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ESTE GETAFE DEL SIGLO XXI. (De lugar a villa, de villa a pueblo cabeza de partido, y finalmente a ciudad).
Grande ha sido el crecimiento de Getafe desde aquellos tiempos en los cuales bebíamos agua fresquita de pozo. Y paso a paso, año tras año, hemos pasado de pueblo a ciudad, presuntuosamente llamada por ciertos políticos como “Capital del sur”. Nos hemos plantado en el siglo XXI, olvidando casi por completo las raíces de los getafenses, que nos precedieron. Y ya puestos a elegir una frase, optaríamos por la que define histórica y perfectamente a nuestro pueblo “Getafe cuna de la aviación española”. Varios fueron los ripios que se declamaban sobre Getafe y sus gentes, en bares, talleres, oficinas y mentideros, allá por los felices años sesenta, del pasado siglo XX. Uno de los más escuchados decía así: Getafe ya no es Getafe, que es un segundo Madrid. Tendremos grandes autopistas y urinarios en la Plaza. Para qué queremos comer, si el garbanzo es chico y malo. En este nuestro Getafe, con pomposas fantasías de alzarse como un segundo Madrid, y que sólo se ha quedado en enorme ciudad dormitorio del cinturón industrial, sí que llegaron las autopistas, pero no los urinarios, y ya tenemos muchos tipos de garbanzos, castellanos, pedrosillanos, lechosos, etc., de varias comarcas españolas, para ponerlos durante una noche en remojo y cocinarlos al día siguiente, dejando un rico olor en el ambiente hogareño, capaz de estimular el apetito de cualquiera. Bueno, y si somos capaces de evocar el aire puro sin contaminar, el olor del pan recién hecho en los hornos de Pleite, o en las tahonas de los Chapis, de Ron, o de los Vargas, entonces puede que hasta nos dé un mareo. El perfume de las rosas, de los claveles, de los geranios y de los alhelíes era, por entonces, realmente intenso. Porque sepamos que muchas de estas flores (de viveros e importadas) ya no tienen aroma; acércate a una floristería y podrás comprobarlo y si eres especialmente sensible se te pueden hasta saltar las lágrimas. Pero los olores y los aromas de antaño, que afortunadamente no se han perdido del todo, pero que sí hemos visto modificar por la química de los laboratorios, ya hay que ir a buscarlos. Levantándonos temprano para darnos una vuelta por Getafe y pasear por sus campos y jardines, podremos percibir los olores del césped y de la hierba recién cortada, las fragancias emanadas por los tomillos, los romeros y los cantuesos; los seductores aromas de las manzanillas, las santolinas, los sándalos y las hierbabuenas, y si con algo de suerte tenemos la valentía de aguantar las primeras gotas de una lluvia fina y refrescante, respirar muy hondo para deleitarnos con el olor a tierra mojada. En éste Getafe contemporáneo ya tampoco se oyen los toques de sirena de las fábricas, ni los pitidos de los trenes, ni los choques de los vagones, ni los rebuznos de los asnos, los mulos y las caballerías; ni el balar de las ovejas, ni tan siquiera el ronco sonido de las zambombas en Navidad. Pero aún podemos embelesarnos parándonos a escuchar el piar de los gorriones, los agudos trinos de los mirlos, el runrunear de las palomas, el chirriar de los veloces vencejos y el crotorar de las cigüeñas blancas, anidadas permanentemente sobre la torre de la Catedral ¡Caramba, no todo está perdido!
1 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.
