GUILLERMO MAC DONALO. el apostol de "la frontera"

GUILLERMO MAC DONALO el apostol de "la frontera" ELIZABETH C. DE PACHECO GUILLERMO MAC DONALD EL APOSTOL DE LA FRONTERA ELIZABETH CONDELL DE PA

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GUILLERMO MAC DONALO el apostol de "la frontera"

ELIZABETH C. DE PACHECO

GUILLERMO MAC DONALD EL APOSTOL DE LA FRONTERA

ELIZABETH

CONDELL

DE

PACHECO

w

Segunda Publicaciones Bautistas

edición, publicada de las

Organizaciones

de los Países 19

per el Comité de Femeninas

Hispanoamericanos 5

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P R O L O G O La señora Elizabeth Condell de Pacheco ha hecho un servicio grande a los bautistas y especialmente a todos los que amaban a su abuelo, el patriarca bautista del Sur de Chile, don Guillermo Mac Donald, al presentar este opúsculo sobre su vida y sus actividades. Es un tributo de amor, pero no por ser de amor, deja de ser fiel a la verdad. Don Guillermo era una de estas vidas agitadas, llena de lucha y de contradicciones en sí misma. Era tan confiado que los amigos verdaderos eran tentados a explotarle y los amigos falsos nunca dejaban de hacerlo. A la vez tenía una recia contextura de porfía y sacrificio. No le importaba cuanto tenía que sufrir él, ni su familia, ni sus aliados para llevar a cabo lo que él consideraba su deber. Era fuerte y resuelto y no siempre diplomático para conseguir los fines que él creía rectos y que la amada "causa" demandaba. Debido a ías corrientes — 5 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

contradictorias dentro de sí mismo, muchos de sus colegas no acertaban a comprenderle y a veces él sufría duras críticas, en parte o en todo, inmerecidas, precisamente por estas razones. La presente obra deja en claro los antecedentes de su vida y su participación en la obra evangélica en Chile cuando aún el ser evangélico era cargar la cruz del desprecio popular cuando no exponerse a la pérdida de bienes, de empleo y de todo derecho entre la gente. Nadie pretendería darle más crédito que lo que merecía su obra, pero nadie puede desconocer su enérgica y valiosa parte en asentar la obra del Evangelio de Cristo en "La Frontera", y su parte principal en llevar a los pocos bautistas chilenos a una conciencia de su misión, de inspirarles confianza en el poder de su mensaje para los chilenos, y de su capacidad de presentar el Evangelio al país en su pureza y poder. Sería imposible separar el nombre de Guillermo Mac Donald de la crónica de los comienzos de la obra bautista en Chile. La señora Elizabeth de Pacheco merece la gratitud de todos por esta valiosa contribución a la historia evangélica y bautista de Chile. Roberto Cecil Moore

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CAPITULO

I

Escocia Roca de la eternidad, f u i s t e a b i e r l a tú p o r mí...

Se oye resonar nuevamente en la Iglesia Bautista de Temuco el himno antiguo y recordado en la hora de la muerte, cuando el hombre ve su impotencia ante los designios del Todopoderoso. Es el favorito de la familia Mac Donald y se ha cantado cada vez que uno de ellos ha partido a la eternidad. ¿Quién es él que ahora se ha ido? Mientras los acordes llenan la iglesia, hay alguien quien recorre en su imaginación aquellos años, cuando una voz potente de mujer, cantaba este mismo himno en las veladas hogareñas, reunidos todos alrededor de la abierta chimenea o de la blanca mesa. Mas ya hace mucho tiempo que no se oye esa voz; ella canta en el cielo como muchos de los que formaban el grupo familiar de las largas veladas del estío. Los acordes que ahora lie-

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

nan la iglesia dan la despedida al padre y tronco de todos ellos. Es el gran campeador cristiano el que se ha marchado rumbo a la Morada eterna. El cántico solemne prosigue hasta que las últimas notas se van apagando lentamente y el viejo templo vuelve a quedar en silencio durante algunos minutos. Luego, la voz clara y resonante del predicador continúa el culto fúnebre. La Iglesia Bautista de Chile está de duelo: ha muerto su fundador, el querido hermano Mac Donald. ¿Ha muerto, en verdad, el viejo patriarca Mac Donald? Esta interrogación surgió en los labios de muchos con cierto aire de incredulidad, pues parecía que este octogenario nunca abandonaría esta tierra en donde tenía tanta raigambre. Tienen razón los que dudaron, pues Guillermo Mac Donald seguirá viviendo en espíritu por mucho tiempo más, pues nunca desaparecen por completo los que en esta tierra cumplen con el divino precepto de servir. Sus obras le siguen y no es necesaria esta corta biografía para perpetuar su memoria, sino sólo para dar a conocer algunos datos biográficos de su vida. En la lejana y septentrional tierra de Escocia, entre las colinas tapizadas de fragante heather, flor nacional escocesa, y el bravo Mar del Norte, se encuentra Portobello del Condado de Edimbur— 8 —

ESCOCIA

go. Allí vió la luz por primera vez William Daniel Thompson Mac Donald Sinclair, el 8 de Agosto de 1852. Con su nacimiento comienza su primer infortunio, pues perdió en este trance al ser que le dio la vida. El vacío que dejó su madre fué tiernamente substituido por su abuela paterna. Junto a ella y a su abuelo se desarrolló su plácida infancia y es en ellos en quienes depositó su confianza y su cariño. Ellos, a su vez, imprimieron en él los sólidos principios cristianos de rectitud y sencillez, adquiridos a través de generaciones y reforzados por la rigidez del ambiente campesino. Bravo era el mar que azotaba las costas rocosas, quebrado el suelo y riguroso el clima; así también eran las costumbres de sus habitantes: rígidas en sus convicciones y austeras en sus emociones. La rectitud de su abuelo y la sinceridad de su abuela imprimieron en el pequeño Willie la pureza de hábitos y la energía de principios que lo acompañaron durante toda su larga vida. Este ambiente no sólo tonificó su alma sino que también lo hizo crecer fuerte de cuerpo. Aunque de mediana estatura y más bien delgado que grueso, fué siempre muy robusto, pudiendo hacer viajes larguísimos y penosos sin agotarse, aún cuando fué anciano. Cabe también señalar que, a pesar de la rectitud disciplinaria de sus abuelos, llegó a ser un — 9 —

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nieto muy mimado, por lo tanto, muchas veces se mostraba caprichoso y testarudo, y si las circunstancia se lo permitían, se transformaba en un pequeño tiranuelo. Su padre, dueño de un hotel en Edimburgo, se había casado tres veces. En cada matrimonio había tenido un hijo: Eduardo, Guillermo y Rodrigo, respectivamente. Al cumplir la edad escolar, éste exigió su regreso al hogar para cumplir con esta obligación con mayores ventajas, pues en Edimburgo, la capital, había mejores colegios que en el pequeño pueblo de Calder en donde vivían los abuelos. En la paterna tuvo que someterse a la autoridad de su madrastra, con la cual nunca congenió, a pesar de los esfuerzos que hizo esta buena señora para conquistarse el corazón del chico rebelde e inquieto que el destino había colocado bajo su dominio. Sus esfuerzos fueron errados, pues hería a Willie en lo más susceptible de su naturaleza huérfana de la tibieza del cariño maternal. Es natural que todo su amoroso desvelo se depositó en Rodrigo, su propio y pequeño hijo, y Willie se sentía solo y anhelaba con intensidad los cálidos brazos de su anciana abuelita. Su hermano Eduardo era mucho mayor que ellos y se encontraba alejado de la casa paterna. — 10 —

ESCOCIA

Su padre quería que fuese abogado; pero pronto comprendió que Willie sería abogado si él mismo deseaba serlo; pero si no sentía inclinación por esta carrera no habría modo de obligarlo. Y Willie no sintió esta inclinación y, por lo tanto, no fué abogado. Quizás si no hubiese sentido ese continuo e irresistible deseo de alejarse de la casa paterna por aquella odiosa diferencia, que en sus ojos juveniles aparecía mayor que la realidad misma, habría seguido la carrera designada por su padre. Durante estas largas permanencias en Edimburgo sentía nostalgia por Calder y sus abuelos. Cualquiera borrasca doméstica le hacía buscar el refugio de un vaporcito que hacía la travesía semanal entre Edibumgo y Calder. Allí, escondido detrás de la carga, lo encontraba su benevolente amigo, el capitán.—¿Qué estás haciendo escondido ahí, bribonzuelo? —decía éste al divisar al prófugo—. Quiero ir a Calder a ver a mis abuelos —contestaba el niño, procurando poner ojos inocentes—. ¡Ah, pilluelo, te has arrancado de tu casa otra vez, de otra manera habría venido tu padre a dejarte al vapor para encomendarte a mi cuidado! Pero, vamos, ¿a dónde está tu pasaje?—. Es que... en Calder te pagará mi abuelita —titubeaba el chico—. ¿Con que tu abuelita, eh? Bueno, vamos, ¡cuánto tendrás que pagarme cuando seas grande, pobre — 11 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

niño!—. Y poniendo severidad en el rostro, agregaba: —Mira, te llevaré, pero bajo una condición: tienes que regresar conmigo en la próxima semana sin regañar y me prometerás que nunca más saldrás de tu casa sin permiso. Ahora, quédate quietecito aquí mientras yo le aviso a tu papá que vas a pasear conmigo. El pequeño Willie prometía y el buen capitán avisaba al padre afligido el paradero de su hijo. Y siempre procuraba disculparlo ante los miembros de su familia: —Espérese, que el abuelo le dará una buena paliza cuando llegue allá, estoy seguro de ello—. Otras veces decía: —Al chico le hará bien una semana de campo, ¿acaso no lo han notado un poco más delgado y pálido?— y así continuaban las escapadas de Willie, sancionadas por el mismo capitán u otros amigos, quienes lo estimaban mucho por su carácter tan risueño. Pero también continuaron sus estudios, a pesar de estos frecuentes intervalos. Llegaban por fin los días de vacaciones, entonces Willie hacía un lío de sus pertenencias y se marchaba en aquel adorable vaporcito a través de los fiordos hacia Calder, su villorrio querido. Allí estaba su abuela esperándole, con todas las delicias que sólo las abuelas saben confeccionar para sus nietos regalones. También estaba el fuerte herre— 12 —

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ro con quien solía platicar mientras lo miraba forjar las herraduras en el yunque, y el generoso panadero que le regalaba los panes dulces, y el fatídico empresario de las pompas fúnebres, quien asustaba a los chicos maldadosos con sus artefactos funerarios y cuya tienda era tan temida que jamás chico alguno de la aldea hubiérase atrevido a pasar frente a ella después de la puesta del sol, por temor a las apariciones. Estos y varios otros eran los amigos de Willie y él los entretenía contándoles las grandezas de la ciudad. Todos sus recuerdos juveniles estaban íntimamente ligados con sus abuelos. Esta biografía estaría incompleta sin una breve descripción de estos personajes que jugaron tan importante papel en su vida. Donald Mac Donald era alto y recio de contextura. Medía un metro y noventa y tantos centímetros. Infatigable trabajador, se levantaba con el alba y ponía en movimiento a los labradores y a todos en su casa. Se cuenta de Donald Mac Donald que nunca el tiempo lo sorprendió desprevenido: ni la nieve, ni la lluvia, ni el sol. Era el primero en sembrar y el primero en cosechar. Ayudaba a sus vecinos con sus faenas cuando éstos se retrasaban, pero amonestándoles siempre por su imprevisión. Este pariente tan interesante, a quien Willie temió — 13 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

en su niñez, pero a quien veneró años después, vivió hasta alcanzar la apreciable edad de ciento doce años. Casi a los cien años de edad salvó a un hombre de perecer ahogado cuando cruzaba un correntoso riachuelo. A raíz de este incidente sufrió un resfrío que lo retuvo enfermo en casa durante el resto de su vida. Su esposa, Margaret, murió dos años después de él, a los 109 años de edad. Era ella muy pequeña y contrastaba más su pequeñez ante la estatura enorme de su marido. De vivida inteligencia y muy bondadosa, era la consejera de todas las madres de la aldea, quienes venían desde lejos en busca de su ayuda o de algún consejo. Poseía un aspecto tan juvenil, aun en la edad madura, que hasta en una ocasión fué confundida por una de su hijas. Adoraba a su nieto y lo libraba de muchos castigos bien merecidos, escondiéndole entre sus amplias crinolinas o en algún otro lugar seguro. A pesar de sus muchos años cuando se hizo cargo de este nieto, su agilidad y buena salud le permitieron esforzarse por el bienestar de éste como si hubiera sido una verdadera madre. Pero eso no impidió que al mismo tiempo se comportara con la dulce placidez de las abuelas de antaño y, cuando en las largas noches de invierno se amontonaban los blancos copos de nieve sobre — 14 —

ESCOCIA

el techo de la confortable casita, ella lo arrullaba en sus brazos frente a la acogedora chimenea y, sin duda, le contaba los cuentos de las hadas que vivían en el fondo de los azules lagos; o tal vez de los fieros dragones que rugían en los escabrosos fiordos en las noches de tempestad; pero más emocionante aun sería la historia de aquel castillo fantasmal en cuyos silenciosos corredores rondaba, según decían los vecinos, la doliente figura de María Estuardo o emergía de algún rincón solitario la imagen siniestra del ambicioso Mac Beth.

