Es la democracia la respuesta a los problemas del Medio Oriente?

¿Es la democracia la respuesta a los problemas del Medio Oriente? David J. Sarquís* Resumen Abstract La complejidad de una zona geográfica como el

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¿Es la democracia la respuesta a los problemas del Medio Oriente? David J. Sarquís*

Resumen

Abstract

La complejidad de una zona geográfica como el Medio Oriente nos plantea un gran reto al momento de analizar para intentar comprender el importante papel que juega esta región en la configuración actual de la dinámica internacional. Concepciones y prejuicios sobre la zona y sus habitantes abundan, tal es el caso de la creencia de que los países árabes o musulmanes no son compatibles con la democracia; ¿es esto cierto? ¿Es este modelo la respuesta a la intrincada realidad de la zona? Este artículo brinda una radiografía de la situación y nos encamina a la construcción de una respuesta a tales interrogantes.

The complexity of a geographical zone as the Middle East raises a major challenge when we analyze and try to understand the important role of this region in the current configuration of international dynamics. Conceptions prejudice about the area and its people are abundant, such is the case of the belief that the Arab/Muslim countries are not compatible with democracy, is this true? Is the model of democracy the response to the intricate reality of the area? This article provides a snapshot of the situation and leads us to the construction of an answer to these questions.

Palabras clave: Medio Oriente, democracia, crisis en el mundo árabe.

Key words: Middle East, democracy, Crisis in the Arab world.

*



Docente-investigador de tiempo completo del Departamento de Derecho y Relaciones Internacionales del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Estado de México. Miembro del SNI-1. Licenciado, Maestro y Doctor en Relaciones Internacionales, por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Maestro en Ciencias, con especialidad en Filosofía de la Ciencia, por el Instituto Politécnico Nacional y candidato a Doctor en Historia por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Sarquís es autor de Relaciones internacionales: una perspectiva sistémica.

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El problema con la promoción de la democracia en el mundo árabe no es que a los árabes no les guste la democracia; el problema es que probablemente a Washington no le gustaría el tipo de gobiernos que la democracia árabe produciría. Gregory F. Gause III

Introducción La región del Medio Oriente, siempre difícil de acotar de manera puntual,1 ha sido percibida tradicionalmente, por lo menos desde el inicio de la modernidad y desde el mundo occidental, como fuente de riesgo e inestabilidad para la política internacional en su totalidad. Aunque en gran medida exagerada, esta percepción necesita ser analizada con detenimiento por las implicaciones que tiene para el conjunto de las relaciones entre los países de la región y el mundo occidental.

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Hay, por supuesto, razones históricas que nos explican dicha percepción con claridad; después de todo, cristianos y musulmanes se disputan la hegemonía de la región por lo menos desde la primera mitad del siglo VII de la era cristiana y, durante la mayor parte del tiempo (por lo menos hasta principios del siglo XIX), la balanza había sido claramente más favorable a estos últimos,2 quienes a su vez perciben a la presencia de Occidente como un elemento desestabilizador de su propio equilibrio. Gran parte del problema es pues que ambas regiones del mundo tienen su propia cosmovisión, sobre la cual sustentan sus culturas y cada una se siente superior a la del vecino, por lo que la adaptación entre éstas no fluye con facilidad. Para la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, por diversas razones (que no es el momento apropiado para examinar), la región del Medio Oriente —en esa época políticamen-

Estrictamente hablando, el término pretende tener una connotación predominantemente geográfica, pero en la práctica son más visibles sus connotaciones históricas (por ser la cuna de las tres principales religiones del mundo occidental: el judaísmo, el cristianismo y el islam) y socio-políticas (por identificársele con el núcleo duro del mucho más extenso mundo musulmán, tradicionalmente enfrentado al mundo cristiano prácticamente desde su génesis). No existe hoy día un consenso universal para la definición de sus fronteras, que algunos ubican desde Turquía al norte hasta el extremo meridional de la península arábiga y de Egipto (a veces Libia) en el este hasta Irán (a veces Afganistán y Pakistán) en el oeste. Este concepto parece tener su origen entre funcionarios de la Oficina de la India Británica a mediados del siglo XIX, pero definitivamente se popularizó a través de los escritos del estratega naval americano Alfred Taller Mahan a principios del siglo XX. Hoy día, la Air Transport Association (IATA) incluye en su definición de Medio Oriente a: Bahréin, Egipto, Irán, Iraq, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, los territorios palestinos, Omán, Qatar, Arabia Saudita, Sudán, Siria, los Emiratos Árabes Unidos y Yemen, lo cual contribuye al cálculo de costos internacionales de flete de carga o pasajes aéreos y sus respectivos impuestos y se usa como definición convencional del Medio Oriente. Los judíos sólo pelearon la hegemonía regional durante los reinados de David y Salomón 1,000 años antes de Cristo. Fuera de eso, o estuvieron sometidos a otro poder hegemónico o vivieron mayormente en el exilio. Sólo regresaron a fines del siglo XIX a establecer un hogar nacional en la zona de Palestina.

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te dominada por los turcos otomanos— estaba en claro declive con respecto a Occidente y de hecho se había convertido en un verdadero problema para la política internacional de las naciones europeas, las cuales no encontraban una forma adecuada de repartirse las tierras del Sultán en caso de que el imperio se colapsara.3 Finalmente, el colapso llegó al término de la Primera Guerra Mundial, a raíz de la fatídica alianza que el imperio turco otomano formalizó con la Alemania Imperial del Káiser Guillermo II; de hecho ambos imperios desaparecieron en 1920 para dar paso a formas más occidentalizadas de organización política, claro está, bajo la guía y supervisión de las potencias vencedoras en la contienda. El proceso, cabe decir, fue sustancialmente más complejo para la región del Medio Oriente debido a las diferencias culturales que le separaban de la experiencia europea, aun cuando los procesos de occidentalización se venían dando en el área desde hacía ya poco más de un siglo.4 La situación de la reorganización regional durante el periodo entre guerras se hizo especialmente problemática en la parte árabe del mundo musulmán debido a que la gran 3



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mayoría de las tribus árabes, hasta entonces súbditas del Sultán, se habían sublevado durante la guerra en contra de los turcos y a favor de los ingleses, con la esperanza de tener su propio estado-nacional gobernado por ellos mismos, según los ofrecimientos hechos por los británicos durante la guerra. Sin embargo, la promesa no llegó a cumplirse cabalmente, ya que algunos territorios del viejo imperio otomano fueron otorgados en mandato por la naciente Sociedad de las Naciones a Inglaterra y Francia y aun en el caso de las naciones que supuestamente serían soberanas hubo injerencia europea en el proceso de organización de los nuevos regímenes políticos, que independientemente de su naturaleza democrática o no, debían por supuesto mantenerse afines a los intereses de los nuevos poderes hegemónicos. Para mucha gente en la región, esto implicaba una forma de subordinación que no siempre era bien recibida, después de todo, los árabes eran herederos de una cultura ya milenaria que consideraban gloriosa y de la que no sentían necesidad de desviarse para acomodo de su relación con Occidente.

