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CRITICÓN, 110, 2010, pp. 27-37.
¿Tres arzobispos en busca de ejemplaridad? Distorsiones axiológicas y fluctuaciones genéricas en tres biografías eclesiásticas de Pedro Salazar de Mendoza
F ab r ice Qu er o Université Michel de Montaigne-Bordeaux III
A lo largo de su carrera eclesiástica, Pedro Salazar de Mendoza asumió varios cargos en la Iglesia de Toledo y en la capital imperial como canónigo penitenciario del cabildo catedralicio, secretario privado del cardenal Quiroga y administrador del hospital de San Juan Bautista1. Puso también su pluma al servicio de la sede primada consagrando tres obras a titulares de la dignidad arzobispal: Pedro González de Mendoza (1482-1495), Juan Pardo de Tavera (1534-1545) y Bartolomé Carranza (1558-1576). Se trata de las obras siguientes: Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza (1625, 479 p.); Crónico del cardenal don Juan Tavera (1603, 410 p.); y Vida y sucesos prósperos y adversos de don Bartolomé de Carranza y Miranda, Arzobispo de Toledo (manuscrito de 83 folios, publicado póstumamente en 1784, 209 p.)2. Con esta parte de su producción escrita, Pedro Salazar de Mendoza se inscribe en la tradición antigua pero vivaz de los episcopologios, catálogos de los pontífices de un obispado y elogio de los mismos, y de manera más precisa en la de las biografías eclesiásticas de las que se componen. Ya desde el principio de las obras dedicadas a los 1 Para la biografía de Pedro Salazar de Mendoza, véase la edición por Enrique Soria Mesa del Origen de las dignidades seglares de Castilla y León. 2 Nos limitamos a los prelados de un largo siglo XVI, que corre desde finales de la Edad Media hasta el final del siglo xvi, y por eso dejamos de lado la obra consagrada al santo arzobispo del siglo vii, El glorioso doctor San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas (1618). Por ese mismo marco cronológico, y aunque no es objeto de una obra propia, a esos tres famosos prelados cabe añadir la figura de Gaspar de Quiroga (1577-1594) que queda bosquejada en sustanciales páginas (pp. 289-325) de la Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza.
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arzobispos mencionados precedentemente no cabe ninguna duda respecto a lo encomiástico de la intención de su autor ni a la movilización por él del estricto patrón de la ejemplaridad eclesiástica en cada una de ellas. Y esto es tanto más interesante cuanto que la biografía de cada uno de los tres obispos ofrece elementos que entran en conflicto con dicha ejemplaridad eclesiástica. El caso de Carranza, arzobispo sobre cuya ortodoxia pesan graves sospechas, es el más emblemático, ya que su recorrido existencial combina «sucesos prósperos y adversos» como reza el título de la obra a él dedicada. Pero, si ciertos elementos biográficos pueden ser obstáculos para el efectivo fomento de la ejemplaridad episcopal —suma de las virtudes del cristiano y de la excelencia en el cumplimiento de una misión específica como obispo—, tampoco las opciones genéricas tomadas por Salazar de Mendoza parecen, a primera vista, adecuarse con la esperada emergencia de unas figuras modélicas tradicionales. El modelo del relato cronístico parece, en efecto, informar el desarrollo de la narración biográfica de unas obras colocadas bajo el rótulo de crónica, de crónico o de vida y sucesos. La dimensión política y la consiguiente vinculación de esos personajes con la historia seglar de su tiempo pueden explicar el recurso al modelo de la crónica, pero ese tipo de discurso histórico no deja de crear en cada obra una importante contradicción interna. Proponiendo un discurso ante todo preocupado por narrar lo acontecido y reacio a discriminar los varios niveles biográficos de una vida (ministerio episcopal y vida espiritual, vida privada, intervenciones en la vida política, etc.), las obras de Salazar de Mendoza tejen por sí mismas un espacio textual en el que la demostración de la ejemplaridad, que precisa de un marco y de una estructura firmes, se ve anegada en el flujo informe, discontinuo y a veces errático de la narración cronística. Distorsión del modelo episcopal
