GUÍA DE LECTURA DE NIEBLA (1914), DE MIGUEL DE UNAMUNO

GUÍA DE LECTURA DE NIEBLA (1914), DE MIGUEL DE UNAMUNO PRÓLOGO En su afán por confundir y eliminar los límites entre realidad y ficción, Unamuno encar

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GUÍA DE LECTURA DE NIEBLA (1914), DE MIGUEL DE UNAMUNO PRÓLOGO En su afán por confundir y eliminar los límites entre realidad y ficción, Unamuno encarga el prologo de su obra a uno de sus personajes, Víctor Goti. El personaje está seguro de carecer de libre albedrío porque al fin y al cabo es sino una invención de don Miguel: Sin haber yo llegado al extremo del escepticismo hamletiano de mi pobre amigo Pérez, que llegó hasta a dudar de su propia existencia, estoy por lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman libre albedrío.(pág. 97) El tema de si somos libres para decidir o si estamos condenados a vivir de una manera que escapa a nuestra es una preocupación existencial presente en todas las épocas. Busca la actitud de los griegos ante el tema, de los protestantes del siglo XVI (Lutero y Calvino principalmente) y del existencialismo del siglo XX. Tampoco te vendría mal leer Hamlet de Shakespeare para entender la expresión escepticismo hamletiano. En este prólogo Víctor Goti nombra a su amigo Antolín S. Paparrigópulos, un erudito que vuelve a aparecer en la novela. Compruébalo leyendo el capítulo XXIII. Este erudito de nombre ridículo y Don Fulgencio de Entreambosmares, personaje de Amor y pedagogía (1902) parecen ser burlas de don Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) Expone Víctor Goti algunas ideas de Unamuno, para quien la vida es una experiencia impura que no es analizable con la razón: Dicen que lo helénico es distinguir, separar; pues lo mío es indefinir, confundir.

definir,

Idea obsesiva de Unamuno son las consecuencias que se derivan la mortalidad o inmortalidad del alma. Es su idea fija, monomaníaca, de que si su alma no es inmortal y no lo son las almas de los demás hombres y aun de todas las cosas, e inmortales en el sentido mismo en que las creían ser los ingenuos católicos de la Edad Media, entonces, si no es así, nada vale nada ni hay esfuerzo que merezca la pena. En su afán por confundir, por mezclar, o simplemente por ser ingenioso y llamar la atención, Unamuno se vale de

su personaje para mezclar lo erótico, lo belicoso y lo metafísico. Lo erótico y lo metafísico se desarrollan a la par. La religión es guerrera; la metafísica es erótica o voluptuosa. Es la religiosidad lo que hace al hombre ser belicoso o combativo, o bien es la combatividad lo que le hace religioso, y por otro lado es el instinto metafísico, la curiosidad de saber lo que no nos importa, el pecado original, en fin, lo que le hace sensual al hombre, o bien es la sensualidad la que, como a Eva, le despierta el instinto metafísico, el ansia de conocer la ciencia del bien y del mal. Y luego hay la mística, una metafísica de la religión que nace de la sensualidad de la combatividad. Sobre estas ideas el Propio Víctor Goti comenta: Y si todo esto no es así como digo, no se me negará al menos que es ingenioso, y basta. lo que da la medida de hasta qué punto el pensamiento de Unamuno se basa en juegos de ingenio. Víctor Goti, personaje como Augusto Pérez, termina el Prólogo afirmando la existencia real de su amigo: Pero debo hacer constar en descargo de mi conciencia que estoy profundamente convencido de que Augusto Pérez, cumpliendo el propósito de suicidarse, que me comunicó en la última entrevista que con él tuve, se suicidó realmente de hecho, y no sólo idealmente y de deseo. Creo tener pruebas fehacientes en apoyo de mi opinión. Post-Prólogo En este Post-Prólogo Unamuno le lee la cartilla a su personaje Víctor Goti Su afirmación, digo, de que el desgraciado, o lo que fuese, Augusto Pérez se suicidó y no murió como yo cuento su muerte, es decir, por mi libérrimo albedrío y decisión, es cosa que me hace sonreír. Opiniones hay, en efecto, que no merecen sino una sonrisa. Y debe de andarse mi amigo y prologuista Goti con mucho tiento en discutir así mis decisiones, porque si me fastidia mucho acabaré por hacer con él lo que con su amigo Pérez hice, y es que lo haré morir o le mataré a guisa de médico. Está claro su planteamiento: los personajes no poseen libre albedrío; el autor sí. Augusto Pérez se vengará