La historia es sumamente interesante. Los turcos de hecho perdieron varias guerras con los rusos durante el siglo XIX y tuvieron que hacer grandes concesiones al imperio de los zares, sin embargo, los ingleses y los franceses, preocupados por el creciente poderío zarista acudieron puntualmente a la cita del rescate en cada ocasión para revertir los abusivos tratados de paz que Rusia le imponía a Turquía. Algunos señalan como el origen del proceso de occidentalización del Medio Oriente, la conquista napoleónica de Egipto en 1799.

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Los gobernantes árabes tuvieron entonces que buscar el equilibrio entre los mecanismos de control de su propia población y los gobiernos extranjeros, para los que de hecho, tanto por tradición histórica como por la facilidad que implicaba para negociar el apoyo a los intereses occidentales, resultaba claramente más fácil negociar con regímenes autocráticos que con cualquier otra forma de organización que en forma alguna implicara mecanismos de participación colectiva. La percepción generalizada de todos estos acontecimientos en todo el mundo árabe5 fue de humillación y frustración y no cambió sustancialmente durante el curso de todo el siglo XX. Al contrario, durante las últimas dos décadas, es decir, ya bien entrado el siglo XXI, la percepción se ha agravado notablemente. Muchos árabes sienten que Occidente se ha impues5





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to sobre ellos, no sólo en términos militares, políticos y económicos, sino también sociales y culturales, y que ha tratado de robar progresivamente todos sus elementos de identidad; esta sensación no se restringe sólo a los árabes sino que, de hecho se extiende a la mayor parte de las tierras del Islam, donde se tiene la percepción de que Occidente (en especial los norteamericanos) ha denigrado al mundo musulmán en general y a la cultura árabe en lo particular, al propiciar la imagen del musulmán como un fanático irredento, retrógrada e intolerante y un terrorista en ciernes (cfr. Ahmed, 2003) al que necesariamente habrá que combatir en un inevitable choque de civilizaciones.6 El asunto se ha vuelto visiblemente más crítico después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 perpetrados por yihadistas musulmanes en suelo estadounidense, de tal suerte que la relación entre

El mundo árabe tampoco es fácil de definir como tal, pero es claramente más extenso que el Medio Oriente. Se entiende generalmente por mundo árabe una comunidad de base lingüístico-cultural que no necesariamente comparte todos sus rasgos sociales entre sí, a pesar de todas las semejanzas que los vinculan. El término se extiende a los ciudadanos y comunidades árabe parlantes de varios países, pero no a las minorías radicadas en ellos que utilizan su propia lengua. Finalmente, puede decirse que es árabe quien se siente a sí mismo y se define como tal, “es árabe cualquiera que habla el idioma, desea ser árabe y se llama a sí mismo árabe” (Sati Husri en Dawisha, 2003, p. 72). Ciertamente existe en la percepción de Occidente un vínculo que prácticamente convierte árabe en sinónimo de musulmán, pero el hecho es que hay una gran diferencia conceptual entre ambos: un musulmán es aquél que practica el islam como religión y puede ser originario de cualquier parte del mundo, hay pues muchos países musulmanes que no son árabes. Tampoco puede decirse que todos los árabes sean musulmanes, pues muchos de ellos no lo son, los hay cristianos de diversas denominaciones o, incluso, con mayor frecuencia, gente que en realidad no practica ninguna religión. De hecho, los musulmanes en el mundo suman hoy día alrededor de 1.3 mil millones de personas y sólo cerca de 20% son árabes. Geográficamente, el mundo árabe se extiende desde Mauritania y el Sáhara Occidental por todo el norte de África más Sudán, Somalia y Djibuti y la península arábiga. Todos ellos, junto con el archipiélago de las Comoras, integran la llamada Liga Árabe (Whitaker, 2009). La referencia es clara a la obra de Huntington (1998) The Clash of Civilizations: The Remaking of World Order, que muchos especialistas ven como el anuncio de una profecía autocumplida destinada a justificar el oneroso presupuesto militar de los Estados Unidos al término de la Guerra Fría.

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ambos, nunca exenta del todo de resentimientos y sospechas mutuas, se ha vuelto hoy día particularmente más tensa. El mundo occidental7 percibe hoy en gran medida a todos los musulmanes como una creciente amenaza, pero en especial a los árabes, pues se considera que, por sus tradiciones religiosas y culturales son básicamente incapaces de asimilarse al modelo de desarrollo que sugiere el mundo globalizado.8 Tan miope como pueda parecer esta percepción, es claro que está en la mente de muchos de los responsables de la política exterior norteamericana, preocupados desde hace ya bastante tiempo con “democratizar” a la región por todos los medios necesarios, lo que obviamente ha generado un mayor recelo entre los árabes. Es en este contexto de resentimientos, desconfianza mutua y de agresividad latente que el mundo Occidental se enteró con gran sorpresa a principios del año en curso de un creciente número de revueltas populares que han sacudido al mundo árabe y que han renovado el interés de la opinión pública internacional

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por entender lo que está sucediendo en esa parte del mundo. Con la simplicidad que frecuentemente les caracteriza, los medios masivos de comunicación inmediatamente anunciaron lo que a su leal saber y entender constituía una cruzada de inspiración local por la democracia y la libertad características de Occidente y notablemente ausentes en el mundo musulmán en su conjunto. Una pléyade de autores señaló casi en automático el hartazgo de la gente joven en el mundo árabe con los viejos regímenes autócratas que los han gobernado por décadas y los han mantenido en la postración económica y el rezago general con respecto al mundo desarrollado, como la causa principal de estos inéditos movimientos populares. La revista The Economist sintetizó lo que muchos otros ya estaban diciendo, en los siguientes términos:

La imagen de viejos tiranos árabes corruptos destronados por la fuerza de una nueva generación de jóvenes idealistas, inspirados por la idea de la democracia, unidos por Facebook

"El concepto de Occidente se formó en los siglos XVIII y XIX con la expansión mundial de la civilización europea. Se basa en el sentimiento reforzado de alteridad y superioridad que ésta había desarrollado en contacto con otras realidades culturales… pasó a englobar, sin perder su carácter eurocéntrico, a "las Europas" la original como vástagos oceánicos (Australia y Nueva Zelanda) y norteamericanos (Estados Unidos y Canadá), caracterizados todos ellos por sus avances técnicos y por un mismo sustrato cultural" (Zajec, 2009, p. 48). La idea es, por supuesto, enteramente falaz. El mundo musulmán en su conjunto es producto de un largo proceso de expansión geográfica y de síntesis cultural que bien puede ser entendido en sí como un proceso “globalizador”, marcado por sus propias especificidades.

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y motivados con la idea de incorporarse a un mundo más amplio ha seducido a observadores de todas partes. Las revoluciones están aún en pleno desarrollo aunque en diferentes etapas de su ciclo. En Túnez y Egipto parecen ir en la dirección correcta, en un nuevo ambiente esperanzador y con la promesa de prontas elecciones. En Libia, Siria y Yemen, los dictadores se aferran al poder con diferentes grados de éxito. Mientras tanto, las monarquías del Golfo, luchan por minimizar las demandas de democracia de sus súbditos a cambio de compensaciones económicas financiadas con los ingresos del petróleo, acompañadas de muy modestas concesiones políticas. De dónde viene todo esto y adónde va es algo que está aún por dilucidarse. (McCullagh, 2011, párr. 1)

Esta interpretación es particularmente atractiva en Occidente, porque en gran medida avala lo que sus ideólogos han venido remarcando de manera insistente desde mediados del siglo XIX, pero más aún al término de la Guerra Fría, a saber, que su propio modelo de organización socio-política, fincado en los principios de la democracia representativa y liberal y sustentado sobre el mo9



delo de la iniciativa privada y el libre mercado, para la organización de los ciclos productivos que marcan el rumbo de la economía internacional representan el mejor (quizá de hecho el único) futuro para la humanidad y que, por lo tanto, el modelo debe ser exportado e implementado sin miramientos por todos los rincones del planeta. Esta concepción, que Francis Fukuyama (2004) defendió en su trabajo sobre el fin de la historia,9 ha marcado sin duda el derrotero del debate internacional sobre economía política durante casi ya un cuarto de siglo. Desde la implosión del bloque soviético, la tendencia de las políticas públicas a nivel mundial fue hacia la implementación de éste, conocido como el modelo neoliberal, el cual, debidamente puesto en marcha, traería paz y prosperidad para la comunidad internacional en su conjunto, tal como si la sola implementación mundial de la democracia y el libre mercado pudiese garantizar la kantiana paz perpetua en el ámbito internacional. El mundo se embarcó entonces en una creciente ola de “democratización” que instaló a gobiernos elegidos por sus pueblos en el poder y que inmediatamente se

La tesis central de este trabajo señala, de manera un tanto ingenua pero contundente que el desplome del bloque soviético, que marcó el término de la Guerra Fría, es clara evidencia de la superioridad “natural” del modelo occidental (liberal) basado en el libre mercado y la democracia. Ahora sólo restaba ponerlo en marcha por todo el planeta, lo que representó, a su vez, el inicio del proceso globalizador neoliberal.

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encargaron de tratar de ajustar sus políticas económicas nacionales a los imperativos del libre mercado. A menos de una década del arranque del proceso democratizador a nivel planetario, las dificultades para su implementación se hacían cada vez más evidentes. Para fines de los 90, la anhelada prosperidad universal sencillamente no llegaba, a pesar de los grandes sacrificios que muchos países estaban haciendo para ajustarse a los requerimientos de la economía capitalista planetaria. Las protestas de poblaciones afectadas empezaron a manifestarse en diversas latitudes, a veces en forma de enconadas luchas étnicas, a veces mediante movimientos populares que, a través de los mismos procedimientos democráticos, llevaron al poder a candidatos cuya plataforma política ofrecía corregir los excesos propiciados por la liberación de la economía y el adelgazamiento forzado del Estado.10 Kaplan (cfr. 2000, capítulo 2) alertaba ya con toda claridad durante la segunda mitad de los 90 que el 10



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proceso democratizador del mercado mundial no iba a ser nada fácil. El autor refiere en su obra una interesante entrevista que tuvo con un estudiante tunecino a finales de los 80. Durante la misma, el joven señaló ominosamente que en su país, con 25% de desempleo, un proceso de elección democrática fácilmente podría llevar al poder a un grupo de fundamentalistas islámicos, como ya había sucedido en Argelia, entonces, las fuerzas liberales locales, apoyadas por Occidente, tendrían que intervenir para revertir el resultado electoral. En otras palabras, la democracia no siempre trae los resultados esperados por las potencias occidentales: el caso de Hamas en la franja de Gaza11 es buen ejemplo reciente. Casi puede intuirse que la única forma de democracia aceptable para las potencias occidentales es la democracia dirigida por ellas mismas para la salvaguarda de sus propios intereses. En consecuencia, la interpretación alegre de las ansias democráticas entre los árabes a finales de 2010 y principios de 2011 como producto de un proceso de maduración de la con-

En América Latina, por ejemplo, hace ya más de una década que, salvo por los casos de México y Colombia, el resto del subcontinente ha experimentado con gobiernos de centro-izquierda en búsqueda de una salida a las graves dificultades sociales generadas por el modelo neoliberal aplicado durante la década de los 90. El triunfo de Hamas en las elecciones de 2006 fue una estremecedora respuesta al fracaso del movimiento Fatah por terminar con la ocupación israelí y su retroceso en los procesos de negociación. Hamas es un ejemplo contemporáneo único de un movimiento islámico que “oscilando entre cimientos fuertemente religiosos y una agenda política nacionalista, se esfuerza por mantener un balance entre su visión primordial y las necesidades urgentes más inmediatas” de la población palestina (Hroub, 2006, p. 21).