Como leal servidor de la Iglesia de Toledo y fiel súbdito de la monarquía española, Salazar de Mendoza podía difícilmente concebir la redacción de las tres obras que consagra a los nombrados arzobispos fuera de una dimensión ejemplarizante: a aquellos personajes, cualesquiera que fueran, no los podía considerar de otra manera que como dechados de cristianos y modelos para los titulares de la dignidad episcopal. De esa forma, se inscribía Pedro Salazar de Mendoza en la tradición historiográfica propia de la Iglesia de Toledo e ilustrada por los episcopologios o historias episcopales de Juan Bautista Pérez, Baltasar Porreño, Jerónimo Román de la Higuera o Diego de Castejón y Fonseca. Pero esos últimos autores pretendían abarcar la totalidad de la historia de la sede y de sus prelados y por eso se veían obligados a ofrecer la visión de una realidad que preservara la armonía de su fresco histórico y no interrumpiera el fluir de las excelencias de la Iglesia de Toledo y la implícita permanencia de eminentes virtudes en la sucesión de sus arzobispos. El caso de Pedro Salazar de Mendoza es diferente. Si bien todo aboga por la inscripción de su labor dentro de semejante planteamiento, nos podemos interrogar sobre sus motivaciones que le condujeron a elegir a figuras tan controvertidas o que proporcionaban tantos obstáculos que superar para hacer de ellas ejemplos de cristianos y de prelados. Un obispo medieval, con la relajación moral que se suele asociar al clero
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de aquella época; otro, aunque menos extravagante en su vida personal, anterior eso sí, a la reafirmación tridentina de la misión episcopal y de las normas disciplinares propias de aquéllos que tienen que desempeñarla 3; por fin, un prestigioso padre conciliar español pero que lleva la infamante e indeleble mácula de la acusación inquisitorial de heterodoxia: tenemos aquí un elenco muy poco propicio para proponer una visión homogénea y unilateral del obispo ejemplar. Si ponemos aparte el caso de Carranza, cuya elección suscita bastante perplejidad en el lector4, la dedicación de otras dos obras a los cardenales Mendoza y Tavera se justifica básicamente por motivos de lealtad dinástica y patronal, o sea, por una parte, hacia el padre del fundador de la rama bastarda de la que procedía el propio Salazar de Mendoza y, por otra parte, hacia el fundador del prestigioso hospital del que fue administrador entre 1587 y 1605. Exaltando a esos personajes, el canónigo no hacía otra cosa sino incidir en su prestigio personal. Dicho esto, la lectura de las tres obras permite clasificar a los tres prelados según el grado de las dificultades que ofrecen sus respectivas biografías para la realización de la empresa ejemplar del autor. La figura que menos dificultades plantea es la de Pedro González de Mendoza. La composición de su crónica se presenta como una respuesta tardía pero imprescindible para colmar una importante laguna: el cardenal de Santa Cruz aparecía en la totalidad de las obras que trataban de los reinados de Enrique IV y de los Reyes Católicos, pero se quedaba sin historia de su propia vida5. En el otro extremo se sitúa Carranza: se debe a la acusación de heterodoxia y al larguísimo proceso inquisitorial que lo privaron del ejercicio de su ministerio de arzobispo y lo alejaron para siempre de su sede. En cuanto al nieto de Diego de Deza, Juan Pardo de Tavera, suscita menos reservas. Sin embargo, en su Crónico se recuerda que queda manchado por la grave culpa que habría cometido en la gestión temporal del arzobispado, consintiendo la enajenación del Adelantamiento de Cazorla en las personas de Francisco de los Cobos y de su hijo Diego, marqués de Camarasa. Y aunque este fallo en la labor de gobierno de la jurisdicción arzobispal no implica peligrosas consecuencias para la salvación de los fieles cuya cura animarum asume su pastor, no por eso deja de constituir una contravención a uno de los tres ejes de la misión del obispo, junto con la obligación de confesar y de consagrar. El hecho es que el cardenal Tavera fue, incluso en mayor grado que Bartolomé Carranza, blanco de críticas en el arzobispado de Toledo. Por eso, Salazar de Mendoza asigna a la crónica de Tavera y la Vida de Carranza un propósito apologético. Su pluma se convierte en otra espada de la verdad que viene a vindicar unas figuras injustamente vapuleadas, unas memorias vilmente enfangadas. Lo proclama sin ambages al principio del capítulo XIII del Crónico del cardenal don Juan Tavera: 3
Véase Tallon, 2000, pp. 65-83 y pp. 100-102, y Certeau, 2005, pp. 116-134. Ignoramos, en efecto, las motivaciones precisas por las que Pedro Salazar de Mendoza redactó esa biografía, tanto como la época de su vida en la que se consagró a esa tarea. 5 Salazar de Mendoza, Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza, p. 21. La adhesión tardía del linaje de los Mendoza al bando de los Reyes Católicos durante la guerra de sucesión de Castilla y el nacimiento de los dos bastardos del cardenal no parecen plantear dificultades semejantes a las que se dan en las biografías de Tavera y Carranza. 4
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Una de las razones que principalmente movieron a escribir este crónico fue sacar a muchos del error en que están, creyendo que el Adelantamiento de Cazorla se ajenó de la santa iglesia de Toledo por voluntad del cardenal. Es engaño manifiesto, porque no dio consentimiento para que se hiciese esta ajenación; contradíjola y estorbola con mucha determinación, todas las veces que se le propuso, y hizo grandes oficios y esfuerzos para que no se efectuase, ni se efectuó en su vida6.
