EVANGELIZADOS PARA EVANGELIZAR Contribución vicenciana a la nueva evangelización

1 EVANGELIZADOS PARA EVANGELIZAR Contribución vicenciana a la nueva evangelización IV Asamblea General de JMV Internacional Salamanca, 25 de julio de
Author:  Luis Blanco Mora

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EVANGELIZADOS PARA EVANGELIZAR Contribución vicenciana a la nueva evangelización IV Asamblea General de JMV Internacional Salamanca, 25 de julio de 2015 Por: CELESTINO FERNÁNDEZ, C. M. Cuando hablamos de “evangelización”, casi siempre nos referimos a la necesidad de ir a la “otra orilla” para comunicar el Evangelio a los demás (Cf Mc 4, 35), al imperativo evangélico de ser testigos de Jesucristo hasta los últimos confines del mundo (Cf. Mc 16, 15; Hch 1, 8). En definitiva, asociamos evangelización con anuncio hacia afuera y a los de fuera. Sin embargo, hay otro aspecto de la “evangelización” que tenemos un poco olvidado y que debe ser complemento imprescindible del anterior. Porque si no, corremos el peligro de desenfocar la cuestión evangelizadora. Me refiero a la evangelización hacia adentro, es decir, a la tarea de “evangelizar a los evangelizadores”, al convencimiento de que “para evangelizar, hay que ser y estar previamente evangelizados”. Sin este complemento, la evangelización no será sólida ni convincente. En la preparación de esta IV Asamblea General, habéis sabido captar perfectamente estos dos polos. Porque al decir “evangelizados para evangelizar”, os implicáis en una doble dimensión simultánea y complementaria. Os comprometéis a tomar en serio la evangelización en su totalidad y en su profundidad, sin dicotomías ni fragmentaciones. Eso es lo que yo pretendo con esta modesta reflexión: ayudar a los miembros de una Asociación vicenciana a tomar conciencia de cuál es su misión dentro del actual proyecto global de la nueva evangelización, e indicar una serie de insistencias, urgencias, líneas y caminos para hacer efectivo el evangelio, como diría San Vicente de Paúl. Todo ello, teniendo como marco de referencia y como impulso dinamizador el lema de esta Asamblea General: “evangelizados para evangelizar”.

LA EVANGELIZACIÓN, TAREA DE TODOS LOS CRISTIANOS El 8 de diciembre de 1975, el Papa Pablo VI lanzó a la luz pública el mejor documento que conocemos hasta ahora sobre la evangelización: la Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi” (“La evangelización del mundo contemporáneo”). En este documento, hay un principio eclesiológico fundante y fundamental: “Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi, nº 14). Este principio eclesiológico nos recuerda que no hay una evangelización vicenciana, como tampoco hay una evangelización ignaciana o franciscana o

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dominicana. Porque la evangelización es urgencia, ministerio y mandato universal para toda la Iglesia. Por tanto, el vasto campo de la evangelización es de todos los cristianos y para todos los cristianos. Es la tarea de toda la Iglesia. No es una tarea más entre muchas. Es la tarea fundamental y la razón de ser de la Iglesia. Hay que poner el énfasis en el artículo “la”. Por eso, hay que afirmar taxativamente que la evangelización ha pasado a formar parte esencial del corazón de la Iglesia. Una Asociación vicenciana tendrá que aportar su carisma, su espiritualidad, su estilo propio a la tarea eclesial de la evangelización. La misión de los miembros de esta Asociación es evangelizar y ser evangelizados desde su vivencia específica y en los ámbitos propios de su vocación vicenciana neta y específica. Ahí es donde está su colaboración y su lugar en la evangelización universal de la Iglesia.

