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Familia: el reto del siglo
Daniel Muñoz
Familia: el reto del siglo Portada: Gabriela García Manzo Primera edición: septiembre de 2010 © Daniel Muñoz © Asociación Cultural Carrasco, S.C. © Editorial El Arca, S.A. de C.V. Prado Norte 565 Col. Lomas de Chapultepec C.P. 11000 Deleg. Miguel Hidalgo México, D.F. Tel.: 5540-0047 ISBN: 978-607-8057-10-8 www.elarca.com.mx Impreso en México Printed in Mexico Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la reproducción, registro y transmisión total o parcial del contenido de esta publicación (texto, ilustraciones, fotografías y demás material gráfico) por cualquier medio físico o electrónico sin previa autorización por escrito del editor.
Agradecimientos
No puedo iniciar estas páginas sin ofrecer mi más sincera gratitud a todas aquellas personas que me han animado a escribir este libro. Tal vez muchas de ellas no me lo dijeron con sus palabras, pero sí con su ejemplo de esfuerzo y constancia en la educación de sus hijos. Contemplar su apertura y decisión para aplicar lo que íbamos aprendiendo, contemplar también los resultados que poco a poco florecían en sus hijos como pequeña corona a sus esfuerzos, contemplar su sonrisa de madres auténticas fue para mí la principal motivación.
Índice
Introducción
11 primera parte
La naturaleza de la familia Introducción
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I. La misión de la familia en la sociedad Familia: célula original de la vida social El matrimonio en el plan de Dios Célula original de la vida social Familia: escuela del más rico humanismo Familia y cultura Escuela del más rico humanismo Familia: Servidora de la vida Cooperación al amor Cultura de la muerte Sexualidad sin procreación. Procreación sin sexualidad Santuario de la vida Familia: Esperanza hacia el futuro Globalización de un concepto de familia Hacia una ecología de la familia
19 19 20 23 25 26 30 33 33 34 40 42 44 45 49
II. La misión de la familia en la Iglesia Escuela de vida cristiana Escuela de vida cristiana Evangelizadora y misionera
53 54 55 57
segunda parte
El dinamismo de la familia Introducción
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I. Trabajo y familia La prioridad del trabajo Algunas dificultades Los frutos del trabajo en la familia
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II. Familia y educación El concepto de educación Las dificultades actuales para la educación ¿Por dónde empezar? El camino de la educación La formación de la conciencia La formación del carácter La educación del corazón Algunos frutos de la educación
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III. La familia ante los medios de comunicación
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IV. Familia y espiritualidad Formarse espiritualmente Transmitir la fe Algunas oraciones para enseñar a nuestros hijos Oraciones de la mañana Oraciones de la noche Oraciones para ocasiones especiales Oraciones de los papás por los hijos Otras oraciones
101 101 102 106 106 107 108 110 111
Conclusión
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Bibliografía
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Introducción
Ante las diversas dificultades y peligros que el pasado siglo y el actual han proporcionado a la familia cristiana, volvemos a preguntarnos por su vocación y misión. Sin lugar a dudas la familia representa el núcleo de la sociedad, su base y estructura fundamental, y vueltos a ella, el hombre y la Iglesia atisban el extraordinario papel que está llamada a realizar en la historia. Los continuos y desproporcionados ataques a la institución familiar1 por parte de movimientos tanto ideológicos como económicos y políticos, han ido creando una mentalidad y una cultura antifamilia.2 1 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris Consortio (FC), 3. en Encheridion Vaticanum {EV} Vol. 7 nº 1531. 2 Cascioli R. El complot demográfico, Libros MC, Madrid, 1998, p. 12. «La intervención de los organismos supranacionales y de los Estados en la esfera más íntima de las personas (la esfera sexual y procreativa) está causando ya una revolución en los hábitos y en la política internacional que contribuirá a remodelar las relaciones entre Estado y Estado, entre Estado y persona, y también entre las personas (a través del cambio en la concepción de la familia por ejemplo)». Sugerimos especialmente la entrevista a Vittorio Messori en www.larazon.es, 2005. Entrevista de Giacomo Galeazzi. —¿Quién se empeña en atacar a la familia, y en general, a la ética católica? —Es evidente la existencia de esos «lobbys» a los que recientemente se ha referido Benedicto XVI. La acción de estos influyentes grupos de presión no se dirige sólo hacia el matrimonio y la familia desde la perspectiva de la fe, sino contra todo el complejo ético y moral de la Iglesia. Estoy hablando, por ejemplo, de la OMS en temas de contracepción, aborto, diagnóstico prenatal para eliminar a los fetos con malformaciones; también de algunas siglas importantes del medio ambiente que querrían liberarse del Evangelio para recuperar nostalgias paganas o ciertos sectores de la masonería que, sobre todo en los países latinos y bajo influencias francesas y españolas, son hostiles a la moral católica. Pero los «lobbys» a los que se refiere el Papa son también otros… —¿Cuáles?
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Somos testigos de un cierto derrumbamiento de la institución familiar por parte de grandes poderes. Sin embargo, el dinamismo inscrito en la misma naturaleza humana nos da el signo de la más profunda esperanza. En una conferencia sobre liderazgo empresarial Stephen Covey decía a un grupo de altos ejecutivos: «Si su compañía estuviera a punto de derrumbarse, harían lo que fuera por salvarla. De alguna manera encontrarían cómo. La misma razón aplica a su familia».3 La misma razón aplica hoy a cada uno de nosotros y a la Iglesia entera: «hacer lo que sea necesario por salvar a la familia», a la institución familiar y a cada una de nuestras familias en particular. Este libro pretende delinear algunos elementos que constituyen la naturaleza de la familia cristiana y que representan, al mismo tiempo, su misión actual y futura: conocer estos aspectos es necesario para comenzar a ser protagonistas de un cambio. Por otro lado, queremos ofrecer un camino práctico que ayude a las familias a poder realizar el ideal íntimo que llevan en su corazón respecto a su propio proyecto de familia. —Las grandes organizaciones de homosexuales, muchas de matriz anglosajona. Los gays, como todas las minorías, a menudo se pelean en el seno de sus comunidades, pero especialmente en los EEUU superan sus desavenencias en la aversión prácticamente unánime de la ética «papista». Después está la colosal industria farmacéutica, el negocio más rentable de la economía global, que obtiene ganancias formidables de la producción de píldoras anticonceptivas, preservativos y otros fármacos e instrumentos que contradicen con los hechos las indicaciones de la Iglesia. —¿Existen también lobbys políticos contra la familia? —Sobre todo ciertos influyentes sectores del Partido Socialista Europeo, ese grupo europarlamentario que no ha aceptado al católico Rocco Buttiglione como comisario sólo porque no ha ocultado que es creyente; los mismos que no han querido mencionar las raíces cristianas en el texto de la Constitución Europea. El presidente español Zapatero es un cabecilla casi caricaturesco de lo «éticamente correcto» que impera en Bruselas, un radicalismo de masas que ve en la Iglesia a su enemigo jurado. Las palabras del filósofo Augusto del Noce fueron proféticas. Los partidos de vieja inspiración marxista se han transformado en grupos liberales en los que la perspectiva moral es aquella que fue de la minoría radical de Panella y que ahora inspira a la vulgata hegemónica. Y la secularización se convierte en desconfianza, a menudo odio hacia el cristianismo, en deseo de cerrar un paréntesis evangélico que ha durado veinte siglos. Demasiado tiempo. Cierta «intelligenzia» se lamenta del «mito semita» del Nazareno que ha sumido en el letargo a un Olimpo que se podría resucitar, con sus dioses que no podían blasfemar, porque eran los primeros que seguían sus impulsos, sus instintos y placeres… 3 Covey, S., Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas, Grijalbo, México, 1998, p. 11.
introducción
No sin razón la doctrina de la Iglesia ha dedicado grandes esfuerzos en la promoción y defensa de la familia. Fruto de ello han sido la creación del Consejo Pontificio para la Familia, el Instituto Juan Pablo II para la Familia, la carta magna sobre la familia como es la exhortación apostólica postsinodal Familiaris Consortio, la carta de los derechos de la familia, etc. Son estos esfuerzos los que reflejan y nos muestran la importancia capital que tiene el desarrollo de la institución familiar, a la cual estamos llamados a promover y defender por vocación y misión. De esta manera, en la primera parte del presente libro caminaremos de la mano sencilla, práctica y clara del Catecismo de la Iglesia Católica. En él se presentan en modo sintético la vocación y misión de la familia cristiana. Asimismo, esta parte representa una fuente útil para quienes deseen profundizar un poco más en la visión de la Iglesia sobre la familia, sobre su importancia y su trascendencia. Una vez imbuidos de la belleza y trascendencia de la familia, buscaremos los elementos prácticos que nos puedan ayudar a cumplir tan elevada misión. Es por ello que la segunda parte no puede ser una simple recreación o pasatiempo para quien ha iniciado la lectura, sino una fuerza de proacción, es decir, algo que se debe llevar a la práctica. Ciertamente, no es la panacea del triunfo ni se pretende dar una respuesta absoluta a tan delicada labor. Simplemente son indicaciones que nos pueden dar una pista para iniciar ese largo caminar hacia la más hermosa cumbre de la vida: la familia.