Parecidamente, al exonerar al inquisidor general Fernando de Valdés de la responsabilidad de la denuncia de Carranza y al emitir la hipótesis de que la acusación procediera de la envidia de algunos de los hermanos dominicos del prelado, el editor del texto, que cumple con las órdenes del Consejo de Castilla, patrocinador de la publicación póstuma de la Vida y sucesos adversos y prósperos, subrayará el militantismo de la obra de Salazar de Mendoza7. ¿Del caso al ejemplo?: a m b i güe d a d e s ge né r i c a s y d i s c ur s i v a s
Queda que el fuerte componente apologético no hace sino reforzar la ejemplaridad propia de la biografía eclesiástica. Las tres obras estudiadas ponen pues, con mayor o menor desenvoltura, un especial cuidado en disponer a lo largo del relato ejemplos de las principales virtudes del cristiano en general y del pontífice en particular. Resultaría fastidioso evocarlos con todo detalle para cada uno de los arzobispos elegidos por Salazar de Mendoza: nos contentaremos con el ejemplo más ilustrativo de esta tendencia. La biografía de Bartolomé Carranza presenta hondas semejanzas con la de otros prelados toledanos biografiados. La promoción de su caridad, cimiento de las virtudes del cristiano, provoca la aparición de las mismas hipérboles. En 1540, para socorrer a aquéllos que el hambre hace acudir a Valladolid, el que a la sazón era rector del Colegio de San Gregorio, además de poner los recursos económicos y humanos de la institución universitaria al servicio de los necesitados, vendió la casi totalidad de su biblioteca, «y del trabajo personal vino a enfermar gravemente poco después»8. Así, el verdadero cristiano deberá vivir su fe de manera heroica. En su retrato del pontífice, Salazar de Mendoza reúne, en las páginas consagradas al periodo anterior a la elevación a la dignidad episcopal, unos elementos concentrados en orden a reparar, por anticipado, las importantes grietas abiertas por la actuación inquisitorial contra el arzobispo. La presencia de Carranza en la comitiva del príncipe Felipe durante su estancia en Inglaterra le brinda una excelente ocasión para desarrollar 6
Salazar de Mendoza, Crónico del cardenal don Juan Tavera, p. 130. «No debemos admitir por verdaderos los motivos a que atribuyeron la prisión del esclarecido sujeto de esta historia según refiere el autor de ella; porque suponer que fue por celos del Illmo. Señor Don Fernando de Valdés, porque apetecía para sí el arzobispado de Toledo: [...] la razón lo repugna» (Salazar de Mendoza, Vida y sucesos prósperos y adversos de don Bartolomé de Carranza y Miranda, Arzobispo de Toledo, p. A2). 8 Salazar de Mendoza, Vida y sucesos prósperos y adversos de don Bartolomé de Carranza y Miranda, Arzobispo de Toledo, p. 10. Una escena muy similar tiene como decorado la Salamanca de 1530 y como protagonista al predecesor de Carranza en la mitra de Toledo, el cardenal Juan Martínez Silíceo; véase, por ejemplo, Román de la Higuera, Historia eclesiástica de la imperial ciudad de Toledo, f. 92v. 7