Mucho hay que ver en este tan crecido y transformado Getafe, nuevas calles, nuevos barrios, nuevos edificios, nuevos comercios, y por supuesto nuevos habitantes. Pero ya no podremos ver, nunca más, el edificio de la telefónica, las instalaciones de la estación corta, las fábricas de harinas, las fábricas de gomas, de mimbres y de sopas, el instituto Ibys, las instalaciones de Reyfra y de Kelvinator, la vieja fábrica de tubos, el antiguo cementerio de la Concepción, el Parque de Recreo y el lavadero, la piscina Costa de Vigo y Sanqui la fábrica de cisternas; los cines de la Marina, Cervera, Palacio y Avenida, unos abiertos para el verano y otros cerrados para todo tiempo; las añejas tiendas de ultramarinos y las droguerías; las tabernas y bodegas; el matadero, las casas de los labradores, la casa de los camineros, las confiterías-pastelerías. la casa de Foto González, los almacenes de Aquilino Cervera y los de Butragueño; el grupo escolar José Barrilero y unos cuantos chalés con jardines en la entrada, bastante bonitos por cierto; ni tampoco las fuentes públicas, tres de ellas con pilón de abrevadero; la Casa del Pueblo y hasta el mismísimo Ayuntamiento. Ya nos los quitaron, para siempre se nos fueron. Todo por una obligada renovación urbana, en pos de la modernidad, que dejó casi sin raíces a nuestro pueblo. Sólo nos quedan retazos de aquel Getafe viejo y bueno, algo que aún podemos ver y palpar: una casa en rojo ladrillo visto, en la calle Madrid, esquina a la plaza de la Constitución; otra en plena calle Madrid, donde vivió el párroco Don Rafael, y pasó consulta Don Lorenzo; otra más con el número 73 también en la calle Madrid, con la tienda de Pedro Rodríguez (79) en el bajo; una casona en la calle Magdalena esquina a Jardines y otra más también en la calle Magdalena, con esquina a la Arboleda y algunas más. Una en la calle Toledo, esquina a la calle de Polvoranca; unas ruinosas, en las calles Egido y Escaño y otras que ahora no recuerdo y que no vienen al caso; los cuarteles parejos frente a la Base Aérea, y en ella una vieja nave coronada por un anemómetro, al que se llega por esa curiosa escalera en el tejado,
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Punto y aparte merecen nuestro respeto y admiración: el Hospitalillo de san José, perfectamente restaurado con su patio empedrado y su capilla; la Santa Iglesia Catedral de santa María Magdalena; el edificio de la antigua cárcel transformado en biblioteca municipal; la pequeña ermita de san Isidro; la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, instalada en lo alto del cerro de su mismo nombre; el Monasterio de las Carmelitas descalzas y el imponente monumento al Sagrado Corazón de Jesús; y no olvidemos el magnífico edificio del colegio de la Inmaculada de los PP Escolapios. Pues todo esto, últimamente citado, aún continúa proporcionando el deleite de nuestras miradas.
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Pero afortunadamente para los pobladores de Getafe, lo que nada ni nadie nos han podido eliminar, para una solaz complacencia visual, son los tenues amaneceres, vistos desde cualquier lugar del pueblo, especialmente los observados por detrás de la Catedral y las preciosas puestas de sol al atardecer, contemplados plácidamente desde la cumbre del Cerro de los Ángeles. Esto sí que es un verdadero regalo, para el espíritu.
AMANECERES
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Arriba, puesta de sol contemplada desde el Cerro de los Ángeles. En medio, eclosión de florecillas silvestres en Perales del Río. Abajo, primavera en el jardín entre el tanatorio y el cementerio.
9 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.
Hemos hablado de Getafe y de las sensaciones que nos han podido producir, y todavía nos siguen produciendo, en los sentidos del olfato, del oído y de la vista junto con el tacto; ¿porqué no incluir también los efectos que nos provocan en los del gusto? Es posible que aún recordemos la sensación de frescor que nos producía tomar un helado mantecado, de la horchatería Valenciana ¡claro que sí!, así como el sabor de los “torraos” blanquecinos, ofrecidos por “el tostonero” y el de los barquillos de Pilar “la barquillera”. Si aún recordamos esos sabores, ¿cómo vamos a olvidar el sabor de la limonada de Lino? ¿o los sabores de los ricos aperitivos salados del bar “El Norte”? Nostalgia sentiremos evocando el frescor de la menta de los caramelos “sacis” y el dulzor de los chicles de “bazooka”. Un buen trago de vino en porrón, o de agua fresca de los botijos blancos, nos hacían sentir bien al pasar por el reseco gaznate. Qué decir de las alcachofas, los guisantes, las lechugas, los cardos, los tomates y los pimientos, que se cultivaban en nuestras huertas y se ponían a la venta en temporada. ¡Qué sabores! ¡que gusto llevarlos a nuestras mesas! Pero ya estamos con la historia de siempre: ¿acaso es que antes eran mejores que los de ahora? Pues sí, rotundamente sí. Porqué vamos a negarlo. Eran muchísimo mejores, más sabrosos, más asequibles a los míseros salarios, y además de plena confianza. Tal vez necesitemos unas dosis de apocatástasis.
