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STUOIOQ.UM CANAQJ( N61UM IN~TI

TUTUM

QE6~6ANCTI

FEQOINANDI

UNJVER51TAT~

EL ANTIGUO SANTA CRUZ

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS

INSTITUTO DE ESTUDIOS CANARIOS EN LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA

MONOGRAFIAS

SECCION I: CIENCIAS HISTÓRICAS

y

GEOGRÁFICAS

Volumen XXIII (12 de la Sección 1)

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FRANCISCO MARTINEZ VIERA

EL ANTIGUO SANT1\ CRUZ CRONICAS DE LA CAPITAL DE CANARIAS

Prólogo

Víctor Zurita

INSTITUTO DE ESTUDIOS CANARIOS 1967

DEPOSITO LEGAL:

TF. 65 -1967

Imprenta Editora Católica, S. L.-Alvarez de Lugo, 60.-Santa Cruz de Tenerife

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NOTA PRELIMINAR El Instituto de Estudios Canarios estima útil dar a la estampa el presente volumen, en el que se recogen diversos artículos publicados, a través de los años, en la prensa local, relativos al pasado de Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia de su nombre, por don Francisco Martínez Viera, ex-alcalde de la ciudad. De esta forma, al paso que asegura la pervivencia de unos trabajos que por su interés histórico merecen más larga vida que la reservada a las hojas en que vieron la luz, pone en manos del lector un cuadro animado del antiguo Santa Cruz, especialmente referido al período en que la ciudad fue capital del archipiélago (1823 - 1927), circunstancia ésta a la que alude el subtítulo de Crónicas de la capital de Canarias. Su autor forma parte de nuestro Centro, y desde su infancia se halla ligado, de una u otra forma, a la vida cultural del país. «Chico de imprenta» en la de Anselmo J. Benítez, prestó luego sus servicios en la «Imprenta Isleña», impresoras ambas de preciosas obras de la literatura y de la historiografía canarias. En este último establecimiento trabó amistad con don Matías Real, su compañero de trabajo, en unión del cual acometió, más tarde, importantes empresas editoriales y fundó varios periódicos de carácter literario, político o festivo. En el diario La Tarde, de Santa Cruz de Tenerife publicó la mayor parte de los artículos insertos en el presente volumen. Nuestro compañero don Víctor Zurita Soler, director del vespertino tinerfeño desde su fundáción y, sin duda, la persona más idónea para realizar este cometido, es el autor del 4'Prólogo~, con que se presenta al público. Don Francisco Martínez Viera, librero de profesión, asiste todavía a su establecimiento. Cultivado, inteligente y pulcro contempla, en su senectud, la ciudad transformada y unas nuevas costumbres comunitarias. El antiguo Santa Cruz, tan próximo en .el tiempo, ha pasado. El libro que editamos retiene un momento de su historia. La Laguna, 29 de marzo de 1967.

PRóLOGO

Cuando Martínez Viera escribe crónicas, colabora en diarios o ·funda semanarios y revistas, no lo hace guiado por motivos literarios, ni cuando actúa en asuntos de la vida colectiva se basa en sugestiones de orden personal, sino siempre a horcajadas del amor a su tierra y a cuanto puede darle realce y contenido. En sus ocios consagra a ello la cordialidad de su fácil pluma, todo entusiasmo y espontaneidad. Recoge y exalta de manera veraz y sencilla los hechos del pasado a modo de incentivo para que los hombres de hoy se acendren en la sutileza de sus esencias y los proyecten hacia un futuro mejor. Su tinerfeñismo es profundo, y dicho esto queda implícito que su espíritu está abierto a los aires más límpidos y lozanos y a los sentimientos en que se aúnan y confunden los de un noble país consciente de la naturaleza y firmeza de su destino. Mas dentro de esos límites que no son sólo los enmarcados en el bullir de las olas sobre playas y acantilados, sino que se extienden por las dos vertientes marinas hacia costas afines en ritmos y comprensiones, de vuelta ya a la erguida y concreta parcela que nos sostiene, las devociones de nuestro autor, sus afanes y sus sueños se condensan de manera preferente en este Santa Cruz al que no considera ni contempla sólo con anhelos de grandeza, sino con el entrañado ánimo ciudadano que le es peculiar. La ciudad, desde antiguo, ha vivido como asediada y hostigada sin merecerlo, y ello podría atribuirse a ese extendido fenómeno que suele concentrar malquerencias y desvíos sobre todo signo de capitalidad, y más si se trata de un archipiélago. Santa Cruz de Tenerife. fue siempre una población clara y luminosa, sin asomos de absorbencia, y nunca trató de apoderarse de organismos ni atribu-