ALGUNAS ACLARACIONES SOBRE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN En el título de esta conferencia se habla de la “nueva evangelización”. Es el vocablo que solemos usar con más frecuencia en los últimos años, desde que el Papa Juan Pablo II, en una visita pastoral a Polonia en 1979, hablase de “una evangelización nueva en su ardor, en su método y en su expresión”. El Papa Benedicto XVI, hizo de la nueva evangelización el tema medular de su Papado e instituyó el “Consejo Pontificio para la promoción de la nueva evangelización”. El último Sínodo de los obispos ha tratado sobre la nueva evangelización. Y, por supuesto, el Papa Francisco tiene la nueva evangelización como norte y guía de su pontificado. Su Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” está marcando un antes y un después en el tema. Es decir, hoy al hablar de evangelización, siempre se emplea el adjetivo calificativo “nueva”. Hablemos de “nueva evangelización” o solamente de “evangelización”, lo verdaderamente importante es saber qué significa, qué contiene y qué conlleva el anuncio del Evangelio en este siglo XXI y en esta sociedad secularizada, laicista y postmoderna. Lo importante es qué queremos decir cuando hablamos y escribimos sobre “evangelización”. -- La nueva evangelización significa dos cosas. Obviamente, y en primer lugar, significa que de nuevo hay que volver a evangelizar, puesto que la secularización se está decantando como una galopante descristianización. Los valores del evangelio, tales como el amor, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad... han cedido estrepitosamente ante el empuje de nuevos valores “seculares” como el progreso, la eficacia, el éxito, el consumo... Pues aunque los valores cristianos siguen en la boca, hace tiempo que ya no están en el corazón. No son los que nos mueven cada día, sino los que dejamos que solamente nos conmuevan en días señalados y contados con los dedos de una mano. --Pero la nueva evangelización significa también, y sobre todo, que hay que evangelizar de nuevo, de una manera nueva, con nuevos métodos, nuevas metas y nuevas estrategias, para no incurrir en los errores del pasado. La nueva meta no puede ser el formar otra cristiandad, sino la construcción del reino de Dios. Y eso nada tiene que ver con la ocupación conquistadora del mundo, sino con la presencia testimonial

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en el mundo. No se trata de bautizar una cultura o un territorio, sino de bautizar al que crea, es decir, al que quiera asumir y compartir el mensaje de Jesús de Nazaret. -- Tampoco hay que olvidar lo que el Papa Francisco viene repitiendo con insistencia en todas sus alocuciones y, más concretamente, en su Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”: que la evangelización (o la nueva evangelización) tiene que poner a la Iglesia, a toda la Iglesia, en “estado de misión”, de “salida”, y tiene que moverse en las “periferias” de la vida, periferias materiales, morales, geográficas, existenciales, espirituales...; y que esta evangelización tiene que ser diálogo, sanación, esperanza y alegría (Cf. Evangelii gaudium, nn. 20, 30, 46, 191). Lo mismo que dijo, el 13 de octubre del año 2013, a los miembros del Pontificio Consejo para la nueva evangelización: “La Iglesia es la casa en la cual las puertas están siempre abiertas no sólo para que cada uno pueda encontrar allí acogida y respirar amor y esperanza, sino también para que nosotros podamos salir a llevar este amor y esta esperanza. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nuestro recinto y nos guía hasta las periferias de la humanidad”. Por eso, después de todo lo dicho, me atrevo a trazar unas claves o líneas específicamente vicencianas que nos aproximen a lo que pudiera ser hoy nuestra contribución genuina a la nueva y urgente evangelización.

PUNTO DE PARTIDA: EL MARCO ESPECÍFICO DE LA MISIÓN VICENCIANA Una Asociación vicenciana, si quiere ser coherente con ella misma, tiene que partir de un marco específicamente vicenciano. Y este marco nos lo proporciona el mismo San Vicente de Paúl, el 6 de diciembre de 1658, en una conferencia a los misioneros paúles: “(Nuestra misión es): dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres” (SVP, XI, 387, en la edición española). Aunque esta frase originalmente está dirigida a los miembros de la Congregación de la Misión, forma parte de la más genuina tradición vicenciana y es aplicable y aplicada a todas las ramas de la Familia Vicenciana. Esta frase, para mí, constituye el mejor resumen de lo que debe ser el sello vicenciano de la evangelización. Y nos lleva a las grandes resonancias de la “Evangelii nuntiandi” de Pablo VI. Desde este marco específico deben inspirarse, orientarse y articularse todas nuestras acciones evangelizadoras, y también hacia este marco específico deben confluir todas nuestras actitudes y disposiciones.

