Ganando la guerra contra la lujuria

Ganando la guerra contra la lujuria Por: Steven J. Cole Usado con permiso 1996 Quiero responder a una pregunta muy práctica para los cristianos que es

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Ganando la guerra contra la lujuria Por: Steven J. Cole Usado con permiso 1996 Quiero responder a una pregunta muy práctica para los cristianos que están viviendo en esta sociedad tan saturada de sexo: ¿Cómo podemos ganar la guerra contra la lujuria y el evidente pecado sexual que resulta de ella? Estamos siendo bombardeados diariamente con sensualidad. No puedes ver televisión, leer una revista de noticias o conducir viendo los anuncios por donde pasas, sin ser confrontado abiertamente con imágenes y mensajes descaradamente sexuales. Todos sabemos que como cristianos, debemos evitar la inmoralidad sexual. La difícil pregunta es, ¿cómo? Siendo hombre, estoy escribiendo de hombre a hombre, aunque lo que digo también tiene mucha aplicación a las mujeres. Por años, peleé una batalla perdida contra la lujuria. No tendría caso entrar en detalle describiendo mis fracasos. Pero, para que sepas que he estado allí, te diré que desde mis años de adolescente, he sido un conocedor de bellas mujeres. Mucho antes de que saliera la película de “10, la mujer perfecta,” yo ya tenía el hábito de ‘checar’ automáticamente la anatomía de la mujer, calificando sus diversas características. Por varios años, hubo muy pocas “Playmates’ del mes” a quien no hubiera escudriñado. Yo era cristiano, inclusive un cristiano “comprometido” y estudiante del seminario durante parte de ese tiempo, involucrado en servir al Señor. Pero fui derrotado por la lujuria. Todavía ocasionalmente llego a perder alguna escaramuza. Pero por la gracia de Dios, desde hace ya muchos años, he estado ganando la guerra. Quiero decirte cómo. Muchas cosas me han ayudado a pasar de la derrota a una constante victoria. El miedo a la santidad Eso me asustaba. Sabía que debía ser santo. Hace años, le entregué mi vida al Señor de acuerdo a Romanos 12:1-2. Pero eso no hizo mucha diferencia en mi batalla contra la lujuria. Finalmente llegué al punto en el que el Señor me ‘acorraló’ y me preguntó directamente. “¿Quieres ser un hombre de Dios, o quieres seguir jugando con este pecado?” ¡Gulp! Tuve que tomar la decisión de ser santo. Teóricamente, la decisión es fácil. Pero en realidad, es una lucha fiera, porque, francamente, a mí me encanta mirar a las mujeres sexys. Las hormonas comienzan a alborotarse cuando me recreo la vista con una de esas preciosas criaturas. Además es un pasatiempo que me puedo permitir en secreto. Todo está en mi cabeza. Dios usó dos cosas para mostrarme hasta dónde puede llevarme la lujuria desenfrenada, y el temor me llevó a tratar con mi hábito de la lujuria. Primero, estaba asustado por la devastación que causó en la vida de un amigo que fue arruinada por el pecado sexual. Cuando me gradué del seminario, revisé varias posibilidades para el ministerio. Una de ellas implicaba trabajar como asociado con un hombre al que llamaré Bob, quien tiene unos ocho años más que yo. Él había fundado una próspera iglesia en el sur de California, y necesitaba ayuda con las crecientes demandas. Me atraía trabajar con él, porque parecía ser un hombre profundamente espiritual. A menudo él se retiraba para pasar

