Ética de la investigación Vicente Manzano 2006

Ética de la investigación Vicente Manzano – 2006 Introducción Los aspectos que rodean al concepto de ética (valores, responsabilidad, moral, compromi

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Ética de la investigación Vicente Manzano – 2006

Introducción Los aspectos que rodean al concepto de ética (valores, responsabilidad, moral, compromiso social, etc.) suelen recibirse desde dos posturas en el momento en que participan de un discurso. Por un lado, cuanto se refiere a la ética es considerado secundario, curioso o relativo a la sensibilería de quien los saca a la luz o los reivindica. Hay quienes se dedican a cosas serias (propiciar el avance de la ciencia, trabajar para el desarrollo tecnológico, aumentar la riqueza del país, etc.) y hay quien ocupa su tiempo y desea ocupar el de los demás con cuestiones como el de la discusión ética. Su único brazo merecedor de una atención colectiva es la justicia. Se entiende que ésta se ha conseguido mediante el trabajo de personas expertas y compete a todos los miembros de la sociedad, sometidos a la ley. La justicia y la normativa asociada son aspectos serios colectivos, mientras que la ética es un pasatiempo interesante referido a la escala de valores de cada individuo, sobre el que la sociedad no tiene competencias. El científico puede ser en la ciencia como el individuo en su casa, una persona que intenta controlar la esfera que observa directamente mirando la dimensión social con desconfianza. En palabras de Díaz (2001:27) “Los individuos se retiran a sus espacios domésticos tras haber dado por perdida la batalla social, y se dedican mansamente al bricolaje sincrético como técnica de autoafirmación”. Por otro lado, los argumentos apoyados en posturas éticas, aunque sólo sea en términos formales, se aceptan públicamente sin reparos. Esta aceptación explícita muestra el buen hacer o la buena disposición no sólo de quien los defiende, sino también de quienes los escuchan sin oponer resistencia. Es difícil encontrar a alguien que rechace públicamente los argumentos éticos. Mostrar una actitud positiva hacia la ética está socialmente bien visto, del mismo modo que ser tolerante o valiente. La ética, con ello, engrosa el cuerpo estético del diálogo social. Con independencia de cuáles son finalmente los comportamientos, la utilización de los conceptos propios de la ética obedece a la intención de cumplir con los referentes estéticos. En otras ocasiones, salvada esta imagen pública, la ética se utiliza como fuente de términos lingüísticos que permiten dar un baño de argumentación positiva a decisiones difícilmente admisibles. Observemos, por ejemplo, que la práctica del discurso político acude con asiduidad a los valores del bien común, la solidaridad, la paz, la justicia, la libertad, etc. sea cual fuere la postura para cuya defensa se acude a ellos. En un ejemplo frecuente y contundente, se acude al objetivo de la 1

paz para justificar una guerra, lo que prueba que las personas, cuyo comportamiento electoral mantiene a los decisores, manejan efectivamente estos principios, aunque resultan ser fácilmente reorientables. En el contexto llamado de la ciencia se observa la misma situación: quienes se dedican a cualquier campo científico reciben los refuerzos de la comunidad específica o de la sociedad en general por sus hallazgos inscritos en el avance del conocimiento, preferiblemente con repercusiones tecnológicas. Pero ¿cuántas personas pueden ser descritas como reconocidas por su dedicación a la ética de la investigación? En la ciencia también identificamos la existencia de cuerpos de conocimiento específicos dedicados a la observación ética y a la generación de principios, normas, protocolos, deontología... que deben su existencia a la preocupación en principios éticos. Incluso se encuentran referencias que asocian el quehacer científico con un comportamiento ético (Tarrés), si bien termina centrado en el buen quehacer dentro de la comunidad científica. No obstante, estas ocupaciones éticas en la práctica habitual del comportamiento científico sufren tres problemas básicos. Por un lado, se han visto sustituidos por una preocupación moral relativa al ejercicio de la profesión en cada disciplina científica, bajo el epígrafe de “código deontológico”. Vacíos de su sentido original, se deriva en ocasiones hacia lecturas autómatas que, aplicadas a situaciones concretas, tienen precisamente poco de éticas. El código deontológico es generado principalmente desde la preocupación por dignificar la profesión, lo que lleva a establecer prácticas muy discutibles como la competencia entre profesiones o el cobro de honorarios a personas que sólo aparecen como clientes. Por otro lado, la preocupación ética (o la estética de la ética) lleva en ocasiones a traducir principios generales a normativas, protocolos y comisiones específicas cuyo comportamiento final no tiene por qué aprobar un examen ético. Dos ejemplos concretos los constituyen la reducción de toda la ética al cumplimiento autómata en la aplicación del consentimiento informado, o la constitución de comisiones éticas que han de valorar la procedencia de proyectos de investigación. En el primer caso, se obvian importantes aspectos del comportamiento científico, como es el establecimiento de los objetivos de investigación, fomentando la creencia de que sólo las disciplinas que tienen un trato directo con personas (como la medicina o el trabajo social) han de tener alguna preocupación ética. En el segundo caso, se llega a justificar éticamente el sacrificio de animales o la ausencia de información para colectivos marginados.

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Y, por último, los procesos de formación del futuro personal de la ciencia abundan en la compartimentación, forzando la salida de las cuestiones éticas frente a la permanencia y el refuerzo de los saberes científico y técnico. De este modo, en la enseñanza universitaria el estudiante sólo toma contacto con estas inquietudes (cuando ocurre) en asignaturas diferenciadas o en materias de libre configuración, pero no como un tema transversal imbricado en los contenidos propios de cada disciplina. Aprendemos, por tanto, que una cosa es la ciencia, la técnica, la profesión o la práctica cotidiana, y otra bien distinta es la ética. El panorama tal vez no sea tan desalentador como se dibuja en los párrafos precedentes, pero en cualquier caso la ética ocupa hoy un lugar que dista mucho del que le corresponde, como principio rector de toda actividad humana inteligente (donde la actividad científica es considerada exponente máximo). A justificar esta sentencia y a mostrar alternativas se dedican las siguientes líneas. Consideramos en ello que la ética es más bien una actitud (Kisnerman, 2001) que una normativa o conjunto de principios, es una forma de plantear las decisiones y los comportamientos, por lo que no puede existir como campo independiente o abstracto, sino que tiene sentido en la práctica cotidiana. Por este motivo, la ética de la investigación no puede verse reducida a un código, a una asignatura o a una comisión, sino que merece considerarse como una actitud que baña todo comportamiento en el quehacer cotidiano de la investigación.

Versión habitual de la ética de la investigación Tradicionalmente, la ética de la investigación se ha venido ocupando de dos apartados: el que se refiere a la propia comunidad científica y el que se preocupa por las personas que participan directamente en el estudio.

Ética para la comunidad científica Son muchos los tópicos que han engrosado este apartado, si bien todos ellos se ocupan de promover confianza dentro de la comunidad científica, buena comunicación y respeto por las reglas de juego. Siguiendo estos preceptos, se supone que las personas que llevan a cabo la actividad científica desarrollarán su trabajo en la mejor de las situaciones. Podríamos clasificar estos aspectos en dos grupos: principios internos (de la comunidad para la comunidad) y externos (del exterior para la comunidad).

