Fichte o la estatalización de las mentes

Fichte o la estatalización de las mentes Enrique de Diego © Enrique de Diego Villagrán, 2007 Se permite la reproducción y distribución total o parci

6 downloads 15 Views 122KB Size

Recommend Stories


Para las mentes creativas
Para las mentes creativas Hechos divertidos del nidos de las bobas: Signos del nido en el campo: Huellas de ida y venida Trozos de cuerpo Arena revuel

Para las mentes creativas
Para las mentes creativas La sección educativa “Para las mentes creativas” puede ser fotocopiada o impresa de nuestra página del Web por el propietari

Para las mentes Creativas
Para las mentes Creativas La sección educativa “Para las mentes creativas” puede ser fotocopiada o impresa de nuestra página Web por el propietario de

Johann Gottlieb Fichte
J. G. Fichte Johann Gottlieb Fichte (Rommenau, 16 mayo 1762 - Berlín, 29 enero 1814) 1. Vida 2. Obras Nace el 19 de mayo de 1762 en Rommenau (Sajo

Story Transcript

Fichte o la estatalización de las mentes Enrique de Diego

© Enrique de Diego Villagrán, 2007 Se permite la reproducción y distribución total o parcial de este escrito, siempre y cuando sea para fines no comerciales y se indique su procedencia. Web Site: www.enriquedediego.com

2

FICHTE O LA ESTATALIZACIÓN DE LAS MENTES

Enrique de Diego

3

Fue Johann Gottlieb Fichte, un jacobino de habla alemana, quien sentó las primeras bases del nacionalismo totalitario, originariamente lingüístico, y la estatalización de las mentes. Yerra Popper cuando describe una evolución de Fichte desde el cosmopolitismo al nacionalismo, interpretada como rechazo de la revolución francesa. Cita en defensa de esa apreciación que en 1979, poco antes de su Discursos a la nación alemana (1807-1808) declaraba: “es evidente que de ahora en adelante sólo la República Francesa podrá ser la patria de los hombres rectos, a los que dedicarán todos sus esfuerzos, puesto que no sólo las más caras esperanzas de la humanidad sino también su existencia misma se hallan indisolublemente vinculadas con la victoria de Francia... Por mi parte, dedico todo mi ser y todas mis facultades a la República” 1 . Añade Popper otra cita, en este caso del historiador E. N. Anderson, según el cual “en 1804, Fichte ansiaba abandonar los servicios que prestaba a Prusia y tenía esperanzas de que en Rusia se le rindiese un reconocimiento mayor; de este modo, al dirigirse al encargado ruso de su gestión, le declaró que si el gobierno lo hacía miembro de la Academia de Ciencias de San Petersburgo y le pagaba un sueldo no menor de 400 rublos se haría de ellos hasta la muerte”. Esa errática voluntad cipaya es ciertamente incoherente en quien marca como objetivo de su “educación nacional” conseguir 1

Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 1991, pág. 244.

4

una voluntad tan firme que “quiere lo que quiere para siempre” 2 . Puede considerarse igualmente manifestación de trepismo compulsivo que Fichte consiguiera su fama mediante la artera maniobra de publicar con el editor de Kant –éste generosamente se lo había presentado– y con el título Crítica de toda revelación, un libro sin firma, cuando Kant había anunciado la pronta aparición de una obra suya sobre filosofía de la religión. Cuando la prensa atribuyó el libro a Kant, éste se vio obligado a hacer una declaración pública de que el autor era Fichte y no él, lo que hizo descender sobre el impostor fama repentina. En una segunda declaración para desligarse de la polémica, Kant escribe: “quiera Dios protegernos de nuestros amigos. De nuestros enemigos podemos protegernos solos”. El error de Popper estriba en considerar que Fichte se distancia de sus primeros fervores de adhesión a la revolución francesa, pues realmente lo que hace es utilizar el caudal totalitario puesto en circulación por el jacobinismo y llevado a Alemania por los ejércitos napoleónicos. La nación en armas, la conscripción, la movilización que los jacobinos, y el corso, ponen en marcha, son – como sí apunta Popper– los primeros pasos prácticos hacia el nacionalismo, cuyo primer fundamento teórico es la abstracta, magmática y totalitaria “voluntad general” de Jean Jacques Rousseau. Fichte traduce al alemán y a su contexto histórico ese caudal incrementándolo en sus aspectos más liberticidas, poniendo en marcha en sus perfiles fundamentales el nacionalismo totalitario que llevaría a sus últimas consecuencias el nacional-socialismo. Aprovechando el momento de crisis provocado por las invasiones napoleónicas, el filósofo se autopropone en sus Discursos como profeta de una vasta operación de ingeniería social para el adoctrinamiento y la nacionalización de la juventud, mediante una completa estatalización de las mentes. Fichte deja sentado lo que es el aspecto central del nacionalismo: el odio al individuo y a la libertad personal. También señala el instrumento para alcanzar este objetivo antihumanitario: la educación, la escuela. Por encima de la cultura o de la lengua –sólo 2