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tos que radicasen fuera de ella. Se desenvolvió y prosperó viviendo a la defensiva, aunque fue celosa, sí, de las prerrogativas propias de la isla y del rango que ella misma ganara con esfuerzo y patriotismo. No es posible hablar de Francisco Martínez Viera, autor de este libro, sin sacar a la palestra la aludida singuüaridad de la promoción generacional tinerfeña de que forma parte. Sus escritos, sin alusiones ni suspicacias, están ligados por un perseverante acopio de justipreciados valores humanos y de episodios acaecidos, a ese proceso más que secular. Pero mayor vehemencia de la que muestra en sus crónicas evocativas es la que fluye de su palabra, matizada de un énfasis preciso y rotundo, nunca pretencioso. Su librería -la librería de Viera- fue desde sus primeros tiempos un cenáculo de tinerfeiiismo. Desde muy joven, cuando regresó de completar estudios en Granada, una afición irrefrenable a la prensa y a los libros le llevó a la Imprenta Isleña, de los Hermanos Hernández, en la que se imprimiera la Historia de Canarias, de Viera y Clavijo, así como otros volúmenes de temas vernáculos. Allí se editaba el Diario de Tene1'ife y estuvo junto a su director, don Patricio Estévanez, espejo de bondad y pab·iotismo, quien llevó nuevos alientos a su espíritu. El veterano periodista -Murphy de apellido materno- era de la estirpe de aquel José Murphy, diputado ochocentista, sin disputa el hombre de más alto sentido político y de mayor discernimiento económico que ha producido el país, ya que sus ideas y teorías determinaron la ley de franquicias que sustanciara después Bravo Murillo. En ese ambiente se formó nuestro autor. Con otros jóvenes, fundó revistas y semanarios de lograda presentación, literarios y orientadores en los asuntos insulares. La revista Flores y Aromas, de signo campoamoriano -don Ramón había sido Gobernador de las Islas-, la hizo en colaboración con el¡oeta Matías Real; mas los semanarios -Germinal, ]uventu , La Linterna- fueron audaces y populares. Colaboraban en ellos Enrique Carrasco, escritor de pulida pluma y diáfano pensar; José Ruiz Fierro, Miguel Rodríguez Sacramento, Rubens Marichal... Uno de estos hebdomadarios se inició con un artículo enviado expresamente desde Madrid por el ilustre periodista Alfredo Vicenti, director de El Liberal, quien comparaba en su escrito el ritmo de toda política constructiva con el de una «troika» en marcha sobre la nieve, en cuyos movimientos se conjuga la fuerza del caballo percherón ajustado

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entre las varas del vehículo, con el alegre trote de los potrillas laterales. La fogo~dad juvenil atemperada por la experiencia. Otro semanario, de época anterior, que alcanzó gran difusión por sus editoriales y caricaturas, se titulaba Barreno y fuego, mas sus detonaciones ·y fogonazos nunca traspasaron el área regional. Martínez Viera, en ese grupo de «jóvenes turcos», fue elemento moderador, pues aunque en las cosas de cierta marrullería caciquil -flor de la época- no transigía, jamás cruzó la barrera de la circunspección por su gran sentido humano. Admiraba hasta la veneración a los lúlicos varones del republicanismo local, aunque' no pudo contener algunos inofensivos desmanes, como el dibujo aquel en que aparecía en caricatura el rostro poliédrico del honorable patriota y caballero cabal que fue el arquitecto don Manuel de Cámara, rodeada la figura de rejos tentaculares que sostenían en sus extremos senóas campanillas con los nombres de las múltiples presidencias que asumía. Y ello, ilustrando un editorial que llevaba por título «Monstruo presidencial» y en el que se exaltaban las virtudes del hidalgo junto a la inevitable inoperancia derivada de la acumulación de actividades. Muchos años desp.ués, Martínez Viera y quien, por amable solicitud del Instituto de Estudios Canarios, hilvana estas líneas, decidimos fundar un diario que se llamaría La Tarde, y nos reunimos con ese objeto, el 30 de mayo de 1927, con quien habría de ser querido compañero en la empresa, Matías Real, el que compartió con nosotros la tarea hasta su muerte. Aun no se había publicado el decreto de la división provincial, hecho que ocurrió días antes de la salida del primer número, en octubre del mismo año. Con el título genérico de «Viejas crónicas isleñas», entre las que figuran las que integran este volumen, Martínez Viera sacó del olvido muchos acontecimientos retrospectivos, así como dejó constancia en otras de ellas del historial completo de las actividades teatrales en la capital de la Provincia. Sus secciones «Hace 30 años» y «Viejo noticiario isleño», fueron muy leidas y comentadas por su amenidad y proyección ejemplarizadora. Pero ello, con ser mucho, constituye en realidad el «hobby» de este galdosiano impenitente que casi desde comienzos de siglo ha influido desde su librería en el ambiente literario de la isla, no ya por la expansión de cultura propia de su «mercancía», sino por la tradicional tertulia que se ha ido renovando al paso del tiempo y que dada margen a