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Preceptos internos En palabras de Sánchez Vázquez (citado por Tarrés, 2004:3) “El científico ha de poner de manifiesto una serie de cualidades morales cuya posesión asegura una mejor realización del objetivo fundamental que preside su actividad, a saber: la búsqueda de la verdad. Entre estas cualidades morales, propias de toda verdadera persona de ciencia, figuran prominentemente la honestidad intelectual, el desinterés personal, la decisión en la búsqueda de la verdad y en la crítica de la falsedad”. La búsqueda de la verdad es, por ello, la ocupación característica de la ciencia y de la academia (Derrida, 2002). Estas expectativas generales pueden traducirse en aspectos más concretos, referidos a: • La autoría. Básicamente, hablamos de o No plagiar (no sólo no copiar obras total o parcialmente, sino no atribuirse ideas que han sido generadas por otros agentes). “Para ser completamente claros: el plagio se considera como el hurto del trabajo intelectual de otra persona” (Cerezo, 2006:31) o No ocultar a personas que han participado en el estudio o en su redacción. o No asignar la autoría del estudio o de la redacción a personas que no han participado en ello. El primer precepto (no plagiar) goza de una gran aceptación, si bien cuenta con zonas de límites difusos. Ocurre, por ejemplo, en el auto-plagio, mediante el que los mismos autores repiten el mismo estudio, con matices diferentes, en varias ocasiones y contextos, respondiendo a la presión que reciben para publicar. Otro ejemplo se refiere a un comportamiento imperfecto en las referencias: no citar algunas fuentes de las que se ha extraído información (aunque ésta no sea relevante en el estudio). Sin embargo, los otros dos preceptos (evitar la ausencia de autores y no añadir firmas gratuitas), cuentan con una amplia tradición en contra. Es muy frecuente que los grupos de investigación rindan pleitesía al líder, añadiendo sistemáticamente su nombre a todas las publicaciones, al mismo tiempo que se evita la firma de la figura que suele considerarse como investigador en formación (becarios, alumnos internos, colaboradores honorarios, etc.) con independencia de los trabajos realizados. • Veracidad. Se espera del científico honrado que no mienta bajo ningún motivo. Ello implica que no puede inventar datos ni resultados ni referencias. La mentira no sólo ocurre por creación, sino también por eliminación (omisión de datos, de resultados o de referencias). Existen casos famosos de mentiras, asociados a científicos de gran prestigio (como Mendel o Newton, por 4

ejemplo). Pero la genialidad de sus autores disculpa su comportamiento. Digamos que tenían que forzar sus datos para demostrar a los demás lo que ya sabían que era cierto (Trocchio, 1995). La presión por conseguir subvenciones y prestigio académico, a través de publicaciones especialmente, facilita a los investigadores la realización de fraudes de diverso tipo (Castejón, 2006). • Corrección metodológica: esta corrección no sólo se refiere a una adecuada aplicación del método (lo que implica un conocimiento suficiente sobre ello), sino también a no jugar con los procedimientos para llegar a los resultados deseados. Tres ejemplos claros de ello pueden ser: o La repetición del estudio hasta que se consigue rechazar la hipótesis nula y llegar a resultados que se muestran como significativos (una de las maniobras denunciadas por Huff, 1956). o La decisión del nivel de significación después de obtener el grado en las pruebas de significación de la hipótesis nula (Manzano, 1998), con objeto de mantenerla o rechazarla según interese. o La desestimación de resultados que no convienen, frecuentemente porque las conclusiones contraponen los intereses de la entidad publicadora o subvencionadora. • Comunicación. Hay que propiciar la comunicación entre colegas y evitar cualquier escollo o barrera a este principio. Se espera que las formas y vehículos de publicación sean ciegos con respecto a la autoría y que se deban exclusivamente al contenido de los trabajos. Se espera que toda línea de investigación cuente con medios equiparables para la publicación y que todo personal científico acceda a las mismas oportunidades para entrar en comunicación con los demás. Por ello, se espera que los criterios de admisión de trabajos en congresos, de artículos en revistas, de candidatos a plazas, o de proyectos de investigación en convocatorias públicas obedezcan a principios como los de equidad, transparencia o justicia. No obstante, existe una discusión creciente en torno a la realidad de estos supuestos (por ejemplo, Morán, 2006). Como vemos, todos estos principios o buenos comportamientos se refieren a la facilitación de un entorno de trabajo agradable y propicio para la producción científica. Se pretende, también, conseguir credibilidad pública y utilidad de la producción. En el primer caso, la población general respetará a la científica porque no aflora ningún problema interno que afecte a esa credibilidad. En el segundo, si el trabajo se ciñe a la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad (paro-

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diando la célebre expresión hollywoodiana), la producción científica tendrá la máxima utilidad. Preceptos externos Los preceptos externos se refieren a propiciar condiciones idóneas para realizar la labor de investigación sin presiones que desvíen el buen comportamiento científico. El objetivo es garantizar y promover la libertad de investigación y los medios necesarios para ejercerla. Como ya se ha mencionado, uno de los principales inconvenientes para la investigación ética son las presiones que se reciben desde varios frentes y que facilitan la aparición de incorrecciones como los plagios, la invención de resultados, etc. Los medios para ejercer esa libertad están cada vez más en función de criterios ajenos a la ciencia y a la ética, como son las necesidades del mercado. En este sentido, las investigaciones tienden a orientarse hacia el incremento de la capacidad competitiva de las empresas y las instituciones de Enseñanza Superior se definen cada vez más como entidades que forman mano de obra adaptada a las nuevas y cambiantes necesidades del mercado (Manzano y Andrés, 2006).

Ética para los participantes Existe una amplia documentación sobre ética relativa a la participación de las personas en los estudios. Muchas de estas generaciones de normativas, códigos y protocolos nacen en el entorno de las ciencias biomédicas. Es natural si tenemos en cuenta que trabajan con la parte más visible de la salud y que lo hacen en un entorno de mucha presión, entre la opinión pública, las necesidades reales de la población, el éxito político y la dinámica del mercado en el caso de las empresas farmacéuticas, además de la creciente presencia de movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales internacionales. En definitiva, la investigación biomédica ha ido abriendo camino a las reflexiones en torno a los participantes en los estudios, frecuentemente promovida por sonoros y desagradables escándalos. Uno de los textos más completos sobre este asunto es el Currículo de Capacitación sobre la Ética de la Investigación que promueve la Family Health International (http://www.fhi.org/training/sp/RETC/). Lo que sigue es un resumen muy esquemático de ese texto, que señala: La investigación con seres humanos es un privilegio, no un derecho. Los principios de la investigación ética son universales, es decir, no dependen de los límites geográficos, culturales, legales o políticos. Pero la disponibilidad de los recursos necesarios para garantizarlos no