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Primera Parte
La Naturaleza de la familia
Introducción
Desde hace algunos años nos hemos visto bombardeados por estereotipos de familias que ponen en duda la verdad trascendental que determina los fundamentos de la estructura social. El peligro radica en que esta presentación de modelos familiares no sólo se refleja en los medios de comunicación (películas, telenovelas) sino, además, en la propuesta de leyes que buscan equiparar el matrimonio y la familia a otros modelos nunca antes percibidos como tales. De esta manera, se pretende llegar a un «compromiso social» de aceptación que oscurece el sentido mismo de la moralidad, llevándonos a dudar de la maldad o bondad del matrimonio y la familia y el lugar prominente que debe ocupar en las decisiones sociales orientadas hacia el bien común. Es por ello que, a través de esta primera parte del presente libro, quisiera ahondar en las raíces mismas de la estructura familiar proponiendo los elementos esenciales que definen la vocación específica de la familia. A la vez, este recorrido nos ofrecerá los criterios necesarios para dar razón de nuestra postura de cara a la legalización de otras definiciones de familia que no están de acuerdo con la sana racionalidad, y mucho menos con la doctrina de nuestra fe.
I. La misión de la familia en la sociedad
Familia: célula original de la vida social La familia es la «célula original de la vida social». Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad. (CIC 2207) El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos señala que la familia es la célula original de la sociedad. Esta constatación de fe que nos presenta el origen de la humanidad en la familia trinitaria y, posteriormente, en la familia humana mediante las figuras de Adán y Eva, es también una constatación racional. El hombre y la sociedad deben su origen a una familia originaria. La misma Declaración de los Derechos Humanos le ha reservado un lugar específico entre sus apartados: «La familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y por el Estado».4 Hasta hace pocos años no se ponía en tela de juicio su importancia, su origen y su destino, sin embargo, 4 Declaración Universal de los Derechos del Hombre, 1948, art. 16.3.
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en un corto período la situación ha cambiado dramáticamente para la familia, tal como lo muestra el aumento en el número de divorcios, las leyes que ahora permiten la unión entre personas del mismo sexo, la despenalización del aborto, entre otras muchas circunstancias más que afectan a la familia en el mundo entero: vivimos momentos dramáticos para la familia en los que numerosas fuerzas buscan destruirla o deformarla.5 Lo que hoy es una realidad ha sido parte de un programa que, poco a poco, ha dado grandes pasos. Nada parece detener los cambios que se quieren introducir en las leyes, lo que incide despóticamente en las mentes y en los corazones de los hombres y mujeres con el único fin de hacer prevalecer la libertad individual por encima de cualquier institución, cueste lo que cueste. Claro está que el principal enemigo para esta «liberación» del hombre es, paradójicamente, su ambiente más natural: la familia. Con esta motivación entraremos en la exposición del origen humano y divino de la familia como el resultado de un plan concreto de Dios para la humanidad entera, el cual debe acoger con sencillez la razón humana. Como veremos, se trata de un plan que busca la felicidad, la reestructuración del hombre y la mujer a quienes ha herido el pecado y, en definitiva, la preparación de los hombres para el segundo advenimiento del Señor. El matrimonio en el plan de Dios Desde su creación, el hombre está llamado a la comunión y donación en el amor. Al crearlo, Dios lo dotó de un dinamismo intrínseco que lo proyecta fuera de sí y, sólo en esta proyección interna y externa, encuentra su plena realización. Imagen de esta proyección es la creación de Eva. Según nos la narra el libro del Génesis, Eva es creada del costado de Adán (Gn 2, 22). De alguna forma la imagen corpórea de Eva es la proyección a la cual tenderá Adán. En esta salida de sí encuentra a la compañera, «carne de su carne». Pero esta proyección no se reduce a una contemplación exterior de un dato que se descubre como si fuera un simple 5 Cfr. Familiaris consortio, 3. EV. Vol. 7. Nº 1539.
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objeto y se quedara sólo en la frontera de la concupiscencia.6 El dinamismo interior es un tipo de comunión-donación más poderoso que sólo es posible en la «salida de sí». Esta proyección interna y externa (comunión-donación) es el amor. El hombre, imagen de Dios, desarrolla y perfecciona esta imagen y semejanza en la generosidad creciente hacia la perfección en el amor. En el relato que nos brinda la Sagrada Escritura respecto a los primeros padres observamos a Adán y Eva en su soledad (no hay otros hombres), en la cual entrevemos la realidad del amor en cada pareja que descubre su llamado al matrimonio. Una soledad donde sólo ellos son los señores del mundo dando un nuevo nombre a todas las cosas en el lenguaje maravilloso de los enamorados. Así, de alguna forma el encuentro con el ser amado despierta una potencia co-creadora en la cual no sólo se coopera con Dios en la creación, sino también en la realización de los proyectos del ser amado. En la experiencia de este encuentro es donde se descubre la propia bondad, los propios valores, la ilusión de amar y ser amado. De alguna forma, en este encuentro se reconoce el hombre a sí mismo: sólo el amor ofrece el verdadero reconocimiento. Cuando un hombre y una mujer se aman, las cosas que realizan juntos también se aman ya que son la prolongación del yo, más aún, del «nosotros».7 Toda obra realizada en la comunióndonación del amor lleva el sello de su propia imagen (de los enamorados). En esta realización se va dejando una huella del nosotros que siempre es amada y, por tanto, deseada por los amantes. Todo en el amor es creación llena de bondad, belleza y verdad. Es en este dinamismo que Dios ha creado el universo con bondad, belleza y verdad, es decir, con amor. Y al crear al hombre con sus manos —como una gran obra de arte— vio que era muy bueno (Cfr. Gn 1, 31) porque el amor lo realiza todo en vistas del ser amado y quiere que éste participe de su realización. De esta espontaneidad en el amor surge el otro don que Dios ofrece al hombre después de su creación: su libertad. Sólo en la libertad
6 Cfr. Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, Orientaciones educativas en familia, 8 de diciembre de 1995, nº. 9. EV. Vol. 14. Nº 3360. 7 Cfr. Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est, nº 6.
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puede realizarse el verdadero don de sí. El que ama es libre. No hay amor sin libertad. Si bien el hombre y la mujer están orientados intrínsecamente para salir fuera de sí, para darse en comunión y donación, esta plenitud del ser humano sólo es posible en la libertad. Amar es un verbo activo. No se ama simplemente: se elige amar, y en el matrimonio —como en los grandes ideales— se elige amar hasta el fin. La comunión-donación sólo es posible en el encuentro libre de dos personas, hombre y mujer, según el plan divino y puesto en el dinamismo intrínseco del ser humano. El lugar propio de esta entrega en la verdad y el amor es el matrimonio,8 realidad que estamos llamados a proteger, promover y realizar en la vida de todos los hombres. La familia, célula original de la sociedad, debe encontrar su misión y su destino y luchar por defenderlos. Debe reconocerse como el bien más precioso de la humanidad ya que de su realización depende su futuro. «Familia, ¡sé lo que eres!».9 Este grito define su dignidad y su grande responsabilidad. En nuestra época se respira una conciencia más viva de la libertad personal y de las relaciones interpersonales pero, al mismo tiempo, la mentalidad moderna ha llevado al extremo estos valores queriendo hacer de ellos la única descripción del ser humano.10 La libertad ya no es concebida como la capacidad de buscar y elegir el bien y la verdad en el proyecto de Dios, sino como la autoafirmación individualista que lleva a considerar a los otros como un obstáculo para los propios proyectos de bienestar, de éxito, de realización que se queda en la superficie del materialismo y hedonismo. De esta mentalidad surge la degradación cada vez más acentuada de algunos valores fundamentales como la vida, la libertad, la religión y la autoridad, entre otros, que llegan a ser pisoteados fuertemente provocando resultados tan inmorales como el aborto, la eutanasia, la esterilización impuesta por parte del Estado y la aprobación de leyes inicuas.11 8 Cfr. Familiaris Consortio, 11. EV. Vol. 7. Nº 1562. 9 Ibíd, 17. EV. Vol. 7. Nº 1579. 10 Cfr. Sartre. J.P., L”essere e il nulla, 3° Edizione, Il saggiatore «la cultura», luglio 1988, Arnaldo Mondatori Editore, 1988, Milano, p. 535. 11 Cfr. Familiaris Consortio, 6. EV. Vol. 7. Nº 1542.