recordándole una de sus tesis de La vida de don Quijote y Sancho (1905): no son los autores los que crean a los personajes sino que son los personajes lo que crean a los autores (en esto coincide con Pirandello) I Desde el principio el personaje aparece ridiculizado. Tiene nombre de emperador romano; su primer gesto es tender la mano en actitud “estatuaria y augusta” para realizar una comprobación cotidiana: saber si llueve. Desde el principio Augusto es un personaje contemplativo, un personaje metido en sí mismo que monologa, y en ese monólogo es, con frecuencia, portavoz de las ideas del autor. Una de sus primeras reflexiones tiene como objeto la contemplación, la belleza, el uso, la vida en la tierra y en el cielo. El uso afecta a los objetos y también a Dios: Es una desgracia esto de tener que servirse de las cosas –pensó Augusto-;tener que usarlas. El uso estropea y hasta destruye toda belleza. La función más noble de los objetos es la de ser contemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida! Esto cambiará en el cielo cuando todo nuestro oficio se reduzca, o más bien se ensanche, a contemplar a Dios y todas las cosas en Él. Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de servirnos de Dios; pretendemos abrirlo como un paraguas para que nos proteja de toda suerte de males. Su desorientación vital se plasma en su indecisión cuando sale del portal. ¿Hacia la izquierda?, ¿hacia la derecha? Porque Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida. Al final decide seguir al primer perro que pase. ¿Qué guía los pasos de un hombre sobre la tierra? ¿El destino?, ¿la Providencia?, ¿el azar? Al final se va, como imantado, tras los ojos de una garrida moza. Para Augusto –seguramente también para Unamuno, tan amigo de inventar paradojas y de buscarle tres pies al gato- los vagos no son los que no trabajan en una ocupación productiva, sino lo que aturden y ahogan el pensamiento: Es un vago como…¡No, yo no soy un vago! Mi imaginación no descansa. Los vagos son ellos, los que dicen que trabajan y no hacen sino aturdirse y ahogar el pensamiento.

La obra está llena de referencias culturales y de guiños a otras obras –lo que se llama intertextualidad. La decisión de seguir la dirección del primer perro que pase recuerda la decisión de san Ignacio de dejar la elección del camino al caballo o la decisión de don Quijote de fiar en Rocinante la dirección de su marcha. La portera de la casa donde vive Eugenia Domingo del Arco se llama Margarita, pero en realidad es una Cerbera que guarda la entrada de la casa como el Can Cerbero guardaba la entrada de las regiones infernales. El nombre de Eugenia (bien nacida según la etimología griega) resultará irónico conforme se vaya desarrollando la obra. El capítulo termina con distintas reflexiones de Augusto sentado en un banco. Los pensamientos de Augusto siguen el curso caprichoso de la corriente de conciencia descrita por el psicólogo William James y el vuelo libre de su fantasía. Destacamos su reflexión sobre lo innato y lo aprendido: Sí, el hombre no hace sino buscar en los sucesos, en las vicisitudes de la suerte, alimento para su tristeza o su alegría nativas. Un mismo caso es triste o alegre según nuestra disposición innata. II Augusto es rico. Vive con un matrimonio de criados. Domingo y . Su madre ha muerto hace seis meses. Después de comer Augusto reflexiona. Hay dos Eugenias: la real y la que está forjando su fantasía. De la misma manera don Quijote se inventa una Dulcinea fantástica sobre la base de una Aldonza Lorenzo real a la que nunca ha visto, pues, como le confiesa a Sancho, él es un enamorado de oídas. En cuanto al azar que marca los encuentros y los desencuentros: ¡El azar! El azar es el íntimo ritmo del mundo, el azar es el alma de la poesía. El sustantivo niebla asume distintos simbolismos a lo largo de la obra. En este capítulo aparece el primero: Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes. Y la vida es esto, la niebla. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella Eugenia.

El monólogo termina con una de las ideas centrales del libro: de la misma manera que no es el autor el que busca a los personajes sino los personajes al autor, no es Augusto el que busca a Eugenia sino Eugenia quien busca a Augusto; no es Colón quien busca América sino América la que sale al encuentro de Colón. Augusto le escribe una carta a Eugenia donde reconoce que vive en perpetua lírica infinitesimal y termina

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Augusto vuelve a salir a la calle pero ahora tiene dirección y una finalidad, pero está tan metido dentro sí mismo que se cruza con Eugenia y no la reconoce. narrador aprovecha para exponer la textura emocional de realidad. La realidad externa no existe; sólo existe mundo interior

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Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan. Al enterarse por la portera que Margarita no sólo tiene otros pretendientes sino que tiene novio, Augusto decide luchar: Ya tiene mi vida una conquista que llevar a cabo.

