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Introducción Él nació en 1646 y murió el 1716. Una vida para la época relativamente larga. Nació en Leipzig y murió en Hannover. Fue uno de los más grandes matemáticos de la historia con su gran descubrimiento, el Cálculo Infinitesimal. En el mismo tiempo que Newton y a habido una disputa sobre la prioridad del descubrimiento, Era además físico, jurista, historiador, tenía una gran preocupación religiosa; Era protestante, pero se sentía muy próximo al catolicismo.( Él era partidario, tenía mucho entusiasmo por la unión de las iglesias: mantuvo una relación muy prolongada con el gran obispo y teólogo francés Bossuet y con el obispo español Rojas Espinola, para conseguir una aproximación y un poco de unión entre las iglesias. Él no quería convertirse; él quería que las iglesias protestantes y católica se aproximaran y llegaran a una unión, sin cambiar las confesiones.) y fue un gran filósofo. Él escribió principalmente en francés y en latín. Escribió doce libros, en lo que podemos encontrar nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Ensayos sobre el entendimiento humano y también él escribió en francés Nouveaux essais sur l'entendement humain y Teodicea. La palabra "teodicea" quiere decir "justificación de Dios". Pero la palabra "teodicea" luego ha sido usada como el conocimiento filosófico de Dios. Escribió además una serie de breves tratados, algunos muy importantes como El Discurso de Metafísica , La monadología, Los principios de la naturaleza y otros más. Como todos los autores de su tiempo mantuvo una correspondencia científica con figuras importantes de varios países, y esa correspondencia está en latín o en francés, algunas cartas en inglés y muy pocas en alemán. Como autor es un autor de lengua francesa y latina; el alemán no era todavía una lengua de cultura. Fue fundador de la Academia de Ciencias de Berlín, en 1700, y fue director de ella. Es una figura por tanto amplísima; escribe sobre gran cantidad de temas, y fue sobre todo como matemático y como filósofo una de las grandes figuras creadoras. Gottfried Wilhelm Leibniz Él era filósofo, matemático y estadista alemán, considerado como uno de los mayores intelectuales del siglo XVII. Nacido en Leipzig, se educó en las universidades de esta ciudad, de Jena y de Altdorf. Desde 1666 trabajó para Johann Philipp von Schönborn, arzobispo elector de Maguncia, en diversas tareas legales, políticas y diplomáticas. En 1673, cuando cayó el régimen del elector, Leibniz marchó a París. Permaneció allí durante tres años y también visitó Ámsterdam y Londres, donde dedicó su tiempo al estudio de las matemáticas, la ciencia y la filosofía. En 1676 fue designado bibliotecario y consejero privado en la corte de Hannover. Durante los 40 años siguientes, hasta su muerte, sirvió a Ernesto Augusto, duque de Brunswick−Lüneburg, más tarde elector de Hannover, y a Jorge Luis, elector de Hannover, después Jorge I, rey de Gran Bretaña. Leibniz fue considerado un genio universal por sus contemporáneos. Su obra aborda no sólo problemas 1
matemáticos y filosofía, sino también teología, derecho, diplomacia, política, historia, filología y física. Su contribución en matemáticas consistió en enumerar en 1675 los principios fundamentales del cálculo infinitesimal. Esta explicación se produjo con independencia de los descubrimientos del científico inglés Isaac Newton, cuyo sistema de cálculo fue inventado en 1666. El sistema de Leibniz fue publicado en 1684, el de Newton en 1687, y el método de notación ideado por Leibniz fue adoptado universalmente. En 1672 también inventó una máquina de calcular capaz de multiplicar, dividir y extraer raíces cuadradas. Es considerado un pionero en el desarrollo de la lógica matemática. En filosofía él impone un pensamiento racionalista con distinción entre verdades de razón y de hecho. Teoría del conocimiento: Para Leibniz, el espíritu es pensar y conocer, el mismo apetecer es tendencia a pasar de una percepción a otra; el sentimiento no constituye un especial tema de su filosofía. Leibniz sostiene que las ideas