PUNTO NUCLEAR: EL ALIENTO VITAL DE LA MISIÓN VICENCIANA Ese marco específico de la misión vicenciana nos presenta lo más nuclear, lo que da consistencia y aliento vital a los evangelizadores vicencianos. Aún más, ese marco específico nos descubre que sin este aliento vital, la evangelización se quedaría en una estrategia meramente altruista o en un discurso demagógico. Son tres

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coordenadas que estuvieron en la base de la opción radical de Vicente de Paúl y de Luisa de Marillac, y que tienen que estar en la entraña evangelizadora vicenciana:

a) La experiencia del buen Dios protector de los pobres: A finales de la década de los años sesenta del siglo pasado, el famoso teólogo alemán Karl Rahner decía: “El cristiano del futuro será un místico, es decir, una persona que ha experimentado a Dios, o no será cristiano”. Lo que entonces pudo parecer una ocurrencia teológica, hoy se ha convertido en una verdad incontrovertible. Sin una vivencia profunda de Dios, sin un encuentro personal y totalizante con el Dios que nos ama, que nos perdona, que nos guía, que nos habita, que nos transforma..., la evangelización se queda en palabrería, en propaganda o en proselitismo. Pero el Dios que tiene que experimentar, anunciar y manifestar un vicenciano es el Dios “protector y defensor de los pobres y desvalidos”. El Dios revelado por Jesucristo y vivido y experimentado por Vicente de Paúl (Cf. SVP, IX, 1057). El Dios del amor, de la misericordia. El Dios que es el primero en optar por los pobres y que, por eso, la causa de los pobres es la causa de Dios y la cuestión de los pobres es la cuestión de Dios. Con razón se ha dicho que el verdadero y auténtico místico, es decir, el que tiene una verdadera experiencia de Dios y un auténtico encuentro con Él, es la persona más revolucionaria. San Vicente de Paúl subrayaba: “Dadme una persona de oración y será capaz de todo” (SVP, XI, 778).

b) La centralidad de Jesucristo evangelizador y servidor de los pobres: El rasgo cristológico que más destaca Vicente de Paúl es el de Cristo evangelizador y servidor de los pobres: “Ved, hermanos míos, cómo lo principal para Nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como de pasada” (SVP, XI, 56). La vida evangelizadora de un vicenciano consiste en “hacer y continuar lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra” (Cf. SVP, IX, 34). La vocación de un vicenciano tiene su punto de inflexión en “expresar al vivo la vocación de Jesucristo evangelizador y servidor de los pobres” (Cf. SVP, XI, 55). Un vicenciano opta radicalmente por los pobres porque la causa de los pobres es la causa de Cristo, y la causa de Cristo es la causa de los pobres. Además, un miembro de una Asociación vicenciana tiene que fijar su mirada en el capítulo 4, versículos 18 y 19 del evangelio de San Lucas (“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres...”). Ahí encuentra el punto clave de su vocación y de su misión en la Iglesia y en la sociedad.

c) La pasión por los pobres: No se trata solamente de preocupación por los pobres o de cercanía a los pobres, que ya sería un gran avance, sino de algo más. Se trata de vivir aquello que expresaba Vicente de Paúl: “Los pobres, que no saben qué hacer ni a dónde ir, que se

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multiplican todos los días, constituyen mi peso y mi dolor” (Carta de Vicente de Paúl al P. Almerás, el 8 de octubre de 1649. Cf P. Collet, La vie de Saint Vincent de Paul, vol. I, 479). Se trata, pues, de que los pobres sean nuestra pasión dominante, y ante una pasión así, todo lo demás queda en un segundo plano. Vicente de Paúl, movido por esa pasión por los pobres, llega a decir: “Tendríamos que vendernos a nosotros mismos para sacar a nuestros hermanos de la miseria” (SVP, IX, 451).