Las citas de Johann Gottlieb Fichte corresponden a su libro Discursos a la nación alemana, Editorial Tecnos, Madrid, 1988.

5

de manera genérica hace referencia a la raza como hecho diferencial, y ello porque la mayoría de la población prusiana era eslava y porque toda Europa recibió aportes de las tribus germánicas– es la negación de la libertad lo decisivo y la condición previa para la consecución de la colectivización de los espíritus. De esta forma diagnostica que “el primer error de la actual educación radica precisamente en reconocer y contar con el libre albedrío en el educando”, por lo que “frente a todo esto, la nueva educación debería consistir precisamente en aniquilar por completo la libertad de la voluntad ya desde la base que ella pretende cultivar, y a cambio hacer surgir en la voluntad una necesidad rigurosa de las decisiones y una imposibilidad de lo contrario; a partir de estos se podría contar y confiar en ella con plena seguridad”. La pretensión emancipadora de la educación que forma parte del legado liberalizador de la Ilustración se trastoca en una directa propuesta uniformizadora; lejos de tener como finalidad el libre desarrollo de la personalidad y la autonomía de la decisión, Fichte propone convertir la educación universalizada en una fábrica de autómatas, en la horma de un modelo único. “Si se quiere tener algún poder sobre él hay que hacer algo más que simplemente hablarle; hay que formarle, es decir, proceder de tal manera que no pueda querer de manera distinta a la que se quiere que él quiera”. El resultado de tan absoluto dirigismo es cuanto menos contradictorio: “una voluntad firme e infaliblemente buena; ello constituye su (del educando) primera característica”. Mas, si se ha suprimido la libertad, ¿qué voluntad es esa? No, desde luego, la que es fruto del juicio y la responsabilidad personales, y que, sopesando ventajas, inconvenientes y consecuencias éticas, decide disponer los medios para alcanzar un fin, sino que es programada y, en el más estricto sentido, colectiva porque se establece retóricamente como infalible y dispuesta a eliminar el error humano. Es una voluntad anulada, gregaria y de subordinado. Para que los autómatas puedan salir sin defectos de fabricación, la escuela ha de constituir comunidad separada y existente sólo para ellos, con constitución determinada con exactitud, más bien código de justicia militar. Considera esencial que el educando, sin excepción alguna al ser una movilización general, sea separado de las familias y “permanezca completa e ininterrumpidamente bajo el influjo de esta educación, absolutamente apartado de lo común y defendido de todo contacto

