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D. José Antonio Gea Ferrández
“Esto es como una gran familia” El vicario de la Vega Baja nos ilustra sobre los bienes y la labor de la Iglesia en la provincia de Alicante
José Antonio de Gea en el claustro renacentista de la Catedral de Orihula. Foto: Esther García
José Antonio Gea Ferrández nació en Orihuela en el año 1962. En esta histórica ciudad creció y asistió a la escuela. Cuando la fe llamó a su puerta cogió las maletas y marchó de casa para acudir al seminario. El 19 de junio de 1987 fue ordenado sacerdote y comenzó a impartir clases en el colegio oriolano de San José Obrero. Viajó a Roma donde se licenció en eclesiología en la Pontificia Universidad Gregoriana. Don José Antonio afirma que ante todo él es cura, que los cargos simplemente son cargas. Aparenta ser una persona sencilla que viste de negro con su alzacuello como cualquier párroco. A sus cincuenta años es el deán, máximo responsable de la sede espiritual y cultural de la diócesis Orihuela-Alicante, la catedral de el Salvador y Santa María. Como vicario, es el representante del obispo en todas las acciones de la Iglesia en la Vega Baja del Segura. Su viaje a Roma, la licenciatura en eclesiología, la estancia en diferentes parroquias y su experiencia como profesor en el seminario y en el colegio San José Obrero lo hacen
conocedor de primera mano del funcionamiento y la organización de muchos aspectos de la Iglesia. Su función en la diócesis lo hace además conocedor de las particularidades de este territorio, de la administración, de las propiedades, de las personalidades más importantes y de las labores y acciones que la Iglesia lleva a cabo en este territorio religioso.
Los jueves a las diez de la mañana don José Antonio asiste a la misa capitular, la que se celebra en el altar mayor de la catedral. Entre arcos, bóvedas y vidrieras de siglos atrás canta los salmos y rezos para las pocas personas que hoy se han levantado de la cama para acudir a la celebración del culto. Hace frío. Como cura de la parroquia ejecuta sus quehaceres cotidianos. Uno se da cuenta de la importancia del personaje cuando, al terminar la misa, tanto párrocos como feligreses se le acercan. Un hombre busca consejo espiritual, un cura le pregunta a quién le toca hoy la misa de seis, una mujer le recuerda que tiene que firmar unos papeles, se los ha dejado en el despacho. Con serenidad y la mejor de sus sonrisas atienda a cada uno de ellos. Tiene la agenda repleta de ocupaciones y no se olvida de ellas, hoy tiene una entrevista. Prefiere estar cómodo y va a la sacristía, se deshace de sus hábitos y aparece con un pantalón, una camisa negra y el alzacuello. También se pone una chaqueta, hoy hace frío y la humedad de las antiguas paredes se mete en los huesos. El despacho del vicario parece ser el único lugar de la catedral donde el ambiente medieval desaparece. De hecho, en su escritorio hay un iPad. Hemos aterrizado en el siglo XXI. “Bueno, usted dirá señorita”, se ríe. Las joyas de las diócesis. Es difícil no preguntar por el templo en el que nos encontramos. La catedral tiene unos muros que parecen incapaces de ser derribados, las vidrieras y rosetones iluminan el espacio con los colores más vivos de la escala cromática, las imágenes son tan reales que parecen observar a los visitantes. Ese órgano, ¿cuántos tubos tiene? ¿Es oro eso que lo adorna? Qué aires de grandeza. Se puede imaginar a grandes señores de la Edad Media paseando por aquí. Hay nombres repartidos por el suelo de toda la catedral. “Todos los obispos están enterrados en su catedral. También hay nobles que hacían una donación para poder descansar en suelo sagrado”. Hoy en día ya nadie paga para ser enterrado entre estas paredes pero sí que existen donaciones tanto de personas como de empresas e instituciones que ayudan al mantenimiento de este y otros edificios históricos. “A parte del culto y de las personas que colaboran en él, hay horarios para las visitas donde hay una pequeña cuota. Con lo que pagas para poder tener luz cuando entras, un portero en la puerta y tener limpia la casa”. José Antonio se queja y se siente molesto
por las personas que piensan que la Iglesia lo único que sabe hacer es sacar dinero del Estado. “Algunas veces, para ver un ‘museucho’ de nada, cualquier cosa nueva que no sé quién se ha inventado, uno paga y no protesta. Para ver algo que de verdad es importante y que es de todos, pues habrá que mantenerlo entre todos”. Habla del Museo diocesano de Arte Sacro. Se refiere a éste como “una manera de custodiar, restaurar y mostrar objetos de valor. No solo por la belleza material sino por la belleza de la fe”. El museo se sitúa en el inmenso palacio episcopal, justo en frente de la catedral. Uno puede perderse entre cuadros, esculturas, reliquias, vestimentas de antiguos obispos e instrumentos musicales que pocos podrían imaginar que están en una ciudad tan rural y modesta como aparenta Orihuela. Un Guarnerius, uno de los violines más famoso, importante y caro del mundo, descansa, custodiado, en una de las salas. La tentación de Santo Tomás de Aquino, de Diego Velázquez, es la pieza central del museo. La capilla del obispo está reservada solo para ella. “Ha estado en los mejores museos del mundo, desde El Prado hasta Nueva York. Ha viajado más que tú y que yo”, ser ríe. Según don José Antonio la diócesis Orihuela-Alicante cuenta con un patrimonio incalculable, no es solo el que se ve sino el que está guardado o prestado a otros museos. La labor más humana de la Iglesia. Don José Antonio se siente muy orgulloso del enorme patrimonio artístico, histórico y cultural de la diócesis pero él prefiere hablar de otro tipo de patrimonio, el humano, la caridad. El dinero en la diócesis es de todos y se destina a todo. “Es una bolsa común compuesta por las recaudaciones de todas las parroquias”.