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a lo largo de una secuencia de doce páginas 9 el celo con el que Carranza predica, castiga a unos herejes, anda a caza de Biblias traducidas al inglés. Con semejante procedimiento, que se compagina con refutaciones de las razones invocadas para justificar las acusaciones formuladas contra el arzobispo de Toledo, Pedro Salazar de Mendoza pretende reducir la distancia implícita entre un obispo ejemplar y el prelado real. La Vida de Carranza, sin embargo, es un caso extremo, en la obra de Salazar de Mendoza y en nuestra demostración, tanto por la fuerza del empeño que pone su autor para rescatar la figura y la memoria del prelado de la infamia, como por sus dimensiones más reducidas. Lo que no quita que se note en ella una importante contradicción metodológica observable también en las demás obras examinadas. A los esfuerzos de Salazar de Mendoza por aminorar el impacto del largo paréntesis inquisitorial, concentrando en algunos momentos concretos de su obra elementos biográficos que potencian la coherencia modélica del prelado, se opone en efecto una propensión a la digresión a la que el autor eclesiástico confiesa no poder resistir. En concreto, el largo relato del retorno de las reliquias de San Eugenio a Toledo, y de las festividades que se celebran con ese motivo, no es más que un episodio bastante ajeno al discurso biográfico y que suspende el mismo a lo largo de veintidós páginas. Si bien se produce ese acontecimiento bajo el pontificado de Carranza, no participa el arzobispo en los regocijos por encontrarse encarcelado, y por eso muy poca importancia debería tener en la economía de la obra. El propio Salazar de Mendoza lo confiesa 10. Dentro de una lógica de reconstitución de una ejemplaridad episcopal que dista mucho de darse de forma monolítica en los tres prelados, la inserción de elementos ajenos o incluso exógenos a su formulación habitual tiende así a confundir las pistas. Ese procedimiento perturbador —excepcional, es verdad, en la Vida de Carranza— es una constante en las obras dedicadas a los cardenales Mendoza y Tavera. Aunque justificada por la importancia de su papel político, la irrupción de un relato cronístico, al modo del de los cronistas regios, multiplica los enfoques diferentes sobre los prelados y conduce a una fragmentación de sus figuras episcopales. La Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza ofrece de ello el mejor ejemplo. Su desmesurada extensión supone, primero, una importante dilatación del tiempo biográfico y refleja una propensión a la exhaustividad. Así, Salazar de Mendoza ensancha considerablemente el marco de la biografía para alternar episodios de la vida episcopal con otros más bien relativos al servicio de la monarquía. La consagración episcopal del futuro cardenal y su elevación a la sede de Calahorra (capítulo XX) permiten una primera aproximación a la figura ejemplar del prelado que visita, reforma, celebra sínodos. Pero en realidad, el relato convencional y desencarnado de los primeros pasos del obispo se integra perfectamente en un momento de la crónica que manifiesta 9
Salazar de Mendoza, Vida y sucesos prósperos y adversos de don Bartolomé de Carranza y Miranda, Arzobispo de Toledo, pp. 21-32. Es digna de notar la extensión de ese capítulo en comparación con la práctica habitual del autor en esta obra. 10 «Heme detenido más de lo que entendí al principio en referir estas cosas, por haber acontecido en tiempo del arzobispo, para consuelo y alivio de las aflicciones y trabajos que estaba padeciendo la muy Santa Iglesia con motivo de su prisión», Salazar de Mendoza, Vida y sucesos prósperos y adversos de don Bartolomé de Carranza y Miranda, Arzobispo de Toledo, p. 125.