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ciencia cívica local no ha sido la única y quizá sea la menos afortunada.

Los levantamientos en el mundo árabe han generado dos narrativas contrapuestas en Washington. La primera tiene toda la hechura del prototipo del Fin de la Historia aplicado a la región del Medio Oriente: la apertura de los árabes a la democracia liberal es un capítulo más de la era histórica que viene evolucionando desde la caída del Muro de Berlín en 1989. La narrativa contrapuesta —derivada del paradigma del Choque de las civilizaciones— sugiere más bien el espectro de una radicalización política islámica según el modelo de la revolución iraní de 1979. (Hadar, 2011, párrs. 1-2)

Es precisamente esta última interpretación, por sus implicaciones, la que con mayor urgencia nos sugiere reflexionar sobre las causas y potenciales consecuencias de las revueltas populares árabes y replantear la cuestión de la democracia como virtual solución milagrosa a los problemas del mundo árabe. No porque el afán democratizador carezca de importancia, de hecho, el título mismo de este trabajo se refiere a la democracia como posible solución a los problemas de la región. Pero no deberíamos sugerir un remedio antes

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de conocer con precisión el origen y el alcance de la enfermedad.

Los antecedentes inmediatos El detonante en Túnez Para los medios occidentales, la noticia comenzó a gestarse a fines del año pasado con la llamada Revolución de los Jazmines, en supuesta alusión a la flor nacional del país; el motivo principal: la carestía y el desempleo. El 18 de diciembre de 2010 ocurrió la autoinmolación del joven Mohamed Bouazizi aparentemente originada por la frustración de haber sido ultrajado por la brutalidad policiaca (quienes destruyeron su puesto ambulante de venta de frutas y verduras) y la virtual imposibilidad para sostener a una familia de siete hijos. En algún momento se dijo en los medios que este joven de 24 años trabajaba como vendedor ambulante a pesar de tener educación universitaria, debido a la falta de oportunidades de empleo, aunque posteriormente su propia familia rectificó diciendo que el joven no había terminado la preparatoria. De cualquier modo, su caso generó crecientes protestas en las calles por todo el país, mismas que el gobierno tunecino trató de reprimir

con la brutalidad tradicionalmente empleada por las fuerzas policiacas, ocasionando con ello ataques populares a oficinas del partido en el gobierno, contra comisarías de policía y contra residencias de familiares de la ostentosa familia gobernante. El presidente Ben Ali anuncia entonces bajo la presión generada por el movimiento popular que dejará el poder en 2014, sin embargo, la gente continúa con la protesta callejera hasta que de hecho se da la inusitada renuncia del presidente. A la salida de Ben Ali, quien gobernó al país durante 23 años, Mohamed Ghannouchi, primer ministro desde 1999, es nombrado presidente provisional y procede a formar un gobierno de “unidad nacional” a la vez que convoca a elecciones legislativas en seis meses, esto ocurre el 17 de enero del 2011. El saldo oficial de muertos durante las revueltas es de 219 personas (Blog sin título, 2011, párr. 10).

El caso de Egipto De conformidad con los reportajes de los medios en Occidente, las re-

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vueltas populares tunecinas tuvieron una especie de efecto dominó12 que se hizo inmediatamente visible en el vecino país de Egipto, donde las multitudes empezaron a congregarse en la plaza Tahrir con demandas muy similares a las de sus vecinos (desde la perspectiva que privilegiaron los medios occidentales: la renovación de las estructuras del poder político en el país, clamando por libertades democráticas). En realidad, las inquietudes que dieron origen a las revueltas habían circulado inicialmente en sentido contrario —es decir, de Egipto hacia Túnez—. Puede decirse, sin exageración, que la revuelta egipcia llevaba ya años de preparación. Para poder entender su origen es necesario identificar a Ahmed Maher, ingeniero civil organizador del movimiento juvenil 6 de Abril quien se involucró inicialmente con un movimiento político llamado Kefaya (Basta) en 2005. En marzo de 2008, después de una huelga en la localidad de Mahalla, Maher convocó a una huelga general para el 6 de abril. Curiosamente, lo hizo a través de Facebook con la intención de mantenerse al margen de los

Se entiende por efecto dominó una caída secuencial originada por una caída inicial de algún miembro del sistema internacional cuya falla precipita el desastre entre sus vecinos cercanos, a la manera de la caída de las fichas de este popular juego cuando son acomodadas en fila, una tras otra y se empuja la primera para golpear a la siguiente hasta hacer caer a todo el conjunto de fichas.

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partidos políticos oficiales.13 Poco tiempo después, jóvenes tunecinos siguieron su ejemplo y crearon el movimiento progresivo de Túnez que empezó a compartir experiencias con el movimiento egipcio. Aparte de Maher, es necesario tener presente el caso de Wael Ghonim, quien se hizo famoso desde fines de 2009 con un blog intitulado: Todos Somos Khalid Said, en el que denunció la brutalidad policiaca que causó la muerte de ese joven sindicalista egipcio falsamente acusado por la policía por supuesto consumo de droga (Rodríguez, 2010). Cuando empezó la Revolución de los Jazmines en Túnez, Ghonim vio la oportunidad de reforzar su propio movimiento. El 25 de enero de 2011, para conmemorar el día de ira contra la brutalidad policiaca convocó a través de Facebook una manifestación a la que esperaba llegaran 50 mil personas y a la que llegaron 100 mil. De este modo



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inició en Egipto la Revolución de los Jóvenes que finalmente llevó a la caída del aparentemente sólido régimen de Mubarak, en el poder desde la fecha del asesinato de Anwar el Sadat en octubre de 1981 y firme aliado del gobierno norteamericano desde la misma fecha. A raíz del recrudecimiento del movimiento egipcio, las manifestaciones en diversos países árabes (en mayor o menor medida) empezaron a proliferar. Los gobiernos de Marruecos, Argelia, Libia, Yemen, Jordania, Siria, Bahréin, entre otros, vieron con alarma a la población tomar las calles. Las tradicionales respuestas represivas no se hicieron esperar. De hecho, al momento de escribir estas líneas, la suerte de los movimientos populares está lejos de haber quedado decidida, mucho dependerá, por cierto de la suerte que corra el régimen de Muamar el-Gaddafi en Libia,14 donde una tibia participación occidental mantiene expectativas inciertas entre los rebeldes.