sólo son virtualmente innatas; No es necesaria la experiencia para la aparición de las ideas en la mente: el espíritu humano posee la capacidad de tomar de sí mismo las verdades necesarias, si bien la experiencia es la ocasión que los suscita. El conocimiento, o las verdades pueden ser necesarias o contingentes: verdades de razón o verdades de hecho. Aquéllas son innatas, mientras que éstas se establecen a partir de la experiencia. Aquéllas se fundan en el principio de no−contradicción, o de identidad; éstas en el principio de razón suficiente. Las primeras se refieren a las esencias de las cosas, cuyas propiedades establecen entre sí relaciones necesarias en el mundo de la posibilidad; las segundas se refieren a los hechos, esto es, a la existencia actual de las cosas en el tiempo. El innatismo virtual de Leibniz consiste en afirmar que las ideas innatas no se hallan en acto, esto es, pensadas y conscientes, en la mente, sino que están presentes en ella sólo como está presente un hábito o una disposición: «nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos, a excepción del mismo entendimiento. Lo innato, son las verdades (conocimiento potencial o virtual), pero no los pensamientos o los conceptos acerca de esas verdades. Conocer es, en definitiva, tener conciencia de verdades de razón acerca de las ideas y de verdades de hecho acerca de las cosas. El conocimiento sensible y el inteligible, sin embargo, no difieren por su origen, como si éste surgiera del alma y aquél de los sentidos: los sentidos sólo son la ocasión de que las ideas que se hallan potencialmente en él, lleguen a ser conocidas de un modo actual. Pero ni siquiera el conocimiento sensible puede propiamente decirse que proviene del exterior o de las mónadas que no pueden actuar unas sobre otras, y del alma, que expresa todo el universo, ha de afirmar que todas las ideas, incluidas las que proceden de la sensación, de alguna manera están ya en la mente. La distinción de conocimiento no es de origen, sino de naturaleza: uno es acerca de lo necesario, el otro, acerca de lo contingente. Las mónadas son unos puntos de energía que están por debajo de la pura extensión; Leibniz considera que existe en todo momento en el espíritu humano una infinidad de percepciones, pero sin apercepción y sin reflexión; son, cambios en el espíritu humano de lo que no percibimos, ya que las impresiones o bien son excesivamente pequeñas o bien son excesivamente numerosas o no están lo bastante diferenciadas. En realidad, las impresiones que el espíritu humano se forma le parecen claras tomadas como totalidad, pero de hecho estas impresiones están formadas por muchísimas minúsculas percepciones, que no podemos diferenciar de forma aislada una de otra. El contenido de los sentidos es exclusivamente sensible y viene constituido por los objetos y afecciones de cada sentido. Son claros, en cuanto ayudan a tener conocimiento de algo determinado; pero son confusos y no distintos, en cuanto que no pueden resolverse en conceptos ni declararse a aquel que aún no ha experimentado aquellos contenidos. Tan sólo es posible inducirle a que lo perciba por sí mismo. Y sobre todo, las cualidades sensibles son en realidad cualidades ocultas, un no sé qué, del que se da uno cuenta sin que pueda dar razón de ello. De esta forma, según Leibniz, nosotros usamos nuestros sentidos externos de la misma forma que un ciego usa su bastón, y, así, quedamos muy lejos de la verdad, y en modo alguno únicamente entendemos la naturaleza de las cosas sensibles, sino que éstas son, en verdad, las que menos y peor conocemos. Sin embargo, Leibniz admite que en nuestro estado presente no son 2