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Y todo ello repercute, inevitablemente, en la célula fundamental que es la familia. Llegados a este punto, podríamos considerar si la sociedad camina hacia un mundo mejor, más feliz, más humano, donde los sueños de tantos hombres, mujeres y niños puedan llegar a realizarse o simplemente se exalta la libertad y la autonomía hacia una sociedad sin sentido, sin ilusión, sin vida. ¿Puede la sociedad construir familias sólidas? Una sociedad que debería promover el bien de la familia como un bien común fundamental, ¿propone modelos mejores? ¿Son las uniones de hecho, los matrimonios homosexuales, los divorcios, sustitutos efectivos de la Familia (con mayúsculas)? Célula original de la vida social Al poner en su justo punto al hombre dentro del contexto originario del plan de Dios, así como su dinamismo de realización interior en la comunión-donación que es el amor, es posible adentrarse en una de las funciones principales de la familia en la constitución de la sociedad. La comunión-donación propia del matrimonio constituye una «comunidad de personas» o, como la ha definido el Concilio Vaticano II, una «íntima comunidad de vida y de amor».12 Es en esta comunidad de personas donde cada ser humano es introducido a la familia más grande que representan todos los hombres. En su constitución, cada familia es en sí originaria. El pacto matrimonial que los esposos realizan en su entrega mutua trasciende sus propias vidas y alcanza el grado de Institución. Esta relación interpersonal y su dinamismo de comunión-donación se elevan a un plano en el que participa, se beneficia y fecunda la sociedad misma. De aquí que la familia sea anterior al Estado y el núcleo del entramado social. Destruir a la familia es destruir a la sociedad, de la cual es su original fundamento. Como célula en el organismo humano, la familia está llamada a vivificar constantemente al organismo social donde cada 12 Cfr. Conc. Vat. II. Constitución pastoral Gaudium et Spes, p. 48.
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célula es importante, donde se preocupan unas por otras, donde se comprenden y se comunican de una forma misteriosa, donde se ayudan y fortalecen para sanar al cuerpo enfermo. Sin embargo, hoy el cuerpo social está sufriendo graves enfermedades que lo han debilitado a una escala jamás sufrida en la historia y, en este contexto, la vida misma de la familia se ve sumamente comprometida. En el pasado era más fácil criar hijos con éxito… porque la sociedad era un aliado, un recurso. Las personas estaban rodeadas por modelos de roles, ejemplos y refuerzos de los medios de comunicación, leyes que apoyaban a la familia y sistemas de apoyo que sostenían el matrimonio y ayudaban a crear familias sólidas. Aunque había problemas dentro de la familia, existía este poderoso refuerzo de la idea de un matrimonio exitoso y de vida familiar… El éxito era mucho más un asunto de «ir con la corriente». Pero la corriente cambió dramáticamente. Ir con la corriente hoy en día es ¡fatal para la familia!13 Muchas han sido las formas en que las enfermedades sociales han entrado en la familia. A modo de ejemplo podemos citar los medios de comunicación que han convulsionado la vida familiar; la ideología materialista que ha determinado en no pocas esferas sociales el dinamismo interno en las familias; las leyes estatales que van ofreciendo a las conciencias posibilidades morales jamás pensadas (la ley del aborto ha cambiado la percepción de su maldad moral en tantas personas). Como el virus del sida, esta mentalidad va dañando a la familia desde dentro. El modelo tradicional de familia, fundado en la ley natural, en el plan de Dios sobre el hombre y en la experiencia de todo ser humano, se va despreciando cada vez más. Pisoteados por la sociedad, los fundamentos de una definición racional sobre el matrimonio y la familia nos pone en una perspectiva antinatural. ¿Qué más natural para el hombre que el verse parte de una familia, participar de sus alegrías y tristezas, de sus éxitos y fracasos, de su 13 Covey. S., Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas. Ed. Grijalbo, 1998, p. 23.
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introducción en el entramado social? Los modelos propuestos o impuestos por la sociedad ya no son una ayuda, sino una motivación más para el hedonismo, el libertinaje y, en definitiva, para la infelicidad humana y, con ella, el ocaso de Occidente. «La familia ha recibido de Dios esta misión: ser la primera y vital célula de la sociedad».14 La afirmación del Concilio Vaticano II resulta hoy más urgente que nunca para la familia. Los problemas humanos están profundamente ligados a ella. Redescubrir sus valores, promoverlos, vivirlos, es la tarea que no puede dejar indiferente a la sociedad. Mirar hacia el futuro es volver los ojos a la familia, a cada uno de sus miembros. Pasar sobre ella, violar sus derechos, es hipotecar un futuro sin esperanza para las generaciones sucesivas. La familia está situada en el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que desde su momento inicial, desde la concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como un valor particular, único e irrepetible.15 La dimensión personal e interpersonal es de enorme trascendencia en la percepción de la vida humana y representa una solución al problema de la crisis de la familia, tal vez la más importante que nos proponía el Papa Juan Pablo II a sólo unos meses del inicio de su pontificado. Familia: escuela del más rico humanismo El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y «escuela del más rico humanismo». Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida. (CIC. 1657) 14 Conc. Vat. II Apostolicam actuositatem, 11. 15 Juan Pablo II, Audiencia general 3 de enero de 1979, en Encheridion Familiae Vol. 3 nº 2253.
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La dimensión personal e interpersonal en la cual se desarrolla la vida de la familia es la base que injerta al hombre en la sociedad. El éxito de este ser humano depende, en gran medida, de los valores que haya recibido en el seno de la familia. En ella ha aprendido a amar y ser amado, punto de partida fundamental para la afirmación de las demás virtudes y valores que serán el legado más preciado que dará el hombre a la cultura que le circunda, en la que ha crecido y a la que está llamado a dar continuidad. Familia y cultura La relación entre familia y cultura puede verse sintetizada en el número 6 de la Familiaris Consortio: «[…] solamente la educación en el amor enraizado en la fe puede conducir a adquirir la capacidad de interpretar “los signos de los tiempos” […]». Educar en el amor se presenta como un desafío a la conciencia de cada familia para injertar en la sociedad —y en su justa medida— a la persona que se desarrolla en su seno. El hombre, a través de las relaciones familiares, va descubriendo la verdad del bien, va modelando su conciencia en una interrelación de pasado, presente y futuro que ofrecen las generaciones presentes en cada familia. En esta toma de decisiones cotidianas sobre los problemas más o menos importantes, la cultura va tomando forma. Al mismo tiempo, los individuos van siendo forjados por los diversos elementos culturales que constituyen su entorno. En el interior de la cultura —primero familiar y luego social— el hombre se descubre a sí mismo, se enriquece en la conversación, en los ritos, en las comidas, en los juegos, en sus victorias y derrotas, en la religiosidad, en la escuela, en las relaciones sociales. La comprensión de las instituciones políticas, económicas, sociales y religiosas, así como de la familia misma, procede del ambiente cultural en que se vive. Estos aspectos que enriquecen y elevan a la persona haciéndola partícipe activa de la sociedad, son percibidas casi inconscientemente y la van modelando interiormente. En sus decisiones íntimas entre el bien y el mal, el hombre va formando una cultura y participa creativamente en su florecimiento a través de las diversas manifestaciones cultu-
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rales. Al mismo tiempo, la cultura influye en el hombre, lo forja y lo modela. El individuo se descubre parte integrante de una cultura como un eslabón que fortalece y une a toda la sociedad a la que pertenece, formando en ella una parte esencial en la transmisión de los valores, tradiciones, símbolos propios de su determinada cultura.16 Es, por tanto, de importancia capital que la familia tenga como principal tarea la formación de la conciencia de cada uno de sus miembros, en especial de los hijos. Hoy la conciencia está siendo fuertemente bombardeada por ideologías de moda que pervierten la verdad de la persona. Ideologías que han penetrado incluso en los ambientes formativos más importantes como la familia y la escuela. Es en la familia donde el hombre descubre un llamado a buscar la verdad de sí mismo en la relación de amor incondicional que se da sólo en ella. En la familia el hombre es querido por sí mismo y se percibe como un sujeto respetado y amado. En esta reciprocidad de amor incondicional la conciencia se desarrolla como guía segura de la verdad en el amor. La acción positiva y pedagógica de los padres y demás miembros de la familia toma así una fuerza orientadora hacia el reconocimiento de la verdad objetiva que va guiando la conciencia hacia la afirmación de la bondad y maldad de los actos que, en el futuro, serán expresiones de la cultura familiar y social que el individuo conserva, atestigua y, de alguna manera, transforma para dar a la cultura el dinamismo que le es propio. Así, en la comunión y comunidad de personas que se realizan en el amor, la familia llega a ser forjadora de cultura. En esta comunión se promueve la dignidad de cada uno de los miembros de la familia que llega a ser el criterio moral de las relaciones interfamiliares. En el contacto con la cultura, el individuo transmite este respeto por su dignidad haciéndola extensiva a toda la comunidad humana. De aquí surge la familia como fuente de los valores más profundos que se viven en una determinada cultura. Los promueve, los forma en las conciencias de sus miembros, 16 Cfr. Haas. J, «La crisi della coscienza e della cultura» en G. Borgonovo (a cura di) La coscienza. Conferenza internazionale patrocinato dallo «Wethersfield Institute» di New York in Orvieto, 27-28 maggio 1994, Cittá del Vaticano, LEV, 1996, p. 44.