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es universal. Por otro lado, cada investigación es particular, tiene lugar en un contexto cultural concreto y un entorno local. Los desarrollos en ética de la investigación surgen, entre otras fuentes, de los abusos cometidos en el pasado, como ocurrió con las investigaciones nazis que se nutrieron de las personas confinadas en campos de concentración. Los principios fundamentales y universales de la ética de la investigación con seres humanos son: respeto por las personas, beneficiencia y justicia. Los investigadores, las instituciones y, de hecho, la sociedad están obligados a garantizar que estos principios se cumplan cada vez que se realiza una investigación con seres humanos. Respeto por las personas Se basa en reconocer la capacidad de las personas para tomar sus propias decisiones, es decir, su autonomía. A partir de su autonomía protegen su dignidad y su libertad. El respeto por las personas que participan en la investigación (mejor “participantes” que “sujetos”, puesto que esta segunda denominación supone un desequilibrio) se expresa a través del proceso de consentimiento informado, que consiste en un documento donde el posible participante encuentra toda la información relevante del estudio acerca de las posibles consecuencias, su papel, su voluntariedad, etc. (ver más adelante) Es importante tener una atención especial a los grupos vulnerables, como pobres, niños, marginados, prisioneros... Estos grupos pueden tomar decisiones empujados por su situación precaria o sus dificultades para salvaguardar su propia dignidad o libertad. Beneficiencia La beneficiencia hace que el investigador sea responsable del bienestar físico, mental y social del participante. De hecho, la principal responsabilidad del investigador es la protección del participante. Esta protección es más importante que la búsqueda de nuevo conocimiento o que el interés personal, profesional o científico de la investigación. Implica no hacer daño o reducir los riesgos al mínimo, por lo que también se le conoce como principio de no maleficiencia. Justicia El principio de justicia prohíbe exponer a riesgos a un grupo para beneficiar a otro, pues hay que distribuir de forma equitativa riesgos y beneficios. Así, por ejemplo, cuando la investigación se sufraga con fondos públicos, los beneficios de conocimiento o tecnológicos que se deriven deben estar a disposición de toda la población y no sólo de 7

los grupos privilegiados que puedan permitirse costear el acceso a esos beneficios. Para que una persona pase a ser participante en una investigación es necesario, según las pautas éticas, que otorgue su consentimiento informado voluntario. Ello implica que (1) ha recibido la información necesaria, (2) la ha entendido y (3) ha tomado una decisión libre de coacción, intimidación, influencia o incentivo excesivo. El consentimiento informado expresa el principio fundamental de respeto a las personas y no es sólo un documento que haya que firmarse, sino un proceso de comunicación entre participante e investigador. El investigador se ve sometido con frecuencia a tensiones provenientes de diversos intereses. Por un lado está su propia motivación para realizar investigaciones exitosas que generen respeto o prestigio entre sus colegas. Por otro, la presión de los patrocinadores que pueden esperar resultados favorables y exclusivos. Y, por último, las instituciones, que presionan a los investigadores para que publiquen con regularidad y que busquen fuentes de subvención y de contratos para recaudar dinero. Estas presiones pueden generar conflictos de intereses que sufrirá la ética de la investigación. Para prever las consecuencias negativas de los conflictos de intereses, es buena estrategia formar adecuadamente a los investigadores, supervisar su labor, facilitar la exteriorización de estos conflictos y promover en otros medios la prioridad ética (como en la aceptación de artículos).

Limitaciones La versión habitual de la ética de la investigación es muy limitada. Considera la acción científica únicamente en el contexto concreto en el que desarrolla su labor específica. Esta versión se preocupa de la buena marcha de la comunidad científica y de un trato adecuado con las personas que participan en el estudio. En ambos aspectos no se agota, ni de lejos, la responsabilidad social de la ciencia y, por tanto, los aspectos éticos de su labor. No sólo hay argumentos desde el cuerpo de la ética para concluir que esta versión tradicional es muy insuficiente. También hay otros aspectos dignos de mención. Uno de los argumentos a considerar podría denominarse estadístico, pues se basa en el recuento de observaciones: la actividad científica hasta la fecha no ha sabido resolver aún los grandes problemas de la humanidad. Ello implica que falla en su planteamiento, en su organización o en su dependencia del poder ejecutor del conocimiento. En cualquier caso, falla. Ello obliga a concluir que no se abordan todos los aspectos que serían relevantes en 8

los procesos de formación de los futuros investigadores. “Son tres los problemas que suscitan la urgencia de una ética mundial: la crisis social, la crisis del sistema de trabajo y la crisis ecológica, crisis, todas ellas, de dimensiones planetarias” (Boff, 2001:13). En este contexto global, la ética bicéfala queda reducida a dimensiones mínimas. Otro argumento podría ser denominado profesional: en la propia comunidad científica se debaten aspectos relativos a la ética de la investigación que no quedan contemplados en el modelo anterior de dos frentes (ética para la comunidad, ética para los participantes). Los estudios sobre el genoma humano, por ejemplo, son una buena muestra de ello. El debate en torno a qué perfiles de científicos se refuerzan desde la Administración del Estado (más centrados en la propia investigación, en los requerimientos sociales, en la transmisión del conocimiento...) es otro aspecto que no queda abordado satisfactoriamente en el modelo bicéfalo expuesto. Además, esta versión sufre un sesgo de cobertura. Las áreas de la ciencia que no realizan investigaciones directamente con personas no se sienten implicadas en la discusión ética, bajo la perspectiva señalada, más allá de los que hemos denominado preceptos internos. Hay excepciones de envergadura, como los aspectos relacionados con la ingeniería de armamentos, donde el trabajo de laboratorio no parece afectar a las personas, pero sí el uso de los artilugios ingeniados. Sin embargo, aunque resulte sumamente llamativo, los debates éticos en torno a la ingeniería de armamentos sólo recientemente se llevan a cabo en la propia comunidad científica (Parrondo, 2006). Por último, el principal argumento a nuestro entender, es que no existe coherencia en la forma de abordar el método científico en el contexto de la actuación científica. La versión habitual de ética de la investigación considera a ésta inserta en una especie de sistema cerrado. Según este paradigma dominante, llevar a cabo un comportamiento científico es cosa diferente e independiente de realizar un comportamiento ético. Sin embargo, ser coherentes en el planteamiento de los principios metodológicos básicos lleva necesariamente a un comportamiento ético. En otros términos, no sólo es socialmente conveniente un desarrollo ético de la ciencia, sino que ésta ha de serlo necesariamente según sus propias bases metodológicas de existencia. Así, la investigación coherente y completa es necesariamente ética. Esta reflexión ampliada es la que justifica el resto de este documento.

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Versión ampliada En torno al concepto de validez En la investigación científica en general el concepto de validez es la columna principal de la metodología. Ya se puede tratar de investigación preliminar, exploratoria o confirmatoria, investigación básica o aplicada, cualitativa o cuantitativa, el centro de la preocupación es la validez, con múltiples denominaciones. Tres preguntas ayudan a identificar este concepto. Validez ¿para qué? La validez es una característica específica. No es correcto afirmar que un objeto (un diseño, un experimento, una técnica de control...) es válido o no en sí mismo, sino con respecto a una tarea o a un objetivo para el que se utiliza. El carrillo de mano, por ejemplo, parece válido para transportar ladrillos dentro de una obra, pero no para llevar la grúa de un lugar a otro. Es imprescindible, además, tener en cuenta el contexto. Siguiendo con el ejemplo, si el terreno se encuentra embarrado, será preferible llevar los ladrillos en los brazos en vez de acudir al carrillo de mano, que dejará de parecernos válido, dada la situación. Todo ello aconseja acotar con claridad el objetivo para el que se requiere eso sobre cuya validez hay que pronunciarse y considerar el contexto de aplicación. ¿Cuánto de validez? La validez no puede pesarse como para pedirla a kilos, pero sí es una cuestión de grado. En el ejemplo de la obra, los brazos (con sus respectivas manos) sirven también para transportar ladrillos, pero en términos generales es más válido el carrillo de mano, es decir, sirve mejor al propósito. Como hemos visto, el grado de validez del objeto está en función no sólo del objetivo sino también del contexto, por lo que la sentencia “mejor el carrillo que los brazos” puede variar en función de las condiciones del terreno. En el muestreo de poblaciones, por ejemplo, afirmaremos “mejor un muestreo estratificado con afijación de Newman-Pearson que no uno de conglomerados” como un consejo general, que da la vuelta cuando los conglomerados son fácilmente accesibles y muestran una varianza intra elevada e inter mínima, frente a una población muy dispersa (por ejemplo, Manzano y Braña, 2003). En los cursos de formación en metodología un tópico omnipresente es la respuesta “depende”. Afirmamos continuamente que no hay métodos o técnicas siempre superiores a otras, sino que se adecuan mejor o peor según las situaciones.

