Etnografía de la Noche Paceña

Etnografía de la Noche Paceña Con un encuentro furtivo el día y la noche se separan cuando las luces diurnas se retiran ante la llegada nocturna, est

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Etnografía de la Noche Paceña

Con un encuentro furtivo el día y la noche se separan cuando las luces diurnas se retiran ante la llegada nocturna, este lapso comienza cuando el sol se oculta, la luminosidad baja y cuando las sombras se confunden con las partes de la ciudad. Las oficinas se iluminan unos momentos antes de ser cerradas, las instituciones “educadoras” cierran sus puertas a los niños y las abren a los adultos, las universidades acogen a los trabajadores que aprovechan la noche pequeña para aprender nuevos trucos, se cierran las instituciones públicas y privadas, los trabajos de enternados, traje formal y “buena presencia”. La visibilidad de la ciudad se transforma, las luces naturales dejan de alumbrar a todos y a todo, las suplantan los focos de colores dispuestos en letreros, postes, casas, comercios y automóviles que alumbran solo el pequeño espacio que los rodea. Así las sombras camuflan, ocultan, disimulan y acogen a muchos seres invisibles de día. Aparecen los noctámbulos paceños, aquellos seres que toman la noche para las actividades más diversas, aprovechando que quienes los invisibilizan de día ahora duermen, descansan, no los censuran. Salen con el inicio de la noche. Los habitantes de la calle salen a buscar comida en los basureros, a pedir dinero a ocasionales personas que se les cruzan en su recorrido por la ciudad, salen, también, a robar algunas cosas que les provean de otras necesidades menos localizables en los deshechos de la urbe. Salen los estudiantes y los oficinistas a tomar un trago en el boliche más cercano a su institución. Salen los trabajadores a comer algún alimento callejero que se vende en cubículos metálicos. Salen los comerciantes de la noche a colocar letreros, en las puertas de sus centros nocturnos que anuncien lo que su comercio ofrece: “Veneno” dicen en uno con grandes letras verde fosforescentes, anunciando un grupo de cumbia. “Se sirve singani, Rujero, Casa Real, Ron, Cerveza” se lee en otros letreros hechos en pizarras con letras de tiza. Algunos letreros anuncian grupos musicales, otros anuncian comidas, bebidas, mientras otros letreros anuncian que en esos boliches la entrada está reservada a sus consideraciones o evaluaciones, por lo tanto que no cualquier persona puede entrar en ellos.. Otros comerciantes salen también durante la noche, aunque sin letreros luminosos, ellos ocupan las calles que comienzan a vaciarse de peatones diurnos con traje formal o con uniforme y a llenarse de noctámbulos; ofrecen alimentos variados, cigarros, dulces, llamadas telefónicas y una serie de elementos necesarios tanto durante el día como durante la noche, algunos comercios simplemente sufren un relevo en su actividad de 24 horas y esperan atentos cualquier necesidad ajena que les signifique una ganancia.