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tiempos de meditación y oración. Su vida familiar parecía muy sólida. Él había estado casado por casi veinte años y tenía cuatro hijos, el mayor era ya adolescente. Creí que podría aprender mucho sobre el ministerio trabajando con él. Finalmente, decidí aceptar otro pastorado que me permitía predicar regularmente. Un año más tarde, ya no había oído nada de Bob, a pesar de una o dos cartas que le había enviado. Cuando se lo mencioné a un amigo mutuo, me dijo, “¿No has oído? Bob dejó a su esposa y familia, y se fue a vivir con una mujer de su iglesia”. ¡Me quedé pasmado! Unos meses después asistí a una conferencia de Francis Schaeffer. Al moverme entre la multitud de más de 2,000 personas, me encontré cara a cara con Bob. Su rostro reflejaba su agonía. Salimos por un café y me contó todo el problema. Todo comenzó cuando él y su esposa fueron demasiado lejos siendo adolescentes. Ella quedó embarazada y se casaron bajo presión. Él siempre había abrigado dudas en su mente sobre si ella era lo mejor de Dios tenía para él. Satanás utilizó esos pensamientos, como la grieta que lo llevó a su separación – otra mujer que era “más atractiva”. Tres años más tarde vi a Bob en otra conferencia en otra parte del estado. Él estaba allí para consejería con uno de los oradores, un pastor muy reconocido. Nunca olvidaré la constante mirada de devastación en su rostro. Se veía demacrado y mucho más viejo. Colgué la memoria de su rostro en la galería de mi mente. Me detengo a echarle una mirada cada vez que soy tentado a buscar el pecado y la lujuria. Una segunda cosa que el Señor usó para atemorizarme y decidirme seriamente por la santidad, era mi responsabilidad como padre y pastor. Bill Gothard tiene un útil diagrama que muestra el “paraguas de protección” que Dios pone sobre la gente a través de los apropiados canales de autoridad. Él explica que si un padre tiene “hoyos en su paraguas,” debido al pecado con el que no ha tratado, Satanás puede introducirse hacia aquellos que están bajo la responsabilidad del padre. Hace años, en un caluroso día de verano, me encontraba empujando la carriola de nuestra primera hija en un centro comercial, mientras mi esposa estaba en una de las tiendas. Las mujeres en ese centro comercial estaban vestidas (o mejor dicho, des-vestidas) con el atuendo de verano que suelen usar en el sur de California. Un número de ellas particularmente deleitables pasaba por allí, y descubrí a mis ojos, fiel a la costumbre, checando a una de ellas de arriba para abajo. Luego miré hacia abajo a nuestra dulce hijita, tan inocente en su primer año de vida. Como su padre, la defendería de cualquier enemigo, humano o animal. El Señor atravesó mi corazón con el pensamiento, “¿Por qué estás permitiendo que el peor enemigo, Satanás, llegue hasta tu hija a través de este agujero en tu paraguas de protección?” Mientras reflexionaba en ese incidente, comencé a sudar frío, mientras me daba cuenta de que no solo mi familia, sino la gente a la que pastoreaba, quedaría expuesta al enemigo si yo no me deshacía de este pecado. Es posible que no seas pastor, pero eres cristiano, y tanto los creyentes como aquellos que están fuera de la fe, saldrían dañados si caes en el pecado sexual. El evangelio de Jesucristo sería desacreditado. Dándome cuenta de cómo mi tolerancia a la lujuria me exponía a mí mismo y a los demás a ser dañados, me asustó. ¡Tenía que dejar de juguetear con la lujuria! Admitir mi pecado y debilidad El siguiente paso en la estrategia para la batalla, fue llamar a mi pecado por lo que es: ¡Pecado! No es solo un “problema.” Es desobediencia a Dios. Tuve que sacar todas las racionalizaciones