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CAPITULO

II

Inquietud Religiosa Su origen era netamente escocés, tanto de linaje como de credos y costumbres. No es, pues, extraño que en su hogar se practicara la vieja religión presbiteriana en la forma más pura. A muy temprana edad se le enseñó las viejas tradiciones de la Iglesia, enseñadas por Juan Knox en el siglo XVI, y se le adiestró en la férrea disciplina de sus dogmas. El clan de los Mac Donald no podía concebir otra religión desde que había sido el baluarte del presbiterianismo desde el tiempo del Covenant. Los viejos Mac Donald habían luchado por la fe primitiva y dogmática y las generaciones posteriores creían que su deber era la conservación de la religión tradicional dentro del seno familiar. Pero en las venas de este pequeño niño rubio, de frente alta, ojos azules y muy penetrantes, ade-

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

más de la sangre presbiteriana de los Mac Donald, corría una no sé que inquietud investigadora que se iba a ajustar poco a la ley de sus antepasados. Es por esto que, al llegar a grande, busca la verdad de manera que satisfaga su ansiedad religiosa. El pequeño Willie, a medida que creció leyó y pensó mucho. Investigó los pasajes bíblicos y estudió historia eclesiástica. Este estudio lo condujo a aceptar la fe bautista con entusiasmo y celo y, aun más, a decidirse a dedicar su vida al ministerio o predicación de su fe. Triste es decirlo, pero esta decisión cerró para él las puertas de su hogar. Muchos familiares y amigos llegaron a serle extraños y, en muchos casos, enemigos encarnizados, sólo porque deseaba servir a su Señor en la forma que le dictaba su conciencia. Muertos sus abuelos, no había otros vínculos que lo retuvieran dentro del círculo familiar. Siempre se había mostrado algo indiferente hacia la mayor parte de sus parientes, así es que el rompimiento con ellos no causó en su espíritu tan honda impresión. No volvió a ver más el rostro de su padre ni fué recordado en sus últimas disposiciones testamentarias. Sentía la necesidad de adquirir una mejor preparación para seguir la carrera del ministerio y un conocimiento más profundo de las doctrinas — 14 —

INQUIETUD RELIGIOSA

bautistas. Precisamente era un período de gran avivamiento bautista debido a la gran obra que hacía en Inglaterra el ya famoso evangelista bautista, Carlos Haddon Spurgeon, cuya influencia fué decisiva en la decisión del joven Guillermo. Dispuesto a colocarse bajo el tutelaje de ese gran hombre, partió a Londres. Más de un año tuvo el privilegio de convivir íntimamente junto a esta gran lumbrera bautista del evangelio. Muchas veces, como él mismo lo ha expuesto, tuvo el honor de sentarse en la plataforma, a los pies del gran apóstol del siglo XIX, mientras éste peroraba a miles de almas. Guillermo afirmó sus doctrinas durante su permanencia allí y Spurgeon fué para él un guía espiritual que dirigió sus primeros pasos. Nunca olvidó el año y medio que transcurrió en Londres, considerándolo como el más benéfico de su vida. De allí salió investido pastor bautista y quedó elegido su campo de acción. Su ambición era predicar el evangelio en el norte de Escocia, en donde la población era francamente presbiteriana, y de un fervor religioso poco igualado en el mundo protestante. Una generación anterior a la suya, se había hecho notorio en esa misma región, un lejano pariente de Guillermo, llamado John Mac Donald. Este hombre recorrió todo ese territorio como un — 19 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

evangelista presbiteriano, y fué tan conocido su celo y fervor religioso que recibió el título de "El Apóstol del Norte". Siguiendo sus huellas, pero con sus propias convicciones, este otro Mac Donald, se encaminó hacia esas tierras sin más bagaje que su Biblia, ni más compañía que su Dios.

CAPITULO

III

Ministerio en el norte de Escocia El joven predicador, llevando en su espíritu los más nobles ideales de amor cristiano, empezó su ministerio en un ambiente sano y puro. Su labor se desarrolló primeramente entre el numeroso gremio de pescadores de toda la región costanera; pero más tarde se internó en los valles en donde los labradores recibieron igualmente su mensaje evangelista. Aunque dominaba la religión oficial, los buenos escoceses siempre se encontraban dispuestos a escuchar algún mensaje de la Palabra de Dios y quien lo traía era siempre respetado y muy bien recibido en sus hogares. En esta región hermosa y rica, surcada de suaves colinas y salpicada de inspiradores lagos, surgía a cada paso, ya un castillo tradicional o un lugar histórico que ha servido a innumerables poe— 17 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

tas para cantar sus bellezas. Su población se dedicaba a una de sus tres principales actividades: a la rica industria pesquera, a la agricultura intensiva en pequeños predios de gran rendimiento, o a la intensa actividad industrial de los grandes centros. En esta región bella y apacible encontró a la dulce compañera que compartiría con él cincuenta y un años de vida, ayudándole en su obra con todo el empeño de su alma cristiana. Era ésta Janet Mac Leod, hija de Hugh y Bessie Mac Leod, residentes en Portskerry del Condado de Sutherlandshire, lugar que estaba a seis horas en diligencia de Calder. Era este matrimonio profundamente religioso y, aunque presbiterianos, no obstaculizaron los deseos de su hija Janet para aceptar la fe bautista al contraer matrimonio con Guillermo. Janet era de naturaleza plácida y sencilla, más hermosa de alma que de rostro; pero la serenidad de su espíritu se reflejaba en sus límpidos ojos verdes y la bondad de su alma brotaba a borbotones de su ancha sonrisa acogedora. Entre la bondadosa familia de su esposa encontró el agitado predicador un solaz y una amistad tan sincera que convivieron en perfecta armonía hasta su partida a otro continente. Su carrera religiosa no le bastó para sus fines pecuniarios, pues la iglesia oficial y rica era la pres— 18 —

MINISTERIO EN EL NORTE DE ESCOCIA

biteriana, así es que tuvo que valerse de otros medios para subvenir a sus necesidades económicas. Tuvo entre sus manos los hilos de numerosos negocios lucrativos que pudieron haberle satisfecho ampliamente las exigencias de su hogar; pero nunca se aferró a ninguno de ellos. Si era necesario vender todo lo que tenía para trasladarse a algún otro distrito, donde su predicación fuese más necesaria, así lo hacía aún en detrimento de los suyos. Sus amigos le criticaron esta falta de interés para labrarse una fortuna y le apodaron Willie Nothing, Willie Nada. Pocos hombres han tenido las grandes posibilidades para amasar una fortuna como Guillermo Mac Donald; pero pocos hombres han podido a la vez desprenderse de ella tan fácilmente como él podía hacerlo sin que quedara en su espíritu ningún sentimiento de pesar. Su despego por el lucro materialista fué una de sus características sobresalientes. Sin embargo, la fortuna lo siguió siempre, pues nunca conoció el aguijón de la pobreza, a pesar de sus innumerables pérdidas y sus numerosas actividades filantrópicas. A medida que él repartía su dádiva generosa, Dios lo colmaba de bienes. Nunca abandonó la predicación por ninguna otra ocupación ni por muy lucrativa que fuese. Cuando su hijo Daniel estuvo en su tierra natal, durante la guerra europea de 1914, recorrió los lu— 23 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

gares en que había vivido su padre. En una de estas localidades un vecino le dijo: —Su padre tenía una espléndida panadería en donde vendía muy buen pan, pero prefería predicar el evangelio. A su hogar fueron llegando periódicamente los numerosos hijos con que Dios quiso favorecerle: Roderik, Elizabeth, Hugh, James —muerto en la infancia— Janes, más conocida con el nombre de Jessie, John, Daniel, George y las gemelas Margaret y Wilhemina, éstas últimas nacidas en Púa, Chile. Las familias numerosas eran muy apreciadas en Escocia en aquellos tiempos, tal vez por el ejemplo que había dado al Imperio Británico la dignísima reina Victoria con su familia de nueve hijos hermosos y rozagantes. Los pequeños Mac Donald encontraron muy buena acogida entre el vasto círculo de sus parientes maternos, a pesar de que eran bautistas. En sus frecuentes visitas a la casa de los abuelos, solían ir con ellos a la iglesia presbiteriana. Como no sabían entonar los Salmos y se mostraban inquietos durante estos largos y monótonos oficios, el abuelo los reprendía de esta manera: —Uds., pibes bautistas, sólo saben cantar cantos—. Se refería a los himnos que se cantaban en las iglesias bautistas y que para los sacros oídos del abuelo presbiteriano sonaban como cantos mundanos. — 20 —

MINISTERIO EN EL NORTE DE ESCOCIA

Otra costumbre que estaba en pugna con los chicos bautistas eran los largos cultos matinales en idioma gaélico, antes de empezar las faenas diarias. Los chicos no habían aprendido esta lengua primitiva y tradicional y estos servicios religiosos que no entendían resultaban muy cansadores, por esto es que se escondían en los lindos trigales del abuelo para evadirse de ellos; pero con el testarudo abuelo no había evasión posible, pues no comenzaba el culto hasta no encontrarlos y entonces los castigaba doblemente, por destruir los trigales y por su impiedad. Empezaba el culto diciendo en un inglés muy claro: —Esta mañana el servicio será un poco más largo que de costumbre, para que se habitúen a gustar de las cosas sagradas. Los hijos mayores compartieron con su padre su ministerio en el norte de Escocia y muchas veces lo acompañaban a través de las colinas a las villas distantes o a las grandes ciudades. En una ocasión que regresaba de algún lugar apartado con su hija Elizabeth, más conocida con el nombre de Bessie, fueron sorprendidos por una fuerte tormenta. La chica parecía asustada por el fugaz resplandor de los rayos y el ruido atronador del trueno. El padre, al notarla tan temblorosa, le preguntó: —¿Tienes miedo, Betsy?—. Sí, algo —contestó la pequeña—, pero si tomas mi mano, caminaré sin miedo—. Esas manos que infundieron valor a la pe— 23 —

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queña Bessie, sirvieron siempre para infundir aliento a sus hijos, aún mucho después que hubieron abandonado la adolescencia y, no sólo a ellos, sino también a sus yernos, nueras y nietos que acudían a él para la solución de sus más intrincados problemas. Durante su ministerio en el norte residió en diferentes pueblos y ciudades: Calder, Thurso, Melvich, Inverness, Wick fueron algunos de los lugares en donde actuó. Es interesante señalar los cinco años que residió en las septentrionales Islas de Shetland, aquellas de los largos crepúsculos. En estas islas desarrolló una labor religiosa muy importante. Antes de abandonarlas había ya en su capital, Lerwich, una hermosa iglesia bautista. El empaquetamiento de arenques y otros peces para la exportación es la principal actividad desarrollada por estos isleños; pero durante los largos crepúsculos sus manos toscas con el trabajo de los saladeros se convierten de súbito en manos de hadas para tejer los más primorosos chales que se conocen. Los hombres compiten con las mujeres y tejen medias con igual maestría. Guillermo Mac Donald compraba estos hermosos chales y los enviaba a diferentes partes de Gran Bretaña, en donde eran muy apreciados. Poseía allí también un depósito de té; pero sólo en su actividades religiosas obtenía la satisfacción que anhelaba. — 22 —

MINISTERIO EN EL NORTE DE ESCOCIA

En general, su ministerio en todo el norte de Escocia fué interesante a la vez que útil. Imprimió en el joven predicador un sentimiento democrático que barrió con todas las tradiciones clásicas y los arraigados prejuicios de su espíritu. Para demostrar esto se recuerda el caso cuando litigó con el duque que ejercía la jurisdicción del condado en donde vivía. Guillermo instaló una panadería en un pueblo de este condado, hecho casi prohibitivo por la tradición, pues siempre la nobleza ejercía el monopolio de ciertas industrias. A pesar de las amenazas del duque, el valiente Guillermo, no retiró sus instalaciones y apeló a los tribunales de justicia. Naturalmente que todos los vecinos creían que era una locura demandar a un duque. Este comentario se hacía en el pueblo: —Las ocurrencias que tiene este "Willie Nothing"; es cierto que es audaz, pero no lo creía tanto—. Pero pocos días después, este mismo Willie regresaba triunfante de la Corte de Dornach, donde él había hecho su propia defensa. Entonces los sorprendidos vecinos decían: —Vaya, vaya, este Willie es muy inteligente. Algún tiempo después el duque y Willie arreglaron amigablemente sus diferencias, vendiéndole Willie al duque sus instalaciones. El deseo de Mac Donald no había sido de enriquecerse sino su inque— 23 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

brantable deseo de establecer la justicia. Siguió predicando dentro de este condado y muy a menudo el duque honraba los cultos dominicales con su honorable presencia.