Los bares, discotecas y pubs comienzan a abrir sus puertas, generalmente con dos o tres hombres que se paran allí con los pechos al frente, las espaldas rectas, los hombros alzados levantando ligeramente los brazos y todo el cuerpo levantado como queriendo ser más anchos con estas posturas, ellos resguardan la seguridad de estos lugares semipúblicos y semiprivados, se encargan de permitir o restringir el ingreso en algunos lugares y de sacar a la gente que provoca peleas o está demasiado ebria en otros. Las calles y las plazas del centro de La Paz comienzan a ser ocupadas por jóvenes que salen de la universidad, que llegan desde sus hogares o que simplemente salen a estas horas para encontrarse con sus amigos. Entre el inicio de la noche y la noche misma, estos jóvenes se reúnen en las esquinas, charlando, algunos de ellos fumando y la mayoría tomando una cerveza u otra bebida alcohólica. Se quedan allí sin prisas ni censuras a sus coversaciones y risas que aumentan de volumen con el pasar de las horas nocturnas. El Atrio del edificio principal, el “monoblock”, de la Universidad estatal se desocupa de transeúntes que salen y entran de esta institución. Se llena de grupos de jóvenes que se disponen en semicírculos con la mirada al centro, como en una ronda, proponiendo sus espaldas como cerca o barrera delimitadora ante personas ajenas al grupo. Estas rondas juveniles, ocupan el Atrio del Monoblock por los costados, por el frente y también por el centro, comparten la noche con algunos “chalequeros”, gente que trabaja con un teléfono celular ofreciendo llamadas, a un peso boliviano y que visten chalecos de diferentes colores fosforescentes, ellos acaban su jornada laboral cuando las puertas del edificio se cierran, y los grupos de jóvenes son varios. Sus últimas llamadas son precisamente a miembros de estos grupos que se atrasan o que no llegarán. El monoblock queda entonces en posesión de los jóvenes. Cuando ya entra la noche éste es su espacio, allí conversan, beben (generalmente linazas calientes mezcladas con alcohol), se conocen, se enamoran se besan, se pelean y luego vuelven a beber juntos. La diversidad universitaria se muestra en este lugar, varias veces una guitarra acompaña a los nostálgicos que cantan nueva trova cubana y argentina. Junto a ellos otro grupo canta ocasionalmente una cumbia, en una esquina los jóvenes (changos en el lenguaje juvenil) de cabellos largo, pantalones negros ajustados, botas y chamarras de cuero beben mientras charlan de alguna banda de rock metálico. El Atrio, como la universidad recibe a todos por igual y los expulsa aproximadamente a la mitad de la noche, cuando un grupo de motos con policías encima irrumpe en la escena, otras noches son los porteros quienes ponen el fin a las noches en este lugar cuando salen a mojarlo con una manguera. Se abandona el Atrio, quedan algunos olores a linazas calientes mezcladas con alcohol, el olor de los cigarros, de marihuana e inciensos y queda también la seguridad de que estas escenas se repetirán el próximo fin de semana. Los bares que se encuentran en las calles cercanas al Monoblock, son los receptores de muchos de estos jóvenes, y de algunos que sin pasar más de unos momentos en el Atrio acuden a estos lugares buscando mayor cobijo a las temperaturas menores a diez grados que hacen durante la noche paceña. Estos lugares generalmente consisten en varios ambientes con mesas y sillas llenando todo el espacio, en ellos se sirven cervezas y “combos” una botella de ron o vodka acompañada de una botella de gaseosa oscura o clara según sea el trago, todo barato, máximo veinte bolivianos. En estos lugares se oye mucha cumbia y música en español, son lugares llenos de universitarios que abren sus puertas desde la tarde, aunque es en la noche que se encuentran como verdaderas sucursales universitarias, al

extremo de que hace un par de años, existía en la Cañada Strongest un bar que se llamada rinconcito “San Andrés”, y otro, “Bar Universitario”. En el bar el ambiente implica una mesa y sillas donde el grupo se reúne y convers, esta colocación facilita el contacto verbal y visual cara a cara, con las miradas de frente y al rostro, por lo que la participación es oral y con gestualidades reducidas porque además, la música conduce a cerrar la mesa con la proximidad de unos y otros en busca de oír y participar de la charla. Aquí las personas, casi todas, tiene mochilas en sus espaldas o morrales colgando a un costado de su cuerpo, otros tienen cuadernos y fotocopias que dejan en una mesa o que guardan en la espalda sujetándolos con el pantalón. Varios awayos o tejidos de macramé en colores ocres se evidencian en estos grupos, igualmente, es preponderante el uso de chamarras y jeans. Las mujeres con cabellos largos, comparten en menor grado la permanencia en los bares cercanos a la Universidad, pero si están muy presentes en el Atrio del Monoblock. En otro lugar de la ciudad, donde de día las calles pertenecen a los comerciantes informales, la noche llega con el cierre de estos comercios, con la acumulación de deshechos y basura de estos puestos de venta en forma de montañas a lo largo de las calles que se acercan más a una verticalidad que a una horizontalidad pues conectan el centro de la ciudad, “la hoyada” con la parte de arriba, las laderas. En estos lugares la noche comienza con los cargadores que desocupan las tiendas ambulantes, con las barrenderas municipales que se esfuerzan por levantar la interminable basura, con la apertura de los boliches que se diferencian notoriamente entre bares y discotecas, unos anunciando bebidas, las otras anunciando los grupos de cumbia actuales. Esta noche se ve oscura, casi sin luces, solo están presentes las rojas, azules y verdes que salen de un bar o del letrero de una disco en cuyas puertas se acumulan jóvenes entrando, saliendo o charlando. Varios grupos solamente masculinos, con pantalones anchos, bandanas en las cabezas, otros con los cabellos rapados a los costados y otros con tintes casi anaranjados, se conjugan en la calle, frente a una discoteca de la Avenida Baptista, muchos visten colores cremas y otras tonalidades claras, Las chicas, en otros grupos, algunas de a dos o tres, también esperan su ingreso a la disco en la calle, se las ve con tacones y pantalones ajustados que les llegan hasta el piso, a pesar de los tacos que se adivinan por debajo, largos cabellos sueltos cubren sus espaldas con chamarras cortas y ajustadas, otras, salen de la disco con poleras pequeñas y escotadas. El ambiente se llena de sonidos de cumbia, algunos cantan y bailan en la calle, hay una competencia de sonidos entre una y otra discoteca, sobretodo desde la calle Pando con la discoteca Santana II, pasando por la Plaza Eguino con la discoteca Fantasy, subiendo por la calle Tumusla con varios alojamientos y bares, hacia la Garita de Lima y la Avenida Baptista en la que están las discotecas “Red Camel” e “Hipopótamo Chuma” hasta casi el Cementerio General, en estos lugares la noche huele a cerveza, a zapatos deportivos, que se venden durante el día y que se lucen durante la noche entre los jóvenes que se aglomeran ante la puerta de menos de un metro de ancho por la cual se llega a la pista de baile de los lugares más de moda.