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que había estado utilizando como excusa: “Solo soy un hombre normal, de carne y hueso. Mis pensamientos no son en nada peor de los de cualquier otro hombre. Eso no le hace daño a nadie. Además, le soy fiel a mi esposa”. No, estoy en desobediencia a Dios cuando albergo pensamientos lujuriosos. Otro razonamiento que usaba a menudo, era pensar que si alimentaba mi lujuria un poquito, satisfaría mi apetito, y así ya no necesitaría más. Pero eso era como echarle gasolina al fuego. Un poquito de lujuria para mí, es como un trago para un alcohólico. Solo me hace desear más. Tuve que hacer el compromiso de permanecer sobrio. Tenía que entender, que nunca sería invulnerable a la lujuria. He descubierto que cuando soy indulgente con un pecado en particular, me hace más vulnerable a la tentación de ese pecado por el resto de mi vida. Por ejemplo, nunca he tomado drogas. Tú podrías dejar una bolsa de compras llena de cocaína en mi escritorio, y no tendría ningún problema en tirarla. Pero conozco a algunos cristianos para quienes sería una tentación increíblemente fuerte, porque ellos han cedido ante ese pecado. Habiendo cedido repetidamente al pecado de lujuria, tengo que reconocer que nunca llegaré a ser lo suficientemente fuerte como para echarle solo un vistazo a la lujuria. Siempre que llego a pensar que finalmente he conquistado la lujuria de una vez por todas, estoy en problemas. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. (1 Corintios 10:12) Pero ser vulnerable a la lujuria, y ceder ante ella no son sinónimos. Yo nunca me libraré de la tentación, pero sí puedo librarme del pecado. El reconocer constantemente mis debilidades, me lleva a confiar en el Señor, quien es mi fortaleza. “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Corintios 12:10) Lidiar con mis pensamientos Una de las cosas convenientes acerca del pecado de la lujuria, es que si eres cuidadoso, nadie más sabe lo que haces. Sólo asegúrate de usar tus miradas ilícitas cuando nadie está viendo. No veas las revistas en una tienda donde gente que conoces pueda pasar por allí. Con esas precauciones, tú puedes disfrutar de tu pecado y nadie más lo sospechará. Pero eso es como tolerar las grietas en una presa. Todo está bajo la superficie, donde nadie las ve. Pero tarde o temprano, el dique reventará y causará mucho daño. Siempre que un hombre cae en inmoralidad, sabes con seguridad que él ha estado tolerando las cuarteadoras de la lujuria mental desde tiempo antes. Alguien dijo acertadamente, “Vigila tus pensamientos porque ellos se convierten en palabras; vigila tus palabras porque ellas se convierten en acciones; vigila tus acciones porque ellas se convierten en hábitos; vigila tus hábitos porque ellos se convierten en carácter; vigila tu carácter, porque él se convierte en tu destino”. La lujuria debe ser conquistada a nivel mental. En el contexto de hablar sobre de la lujuria mental, Jesús dijo, “Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti”. (Mateo 5:29). Orígenes Adamantius tomó esto literalmente y se castró a sí mismo. ¡Muy bien, eso soluciona las relaciones sexuales! Pero no estoy convencido de que eso es lo que Jesús quiso decir. Lo que él quiso decir, es que, “tenemos que ser radicales al tratar con el pecado” Yo tuve que ser radical al negarme rotundamente el lujo de albergar pensamientos lujuriosos.

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Esto significa abandonar y confesar cualquier pensamiento lujurioso en el momento mismo en que aparece. Memorizar la Escritura con versos tales como 2 Corintios 10:3-5, que habla sobre “llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, me ha ayudado. De esa manera, puedo redirigir mis pensamientos de la lujuria, al Señor. Tengo que guardarme de lo que veo en las revistas, aún las noticias de las revistas semanales. Trato de evitar leer los reportes detallados de escándalos sexuales – ¡aún escándalos sexuales “cristianos”! Es asombroso cómo puedo recordar películas o historias sexuales de hace años, pero tengo problemas para recordar un verso que memoricé la semana pasada. A veces arranco páginas del Newsweek y las tiro a la basura, porque no puedo leer el resto de la revista sin mirar repetidamente alguna foto lujuriosa. Rara vez veo la televisión o voy al cine. Tuve que tirar un manual del matrimonio, porque no pude lidiar con las ilustraciones explícitas. Hace algunos años, cuando mi oficina estaba en mi casa, nuestras vecinas adolescentes, quienes fueron ampliamente dotadas por su creador, estaban afuera de la ventana de mi estudio lavando su auto en bikinis. Entre miradas a la ventana, estaba luchando por concentrarme en un sermón. Finalmente me levanté y cerré las cortinas, confesé mi pecado al Señor, y entonces pude terminar mi sermón. Tal vez pienses que cerrar las cortinas, arrancar páginas de una revista, tirar libros y evitar la televisión y las películas es un poco extremoso. También lo es sacarte un ojo. Yo tengo que tratar radicalmente con mis pensamientos, para ganar la guerra contra la lujuria. No solo ores, ¡obedece! Hace muchos años, supe de un pastor que tenía una lucha terrible contra la lujuria. De hecho se gratificaba a sí mismo por haber terminado su sermón, ¡yendo a una tienda de pornografía! Respecto a su batalla contra la lujuria, él hizo esta declaración, “No puedo decirles por qué una oración que ha sido repetida por diez años, es respondida hasta la 1,000 vez que se hace, cuando Dios ha respondido las primeras 999 con silencio”. Oye, ¡espera un minuto! Si te das cuenta, este hombre está culpando a Dios por su propio pecado: “Oré por liberación, pero Dios no respondió; ¡así que es su culpa!” Eso no ofrece esperanza para el hombre que esté luchando con la lujuria: “Sigue orando amigo. Si tienes suerte, Dios te alcanzará antes que caigas en las cataratas. Pero tal vez no”. ¿Qué clase de ayuda es esa? Pero la Biblia nunca dice que la forma en que trates con la lujuria sea orar sobre ello. Se nos ordena huir de ella (1 Corintios 6:18) Me dice que debo limpiarme de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Corintios 7:1). Me ordena andar en el Espíritu, para no satisfacer los deseos de la carne (Gálatas 5:16). ¿Orar? ¡Sí! Pero no solo orar sino: ¡Obedecer! Dios pone en mí la responsabilidad de mi obediencia activa en la pureza sexual. De alguna manera, hemos tenido la confusa idea de que la negación activa de la lujuria en obediencia al Señor implica la carne. Así que oramos por liberación y seguimos desobedeciendo, como si no pudiéramos evitarlo, hasta que aparezca el momento mágico. Pero Pablo nunca dice, “Relájate, y deja que Dios te de la victoria sobre la lujuria”. Él dice, “¡Huye!” Él dice que la gracia de Dios nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos (Tito 2:11-12). Necesito hacerlo y ¡puedo hacerlo! De otra manera, Dios no me mandaría hacerlo.