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56



CAPITULO

IV

América Su espíritu siempre inquieto y vagabundo quiso saber como era la vida de ultramar. Un buen día dejó a su joven esposa y a sus hijos al cuidado de sus padres y se embarcó rumbo a Estados Unidos. Esperaba establecerse definitivamente en este país si le convenía. Veía en América innumerables posibilidades para la predicación del evangelio. Al llegar a Nueva York se dedicó al colportaje; pero tenía el ardiente deseo de visitar el Sur y el Oeste. Después de algún tiempo aceptó trabajo pastoral en Missouri, predicando en San Luis y Jeffersonville. Un poco más tarde aceptó un pastorado en Arkansas. En este lugar se encontró en un grave accidente ferroviario que costó la vida a muchas personas. Fué un choque de trenes de pasajeros a la — 25 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

entrada de un puente. Mac Donald fué sacado de entre los escombros con una pierna fracturada y un violento dolor en un ojo debido a la introducción de un carboncillo. En realidad, lo que él sufrió fué muy poca cosa para la magnitud del accidente; pero, sin embargo, perdió la vista de aquel ojo y debido a la fractura quedó cojo para el resto de sus días. Durante su convalescencia tuvo sus primeras experiencias con los negros. Estos se congregaban alrededor de su silla de enfermo mientras él les predicaba. Llegaron a estimarlo mucho y le prestaron valiosísimos servicios. Apenas pudo caminar un poco este intrépido escocés se dirigió al Oeste, llegando a establecerse en Marshall, Texas. Decidido a permanecer en los Estados Unidos, escribió a su esposa para que se viniera a reunir con él; pero ella no se atrevió a surcar sola los mares con un enjambre de pequeñuelos, así es que él tuvo que volver a su tierra natal en busca de ella. Tan firme era su decisión de hacer de los Estados Unidos su segunda patria que, antes de partir en busca de su esposa, sacó carta de ciudadanía norteamericana. Así fué que regresó a Gran Bretaña como un ciudadano estado-unidense. Allá en Escocia hacía preparativos para su próximo viaje a Norteamérica, mas Dios lo tenía — 26 —

AMERICA

destinado a otro lugar y no habría de llegar otra vez a los Estados Unidos sino muchos años después y bajo muy diversas circunstancias. Quiso el Señor que sus ojos se fijaran en un aviso que apareció en un diario londinense bajo la firma del Ministro de Chile, ofreciendo puestos de agentes para reunir familias británicas para colonizar los campos chilenos. Además se ofrecían puestos de profesores para los hijos de los colonos. El aviso golpeó tenazmente a la mente de Guillermo. —Chile, Chile —se repetía—. ¿Dónde está? Veamos un mapa. Está muy distante de Escocia, hay regiones que poseen el mismo clima, hablan español y los chilenos son en su mayoría católicos—. Todas estas reflexiones se hacía Mac Donald; sin embargo, Chile siguió siendo una obsesión. Nada dijo a su esposa al principio; pero por fin, se lo comunicó recibiendo toda la desaprobación que esperaba. Sabía sí que por muy tenaz que fuera su resistencia, siempre terminaba cediendo ante sus deseos. Durante algún tiempo discurrieron acerca de las posibilidades económicas y las posibilidades de la extensión del evangelio en aquellas lejanas tierras. Guillermo, el pastor, primaba sobre el hombre que busca otros horizontes deseoso de hacer fortuna y, daba término a sus reflexiones, diciendo: —Todo se puede aprender con la ayuda de — 31 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

Dios. Si estamos convencidos de la verdad de nuestra fe, con mayor razón debemos enseñarla a aquéllos que están errados por falta del conocimiento de la Palabra divina—. Pensaba en sus futuras experiencias con católicos, pues nunca habían tenido relaciones con elementos de esta religión. Poco tiempo después, Mac Donald se ponía en contacto con los representantes chilenos y fué nombrado agente de una colonia inglesa para Chile. Se apresuró entonces la preparación para este largo viaje a través del Océano, dejando atrás todo cuanto les era más caro en el mundo. Para Janet, que dejaba a su madre viuda y anciana y a sus hermanos, la partida fué muy triste. Sabía que ese beso de despedida sería el último en su tierra. Chile estaba muy lejos para volver, fueren cual fueren las circunstancias que les aguardaban allá. Para Guillermo, a pesar de su espíritu errante y su irresistible atracción por lo desconocido y difícil, también hubo un momento de tristeza. Mientras recorría con los ojos de su imaginación esta tierra que lo había visto nacer y que había cobijado con maternales ternezas todas sus palpitaciones febriles, nació en su alma un sentimiento muy hondo de amor patrio. Nunca se ama mejor a la patria que cuando se la abandona o se está distante de ella. Allí quedaba su aldea de la infancia; más allá, — 28 —

AMERICA

las acogedoras casitas, en donde se detenía en sus viajes de ministerio, con sus lumbres encendidas y sus reconfortantes tazas de té; en la distancia, el castillo señorial que era el símbolo de la autoridad justiciera y caballeresca. Todo esto que había amado quedaba atrás; pero más firmemente aún estaba arraigado en su corazón la certeza que su Señor le proveería de mucho para satisfacer su corazón en la nueva tierra a que le había destinado. La familia Mac Donald salió de Liverpool en el vapor Cotopaxi y después de seis semanas de navegación a través del Océano Atlántico y por el Estrecho de Magallanes llegó a Talcahuano el 24 de Diciembre de 1888.

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CAPITULO

V

Profesor, Colonizador y Colportor Mac Donald recibió del Gobierno del Presidente Balmaceda un terreno en la Colonia de Púa y el puesto de profesor en la Colonia de Duma. Había llegado allí con su familia después de un viaje penosísimo desde Talcahuano en los únicos medios de transporte que existían en esa época y en esas regiones, la carreta y el caballo. Los frecuentes y ásperos tartaleos de la carreta les hacía pensar en las cómodas diligencias que recorrían los caminos entre las suaves colinas de su patria. Mientras Guillermo enseñaba en el colegio de Duma y predicaba el evangelio en todos los lugares circunvecinos a la medida de su dominio del idioma, sus hijos mayores, Rodrigo y Hugo, explotaban el terreno; y su esposa e hijas mayores Bessie y Jane, ponían en la casa los detalles indispensa— 30 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

bles para darle algo del aspecto del hogar que habían abandonado. Al cabo de dos años de intensa labor, la familia estaba ya acostumbrada a su nuevo ambiente y en una situación más o menos acomodada. Pero vino la drást ; ca revolución de 1891 y los colonos sureños soportaron en parte las duras consecuencias de ella. Aumentó considerablemente la borrachera y el bandidaje, de tal manera que se hacía peligroso salir solo por los caminos. Mac Donald fué sorprendido varias veces por atacantes mientras iba y venía por los caminos solitarios encubiertos por las tinieblas de la noche; pero nunca le aconteció ni el menor daño, a lo sumo le quitaron su caballo o el dinero que llevaba. Pero recordaba haber sido seriamente cttsiCcido por malhechores algunos años después de la revolución y que éstos habían intentado matarlo. Se dirigía a Victoria en una noche obscura de invierno; este viaje se había hecho imprescindible, pues su pequeña Margaret se encontraba gravemente enferma y necesitaba con urgencia asistencia médica o las medicinas que éste pudiese recetar. El no tenía miedo a los peligros del camino, pues decía: —Dios nunca abandona a sus siervos en los momentos de peligro o necesidad—. Cuando se encon— 31 —

PROFESOR, COLONIZADOR Y COLPORTOR

traba ya muy distante de su hogar, pero lejos también del término de su viaje, salió de la espesura de los matorrales un grupo de individuos que, rodeando su caballo y sujetándole de la brida le imposibilitaron para emprender la carrera. Después de golpearlo le hicieron caer del caballo. Registraron sus ropas, quitándole cuanto fuese de valor: dinero, reloj, colleras, etc. Mientras dos hombres fornidos lo sujetaban, los otros discurrían sobre lo que harían con él. Al sospechar Mac Donald que su intención era de matarlo, oró a Dios, pidiéndole que ablandara el corazón de esos hombres, empedernidos por el delito. Dirigiéndose a ellos les habló reposadamente de Dios que veía todo lo bueno y lo malo que se hacía en el mundo y como castigaba o premiaba a los hombres a su modo y en su tiempo. También les dijo que él era un predicador evangélico y que no tenía miedo a nada ni aún a la muerte. Pero que tenía una niña pequeña gravemente enferma, que la madre lloraba junto a su cuna y esperaba que su marido regresara pronto con los remedios que había salido a buscar y que, tal vez, esa chica moriría en esa noche, si no recibía el auxilio que el médico de Victoria podría proporcionarle. Tan conmovidos quedaron los malhechores de sus palabras y de la sinceridad de su voz que lo dejaron partir, devolviéndole el caballo y el dinero. Sólo conservaron el reloj y otras cosas sin valor para él en esos momentos. — 43 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

Durante el año de la revolución fueron visitados sorpresivamente por varios hombres, sin duda revolucionarios, que exigieron la entrega inmediata de todos los caballos. Eran inútiles los ruegos de Guillermo para disuadirles de su intención de llevarle también el caballo que ocupaba para su trabajo pastoral, pues ellos lo apartaban groseramente. En ese momento salió Janet y, al notar el rostro famélico de los pobres hombres, los convidó cariñosamente para que pasaran a la espaciosa cocina en donde les dió de cenar opíparamente. Al retirarse aquella noche, dejaron un caballo en el corral y, meses más tarde, devolvieron los demás caballos que habían llevado. Visitas como aquéllas ocurrían- con frecuencia durante este período de trastornos y todos los productos de- las bodegas estaban expuestos a caer de un momento a otro en manos de los hombres de tropa o de los hambrientos que rondaban los campos en busca de alimentos. Los Mac Donald, así como muchos otros vecinos de la colonia, hicieron todo lo de su parte por aliviar a los pobres que llegaban a sus hogares en busca de pan, abrigo, o asilo. Pero la revolución llegó a su término y la normalidad volvió al país. La muerte del Presidente Balmaceda y la caída de su régimen afectó la escuela de Duma, pues tuvo que clausurarse y Mac — 33 —

PROFESOR, COLONIZADOR Y COLPORTOR

Donald no recibió sus honorarios hasta algunos años más tarde. Algún tiempo después se incorporó como agente de la Sociedad Bíblica Americana. Como colportor recorrió casi todos los rincones de la República. Cuando sus actividades de colportor lo llevaron al norte, decidió vender su hijuela de Púa y trasladar a su familia a Santiago en donde había mejores colegios para que se educaran sus hijos medianos, pues éstos eran los que se encontraban en la edad escolar. Los mayores estaban en condiciones de formar sus propios hogares, lo que muy pronto hicieron. Las dos menores eran aún muy pequeñas para asistir al colegio. Desde el año 1895 la labor de Mac Donald se desarrolló principalmente en el norte de Chile. Existían tres carreteras en esta región: una, junto a la cordillera; otra, por el desierto; y la tercera, junto a la costa. El colportor viajó por todas estas carreteras y se detenía en cada pueblo que encontraba. A veces vendía varias Biblias; pero otras veces, todos sus esfuerzos para vender una sola eran infructuosos. En estos viajes de colportaje tuvo una serie de experiencias dignas de recordarse, no sólo él sino también su acompañante, el señor Navarro. Una tarde llegaron al pequeño pueblo de Petorca, que — 43 —

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en aquel entonces se componía de una sola calle larga. Decidieron salir a la mañana siguiente y a cada uno le correspondería un sector diferente de la única calle. Al reunirse cerca del mediodía, habían recogido alrededor de trescientos pesos, suma bastante apreciable si se toma en cuenta el bajo precio en que se vendían las Biblias en aquel tiempo. Pero en la tarde de ese mismo día, su amigo Navarro se vió envuelto en un incidente, de esos que solían ocurrir con frecuencia en esos tiempos y en aquellos lugares. Navarro estaba empeñado en ofrecerle a una señora un libro titulado Andrés Dunn, la historia de la conversión de un católico irlandés. El cura párroco que acertó a pasar en ese momento advirtió a la señora que no comprara ese libro so pena de sufrir la condenación. A un policía que se encontraba cerca le indicó que se llevara a ese individuo a la Comisaría, pues vendía literatura hereje. El guardián obedeció de inmediato al sacerdote y, tomando a Navarro de un brazo fué a dar con él a la Comisaría. Pero, al entrar a la oficina del Comandante, cual no sería su sorpresa de ver que el mismo Comandante estaba concentrado en la lectura de una Biblia. Esta se la había vendido Mac Donald esa misma mañana. Luego de escuchar los cargos que el policía hizo con respecto a su detenido, el Comandante le — 35 —

PROFESOR, COLONIZADOR Y COLPORTOR

preguntó: —Dígame, señor, ¿qué libros son esos que vende Ud.?— El mismo que leía Ud. en este instante, señor Comandante —replicó Navarro—. Pero, señor, si ése es el libro mejor que he leído en mi vida —respondió éste. La actitud del Comandante de Policía se debía principalmente a que él y el sacerdote de la localidad no eran muy buenos amigos y, en esta ocasión como en otras, el Comandante rehusó encarcelar al detenido, cosa muy frecuente en esos tiempos. Por el contrario, en voz baja insinuó a Navarro que repartiera tratados alrededor de la iglesia y el convento y en voz alta le dijo a sus subalternos: —Les prohibo que entorpezcan la libertad de estos caballeros, pues pertenecen a una sociedad extranjera y cualquier daño que les ocurriera, podría provocar graves dificultades internacionales—. Guiñando el ojo a Navarro, lo despidió amablemente. Pero no en todas partes tuvieron la felicidad de encontrar a un Comandante en discrepancia con el sacerdote y el pobre amigo Navarro muchas veces fué a dar a la cárcel. En sus memorias, Mac Donald narra lo te, con respecto a su llegada a Coquimbo: mos llegado a Coquimbo por mar. Yo tuve sar por la Aduana con mis libros. Le pedí rro que se fuera adelante para buscar una — 43 —

siguien"Habíaque paa Navapensión

PROFESOR, COLONIZADOR Y COLPORTOR

en donde pudiéramos alojar por algunos días. Nuestros pantalones estaban bien gastados por el continuo viaje a caballo durante varios meses. Había una huelga en el norte y la gente no hablaba ds otra cosa. "Al desembarcar, Navarro fué detenido por un policía y llevado a la Comisaría. Al saber que tenía un compañero empezaron a buscarme. Pasé felizmente por la Aduana con mis libros, pues tenía dos cartas del Ministro de Justicia: una, certificaba mi calidad de extranjero y colportor de la Sociedad Bíblica Americana; la otra, estaba dirigida a esta misma sociedad, liberándola de los derechos de Aduana. "Al interrogar por mi compañero, supe que lo habían llevado a la cárcel pública. Inmediatamente me puse al habla con el Comandante de Policía y le pregunté bajo qué cargos habían encarcelado al señor Navarro. —Porque es uno de los huelguistas del norte —me contestó—, y estoy buscando a su compañero que le merece igual suerte—. Yo soy su compañero —le respondí al mismo tiempo que le mostraba mis cartas del Ministerio de Justicia—. Las examinó detenidamente, pidió excusas y Navarro salió en libertad inmediatamente". Mac Donald decía, al recordar sus experiencias de los años de colportor: "Nunca sufrí el pri-