En la plaza Eguino, centro de compra y venta, que separa el centro del ingreso a la zona comercial informal, la noche se llena de vendedoras de comida y bebida, el comercio deja de ser de ropa, zapatos y otros elementos provenientes de la diurnidad de este lugar, la oferta comercial, en la noche, es de elementos ingestivos. Alimentos fritos y rápidos, bebidas calientes mezcladas con alcohol, y otros elementos cuyas vías de introducción en el organismo no se restringen a la boca. Hombres y mujeres algo mayores, reconocidos por los noctámbulos frecuentes se acercan a sus clientes conocidos ofreciéndoles cocaína o marihuana, garantizando que su mercadería “es de la buena” y dictando los precios que no exceden de los veinte bolivianos por un sobre o brete. Cuando la noche pasa las doce, varias mujeres aparecen en la Avenida América, cercana a la Plaza Eguino y que sube a otro punto más alto de la ciudad. Con tacones altos, abrigos largos, faldas cortas y blusas ajustadas, se paran en las esquinas de esta avenida, otras se sientan en algunas gradas que están en la calle. Cuando la mirada las encuentra desde un ángulo más cercano se ven facciones duras, rastros de años de barbas en el rostro, y algunos vellos asomando por sus escasos senos. Ellas se quedan allí las noches de fin de semana, algunas con suerte abandonan temprano la calle, otras permanecen hasta casi la madrugada. Subiendo por esta misma avenida, y entrando, a la derecha, por una especie de callejón se ven otro tipo de mujeres, mayores, sentadas en las graditas de una construcción que queda en una esquina, esperando juntas, las dos mujeres no tienen a ninguna otra alrededor. Solo doblando un poco más, hacia la izquierda, se encuentran mujeres jóvenes, con menos ropa, tacones altos y cabellos largos y peinados. Más allá en la acera del frente, están mujeres ataviadas con polleras y mantas en la misma actividad que las anteriores. En la jerga nocturna esta calle se conoce como la “Calle del Pecado” aunque su nombre oficial es Capitán Torrelio. Todas estas mujeres comparten la noche y algunas calles en común, todas esperan y esperan, son las únicas ocupantes de estas calles. Por la avenida América, también conocida como avenida de las muñecas o de las magníficas, se llega a la plaza Kennedy donde está la ex Estación de trenes, este lugar casi desprovisto de alumbrado público está rodeado de edificios de tres o cuatro pisos que tienen letreros diversos que anuncian “alojamientos”, allí comparten sus encuentros estas mujeres nocturnas y los que las sacan de su espera. En la jerga del radiotaxista noctámbulo estos lugares reciben el nombre de “tíos Alejos”, nombre que conjuga tío por tiro (forma de llamar al acto sexual) y Alejo por alojamiento, denominando así todo lo que en estos lugares sucede. En el tradicional barrio de Sopocachi, la noche es diferente, comienza más tarde después de las nueve. Las casas, con cercas, puertas y techos de madera que se encuentran en la avenida 20 de octubre son las fachadas de diferentes boliches, los edificios también cobijan varios “pubs” (mezcla de bar y discoteca). Las plazas con jardineras limpias y llenas de perros y niños durante el día, se llenan de jóvenes que esperan a su grupo de amigos reunidos en una esquina, alrededor de estas plazas los boliches han encontrado una ubicación más próxima al punto de encuentro de sus clientes. Sobretodo en la plaza Avaroa, los grupos de jóvenes llenan el lugar, más aún en las calles Belisario Salinas y la 20 de Octubre. Forman pequeños conjuntos que se disponen en ronda todos mirando al centro, a veces compartiendo un trago o cigarros, hombres y mujeres muestran sus atavíos en la plaza, varios usan cadenas colgando de sus bolsillos, indistintamente de si su pantalón es ancho o ajustado o si se trata de hombres o mujeres. El cabello corto es muy frecuente entre