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más interés en reflexionar sobre la definición del buen privado que sobre la del obispo ideal 11. En otros momentos de la crónica, Salazar de Mendoza somete unos episodios relacionados con el prelado a una amplificatio que hace peligrar su coherencia y los desvincula del hilo biográfico. Como se sabe, la fundación de instituciones universitarias era una tradición medieval entre los obispos en general, y entre los de Toledo en particular, y prefiguraba la institución tridentina de seminarios destinados únicamente a la formación del clero diocesano. Pues bien, el cardenal Mendoza fue el fundador del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, cuya excelencia merece exaltarse como reflejo del intelectual que fue. De modo que el autor de la crónica no vacila en detenerse unas casi cien páginas 12 para insertar en su obra un verdadero tratado de historia universitaria, bastante semejante a los que florecían en aquella época. Dentro del patrón fundaciónprogresos-alumnos famosos, Salazar de Mendoza privilegia un largo elenco de «los claros varones»13 del Colegio. Esto despista al lector, desviando su atención del personaje central de la crónica, mientras que la presencia en la lista de Gaspar de Quiroga —lejano sucesor del cardenal Mendoza en la mitra de Toledo y del que Salazar de Mendoza fue secretario privado—, añade una fuerte competencia en materia de ejemplaridad episcopal. En efecto, la vida privada de Gaspar de Quiroga carece de los devaneos amorosos, de las marcas de orgullo y de las intrigas políticas de los que está plagada la del cardenal Mendoza. Por otra parte, las virtudes que quedan diseminadas a lo largo de unas cuatrocientas páginas y cuya exposición sigue un desarrollo muy sinuoso, por no decir errático, se enuncian aquí con una relativa brevedad, o concisión (sólo se extiende entre las páginas 287-325) y una sólida unidad de criterio. Así las cosas. El proceso de transformación del caso, o sea del destino individual e individualizado, en ejemplo capaz de suscitar la mimesis en el lector, parece interrumpirse en medio del camino para los tres arzobispos. Está claro que las circunstancias biográficas particulares que conducen al aborto de este proceso son distintas y que, por ende, éste se encuentra más o menos acabado según cada arzobispo. Ahora bien: queda, de manera general, que si la mayor parte de los prelados no son santos, sus biografías pueden ser ejemplares sin rayar en la hagiografía y que no son raros los autores eclesiásticos que ajustan una realidad discrepante a su propósito ejemplarizante. Por lo tanto, si no proceden estrictamente del tratamiento de la materia biográfica en sí, ¿a qué nivel se sitúan las trabas que impiden a Salazar de Mendoza fundir en un solo bloque las figuras de Pedro González de Mendoza, Juan Pardo de Tavera y Bartolomé Carranza en el molde de la ejemplaridad episcopal?
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El capítulo XX que corresponde a la labor pastoral del obispo de Calahorra aparece entre la noticia de la muerte de Juan II y del advenimiento de Enrique IV, en 1454, y la de la muerte del marqués de Santillana, su padre, al que Salazar de Mendoza consagra unos importantes párrafos de elogio, tal como lo había hecho para Álvaro de Luna. Estamos pues en una sección en la que Salazar de Mendoza profundiza en una reflexión sobre la naturaleza de los buenos ministros que encontraba hondos ecos en la coyuntura del propio autor. 12 El libro segundo se abre con la historia del Colegio de Santa Cruz, pp. 261-357. 13 Salazar de Mendoza, Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza , p. 275.
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Acaso se encuentre la respuesta a esa pregunta en las palabras liminares que dirige el autor del Crónico del cardenal don Juan Tavera a su lector: Podrá ser que al que leyere este Crónico, le parezca que el intento del autor ha sido de formar un perfecto y verdadero prelado, como lo fue en todas sus acciones el cardenal don Juan Tavera. Por lo menos hubiera imitado a Platón, a Xenofonte, a Cicerón, a Fidias, a Tomás Moro, al Conde Baltasar Castellón, y a otros en sus etopeyas, o epopeyas, a quien los castellanos llamaremos imaginaciones. No he tenido tal ánimo, ni me le pudieran poner las fuerzas de mi ingenio, tan inferiores a las de los de estos insignes filósofos y a las de otros de menor nombre y estimación. Aunque el sujeto del cardenal era cuan a propósito se pudo desear para salir con la empresa, he pretendido contar la manera como pasó su vida, sin otro respecto humano, más que decir verdad; porque lo contrario sería engañar a costa de mi crédito 14. Aquí se expresa claramente la inadecuación entre el propósito que Salazar de Mendoza asigna a su obra, y que nos invita a entender como tal, y la clásica finalidad ejemplarizante de la biografía eclesiástica. En un primer nivel de lectura de esa captatio benevolentiæ, Salazar de Mendoza proclama la ejemplaridad de su personaje, el cardenal Tavera, pues la realidad completa y compleja de su existencia es reductible a un ejemplar de «perfecto y verdadero prelado». Esa idea queda rematada unas líneas más tarde cuando el autor propugna la entera conformidad del cardenal con la estampa del obispo ideal para el que quiera componer un retrato ejemplar. Se trata por supuesto de un subterfugio para ensalzar una ejemplaridad latente en el «sujeto» y luego ajena a cualquier artificio. En un segundo nivel, al recusar la idea según la cual el Crónico habría sido escrito con semejante propósito, Salazar de Mendoza formula una reflexión genérica en la que estriba la esencia misma de su reticencia frente a la adscripción de su discurso dentro de la categoría de las obras ejemplares. La definición de la obra empieza curiosamente de manera negativa. Salazar de Mendoza diferencia su Crónico de la producción de unos escritores y artistas antiguos y de otros dos del siglo xvi. El criterio que reúne a esas individualidades tan dispares es que el discurso o la representación plástica que se propone como meta de la narración de los hechos —el epos— y el que concierne a las normas de la acción humana —el ethos— quedan supeditadas a una misma super-categoría genérica, la de las «imaginaciones», o sea la de las construcciones mentales, tengan por objeto la realidad o algo ficticio 15. Prolonga esta interpretación la vertiente positiva de la aprensión del Crónico del cardenal don Juan Tavera: las exigencias de exhaustividad y de veracidad del discurso histórico imposibilitan la inclusión en él de cualquier elemento que contravenga a esos dos principios.