Su manera de proceder no fue del todo accidental. Maher actuó inspirado en gran medida por el trabajo de Gene Sharp, un ideólogo norteamericano, fundador y director del instituto Albert Einstein y promotor desde los años 80 de una corriente de pensamiento dedicada a promover movimientos populares pacíficos para la instauración de regímenes democráticos por todo el mundo. El trabajo de Sharp ha sido fuente de inspiración para revueltas políticas de todo tipo (en especial no-violentas) desde principios de los 90 (Arrow, 2011). Sharp es autor de varios libros entre los que destacan: (1973) The Politics of Nonviolent Action. Westford, Porter Sargent; (1979) Gandhi as a Political Strategist. Westford, Porter Sargent; (1980) Social Power and Political Freedom. Westford, Porter Sargent; (1985) Making Europe Unconquerable. Oxford, Taylor & Francis Ltd; (1990) Civilian-Based Defense. Princeton, Princeton University Press; y (1993) From Dictatorship to Democracy. Boston, The Albert Einstein Institution. Su obra más reciente es: (2005) Waging Nonviolent Struggle: Twentieth Century Practice and Twenty-First Century Potential. Westford, Porter Sargent, traducida a más de 30 idiomas. “Libia es el mayor productor de petróleo liviano en la región (el más usado para el refinamiento de combustibles) y posee la mayor reserva probada de África. Este país es uno de los principales abastecedores de petróleo de Europa, fue el 16° exportador de petróleo del mundo en 2009 y actualmente produce cerca de 1.6 millones de barriles diarios, lo que representa un 2% de la producción global. Su economía es una de las más fuertes de África, gracias a sus grandes reservas de petróleo y gas natural de la mejor calidad” (CNM, 2011, párr. 1).

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Independientemente de lo que pueda suceder, las revueltas populares siempre son noticia atractiva para los medios, pero explicar su origen y su alcance no siempre es tarea fácil. Es claro que la opinión pública en general necesita de una versión simplificada y fácilmente digerible de los acontecimientos. En el caso de la opinión pública occidental respecto del mundo árabe, el estereotipo sugiere que tras siglos de un fanatismo religioso y una total falta de libertades, el deseo por emular a Occidente en la ruta hacia el progreso es una explicación “profunda y viable”. Para quien tiene como objeto de estudio permanente a la región esto no es, por supuesto, más que una trivialización indecente de la realidad. Ciertamente hace falta ir mucho más allá de esta simplificación excesiva, tomar en cuenta la percepción del “otro”, del local, para tratar de dar cuenta de lo que está sucediendo. Muchos intelectuales y académicos del mundo árabe y muchos occidentales especializados en la región y en los juegos geoestratégicos característicos de la política internacional saben y entienden que el curso de los acontecimientos en estos países no es ajeno a los intereses geoestratégicos de las potencias occidentales y que, en este contexto específico, el

papel del petróleo es primordial. La historia reciente de la zona sería de hecho incomprensible sin tomar en cuenta este factor.

En cualquier otro lugar, las agitaciones sociales no habrían suscitado tanta inquietud. Occidente se habría acomodado a ellas. Pero, el mundo árabe, por un azar geográfico, es un vecino cercano de Europa; por un azar geológico, contiene una riqueza estratégica indispensable para la economía occidental; por historia, ha estado íntimamente ligado al destino de Occidente y, por la emigración, forma parte de su horizonte. (Khader, 1988, p. 15)

Aunque los medios occidentales se han esforzado por presentar estos acontecimientos como resultados de inquietudes predominantemente endógenas (el hartazgo generado por la falta de libertades democráticas), es necesario señalar entonces que en la percepción de muchos árabes las influencias externas no han estado del todo ausentes en el desarrollo de los hechos. Para la mayoría, la política exterior norteamericana enfocada, más que en cualquier otra cosa, en garantizar el suministro de petróleo, proteger a Israel y debilitar a la cultura musulmana es en gran medida responsable de lo que pasa actualmente en el mundo árabe.

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Aparte del ya mencionado caso de Sharp, los estrategas de la política exterior occidental —especialmente la anglo-americana— mantienen una clara injerencia en la región desde antes de que iniciara la Segunda Guerra Mundial. En entrevista exclusiva con Zbigniew Brzezinski y Brent Scowcroft, David Ignatius pregunta si la política exterior norteamericana, a través del análisis de su propio desempeño, no cae en cuenta de que la imposición del modelo neoliberal durante los 90 fue de hecho la causante del 11 de septiembre. Scowcroft, tratando de precisar, responde que es posible hacer la conexión, pues las condiciones para la implantación mundial de la democracia no son óptimas y que, en consecuencia, la administración de George W. Bush decide que concluir lo que se había iniciado contra Saddam Hussein en 1991 sería la mejor forma de generar, desde Iraq, una plataforma adecuada para relanzar desde ella un proyecto democratizador de toda la región (Brzezinski y Scowcroft, 2008, pp. 22-23). Hace ya más de un lustro que, justamente siguiendo la misma línea de pensamiento que inspiró el ataque de Bush Jr. contra Iraq, personal del Departamento de Estado norteamericano continuó manejando la idea de la reconfiguración del mapa

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regional del Medio Oriente, ahora desde Líbano, para darle una fisonomía más acorde con sus propios intereses geoestratégicos:

El término “Nuevo Oriente Medio” fue empleado por vez primera en junio de 2006 en Tel Aviv por Condoleezza Rice, Secretaria de Estado de Bush Jr. para reemplazar la idea del “Medio Oriente Clásico”… El proyecto de renovación de la zona fue presentado por Washington con la idea de que el Líbano podría ser usado como punto estratégico para rediseñar el mapa regional desatando las fuerzas de un “caos constructivo”. Este “caos constructivo” generaría condiciones de guerra y violencia por toda la región que serían usadas por la alianza anglo-americana, con apoyo de Israel, para rediseñar el mapa del medio oriente según sus propios objetivos y necesidades geoestratégicas… El caso de Irak, sería la preparación del terreno para un proceso conjunto de balcanización (división) y finlandización (pacificación) del medio oriente. (Nazemroaya, 2006, Necessary pain, párr. 1).