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¿Qué? En las respuestas anteriores se encuentra implícita también la que corresponde a esta pregunta: ¿qué es eso sobre lo que nos preguntamos por su validez? Ya hemos dicho que no es el objeto en sí, puesto que depende para qué objetivo y en qué contexto. ¿Qué cosa es entonces? La validez se aplica sobre entes que sirven para algo; es decir, sobre instrumentos en cuanto que lo son. Si la conversación con el amigo posee un valor instrumental es que no constituye un fin en sí mismo, sino que uso la conversación para sentirme mejor, por ejemplo, lo que sí constituye un valor finalista (se busca en sí y no como medio para otra meta). En tal caso, me plantearía si la conversación sirve para el objetivo de encontrarme mejor. Así pues, la validez se plantea únicamente sobre instrumentos. Pero no directamente sobre ellos, puesto que éstos pueden ser utilizados para objetivos diversos y en contextos diferentes. Lo que hemos estado respondiendo hasta ahora ha sido a cuestiones que se refieren al uso de los instrumentos. No nos planteamos la validez del carro, por tanto, sino del uso que hacemos de él, considerando el objetivo y el contexto.

Coherencia en la validez La validez, pues, se refiere al grado en que el uso que hacemos de un instrumento sirve para un objetivo planteado en un contexto de aplicación. Pensemos en la situación de una investigación mediante encuesta. En el proceso se acude a un cuestionario. Se trata de uno que ya ha sido estudiado con anterioridad. Pongamos que constituye tanto una obra de arte como un escaparate de técnica. Supongamos que es imposible un producto científico más perfecto en el campo del diseño y construcción de cuestionarios. Quizá no sea posible encontrar un cuestionario de validez más reconocida en la comunidad científica. Sirve muy bien al cometido de medir actitudes xenófobas en poblaciones autóctonas de habla hispana. Y ya decimos que no se encuentra otra herramienta de medida que realice mejor esta acción que ese cuestionario. Observemos ahora el objetivo de la investigación: se pretende prever quién va a ganar las siguientes elecciones. Es fácil llegar al acuerdo de que un cuestionario sobre actitudes xenófobas no vale para realizar un sondeo pre-electoral, en términos generales. El cuestionario será muy bueno para lo que se ideó, pero concluimos que ese instrumento es improcedente cuando colocamos el foco en el objetivo de esta investigación (estimación de voto). La figura 1 repre11

senta esta situación. La validez del uso que se pretende dar a las herramientas o instrumentos, como se ha indicado ya más arriba, se mide en función de los objetivos de la investigación y del contexto de aplicación.

Figura 1: validez de instrumentos. Usualmente, las personas que nos dedicamos a la investigación solemos interrumpir la reflexión sobre validez llegados al objetivo del estudio. No obstante, no es difícil observar que hay quien va más allá y se plantea la investigación en un contexto más amplio que implica un modelo teórico o una línea de trabajo. Así, la cuestión abarca un horizonte más amplio: ¿sirve el objetivo que se plantea en esta investigación para poner a prueba, robustecer o ampliar el marco teórico? ¿Sirve ese objetivo para continuar avanzando en esta línea de investigaciones? Son preguntas inteligentes por que centran la atención en la trascendencia del trabajo: si éste no sirve, abandónese la idea de abordarlo por muy bien que se haga. Retomemos las preguntas principales en el concepto de validez. No sólo nos interesa si la investigación sirve o no como instrumento a unos objetivos más amplios que nacen en un marco teórico o una línea de trabajo. Nos interesa también la cuestión del grado. En otros términos, lo que nos preocupa es si los esfuerzos que estamos dedicando a realizar una investigación (metodológicamente impecable, posiblemente) podrían ser más beneficiosos aplicados a otros estudios, más urgentes o trascendentes desde el punto de vista del marco o línea en la que nace la idea de hacer el trabajo. Las inquietudes que se han expresado en los párrafos anteriores pueden gozar fácilmente de aceptación dentro de la comunidad científica, 12

puesto que se encuentran en la línea de las preocupaciones consideradas objetivamente científicas. Pero, para mantener la coherencia, la preocupación por la validez debe ir todavía más allá. Recurriendo a los mismos términos que hemos venido utilizando, lo que nos planteamos en esta ampliación es observar a la investigación no como un objetivo, sino como un instrumento de un objetivo más amplio. Con ello, procede aplicar la preocupación capital de la metodología y preguntar en qué medida la investigación es válida, con respecto al marco teórico, a los interrogantes académicos o científicos, a los objetivos que motivaron iniciar esa línea de trabajo, etc. Seamos más precisos: la investigación, convertida ahora en instrumento en lugar de meta, no es el objeto de interés para la validez, sino el uso que hacemos de ella. ¿Para qué se ha puesto en marcha? ¿Procede dedicar esfuerzos en ello? ¿No existen otras vías más urgentes o prioritarias? Puestos en ello, no nos limitemos al marco teórico o al papel de la investigación en una línea de trabajo. Tanto ésta como aquél no deberían ser concebidos como fines en sí mismos, como objetivos últimos. En tal caso, extendamos la pregunta: ¿para qué sirve ese modelo teórico y esa línea de investigaciones? ¿A qué objetivo obedece implicar esfuerzo de tantos medios temporales, materiales, humanos y económicos en tales menesteres? Alguien podría sospechar que hablamos de la CIENCIA (así, con mayúsculas). Es decir, todo lo que hacemos la comunidad científica es, finalmente, incrementar el cuerpo de conocimiento, generar conocimiento, aumentar el conocimiento global... Pero saltémonos a los intermediarios. Todavía podemos ir más allá.

Comportamiento inteligente En un texto aparentemente humorístico, Cipolla (1954) define cuatro perfiles de individuos según las consecuencias de sus actos en sí mismos y en los demás. Las consecuencias son medidas en una escala dicotómica: positivas o negativas. Siguiendo con su propuesta, encontramos a los malvados, que consiguen beneficio propio a costa del perjuicio de los demás. Los incautos procuran el beneficio de los demás a costa del perjuicio propio. Los estúpidos, máquinas imprevisibles de dar problemas, generan perjuicio por doquier. Los inteligentes, por último, producen consecuencias positivas en ambas dimensiones. Según el autor, malvados e incautos son insuficientemente inteligentes, personas que no pueden aspirar a más y que optan por centrar sus energías en un frente, abandonando el otro. Dejando a un lado el tono de humor del texto, la clasificación sirve para plantearnos qué esperaríamos que fuera un comportamiento in13

teligente, no sólo de los individuos, sino especialmente de la sociedad en su conjunto: que sus acciones estén orientadas al bien común. Una sociedad inteligente procurará instituciones inteligentes, entre las que se encuentra la Ciencia y cuantas entidades se dediquen a la generación de conocimiento. Así, si la Ciencia trabajara para sí, abandonando a la sociedad de la que forma parte, debería catalogarse como una institución malvada. Para responder al grado de inteligencia de la Ciencia habría que pensar en ella no como un fin en sí misma, sino como un instrumento de la sociedad. Como en el caso de cualquier otro instrumento, procuramos que sirva a objetivos y, por tanto, nos planteamos su validez. Luego, la Ciencia ¿es válida? ¿En qué grado lo es? ¿Implica sus recursos temporales, materiales, humanos y económicos hacia lo que reporta más bien común o se entretiene en otros menesteres? ¿Qué estamos haciendo con la ciencia y qué cosa no hacemos? La figura 2 intenta representar esta situación, ampliando el marco de referencia de la figura 1. La validez de las investigaciones, es decir, la procedencia de sus objetivos, debería plantearse desde el punto de vista del OBJETIVO (así, en mayúsculas) de toda acción social, en el seno de una sociedad inteligente: procurar el bien común.