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Salazar de Mendoza, Crónico del cardenal don Juan Tavera, f. 2r-v. No define la imaginación de otra manera Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, en el principio de la entrada de su diccionario, especialmente destinada al lector culto, por estar redactada en latín: «Latine IMAGINATIO, alicuius rei conceptio et fictio, quæ mente fit vel imaginatio est quædam motio per quam nobis simulacra quæpiam in anima gignuntur» («En latín, la IMAGINATIO designa la concepción y representación de alguna cosa, que es obra del espíritu; se puede también considerar que la IMAGINATIO es cierto movimiento por el cual producimos cierta imagen en el espíritu.»), p. 663. 15
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A pesar de la rotunda declaración colocada en preámbulo a la crónica de Tavera, y conforme a lo precedentemente visto en cuanto a la ejemplaridad irrefutable e intrínseca de los tres prelados, la cuestión que se plantea de inmediato es la de las razones que empujan al autor a subrayar la peculiaridad de las modalidades de la ejemplaridad del discurso histórico ad narrandum respecto a las del discurso literario o de la representación artística16. Salazar de Mendoza no dice que el discurso cronístico sea incapaz de trasladar cualquier tipo de ejemplaridad sino que deja entender que el hecho de que tenga que suscitarla revela una manipulación (en el sentido más vil del vocablo). Por eso, el paradero de la crónica, con intención ejemplarizante, consagrada a un personaje no del todo ejemplar no puede ser otro que la degeneración del mismo género. Así, en la Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza, no levanta ninguna paradoja la cohabitación, a unas cuarenta páginas de distancia, del anuncio de la presentación de este «excelentísimo prelado» —«Que ha sido en los siglos pasados, y lo será en los venideros, el arquetipo, registro y espejo de varones insignes y raros»— y de un elogio de la historia como magistra vitae según el tópico ciceroniano17. La fama que rodea al cardenal Mendoza demuestra que los acontecimientos y personajes ejemplares abundan en la realidad de la historia pero no por eso significa que el relato histórico, cronístico en el caso de Salazar de Mendoza, deba elaborar un discurso específico con vistas a producir la ejemplaridad. El carácter polifacético de los dos primeros arzobispos elegidos y lo inaudito de la biografía del tercero habían obligado a su biógrafo a elegir una forma literaria adaptada. Para dar cuenta de una implicación en los asuntos de Estado paralela al ejercicio del ministerio episcopal, la crónica, género consagrado a la perpetuación del recuerdo de la gesta real, parecía idónea. El modus operandi elegido por Salazar de Mendoza para componerla está expuesto en la continuación de la cita precedente del Crónico de Tavera. El autor explica que se valió de «concurrencia de reyes» (entiéndase las crónicas como relatos históricos en los que se superponen varios estratos históricos) pero también que aisló «las cosas en que [Tavera] estuvo por ellos introducido y de las de la santa iglesia y ciudad de Toledo, como fue menester tratando de su arzobispo». La necesaria lectura vertical de la trama histórica, para adaptarse a diferentes capas superpuestas entre las cuales unas personalidades polimórficas se mueven, desemboca paradójicamente en que la escritura de las crónicas de Salazar de Mendoza se caracterice por su discontinuidad. El autor acata por supuesto la regla de oro de la sucesión cronológica, so pena de desvirtuar la esencia misma del relato cronístico y, máxime, porque éste constituye el único marco lo suficientemente ancho y acogedor como para permitir escribir la vida de esos arzobispos. Al espacio textual perfectamente adaptado a la intención ejemplarizante (pues ella lo informa) de ciertas construcciones del espíritu, a ese espacio homogéneo y rectilíneo, Salazar de Mendoza opone una ejemplaridad de la escritura cronística que, a condición de elegir a los sujetos apropiados, puede introducir en la mente de su lector un retrato ejemplar seguramente más fuerte que el de cualquier imaginación, ya que se presenta con suma pureza. Así, corre a cargo del lector la tarea 16
Véase Littérature et exemplarité, 2007, p. 13. Salazar de Mendoza, Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza, respectivamente p. 21 y p. 66. 17
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de recomposición de unas figuras múltiples, sometidas a una fragmentación que es propia de la complejidad de cualquier hombre y de su vida. El alcance ejemplarizante, sobre el lectorado, de unas figuras humanas, reales, en todo punto, parece mayor para Salazar de Mendoza.