PUNTO FUNDANTE: EN LA “ESCUELA DE LOS POBRES” Cuando decimos que hay que prestar atención al segundo polo de la evangelización, al “ser evangelizados”, un vicenciano sabe que, en coherencia con su carisma y con su espiritualidad, sólo hay una “escuela” para “ser evangelizado”: los pobres, que son “sacramento de Cristo” y “amos y señores”. “Ellos (los pobres) tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 198). Cualquiera diría que este párrafo es la traducción al lenguaje actual de un texto de Vicente de Paúl. Pero es de la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” del Papa Francisco. Y no es de extrañar que en un documento sobre la evangelización aparezca, con énfasis, una alusión explícita e interpelante sobre los pobres como “evangelizadores nuestros”. En definitiva, es lo que Vicente de Paúl subrayó: que los pobres, además de ser nuestros amos y señores, son también nuestros “maestros”. Es cierto que Vicente de Paúl nunca dijo o escribió, de forma textual, que “los pobres nos evangelizan” o “somos evangelizados por los pobres”. No es lenguaje imaginable en la teología, en la espiritualidad y en la pastoral de su tiempo. Pero no es menos cierto también que la mejor hermenéutica vicenciana nos dice que Vicente de Paúl dice en su lenguaje lo que nosotros decimos hoy en el nuestro. Por eso, para un vicenciano, el clamor de los pobres, sus necesidades básicas, el abandono y la marginación que sufren... son claros signos de la voluntad de Dios, son manifestaciones palpables de que Dios nos está urgiendo a luchar por ellos, a llevarles la Buena Noticia de la salvación integral. En la “escuela de los pobres”, el vicenciano tiene que aprender una serie de lecciones vitales para llevar a cabo su tarea evangelizadora. Por ejemplo, San Vicente de Paúl destaca las siguientes lecciones que nos dan los pobres: nos enseñan cuál es la voluntad de Dios y dónde está nuestro sitio en la Iglesia y en la sociedad; nos introducen cerca de Dios; nos remiten sin cesar a Jesucristo; nos interpelan con su sufrimiento; nos invitan a una pobreza más radical; nos muestran la mordedura de la pobreza; nos evangelizan mediante su paciencia y su capacidad de acogida.

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Vicente de Paúl tiene un párrafo memorable en una conferencia a los Sacerdotes de la Misión: “Lo que me queda de la experiencia que tengo, es el juicio que siempre me he hecho: que la verdadera religión, hermanos míos, la verdadera religión está entre los pobres. Dios los ha enriquecido con una fe viva: ellos creen, palpan, saborean las palabras de vida. No los veréis nunca, en medio de sus enfermedades, aflicciones y necesidades, murmurar, quejarse, dejarse llevar de la impaciencia; nunca, o muy raras veces. Lo ordinario es que sepan conservar la paz en medio de sus penas y calamidades. ¿Cuál es la causa de esto? La fe. ¿Por qué? Porque son sencillos y Dios hace abundar en ellos las gracias que les niega a los ricos y sabios del mundo” (SVP, XI, 462).

PUNTO DE LLEGADA: ALGUNAS INSISTENCIAS EVANGELIZADORAS DESDE LA ESPIRITUALIDAD Y EL CARISMA VICENCIANO Todo proceso evangelizador debe aterrizar en un mensaje, un anuncio, un compromiso de vida, una manifestación concreta de la alegría del Evangelio. Pero lo primero que tenemos que preguntarnos, antes del aterrizaje concreto, es si el evangelio que anunciamos es Buena Noticia para los pobres y si nosotros hacemos creíble ese evangelio. A veces, nos puede ocurrir que estemos anunciando mensajes vacíos que a nadie interesan o que estemos anulando y oscureciendo esos mensajes con nuestra forma antievangélica y antivicenciana de pensar y de vivir. A continuación, tenemos que hacernos otra pregunta: ¿qué evangelio -es decir, qué Buenas Noticias- anunciamos o debemos anunciar, hoy y aquí, los vicencianos? No se trata de inventar nada nuevo. No se trata de buscar originalidades o novedades. Se trata de subrayar algunas insistencias de ayer, de hoy y de mañana que están en la entraña de nuestro carisma y de nuestra espiritualidad, y que forman parte de la contribución vicenciana a la evangelización nueva y de siempre. Voy a señalar, como una muestra, algunas de estas insistencias vicencianas evangelizadoras que debería tener muy presente un miembro de una Asociación como la vuestra.