Figura 2: validez de los objetivos de investigación.

Si estamos ante una situación donde hay que escoger entre un ítem válido con respecto a un cuestionario, o bien un cuestionario válido con respecto a una investigación, el criterio que consideramos adecuado es la segunda opción: se entiende que el cuestionario es suficientemente válido porque así se ha procurado con sus elementos constituyentes y definitorios, entre los cuales se encuentran los ítems que lo componen. Un ítem perfecto es inútil es un mal cuestionario. Es más, es inmerecedor del atributo “perfecto”, pues éste es relativo.

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Es fácil identificar que ese concepto de validez ampliada, coherente y de horizonte amplio, es una forma o perspectiva para abordar lo que denominamos ética. Ésta, por tanto, es un concepto también científico o metodológico, en el sentido que debería formar parte natural de las preocupaciones de la comunidad científica. Interrogarse sobre el horizonte en cuya construcción se participa es una tarea también científica, que pertenece a los cimientos de su acción cotidiana.

Implicaciones éticas más allá de la comunidad científica y los participantes Planteada la cuestión ética como una consecuencia coherente con la preocupación capital de la validez en metodología, se hace necesario traspasar las limitaciones del modelo bicéfalo que define únicamente dos frentes para la ética de la investigación: un buen trabajo en el interior de la comunidad científica, y una buena relación con las personas que participan en la investigación. La ética de la investigación va más allá de los procedimientos, a los que incluye, y rescata la importancia de los objetivos que se plantean en ciencia. No basta con llevarse bien entre el personal científico. No basta con realizar un trato adecuado (respetuoso, responsable y justo) con los participantes. Es necesario plantearse si las líneas de investigación, los motivos, los intereses, los objetivos que se definen en ciencia en qué grado obedecen al objetivo general de la sociedad de procurar bien común. En este sentido vamos a plantear un primer contacto en dos frentes: la ética de la investigación en el contexto temporal y con respecto al poder de generación y utilización de conocimiento. La investigación en el contexto temporal La investigación es acción, es comportamiento. No tiene mucho sentido plantearse qué se puede hacer, sino más bien qué se está haciendo. No basta con la visión tradicional, centrada en el “mientras”, la ética implica de lleno los momentos “antes” y “después”. Es ser consciente de que haga lo que haga viene de algún sitio y lleva a otro lugar. No podemos hablar de ética de la investigación sin que se encuentre presente una preocupación manifiesta y consecuente sobre los intereses que han generado el estudio y los elementos que han propiciado finalmente su realización (presión de grupo, subvenciones, espónsores, hábitos de equipo, tradición...). Del mismo modo, la responsabilidad no se agota en el principio de beneficiencia para la ética de par-

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ticipantes, sino que ha de ser aplicada sobre las consecuencias por acción y por omisión. En el primer caso, procede conocer qué efectos tiene o podrá tener nuestra investigación una vez se han publicado los resultados o se ha entregado el informe o el producto desarrollado a la entidad subvencionadora. Esos efectos caen bajo nuestra responsabilidad directa, ya que hemos ejercido el papel de pieza clave en la cadena. En el segundo caso, deberíamos plantearnos qué se ha dejado de hacer, qué motivos de investigación no se han abordado al derivar nuestro interés hacia el estudio actual. La ética de la investigación exige llevar a la conciencia estos procesos, provocando que afloren los antecedentes y participen de las decisiones las previsiones sobre las consecuencias. La propia dinámica de la producción científica ahoga estas exigencias. Se espera que las investigaciones participen en carreras de producción con una creciente competitividad, tanto en fondos como en publicaciones. Quienes vencen en esta competición deben cumplir con dos características: una alta especialización y una profunda dedicación. La primera dificulta la comprensión de conjunto sobre el estado del mundo, al menos en lo que más competa a la disciplina en cuestión. Sin embargo, sin esa visión de conjunto es imposible aventurar las consecuencias que se derivan de nuestras acciones y omisiones como miembros de equipos y proyectos de investigación. La segunda característica es enemiga de cualquier interés que no sea la producción científica a la medida de los refuerzos institucionales. Saber, a lo Rubén Darío, de dónde venimos y hacia dónde vamos exige también dedicación y, por tanto, riñe con una implicación exclusiva a la validez en sentido reducido, la que hacer referencia únicamente a los objetivos específicos en cada investigación. Los libros de historia y, muy especialmente, el cine y otros productos de entretenimiento, han conseguido impermeabilizar la sensación de que ningún momento es mejor que hoy, salvo mañana. La historia aparece oscura y triste ante nuestros ojos adiestrados. Toda época pasada fue peor: ahora vivimos más y mejor. No obstante, un análisis más detenido, sin requerir una profundidad excesiva, debe poner en tela de juicio esa sentencia. Ahora, por ejemplo, la esperanza de vida en muchos países africanos es inferior a la calculada para hace cien años. Si repasamos las páginas de la historia observamos también que los grandes problemas (la esclavitud, el hambre, las guerras, las dictaduras...) siguen tan presentes como hace siglos. Algunos fenómenos, como las dictaduras, parecen mitigar; otros, como las guerras, no sólo permanecen sino que muestran tonos más crueles (la tendencia sigue siendo a aumentar el porcentaje de muertos civiles, Sanmartín, 2000) y otros, como el hambre, conoce máximos históricos. ¿Qué tiene que ver la Ciencia en ello? Tiene competencias

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para la fabricación de armamentos, para el estudio de la erradicación del hambre, para la propuesta de modelos de gestión social participativos, etc... Pero, en su medio milenio de historia oficial ¿Cuáles de esos grandes problemas ha solucionado la Ciencia? ¿A qué se está dedicando? ¿Para quién trabaja? Ciertamente, no podemos depositar sobre las espaldas de la ciencia el peso de los problemas del mundo. Reconozcamos que la actitud habitual es considerar que se trata de una institución que obedece a la sociedad a través de sus representantes políticos. Recordemos, no obstante, que la ciencia surge como una actitud rebelde en un contexto histórico dominado por la idea del misterio y los dogmas de fe. Es una poderosa herramienta con la que se puede, retomando a Descartes, mover el mundo. Por ello, no sólo es pertinente, sino irrenunciable, que la ciencia se plantee para qué se la está utilizando y que no prescinda de su tinte de autonomía para decidir en qué ascuas quiere echar el carbón que consigue. La investigación en el contexto del poder El saber está vinculado a las redes de poder para las que trabaja (Balestena, 2001). Sometido al moldeamiento del poder, los procesos de generación de conocimiento quedan entonces restringidos y canalizados. Ocurre que para hablar de ética de la investigación hay que partir de una situación previa: libertad de investigación. Si hay relaciones de esclavitud, obediencia o dominación, es difícil manejar elementos de ética. La obediencia del saber a las estructuras de poder atentan directamente contra las aspiraciones de una ética de la investigación. En el seno del mercado se encuentra perfectamente asumido que el conocimiento es cada vez más la materia de las ventajas competitivas (Aguadero, 1997). Por ello, en la intención de conseguir de Europa la economía más competitiva del planeta, se está definiendo e implementado el llamado Espacio Europeo de Educación Superior (Manzano y Andrés, 2006), contextualizando la Universidad y su relación con la Empresa como centro manufacturero de conocimiento. En la definición real de una sociedad bajo control absoluto, al estilo orwelliano, bastaría con actuar sobre los medios de producción de información. Pero la actividad controladora es incapaz de actuar directamente sobre la experiencia cotidiana. Y ésta es fuente de dos procesos en los asuntos del saber: suministra hechos y hace posible el conocimiento al casar la información recibida con el corpus aprendido. Sin embargo, si se ejerce un control suficiente sobre los medios de comunicación y la producción científica, se está en condiciones de condicionar la percepción de la realidad (expresión redundante).