Alguien podrá decirnos: luego entonces ahora en la actualidad ¿estamos peor? No señor, responderemos. Ahora vivimos mejor, disfrutamos de más medios, tenemos de todo, absolutamente de todo. Las grandes superficies, que por cierto se han cargado al pequeño comercio, nos inundan con todo tipo de productos, nos bombardean con su publicidad, ponen a nuestro alcance alimentos precocinados, variedades de víveres de importación, géneros congelados, y todo tipo de “gollerías” expuestas en un estudiado “merchandising”, que nos invita a comprar más de los que necesitamos. Además en nuestros hogares disponemos de frigoríficos, cocinas de inducción, hornos de micro ondas, batidoras, robots de cocina, fregaderos con agua caliente; lavadoras, planchas de vapor, aparatos de radio, televisores de no sé cuantas pulgadas; calefacción, aire acondicionado, cuartos de baño con todos los elementos sanitarios imaginados. Ah¡ y subimos a nuestro piso en ascensor, y tenemos coche (uno o varios). Pues sí señores, tenemos de todo eso y mucho más. Hemos entrado de lleno en la más avanzada sociedad de consumo. Pero ahora podremos preguntarnos: ¿A qué precio? Bueno, pues que cada uno dé la respuesta que considere más conveniente.
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Decíamos de los nuevos habitantes. ¿Acaso nos hemos fijado en que por la calle Madrid ya no vemos soldados del 13 de artillería, del 75 de antiaéreos, o los de la PA del ejercito del aire? ¿Lo hemos notado? Ellos fueron banderines de enganche para las familias que llegaron desde Andalucía, desde Extremadura, desde Toledo y Albacete, algunos de Galicia, de León y de Soria. Ahora vemos pasear a otros conciudadanos. Primero llegaron los polacos, un poco más tarde los ecuatorianos, bolivianos y peruanos, después rumanos, armenios, georgianos y otros cuantos de la Europa del Este. Los compatriotas argentinos “che” siempre estuvieron presentes. También han llegado brasileños, luego empezaron a venir árabes, después más árabes montando sus fruterías, y ya los pobres nigerianos (los de la patera y los de “la Farola”), los costamarfileños, senegaleses, guineanos, los de Bali y otros cuantos subsaharianos. Y por fin los chinos; chinos, chinos y más chinos. Aunque a estos últimos no se los ve pasear, están currando, siempre están currando y abren comercios por todas partes, y pagan religiosamente unos alquileres bastante elevados. No sabemos si toda esta llegada de gentes de otras latitudes será buena o mala, de cara al próximo futuro ¿es una nueva generación de getafenses? ¿o es una marabunta que nos ha invadido? No lo sabemos. El tiempo lo dirá. En resumen: Este Getafe del siglo XXI, ya no es Getafe. ¿O sí?
FIN
Dedicatoria: Quiero dedicar éste espontáneo artículo a dos entrañables getafeños, que desde siempre han estado interesados por las cosas de Getafe, tanto en las de la actualidad, como en las anteriormente vividas, uno con su voz y otro con el objetivo de su máquina fotográfica, por su encomiable labor para el enriquecimiento socio-cultural de nuestro pueblo. Ellos son: Alfonso Esteban y Manuel Fernández Serrano (alias Manolete). Con mi sincero reconocimiento para ambos.
En Getafe, mes de noviembre del 2015. Lamberto Sanz Esteras.
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