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los transmite en las generaciones, los refleja por medio de las expresiones culturales más propias y los defiende por medio de las instituciones sociales. Por ello, podríamos definir a la cultura como la expresión más genuina del bien común de un pueblo. Ahora bien, en nuestros días la familia sufre las influencias de una cultura postmoderna en la cual es un enemigo a vencer en aras de una cultura donde la familia es un tabú, donde el matrimonio indisoluble es una utopía, donde la acogida de la vida es rechazada por los ideales individualistas. Nuestra cultura duda ya que el matrimonio pueda ser entre un hombre y una mujer. Las aberraciones que hoy se dan en la sociedad sólo tienen un parangón con la decadencia del imperio romano que nos recuerda historias como la de Calígula, quien nombra senador a su caballo… ¿Estamos presenciando una decadencia de Occidente? Los síntomas no están lejos de esta pregunta (más aún, de esta afirmación). En el apartado número once de la Encíclica Evangelium Vitae, el Papa Juan Pablo II afirma que el desorden moral actual es en realidad una «crisis de la cultura». Ya no es la mala conciencia de algunos hombres malvados que, como en las películas de Superman, quieren apoderarse del mundo, de sus recursos y de los seres humanos para esclavizarlos sino, más bien, un tentativo de las sociedades de legislar una vida de convivencia común sin recurrir a las verdades objetivas que definen el bien y el mal. Muchas de estas verdades objetivas se encarnan en determinados aspectos de la sociedad misma. Uno de ellos, el más fundamental, es la familia. En esta perspectiva, podemos aducir el término de conciencia cultural atrofiada. Los regímenes totalitarios que un día dominaron nuestras sociedades en pos de una sociedad mejor nos dejaron una muestra clara de cómo es posible dominar la conciencia social. Ejemplo claro de esto —y que el Papa Juan Pablo II cita en sus encíclicas sociales— fue el marxismo-leninismo donde la conciencia del individuo es suplantada por la ideología del Estado. En ella ya no hay individuo sino un proletariado. Ellos, que luchaban contra la alienación del hombre, terminaron por hacer de esta alienación de la conciencia moral su decadencia misma.
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El marxismo ha criticado las sociedades burguesas y capitalistas, reprochándoles la mercantilización y la alienación de la existencia humana. Ciertamente, este reproche está basado sobre una concepción equivocada e inadecuada de la alienación, según la cual ésta depende únicamente de la esfera de las relaciones de producción y propiedad, esto es, atribuyéndole un fundamento materialista y negando, además, la legitimidad y la positividad de las relaciones de mercado incluso en su propio ámbito. El marxismo acaba afirmando así que sólo en una sociedad de tipo colectivista podría erradicarse la alienación. Ahora bien, la experiencia histórica de los países socialistas ha demostrado tristemente que el colectivismo no acaba con la alienación, sino que más bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficacia económica.17 El la encíclica Veritatis Splendor el Papa nos advertía de otro riesgo no menos grave que el marxismo en la introducción de nuevas perspectivas para la conciencia moral del hombre: «la alianza entre la democracia y el relativismo ético». Una cultura democrática sin referencia a la verdad fundamental de la persona humana corre el riesgo de llegar a ser un totalitarismo donde las ideas, las convicciones, la conciencia, llegan a ser fácilmente instrumentalizadas para los fines a que aspira la democracia relativista.18 Existe el riesgo real de que la sociedad camine hacia un individualismo que lleva necesariamente a la negación del otro en una autonomía absoluta, hacia la componenda de una convivencia en la que se busca el mayor interés personal y en el que, por tanto, desaparecen los vínculos que llevan una referencia a la verdad y al bien. Así nos aferramos a una convención, a un acuerdo donde lo más preciado del hombre (que es su deseo de verdad y felicidad imperecedera) llega a ser aniquilado. En medio de esta cultura relativista y democrática que aliena la conciencia y pone al hombre en el papel de consumidor, que 17 Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, nº 41. 18 Cfr. Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor, nº 101.
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reivindica una libertad sin límites, la familia encuentra uno de sus más grandes desafíos: ser «escuela del más rico humanismo». Escuela del más rico humanismo El Concilio Vaticano II en el número 52 de la Constitución pastoral Gaudium et Spes califica a la familia como la «escuela del más rico humanismo». En esta afirmación se injerta la misión ineludible y primaria de la familia: «El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole».19 «La Iglesia ha afirmado siempre que los padres tienen el deber y el derecho de ser los primeros y principales educadores de sus hijos».20 Así, a la luz del Concilio podemos afirmar que la tarea de educar a los hijos es, por naturaleza, ineludible para la familia. Bajo esta misma óptica la exhortación apostólica Familiaris Consortio proyecta esta labor en la familia como una «educación en el amor» porque el amor es la «fundamental y originaria vocación de todo ser humano».21 Por tanto, no es posible concebir una educación que no tenga al amor como contenido, como motivación y camino, como punto de partida y meta de llegada. De esta manera, el papel de la familia en el proceso educativo trasciende sus dimensiones parentales y aporta su dinamismo propio a la sociedad entera. Tomar conciencia de esta grave responsabilidad para la familia es hoy una prioridad fundamental. No es fácil educar a los hijos en una sociedad como la antes descrita. Los parámetros culturales han cambiado dramáticamente y lo que anteriormente la escuela, el Estado, la Iglesia y la buena voluntad de los padres aportaban en la formación de los hijos, hoy ya no rige. Es necesario que la familia tome muy en serio su deber y derecho primario en la tarea educativa e inicie una educación en el amor. 19 Conc. Vat. II, Gaudium et Spes, n° 50. 20 Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia. 8 de diciembre de 1995. nº 5. EV. Vol. 14. Nº 3354. 21 Familiaris Consortio, n° 11.
i. la misión de la familia en la sociedad
Si la familia es una «comunidad de vida y amor, tiene la misión de llegar a ser siempre más aquello que es».22 Los padres, en el seno de la familia, cumplen su misión cuando custodian, revelan y comunican el amor.23 Una labor que no queda en la superficie de una simple formación intelectual o cultural, sino que penetra en lo más íntimo de la conciencia de cada uno de los miembros de la familia. En sus relaciones íntimas, en su participación social, en los diversos momentos de su historia, la familia transmite su misión. Se proyecta a sí misma penetrando activamente en el tejido complejo de la sociedad. Educar en el amor es facilitar el encuentro interpersonal entre los miembros de la familia humana. Es en el seno de la familia donde encuentran respuestas los interrogantes más profundos del hombre, tal vez no con la creación de sistemas filosóficos, pero sí con el amor que responde con la verdad de la persona en cada etapa de su desarrollo. Enfrentarse a la muerte, a la enfermedad, al sufrimiento, a la pobreza, a la escucha del otro, al compartir la mesa, al primer amor, al matrimonio, a la propia sexualidad… ¡Cuánto puede enseñar el amor! El conocido psicólogo Viktor Frankl sintetiza de una manera estupenda lo que significa el amor en una persona: Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque sea sólo momentáneamente— si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando 22 Ibíd, n° 17. 23 Cfr. Ibídem.