necesarios los sentidos externos para pensar, de manera que si no los tuviéramos nada pensaríamos. Verdades de razón y de hecho. Las verdades de razón son aquellas verdades primitivas que Leibniz llama idénticas. Son conocidas por intuición, y su verdad es evidente por sí misma. Se llaman idénticas porque parecen limitarse a repetir la misma cosa, sin darnos información alguna. Si se consideran los ejemplos leibnizianos de verdades primitivas de razón, enseguida se advierte que algunas de éstas son tautologías. Por ejemplo, la proposición de que un rectángulo equilátero es rectángulo, la de que un animal racional es animal, o la de que A es A, son claramente tautológicas. Ésa es la razón de que Leibniz diga que las proposiciones idénticas parecen repetir la misma cosa sin proporcionarnos información alguna. La opinión de Leibniz parece haber sido que la lógica y las matemáticas puras son sistemas de proposiciones de la clase que ahora se llaman a veces tautologías. Las verdades de razón o verdades necesarias de Leibniz no pueden identificarse sin más ni más con proposiciones analíticas, porque para Leibniz, todas las proposiciones verdaderas son en cierto sentido analíticas. Para él, las proposiciones verdades de hecho no pueden ser reducidas por nosotros a proposiciones evidentes por sí mismas, mientras que las verdades de razón, o son verdades evidentes por sí mismas, o pueden ser reducidas por nosotros a verdades evidentes por sí mismas. Podemos decir que las verdades de razón son finamente analíticas, y que el principio de contradicción dice que todas las proposiciones finamente analíticas son verdaderas. Así si se entiende por proposiciones analíticas aquellas que son finamente analíticas, esto es, aquellas que el análisis humano puede mostrar que son proposiciones necesarias, podemos identificar las verdades de razón leibnizianas con proposiciones analíticas en este sentido. Y, como Leibniz habla de las verdades de hecho como inanalizables y no necesarias, podemos hablar prácticamente de las verdades de razón como proposiciones analíticas. Estas verdades no pueden derivar de la experiencia y son, por tanto, innatas. Ciertamente, las ideas innatas no son ideas claras y distintas, esto es, plenamente conscientes son, más bien, ideas confusas y oscuras, pequeñas percepciones, posibilidades o tendencias. La experiencia hace actuales, plenamente claras y distintas, las ideas que en el alma eran simples posibilidades o tendencias. Pero las ideas innatas no pueden originarse en la experiencia, porque tienen una necesidad absoluta que los conocimientos empíricos no tienen. Las verdades de razón bosquejan el mundo de la pura posibilidad, que es mucho más amplio y extenso que el de la realidad. La conexión entre las verdades de razón es necesaria, pero la conexión entre verdades de hecho no siempre es necesaria. La conexión es de dos clases; la una es absolutamente necesaria, de modo que su contrario implica contradicción, y esa deducción se da en las verdades eternas, como las de la geometría; la otra es solamente necesaria.. La serie de existentes no es necesaria, y así, toda proposición que afirme la existencia, bien de la serie como un todo, es decir, el mundo, o bien de un miembro cualquiera de la serie, es una proposición contingente, en el sentido de que su contraria no implica contradicción lógica. Hay diferentes mundos posibles. El fundamento y última razón suficiente de la certeza de una verdad de hecho ha de buscarse en Dios, y se requeriría un análisis infinito para conocerla. Ninguna mente finita puede llevar a cabo ese análisis; y, en ese sentido, Leibniz habla de las verdades de hecho como inanalizables. Solamente Dios puede poseer aquella idea completa y perfecta de la individualidad de Cesar que seria necesaria para conocer todo cuanto alguna vez será predicado del mismo. Para Leibniz la diferencia entre verdades de razón y verdades de hecho, esto es, entre proposiciones necesarias y contingentes, es esencialmente relativa al conocimiento humano. En ese caso, todas las proposiciones 3