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PROFESOR, COLONIZADOR Y COLPORTOR

vilegio de la prisión a causa de mi nacionalidad extranjera". Pero si bien es cierto que en algunas partes encontraron serios obstáculos para el esparcimiento de la semilla divina; en otras partes había almas ávidas de alcanzar un conocimiento más profundo de la Palabra de Dios. Una tarde llegaron a una de esas misérrimas aldeas del norte, una de aquellas que parecía abandonada por el Creador. No encontrando en ella ni un restaurante ni local de ninguna especie donde pudieran pasar la noche, se paseaban lentamente por una angosta callejuela casi al final de la población. Allí, encaramado en un cerco, había un hombre que parecía que esperaba a alguien, pues miraba calle abajo. Al divisar a estos dos hombres extraños al pueblo, se bajó del cerco y acercándose a ellos les preguntó si eran colportores. Ellos le contestaron afirmativamente, sintiéndose muy sorprendidos por esta pregunta. En seguida el hombre manifestó que había leído en El Heraldo Cristiano que había dos colportores recorriendo los pueblos del norte y que él tenía el presentimiento que vendrían a su aldea. Por este motivo los había estado esperando durante cuatro días consecutivos, encaramado en ese cerco para mirar mejor hacia la distancia del camino. —Yo quiero que se alojen en mi casa —les dijo—, y también quisiera celebrar algunos cultns antes que se — 43 —

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vayan—. Hacia la casa se dirigieron apresuradamente; y los dos colportores iban pensando en la magnanimidad de la providencia divina. Era ésta una humilde casa y la pieza en la cual entraron estaba pobremente alumbrada por una sola vela; pero en cambio ardía en ella la llama de la hospitalidad cristiana. Allí se encontraban reunidos un grupo de fieles listos para celebrar un culto religioso. Mac Donald predicó esa noche acerca de la historia de Nicodemo, impresionando a sus humildes oyentes. El culto se prolongó hasta media noche, pues los aldeanos tenían mucho que preguntar a los colportores acerca del evangelio. Estos a su vez se quedaron impresionados y convencidos de la sinceridad de esa buena gente. Mac Donald le escribió al señor Garvin, director de la Sociedad Bíblica Americana y también del Heraldo Cristiano para que publicara su visita a ese lugar como una experiencia por demás interesante y pidiéndole que él los visitara también en la primera oportunidad que tuviera. Así, pasando de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, iban sembrando la semilla del cristianismo evangélico. Como el sembrador bíblico, algo cayó junto al camino, algo entre los zarzales, pero mucho creció y fructificó mientras ellos purificaban su espíritu laborando en la viña del Maestro. - 56 —

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VI

Colportor en Perú Durante sus viajes de colportor alcanzó hasta el Perú y Bolivia. En estos países su experiencias fueron emocionantes y aún espectaculares a veces, especialmente en el Perú. Sentía un creciente anhelo de introducir las Escrituras en este país; pero no sabía como hacerlo, pues sus leyes eran severas concernientes a la introducción del protestantismo. Pero decidió emprender la tarea en la forma más práctica bajo las circunstancias, pues su alma siempre estuvo alerta al sentimiento de amor por su prójimo y a la lealtad inquebrantable por la causa del Maestro, a quien pertenecía y deseaba servir aún a riesgo de su seguridad. Sacó pasaje para un puerto de Perú, llevando algunos cajones de Biblias y Testamentos. En el vapor trabó amistad con un ex-ministro que también iba a ese país, a quien le reveló confidencial— 40 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

mente sus planes. Este le aseguró que su proyecto era muy arriesgado e iba a labrarse una situación muy difícil; pero Mac Donald siguió firme en su decisión. Poco antes de llegar al puerto peruano, donde ambos pensaban desembarcar, el ministro le dijo que se sentía impresionado por su coraje y energía de propósito y que él en su calidad de diplomático haría todo lo de su parte para prestarle la cooperación necesaria. Al llegar al puerto de desembarque, el ministro le indicó que se bajara primero y que fuera a esperarlo en un hotel que le señaló, mientras él vigilaba el pase de los cajones por la aduana. ¡Qué sorpresa y alegría a la vez experimentó el ya nervioso colportor que se paseaba de un lado para otro, al ver llegar sus bultos al hotel! Estos habían pasado sin ser abiertos y sin inspirar sospechas, como equipaje del diplomático. Tuvo que permanecer mucho tiempo en Perú, pues era imposible hacer grandes ventas. Para poder vender sus libros tenía que ocultarlos en su bolsillo y no podía, por consiguiente, llevar más de dos o tres a la vez. Sin embargo, el contenido de sus cajones fué disminuyendo paulatinamente. Mientras estuvo en Moliendo, se hospedó en un hotel cuyos dueños eran dos católicos muy fanáticos. Al darse cuenta que su huésped era protestante lo miraron con cierto recelo y no dejaban — 41 —

COLPORTOR EN PERU

de espiarlo. No obstante, logró hacer algunas ventas. Una mañana, mientras se desayunaba, un amigo le informó que la policía lo buscaba. Pagó su cuenta precipitadamente, fué en busca de sus maletas y salió del hotel en dirección a la estación, donde tomó el tren que salía para Arequipa, que era entonces la segunda ciudad de Perú. Parecía un maleante que se escapaba de la justicia. En esta ciudad encontró un ambiente tan hostil como en la anterior. Tenía que esconder los libros y llevarlos cautelosamente en sus bolsillos. Allí se hospedó en el hotel Anglo-francés, propiedad de un español y administrado por un suizo. Este suizo simpatizó con el colportor, pues era también protestante y le advirtió los peligros y le aconsejaba con respecto a las precauciones que debía tomar. Día tras día salía a ofrecer su mercancía salvadora y ya el material se encontraba casi agotado. Un día, mientras almorzaba en la misma mesa con un maquinista de un tren de carga de nacionalidad inglesa, el suizo se le acercó y le murmuró al oído que en la puerta lo esperaban dos guardias, tal vez para interrogarle o para registrar sus maletas. El maquinista le propuso que se vistiese con su mameluco y que él llevaría las Biblias que le quedaban en un cajoncito de herramientas que llevaba: —Venga Ud. conmigo —le dijo— creerán

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

que Ud. es mi ayudante; yo soy bien conocido y no se atreverán a registrarme. El plan resultó excelente, pues pasaron frente a los guardias sin inspirar sospechas. Este mismo maquinista lo llevó en el tren de carga hasta Moliendo en donde lo alojó en su casa por espacio de cinco días, aguardando que saliera un vapor para Valparaíso. Durante estos días permaneció encerrado en la casa por temor de ser visto por los guardias que ya lo conocían y sabían cuales eran sus actividades. La esposa del maquinista le compró el pasaje para regresar a Chile. Como no se había comunicado con el Director de la Sociedad Bíblica Americana desde su llegada al Perú, éste creía que le habría ocurrido algo, que tal vez estaría encarcelado o muerto. Al llegar a la casa del señor Garvín, la señora lo recibió en la puerta y, al verlo llegar sin ningún paquete, le preguntó: —¿Qué ha hecho Ud. con todas las Biblias, acaso las ha tirado al mar? —Oh! no, señora —le respondió—, las he vendido todas y, si no me cree aquí tengo el dinero con que vamos a comprar otras. Y mientras saboreaba una excelente taza de té, les contó sus singulares experiencias como colportor en Perú, — 43 —

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VII

Misionero de la alianza Cristiana Por aquel tiempo se extendía en Chile el movimiento conocido con el nombre de AliancistaSimpson de la ciudad de Nueva York, que empezó su obra al finalizar la pasada centuria. Mac Donald se afilió a esta organización en el año 1899. Algunos de los misioneros de esta obra extendieron sus actividades hacia el sur en la región conocida en aquel entonces como La Frontera, donde se encontraban empeñados en la obra de evangeliz a r o n un grupo de alemanes bautistas que habían llegado a Chile algunos años antes. Mac Donald había estado solicitando del Supremo Gobierno el pago de los honorarios que se le adeudaban por sus servicios prestados en la Colonia de Duma y, en 1900, el gobierno del Sr. Federico Errázuriz Echaurren, le concedió un terreno - 49 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

fiscal a seis kilómetros de Freire, en la región llamada La Colonia de Los Diucos. Así empieza nuevamente el éxodo de su familia hacia el sur, en donde parece que todo lo que les rodea es montaña. A sus hijos medianos y menores les correspondió el duro papel que habían desempeñado los mayores en Púa. Aserrando, limpiando y sembrando empiezan a hacer de Los Diucos el centro alrededor del cual girarán los futuros trabajos evangelistas de este misionero. Con la ayuda de los muchos convertidos que ya había en esta región del país por el laborioso trabajo de los bautistas alemanes y otros evangelistas, la obra de la alianza prosperó mucho y muy pronto pudieron construir algunos templos en diferentes pueblos del sur, entre éstos, uno en la ciudad de Temuco. Mac Donald tuvo a su cargo el sector comprendido entre Gorbea y Púa, y fué precisamente en este sector donde se hicieron sentir más las doctrinas bautistas, por la influencia de Mac Donald y porque muchos de sus primeros convertidos lo fueron por obra de los bautistas alemanes. Al iniciar la obra bautista en Temuco en el año 1900, Mac Donald arrendó un local en el centro de la ciudad, donde hoy día se levanta la Caja Nacional de Ahorros. Por esta sala se pagaba ocho — 45 —

MISIONERO DE LA ALIANZA CRISTIANA

pesos mensuales y este dinero lo reunían tres personas. Adornaban esta pieza una mesa central y unas cuantas sillas. Sobre la mesa una lámpara, un verdadero lujo, despedía sus pálidos reflejos alumbrando sólo la Biblia del predicador, mientras que el resto de la sala permanecía en la penumbra La primera noche que se abrió el local para celebrar el culto, sólo se reunieron dos señoras y un caballero alemán. Este último era D. Enrique Reinicke, industrial que ayudó mucho al desarrollo de la obra en los primeros años y en cuya casa se habían llevado a cabo los primeros cultos. Pero Mac Donald siguió predicando a pesar de la escasa asistencia, hasta que al cabo de algún tiempo el número de miembros de su iglesia alcanzó a treinta y cinco personas. Cuando ya la obra se mantenía bien en Temuco, decidió abrir otro local en Cajón. Aquí se encontró con D. Wenceslao Valdivia, quien había sido bautizado algún tiempo antes por un predicador alemán. Con la cooperación de este fiel y ardoroso siervo del Señor, se formó en esa localidad una pequeña congregación. Entre los convertidos en Cajón se hallaba la esposa de uno de los bandidos más peligrosos de la región. Dos de sus compañeros habían sido ajusticiados en la plaza pública de Temuco. Su esposa le —

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aconsejaba que siguiera por el camino del bien; pero él creía que su esposa estaba influenciada por los misioneros extranjeros y que éstos le aconsejaban en su contra. Por esto decidió, "liquidar" al extranjero Mae Donald, en la primera oportunidad que tuviese. Sin sospechar sus malévolas intenciones, su esposa lo convidó una noche a que le acompañara al templo. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver que su incrédulo marido accedía con prontitud a su petición! Si ella hubiera levantado la manta que lo cubría, habría visto con espanto brillar bajo de ella el siniestro puñal con el cual pensaba dar cumplimiento a su premeditado plan. En la puerta de la iglesia fué recibido por Mac Donald en persona, quien le manifestó lo contento que estaba de verlo interesarse por los servicios religiosos. Apartándolo de los demás, le conversó a solas durante un rato mientras los miembros llegaban a la iglesia. ¡Qué oportunidad para que el bandido desahogara su rencor! Esa noche Mac Donald predicó acerca de la regeneración y el nuevo nacimiento. Al término del culto el ex-bandido se retiró sin haber cumplido su propósito. Esa visita se repitió otra vez y muchas veces más; a su esposa le manifestó que el pastor era mucho más bondadoso de lo que él lo había supuesto. Al cabo do muchos meses, cuando el predicador tuvo la plena certeza de su regeneración, lo bautizó con gran go— 47 —

Guillermo Mac Donald, el Apóstol ds la Frontera, y su esposa, doña Janet Mac Lead, al celebrar sus bodas de oro.

Primer edificio construido para el Colegio Bautista de Temuco, inaugurado el 12 de Octubre de 1922.

Primer cuerpo del nuevo edificio del Colegio Bautista edificado en memoria de su primera Directora, la señorita Agnes Graham.

Moderno Templo de la Primera inaugurado el 2 de Septiembre nos del Colegio Bautista toman vidades desarrolladas en

Iglesia Bautista de Temuco, de 1948. También los alumparte en las múltiples actieste hermoso templo.