las mujeres y entre los hombres un poco largo pero semiparado con ayuda de gel. La mayoría de las chicas usa zapatos de tacón, muchas de ellas llevan carteras de tiro corto que les llega justo al sobaco. Otros grupos llevan pantalones anchos con sudaderas igualmente holgadas que tienen capuchas y con las cuales cubren sus cabezas ocultando más aún la visibilidad de sus rostros. Olores a perfumes diversos se sienten en el ambiente de la plaza. Cuando la noche comienza allí, huele a marcas y perfumes, a maquillaje y peluquería, también huele a marihuana y tragos, generalmente a ron o vodka, pero cuando ya avanza la noche, el olor a trago y cigarros se hace mayor que los anteriores, también el olor a gas lacrimógeno de los policías que pelean la estadía en la plaza. Varios automóviles parqueados alrededor de la plaza dejan salir por sus puertas o ventanas abiertas la música preferida de sus conductores, de la mayoría escapan melodías tropicales, cumbia “villera” de la Argentina. Algunos de estos carros dan vueltas a la plaza con un grupo de jóvenes a bordo y con la música “a todo volumen”. De éstos, una peta y una vagoneta, dejan oir: “que calor, que calor, oeooo, que calor que tengo yo.... que levante la mano oeooo el que quiere un vino en cartón.....” casi sincronizadamente, letra d euna canción “villera” muy de moda en este lugar. Cuando la noche ya ha avanzado, en otro punto de la ciudad, cercano a Sopocachi, en el barrio de San Pedro, los night clubs abren sus puertas dejando ver en su interior oscuros ambientes escasamente iluminados con focos rojos. Terciopelos rojos se ven en sus paredes de ingreso y allí sillas ocupadas por mujeres mayores a los cuarenta años y con un diámetro superior al metro y treinta centímetros junto con algunos hombres que conversan y ven pasar a la gente. Una tras otra se ven estas puertas abiertas en la avenida 20 de octubre de esta zona, sobre cada uno de sus dinteles hay un letrero que anuncia: “El Swing”, “La Miel” “Ejecutivo” y algunos con sus sucursales: “El Swing 2”. Se ubican sobre una misma cuadra hasta cuatro de estos locales. Dirigiéndose al sur de la ciudad, dos cuadras más abajo, se siguen viendo estos letreros aunque no con la saturación de la cuadra anterior. Con la noche ya entrada, al pasar por el Atrio, se lo nota vacío, solo algún grupo de tres o cuatro changos de cabellos largos y ropa negra permanece en una esquina, casi camuflados con la oscuridad de la noche, beben de una botella y casi pasan desapercibidos. Es a esta altura de la noche cuando la embriaguez citadina se siente en las calles, en el barrio de Sopocachi, la plaza Avaroa está llena de gente, varios grupos se hombres y mujeres formando semicírculos se encuentran en las calles que rodean a la plaza, sobretodo en la Belisario Salinas y en la 20 de octubre, sobre la primera, los grupos abarcan una cuadra más hacia la avenida 6 de agosto, esta cuadra atrae a los grupos por la presencia de “Don Hugo” un almacén en el cual entran varias personas, unas tras otras, algunos entran en grupos, todos salen de él con una botella, ya sea de cerveza o de algún combo (vodka o ron con una gaseosa), salen con vasos desechables, puchos y con bolsas en las cuales mezclar el trago, la atención en “Don Hugo” es acorde a las necesidades callejeras de los noctámbulos, pues ofrece todos lo implementos para lograr una buena bebida en esas situaciones, de hecho varias veces sale alguien de este almacén a romper las tapas plásticas (de las botellas de vidrio que hacen el trago salga lentamente) de las botellas de varios grupos que las abren ahí en la puerta del almacén. Incluso se rumorea entre los grupos, que si solicitas que te mezclen el trago en “Don Hugo” ellos lo hacen.