a) El evangelio de la encarnación: El teólogo J. B. Metz puso en circulación, hace algunos años, una expresión muy gráfica para entender el “evangelio de la encarnación”. Dice así: “La experiencia de Dios inspirada bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de ojos abiertos; no es una percepción relacionada únicamente con uno mismo, sino una percepción intensificada del sufrimiento ajeno”. Vicente de Paúl acudía al himno prepaulino de la carta a los Filipenses donde se canta la “kenosis”, el abajamiento, el anonadamiento de Cristo hasta tomar la condición de esclavo (Cf. Flp 2, 5-11). Son maneras de expresar que para ser evangelizados y para evangelizar sólo hay un camino, el que tomó Jesucristo: encarnarse, poner la tienda en el reverso de la historia y en el compromiso con las víctimas del sistema. Porque sin encarnación, sin inculturación, sin comunión con las personas, no puede haber evangelización. Habrá

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simplemente burocracia. Sin encarnación, el pretendido evangelizador no pasaría de ser un buen funcionario de la religión.

b) El evangelio de la sensibilidad: “(El efecto de la caridad) consiste en no ver sufrir a nadie sin sufrir con él, no ver llorar a nadie sin llorar con él. Se trata de un acto de amor que hace entrar a los corazones unos en otros para que sientan lo mismo, lejos de aquellos que no sienten ninguna pena por el dolor de los afligidos ni por el sufrimiento de los pobres... ¡Cómo! ¡ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad; es ser peor que las bestias” (SVP, XI, 560-561). Estos dos párrafos forman parte de una conferencia de Vicente de Paúl a los sacerdotes y hermanos de la Misión sobre la caridad. Entre las muchas dimensiones que vertebran la caridad, subraya, con gran énfasis, la sensibilidad ante las necesidades y los sufrimientos de nuestros hermanos los pobres porque la base de todo está en ser auténticamente sensibles ante el prójimo sufriente. Sin sensibilidad, no hay apertura y cercanía a los pobres. En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, y que define la vida, la falta de sensibilidad nos convierte en explotadores como los asaltantes o en falsos neutrales como el sacerdote y el levita. Sin sensibilidad, el clamor de los pobres se ahoga y se silencia entre la insolidaridad y el egoísmo. Sin sensibilidad, el cruel mundo de los pobres se queda en los libros y en las noticias frías. Sin sensibilidad, no puede haber descubrimiento de Jesucristo en los pobres y en los marginados, porque la fe y la evangelización se quedan en un conjunto de doctrina aprendida y recitada de memoria. En resumen, el evangelizador vicenciano debe saber que la sensibilidad conduce a la pasión por los pobres, al amor afectivo y efectivo a los pobres, y a la lucha por la nueva justicia a favor de los olvidados en las periferias de la vida, y, a la vez, debe saber también que, en esta sociedad mecanizada y calculadora, la sensibilidad es un testimonio evangelizador más convincente que los grandes discursos teológicos y espirituales. Por otra parte, pienso -y la experiencia diaria lo confirma- que la sensibilidad hacia los pobres es un soporte fundamental para la nueva evangelización. No hace falta nada más que asomarse a los evangelios para ver cómo las obras de Jesús de Nazaret anunciando el Reino estaban llenas de una sensibilidad entrañable y especial hacia las personas aquejadas por alguna contrariedad.

c) El evangelio de la caridad: No creo que haya ningún grupo eclesial, ya sea laico o religioso, que no esté totalmente convencido de que la caridad es tarea y deber de todos los cristianos sin excepción, que es la marca única y auténtica del cristiano verdadero y que la forma esencial de ser y estar los cristianos entre sí y ante el mundo es el servicio de la caridad. Y, por supuesto, no creo que ningún vicenciano ignore algo tan elemental y tan obvio.