Pero las actividades democratizadoras de los americanos en el mundo árabe son anteriores a la administración de George W. Bush. Desde principios de los 80 opera en la región

(como en otras partes del mundo) la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés: National Endowment for Democracy) encargada de inyectar miles de millones de dólares para la promoción de la democracia en la región y aunque muchas de sus actividades serían de hecho consideradas ilegales en su propio país de origen, son toleradas en varios países del área como gesto de “buena fe” (después de todo, la cantidad de divisas ingresadas no es nada despreciable) y tolerancia ante las presiones de Estados Unidos. La intensa labor prodemocrática de los norteamericanos parece avalar la idea de que, en la visión de los intelectuales de Occidente, la propia idiosincrasia de los pueblos de la región les condena a formas antidemocráticas de gobierno.15 Históricamente, la imposición del modelo social occidental desde principios del siglo XIX, pero sobre todo después de la Primera Guerra Mundial dejó al mundo árabe con un sentido de identidad trastocado. En este entendido, la imposición del modelo económico de expansión del capitalismo ha generado en los últimos 100 años, 15



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una importante dependencia estructural del petróleo y un consiguiente empobrecimiento progresivo de las grandes masas, debido a que el ejercicio autocrático del poder impide una mejor distribución de la riqueza, ésta es la raíz de la mayor parte de los problemas de la región, no la falta de democracia.16 Más aún, los análisis superficiales tienden a ocultar el hecho de que, en gran medida, fue la imposición del modelo económico de Occidente lo que facilitó la permanencia de formas autocráticas de gobierno, en muchos casos, apoyados por las propias potencias occidentales y, sobre todo, lo que mantiene a esas mismas masas en una abyecta pobreza.

El momento actual Para poder comprender mejor el momento actual necesitamos tener en cuenta diversas variables estructurales y algunas de coyuntura,17 entre las variables estructurales destacan por su importancia: la crisis global del capitalismo, la longevidad de los regímenes autocráticos y su incapacidad para responder a las

Esto es claramente una falacia. Gause demuestra fehacientemente que, cuando hay elecciones legítimas, los árabes acuden a las urnas de manera mucho más entusiasta que los propios norteamericanos, sólo que, como él mismo señala, los resultados de las votaciones no siempre producen los resultados esperados por Occidente (Gause III, 2005, p. 71) [énfasis añadido]. Prácticamente la totalidad del mundo árabe sigue siendo predominantemente agrícola ya que la actividad industrial es virtualmente insignificante. Sin embargo, del total del territorio de los árabes, menos de 15% es apto para la agricultura. Como la carestía en los precios de los alimentos en la región ocasionada por los catastróficos incendios en Rusia propiciaron en 2009 la escasez de granos que tradicionalmente se venden al mundo árabe.

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demandas sociales generadas por la crisis y, por último, aunque no por ello menos importante, la necesidad de Occidente de mantener vigente la condición sistémica de su modelo de desarrollo colectivo. Obviamente, el mundo árabe no es una isla. Mucho antes de la globalización visible de principios de los años 90 del siglo pasado, ya estaba ligado a la economía mundial. Por tanto, como al resto de los países, los vaivenes de la economía mundial invariablemente le afectan tarde o temprano. La crisis que estalló en los Estados Unidos en 2008 agudizó el problema del desempleo en el mundo árabe, ya de suyo grave a causa de la tendencia a la baja en el precio del petróleo hasta antes de la segunda guerra del Golfo en 2003, cerró opciones de migración, disminuyó flujos de turismo y exacerbó las condiciones de pobreza, en otras palabras, esta crisis generó un importante caldo de cultivo para el descontento popular, toda vez que ello sensibilizó a las masas contra las tácticas autoritarias y de represión de sus propios gobiernos, lo que llevó a las manifestaciones populares, apoyadas también por las



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tecnologías modernas de comunicación colectiva.18 Más que el mero clamor por un nuevo régimen, el descontento popular empezó a buscar la salida de los viejos regímenes autocráticos por sus prácticas corruptas resultantes en un acaparamiento insultante de la riqueza frente a masas crecientemente pauperizadas. En Occidente, estos movimientos se interpretaron como un anhelo de democracia, como si ésta fuese a resolver por sí sola las contradicciones del modelo económico de iniciativa privada y libre mercado impuesto en una región de economía popular predominantemente agrícola. Desde fines de la Guerra Fría, los liberales de todo el mundo aseguran que ya se habían demostrado las bondades de su modelo económicosocial, único capaz de generar riqueza. No obstante, su incapacidad para garantizar esquemas justos de repartición de esa riqueza pronto se hizo manifiesta. La brecha entre ricos y pobres se ha ahondado considerablemente por todo el mundo en los últimos 20 años, aunque esta brecha se siente con mayor impacto

El papel general de la tecnología, en particular de Facebook y Twitter, todavía está por ser evaluado con mayor precisión en el desarrollo de las revueltas populares del mundo árabe, ya que aún es demasiado pronto para evaluar el impacto real de su uso para la configuración de una sociedad civil más madura en la región.