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Cuando se aborda el concepto de control, se activan reacciones viscerales. Hay que pensar, no obstante, que el control es casi inevitable cuando se sitúa en la dimensión de la propiedad. Los propietarios de los medios de comunicación y de los procesos de moldeamiento (mediante refuerzo, extinción y castigo) de la producción de conocimiento, ejercen control al definir los mecanismos que siguen ambos medios y al orientar sus objetivos. Este panorama queda pronunciado cuando se atiende a la dinámica creciente de los mercados: si el conocimiento es materia prima de la ventaja competitiva, se trata de un bien privado de gran valor. Triunfar en el mercado implica poseer un conocimiento en exclusiva. Esa exclusividad genera éxito. El éxito acrecienta el poder. Y éste aumenta la capacidad para generar conocimiento. El ciclo es positivo en este polo y negativo en el otro: la ausencia de poder lleva a consumir los restos del conocimiento generado por otros. Recordemos ahora que el conocimiento se basa en información, ésta en datos y éstos en hechos que, a su vez, son construcciones (Vinocur, 2001). En el mercado, en la política y en la gestión social en general, quienes gocen del poder para definir los hechos (por ejemplo, la descripción de los acontecimientos, la selección de prioridades, la clasificación de ocurrencias, los objetivos de investigación, la definición de los problemas...) y poner en marcha los procesos de investigación, están diseñando una forma determinada de entender y, por tanto, de generar realidad. Quienes no ostenten ese poder, no tienen acceso a la definición de las prioridades ni a la generación de conocimiento más pertinente a su problemática o su contexto. Es fácil entender estas divagaciones con casos concretos de la abundante actualidad española. Recordemos, por ejemplo, la reciente polémica generada a partir del Estatut de Catalunya. En España contamos con más de 8 millones de personas que viven bajo el umbral de pobreza, mueren unas 5 mil personas por accidente de tráfico y todos los años tienen lugar más de un millar de suicidios. Son hechos, es decir, acotaciones de ocurrencias. Pero incluso para algunas de las familias pobres, la indignación por la existencia del Estatut llegó a ser más real que su cotidianidad y simpatizaban efusivamente con las iniciativas de boicot a las empresas catalanas. Así pues, no sólo el conocimiento es poder, como anunciaba Francis Bacon (Brunner, 2006), si no que el poder es conocimiento. Por esta razón, los nuevos movimientos sociales, que afloran en los entornos locales y globales, muestran una atención creciente hacia los medios de producción de conocimiento. McGovern (2005) matiza acertadamente que el conocimiento en sí no es poder. Si lo fuera, el mundo estaría gobernado por quienes son 18

principalmente gobernados: los académicos. Lo que cuenta no es su generación, si no su posesión, gestión o utilización. Volvemos entonces a la vieja máxima: el poder se encuentra en la propiedad de los medios de producción de conocimiento. No se trata de una propiedad contractual u oficial, sino real, la posesión de la facultad para decidir qué conocimiento es el que ha de ser generado y quién va a utilizarlo. El enconado proceso por salvaguardar la propiedad intelectual, el desarrollo de las patentes y la apropiación de la biodiversidad son aspectos que refuerzan esta sentencia: lo prioritario no es generar el conocimiento, sino poseer la exclusividad o la ventaja de su utilización. En la práctica, sin embargo, los procesos de generación y utilización se encuentran entremezclados, pues el poder de diseñar las líneas de generación de conocimiento, define qué problemas son los prioritarios y cuáles no. Es decir, el diseño de la generación restringe la utilización. Si un ministerio, por ejemplo, pone en marcha ayudas económicas (antesala para el reconocimiento académico y las publicaciones, aspectos necesarios para la carrera docente, el acceso a determinadas potestades, prestigio, etc.) para investigar sobre biocombustibles pero no sobre accidentes de tráfico, está favoreciendo la solución de unos problemas, a la vez que la permanencia de otros. En la pugna por la gobernabilidad del mundo orientada a la solución de unos u otros problemas, los movimientos sociales realizan un pulso con los gobiernos y con los agentes del mercado, con la intención de dirigir la generación y utilización del conocimiento hacia la solución de problemas habitualmente abandonados en las agendas políticas. Es necesario rescatar aquí las impresiones que uno de los mayores promotores históricos de la encuesta, Gallup, tenía con respecto a la información generada por ésta: debía estar al servicio de la población, debía ser una herramienta cuyo principal objetivo ha de consistir en poner a disposición de la gente información sobre la sociedad en la que vive (Jaime, 2004). Si los movimientos sociales aspiran a generar conocimiento útil a sus objetivos y utilizarlo para tal fin, y teniendo en cuenta su médula social orientada a los problemas sociales, entonces diseñar y realizar encuestas se convierte en un mecanismo imprescindible. Son éstos, los movimientos sociales, una de las astillas más incómodas clavadas en la credibilidad de la institución científica: dado que no está cumpliendo el papel social que cabría esperar de ella, es la sociedad civil, la ciudadanía de base quienes han de hacer ese trabajo, si bien con medios muy precarios.

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Barreras a la ética de la investigación Aunque ya hemos entrado en ello en párrafos anteriores, aquí nos ocupa identificar los escollos que el camino dispone frente al desarrollo sin fisuras de la ética de la investigación. La ignorancia El desarrollo efectivo de la ética de la investigación queda frenado, en este sentido, por • No se sabe muy bien de qué se trata, confundiéndose con lavado de cerebro. Un buen miembro de la ciencia puede plantearse la procedencia de su objetivo de investigación según determinados marcos, como lagunas en el conocimiento dentro de un cuerpo teórico o encargos de la Administración o del Mercado, pero no según otros, como el bienestar de la sociedad, ya que éste corresponde a un terreno arbitrario o, en el mejor de los casos, fuera de la competencia científica. • No se sabe muy bien de dónde viene ni hacia dónde va lo que se hace, más allá del contexto de la competencia específica. Este vacío resulta especialmente pronunciado en la investigación básica. • No se conocen alternativas y se tiende, con ello, a pensar que no puede hacerse nada al respecto. La ignorancia se vence, como bien sabemos en ciencia, mediante el conocimiento. Es imprescindible abrir debates sobre ética en la comunidad científica, que incidan directamente sobre los objetivos de investigación. Es necesario promover un conocimiento más profundo y una mayor preocupación por la ética en general. Es importante identificar las vías alternativas abiertas y dar formas a nuevos caminos recurriendo a la supuesta creatividad de la institución científica. Aspectos como la cláusula del buen uso (varios autores, 2006), el trabajo paralelo en movimientos sociales o la implicación científica en batallas tradicionalmente asociadas con aquéllos, son vías abiertas incluso para la investigación básica. El esfuerzo Ir a contracorriente implica prescindir de los refuerzos institucionales e implicar más esfuerzo en labrar nuevos caminos.