Varios de estos grupos usan la plaza y las calles para “entonar” es decir para encontrar un grado mediano de embriaguez antes de entrar a alguna discoteca o algún pub donde los tragos son más caros, otros en cambio, se mantienen fieles a las aceras y permanecen en ellas toda la noche, intercambiando de lugares según sea necesario por la llegada de los policías (en adelante canas o canelas) que rocían con gas o que ocupan la plaza formando grupos homogéneamente verdes en una similitud muy grande a los grupos de changos, con la diferencia que ellos fuman menos y toman gaseosas (o al menos eso parece). Algunos grupos intercalan una estadía en las calle con otra estadía en un pub o discoteca donde predomina el baile, esto implica un ambiente más privado, la música más fuerte y el contacto de tipo visual. Es en este ambiente en el que la corporalidad se hace estelar para una participación con el entorno, por ello el atuendo es tan importante y “lucido” en la disco, lo cual no ocurre con frecuencia en un bar. Sin embargo en una típica noche juvenil de fin de semana, por lo general se comienza en un bar donde se bebe hasta estar “entonados”, o en alguna plaza o calle y luego recién se va a bailar. Yendo hacia otro lugar de la noche paceña, pasando por la Avenida Simón Bolivar, con las primeras horas del día siguiente, varias mujeres salen de los locales que se encuentran en esta avenida, cercanos al Estadio Hernando Siles. Ellas con tacones muy altos y faldas muy cortas, están luciendo, algo más que las piernas a quienes quieran verlas. Acompañadas entre ellas y con algunos hombres cerca, caminan por allí o simplemente se quedan paradas, según el “Gatito”, un radiotaxista experto en las noches paceñas, ellas andan con la “mercadería al aire”, para conseguir compañía. En el barrio de Miraflores, al cual se ingresa por el mencionado Estadio, la noche es a puerta cerrada. En un recorrido por la avenida Busch, lo que se observan son una serie de casas que son conocidas como “privados”. A estos lugares se accede con alguien que ya los conoce, son lugares donde se bebe, en ambientes privados o de uso exclusivo para un solo grupo de amigos o colegas del trabajo que según el “Gatito” son “los adúlteros”.En estos locales se encuentra trago a precios muy elevados y se encuentra también la compañía de mujeres elegantemente ataviadas que hacen beber a los clientes. Llegando a Villa Fátima, antes conocida como “Villa Cariño”, los boliches son de tipo más peña y discoteca, como el “Kory Punku”, casi no hay gente rodeando sus puertas, pero esto no es señal de que estén vacíos, por el contrario, son sumamente frecuentados, varios de ellos tienen dos o tres sucursales, rumorean que éstas, más el original, pertenecen a una misma familia que monopoliza los centros de diversión de la zona Según los conocedores de la noche, en Miraflores y Villa Fátima se encuentran los mejores lugares, y la mejor “mercadería” femenina, mencionan algunos que se han cerrado como “El Castillo” y otros más actuales como “El Varieté” del que dicen que es el mejor, también existen lugares tradicionales entre estos centros nocturnos como “El Tropezón” del cual mencionan conocer a la dueña y que era uno de los más reconocidos hace años pero que tuvo un asesinato en sus ambientes por lo que ahora solo vive de los recuerdos de una época mejor.