MISIONERO DE LA ALIANZA CRISTIANA

zo de todos. En su testimonio de fe confesó a Ir, congregación cuál había sido la intención que lo condujo al templo aquella primera noche. Este hombre vivió muchos años en Cajón dando pruebas de su nueva vida. Algunos de los miembros de Quillem emigraron a Catripulli, hoy día conocido con el nombre de Molco, entre los años 1901 y 1902, acogiéndose a la ley de colonización que concedía terrenos fiscales en aquel lugar. Estos pobres hermanos tuvieron que luchar durante algunos años con el gran bandidaje que reinaba en estos lugares. Algunos de ellos perdieron todos sus animales de una sola vez, mientras otros veían sus bienes continuamente amenazados. Entre los que se establecieron allí figuraba D. Juan Gatica, hombre esforzado y muy cristiano. Alrededor de su hogar se formó la iglesia de Molco; pero más tarde se construyó un templo en su terreno. A estos cultos no sólo asistían los evangélicos que habían ido a radicarse allí sino también otros que vivían muy lejos. Por la influencia de los jóvenes se convertían los padres. Al cabo de algún tiempo, este núcleo cristiano que iba extendiendo su influencia, puso una valla al bandidaje en aquella región. Tan fuertemente se hizo sentir la influencia evangélica en las comarcas circunvecinas que las autoridades y un grupo de comerciantes de —

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GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

Nueva Imperial elevaron una solicitud al Supremo Gobierno, pidiéndole que apurara la concesión del título definitivo para estos propietarios, cosa que el gobierno había estado demorando mucho, pues la labor que habían desarrollado había sido altamente benéfica para la región. El pastor Mac Donald visitaba a estos hermanos una vez al mes, inspeccionaba el trabajo y efectuaba los bautismos. De la misma manera visitaba el lugar denominado Huilío, en donde se había formado otro núcleo evangélico bautista en el año 1903, por la iniciativa de D. Raimundo Alvarez. Este movimiento empezó con simples conversaciones con los vecinos más cercanos; después se congregaban en su casa para hablar acerca del evangelio, dando lugar a verdaderos cultos. Un año después fueron visitados por los pastores D. Juan Gatica, D. Abraham Chávez y D. Guillermo Mac Donald. En 1906 empezó a predicar D. Juan Domingo Alvarez y entre ese año y el siguiente se efectuaron como diez bautismos. En el año 1908 este joven fué a hacer su servicio militar. Antes de irse, reunió a la congregación para elegir su reemplazante. Fué elegido D. José Alvarez, tomando como base el Libro de Los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 6: 1-7, confirmándose así el ministerio de este hermano. Estas

iglesias

mencionadas, —54 —

fundadas

con

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principios bautistas y algunas de ellas, como estas dos últimas, por la iniciativa personal de un grupo de evangélicos bautistas, permanecieron fieles a Mac Donald cuando se produjo el cisma entre él y los otros misioneros de la Alianza de Iglesias Cristianas y siguieron laborando como parte de la obra bautista en Chile. Desde hacía algún tiempo, Mac Donald venía sosteniendo controversias doctrinarias y dificultades concernientes al régimen de administración de las iglesias con algunos de sus colegas. Estas desaveniencias culminaron en una conferencia que tuvo lugar a principios del año 1908 en la ciudad de Valdivia. Algunos de los misioneros desaprobaban la actitud de Mac Donald de pedir ayuda para la obra a una iglesia bautista del extranjero. Mac Donald, en cambio, se apoyaba en que cada sector era autónomo, según el régimen administrativo de la Misión, por lo tanto, le asistía el derecho de pedir sostén a cualquiera fuente evangélica, puesto que la Misión de la Alianza, no era otra cosa sino una agrupación de iglesias evangélicas, sostenidas por entidades de diversas índole evangélica. Esta acalorada reunión tal vez habría terminado con esta discución si Mac Donald no hubiese estado tan profundamente impregnado de sus doc— 55

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trinas bautistas, que se dió cuenta que no podría seguir colaborando en adelante con la Alianza de Iglesias Cristianas, así es que decidió separarse espontánea y voluntariamente para formar con el grupo que apoyaba su sentir la Obra Bautista de Chile, sin más recursos que su empuje personal y el sostén que quisiese aportar cualquiera entidad bautista cooperadora. Algún tiempo antes había venido a Chile, desde el Brasil, un pastor alemán, quien permaneció entre los alemanes bautistas durante dos meses, Mac Donald tuvo varias entrevistas con él, comunicándole su intención de separse de la Misión Aliancista. El le aconsejó que le escribiera al Dr. Bagby, que vivía en Sao Paulo, Brasil, esforzado pioneer de la obra bautista en ese país. Mac Donald siguió su consejo escribiendo al Dr. Bagby una extensa carta manifestándole, sin duda, la situación de los bautistas de Chile. El Dr. Bagby, interesado en la obra que se realizaba allende la cordillera de los Andes, contestó muy pronto esta carta, avisándole que él visitaría esta obra. Pero su carta, dirigida a Pitrufquén, llegó después que él mismo. Llegado que hubo a Pitrufquén y no encontrando a Mac Donald allí, fué a dar a la casa de un pastor adventista llamado Bischop. Este tenía conocimientos que Mac Donald predicaría ese domingo en Púa, así es que el Dr. -

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Bagby tomó pasaje para Púa. En Freire subió Mac Donald al mismo tren en que viajaba el misionero y allí se conocieron. Mac Donal le pidió al Dr. Bagby que predicara, lo que éste aceptó, basando su predicación en el Salmo 92:12-15. Volvieron juntos a Freire desde donde visitaron Temuco Catripulli, Gorbea y Cajón. En este último pueblo se llevó a cabo una convención bautista en donde se firmaron las bases de la separación. La causa inmediata con los antecedentes y las causas fundamentales ya expuestas dieron lugar a que alrededor de trescientas personas, comprendidas entre Gorbea y Cajón, se afiliaran a esta nueva organización. Entre los pastores que colabaraban con la Alianza y que pasaron a las filas de Mac Donald figuraron: D. Wenceslao Valdivia, D. Abraham Chávez, D. Juan Gatica, D. David Mancilla, D. José Ramírez y el industrial D. Enrique Reinicke. Al separarse Mac Donald de la Alianza no con^ taba sino con una vaga promesa de sostén y que 110 vino inmediatamente sino bastante tiempo después. En verdad, se puede decir entonces que aquí comienza la magna tarea de este valiente héroe de la batalla cristiana. Su ideal era vasto como el universo; sus medios, escasos; pero su inquebrantable fe en Dios le dió la certeza que su obra sería in-

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vencible. Muchos fueron los obstáculos que tuvo que afrontar con su pequeño núcleo de fieles discípulos; pero cerró sus ojos y sus oídos a los peligros y siguió sembrando, sembrando la semilla del cristianismo evangélico. Los obstáculos fueron de diversa índole: primero, un público en su mayoría hostil, en algunos centros, sobre todo en los madereros, tuvo que sostener campañas realmente agresivas; el clima, frío y lluvioso, lo obligaba a permanecer durante varias horas completamente mojado con grave peligro de quebrantar su salud; la falta de vías de comunicación o de caminos que pudiesen llamarse transitables, lo obligaban a caminar o cabalgar muchas leguas casi enterrado hasta la rodilla en el barro. Como esta obra no estaba financieramente sostenida por ninguna institución nacional ni extranjera, sino más bien por donaciones voluntarias de centros bautistas que eran variables e irregulares, tuvo que echar mano, muchas veces, a su propio peculio para el sostén necesario de la obra. Su hijuela en Freire fué, en innumerables ocasiones, la fuente de recursos para el mantenimiento del hogar y de la obra. Ciertamente que la bendición de Dios se posó sobre su hogar y su obra, pues, mientras el primero jamás sufrió escasez, la segunda, se extendía día tras día, por todos los rincones de estas provincias sureñas. — 57 —

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VIII

Superintendente de la Unión Bautista de Chile El resultado de la visita del Dr. Bagby fué muy beneficioso para los bautistas chilenos, pues a raíz de ella se fundó a mediados de 1908 la Unión Bautista de Chile y la Junta de Iglesias Nacionales. El pastor Mac Donald fué nombrado Superintendente de esta Unión. Desde esta fecha comenzó la cooperación brasilera y se pudo publicar una revista que se llamó "La Voz Bautista", órgano de publicidad que tuvo por objeto defender y dar a conocer las doctrinas bautistas. El centro de la obra bautista de aquel entonces fué Gorbea, rica región maderera de esos tiempos. Esta iglesia dió miembros a muchas otras, pues fué fundada en la alborada de las actividades evangélicas en el sur. Aquí se llevaron a cabo las — 58 —

GUILLERMO MC. DONALD, EL APOSTOL DE LA FRONTERA

más fecundas convenciones y durante muchos años sus más consagrados colaboradores la pastorearon. Entre estos últimos cabe señalar a D. Abraham Chávez, quien dió impulso a esta obra y creó muchos centros cristianos en los alrededores. Mac Donald se hizo cargo de la obra en Lautaro después que los metodistas abandonaron su labor en este pueblo. La sana influencia dejada allí por estos obreros fué muy beneficiosa para el predicador bautista pues, en menos de dos meses, contó con una iglesia bien organizada. Su ayudante fué el señor Joaquín Mora, residente en Temuco; pero que alternaba con Mac Donald la dirección de los servicios religiosos. En el pueblecito de Pillanlelbún se organizó otra iglesia que por algún tiempo fué dirigida por el pastor de Cajón. Esta iglesia contó con muchos miembros, muchos de los cuales trabajaban en la Compañía Maderera Malvoa. Después la dirección de esta iglesia quedó bajo el pastor de Vilcún. La obra en el pueblecito de Vilcún empezó a insinuación de un convertido llamado Félix Sáez. Se inició esta obra en el fundo Victoria, propiedad de dos alemanes: uno, ateo; el otro, luterano. Don Félix era un fervoroso cristiano y, aunque no sabía leer ni escribir, tenía una memoria tan sorprendente que podía repetir en cualquiera oportunidad, — 59 —

SUPERINTENDENTE DE LA UNION BAUTISTA DE CHILE

innumerables versículos bíblicos que aprendía quién sabe cómo. En este fundo había dos máquinas aserradoras que no trabajaban más de tres días a la semana, pues el administrador de ellas era tan adicto a la bebida que pasaba ebrio los días restantes." No sólo bebía él, sino que vendía licor a los trabajadores, paralizando los trabajos del fundo. Sáez hizo un viaje a Temuco para pedirle al pastor Mac Donald que le acompañara donde el señor Westermeyer, uno de los dueños del fundo y cuya esposa era una buena cristiana, para solicitarle permiso para predicar en el lugar donde se encontraba uno de sus aserraderos. Westermeyer conocía a Mac Donald y también a Sáez, pues éste tenía un terreno cerca del fundo Victoria. Conociendo que Sáez era un buen hombre, creyó prudente aconsejarlo: —Félix —le dijo—, creo que es inútil todo cuanto Uds. quieran hacer, porque la gente que trabaja en mi aserradero es de la peor especie. Nuestras máquinas trabajan sólo tres días a la semana, pues durante el resto de ella, la gente está ebria. Yo no puedo remediarlo y no sé cómo podrían hacerlo Uds. —Don Manuel, si nos permite predicar en su fundo —dijo a su vez Mac Donald— la gente se convertirá al evangelio y sus máquinas trabajarán seis — 71 —

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días a la semana. —No tengo inconveniente alguno —le replicó Westermeyer— pueden Uds. ir y plantearle sus convicciones, siempre que no me responsabilicen por el riesgo que puedan correr. A ellos no les gusta que les hablen de cosas serias y pueden ocasionarles daño. Mac Donald le encomendó a Sáez la predicación en aquel recinto, prometiéndole toda su cooperación. La primera vez que este buen hombre se dirigió a un grupo de trabajadores para hablarles de religión, casi lo mataron con palos y piedras; pero el anciano Sáez era valeroso y siguió predicando aún a riesgo de su vida. Mac Donald lo visitaba dos o tres veces al mes, le enseñaba lo que debía hacer y decir, examinaba a los candidatos para el bautismo y los bautizaba. ¡Cuán gozoso se sintió al darse cuenta que el dueño de la casa en donde se alojaba se interesaba por la nueva religión! Ese fué su primer convertido . Más no pasó mucho tiempo antes que el mismo administrador beodo se interesara en el evangelio. Finalmente, cuando éste se convirtió, destapó las pipas y dejó correr por tierra el elemento perturbador. Entre los convertidos figuraba un pugilista apellidado Aguilera que llegó a ser un hombre muy — 61 —

SUPERINTENDENTE DE LA UNION BAUTISTA DE CHILE

piadoso y no tardó en ser nombrado pastor de la nueva iglesia que se fundó en el pueblecito de Vilcún. Fué uno de los tantos pastores activos de su tiempo. Muchos años después, este hombre fué el colaborador del señor Davidson, cuando este misionero empezó la obra en Santiago. Desgraciadamente, su prematuro fallecimiento restó a la obra la benéfica labor de un siervo consagrado. Otro ferviente obrero de la causa bautista en estas regiones fué D. Tenorio Sáez. hijo de D. Félix Sáez, que durante muchos años desarrolló una activa labor evangelizadora. Así, desde Vilcún se expandía la obra por los alrededores, formándose núcleos cristianos en S. José, en la Colonia Mendoza y en Muco, cerca de Lautaro. En Concepción, el pastor pentecostal con un pequeño grupo de partidarios, se separó de los demás pentescostales para estudiar por su propia iniciativa el asunto del bautismo. Llegaron a la conclusión que el bautismo debía ser por inmersión, así es que el pastor le pidió a otro miembro que lo bautizara. En seguida, el pastor bautizó al otro, pero boca abajo. Después de esto escribieron a Mac Donald para que los aceptara como bautistas. Mac Donald temía enrolar a estas personas que aún no habían abandonado por completo sus antiguas cos— 71 —