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entre las economías más rezagadas, por lo que la protesta social no se ha hecho esperar. Entre los problemas estructurales significativos para el mundo árabe destaca lo que Perthes ha llamado la condición del estado rentista, lo que resulta claramente desestabilizador para el desarrollo de las economías árabes. El estado rentista se caracteriza por no depender de las actividades productivas de su propia sociedad para subsistir, ya que cuenta con recursos económicos más que sobrados procedentes del control que ejerce sobre algún recurso natural del que la masa popular está totalmente distanciada. Por sus recursos petroleros, la economía de la región clasifica sin dificultad en esta categoría, incluso en el caso de los países árabes pobres, que cuentan con la opción de la transferencia de recursos originada en el trabajo de sus migrantes hacia los países ricos en petróleo.19 Poder disponer de este tipo de recursos permite a la autocracia repartir dinero de manera discrecional entre la población, en vez de recolectar

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impuestos, lo que da al gobierno un margen importante de estabilidad (por lo menos temporalmente, mientras dura el petróleo) sin tener que rendir cuentas al pueblo en forma alguna. El principal riesgo del modelo viene, desde luego, de la volatilidad de los precios del crudo. A pesar de sus evidentes insuficiencias, Occidente se niega a rectificar el modelo de organización global fincada en una democracia representativa y liberal (sencillamente porque depende de éste) y en el auspicio del libre mercado y la iniciativa privada, cuestiones que impone despiadadamente a las economías en vías de desarrollo mediante rigurosos programas de “ajuste” a las necesidades del mercado a través de los organismos financieros internacionales (léase Fondo Monetario Internacional o Banco Mundial), sobre los que las potencias occidentales tienen un claro control. Por ello promueve decididamente estos valores (aunque no siempre los aplique cabalmente en sus propios países) y busca acallar toda la crítica en su contra en cualquier lugar del mundo en el que se presenten.

Durante los años 90, los ingresos por recursos petroleros en la zona fueron superiores a 75% del Producto Nacional Bruto (Perthes, 2005, pp. 123-125). En 2004 del total de ingresos de 200 mil millones de riales para la economía saudita, cerca de 165 mil millones llegaron de la venta del petróleo.

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La complejidad del escenario regional del Medio Oriente Nada en la realidad es tan sencillo como pudiesen sugerir las apariencias. Con frecuencia los medios tienden a simplificar las cosas para facilitar su comprensión, pero en este proceso simplificador es común que los hechos se distorsionen, lo que invariablemente dificulta su interpretación. Cuando los medios hablan de las alianzas de conveniencia en la región, por ejemplo, tienden a señalar a Egipto y a Arabia Saudita como incondicionales de los Estados Unidos. En alguna medida lo han sido, pero la escena real es mucho más complicada de lo que parece a primera vista. La realidad internacional es más dinámica de lo que aparenta y está sujeta a constantes presiones. Es cierto que ha existido un entendimiento explícito entre los gobiernos egipcio y saudita con Washington desde hace varias décadas, del cual todos obtienen algún beneficio. En Arabia Saudita, por ejemplo, con el respaldo de Washington se sostiene una monarquía que no goza del apoyo popular que quisiera y que,

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por lo tanto, tiene que realizar el gasto militar más alto de la región para así poder garantizar su permanencia en el poder, Estados Unidos por su parte, garantiza para sí el flujo de petróleo del principal productor del área y una plataforma para el establecimiento de sus bases militares. Egipto, por su parte, obtiene un importante ingreso en ayuda para su presupuesto militar, aunque ello le cueste el rechazo de muchos de los miembros de la Liga Árabe por contemplársele como traidor a la causa palestina. Estados Unidos obtiene una importante garantía de paz para Israel. Pero todo esto tiene un elevado costo político para cada uno de ellos. Arabia Saudita es acremente criticada por permitir el establecimiento de bases militares norteamericanas en su territorio, una de las mayores afrentas concebibles para muchos musulmanes. Pero el gobierno saudí no es un incondicional absoluto de los americanos, es, al mismo tiempo, el principal apoyo financiero para los movimientos fundamentalistas de la región. No hay que olvidar que es la cuna del wahabismo,20 una de

Los wahabíes sostienen que la Sharia (preceptos religiosos musulmanes) debe tener rango de ley civil y que las constituciones de los países árabes tienen que aplicar esos principios. La Sharia de los wahabitas es singularmente involucionista porque, al contrario que la Sharia de general aplicación entre los suníes, prescribe que las únicas leyes válidas son las extraídas del Corán y de los seis libros de hadices (la sunna), los que exponen las sentencias y opiniones atribuidas a Mahoma y a sus primeros discípulos, con lo que deslegitima cualquier norma o ley posterior y ancla su legislación en el medioevo (Andrades, s. f.).

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las vertientes más radicales del islam político, de la cual se nutría el propio Osama Bin Laden. Así que, en gran medida, la monarquía saudí está atrapada a dos fuegos; sabe de la importancia que tiene (incluso para mantenerse en el poder) la presencia de los americanos como sus aliados, pero al mismo tiempo, reconoce el imperativo de mantener el liderazgo opositor a la penetración cultural de Occidente en el mundo árabe. El caso egipcio es aún más complejo. Egipto fue líder del movimiento panarabista de fines de los 50 y principios de los 60. Intentó confrontar los intereses americanos con los soviéticos para su propio provecho y al final pagó un elevado costo político que le llevó a la humillante derrota de la Guerra de los 6 Días (junio de 1967) contra Israel, lo que significó la muerte virtual del movimiento panárabe. A raíz de ello, los egipcios, con Anwar el Sadat al frente del gobierno, redefinieron su política exterior a favor de la alianza con Estados Unidos, aunque para lograrlo hubiesen tenido que luchar otra costosa guerra contra Israel (Yom-Kipur, en 1973). A partir de ahí, y una vez sellado el proceso de paz auspiciado por el presidente Carter (Acuerdos de Campo David en 1978), el gobierno

egipcio pudo centrar su esfuerzo en un proceso de consolidación interna que, aún dirigido por un gobierno autoritario y antidemocrático (apoyado por Estados Unidos), procuró incrementar las condiciones de bienestar para su pueblo. La acelerada tasa de crecimiento del país, la dependencia estructural de las exportaciones petroleras y las prácticas corruptas en el régimen impidieron un avance sustancial que pudiese traducirse en bienestar generalizado para el pueblo egipcio, muchos de cuyos jóvenes se veían forzados a emigrar (sobre todo a los países árabes ricos en petróleo) para poder encontrar trabajo (cfr. Berman, 2009, pp. 37-56). Podemos sugerir entonces que, en definitiva, lo que llamamos problema, en relación con cualquier objeto de estudio, depende mucho del contexto y, sobre todo, de la posición del observador. El análisis detallado de cada país en la región ocuparía mucho más espacio del disponible para esta breve reflexión sobre el papel que la democracia podría jugar en la región, pero los casos mencionados dan una idea clara de lo intricadas que son las relaciones internacionales del mundo árabe. Es en este contexto complejo que debemos repensar el papel que la democracia podría jugar para transformar el escenario regional.