verdaderas serían necesarias en sí mismas, y serían reconocidas como tales por Dios, aunque la mente humana, debido a su carácter limitado y finito, solamente es capaz de ver la necesidad de aquellas proposiciones que pueden ser reducidas por un proceso finito a las llamadas por Leibniz idénticas. Hay una diferencia entre el análisis de lo necesario y el análisis de lo contingente. El análisis de lo necesario, que es análisis de esencias, va de lo que es posterior por naturaleza a lo que es anterior por naturaleza, y termina en nociones primitivas, y es así como los números son resueltos en unidades. Pero en los contingentes o existentes, ese análisis de lo subsiguiente por naturaleza a lo anterior por naturaleza procede hasta el infinito, sin que sea nunca posible una reducción a elementos primitivos. . La armonía preestablecida: Las realidades últimas son las mónadas, substancias simples concebidas según una analogía con las almas. Leibniz fue un pluralista convencido. La experiencia nos enseña, decía, que hay almas o yoes individuales; y esa experiencia es incompatible con la aceptación del spinozismo. No hay dos de esas mónadas que sean exactamente semejantes. Cada una de ellas tiene sus propias características peculiares. Además, cada mónada constituye un mundo aparte, en el sentido de que desarrolla sus potencialidades desde su interior. Leibniz no negaba, desde luego, que, a nivel fenoménico, hay lo que llamamos causalidad eficiente o mecánica, por ejemplo, no negaba que sea verdad que la puerta se ha cerrado de golpe porque un golpe de viento la ha empujado. Pero tenemos que distinguir entre el nivel físico en el que tal enunciado es verdadero y el nivel metafísico, en el que hablamos de mónadas. Cada mónada es como un sujeto que virtualmente contiene todos sus predicados, y la entelequia o fuerza primitiva de la mónada es, por así decir, la ley de sus variaciones y cambios. Las mónadas, para utilizar la expresión de Leibniz, no tienen ventanas. Además, hay una infinidad de ellas. Pero aunque hay innumerables mónadas o substancias simples, cada una de las cuales pre−contiene todas sus sucesivas variaciones, no forman una aglomeración caótica. Según Leibniz, la doctrina de la armonía preestablecida entre los cambios y variaciones de mónadas sin interacción es la única teoría que es al mismo tiempo inteligible y natural, e incluso puede ser probada, mostrando que la noción del predicado está contenida en la del sujeto. La armonía preestablecida: Leibniz decía que Dios preestableció la armonía del universo en el comienzo de las cosas, después de lo cual cada cosa sigue su propio camino en los fenómenos de la naturaleza, según las leyes de almas y cuerpos Leibniz compara a Dios con un relojero que ha construido dos relojes de tal modo que desde entonces marchan siempre al unísono, sin que haya necesidad alguna de repararlos o ajustarlos para sincronizarlos. La filosofía común supone que una cosa ejerce una influencia sobre otra; pero eso es imposible en el caso de mónadas inmateriales. Los ocasionalistas suponen que Dios está ajustando constantemente los relojes que ha construido. Queda, la teoría de la armonía preestablecida. Uno podría sentirse inclinado a inferir de ahí que Dios pone en marcha el universo, y luego no tiene nada más que ver con él. En la doctrina de la armonía preestablecida, Leibniz encuentra una conciliación de la causalidad mecánica y la causalidad final. Encuentra los medios de subordinar la primera a la segunda. Las cosas materiales actúan de acuerdo con leyes fijas y averiguables; y, en el lenguaje ordinario, tenemos derecho a decir que actúan unas sobre otras de acuerdo con leyes mecánicas. Pero todas esas actividades forman parte del sistema armonioso preestablecido por Dios según el principio de perfección. Principio de perfección Si de entre todos los mundos posible Dios ha elegido crear este mundo particular, se plantea la pregunta de por qué lo eligió. Leibniz no se conformaba con responder simplemente que Dios hizo esa elección. Porque responder de ese modo equivaldría a mantener que Dios quiere algo sin una razón suficiente, lo cual sería 4