José Antonio Gea habla con una parroquiana en la entrada del palacio episcopal. Foto: Esther García
De esta bolsa común, una suma va destinada a obras de caridad porque “una fe sin caridad va coja”, afirma el vicario. “Hablamos de Cáritas como el pobre que va a por ropa y comida, pero eso solo es una faceta de la caridad. Cuando enseñas al que no sabe, cuando encuentras trabajo al que no tiene, cuando vas a ver a un enfermo, eso también es Cáritas. Nosotros lo entendemos como un servicio de atención primaria a personas con necesidades” El dinero que la Iglesia destina a obras de caridad a veces no es suficiente. En Elche hay una residencia de mayores regentada por monjas: “las hermanas de los ancianos
desamparados”. Se financia entre la Iglesia y el paciente. “El anciano da lo que tiene porque si no esas monjas no podrían mantener al resto. Es unos por otros. Los donativos son la única manera de mantener estas obras”. La mayoría de los pacientes residentes ya no tienen familia y donan sus pertenencias a cambio del cuidado que les ofrecen en la residencia. Cuando hablamos de obras de caridad a don José Antonio le brillan los ojos y se le hincha el pecho de satisfacción cuando habla de la casita de reposo. Es una especie de centro de menores en Elche. Se atiende a niños con problemática familiar. “Es una gran obra de caridad. Les damos alimento, se les da vestido y se les da también educación”. Cuando los problemas en las familias de estos niños terminan vuelven con ellas. Al lado de la casita de reposo y regentada por las mismas monjas se encuentra la casa de espiritualidad Don Diego. “Es un lugar donde uno va a pasar unos días o unas horas. Es un sitio de ejercicio donde vas y coges tus biblias y alguien te dirige un poquito las oraciones y meditaciones. Es mucho más que un retiro espiritual.” José Antonio se refiere a este espacio como una obra de caridad para los cristianos que necesitan reforzar su fe. “La Iglesia tiene una misión muy grande”. La labor de la Iglesia cubre muchos servicios y misiones. Por eso, a veces, es imposible continuar con alguna ocupación o ya no se puede seguir manteniendo un edificio. “Hay muchas ermitas y no hay tanto sacerdote para atenderlas. Hay capillas y ermitas que son de temporada o que solo se abren los domingos. Tenemos ermitas donde hay un núcleo de población”. A la Iglesia le cuesta mantener todas y cada una de las ermitas repartidas por todo el territorio. Muchas veces, la voluntad de los vecinos es la que las conserva y las saca adelante. “Hay gente que suele tener una llave y se pasa a dar un vistazo”. La labor de enterrar a los difuntos perteneció años atrás a la Iglesia. Sin embargo, la mayoría de cementerios que se construyen ahora pertenecen a los ayuntamientos. “Hoy en día ya no nos ocupamos ni hacemos cementerios porque es una labor que no nos compete”. José Antonio señala Elche como ejemplo de la nueva situación de los “campos santos”. En esta ciudad se ha construido un cementerio nuevo financiado por fondos públicos. El antiguo pertenecía a la Iglesia, pero, ahora que ya no se puede enterrar a nadie más allí, lo han cedido al ayuntamiento para que lo mantengan. Otro ejemplo de pactos entre la Iglesia y los poderes públicos es el convento de las monjas Clarisas de Elche. “Se hizo una permuta”, explica José Antonio. Esto es que el antiguo convento pasa a ser del ayuntamiento y éste cede un edificio a la Iglesia. De esta manera, los baños árabes, situados en la antigua sede de la orden religiosa, pasa a ser del ayuntamiento.
Muchos edificios y pocas personas José Antonio está ahora sumergido en un problema dentro de Orihuela. El histórico convento de las monjas Salesas quedó hace unas semanas deshabitado. Solo quedaban tres hermanas y han sido trasladadas a la sede de la orden religiosa en Madrid. Los altos cargos de la diócesis se han reunido para debatir qué hacer con el edificio que ahora está vacío. Sin embargo, el vicario está más preocupado por la crisis vocacional que por lo que pase con el edificio. Para él la fe es lo más importante. Son las doce del mediodía y suenan las campanas que llaman a misa. Don José Antonio se dirige a un altar de la catedral. Nadie ocupa los bancos. Las imágenes observan el culto, silenciosas.