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Dentro del común denominador que es el evangelio de la caridad, el vicenciano tiene que dar un nuevo empuje, una audacia creativa, un rostro renovado a ese evangelio de la caridad. Como Vicente de Paúl, los miembros de una Asociación vicenciana tienen que atreverse a rescatar la caridad del intimismo espiritualista, de la falsa tranquilidad, de la rutina cumplidora. Tienen que transformar la caridad en mucho más que una simple virtud en el sentido tradicional del término.

Una escena muy sugerente y significativa de la película “Monsieur Vincent” (“El señor Vicente”), mezcla de historia real y ficción ajustada a la realidad, nos puede ayudar a entender qué significa “dar un impulso nuevo” al evangelio de la caridad. Y ello, para hacerle efectivo, solidario liberador y portador de Buenas Noticias, para que se haga patente que la caridad es el fundamento y el eje de la evangelización, para poner de manifiesto que el evangelio de la caridad es lo más genuino y específico de la contribución vicenciana a la nueva evangelización. En dicha película, Vicente de Paúl se entrevista con el Canciller Séguier, una especie de Ministro de Justicia y de Interior, y éste le comunica que, dentro de unos días, no habrá ni un solo pobre en la ciudad de París. Ante el asombro gozoso de Vicente de Paúl, el Canciller Séguier le da la clave para acabar con los pobres: “Los encarcelaré a todos”. Vicente de Paúl, enojado, replica: “La caridad, señor Canciller, consiste en ayudar a los pobres a mantener su dignidad de personas”. Y el Canciller Séguier corta el diálogo con un arrebato de ira: “¡La caridad! ¡La caridad! Es la que vos habéis inventado. Antes no era más que una virtud, era perfecta. Se invitaba a las damas de linaje en sus parroquias, se la mencionaba en los sermones, provocaba una lagrimita, una moneda de la bolsa y todo el mundo estaba tranquilo. Vos habéis sido un visionario. Habéis removido cielo y tierra. Y tanto fastidiáis con vuestra caridad que la habéis echado en manos del gobierno... Sinceramente, ¿creéis que tenemos necesidad de vuestra caridad? Antes de vuestra cruzada, también había pobres y no perturbaban el sueño de las personas decentes...”.

d) El evangelio de la misericordia: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! Que a todos, creyentes y alejados, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros”. Así nos dice el Papa Francisco en su magnífica Carta-Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia. Y así hablaba Vicente de Paúl: “Es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacerlos capaces de sentir los sufrimientos y las miserias del prójimo, pidiendo a Dios que nos dé el verdadero espíritu de misericordia, que es el espíritu propio de Dios. Pues, como dice la Iglesia, es propio de Dios hacer misericordia y conceder el espíritu de ella. Pidámosle, pues, a Dios, hermanos míos, que nos dé ese espíritu de compasión y de misericordia; que nos llene de él, que nos lo conserve, de forma que quienes vean a un misionero puedan decir: he ahí un hombre lleno de

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misericordia. Pensemos un poco en la necesidad que tenemos de misericordia nosotros, que debemos ejercitarla con los demás y llevar esa misericordia a toda clase de lugares, sufriéndolo todo por misericordia” (Cf. Luis Abelly, Vida del Venerable Siervo de Dios Vicente de Paúl, Fundador y primer Superior General de la Congregación de la Misión, CEME, Salamanca 1994, 632). Parece que últimamente se habla más de la misericordia en homilías, discursos, documentos pastorales..., fruto de que el Papa Francisco ha hecho de esta actitud una especie de brújula de su pontificado. Pero, en realidad, el evangelio de la misericordia siempre ha estado -o ha debido estar- en la primera línea de la evangelización. Incluso ha sido y continúa siendo como una prueba de “verificación eclesiológica”, en el sentido que ya apuntó el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Dives in misericordia” (“Dios, rico en misericordia”): “La Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia, el atributo más estupendo del Creador y Redentor” (Dives in misericordia, nº 13).