6

con ello. No debe oír nunca decir que la razón de las emociones e impulsos vitales está en la conservación y bienestar de la persona, como tampoco debe oír que la conservación y bienestar de la persona sean la causa de la educación”. Como se ve, la censura ha de ser completa, incluso de cualquier mensaje a favor de la libertad personal, porque en la escuela de adoctrinamiento nacionalista, la legislación interna ha de conseguir “un alto grado de rigor” e imponer “muchas restricciones”, sirviéndose “del temor que produce el castigo; además, esta ley penal debe aplicarse, ni más ni menos, sin excepción y sin consideración. La utilización del temor como impulso no representa ningún perjuicio para la moralidad del educando”. La instancia para desarrollar esta conscripción y definir su contenido –siempre ateniéndose al idealismo señalado como “ciencia” y como “filosofía alemana”; o sea, a Fichte y algo a Leibniz– es necesariamente el Estado. La ventaja es doble: podrá llamarles y ponerles en pie de guerra siempre que quiera, e incluso el profeta está en condiciones de asegurar que “puede estar seguro de que ningún enemigo los derrotará”. La segunda es que con tal dosis de disciplina se reducirían las penitencias y reformatorios, porque sensatamente “una disciplina a tiempo, asegura contra posteriores disciplinas y mejoras de por sí desagradables”. En su in crescendo retórico, Fichte ha sobrepasado al Estado absoluto para entrar de lleno en el totalitario, en donde el hombre es mera pieza del engranaje sin derecho alguno. El nacionalismo no puede convivir con la libertad personal, se establece con enemistad originaria, y por ello Fichte llega a proponer la coacción y la esclavitud como formas ilusionantes de la vida humana. “Para este objetivo hay que limitar sin más la libertad natural del individuo de varias formas, y si no tuviese ninguna intención ni meta aparte de ésta, se haría bien en continuar limitándola lo más posible, sometiendo sus emociones a una norma uniforme y manteniéndolas bajo vigilancia permanente”. No hay derecho alguno frente al Estado, ni aún el de resistencia, por cuanto es la fuente de toda moralidad: “el Estado, como regente supremo de los asuntos humanos y como tutor de los menores, únicamente responsable ante Dios y su conciencia, tiene perfecto derecho a obligar a estos últimos a su salvación”, hasta: “dejad que el nuevo gobernante quiera incluso la esclavitud, bajo él será soportable”.

7

Para llegar a estas conclusiones ajenas a cualquier humanitarismo –concepto que llega a considerar “extranjero”–, Fichte perpetra algunas groseras manipulaciones semánticas. Así individuo e individualismo se identifican mendazmente con egoísmo, mientras altruismo pasa a ser sinónimo de colectivismo, y éste queda bien lejos de la magnánima liberalidad, consustancial al individualismo. Para sostener conclusiones en las que el Estado es todo y el individuo nada, procede a generar una religión secular utilizando, sin rigor alguno y sin la más mínima decencia intelectual, los conceptos evangélicos y de la teología cristiana. El objetivo último es divinizar el Estado para permitirle salvarnos a la fuerza, queramos o no, y siendo esa salvación un falso trasunto de lo trascendente en lo inmanente, más bien la simple y directa confusión de los planos, basta con pasar a denominar cielo a la tierra o eternidad a lo temporal, para que el Estado pase a ser el juez supremo sin resquicio para la conciencia personal. El Estado pasa a ser el ámbito de “esa promesa de vida eterna”, de forma que la persona ha de estar dispuesta a su sacrificio y el Estado a satisfacer esa disposición. Fichte encuentra en la destrucción de la Iglesia, tal y como interpreta la reforma luterana, la eliminación de un competidor del Estado y del principal bastión de la sociedad civil. El Estado, por último, suplanta a Dios: “aparecen los verdaderos derechos de majestad del gobierno de aventurar, al igual que Dios, la vida inferior en razón de la superior”. No esconde que su nacionalismo parte de un complejo de inferioridad: “y el colmo de nuestro triunfo, se produce cuando alguien no nos considera alemanes, sino españoles o ingleses, según los que estén más de moda”; ni el final colectivista: “queremos hacer de los alemanes un todo que sea movido y revitalizado en cada uno de sus miembros por una misma ocupación”. Si resistimos a la primera impresión, observaremos que esto es pura fraseología vacua, porque mientras el Estado es tangible, existe y ejerce el poder, dispuesto a arrebatarnos la libertad para salvarnos y llevarnos si es preciso a la esclavitud; nación y patria son nociones abstractas, emotivas que pasan a ser, en el fondo, elementos mágicos, mistéricos y metahistóricos – “originarios”– sin existencia real, que devienen en la coartada espirituosa de la opresión liberticida.