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su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido.24 Ese ser amado que da sentido a la existencia puede ser una esposa, una madre, un padre, un hermano, un amigo, en fin, una persona humana. Esta educación en el amor recibida en el seno de la familia da sentido y significado a la vida en las circunstancias más difíciles en las que puede encontrarse un ser humano. La grandeza y dignidad de la persona se juega en la capacidad de comprender que no se es para sí mismo, que el sentido de su existencia no se cierra en sus propias posibilidades, que su definición como persona es amar y ser amado. En esta perspectiva de escuela de humanismo es donde se inserta la propuesta de la Iglesia al presentar la Carta de los derechos de la familia del Pontificio Consejo para la Familia (22 de octubre de 1984) como una reivindicación social, como un reclamo a la salvaguarda de la familia y sus derechos a la humanidad entera. El objetivo de la carta es presentar a todos los hombres, pueblos y culturas una formulación asequible de los derechos fundamentales intrínsecos de la primera sociedad humana natural y universal que es la familia. La Carta defiende en el primer artículo la dignidad del amor humano y la libertad de la persona para escoger su propio estado de vida, mientras que en el tercero defiende el derecho inalienable de los esposos de constituir una familia y de decidir el número de hijos. En el quinto se reafirma el derecho originario, primario e inalienable de la educación de los hijos. De esta forma, y en sus demás artículos, la carta de los derechos de la familia queda como una salvaguarda que los Estados están llamados a respetar y defender. El Estado debe vigilar para que la familia cumpla su objetivo de ser escuela de humanismo. Sin embargo, la sociedad contemporánea ha olvidado esta exigencia del bien común y es por ello que toda persona, llamada 24 Frankl. V, El Hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, España, 7a edición, 1986, p. 45.
i. la misión de la familia en la sociedad
al amor y por vocación al matrimonio y la familia, debe esforzarse por llegar a ser un faro de luz en medio de la cada vez más oscura sociedad occidental. Familia: Servidora de la vida La fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales y primeros educadores de sus hijos. En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida. (CIC 1653) Cooperación al amor Dentro de la dimensión humana de la familia y en su educación en el amor se encuentra la posibilidad intrínseca de una nueva vida. La educación en el amor encuentra su maduración en la entrega generosa de la propia vida. Un amor que es comunión-donación a partir de la interrelación vivida en la propia familia lleva al encuentro del otro. Este dinamismo de comunión-donación llega a ser más poderoso cuando el hombre y la mujer se donan el uno al otro en la búsqueda de la plenitud de vida, de la felicidad que se obtiene en la comunión-donación con el ser amado. Este dinamismo espiritual, interior y exterior (como veíamos en el primer apartado) toca necesariamente a toda la persona en su estructura de alma y cuerpo, en su dimensión de «totalidad unificada».25 Todo el hombre y todo hombre está llamado al amor, a realizar en sí la plenitud de su existencia. Llamado a la plenitud de vida en la comunión-donación, el hombre encuentra en su propia estructura un proyecto de realización que no se agota en sí mismo. Este descubrirse orientado hacia una plenitud que no es él, le hace descubrir su complementariedad en el carácter sexuado de su ser como una totalidad unificada. El ser humano se 25 FC, 11.
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descubre hombre o mujer impulsado intrínsecamente hacia el encuentro del otro. La sexualidad le brinda al ser humano la posibilidad de descubrirse un ser para los otros, donde su máxima realización está fuera de sí. En la sexualidad de totalidad unificada se encuentra la fuente del amar y ser amado. Esta fuerza interior, no cerrada en sí misma sino abierta a la trascendencia, llega a una plenitud encerrada en el más profundo de los misterios de la sexualidad humana: la participación en la obra creadora de Dios. El dinamismo del amor en el encuentro íntimo entre el hombre y la mujer desemboca en la afirmación de una nueva vida. El llamado originario a la unidad («serán una sola carne»), encuentra su más fuerte expresión en el proyecto de una nueva vida. El amor es creador no sólo desde el punto de vista «romántico» donde dan un nuevo nombre a las creaturas, sino que colaboran en la creación misma dando al mundo un nuevo ser, producto del amor, el cual es amado por sí mismo en el seno de la familia. Un ser que es hecho «con sus propias manos» (Gn 2, 7). Fruto de una comunióndonación, corporal y espiritual que cambia la concepción misma de la propia existencia como persona y como familia. Cultura de la muerte De frente a tan gran misterio del plan de Dios y del designio intrínseco en la persona humana, nos adentramos ahora a otro gran misterio que en nuestros días cobra una importancia capital. El siglo xx ha sido escenario de los más grandes delitos contra la humanidad. Descubrir los gulags, los campos de concentración, los genocidios, etc., fue para los hombres de nuestro tiempo un grandísimo escándalo. ¿Cómo era posible que tales atrocidades las pensara el hombre y las llevara a su realización de una manera tan perversa? Pero no todo quedó allí. Si consideramos que el genocidio más atroz no fue realizado en los gulags, ni en Auschwitz; que los delincuentes y criminales más feroces no han sido ni Hitler ni Stalin ni Mao; que el forajido más peligroso no ha sido Bin Laden ni el Chacal… Cuando en 1948 los líderes del mundo reco-
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nocían los derechos universales de todos los hombres y con ello condenaban prácticas como el aborto, la eutanasia, el genocidio, el racismo… pretendían dejar a la humanidad un legado de civilización que la proyectaría a grandes conquistas. Hoy miramos atrás con una lágrima en la mejilla y nos preguntamos, ¿qué ha sucedido? Entre las variadas causas de este fenómeno contrastante se encuentra la propaganda mundial para hacer creer que el crecimiento de la población es el peor de los males del mundo, una amenaza catastrófica para el planeta. El mandato de Dios a la familia originaria «creced y multiplicaos, llenad la tierra», parece hoy una barbarie. Es más aceptable seguir el pensamiento del ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, quien comparó el peligro del crecimiento demográfico al de la proliferación nuclear.26 A esta mentalidad catastrófica hay que agregar el relativismo moral que hoy envuelve el pensamiento de tantos hombres y que oscurece la aspiración de conocer la verdad. Hay un aspecto aún más profundo que acentuar: la libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho […] Así, desaparece toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto. Entonces todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos fundamentales, el de la vida.27