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tumbres, ni tenía el dinero necesario para fundar una iglesia en un lugar tan apartado del centro de su labor; pero les visitó de vez en cuando y, al poco tiempo, cambiaron mucho con relación a sus prácticas. Cuando Mac Donald tuvo dinero fundó la primera iglesia de Concepción con los pocos bautistas que había y, al día siguiente, bautizó las nueve personas restantes que se habían separado de los pentecostales. En un viaje que hizo Mac Donald, en compañía de D. Wenceslao Valdivia, al sur de Concepción, sostuvieron una conversación con una señora, quien quedó muy interesada en el evangenlio. Más tarde, al convertirse esta señora, ofreció su casa para que en ella se llevaran a cabo los cultos religiosos, interesando a muchos de sus familiares y amigos. La primera obra llevada a cabo en esta región de Nacimiento fué en el lugar denominado Las Estancias, pero después se extendió hasta el mismo pueblo en donde se colocó al pastor Sanzana a la cabeza de una iglesia. A pesar de la ardua labor desarrollada en este pueblo y en sus alrededores por el joven pastor, la obra se desarrolló con lentitud, debido al ambiente estrictamente católico y superticioso que reinaba en él. Mac Donald siempre elegía aquellos lugares en que fuera más necesaria la enseñanza del evange— 63 —

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lio, aunque tuviera que afrontar dificultades. Su mirada se tornó hacia Valdivia, ciudad de importancia, pero considerada una de las más inmorales de esos tiempos. Había visitado esta ciudad en sus días de colportaje y cuando estaba con los aliancistas. Recordaba la conversión de dos personas debido a la lectura de una página de una de las Biblias que había vendido a un almacenero y que éste había utilizado para envolver sus mercancías. En su primer viaje de inspección, después que se hubo convencido de la necesidad de abrir un local en esta ciudad, arrendó una casa en un barrio que, por entonces, albergaba al hampa valdiviano. Naturalmente que el pastor no se dió cuenta que aquel barrio en que sólo se conocían centros de diversión nocturna era inadecuado para abrir un centro de piedad y de paz. Aquí envió al más experimentado de sus colaboradores, D. Wenceslao Valdivia. El y su esposa iniciaron su labor con entusiasmo, pero apenas se dió comienzo a la primera reunión religiosa, empezaron a llover las piedras por todos lados. La gente salía de sus cuartos y los amenazaba con los puños en alto. Esto se repetía cada vez que se llevaban a cabo los cultos. Valdivia no desmayaba y seguía predicando, pero la campaña de oposición se hizo tan intensa y los desórdenes fueron tan frecuentes, que los mismos cristianos temían asistir a — 71 —

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las reuniones por temor de que les ocurriera algún daño. Valdivia, quiso entonces aliviar la situación apelando a las autoridades; pero éstas se mostraron indiferentes al respecto. En vista del panorama tan hostil que se le presentaba y a la situación tan estacionaria en que se mantenía el desarrollo de su actividad, decidió renunciar a este cargo y pedir su traslado a otro lugar en donde su labor fuese más fecunda. Al tener conocimiento de la decisión a que había llegado el hermano Valdivia, Mac Donald sintió un profundo pesar, pues nunca clausuraba una obra empezada. Le parecía que aquello era darse por vencido y Mac Donald jamás se dió por vencido. Sólo cuando su Señor lo llamó a la eternidad se sometió a la quietud. Sin considerar la fatiga que le ocasionaría un viaje a Valdivia en pleno invierno, cuando aún no había ferrocarril, pues en este tiempo sólo alcanzaba hasta Pitrufquén, partió a caballo como un moderno Quijote, dispuesto a "desfacer entuertos". Después de tres días de penosísimo viaje, bajando y subiendo cerros y buscando los vados de los ríos correntosos, llegó a su destino. Al conversar con el pastor Valdivia se cercioró de lo mucho que había sufrido y esto hizo renacer en él todo su espíritu combativo. Salió apresu— 65 —

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radamente para poner los hechos en conocimiento del Intendente de la Provincia. Otorgada la audiencia, le expuso las vejaciones que había sido objeto un honorable predicador evangélico y los peligros a que se encontraban expuestas personas tnuy honestas de esta religión. Además le hizo ver la atención que su queja merecía y los derechos que le otorgaba la Carta Fundamental de la República por su reforma de 1865, estableciendo la libertad de cultos para todos los ciudadanos de la República. El Intendente se mostró muy amable y le manifestó que consideraba muy justa su queja y que se interiorizaría con respecto a los perjuicios ocasionados a personas o bienes evangélicos. Lo citó para comparecer nuevamente al día siguiente a las dos de la tarde. Con la puntualidad que le caracterizaba, Mac Donald se presentó al día siguiente a la Intendencia. Con gran sorpresa vió que también habían acudido a la misma entrevista, el juez de la ciudad y un sacerdote católico. El Intendente, dirigiéndose a los tres, les manifestó que se había cerciorado de la veracidad de las reclamaciones de Mac Donald y que los perjuicios ocasionados al local de reuniones evangélicas por los residentes del barrio, podía resumirse así: rotura de todos los vidrios — 71 —

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de las ventanas, descerrajamiento de una puerta, rotura de objetos pertenecientes al culto, además del grave riesgo que corrían los dirigentes y los asistentes a estas reuniones. Expresó que era una vergüenza para la ciudad que ocurrieran estos vejámenes y que había que ponerles término. Solicitó la cooperación del juez para que fueran detenidas las personas que causaban los desórdenes y que se facilitara la fuerza pública a esta institución religiosa para resguardar el orden dentro y fuera del local mientras se verificaban los cultos. Al empezar la reunión de aquella noche había una veintena de personas que entraron con el solo propósito de molestar al predicador. Pero los guardianes fueron llamados y les hicieron abandonar la sala. A aquellos que se les pudo comprobar su culpabilidad se les aplicó una multa de veinte pesos . Noche tras noche la policía local mantenía el orden y prodigaba seguridad a los creyentes. Así terminó la oposición en Valdivia y de ahí en adelante la obra siguió su marcha ascendente. Mac Donald empezó la obra al sur de Valdivia como todas las demás, con muchos obstáculos al principio. Dice en sus memorias: "Siempre supe ajustarme a las circunstancias. Muchas veces cuando la obra aumentaba en número de miembros y de interesados en el evangelio, el dinero era insu— 67 —

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ficiente para satisfacer las necesidades de todas las iglesias. Entonces yo clamaba: Señor, ¿hasta dónde me conduces? Pero después agregaba: Que sea hecha tu voluntad. Y los obstáculos se allanaban fácilmente". Al empezar la obra en Osorno, envió a esa ciudad a un joven inteligente, emprendedor y cuyos conocimientos eran superiores, pues había sido enviado al Seminario del Brasil en donde se preparó para el ministerio. Al volver a su patria, este joven se encontraba en condiciones de predicar con singulares ventajas. Juan Domingo Alvarez, que así se llama este fervoroso militante de las huestes cristianas, siempre fué un fiel colaborador del anciano pastor. A pesar del local inadecuado en que tuvo que laborar, hizo rápidos progresos en la evangelización de este lugar y penetró en los distritos rurales en donde formaba núcleos cristianos que fomentaban el credo evangélico bautista a través de esa espaciosa y riquísima zona. Algunos de los miembros de Temuco y Gorbea se trasladaron a vivir a Puerto Montt. Como allí no había iglesias evangélicas se reunían cada domingo en el hogar de uno de ellos. Mac Donald los visitaba de vez en cuando y con el tiempo logró arrendarles un buen local. Más tarde, el señor Mancilla se hizo cargo de la predicación en Puer— 71 —

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to Montt, labor que desarrolló hasta el día de su muerte. Mac Donald visitó Villarrica y Pucón por primera vez algunos treinta años antes de su muerte. Eran éstos unos lugares muy desolados. Con gran esfuerzo logró reunir algunas personas para asistir a la predicación. Después de algún tiempo compró en Villarrica una casa para usarla como lugar de recreo para su familia y miembros de la iglesia que necesitaran del aire cordillerano a la vez que sirviera de recinto para oficiar los servicios religiosos. En este pueblecito se convirtió un joven católico que se había escapado de un convento de Santiago. Fué muy útil para la obra, pues como seminarista había adquirido una vasta preparación, la que unida a su gran entusiasmo, prometía un ardoroso y diligente trabajo en el esparcimiento del cristianismo evangélico; pero falleció en plena juventud a causa de una epidemia de tifus exantemático que asoló al país en esos años. Además de estas iglesias había varias otras como la de Lastarria, en donde trabajó durante algún tiempo el hermano Tenorio Sáez; la de Freire, iglesia que fué pastoreada durante muchos años por el pastor D. Manuel Valderrama que antes había ayudado al pastor Mac Donald en Temuco. A dieciocho kilómetros al oriente de Gorbea había un — 69 —

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centro de reuniones en donde trabajaron dos antiguos pastores, los hermanos Saravia y Chacón. En las cercanías de Pitrufquén, en un lugar denominado Muñe, los bautistas se reunían para celebrar cultos dominicales que eran dirigidos por los pastores de las localidades vecinas. La casa de campo del mismo pastor sirvió durante muchos años como centro dominical de reunión evangélica. El pastor mismo nunca se encontraba presente para estas reuniones, pues pastoreaba la iglesia de Temuco o visitaba a alguna otra; pero al arreglar su programa semanal nunca se olvidaba de destinar a un predicador para esta congregación . Más tarde, cuando la casa del pastor se hizo estrecha para estas reuniones que empezaron a ser muy concurridas, un vecino alemán, D. Alberto Brandt, facilitó una bodega espaciosa y la proveyó de bancos y otros muebles necesarios. Durante muchos años esta bodega albergó a todos los creyentes de la Colonia de Los Diucos que se reunían todos los domingos a las dos de la tarde para escuchar la fervorosa palabra de Valdivia, Chávez, Tenorio Sáez, Saravia y muchos otros. Patrones y servidores se inclinaban reverentemente y con respetuoso acogimiento ante la Autoridad Divina. Bastaba una sola familia convertida para que — 71 —

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el emprendedor Mac Donald sintiese interés por ensanchar la obra y allanara las dificultades para que este hogar fuera un foco del cristianismo. Por su espíritu desinteresado y sus maneras sencillas y sinceras fué muy querido por todos los hermanos chilenos, quienes no sólo vieron en él al guía y al pastor espiritual sino también a un fiel y sincero amigo. Por todas partes se referían a él como "el querido hermano Mac Donald". El interés por el bienestar de los miembros fué para él una verdadera obsesión y no escatimaba esfuerzos para prodigar cuanto estuviese a su alcance. Prueba evidente de ello es esta anécdota, que refleja palpablemente su carácter y bondad: En una ocasión fué a visitarle un hermano que no llevaba abrigo, a pesar de la inclemencia del tiempo. El pastor recién había adquirido uno nuevo, pues el viejo estaba todo raído por el constante uso en sus continuos viajes. Al notar a su compañero tan desprovisto le dijo: —Jesús ha dicho que cuando un hermano tiene dos abrigos y el otro no tiene ninguno; el que tiene debe darle al que no tiene uno de ellos—. Por lo tanto, Mac Donald le dió su abrigo nuevo y él volvió a quedarse con el viejo. Este zapador y su pléyade de fieles colaboradores fueron los sembradores de la semilla de la gran obra que es hoy día la Obra Bautista de Chi— 71 —

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le y que sigue creciendo por todos los rincones de nuestra amada patria, bajo el amoroso cuidado da los hombres nuevos que, siguiendo siempre en las huellas de los pioneers, procuran dilatar los horizontes del evangelio con nuevos rumbos. Los nombres de Mac Donald, Valdivia, Chávez, Gatica, Sáez, Alvarez, Aguilera, Valderrama, Saravia, Sanzana, y muchos otros que sería largo enumerar, tal vez habrán escapado al conocimiento de muchos bautista; pero Dios, en su omnipotente sabiduría premiará en la eternidad con el galardón de su gracia a aquéllos que dedicaron su vida a la causa de la redención humana.