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Es conocido el dilema en el que se encuentran los activistas sociales que trabajan en la universidad: tal y como se detalla más adelante, el tipo de comportamientos que ésta refuerza no tienen nada que ver con la actividad social. Quien desea hacer carrera en la universidad a la vez que mantener su activación social (movimientos sociales, participación en barrios, investigaciones locales con la sociedad civil...) debe implicar un gran esfuerzo de imaginación para compatibilizar ambas dimensiones en la medida de lo posible, o un gran esfuerzo de duplicación para no desatender ningún frente. Las presiones laboral, de comunidad científica y de publicación La carrera de investigación tiene unos criterios más o menos bien definidos, bien sea en la universidad como en instituciones específicamente dedicadas al estudio científico (como el Centro Superior de Investigaciones Científicas, por ejemplo). En cualquier caso, se refuerzan tres frentes principalmente: participación en proyectos de investigación subvencionados, relación (preferentemente estancia) con equipos de investigación internacionales y publicaciones en revistas de impacto. Una revisión de los criterios que siguen estos tres frentes muestra un resultado coincidente: Se buscan productos científicos (1) innovadores, en el sentido de que sean originales, (2) que nazcan a partir de una línea de investigaciones previas, con un marco teórico muy sólido, (3) que tengan interés para la comunidad científica (en el caso de las publicaciones) o política o empresarial (en el caso de las subvenciones). Los criterios segundo y tercero se alimentan entre sí. Cuanta mayor sea la tradición de una línea de investigación, más sólido es su cuerpo de conocimiento, más investigadores ejercen el papel de consumidores de la producción generada, más revistas especializadas generan, más recursos económicos absorben, más investigaciones estimulan aumentando el cuerpo de conocimiento, etc. Entrar en esta dinámica es harto difícil y ocurre básicamente cuando una figura de prestigio inicia una nueva línea de investigación o cuando un interés político inusual estimula un nuevo frente de estudio. Una persona que pretenda iniciarse en las tareas de investigación ¿a qué frente debe unirse? Los proyectos de investigación se otorgan en función del currículum de quienes los presentan. Y el currículum se fabrica con proyectos de investigación. Este ciclo cerrado deja poco espacio para realizar innovaciones que se encuentren fuera de las líneas de refuerzo. La figura 3 intenta expresar esta dinámica. La línea de investigación nombrada con A, genera currículum y proyectos, lo que alimenta ramificaciones. La línea B está condenada a la asfixia por falta de fondos.

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A

B

Figura 3: líneas de investigación. Los asuntos relativos a la ética de la investigación tienen serios problemas para acceder a esta dinámica. La fuerte compartimentación del conocimiento científico permite puertas sólo cuando la revista que recibe el artículo está ya especializada en ética, o cuando el equipo de investigación cuenta también con un dilatado currículum en este mismo sentido. En tales circunstancias ¿Cómo una persona que desea hacer carrera en investigación puede dedicar tiempo o concentración a estos asuntos si únicamente lo que se considera sustantivo de su especialización será reforzado? La imagen tradicional de la ética como un asunto individual, filosófico y poco dado al espíritu científico, redunda en una infravaloración de la dedicación que puede absorber de un miembro de la ciencia. De cara a la comunidad científica, esta persona rentabilizará mejor su esfuerzo (en términos de prestigio, reconocimiento o credibilidad) en el mismo sentido que lo hacen las publicaciones. Un último aspecto de gran relevancia lo constituye la prioridad de la abstracción y la teoría en ciencia, frente a la concreción. Los problemas reales, si bien pueden ser concebidos en términos abstractos e identificados como especificaciones de modelos, son concretos, tangibles y sufridos. La dinámica que se sigue desde hace ya muchos años es la de potenciar los artículos publicados en revistas internacionales de habla inglesa. Es llamativo, por ejemplo, observar el creciente porcentaje de citas de publicaciones en inglés en las referencias bibliográficas (Bolívar, 2004). Para publicar en estos foros es necesario participar en el barco de intereses generales. Las únicas concreciones se refieren a los modelos teóricos, pero no a problemas concretos de ámbitos locales. Imaginemos, por ejemplo, a un equipo investigador que se ha implicado en un proceso de Investigación-Acción Participativa en una comunidad concreta y que haya elaborado un conocimiento muy válido y útil en ese contexto, con una extraordinaria aplicación que termina solucionando los problemas que originaron la IAP. Aunque su acción sea muy exitosa, el interés que este suceso tiene para la comunidad científica internacional angloparlante es más que dudoso, por lo que las vías de publicación están restringidas y, muy posiblemente, sólo vean la luz en algún ámbito local, en absoluto reforzado por los criterios al uso. La única vía que tiene este equipo pa22

ra compatibilizar ambos frentes es orientar la publicación hacia cuestiones generales, utilizando la experiencia concreta como un ejemplo. La presión del Estado y del mercado La época en que nos encontramos, catalogada frecuentemente de globalización (Estefanía,2002), muestra una fuerte mercantilización de la gestión social, que abarca la privatización de los servicios públicos y la inclusión de valores típicamente de mercado entre los atractores psicosociales, como es el caso de la competitividad, la subsidiariedad, la actitud emprendedora, la movilidad o la innovación. Consideremos que no es posible una conducta individual ni social sin la mediación de valores, como entes-guía (Garcés, 1988). En este sentido, los refuerzos que llegan del Estado y del mercado se parecen cada vez más al apuntar hacia las mismas metas (Jensen, 2005; Manzano y Andrés, 2006). De hecho, aumenta progresivamente el incentivo, mediante recursos públicos, de innovación y desarrollo orientado a incrementar la competitividad de las empresas locales, recurso imprescindible para jugar con ciertas esperanzas de supervivencia en la arena de la globalización. En este sentido, Violeta Remonte Valero, Directora General de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia, declaraba en 20061 que hay que potenciar el sector privado y la creación de patentes, a la vez que aumentar el número de publicaciones. Esta dinámica se ha exagerado en los últimos años y se plantea en aumento progresivo, gracias a la presión que se ejerce sobre las universidades públicas en términos de rentabilidad monetaria. Éstas se ven abocadas a establecer vínculos estrechos con la iniciativa privada, orientando hacia ella una cuota creciente de su actividad docente e investigadora. ¿Qué cabida tiene en este panorama las inquietudes sobre ética? En efecto, existen preocupaciones ligadas a la producción o al funcionamiento de los mercados que acuden al término ética, pero el contenido de estos trabajos dista mucho de ser acorde con aspectos relacionados directamente con el bien común, la sociedad inteligente de Cipolla o la solución de esos problemas eternos a los que hemos hecho referencia. Así, por ejemplo, Álvarez y Svejenova (2003) defienden que una actitud ética implica utilizar el poder (la capacidad de hacer que los demás se comporten según uno considera) para realizar mejor la labor política de dirección de una empresa, sabiendo que ésta se basa en el lucro, en el beneficio individual. Además de estos autores, Koslowsky (1997) nos recuerda que en el centro ideológico del capitalismo se encuentra resuelta la cuestión ética, puesto que el be1

Afirmaciones realizadas en el transcurso de las IV Jornadas de Jóvenes Investigadores del CSIC. Madrid, marzo de 2006.