26 Cascioli, R., El complot demográfico…, p. 29. 27 Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, nnº 19 y 20.
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Con este fondo ideológico se han llevado a cabo verdaderos programas de muerte. En el estudio Estrategias para legalizar el aborto en Latinoamérica de Magaly Llaguno,28 la autora describe la forma en que se va desarrollando un programa de aniquilación. Señala al inicio del artículo que: […] hay una serie de ataques contra la vida humana en América Latina, silenciosos y sutiles, pero no menos reales. Incluso, dejan mucho más víctimas que todas las guerras que se han librado en el mundo y estas víctimas son las más inocentes e indefensas que existen. Se trata de ataques a la vida humana perpetrados por el aborto quirúrgico y el aborto farmacológico. El programa cuenta con varios pasos a desarrollar: a. La «maternidad sin riesgos», que consiste en exagerar el número de las mujeres que mueren a causa de los abortos ilegales (que según ellos son muchísimos) por lo que es necesario legalizar el aborto para la seguridad de la mujer. A este respecto es conocida la estrategia emprendida en Estados Unidos durante 1973, cuando los proabortistas (entre ellos Bernard Nathanson, hoy converso al catolicismo) exageraban las cifras tanto de los abortos clandestinos como de las mujeres que morían en el intento. La estrategia para el caso de América Latina no cambia. Un ejemplo muy claro de esta expansión es México: los proabortistas citaron las cifras de la Cámara Nacional de Hospitales, la cual reportó en 1991 un índice de 300,000 muertes maternas por aborto ilegal al año. Sin embargo, según reportó en 1988 el Anuario Estadístico de la Organización Mundial de la Salud (oms) —la cual no se destaca precisamente por ser una organización en favor de 28 Directora ejecutiva de Vida Humana Internacional. Este párrafo constituye el resumen de una conferencia que ella dictó en el mini-congreso llevado a cabo en la Universidad Católica Argentina, en Buenos Aires, el 24 de marzo de 1999. http://www.vidahumana. org/vidafam/aborto/estrategias_la.htm
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la vida—, que en México murieron sólo 177,420 mujeres de todas las edades y por todas las causas durante 1983, de las cuales 22,330 de ellas estaban en edad fértil. b. La difusión de la llamada «anticoncepción de emergencia» que consiste en ingerir píldoras anticonceptivas de dosis altas (en varios países está por legalizarse la píldora RU 486 o píldora del «día después») o en la introducción de un dispositivo en el útero cierto tiempo después de un acto sexual en el cual no se usaron anticonceptivos. c. La «regulación menstrual», que en realidad se trata de un procedimiento abortivo, un método «simple y conveniente» para realizar abortos donde es ilegal sin que puedan ser enjuiciados. Esta práctica forma parte de la llamada anticoncepción de emergencia mediante moléculas de Mifepriston y Misoprostol que actúan como inhibidores de la progesterona impidiendo la anidación del embrión. Este proceso produce una hemorragia (menstruación) que no es más que la expulsión del embrión que no se ha anidado. d. El famoso término —ya de moda— de la «salud reproductiva». Más que una estrategia, la salud reproductiva es un conjunto de estrategias en torno a una maquiavélica tergiversación de la promoción de la «salud». La salud reproductiva incluye las estrategias ya mencionadas y otras más. Se trata, a largo plazo, de una de las más insidiosas y peligrosas de las estrategias proabortistas en la actualidad en América Latina. El término salud reproductiva fue definido en la Conferencia de Población de El Cairo en l994 como «la capacidad de disfrutar de una vida sexual satisfactoria y sin riesgos, así como de procrear, y la libertad para decidir hacerlo o no hacerlo, cuándo y con qué frecuencia». Y se supone que es «necesario» el uso de los anticonceptivos, la esterilización y el aborto como medios para alcanzar o mantener la «salud». Puesto que los promotores alegan que todos los gobiernos están obligados a implementar el Programa de Acción de El Cairo,
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la conclusión es obvia: el libre acceso (incluyendo el de menores de edad) al aborto, a los anticonceptivos y a la esterilización se convierte en un derecho humano inalienable al que ningún gobierno o autoridad (eclesiástica, familiar, etc.) podrá sustraerse. e. El así llamado «programa de educación sexual» impuesto por los gobiernos en las escuelas públicas. El hecho de que las usarias de anticonceptivos son más propensas a recurrir al aborto que las que no lo son, es más patente aún en el caso de las víctimas de la educación sexual hedonista que promueven la ippf, la onu y otras entidades proabortistas; educación que, dicho sea de paso, es en realidad otra estrategia de la salud reproductiva. No existe ningún estudio que demuestre que la educación sexual promovida por estos organismos en la que se fomenta la planificación familiar con el pretexto de impedir el aborto, las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos fuera del matrimonio, haya podido impedir todos estos problemas. Es más, este tipo de educación sexual ha contribuido, precisamente, al aumento de los mismos debido a que ha fomentado la promiscuidad con la supuesta promoción de una «sexualidad responsable». f. Estrategia legal: la «sociedad civil». Se busca cambiar la legislación para introducir cambios radicales en las leyes de los Estados. El peligro de legalizar el aborto puede convertirse en realidad generalizada ya que las organizaciones proabortistas cuentan con un frente jurídico para cambiar las leyes según su ideología y con amplísimos recursos económicos para llevar a cabo estos cambios. g. Divide y vencerás. Especialmente para fomentar la confusión y división en la Iglesia Católica. De todas las estrategias que utiliza el movimiento antivida para lograr sus propósitos, la más insidiosa es tratar de sembrar la división y la discordia dentro de la propia Iglesia Católica, ya que ésta es la única entidad a nivel mundial que de-
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fiende la vida humana y la familia con más consistencia y coherencia que ninguna otra. La organización mal llamada Católicas por el Derecho a Decidir (cdd) surgió en Estados Unidos hace unos años precisamente con este propósito de dividir y confundir, así como el de desacreditar a la Iglesia Católica y a la Santa Sede en las conferencias de la onu. La cdd tiene estatus de ong ante la onu y, junto a las otras ong que promueven el aborto y la planificación familiar, ejerce mucha influencia en las conferencias de esta organización. En esta breve presentación tenemos uno de los programas actuales en funciones para legalizar la cultura de la muerte en tantos países del mundo. Ante esta desventura de la sociedad contemporánea no podemos dejar de citar el número 12 de la Encíclica Evangelium Vitae como un testimonio histórico que el Papa Juan Pablo II denunciaba con vehemencia: En efecto, si muchos y graves aspectos de la actual problemática social pueden explicar en cierto modo el clima de extendida incertidumbre moral y atenuar a veces en las personas la responsabilidad objetiva, no es menos cierto que estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte». Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser considerado un enemigo del que hay que defenderse o
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a quien eliminar. Se desencadena así una especie de «conjura contra la vida», que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones individuales, familiares o de grupo, sino que va más allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados. Dentro de una panorámica global encontramos a la familia como verdadera promesa. La percepción que ella tenga de sí misma y el esfuerzo por hacer prevalecer su dignidad y derechos, es un esfuerzo que debemos hacer en conjunto. Ante la estructura de pecado denunciada por el Papa, oponer una estructura de caridad y virtud; ante una cultura de la muerte, oponer una cultura de la vida. Sexualidad sin procreación. Procreación sin sexualidad Ante la visión de profunda esperanza que la Iglesia ofrece, la familia debe enfrentarse a una visión contraria que le ofrece el mundo. Podríamos decir que la familia se encuentra en una encrucijada. Por un lado la doctrina de la Iglesia que la defiende, la promueve, la dirige hacia su bien temporal y eterno y, por otro, las ideologías que tienen como base el individualismo, el materialismo, y en no pocos casos, el ateísmo, que la llevan hacia la deriva para encallar en un puerto sin ninguna esperanza. La situación social y cultural en donde está injertada la familia se caracteriza por el progreso científico y tecnológico que, por un lado, le ofrece seguridades de bienestar individual pero, por el otro, plantea la incertidumbre y la angustia hacia el futuro de la sociedad en su conjunto. Así, desde la perspectiva de la globalización podemos ver claramente la unión que la cultura tecnológica tiene con la economía, la política, la educación y la ecología, entre otras. En este conjunto de ideas y poderes que promueven el pensamiento positivista, el consumismo y bienestar individual, se acaba por oscurecer la bondad y riqueza de una nueva vida humana. Por ello no es de extrañar una mentalidad contraria a la vida en el interior de muchas familias en el mundo.
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Ante semejantes circunstancias donde prevalece una mentalidad materialista-cientificista,29 surgen dos aspectos de cierta novedad en la concepción del amor conyugal que deforma el verdadero significado de la sexualidad que la desarraiga de la persona. El primero de ellos se caracteriza por propiciar una sexualidad sin procreación, peculiaridad propia de esperarse en una sociedad permisiva y hedonista como la que se intenta imponer en las conciencias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo a través de mecanismos tan sutiles como la ayuda económica internacional condicionada a programas de anticoncepción, esterilización y aborto procurado,30 la exagerada propaganda ecologista sobre la demografía, la insistencia continua en los medios de comunicación de la pornografía y el poco o nulo respeto de la mujer. Todo lo anterior degenera en un permisivismo sexual contrario a la dignidad de la persona y de la familia que repercute profundamente en la relación conyugal. El segundo aspecto de esta mentalidad tiene como fruto una procreación sin sexualidad. El progreso científico ha hecho posible que la sexualidad ya no sea un elemento necesario para la procreación. El misterio de la vida está cada vez menos oculto. La manipulación del ser humano ha llegado a un límite jamás imaginado. Estas posibilidades de la ciencia han cambiado el entendimiento del derecho respecto a la vida de otro ser humano, sea para su concepción, sea para su término. Y así no sólo entran en la familia posibilidades como el aborto o la eutanasia, sino también de las de creación y dominio sobre otro ser humano. Un fruto verdaderamente alarmante de esta mentalidad materialista-cientificista es el llegar a concebir a la familia como una evolución cultural que, por tanto, da lugar a otras definiciones de familia. Es decir, la familia ya no es una institución natural, sino cultural. Y dado que la cultura ha evolucionado, también la familia —y no sólo ella— debe evolucionar: hoy por hoy en el concepto de familia entra lo que sea. Esto me recuerda a un juez que se vio en grandes aprietos cuando llegaron a su despacho dos parejas que querían contraer matrimonio ¡los cuatro! Te29 Cfr. Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n° 46. 30 Cfr. Familiaris Consortio, n° 30.