8

De hecho, Fichte nos sitúa ante una falsa racionalización que es mitificación y engaño. Como dice Popper, “ninguna de las teorías que sostienen que una nación se halla unida por un origen común o un idioma común o una historia común, es aceptable o aplicable en la práctica. El principio del estado nacional no sólo es inaplicable, sino que nunca ha sido concebido con claridad. Es un mito, un sueño irracional, romántico y utópico, un sueño de naturalismo y colectivismo tribal”. La cuestión es que esta mitificación que se sustrae a la racionalidad del estado nacional jacobino, reelaborado por Fichte, ha pasado a formar parte de un engañoso sentido común. “El principio –añade Popper– del estado nacional, vale decir, la exigencia política de que el territorio de cada estado coincida con el territorio habitado por una nación no es, de ningún modo, tan evidente como parece resultarle a mucha gente en la actualidad. Aun en caso de que todos supieran lo que quieren decir cuando hablan de nacionalidad como una categoría política fundamental, más importante, por ejemplo, que la religión, el nacimiento dentro de cierta región geográfica, la lealtad a una dinastía, o un credo político como la democracia (que constituye, podría decirse, el factor unificador de la políglota Suiza) Pero en tanto que la religión, el territorio o el credo político pueden determinarse con bastante claridad, nadie ha logrado explicar nunca lo que entiende por nación de modo tal que este concepto puede constituir una base para la política práctica” 3 . Como ya se ha indicado, Fichte rechaza básicamente la fundamentación étnica: Prusia ni tan siquiera fue considerado durante tiempo estado alemán por su alta densidad de población eslava; aunque hace escarceos en ese sentido, prefiere incidir en el trasfondo germánico de la Europa romana y situar a los germanos de Alemania como ‘originarios’. La búsqueda de ese nexo común nacional, de esa ‘germanidad’ unívoca, que justifique la opresión – toda vez que abomina del pluralismo identificado con división y aún con decadencia– la establece en la lengua. Haciendo de la necesidad, virtud, universaliza el principio: "allí donde hay una lengua específica debe de existir también una nación específica con derecho a ocuparse de sus asuntos y a gobernarse ella misma”. Tal 3

Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, pág. 242

9

dogma, aparentemente objetivo, encuentra muchas dificultades para atenerse a la realidad: dentro de una misma nación se hablan varias lenguas, dentro de cada lengua hay variedades dialectales y una misma lengua se habla con frecuencia en varias naciones. A lo que conduce Fichte es a la existencia de una especie de nación originaria –pueblo– a la que ya no se pertenece por elección, ni tan siquiera por nacimiento, sino que se constituye en naturaleza común y específica que toca al Estado administrar. Porque, al final, la lengua más que en vehículo de comunicación se convierte en el instrumento de dominación por el Estado. La puesta en práctica de tal principio, bajo el nacionalsocialismo, llevó a la prohibición de la utilización del alemán por los judíos, también de la literatura en alemán escrita por no arios, incluido Heine, uno de los más preclaros autores en esa lengua. En sentido inverso, significó el genocidio estalinista de los ciudadanos de la República del Volga, descendientes de los emigrantes alemanes, llegados y favorecidos por Catalina II. Ante la inconsistencia del principio, de hecho Fichte da un paso más en la mitificación y despoja al individuo de la propiedad de su lengua para hacer de ésta una naturaleza colectiva, con entidad propia. “No es realmente el hombre quien habla, sino la naturaleza humana es quien habla en él y se manifiesta a sus semejantes. En consecuencia, podría deducirse de esto que la lengua es única y completamente necesaria”. No sólo vemos que un principio aparentemente sencillo puede conllevar una espiral de complicaciones, sino que hemos de negarnos a cualquier criterio colectivista –está en juego nuestra libertad personal– que establezca derechos de tal especie, porque los derechos son personales, de forma que las lenguas carecen de derechos; los derechos están en las personas que las hablan. El nacionalismo lingüístico, como el étnico, con el que normalmente coinciden, no es otra cosa que la legitimación de Leviatán.

10

Enrique de Diego es un conocido periodista y ensayista español, actualmente director del programa “A Fondo”, en Radio Intereconomía. Es autor de más de una docena de ensayos políticos, con análisis sobre la evolución sociopolítica internacional con atención a la defensa de los principios de la sociedad abierta. Su último libro, “El manifiesto de las clases medias” es una propuesta de regeneración democrática y un esfuerzo para pasar a la ofensiva intelectual frente a los enemigos internos de la civilización occidental.

11

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.