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CAPITULO

IX

Cooperación cristiana Mac Donald tenía dos grandes aspiraciones: una era la expansión de su obra hasta las más apartadas regiones; la otra, el ardiente anhelo que los pastores disfrutaran de mayor preparación y de salarios que estuvieran acordes a las necesidades diarias de su vida. Por esto se ponía en contacto ya con Argentina, ya con Brasil, ya con México, ya con Cuba. Los centros evangélicos de estos países fueron generosos en su estímulo. Enviaban cartas de aliento que Mac Donald leía a sus congregaciones, literatura para la enseñanza de las escuelas dominicales y, muy a menudo, generosas donaciones en dinero que le permitía abrir un nuevo campo de acción o mejorar la situación del pastorado. Al pasar el Dr. Bagby por Argentina, de regreso de su visita a Chile, conversó con su yerno, misionero en Buenos Aires, acerca de la obra chilena. — 73 —

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Sus palabras deben haber sido efusivas y llenas de encomio para esta obra chilena, pues desde allí, llegó el primer donativo y continuaron ayudando regularmente. Al regreso del Dr. Bagby al Brasil, las iglesias de este país hermano mandaron generosas donaciones mensuales. En el año 1910, el Seminario Bautista de Río de Janeiro, ofreció una beca a un estudiante chileno. Fué elegido el hermano Juan Domingo Alvarez, quien obtuvo muy valiosas enseñanzas durante su permanencia en aquel país. En este mismo año, la obra bautista chilena fué visitada por el Dr. Ray, Secretario de la Junta de Misiones Extranjeras de la Convención Bautista del Sur de los Estados Unidos. El Dr. Ray se había impuesto de esta obra por cartas escritas por Mac Donald y por los hermanos brasileros. Grata sorpresa fué para Mac Donald, como también para los pastores chilenos, el anuncio de esta distinguida visita. Tal como lo había hecho dos años antes el Dr. Bagby, el Dr. Ray y su esposa que lo acompañaba, permanecieron en el hogar de los Mac Donald en Freire, desde donde salían a visitar las diferentes iglesias o núcleos bautistas urbanos y rurales. Obtuvo la misma feliz impresión de la labor desarrollada que había tenido el viajero anterior. Recono— 74 —

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CRISTIANA

ció que el trabajo se realizaba en forma primitiva debido a la falta de recursos. El Dr. Ray partió de Chile vivamente impresionado, manifestando que era una labor magna a la cual él prometía su más ardiente apoyo. La visita del Dr. Ray ayudó a dar a conocer esta obra en los Estados Unidos, desde donde se recibió valiosas contribuciones, evitando que la obra decayera y facilitando su extensión. Tal vez por la influencia del Dr. Ray, la Junta en Richmond empezó a enviar algo más tarde cincuenta dólares mensuales. La obra chilena fué muy visitada y cada una de estas visitas servían de estímulo a los obreros que laboraban en estos campos apartados. De Argentina enviaron al hermano F. Batteley, presidente de la obra bautista de Argentina. Algún tiempo después enviaron a los señores F. Fowler y Spight. Estos asistieron a una Convención que se celebró en Temuco. En 1916 pasó por Chile, de paso a Estados Unidos, el hermano José Hart, quien dió a conocer esta obra a la Iglesia de Murray, Kentucky. El conocimiento de esta obra en algunos países de Norte y Sud América, despertó el interés de algunas organizaciones latinoamericanas que cooperaron con pequeñas contribuciones mensuales, aumentando el bienestar de cada iglesia chilena. — 77 —

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Las iglesias mexicanas ayudaron durante tres años y también se recibió un poco de ayuda de los hermanos de Cuba. Pero Mac Donald se convencía cada vez más que una obra que se dilataba tanto, no podía ni debía depender de la iniciativa de un grupo de personas entusiastas sino de una institución prestigiosa para mantenerla sobre bases económicas más sólidas. Los nuevos campos que se abrían necesitaban pastores preparados, de ahí la necesidad imprescindible de tener un seminario. Además ardía en deseos de fundar una escuela cristiana que fuera luz y lumbre para el entendimiento y el espíritu. Con esta idea fija en su mente, seguía escribiendo a la Junta Misionera de la Convención Bautista del Sur de los Estados Unidos, pidiéndole que incorporara esta obra entre sus numerosas actividades misioneras en Latinoamérica. Hasta entonces esa institución se había negado a acceder a esta petición, porque no creía conveniente para sus intereses abrir nuevos campos de labor en Sudaméiica ; satisfaciéndole aquéllos que ya tenía en Brasil, Argentina y México. Pero Mac Donald era escocés y porfiado y continuó escribiendo, deseoso de afianzar sólidamente por medio del reconocimiento de una institución, esta obra suya que había creado y criado con tanto — 76 —

COOPERACION

CRISTIANA

amor. Tanto empeño no podía ser en vano y, por fin, en el año 1917, esta obra quedó incorporada definitivamente a la Junta de Misiones Extranjeras. Nuevamente Mac Donald había ganado la partida . Recordando todo esto, escribía un año antes de su muerte: "Mirando hacia atrás, cuarenta y ocho años de gozosa labor aquí en el sur de Chile y, comparando esta República como se me aparecía entonces y como aparece ante mis ojos ahora, puedo decir que ha experimentado una gran transformación . Era un país fanático e intolerante. Ahora los obreros son muchos y las mies también es abundante; durante varios años fuimos con grandes inconvenientes a nuestro favor. Muchas veces no contábamos con dinero suficiente para los arriendos y los salarios, muchas de las hoy día ciudades eran entonces villas atrasadas; los caminos, intransitables; los ríos, sin puentes y, con las fuertes lluvias del invierno, era casi imposible cruzarlos. Hoy día, en cambio, la región sur está surcada de ferrocarriles, puentes y caminos; si no buenos, por lo menos, transitables; de manera que el evangelio debe llevarse a todos los rincones de la República".

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CAPÍTULO

X

Misionero En el año 1917 llegaron los esposos Davidson, los primeros misioneros norteamericanos enviados a Chile por la Junta Bautista de Estados Unidos. Se radicaron en Santiago en donde estudiaron el idioma y abrieron un nuevo campo de acción. Un año más tarde, la Junta trasladó desde México a nuestro país al señor Frank Marrs y señora; pero debido a su precaria salud debió partir nuevamente a su patria. En 1919 llegaron los esposos Moore que continuaron la obra en Concepción. En el año 1920, Guillermo Mac Donald y su esposa fueron nombrados misioneros de dicha organización. Como ya había mayor desahogo económico, apareció en su corazón con mayor intensidad el antiguo deseo de construir un hermoso templo en la emprendedora capital de La Frontera, centro — si —

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ahora de la obra bautista, y fundar un colegio que fuera una lumbrera para todos los bautistas de Chile y, aún más, para todos aquellos que se pusieran en contacto con su influencia. Siempre había sido su ideal educar a la juventud en las enseñanzas cristianas para que éstos, a su vez, esparcieran la semilla del evangelio a través del país. Sus hijos y nietos oyeron hablar de esta escuela muchos años antes que existiese la más remota posibilidad de su existencia. Este ideal había estado adormecido en su alma siempre y, con la posibilidad de realizarlo, se tornaba entusiasta y animoso. En su visión este templo y esta escuela no deberían ser mediocres, sino de considerable influencia. Conseguir la aprobación de la Junta para su construcción no resultó tarea fácil; también fué menester escribir muchas cartas y recibir respuestas evasivas, vagas promesas para el futuro. Pero tanto él como el señor Davidson persistieron en sus rogativas hasta que consiguieron su objetivo y se aportó el dinero para esta obra. La Junta tuvo que elegir a la persona que debía regentar este colegio y su feliz elección recayó en la señorita Agnes Graham, quien llegó en el año 1921, designada Directora del Colegio Bautista y, un año más tarde, llegaba la señorita Cornelia Brower como Subdirectora. Al finalizar ese mismo año llegaron de Argentina loe esposos — 82 —

MISIONERO

Hart, quienes se hicieron cargo del Seminario de Temuco, institución que pudo organizarse en mejor forma, pues se contaba con mayores medios pecuniarios. El Templo Bautista de Temuco y el Internado de Niñas del Colegio Bautista fueron dos construcciones que Mac Donald mismo dirigió. La construcción del templo se empezó primero, en una de las calles centrales de la ciudad, y, al terminar este edificio se inició la del colegio. En esos días Mac Donald estaba feliz como un niño que ha recibido un juguete nuevo. A pesar de sus 70 años, él era el primero en llegar al trabajo y el último en abandonarlo. Allí estaba, a veces, ordenando; otras, trabajando él mismo con martillo, serrucho o pala; infundiendo ánimo a sus trabajadores con el ejemplo de su espíritu de infatigable luchador. Estos dos edificios que se levantan en la ciudad de Temuco son los dos monumentos que sintetizan su perseverancia, espíritu de trabajo y amor a la obra. En el templo, pequeño ahora, pero suficiente en su tiempo, está impresa la marca del patriarca. Cuando él ceda a las exigencias de una nueva época, desaparecerá para siempre una parte de la obra material de Guillermo Mac Donald. Pero "lo que siembra el espíritu, espíritu es" y ni el tiempo, ni las nuevas generaciones podrán arre— 83 —

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balarle el fruto de la semilla que sembró en sus cincuenta años de labor. En el Colegio Bautista, creado por él y las señoritas Graham y Brower, se plasman dos ideales: la sobriedad y solidez del viejo misionero experimentado y la belleza y la armonía de los misioneros más jóvenes que conducen a la juventud hacia los nuevos ideales. De ahí que la construcción resultara una obra de arte a la vez que una perfección de solidez. Cuando ese edificio ceda ante las exigencias de una época futura, tal vez no habrá en él ninguna persona que sepa quién fué Guillermo Mac Donald, qué relación tuvo con el colegio; pero no será menos realidad que, por su esfuerzo, miles de jóvenes habrán adquirido una educación cristiana en Chile. No es raro entonces que, al sentirse algo mejor en su lecho de enfermo, se hubiera levantado para contemplar por última vez en esta vida, ésa, su obra. Después de contemplarla largamente, volvió al lecho, diciendo: —Están todos trabajando allá. Sí, y se seguirá trabajando allí, tal vez por muchas generaciones, tal como lo infundió su espíritu batallador, que parece que en la misma piedra lo ha dejado impreso. — 84 —

CAPITULO

XI

Sombras en el camino Dios probó a su siervo en diversas maneras. Sufrió grandes pérdidas materiales así como algunas desgracias que hicieron abatir al hombre fuerte; pero de éstas reaparecía su espíritu más esclarecido que nunca. Al llegar a Los Diucos, Freire, hizo una casa provisoria para su familia y emprendió con la ayuda de sus hijos Juan, Daniel y Jorge la construcción de una más amplia y cómoda. Los últimos retoques se hicieron un sábado en la tarde y había que esperar hasta el lunes para habitarla, pues el puritano pastor nunca hubiera consentido una mudanza en día domingo. Al caer la noche del día de descanso, la anciana madre salió a dar un paseo con su hijo Juan para contemplar la salida de las estrellas, pues a este — 85 —

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hijo le gustaba demostrarle los progresos que hacía en sus conocimientos de astronomía. Pero, al dirigir sus miradas hacia el noreste, la madre le preguntó: —Mira, Juan ¿es ésa una estrella que brilla allá? Me parece que es muy rojiza y está muy baja. Al volver la vista hacia ese punto, Juan vió con espanto que su hermosa casa nueva ardía por los cuatro costados. Manos pérfidas destruyeron en un rato el esfuerzo del pastor y de sus laboriosos hijos. Pero Mac Donald no desmayó y emprendió la tarea de construir otra casa, pero esta vez no tan distante de la pequeña en que habitaba. Algunos años después, ésta también sucumbió ante la voracidad de las llamas. Esta vez no fué por manos criminales, sino a causa de que faltaba en la chimenea algunos ladrillos. En esta ocasión las pérdidas fueron mayores aún, pues no se salvó nada de lo que componía el menaje de la casa, sólo escaparon con las ropas de noche que llevaban. Mac Donald fué despertado súbitamente por su hijo Jorge que dormía en el piso superior, cuando éste estaba a punto de desplomarse. Inmediatamente recordó que en la pieza contigua dormía su nieta de cuatro años y se lanzó a su rescate, mientras que su esposa salía huyendo con su Biblia, su himnario y — 86 —

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un rollo de documentos que tenía a mano. Afortunadamente, nadie más estaba en casa, pues algunos de sus hijos estaban en Santiago y otros en Térmico en donde asistían al colegio. El padre y la madre, reunidos en el jardín, contemplaban como todas sus posesiones crujían y se reducían a cenizas. Guillermo no lloró la pérdida de sus bienes y en vez de quejarse de la pobreza a que se veía reducido, alentaba a su hijo y a sus inquilinos mientras removían los escombros al día siguiente: — ¡Qué afortunados somos que despertamos a tiempo y qué ventura que el fuego no se extendió hacia los corrales! Ni una queja, ni un reclamo. Había que empezar de nuevo y, entre más pronto, mejor. Con este pensamiento en vista, comenzó su tercera casa en el mismo sitio en donde sucumbió la anterior. Esta casa, que aún está en pie, cobijó a machos parientes, amigos y hermanos espirituales que llegaron hasta ella en diferentes épocas, brindándoles su sincera hospitalidad. Los días de verano eran muy felices en aquel hogar lleno de visitas. La madre, en medio de todos ellos, rebosante de alegría, prodigaba maternales ternezas a todos por igual. Nunca tuvo reparos, pues era igual para ella preparar seis camas que tres. En su cocina siempre había una porción destinada al via— 87 —

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jero que podría llegar. La mezquindad estaba desterrada de esa cocina, pues la memoria de la madre o abuelita ha quedado siempre relacionada con platos de mantequilla, fuentes de fresco quesillo, montones de panqueques y dulces de todas clases. Tampoco quiere decir esto que existía el derroche, pues siempre había bastante personas en casa que podían consumir fácilmente todo lo que allí se preparaba . La pérdida de sus bienes materiales nunca le amedrentó; pero también supo soportar con gran entereza la pérdida de muchos de los seres que amaba. Durante su vida vió morir a cuatro hijos ya adultos, a doce nietos y a una biznieta. La muerte de sus hijos Hugo, Rodrigo, Guillermina y Juan, quienes murieron repentinamente tras breve enfermedad causó en su alma un hondo abatimiento; pero pronto se sometió a la voluntad de su Hacedor. Ante el cadáver de su hijo Rodrigo, su primogénito, sollozó como un niño, pero con su recio espíritu como las fuertes rocas de su patria, condujo serenamente el culto fúnebre familiar hasta el final. Pero entre las sombras suelen brillar chispazos de luz y así fué en ese Enero de 1922 cuando los esposos Mac Donald celebraron sus bodas de oro. Cincuenta años de compañerismo empeñados en la obra del Señor. Para la celebración de este — 88 —