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niendo como argumento la evolución de la cultura, accedió al matrimonio de cuatro (él con ella, ella con él, el otro con ella, la otra con él, él con el otro y ella con la otra). Detrás de la mentalidad actual —además de lo que ya hemos visto— se encuentra una concepción dualística de la persona humana. Ya no es una unidad de cuerpo y alma, sino una contraposición corpóreo-espiritual. Pero este pensamiento dualístico no es nuevo. Ya Platón nos presenta este dualismo como una tensión del alma por salir de la cárcel del cuerpo hacia las realidades espirituales. El alma y el cuerpo toman gran fuerza contradictoria en las concepciones dualísticas extrajudáicas (gnosticismo). El alma atribuida al principio creador de lo bueno, y el cuerpo y la materia atribuida al principio creador de lo malo. Una tensión, en este caso, muy dolorosa. El mecanicismo cartesiano propone un dualismo semejante donde el cogito es una sustancia distinta al cuerpo. Así, en el desarrollo científico posterior tendremos en el cuerpo un compuesto físico-químico sin referencia a la persona. A tal grado llegamos en este desarrollo del pensamiento, que en la llamada neurociencia el alma y sus derivados como la abstracción, el pensamiento, etc., son fruto de unas reacciones electromagnéticas. Santuario de la vida De frente a tal estado de cosas, la familia vuelve a ser un signo de gran esperanza. En su dinamismo intrínseco el hombre descubre su llamada al amor y al don de sí en su unidad corpóreoespiritual. «El cuerpo humano, con su sexo y su masculinidad y feminidad, visto en el misterio mismo de la creación, no es sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural, sino que encierra “desde el principio” el atributo “esponsal”, es decir, la capacidad de expresar el amor».31 En esta visión esponsal del hombre en su integralidad se funda el pacto conyugal. El amor expresado en la totalidad de la comunión-donación del hombre y la mujer es donde Dios ha que31 Juan Pablo II, Audiencia general, 16/01/1980. EV. Vol. 14, n° 3363.
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rido que se concibiera y se desarrollara la vida humana. Vida que no es un derecho para los esposos, sino un don que es fruto de un amor verdadero y sacrificial. La autenticidad del amor exige de los cónyuges la apertura a la vida como don esencial del amor esponsal. No es posible concebir la entrega generosa de los esposos en el acto conyugal sin esta apertura consciente a la vida, que de suyo es intrínseca al acto. A través del acto conyugal los esposos responden a la llamada originaria de unidad para hacerse un solo cuerpo y, al mismo tiempo, al mandato de Dios de crecer y multiplicarse. El amor es, por tanto, dinámico desde el punto de vista de la unidad de los esposos y desde el punto de vista de la procreación. Ambos son significados dinámicos de una llamada al amor. En esta perspectiva de un amor dinámico la familia llega a ser «el santuario de la vida». Es en la familia donde la vida es amada, acogida, valorada, protegida. Es el ambiente propicio para desarrollar la vida según su auténtica dignidad. Dignidad expuesta hoy a tantas aberraciones y extravíos. Ante una cultura de la muerte, el Papa Juan Pablo II nos recordaba que la familia tiene un papel «determinante e insustituible» en la edificación de la cultura de la vida.32 Miro con confianza renovada a todas las comunidades domésticas, y deseo que resurja o se refuerce a todo nivel el compromiso de todos por sostener la familia, para que también hoy —aun en medio de numerosas dificultades y de graves amenazas— se mantenga siempre, según el designio de Dios, como «santuario de la vida».33 Haciendo la experiencia de un amor creciente la familia se constituye una comunidad de personas en la cual el hijo, fruto del amor esponsal, es amado por sí mismo. Los hilos que les unen naturalmente como la sangre y la carne, se elevan sobre la esfera material para alcanzar su perfeccionamiento en la profundidad e intimidad del espíritu. Así, el amor que une a los miembros de 32 Cfr. Evangelium Vitae, n° 92. 33 Ibíd, n° 6.
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la familia constituye la fuerza que vivifica la comunidad familiar y da sentido a las relaciones interpersonales, alcanzando su plenitud en la donación de sí mismo por el bien de los otros. Por tanto, es necesario que el Estado provea el auténtico desarrollo de la familia en las dimensiones propias en las que éste puede intervenir. Realizar campañas en contra de la institución familiar sea en las propuestas de regulación artificial de la natalidad, sea en las promoción de seudoinstituciones que pretenden suplantar a la familia, sea en las leyes inicuas relacionadas con el aborto, es un atentado contra la familia y un suicidio de la sociedad. Como en el libro del Génesis, Dios vuelve a preguntar al Caín de nuestro tiempo: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo» (Gn 4, 10). Es del todo necesario llamar la atención a la responsabilidad moral que tiene el Estado hacia la conciencia individual y colectiva. Una ley inicua que va contra el bien común pierde en la conciencia colectiva su carácter de delito y asume, paradójicamente, el de derecho.34 Ley a la cual se siente vinculado el Estado para dar atención gratuita y a la cual recurre el ciudadano para exigir el derecho a semejante aberración. La familia donde se hace presente la vida, busca un lugar en la sociedad. Ese lugar es una nueva cultura de solidaridad donde la vida venga apreciada, acogida, amada. Esta solidaridad en el conjunto de familias que forman la sociedad debe llegar a ser una cultura de la vida. Familia: Esperanza hacia el futuro El hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las sociedades humanas. (CIC 2224)
34 Cfr. Ibíd, 11.
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En el apartado anterior vimos a la familia como servidora de la vida, sus ingentes amenazas y sus desafíos. Su tarea de ser santuario de la vida pone el acento en las posibilidades formativas de los nuevos ciudadanos que está llamada a dar a las sociedades. La educación en el amor y a la solidaridad son aspectos insoslayables en la estructura familiar que exigen hoy las actuales circunstancias que amenazan a la familia. Es justamente en el marco de la familia como institución natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y su creciente responsabilidad en la transformación de las sociedades, donde se hace necesario reflexionar en algunos aspectos que hoy preocupan en la visión futura de la familia como son la globalización y la ecología. Globalización de un concepto de familia El concepto de globalización es relativamente nuevo y designa un fenómeno propio de nuestro tiempo. En el pasado se hablaba de colonialismo, de socialismo, de imperialismo, conceptos que han pasado a los libros de historia pero que han sentado precedentes en el actual concepto de globalización. Su aparición en el vocabulario de las diversas lenguas tiene uno de sus orígenes en la creciente y rápida revolución causada por la tecnología (especialmente en la aplicada a los medios de comunicación) pero también se explica a partir de los cambios mundiales que se dieron en el ámbito de lo económico, político, social y cultural que se sucitó a partir de la segunda mitad del siglo xx.35 El trasfondo ideológico de este fenómeno —basado en la cultura postmoderna que ha llevado al ocaso de Occidente— hace de la globalización una verdadera amenaza para la institución transcultural como es la familia. En este proceso de globalización los medios de comunicación han tenido un papel de primer orden. A través de ellos podemos viajar a cualquier parte del mundo, podemos conocer nuevas culturas, nuevos amigos, nuevos avances; podemos realizar negocios 35 Cfr. Villagrasa, J., ¿Un mundo mejor? Pautas para vivir en la aldea global, Logos Press, Roma, 2000, p. 9.