contrario a la sabiduría de Dios, como si Éste pudiera obrar de modo irrazonable. Tiene que haber una razón suficiente para la elección divina. Aunque el principio de razón suficiente nos dice que Dios tenía una razón suficiente para crear este mundo real, no nos dice por sí mismo cuál fue la razón suficiente en uno u otro caso. Se necesita algo más, un principio complementario al principio de razón suficiente; y Leibniz encuentra ese principio complementario en el principio de perfección. En opinión de Leibniz, es idealmente posible asignar una suma máxima de perfección a todo posible mundo o equipo de composibles. Así preguntar por qué eligió Dios crear un mundo particular y no otro es preguntar por qué eligió conferir la existencia a un determinado sistema de composibles, poseedor de un cierto máximo de perfección, mejor que a otro sistema de composibles, poseedor de un máximo de perfección diferente. Y la respuesta es que Dios eligió el mundo que tiene el mayor máximo de perfección. El principio de perfección afirma que Dios obra según lo que es objetivamente mejor, y que el hombre obra en vistas a lo que le parece mejor. Ese principio significaba la reintroducción de la causalidad final. Esa causalidad no va contra la libertad, a Dios no se le impuso de una manera absoluta elegir el mejor mundo posible. Hay contingencia en mil acciones de la naturaleza; pero cuando no hay juicio en el agente, no hay libertad. Dios ha hecho al hombre de tal modo que éste elige lo que le parece ser lo mejor, y, para una mente infinita, las acciones del hombre son ciertas. No obstante, obrar de acuerdo con un juicio de razón es obrar libremente. Preguntar si hay libertad en nuestra voluntad equivale a preguntar si en nuestra voluntad hay elección. `Libre' y `voluntario' significan la misma cosa. Porque lo libre es lo espontáneo con razón; y querer es ser llevado a la acción por una razón percibida por el entendimiento. Entonces, si la libertad se entiende en ese sentido, Cesar eligió libremente pasar el Rubicón, a pesar del hecho de que su elección fuese cierta. Hay una distinción entre necesidad lógica o metafísica por una parte, y necesidad moral por la otra. Decir que Dios elige libremente obrar en vistas a lo mejor no equivale a decir que fuese incierto el que obrase o no en vistas a lo mejor, y, en consecuencia, era cierto que obraría de ese modo. Pero no era lógica o metafísicamente necesario para Dios elegir el mejor de los mundos posibles. Puede decirse en cierto sentido que es necesario que Dios eligiese lo mejor Pero esa necesidad no es incompatible con la contingencia; porque no es esa necesidad que llamo lógica, geométrica o metafísica, cuya negación implica contradicción. Cuál sea la razón suficiente por la que Dios eligió crear este mundo queda explicado por el principio de perfección, que dice que Dios siempre y de manera cierta, aunque libremente, elige lo objetivamente mejor, y que el hombre elige de manera cierta, aunque libremente, lo que le parece ser lo mejor. La creación no es absolutamente necesaria; pero, si Dios crea, crea ciertamente, aunque libremente, el mejor de los mundos posibles. El principio leibniziano de contingencia es, así, el principio de perfección. El problema del mal: Leibniz nos describe un Dios perfecto, que ha creado un universo perfectamente organizado entonces como puede existir el mal, Leibniz para responder esta pregunta analiza en que consiste el mal, lo cual lo hace distinguir tres tipos de mal; el metafísico, físico y moral. El metafísico se identifica con las limitaciones de toda realidad que no sea Dios; en la ausencia de la perfección divina. El mal físico ( miseria, enfermedades) consiste en falta de bienes (prosperidad, salud), no tiene realidad propia, solo es ausencia del bien. El mal moral o pecado proviene de una cualidad o perfección concebida por Dios a los seres humanos; la libertad. Pero, incluso si aceptamos el mal como como simple falta de bien entonces por que Dios no creo un mundo 5
donde se da esta falta. Leibniz concluyo que si la hora de creación del universo Dios ha elegido crear un este mundo y no otro, es porque este mundo es el mejor de todos los mundos posibles; aunque no sea un mundo optimo, ha de ser el mas perfecto de todos los que podrían ser creados. Si a veces no llegamos a comprender la bondad que hay en el universo, es porque nuestra razón humana es limitada. http://www.hottopos.com/mp2/leibniz.htm http://perso.wanadoo.es/angeljes/57/57.htm
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