e) El evangelio de la esperanza: En el discurso de clausura del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, el Papa Pablo VI resumió, en un hermoso, párrafo la letra y el espíritu conciliar: “El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo, en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores; en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza”. Y, a continuación, daba la razón de ese mensaje de esperanza: “Los valores (del mundo contemporáneo) no sólo han sido respetados, sino honrados; sostenidos sus incesantes esfuerzos; sus aspiraciones, purificadas y bendecidas” (Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 1966, 828). Cuando la nueva evangelización no proclama ni manifiesta la Buena y consoladora Noticia de la esperanza y, por el contrario, lanza condenas, juicios negativos, amonestaciones apocalípticas..., ya no puede considerarse evangelización, sino adoctrinamiento fundamentalista. Cuando el presunto evangelizador se apoya, sobre todo, en leyes, códigos, normas, moralinas agresivas e intolerantes, tradiciones superadas... y no es capaz de abrir caminos nuevos de vida, de ilusión y de esperanza, está echando vino viejo en odres nuevos, y, lógicamente, está estropeando el vino y los odres (Cf. Mt 9, 17). El Papa Francisco, en el capítulo V de su Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”, nos habla de cómo ser “evangelizadores con espíritu”. Y, entre otras cosas, nos dice: “Es verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos advierte muy claramente: ‘Hacedlo con dulzura y respeto’ (1 Pe 3,16)... Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral entre otras posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante... De ese modo, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo” (Evangelii gaudium, nº 271).

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Con qué fuerza resuena la voz escrita del Papa Francisco cuando, al finalizar el nº 86 de su Exhortación tantas veces citada, exclama: “¡No nos dejemos robar la esperanza!”.

UNA CUESTIÓN DE FONDO: ¿EVANGELIZADOS PARA PODER EVANGELIZAR? El lema que aglutina y cohesiona esta IV Asamblea General de JMV Internacional es una cuestión que viene debatiéndose, desde hace tiempo, en los foros teológicos y pastorales. Esta cuestión ha surgido desde que ha penetrado en la sociedad la increencia, el secularismo, el pluralismo, la multiculturalidad... En una sociedad de cristiandad uniforme no había lugar para la duda ni para la discusión: bastaba con estar bautizado y ser un buen practicante piadoso de los sacramentos. Desde un frente más radical se dice: “Si no estás evangelizado, no evangelices; si no has hecho una opción seria y lúcida por Jesucristo y su mensaje, no cometas la arrogancia de evangelizar, antes tienes que estar evangelizado”. Desde otro frente igualmente riguroso se advierte: “Para evangelizar, hay que haber pasado del evangelio “aprendido”, “sabido” y “conocido teóricamente” al evangelio “vivido y vitalmente experimentado”. Hay también una tercera posición más equidistante y céntrica que suaviza las exigencias anteriores y, sin restar importancia alguna a la necesidad imperiosa de “ser evangelizado”, propone que el cristiano, por ser cristiano, tiene el deber y el mandato de evangelizar, aunque no sea perfecto o esté lejos de una completa conversión. Aún más, todo evangelizador va madurando y avanzando en el camino de la fe en la medida en que va avanzando y comprometiéndose en su tarea evangelizadora. Ciertamente, el Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización, el 26 de octubre del año 2012, advierte que la evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos y que hay que ponerse en estado de conversión (Mensaje al Pueblo de Dios de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización, nº 5). El Papa Francisco, en la segunda parte del capítulo segundo de su Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”, se acerca, desde otro ángulo, a esta cuestión. Él no plantea la alternativa entre estar evangelizado y evangelizar. Lo que el Papa pretende con sabiduría pastoral, con realismo y con lucidez es una fuerte llamada a la “conversión” de los agentes pastorales, de los evangelizadores. Es otra forma de llamar la atención sobre la necesidad de que los evangelizadores se esfuercen por ser evangelizados. Así, en ese apartado que se titula “tentaciones de los agentes pastorales”, el Papa va desgranando una serie de situaciones de la cultura actual y del propio evangelizador que inciden negativamente en su identidad y en su misión. Situaciones como el dominio del individualismo, la crisis de identidad, la caída del fervor que lleva al relativismo y a actuar como si Dios no existiera y como si los pobres tampoco existieran. El Papa Francisco subraya con fuerza una tentación que denomina “acedia”