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¿Es la democracia realmente una panacea? De entrada, debemos decir que la pregunta misma que da origen a este artículo es engañosa. Así planteada, prácticamente sugiere que hay una sola forma de democracia a considerar, lo que cualquier estudiante de un curso introductorio a la ciencia política podría fácilmente desmentir. El estudio del fenómeno de la democracia está hoy en el centro mismo del debate político más acalorado en el sistema internacional contemporáneo. Es claro que para muchos analistas, democracia significa, por default, la democracia representativa y liberal concretamente vinculada a la práctica del libre mercado, tal como se practica en Estados Unidos. En consecuencia, muchos observadores superficiales del fenómeno se conforman con promover procesos electorales transparentes con una participación activa de partidos políticos bien establecidos, para afirmar que un país es democrático cuando hay alternancia en el poder (y los gobiernos elegidos por el voto popular definen sus políticas económicas en función de la iniciativa privada y del libre mercado); muchos gobiernos se esfuerzan por mostrar que ofrecen este esquema a sus pueblos para, de ese modo, garantizar su percepción

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mundial como regímenes democráticos. Pero es claro que democracia es algo mucho más complejo que cenutrios circenses, y costosos procesos electorales transparentes que llevan al poder a regímenes garantes del modelo neoliberal. Es entonces necesario precisar qué se entiende por democracia antes de proponerla como remedio para los males del mundo árabe. Pero más aún, también es necesario detallar con mucha claridad cuáles son las circunstancias o condiciones que se perciben como “problemáticas” para la región. Quizá desde Occidente estamos viendo cosas que definimos como “problemas” que para los árabes no lo son, por ejemplo: la secularización de los gobiernos, la alternancia en el poder o la defensa de valores culturales fincados en el islam. Me parece evidente que, formulada desde una perspectiva occidental, la pregunta implica una concepción restringida de democracia que se limita a cuestiones electoreras y que se refiere específicamente al modelo de democracia representativa y liberal que se practica en Estados Unidos, pero que además funge como palanca operativa para las inserciones nacionales en el mercado capitalista mundial. En otras

palabras, parece ser que, desde Occidente, preocupa más generar la fachada de la democracia que el establecimiento de un cimiento sólido para su práctica como forma de vida. También me parece que al hablar de “problemas” de la región se centra la atención más en los riesgos del fundamentalismo islámico y los intentos por revertir la penetración cultural de Occidente que en la falta de justicia social, la inequitativa distribución de la riqueza, los índices de alfabetización y la calidad de la educación o la dependencia estructural de la economía del petróleo.

La parte medular de esta polémica se encuentra en la definición de los alcances de la democracia, esto es, en tanto que para unos la democracia es solamente un método para conformar el gobierno de una sociedad y elegir a sus responsables, para otros se trata de una forma de gobierno que implica, además de un método para elegir gobernantes, un conjunto de objetivos específicos vinculados con la justicia social. (García, 2009, p. 17) [énfasis añadido]

En ambos casos, sin embargo, la instrumentación de regímenes democráticos podría coadyuvar a resolver algunos de los problemas que am-

bas posturas plantean. Pero no parece existir evidencia suficientemente sólida para afirmar, en cualquiera de los dos casos, que la democracia sería, a guisa de una panacea, la respuesta a los problemas planteados en ambos casos. Ésa es una respuesta pueril que sólo sirve a propósitos ideologizantes de la política exterior americana. Si la relación entre democracia y progreso económico fuese tan directa, Rusia, India o Brasil deberían tener actualmente mejores condiciones que China. O el milagro de los tigres asiáticos sencillamente no habría ocurrido. No se trata de demeritar a la democracia como régimen político, pero es claro que los regímenes políticos por sí solos no pueden ser garantía del progreso económico y social; deben ser concomitantes a una política económica y a una tradición cultural, lo cual, en conjunto, define la estructura y el funcionamiento de la sociedad. El mundo árabe viene de una tradición cultural diferente donde las premisas de la democracia representativa y liberal o la política del libre mercado no tienen las mismas connotaciones que en Occidente. Por supuesto que el proceso globalizador del mundo requiere (y con frecuencia impone) la creciente homogeneización de las prácticas políticas y económicas nacionales, pero eso no significa que

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su buen funcionamiento se dé en automático. Como señala Gause III (2005):

Aun si la democracia pudiese lograrse en el Medio Oriente, ¿qué clase de gobiernos generaría? ¿Cooperarían estos gobiernos con Estados Unidos en la consecución de los objetivos políticos importantes para los americanos, aparte de frenar el terrorismo; por ejemplo, en hacer progresar el proceso de paz árabe-israelí, preservar la seguridad en el Golfo Pérsico o garantizar el suministro constante del petróleo? Nadie puede predecir el curso que esa nueva democracia podría seguir, pero sobre la base de muchas encuestas de opinión pública y de procesos electorales recientes en la región, el surgimiento de la democracia ahí más bien tendería a generar nuevos gobiernos islamistas que probablemente cooperarían menos con Estados Unidos que los actuales gobernantes autócratas… el énfasis en la democracia electoral no va a responder a los intereses inmediatos de Estados Unidos, ya sea en la guerra contra el terrorismo o en otras importantes políticas públicas. (p. 63)

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El problema parece ser muy claro para la política exterior norteamericana: democratizar a las masas populares en el mundo árabe no va a ser garantía alguna de su docilidad política. Dado que un proceso de democratización real implica una mayor y mejor concientización de la sociedad civil para participar en la cosa pública, no hay bases para pensar que los árabes van a ser más prooccidentales en general y pronorteamericanos en particular a través de una democratización cosmética que garantice elecciones “transparentes” o alternancia de poder. Al contrario, la concientización bien puede hacer más acendrados los procesos de búsqueda de recuperación de su propia identidad herida, trastocada, distorsionada por todos los procesos de penetración cultural que han sufrido los árabes a lo largo de más de dos siglos de opresión colonial. Mientras la política exterior americana sólo se interese por garantizar el suministro del crudo, defender incondicionalmente a Israel y debilitar a los árabes, va a ser muy difícil lograr una estabilidad duradera en el trato mutuo entre los árabes y Occidente, con democracia o sin ésta.

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