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la exposición de un anecdotario inagotable por los personajes que por allí desfilaron, el cual no desmerecería de los descritos por France, Baroja o Azorín respecto a las librerías parisinas y madrileñas. Parroquianos de talla intelectual, como el Eduardo Zamacois de sus temporadas tinerfeñas, quien, ya nonagenario, envía saludos a Viera desde el Buenos Aires de Un hombre que se va. El autor de Punto Negro llegaba a veces en compañía de Bianca Valoris -cuyo nombre evoca el de la amada de Raimundo Lulio-, y entonces el marco de la librería. se llenaba del aire de la hermosa mujer y adquiría el colorido de la página de La Esfera que iluminara también con su retrato. Por allí pasaron el García Sanchiz de sus audacias juveniles y Blasco lqáñez, Salaverría, Luis de Zulueta, Villaespesa y tantos otros, en grupo siempre con Gil Roldán, Verdugo, «Crosita» o Rodríguez Figueroa, excepcionales introductores de visitantes ilustres. Y dod Alejandro Lerroux, que elevaba el tono de la charla con el rango y simpatía que fluían de su persona y con su don expresivo que daba aliento y belleza hasta a la más ínfima futesa. Queda dicho el nivel romántico de la tertulia, de la que eran asíduos algunos catedráticos y poetas, así como un coro de doctores: don José Naveiras, jovial humorista; don José Malv¡¡, enfrascado en disquisiciones ~icológicas y el castrense don Lucas Zamora, locuaz y sarcastico, que rara vez dejaba de rematar sus peroratas sin el estallido de un trueno gordo. La política, en las viejas ciudades, se amasaba en las reboticas, pero la información crítica del diario acontecer, con toda su gama de donaire tuvo epicentro en las librerías. Existe otra faceta personal en Viera que no me resisto a silenciar. En este libro incluye la cronología de los alcaldes del Santa Cruz decimonónico, y él mismo figmará en la del si~ glo actual cuando se haga. Durante su regiduría, salió avante el proyecto de prolongar la Avenida 25 de Julio hacia el Sm, o sea la actual vía La Salle que une en línea recta Pino de Oro con la Refinería. Creó además la Comisión del Plan Viario compuesta por concejales, técnicos y ciudadanos, que presidió el inteligente y probo arquitecto don José Blasco y en la que figuraban personalidades tan destacadas como don Belisario Guimerá y Castillo- Valero, a quien tanto deberá el Santa Cruz de mañana y el de siempre; don José Enrique Marrero; don Pedro Ramírez Vizcaya y don Arturo López de Vergara; organismo por el que importantes. ideas urbanísticas tenían acceso a la Casa de todos. Lástima que la irrupción de

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un frente que se llamaba popular, desarticulase función tan prometedora. Santa Cruz ha crecido tanto que casi no nos conocemos unos a otros. Antes, para Martínez Viera el Censo de la Ciudad no tenía secretos. Todos, sin distinción de matices, fueron sus amigos. Ama las calles antiguas, los barrios populares y se deleita en evocar pasadas historias. Amable y servicial, es puro reflejo de la ciudad misma y sueña en su cultura y embellecimiento. Octogenario ya, no falta a la tarea ni a la cotidiana tertulia de su librería, refugio aún de las rotas cuadernas del romanticismo.

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