El que el autor de esas tres biografías sienta la necesidad de precisar que se aparta de cierta práctica de la escritura ejemplarizante es tal vez el mejor indicio de la manipulación que encubre, una manipulación que el empeño vindicatorio de la fama de los tres biografiados ya dejó vislumbrar. La reflexión epistemológica sobre la historia permite ocultar el verdadero dilema: el que estriba en la imperiosa necesidad de vincular la categoría del ejemplo con la realidad del caso. La amplitud de las falsificaciones necesarias para convertir a los personajes reales en personajes ideales habría redundado en una descalificación de la empresa en su totalidad. Por consiguiente, y de manera paradójica, la mejor vía la encuentra Salazar de Mendoza en la valoración obsesiva de las exigencias de su papel de historiador. Por otra parte, la flexibilidad genérica de la crónica le permite reducir drásticamente el número de los apuros, o incluso de los compromisos, a los que los demás autores se someten para que quepan unos retratos dentro de un marco que se está haciendo, desde finales del siglo xvi, cada vez más estrecho. La aplicación cada vez más rigurosa de los decretos disciplinares del Concilio de Trento amplía sin duda el desfase entre, por una parte, la realidad de las virtudes y de la práctica ministerial de los prelados en general, y aún más de aquéllos que pertenecen al periodo pre-conciliar, y, por otra parte, la de una imagen episcopal ideal reglamentada con creces. Pedro González de Mendoza, Tavera y Carranza no tienen nada del «héroe» episcopal borromeo magistralmente estudiado por Michel de Certeau18. Incluso el examen de la realidad de sus vidas pone en evidencia un inexorable proceso, siempre en palabras de Michel de Certeau, de «desepiscopalización» respecto a unas normas renovadas. Lo que hubiera podido constituir un factor de debilidad queda explotado en estas obras de Salazar de Mendoza que ofrecen al lector cristiano y al propio pontífice unas pautas susceptibles de ser imitadas y no solamente admiradas19. Por renunciar ostensiblemente, en su composición y en su escritura, a la tentación de la hagiografía, las vidas de dichos arzobispos acceden a una categoría ejemplar propia, sin duda inferior a la de los santos, pero perfectamente al alcance de su lectorado. Desde esta postura, el autor preserva, disfrazándola, una intención apologética que comparte con otros biógrafos eclesiásticos.
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Certeau, 2005, p. 116 y p. 130. Albert, 2001, p. 18.
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Referencias bibliográficas Albert, Jean-Pierre, «Sens et enjeux du martyre: de la religion à la politique», en Saints, sainteté et martyre. La fabrication de l’exemplarité, dir. Pierre Centlivres, Neuchâtel/Paris, Éditions de l’Institut d’Ethnologie/Éditions de la Maison des Sciences de l’Homme, 2001, pp. 17-25. Certeau, Michel de, «Charles Borromée (1538-1584)», en Le lieu de l’autre, Histoire religieuse et mystique, ed. Luce Giard, Paris, Gallimard-Le Seuil («Hautes Études»), 2005, pp. 116-134. Covarrubias, Sebastián de, Tesoro de la lengua castellana o española , ed. Felipe C. R. Maldonado, Madrid, Castalia, 1995. Higuera, Román de la, Historia de la imperial ciudad de Toledo, BNM, ms. 1293. Littérature et exemplarité, eds. Emmanuel Bouju, Alexandre Gefen, Guiomar Hautcœur y Marielle Macé, Rennes, PUR («Interférences» / Cahiers du Groupe Phi), 2007. Salazar de Mendoza , Pedro, Crónica del gran cardenal de España don Pedro González de Mendoza, Arzobispo de la muy Santa Iglesia Primada de las Españas, Patriarca de Alejandría, Canciller mayor de los Reinos de Castilla y de Toledo, Toledo, en la imprenta de doña María Ortiz de Saravia, impresora del Rey Católico Nuestro Señor, 1625. ——, Crónico del cardenal Don Juan Tavera , Toledo, Pedro Rodríguez, 1603. ——, El glorioso doctor San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, Toledo, Diego Rodríguez, 1618. ——, Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, con relación sumaria de los reyes de estos reinos y de sus acciones, casamientos, hijos, muertes, sepulturas, de los que las han creado y tenido y de muchos ricos homes confirmadores de privilegios, ed. facsímil de la tercera edición de 1794 en Madrid, ed. Enrique Soria Mesa, Granada, Universidad de Granada, 1998. ——, Vida y sucesos prósperos y adversos de don Bartolomé de Carranza y Miranda, Arzobispo de Toledo, Madrid, 1784. Tallon, Alain, Le concile de Trente, Paris, Cerf, 2000.