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III Se encuentra Augusto con su amigo Víctor (Goti, el prologuista) para jugar al ajedrez, un juego realmente filosófico que le permite reflexionar sobre el azar (uno de los temas recurrentes de la obra), la lógica, los planes de Dios: ¡Eugenia, Eugenia, Eugenia, mi Eugenia, finalidad de mi vida, dulce resplandor de estrellas mellizas en la niebla, lucharemos! Aquí sí que hay lógica, en esto del ajedrez, y, sin embargo, ¡qué nebuloso, qué fortuito después de todo! ¿No será la lógica también algo fortuito,

algo azaroso? Y esa aparición de mi Eugenia, ¿no será algo lógico?¿No obedecerá a un ajedrez divino? Sobre el simbolismo del ajedrez, que con tanta facilidad se convierte en como metáfora de la vida y de la muerte, puedes ver El séptimo sello, una película de Igmar Bergman en la que la Muerte juega al ajedrez con el protagonista, o leer las reflexiones del Sancho Panza sobre el valor temporal de las piezas y el poder igualador de la muerte En su conversación con Víctor se apunta la posibilidad de que el amor sea innato. Ello significa que el objeto concreto del amor es intranscendente. Tanto da Eugenia como Rosario: Naturalmente, tú estás enamorado que naciste; tienes un amorío innato

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IV El capítulo se abre con un monólogo interior en el que Augusto reflexiona sobre la naturaleza del amor. Tal vez Eugenia no ha suscitado el amor sino ha sido el amor innato, recordemos) el que ha creado a Eugenia: Tal vez mi amor ha precedido a su objeto. Es más, es este amor el que lo ha suscitado, el que lo ha extraído de la niebla de la creación. Augusto está tan ensimismado en sus reflexiones que se cruza con Eugenia y no la ve. Y al llegar a este punto cruzó Augusto con Eugenia y no reparó en ella. Augusto suele referirse a los ojos de Eugenia como dos estrellas mellizas o gemelas. Hay en la expresión un eco las gacelas mellizas (para referirse a los pechos de la amada) de El Cantar de los Cantares. Augusto recuerda a su madre, muerta hace dos años, y su recomendación de que se casase en cuanto ella muriese. La esposa no es compañera sino continuación o sucedáneo de la madre. El capítulo, que empieza con un monólogo, se cierra con otro. El aburrimiento es la esencia de la vida (Augusto necesita urgentemente ponerse a trabajar ocho horas diarias) y el amor no es sino una forma de escapar del tedio. Augusto se aburre desde que murió su santa madre

Sí, sí, hay un aburrimiento inconsciente. Casi todos los hombres nos aburrimos inconscientemente. El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor. La niebla de la vida rezuma un dulce aburrimiento, licor agridulce.(…)¡Oh Eugenia, mi Eugenia, flor de mi aburrimiento vital e inconsciente, asísteme en mis sueños, sueña en mí y conmigo. V Al principio del capítulo Augusto sale de la duermevela, y en tal situación plantea otro de los temas centrales de la novela: la sutil inconsistencia de la realidad: ¿Sueño o vivo? (…)El mundo es un caleidoscopio. La lógica la pone el hombre. El supremo arte es el del azar. Poco después reflexiona en un sentido más pitagórico: La esencial del mundo es musical –se dijo Augusto cuando murió la última nota del organillo-. Y mi Eugenia, ¿no es musical también? Toda ley es una ley de ritmo, y el ritmo es el amor. He aquí que la divina mañana, virginidad del día, me trae un descubrimiento: el amor es el ritmo. La ciencia del ritmo son las matemáticas: la expresión sensible del amor es la música. Insiste en que el amor es innato: la imagen de Eugenia estaba dentro de él antes de conocerla: ¡Calla –se dijo-, si yo la había visto, si yo la conocía hace mucho tiempo; sí, su imagen me es casi innata! ¡Madre mía, ampárame! Por lo tanto los amantes caminaban para encontrarse sin saberlo: Es ella, sí, es ella –siguió diciéndose-, es ella, es la misma, es la que yo buscaba hace años, aun sin saberlo; es la que me buscaba. Estábamos destinados uno a otro en armonía preestablecida; somos dos mónadas complementaria una de la otra. Tras saber por la portera que Eugenia tiene novio, se va a la Alameda y se sume en recuerdos infantiles. Los recuerdos infantiles funcionan en Unamuno como nostalgia del paraíso perdido de inocencia e inconsciencia. La memoria de su madre es una imagen protectora mientras que la del padre le asoma al misterio de la muerte:

Era, sobre todo, el cielo de recuerdos de su madre derramando una lumbre derretida y dulce sobre todas las demás memorias. De su padre apenas se acordaba; era una sombra mítica que se le perdía en lo más lejano; era una nube sangrienta de ocaso. Sangrienta, porque siendo aún pequeñito lo vio bañado en sangre, de un vómito, y cadavérico. Y repercutía en su corazón, a tan larga distancia, aquel ¡hijo! De su madre, que desgarró la casa; aquel ¡hijo! Que no sabía si dirigido al padre moribundo o a él, a Augusto, empedernido de incomprensión ante el misterio de la muerte. La madre es la imagen protectora (¿castradora?) donde se sumerge el niño Augusto. La casa Era una casa dulce y tibia.(…)Las butacas abrían, con intimidad de abuelos hechos niños por los años, sus brazos. Allí estaba siempre el cenicero con la ceniza del último puro que apuró su padre. En capítulos anteriores Augusto se ha referido a su casa como un cenicero. Tras la muerte del padre, la madre vive para el hijo. Ya es Augusto licenciado en Derecho y Su madre jamás se acostaba hasta que él lo hubiera hecho, y le dejaba con un beso en la cama. No pudo, pues, nunca trasnochar. Y era su madre lo primero que veía al despertarse. Y en la mesa, de lo que él no comía, tampoco ella. La evocación de su vida termina con la añoranza de la madre –seguramente ella encontraría la solución al asunto ese de que Eugenia tenga novio, termina con el encuentro de un cachorro entre la verdura de un matorral. Como Augusto El animalito buscaba el pecho de la madre. Sin ninguna razón aparente, lo bautiza como Orfeo. Y Orfeo fue en adelante el confidente de sus soliloquios, el que recibió los secretos de su amor a Eugenia. VI El azar propicia que Augusto entre en casa de Eugenia, el número 58 de la avenida de la Alameda. Calisto entra en el huerto de Melibea siguiendo su azor; Augusto entra en casa de Eugenia para devolver la jaula del canario, que se

ha precipitado al vacío. intertextualidad irónica.

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otro

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En aquel momento se abrió uno de los balcones del piso segundo, en que vivía Eugenia, y apareció una señora enjuta y cana con una jaula en la mano. Iba a poner el canario al sol. Pero al ir a ponerlo falló el clavo y la jaula se vino abajo. La señora lanzó un grito de desesperación: Augusto se precipitó a recoger la jaula. El pobre canario revoloteaba dentro de ella despavorido. Subió Augusto a la casa, con el canario agitándose en la jaula y el corazón en el pecho. La señora lo esperaba. En la casa conoce a don Fermín, personaje al que el autor ridiculiza convirtiéndolo en anarquista místico y esperantista. Para la ti Augusto es el candidato ideal para casarse con su sobrina. Está bien educado, es de buena familia (la tía conoció a doña Soledad, la madre de Augusto) y posee una renta más que regular. El dinero es uno de los motores de la actuación de los personajes en cuestiones amorosas. Reaparece el tema del suicidio, ligado a los negocios. El padre de Eugenia se suicidó después de una operación bursátil desgraciadísima y dejándola casi en la miseria. Le quedó una casa, pero gravada con una hipoteca que se lleva sus rentas todas. Esta información le hace concebir a Augusto propósito generoso y heroico.

un

Cuando la tía informa a Eugenia de la visita de Augusto y remarca que es rico, Eugenia proclama su independencia. -Pues que se quede con su riqueza, que si yo trabajo no es para venderme. VII El monólogo interior se convierte en diálogo con el perro Orfeo. Las reflexiones se centran en los temas que ocupan al pensador existencialista: el azar, el destino, el viento que rige los pasos del hombre sobre la tierra: Caminamos, Orfeo mío, por una selva enmarañada y bravía, sin senderos. El sendero nos lo hacemos con los pies según caminamos a la ventura.

Hay en estas palabras un eco de los versos de Antonio Machado Caminante, son tus huellas el camino y nada más. Caminante, no hay camino Se hace camino al nadar. La reflexión se centra a continuación en uno de los temas centrales de la novela: ¿quién crea a quién? ¿el autor a sus personajes o los personajes al autor? ¿Dios a nosotros o nosotros a Dios? ¿Tenemos existencia independiente o sólo existimos en función de que otro nos piensa? Es el tema, también existencialista, de la identidad. Nótese el vínculo esencial con la madre y cómo la niebla pasa a significar aburrimiento Estos días que pasan...este día, este eterno día que pasa...deslizándose en niebla de aburrimiento. Poco antes se ha sugerido que Augusto se ha enamorado porque se aburre. Del aburrimiento sus pensamientos le llevan a la muerte, otra obsesión existencial Cuando el hombre se queda a solas y cierra los ojos al porvenir, al ensueño, se le revela el abismo pavoroso de la eternidad. La eternidad no es porvenir. Cuando morimos nos da la muerte media vuelta en nuestra órbita y emprendemos la marcha hacia atrás, hacia el pasado, hacia lo que fue(...)

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