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e intercambiar ideas. En suma, podemos adentrarnos en lo que antes era desconocido. La llamada red de la comunicación se abre hacia un horizonte casi infinito de posibilidades. Es esta una novedad que, al tiempo de ser una gran ayuda, puede llegar a ser la más grande amenaza pues los medios de comunicación social […] inciden a menudo profundamente, tanto bajo el aspecto afectivo e intelectual como bajo el aspecto moral y religioso, en el ánimo de cuantos los usan […] y podrían convertirse en vehículo —a veces hábil y sistemáticamente manipulado, como desgraciadamente acontece en diversos países del mundo— de ideologías disgregadoras y de visiones deformadas de la vida, de la familia, de la religión, de la moralidad y que no respetan la verdadera dignidad y el destino del hombre.36 Los cambios vertiginosos que los medios de comunicación han producido en las costumbres de tantos individuos y culturas nos ponen en guardia para descubrir en su uso y abuso el poder que sobre el comportamiento familiar y su transmisión cultural están realizando. No podemos mostrarnos ajenos o ingenuos ante una realidad alarmante. Los medios de comunicación, cuando son actuados y dirigidos por mentes ideologizadas, llevan a una deformación de los contenidos y expresiones culturales que atentan contra la persona, la familia y la cultura misma de naciones enteras. El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una «aldea global». Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales.37
36 Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 76, EV. Vol. 7, n° 1763. 37 Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Missio, nº 37.
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A esta constatación de Juan Pablo II debemos agregar la enorme dependencia que tiene la cultura occidental de estos medios en donde se han convertido en el instrumento más usado para la formación e información al interior de la familia. Una luz muy clara nos la puede dar las cifras citadas en el libro Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas de Stephen Covey. Según este autor en los años cincuenta en los Estados Unidos un niño promedio veía poca o nada televisión, y lo que veía eran modelos de familias estables con dos padres que se respetaban: actualmente el niño promedio ve siete horas de televisión al día. De esta manera, al terminar la educación primaria nuestros niños habrán visto alrededor de ocho mil asesinatos y cien mil actos de violencia mediante la televisión. En contrapartida, durante este tiempo pasará un promedio de cinco minutos al día con su padre y veinte minutos con su madre, el resto lo pasará comiendo o viendo televisión.38 En su libro, Covey nos ofrece otros datos reveladores que toma de la investigación de William Bennet:39
Problemas principales de disciplina de acuerdo con Maestros de Escuelas Públicas 1940 Hablar fuera de tiempo Goma de mascar Hacer ruido Correr en los pasillos Deshacer la fila Infracciones en el vestir Tirar basura
38 Cfr. Covey. S, Los 7 hábitos …, p. 129. 39 Cfr. Ibíd, p. 25.
1990 Abuso de drogas Abuso de alcohol Embarazos Suicidio Violaciones Robos
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familia: el reto del siglo
Esta constatación estadística nos refleja de manera contundente la necesidad de verificar los contenidos que hoy ofrecen los medios de comunicación en consonancia a esta unificación de la humanidad que llamamos globalización. Sin embargo, estas estadísticas son referidas sólo a los problemas que ha causado la televisión pues, ¿qué decir hoy sobre el internet y su masificación en la juventud y en la sociedad entera? Ahora bien, desde la perspectiva de los medios de comunicación, ¿cuál es el concepto de familia que nos transmite la sociedad globalizada? Juan Pablo II ya nos advertía de los influjos de la globalización: ¿Y qué decir de la globalización cultural producida por la fuerza de los medios de comunicación social? Éstos imponen nuevas escalas de valores por doquier, a menudo arbitrarios y en el fondo materialistas, frente a los cuales es muy difícil mantener viva la adhesión a los valores del Evangelio.40 A mediados del siglo pasado la sociedad valorizaba y defendía a la familia. Había leyes que la apoyaban. Los medios la promovían y sostenían. La sociedad la honraba, la mantenía, le ofrecía posibilidades de desarrollo, sin embargo, poco a poco nuestra actual sociedad la fue despreciando hasta el punto de no necesitarla. La cultura, la economía y las leyes la han rechazado, le han dado la espalda. El peligro de esta globalización —ya constatado en muchas partes del mundo— se centra en la pérdida de los valores tradicionales de las propias culturas. Esto quiere decir que la contaminación ideológica se introduce en la cultura misma realizando los cambios hacia una homogeneización que, en no pocos aspectos, es fatal para la sociedad y en particular para la familia. La globalización, por su trasfondo relativista y utilitarista, presenta un concepto de familia reductivo basado en el interés individual y muy lejos de ser una estructura de apoyo y de desarrollo del bien común. Así las cosas, Juan Pablo II nos exhortaba a 40 Juan Pablo II, Exhortación apostólica Ecclesia in America, 22 de enero de 1999, n° 20.
i. la misión de la familia en la sociedad
[…] asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen. He aquí un evidente deber de justicia, que comporta notables implicaciones morales en la organización de la vida económica, social, cultural y política de las Naciones.41 Referidas estas palabras a la estructura fundamental de la sociedad, debemos caminar hacia una globalización de un concepto verdadero y eficaz de familia. Dos estamentos fundamentales en esta tarea no pueden ser descuidados: los medios de comunicación para formar y construir una nueva escala de valores, y la educación para formar la conciencia de los hombres en la búsqueda de la verdad y de los bienes fundamentales de la persona humana. Hacia una ecología de la familia El fenómeno de la globalización se presenta como un gran desafío para la familia pues, por un lado, ella debe conservar su identidad a pesar de las influencias negativas que percibe por todas partes y, por otro, debe redescubrir su vocación de promotora de los bienes fundamentales de la persona humana, así como su papel protagónico en la transformación social. Ninguna sociedad puede sobrevivir sin la familia; ninguna otra institución puede cumplir su propósito esencial; ninguna organización es tan fundamental para el desarrollo de una identidad cultural. Así como el hombre de nuestro tiempo tiene una conciencia cada vez mayor sobre la importancia del respeto por la naturaleza y la preservación de los ambientes naturales de las diversas especies animales —cuyo cuidado genera el equilibrio necesario para la conservación y desarrollo del planeta—, de igual manera debería preocuparse por el respeto y cuidado de la sociedad, pues «se esfuerza muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana».42
41 Juan Pablo II, Mensaje para la jornada mundial de la paz, 1998. 42 Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, nº 38.
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familia: el reto del siglo
Con el término de ecología humana Juan Pablo II quiso dar énfasis a la preocupación que el hombre debe demostrar por el hombre mismo. ¿Cómo es posible preocuparse más por los animales y plantas que por el hombre? ¿Cómo es posible invertir ingentes sumas de dinero para salvar algunas especies animales, participar en la carrera armamentista, y dejar morir de hambre a millones de seres humanos? ¿Quién no ve además que un fondo tal facilitaría la reducción de ciertos despilfarros, fruto del temor o del orgullo? Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantos hogares sufren la miseria, cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia, cuando aun quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas dignas de este nombre, todo derroche público o privado, todo gasto de ostentación nacional o personal, toda carrera de armamentos se convierte en un escándalo intolerable. Nos vemos obligados a denunciarlo. Quieran los responsables oírnos antes de que sea demasiado tarde.43 Conocido es el pensamiento ecologista donde el causante de todos los horrores del planeta es el hombre. El peligro de que este hombre siga proliferando será una hecatombe para la humanidad entera. El crecimiento de la población amenaza el equilibrio ecológico y el hombre es su verdadero enemigo.44 Ahora bien, si este es el pensamiento radical ecologista sobre el hombre, ¿por qué no invertir en su ambiente? Juan Pablo II nos recordaba en la encíclica Centesimus annus que […] la primera estructura fundamental de la ecología humana es la familia… Se entiende aquí la familia fundada en el matrimonio, en el que el don recíproco de sí por parte del hombre y de la mujer crea un ambiente de vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades,
43 Pablo VI, Encíclica Populorum Progressio, sobre el desarrollo de los pueblos, nº 63. 44 Cfr. Cascioli, R., El complot demográfico…, p. 41.
i. la misión de la familia en la sociedad
hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible.45 Tomar en serio a la familia es una tarea urgente. Es a través de la familia que el hombre se injerta en la sociedad con los valores y recursos que esta familia le haya dado. La influencia familiar no es indiferente. Los modelos, costumbres, hábitos que el hombre recibe deben estar sujetos a una finalidad fundamental: contribuir a la conservación, profundización y desarrollo de la sociedad. El hombre, cuyo hábitat es la familia, estará preparado para contribuir a la sociedad y potenciar su desarrollo o, de lo contrario, para iniciar su autodestrucción.
45 Centesimus agnus, n° 39.
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