* QUERO, Fabrice. «¿Tres arzobispos en busca de ejemplaridad? Distorsiones axiológicas y fluctuaciones genéricas en tres biografías eclesiásticas de Pedro Salazar de Mendoza». En Criticón (Toulouse), 110, 2010, pp. 27-37. Resumen. Las biografías eclesiásticas de Pedro Salazar de Mendoza (1549-1629), canónigo de la catedral de Toledo, revelan diferencias sensibles con la práctica habitual en ese ámbito. Los arzobispos de Toledo elegidos (Pedro González de Mendoza, Juan Pardo de Tavera y Bartolomé Carranza de Miranda) no responden a los cánones del concilio de Trento respecto a la dignidad episcopal y a sus titulares, y obligan al autor a recusar, por lo menos aparentemente, todo tipo de manipulaciones en el discurso histórico. Salazar de Mendoza rechaza, pues, la ejemplaridad al campo de la vida real y hace del discurso cronístico su mejor vehículo. Así, preserva la memoria de esos personajes, la vertiente apologética de su propósito, y moldea una ejemplaridad propia del prelado ordinario y al alcance de su lector. Résumé. Les biographies ecclésiastiques de Pedro Salazar de Mendoza (1549-1629), chanoine de la cathédrale de Tolède, mettent au jour des différences sensibles avec la pratique habituelle en ce domaine. Les archevêques de Tolède choisis (Pedro González de Mendoza, Juan Pardo de Tavera et Bartolomé Carranza de Miranda) ne répondent pas, en effet, aux canons du concile de Trente concernant la dignité épiscopale et ses titulaires, et obligent l’auteur à récuser, du moins en apparence, tout type de manipulations dans le discours historique. Salazar de Mendoza rejette donc l’exemplarité dans le champ de la vie réelle et fait du discours chronistique
CRITICÓN. Núm. 110 (2010). Fabrice QUERO. ¿Tres arzobispos en busca de ejemplaridad? Distorsiones axiológicas...
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ARZO BIS P O S EN BUS CA DE EJ EMP LARIDAD?
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son meilleur véhicule. Il préserve ainsi la mémoire de ces personnages, le versant apologétique de son propos, et modèle une exemplarité propre au prélat ordinaire et à la portée de son lecteur. Summary. Ecclesiastical biographies by Pedro Salazar de Mendoza (1549-1629), then a canon in the Toledo cathedral, significantly differ from the standards of the genre. The archbishops who were chosen for study (Pedro González de Mendoza, Juan Pardo de Tavera et Bartolomé Carranza de Miranda) do not correspond to the norms established by the Council of Trent for episcopalian dignity and its incumbents. The author will then seemingly reject any manipulation in the historical discourse, as well as exemplarity as regards real life, in favour of chronistic discourse. He can thus preserve his characters’ memory and the apologetic aspect to his work, and fashion some new form of exemplarity from the ordinary prelate and accessible to his readership. Palabras clave. Biografía eclesiástica. Carranza de Miranda, Bartolomé. Ejemplaridad episcopal. Escritura de la historia. González de Mendoza, Pedro. Salazar de Mendoza, Pedro (1549-1629). Tavera, Juan Pardo de.
CRITICÓN. Núm. 110 (2010). Fabrice QUERO. ¿Tres arzobispos en busca de ejemplaridad? Distorsiones axiológicas...