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(expresión muy jesuítica por ser muy empleada y citada en los Ejercicios Espirituales ignacianos): una mezcla de tristeza, tedio, desidia, pereza, negligencia, indiferencia, mediocridad... Y, por supuesto, pone también el énfasis en la tentación del “pesimismo estéril de los profetas de calamidades”. Todas las tentaciones de los agentes pastorales las resume el Papa Francisco con la expresión “mundanidad espiritual”, es decir, el acomodamiento a los criterios, juicios, maneras de pensar y de actuar de este mundo, en lugar de seguir los criterios y valores del Evangelio de Jesucristo. Esta cuestión de fondo está ahí y, a buen seguro, seguirá siendo objeto de debate. Lo cual significa que es una forma de tomarse en serio la evangelización y de intentar que la evangelización -la nueva y la de siempre- sea la preocupación primordial del cristiano y, por supuesto, del vicenciano. Para ese debate sería bueno no perder de vista lo que dice Pablo VI en la Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi” al hablar de la “conversión” que debe producir la verdadera evangelización: “Evangelizar es provocar un cambio interior, transformar desde dentro, de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la realidad de la persona, de la humanidad y de las culturas” (Cf. Evangelii nuntiandi, nn. 18-19).

CONCLUSIÓN: CONVENCIMIENTO DE LA VOCACIÓN EVANGELIZADORA Si la Iglesia existe para evangelizar, una Asociación eclesial y vicenciana también debe existir para evangelizar. Si la vocación propia de la Iglesia y de la Familia Vicenciana es la evangelización, la vocación básica y esencial de una Asociación perteneciente a la Iglesia y a la Familia Vicenciana tiene que ser también e inexcusablemente la evangelización. Pero estas afirmaciones, que nadie pone en duda, y todo lo anterior que hemos reflexionado tienen que llevar el respaldo de una actitud fundamental: el convencimiento real, efectivo y práctico. De nada nos valen las grandes teorías y los bellos documentos, si no tenemos un convencimiento existencial de nuestra vocación evangelizadora. Cuando Pablo, con acento desgarrador, exclama en su primera carta a los cristianos de Corinto: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9, 16), lo hace desde su más profundo convencimiento. Cuando Vicente de Paúl se lanza a la evangelización de los pobres, lo hace porque está sinceramente convencido de que ésa es su vocación y ahí se juega su existencia humana y cristiana. Y desde este convencimiento tenemos que demostrar que, a pesar de las dificultades, la evangelización no es una carga pesada o una responsabilidad incómoda, sino una vocación gozosa. Por eso, quiero terminar con otra exclamación vibrante del Papa Francisco: “¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!”.

CELESTINO FERNÁNDEZ, C. M. Salamanca, 25 de julio de 2015

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PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR Y COMPARTIR IV Asamblea General de JMV Internacional Salamanca, 25 de julio de 2015

1) ¿Te sientes capacitado para evangelizar o piensas que todavía no has dado el paso de un cristianismo teórico, aprendido, a un cristianismo convencido y vivido? ¿Dónde te encuentras?

2) ¿Qué espacios (lugares, grupos, personas, instituciones...) están más necesitados de evangelización en la sociedad, en la cultura y en el entorno donde tú desarrollas tu vida de ciudadano y de cristiano?

3) ¿Estás convencido de que la Asociación JMV existe para evangelizar? ¿Estás convencido de que tu vocación fundamental es la evangelización? ¿Por qué y cómo?

4) ¿Puedes contar alguna experiencia evangelizadora que hayas llevado a cabo y que haya influido fuertemente en tu vida o que haya transformado tu persona y tu estilo de vida?

CELESTINO FERNÁNDEZ, C. M.

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