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neficio de la sociedad se consigue, en el contexto del mercado, gracias a que la búsqueda de beneficio de cada individuo permite la mejor configuración social. Los autores del Fondo Formación (2001) afirman que expresiones como “educación en valores” han quedado vacías y que se requiere una nueva cultura ética: la éticaemprendedora, basada en la innovación en el mercado, en el acicate de la actividad económica como mecanismo vertebrador de la sociedad. Estos movimientos son propios de una ética de la investigación que se plantee directamente y sin rodeos el bien común, sino de movimientos encaminados a rentabilizar el término y arropar actuaciones mercantilistas con tintes éticos. En la evolución social se ha generado una elevada complejidad. Diferentes estamentos han quedado más o menos situados y se supone que la sociedad funcionará bien si cada estamento realiza bien su trabajo. La especialización ha exagerado esta tendencia. De este modo, hoy somos muchas las personas que trabajamos en entornos de visión reducida. La ética tiene una visión holística y debe trascender esas limitaciones dimensionales. No cabe plantearse su redefinición desde un estamento concreto, como es el mercado y su tendencia al crecimiento desaforado. Más bien procede lo contrario: analizar el comportamiento de estos estamentos desde el punto de vista de la ética. Sea como fuere, la entrada de dinero para las investigaciones, realizada vía mercado y vía Estado, dejan cada vez menos espacio para inquietudes éticas. También es cierto que la presión de los movimientos sociales, a través de sus procesos de creación de la opinión pública, se deja sentir en algunas iniciativas estatales. Por otro lado, en los programas de subvenciones agrupados bajo epígrafes similares a la investigación básica, siempre cabe realizar desarrollos y saciar inquietudes que se relacionen con la imbricación de la inquietud ética en los procesos generales de investigación científica.

Ética en acción ¿Qué hacer con aquellos objetivos y estas barreras? Algunas vías son: • Ejercer libertad de cátedra. Por muy estrecho que parezca el camino, aún obedeciendo el programa de moldeamiento, hay posibilidad de hacer muchas cosas de muchos modos en los contextos de investigación y de formación de investigadores. Un investigador puede plantear diversos objetivos dentro de

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un mismo programa marco de subvenciones, puede traducir el objetivo a conjuntos muy diversos de subobjetivos e indicadores, puede rentabilizar socialmente los resultados y los procesos de forma muy diversa... Y puede aprovechar multitud de oportunidades para hacer oír la cuestión ética en donde se mueva. • Ejercer la libertad sin apellidos. ¿Realmente no tengo más salida que dejarme moldear por los programas de subvenciones del Estado o del mercado, por el prestigio de la comunidad, etc.? Una actitud ética, en cuanto que actitud inteligente, es también una propensión a la liberación, a soltar lastre que automatiza los comportamientos sin una consciencia acorde de qué se está haciendo con la propia vida y con la de los demás. Levantar la cabeza y plantearse estas cuestiones no sólo es ético, sino saludable. Desde esta perspectiva, el camino hacia el éxito académico puede ser más lento, pero seguramente también más placentero y digno. • Acceder a los puestos de gestión y decisión. Desde las posiciones donde se gestiona la universidad, las direcciones generales, los servicios locales, los ministerios, las áreas municipales... puede realizarse una excelente labor para moldear un comportamiento ético o, al menos, una preocupación creciente por estos asuntos. • Colaborar, fomentar y poner en marcha movimientos sociales. Esta vía no sólo fomenta una preocupación ético-social sino que resulta especialmente beneficiosa cuando esos movimientos surgen precisamente en el seno de las instituciones implicadas: la Administración del Estado, las empresas y muy especialmente las instituciones de investigación. • Promover el debate, la discusión y la controversia para propiciar la aparición de estos temas en los foros científicos. • Sembrar mediante la docencia. Los programas de las asignaturas metodológicas deberían quedar imbricados con inquietudes sobre la ética de la investigación. Al abordar, por ejemplo, el problema de estudio, el enunciado de hipótesis, el marco previo... es el momento idóneo para plantear cuestiones de validez en sentido amplio. La meta es formar una fuerza investigadora que no perciba disociada la ética de los contenidos tradicionalmente metodológicos. Deben quedar afectados la bibliografía de referencia, los manuales, los textos de apoyo, el programa de la asignatura, la dinámica de trabajo y de evaluación, la misma relación profesoradoalumnado, las prácticas, los ejemplos, la relación entre asig25

naturas e incluso la propia asignatura en su conjunto, su existencia. Aún podríamos ir más allá y aspirar a la máxima de Díaz (2001:172) “el docente que no es buena persona no es buen docente”. • Sembrar mediante la publicación: (1) abundar en propuestas de artículos, capítulos o libros que aborden directamente estos asuntos, (2) incluir apartados específicos sobre cuestiones éticas en las publicaciones, como la justificación del problema de estudio, su procedencia social, etc., (3) incluir la cláusula de buen uso (Albarreal, 2006) en los informes, artículos, tesis... • Sembrar mediante los actos científicos. En congresos, conferencias, jornadas, reuniones, actos académicos... procede no esconder estas cuestiones y mostrarlas con la naturalidad que les corresponde, en perfecta imbricación con las tareas y motivaciones de investigación. • Divulgación. Tal vez sea la figura del científico la que goce de mayor prestigio social, gracias a una imagen de honradez y objetividad. Con independencia de que exista un fundamento más o menos realista para esta imagen social, lo cierto es que el efecto que un científico puede realizar en la opinión pública cuando habla de ética no es el mismo que si lo hace un político o un empresario. Un buen ejemplo lo constituyó la Conferencia Científica de la VII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno de 19972, donde se recomendaban acciones como la elaboración de un código básico de principios éticos, la democratización en el acceso al conocimiento, valoración integral de la actividad científica que considere aspectos éticos o la creación de comisiones nacionales. Si bien estas actuaciones estaban muy ligadas a la investigación sobre el genoma humano (punta de iceberg de la discusión ético-científica actual) constituyen una buena plataforma de partida para aspiraciones más holísticas. • Promover la toma de decisiones y la discusión entre las personas con especial sensibilidad en estos temas, buscando identificar las oportunidades, probar estrategias, compartir experiencias, crear redes... • Gestionar adecuadamente fondos. Es cierto que existe una alta dependencia económica para realizar investigaciones. Pero la dependencia condiciona si bien no determina. Existen muchas posibilidades de investigación que requieren una ín2

Ver, por ejemplo, en http://www.campus-oei.org/salactsi/viicic.htm

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fima cantidad de medios. Consideremos también que muchos recursos se encuentran disponibles ya estructuralmente como ordenadores, despachos, material de papelería, fondos bibliográficos, conexiones a Internet... En el entorno universitario muchos estudiantes tienen una disposición positiva a trabajar en estos frentes aún en situaciones en las que se carece de gratificación económica. Incluso hay que reconocer que muchos proyectos de investigación, subvenciones y ayudas diversas dejan algunos excedentes que pueden orientarse directamente hacia el bien común, siguiendo el principio de justicia especificado: si el dinero es público debe volver a lo público.

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Índice Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 Versión habitual de la ética de la investigación . . . . . . . . . 3 Ética para la comunidad científica (3) Ética para los participantes (6) Limitaciones (8) Versión ampliada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 En torno al concepto de validez (10) Coherencia en la validez (11) Comportamiento inteligente (13) Implicaciones éticas más allá de la comunidad científica y los participantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 La investigación en el contexto temporal (15) La investigación en el contexto del poder (17) Barreras a la ética de la investigación . . . . . . . . . . . . 20 La ignorancia (20) El esfuerzo (20) Las presiones laboral, de comunidad científica y de publicación (21) La presión del Estado y del mercado (23) Ética en acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 Referencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

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