Con el pasar de las horas, la noche se adueña más aún de la ciudad, los escenarios cambian y también las dinámicas. Volviendo al centro de la ciudad a Sopocachi y San Pedro: Varias calles se llenan de changos, cuando la noche ya es alta, de los boliches tipo bar de la calle cañada Strongest, un poco más arriba de la Plaza del Estudiante, salen varios jóvenes con sus botellas plásticas en la mano, algunos incluso consiguen del boliche, vasos plásticos. Salen a beber en las puertas de estos lugares, también salen a pelear, ocupando toda la calle sin preocupaciones por los autos, se lanzan unos cuantos golpes antes de que su grupo de amigos los separe sujetando cada uno al contrincante que apoyan. De estos bares, también se escabullan parejas a darse besos y abrazos entre las sombras de los postes sin focos. Escenas similares se viven en la Plaza Avaroa donde la gente está llenando los alrededores de la plaza que a veces está vacía y otras llena de canas. Con la madrugada, varios lugares se vacían, a eso de las cuatro y media que cinco de la mañana, las discotecas y pubs comienzan a cerrarse, las calles y plazas comienzan a vaciarse, quedándose con botellas vacías y colillas de cigarros como testigos de la noche que va acabándose, se ven a esta hora, varios puestos de comida como hamburguesas, hot dogs, o salchipapas, llenos de gente que pretende alivianar la borrachera con comida. Varias personas apoyadas en una pared o en un poste vomitan el trago ingerido, algunos están solos, otros con un grupo de amigos que parece muy concentrado en su conversación como para prestarle mayor atención. La América, la Eguino, Villa Fátima, La Simón Bolivar, Los night clubs y table dances, se vacían, las mujeres de estos lugares aprovechan las pocas horas que quedan para “pirañear”, es decir para ir a rematar la noche, independientemente de si hubo buen trabajo o si su espera fue de toda la noche, este remate consiste en trabajar con rebajas, tratando de encontrar una pareja ocasional en un boliche en la plaza Villarroel al que le dicen la “pirañería”. Varios noctámbulos se quedan durmiendo en la calle, muchos son agarrados por dos o tres chicos que tratan como de alzarlos, que meten sus manos en los bolsillos o que los dejan sin chamarra, sobretodo por San Francisco, por la Garita, por donde se ven varios “asaltados” caminando solo en calzoncillos tratando de llegar a pie a sus hogares y donde contrariamente, se ven muy pocos policías. Muchos noctámbulos duermen acomodados en una acera, otros en unas gradas. De la misma manera, varios comerciantes encuentran el sueño en sus puestos de trabajo, despertando cuando alguien les pide una hamburguesa o cigarros. Otros transnochadores, con la llegada de la madrugada, se recogen, vuelven a sus hogares en taxis, radio taxis y algunos a pie, se van a descansar. Cuando la madrugada comienza a iluminar la noche con el día , el sueño invade a los noctámbulos que abandonan sus espacios, sus costumbres, sus dinámicas para ir a dormir. La noche paceña es una inversión de los esquemas tradicionales que dicen que el día es para trabajar y actuar, mientras que la noche sería exclusivamente para descansar y dormir en la privacidad del hogar. La noche paceña nos muestra una realidad inversa: una estelaridad de muchos personajes que se vive precisamente durante la noche, esta vivencia, además, se manifiesta públicamente en las calles, en las plazas, en las esquinas que son ocupadas por todos los noctámbulos paceños. Es el tiempo de las actividades censuradas durante el día, la borrachera, el sexo, la comida, la violencia, etc..

La noche paceña muestra la cara oculta de la sociedad, muestra aquello que ni los sociólogos, ni los antropólogos ni los analistas sociales reflexionan cuando hablan de una sociedad armónica y tradicionalista, conservadora que trata de rescatar “valores” a través de políticas revivalistas como la clausura y censura de los centros nocturnos o las propuestas de crear una “zona rosa” amurallada. También nos muestra contradicciones tan provocadoras para la crítica como la presencia masiva de policías en el centro de la ciudad, en la Plaza Avaroa, en el Atrio, resguardando la parte “tradicional”, institucional, arquitectónica y “estética de la ciudad, resguardando y protegiendo “la moral” de los jóvenes de clase media; mientras hay cero control, cero protección, cero seguridad, ningún policía en la Garita, en San Francisco y la Eguino, en la Baptista y Villa Fátima, donde la gente anda cuidándose sola o caminando sin ropa luego de los asaltos acostumbrado en estos lugares. La noche nos muestra una urbe cosmopolita, con prácticas y dinámicas que se oponen abiertamente a estas las diurnas de comportamiento recatado, control y censura de las emociones. En la noche se ríe a carcajadas, se bebe hasta la embriaguez, se come a cualquier hora, en la noche el sexo se encuentra en varios puntos de la ciudad, se vive libremente, se comercia, aunque por el día esto se “repruebe” , en la noche, se baila con la libertad del cuerpo, se muestra el cuerpo, se lo vive en todo su erotismo dentro de una discoteca, y se lo vive políticamente al usarlo como hito demarcador de lugares en las calles, esquinas y plazas, o al defenderlo o atacar con él. La nocturnidad ofrece pues las miradas negadas, ofrece la visibilidad de aquellos seres invisibles de día y presentes en todo su esplendor solo cuando comienza la noche, nos brinda la posibilidad de un conocimiento más completo de la realidad social que negada en su otra mitad solo acepta lecturas parcializadas del comportamiento paceño.

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