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Parte de huir es protegerme de antemano. Yo solía jugar con esto. Entraría en una tienda y miraría las nueva revistas (me decía a mí mismo). Después de unos minutos de hacerlo, me encontraría hojeando las páginas del Playboy o Penthouse, que siempre estaban convenientemente cerca. (“¿Cómo puedo evitarlo Señor?”) Pero ahora evito las tiendas donde puedo ser tentado a hojear revistas sexualmente implícitas. El hombre en Proverbios 7 no habría terminado en la cama con la mujer perdida, si en primer lugar no hubiera ido al lugar cerca de la esquina donde ella vivía (ver Proverbios 7:8). Satisfacer a mi esposa He oído a oradores cristianos decir que una forma de guardarse contra el pecado sexual, es estar satisfecho con tu esposa. Es verdad que estar sexualmente satisfecho con ella, me ayuda a no sentirme atraído por la lujuria por otras mujeres. Pero no estoy conforme con esta opinión que se enfoca en mis necesidades, más que en mi responsabilidad. Mi responsabilidad como esposo cristiano, no es satisfacerme a mí mismo, sino satisfacer a mi esposa. He descubierto que mi satisfacción sexual es el resultado de buscar satisfacer sus necesidades en todos los niveles – espiritual, emocional, y físico. Cuando me enfoco en eso, ella responde y mis necesidades sexuales son satisfechas. Muchos hombres están frustrados sexualmente en sus matrimonios, porque se centran en el sexo para satisfacer sus propias necesidades. Las palabras de Jesús acerca de querer salvar tu vida y perderla, y perder tu vida para salvarla (Marcos 8:35) se aplica al sexo en el matrimonio. Si me acerco a mi esposa solo para satisfacer mis necesidades, ni uno de nosotros se siente satisfecho. Pero si me propongo satisfacerla, entonces quedo profundamente satisfecho. Las mejores experiencias sexuales para mí, son cuando mi esposa está complacida. Tengo que deshacerme de mis expectativas sexuales, que fueron formadas por Hollywood y Playboy, y reconstruirlas con base en la Escritura. El mundo promueve que satisfaga mis necesidades sobre todo lo demás. No sabe nada sobre el auto-sacrificio que nuestro Señor enseñó. Muchos cristianos, sin darse cuenta, han caído en esta filosofía: “Si mi esposa no puede satisfacer mis necesidades sexuales, entonces tendré que satisfacerlas de alguna otra manera. Pero mis necesidades deben ser atendidas”. Pero el Señor me dice que debo amar a mi esposa sacrificialmente, como Cristo amó a la iglesia. La bendita ironía, es que cuando me esmero en eso, mis necesidades son abundantemente satisfechas. Y honestamente, puedo decirlo con gusto: “¡Sí que lo han sido!” Dwight Eisenhower dijo una vez, “La guerra es algo terrible. Pero si vas a participar, vas a tener que involucrarte totalmente”. Eso también es verdad en la guerra contra la lujuria. No la ganarás involucrándote solo en parte. Pero si te involucras totalmente en la batalla – a la manera de Dios, y utilizando su estrategia – ¡tú puedes ganarla! www.obrerofiel.com. Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.

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