el pasado. Su destino no es resucitar Troya, aunque por momentos flaquee y desee desobedecer su misión: urbem Troianam primum dulcisque meorum
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reliquias colerem, Priami tecta alta manerent, et recidiva manu posuissem Pergama victis.
La reina Dido habla también en términos de repetir Troya, con lo que el autor quiere hacer de ella una figura del pasado (pues el personaje encarna ciertas características de las que debe librarse la futura Roma; ver ej. 7). Tenemos en el libro V a la diosa Iris que, enviada por Juno, mueve a las mujeres troyanas a quemar las naves hastiadas ya de tan larga travesía. Tomando el aspecto de Béroe convence a las demás de fundar junto a la ciudad de Acestes una nueva Troya. Sus palabras son explícitas: “Hic quaerite Troiam; hic domus est” inquit “vobis”10. Su artimaña surtirá efecto, aunque sólo en parte, pues el anciano Nautes convencerá a Eneas de dejar las mujeres y a los ancianos allí y que funden Acesta. Acestes consentirá con palabras también esclarecedoras: hoc Ilium et haec loca Troiam esse iubet11. Por último, la Sibila, en el libro VI, también habla con un lenguaje de repetir Troya, lo que cobra sentido sabiendo que es una griega del sur de Italia y que en la obra es recurrente la oposición entre lo itálico y lo griego (una vez más se produce la desvinculación de aquello que no conviene a Roma).
7. En primer lugar, aunque Dido no sea troyana, está claramente ligada a ellos. Por un lado, recibe a los troyanos en un templo en honor de Juno decorado con pinturas que narran la Guerra de Troya en escenas sucesivas. Es decir, siguiendo el esquema de la primera parte de la obra, Troya es la distracción que aleja al héroe de Roma, estando así prefigura su relación con Dido en esa primera evocación gloriosa de Troya (que son las pinturas del templo) y que debe dejarse atrás12. Asimismo, la reina conoce el sufrimiento de los troyanos, con los que además se siente identificada por su situación de exilio compartido, hasta el punto de ofrecerles allí asilo como si fuesen tirios también Tros Tyriusque mihi nullo discrimine agetur (v. 547), lo cual supondría la unión de los dos pueblos (que como más arriba mencioné es el resultado primordial del foedus entre Eneas y Dido, dejando al amor en un segundo plano como ratificación del primero). A diferencia de lo que sucede con otras ciudades en las que Eneas encalla y son otros los que no quieren volver a partir, en Cartago es precisamente Eneas el que parece olvidar su cometido ya que se hace necesario que baje el mensajero de los dioses a recordárselo (Dido y Cartago son el principal escollo a salvar). Por otro lado Dido tiene unos rasgos totalmente antirromanos, en especial su carácter de reina, conductora de hombres. Además Dido representa el amor pasional que debe ser apartado de la fundación de la futura Roma (concepción que se confirma con una observación a las acompañantes de Dido en los lugentes campi del libro VI). “Con la muerte de Dido Eneas fortalece en cierto sentido la responsabilidad hacia su misión, y 10
Aen. V 637-638. Aen. V 756-757. 12 Monti, R.C., “The Dido episode and the war in Latium” en op. cit. 11
ese amor que puede considerarse sólo propio de Dido queda presente en la obra de manera trágica como aquello que no volverá a repetirse”13. La muerte de Dido, al igual que la de Príamo, Creúsa y Anquises hacen que el personaje de Eneas se vaya definiendo y, con él, la ciudad que va a fundar. Se va desprendiendo de Troya y de aquello impropio de la futura Roma (y al contrario, reafirmando su piedad, etc.), al tiempo que conformándose a sí mismo en base al mimo criterio: con la de Príamo se convierte en el jefe de la expedición y rey de la futura ciudad (la muerte de Príamo representa el fin de Troya); con la de Creúsa queda libre para dar comienzo a una nueva estirpe en su unión con Lavinia; y con la de Anquises se convierte en el pater familias14. La muerte de Dido tiene sentido en este contexto en que se elimina aquello impropio de la futura Roma y se reafirma lo propio. Se desvanece el amor pasional y, en cierto sentido, la piedad de Eneas como héroe comprometido con su misión se ve fortalecida, pues la reina se suicida haciendo uso de la espada del héroe, que representa al mismo Eneas. Además, Cartago es el paradigma del lujo y la riqueza (es la representante de lo oriental, que tan mala fama adquiriera sobre todo con Actium) en oposición a la austeridad y sencillez que muestran siempre los habitantes del Lacio y de las cuales presumirá la Roma de Augusto.
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Campelo, M.F. y Cardigni, J. “Muerte fundadora: la Eneida de Virgilio”, Cuad. Filol. Clás. Estudios Latinos 20, 2001, 57-65. 14 Ibid.