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acontecimiento se encontraban presentes gran número de sus familiares, amigos y compañeros dí trabajo. Entre estos últimos estaban los misioneros Davidson, Hart, Graham y Brower. En esa ocasión hizo recuerdos de las muchas experiencias recogidas durante su larga permanencia en el país, al cual se sentía profundamente ligado no sólo por aclimatación, sino que también por vinculaciones familiares. Todos parecían felices en aquella ocasión, más nadie sabía que sería el último año que la buena madre estaría con ellos sobre esta tierra. Casi un año después y, cuando aún palpitaba en el corazón de Mac Donald la alegría de contemplar hecha realidad algunas de sus aspiraciones de años anteriores, sufrió el gran dolor de perder a la buena y dulce compañera de su vida, que durante cincuenta y un años había compartido con él la vida de ajetreo y sacrificios. Se fué quedamente en la noche de su cumpleaños el 14 de Enero de 1923, tan apaciblemente como había sido siempre su naturaleza mansa. Para Guillermo, y para aquéllos que se habían acostumbrado a su dulce sonrisa, la separación fué triste. Ya no oirían más a través del silencio de la noche su voz melodiosa entonando los himnos familiares, ni se oiría el murmullo de esas largas con— 89 —

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versaciones con Dios en que pedía bendiciones para cada uno de sus relaciones y amigos. Sus nietos solían decir cuando aumentaba el número de ellos con el nacimiento de uno nuevo: —Las oraciones de la abuelita esta noche serán un poquito más largas. Su partida dejó un vacío tan grande en el hogar que éste se desmoronó como un cerro minado. Guillermo había hecho poca vida de hogar, por lo tanto, los hijos se habían congregado alrededor de la madre que mantenía todos los hilos unidos, sus hijos del norte, sus hijos del sur, su marido viajero y sus numerosos nietos. Cuando su mano yerta no pudo por más tiempo sostener todos estos lazos, cada uno se abandonó a un triste aislamiento. El espíritu susceptible de Guillermo sufrió más que ninguno de este aislamiento y procuró buscar un refugio consolador entre sus hermanos cristianos; pero todos estaban empeñados con tenacidad en el desarrollo de la obra que tenían en sus manos y el hermano solitario quedó herido junto a la vera del camino envuelto en las sombras de la soledad . En su amor hacia el prójimo había descuidado su hogar y las necesidades de sus hijos. Sus largas permanencias fuera de él, produjeron en el ánimo de ellos cierta indiferencia hacia el padre. Algunos — 90 —

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pensaban que debía dedicarse exclusivamente a la explotación de sus tierras, lo que le suministraría una situación más holgada, económica y físicamente; pero él nunca convino en abandonar la predicación. Por esto dedujeron que se preocupaba más del bienestar material y espiritual de los otros que de los suyos. Los hijos se creían tratados injustamente por el padre, a la vez que el padre se creía incomprendido por los hijos. No cuidó de afinar el espíritu de todos sus hijos al mismo temple que el suyo; de ahí que sólo unos pocos comprendieron la magnitud de su obra. El amor paternal existía; pero su altivez lo escondió muy en lo hondo de su corazón y sólo surgía a la superficie en ciertas circunstancias. Su buena esposa, que compartía con él sus ideales religiosos, pero que sufrió el abandono de las largas ausencias del marido, procuraba armonizar a los hijos con el padre. Era el vínculo que los mantenía unidos. Pero en la vejez quiso compensar a sus hijos por las negligencias de la juventud y les ayudó en todas formas. Hoy ayudaba a éste en un litigio; daba a ése otro algunos animales que necesitaba; extendía a aquél una fianza o carta de recomendación; acudía más allá a desenredar esa disputa de límites entre dos parientes, a encontrar una solución a las — 91 —

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dificultades y dar la sanción correspondiente como padre, consejero y juez. En el hogar de este hijo se celebraba un cumpleaños; allá se casaba una nieta; más allá nacía un biznieto. De todo se imponía y todo le preocupaba en el vasto círculo familiar. Pero como es imposible satisfacer a todos, sufrió muchas veces la desazón de la crítica y probó en innumerables ocasiones el cáliz de la ingratitud. Las sombras del camino de la vida no sólo se presentaron en sus relaciones familiares, sino que también en sus relaciones pastorales. Guillermo Mac Donald era un hombre de inagotables energías y de carácter más dominante que dócil; pero tan crédulo y de un corazón tan extremadamente bondadoso que muchas veces se aprovecharon de esta bondad para desvirtuar sus intenciones. Cuando se le quiso dar a la obra una nueva orientación, Mac Donald, tanto tiempo amo absoluto de todas sus actividades, quiso mantener sus ideas puritanas. A los setenta años es difícil modernizar sus convicciones. A pesar de que había traspasado la obra a la Junta, ésta seguía siendo suya de corazón y no se conformaba de entregarla por entero. Habían muchos que veían en él al único antiguo y fiel consejero o "querido hermano Mac Donald" y acudían en busca de su ayuda aún después de la organización de la obra y aunque hu— 92 —

SOMBRAS EN EL CAMINO

bieran quedado fuera de su jurisdicción. Todas estas cosas causaron una honda disensión en la corporación y el antiguo pastor tuvo sus adeptos y sus contrarios. Naturalmente, que no faltaron aquellos que sobrepasaron los límites de la cortesía y la comprensión cristiana, desprestigiándole y procurando de cercenar la fidelidad que le profesaban sus antiguos colaboradores. El recibimiento que le hizo la iglesia de Temuco, después de su regreso de los Estados Unidos en 1923, fué frío y muy diferente a la cariñosa manifestación de despedida que le había brindado a él y a su hija Guillermina, la Dirección del Colegio Bautista pocos días antes de su partida, como una expresión del justo reconocimiento al anciano pastor que se alejaba por primera vez en busca de reposo después de treinta y cinco años de labor cumplidos en el verano de ese año 1923. Pero en esa iglesia tan querida ya estaba en incubación el germen de la discordia que hizo crisis en el año 1926 y que produjo el cisma. Esta fué la prueba máxima que soportó esta antigua iglesia, así como esta sombra fué en el camino de la vida de Mac Donald la que más se adentró en su corazón. Sólo la intriga y la traición le había faltado a este gran cristiano para sufrir cual los grandes apóstoles de la causa. Pero Dios, en su omnipotente sabiduría, lo proveyó en cantidad suficiente — 93 —

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para probar su fe. Este moderno Job no se arredró ante el infortunio y dobló humildemente la cerviz, acatando la prueba del Divino Maestro. Pero, con gozo se puede exclamar que, entre cristianos todas las dificultades, por muy grandes que parezcan, se allanan con facilidad y, así fué entre Mac Donald y sus contrarios, que sobremiraron sus diferencias y armonizaron en los puntos que se encontraban discordes, desapareciendo las malas interpretaciones sin dejar rencor:

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CAPITULO

XII

Camino al hogar Después de la muerte de su esposa, Guillermo Mac Donald y su hija Guillermina, fueron a los Estados Unidos, permaneciendo allí por espacio de seis meses. Durante su permanencia en ese país, visitaron al Dr. Ray y a muchas iglesias bautistas donde fueron muy bien recibidos y de las cuales conservaron muy gratos recuerdos. A su regreso muchas cosas habían cambiado; ya no estaba su sonriente esposa para recibirlo y la obra no lo reclamaba tan vivamente, porque había muchas personas que podían reemplazarlo. Al principio quiso abreviar su sed de energía extendiendo la obra hasta Chiloé, campo en que se encontraba paralizada la obra evangélica que habían estaoleeido diversas sectas. Por algún tiempo trabajó en este distrito con vivo entusiasmo; pero — 95 —

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la Junta se vió en la necesidad de clausurar ese campo de labores en un año de aguda crisis financiera . Al cumplir los setenta y cinco años de edad, la Junta Misionera le concedió su jubilación. La Junta Misionera concede la jubilación a los sesenta y cinco años, por lo tanto, Mac Donald había trabajado diez años más que lo que le correspondía. Casi todos los hombres esperan este período con vivos anhelos, pero para Mac Donald fué como su sentencia de muerte. En realidad, nunca obedeció esta ordenanza del tiempo. Después del año 1918 se venía interesando por una extensión de terreno situado en la región cordillerana de Pucón. El viejo pastor encontró en este lugar tierras vírgenes y bravas para sosegar ese espíritu inquieto y luchador que no pide sosiego. Desprovisto de iglesia se transforma en agricultor. Pero aún allí, en plena montaña, no abandona su afán evangelizador, pues al cabo de unos años surge un núcleo bautista muy numeroso. Mac Donald siempre prefirió darle trabajo a los hermanos de su fe. Al construir el templo y el colegio se emplearon obreros bautistas con preferencia. En su fundo en Huife ocupó principalmente trabajadores bautistas que, muy pronto dieron origen a la formación de una colonia. — 96 —

CAMINO AL HOGAR

En esta región cordillerana y aislada formó un nuevo hogar. En Enero del año 1927 contrajo matrimonio con la joven Amelia Troncoso. Sus familiares y amigos nunca pudieron perdonarle sinceramente este segundo enlace. Sólo aquellos que han podido penetrar en el alma de Guillermo y leer los sentimientos íntimos de su naturaleza y analizar con fría filosofía aquel matrimonio desigual, se han dado cuenta que se debió al temor que sentía ante ese aislamiento no acostumbrado. Si Mac Donald hubiera sido un hombre mediocre, habría sido muy natural que se mantuviera al margen de la vida y reposadamente terminara sus días en el seno familiar. Pero no era un hombre mediocre; era un luchador, un campeador de inagotable energía. Tenía que tomar parte activa en la vida, ser un miembro vivo, seguir viviendo y luchando. Su naturaleza de hombre fuerte se lo imponía; su soledad y su deseo de reaccionar frente a los designios del Altísimo se lo hacía aún más imprescindible. Tampoco es extraño que en el ocaso de su vida física, se sintiese atraído por la juventud, esa juventud que él sentía siempre en su alma, pero que estaba en desacuerdo con ese cuerpo al borde de la senectud. He ahí la causa de su errada elección que atra— 97 —

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jo sobre sus venerables hombros los mayores infortunios de su vida. En la última década de su existencia también hubo sombras y las hubo muy negras. La dureza de las faenas, la distancia de su retiro, malos negocios que le provocaron dificultades económicas, la confianza que depositó en extraños que muchas veces le explotaron, todas estas cosas le provocaron graves dificultades que, junto con los años, encorvaron ligeramente sus rectos hombros. Pero, a pesar de esto, nunca perdió su carácter jovial, ni cambió sus firmes convicciones, aunque, bien es cierto, fué haciéndose un poco más tolerante en su vejez. La muerte de su buen hijo Juan, quien le prestaba apoyo moral y material, fué para el padre un rudo golpe. Los bienes que adquirió con su muerte no le dieron la tranquilidad ni la comodidad que merecía el fundadqr de una larga familia y una gran obra; pero jamás apeteció estos dones y no se habría sentido dichoso con ellos. Dueño de una fortuna, adquirida con el subido precio de la muerte de un hijo muy querido, no quiso aprovecharla para su propio bien sino para establecer una pequeña industria que pudiese dar trabajo a varias personas. Desde entonces fijó su residencia en Temuco. — 98 —

CAMINO AL HOGAR

—El trabajo —decía— es el don que Dios ha dado al hombre para alejarlo del mal. La muerte lo sorprendió en los últimos preparativos de este trabajo. El sábado 9 de Diciembre no se sintió bien para levantarse tan temprano como siempre acostumbraba. Permaneció en cama durante toda la mañana, pero cerca del medio día, sintió un repentino dolor en el costado izquierdo, tan fuerte fué el dolor que se alarmó y envió por una de sus nietas. Temiendo que fuese una neumonía, ésta llamó a médico, quien afirmó sus suposiciones . Los solícitos cuidados que recibió muy pronto le hicieron reaccionar. Debido a esta aparente mejoría insistió en levantarse para ordenar sus papeles y contestar algunas cartas; pero su hija Bessie se negó a satisfacer sus deseos. Durante su larga vida fueron rarísimas las veces que tuvo que guardar cama y era muy difícil retenerlo en ella. Al tercer día de enfermedad, burló la vigilancia de quienes lo cuidaban y se levantó, dirigiéndose con pasos vacilantes hacia su oficina y, desde ahí, a la puerta de calle en donde contempló largamente al colegio. Volvió a la cama, agotado por este esfuerzo, diciendo: —Están todos trabajando allá—. Sabía que sus nietas y los profesores, a quienes tanto amaba, estaban empeñados en los exámenes finales y su espíritu estaba con ellos en su trabajo. — 99 —

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También esperaba con impaciencia a sus hijos del norte que habían sido notificados de su enfermedad, como así mismo al misionero Me Gavock, a quien amaba como a su propio hijo y quien, a su vez, después de la muerte de su hijo Juan, fué para él como un hijo amante y solícito, prestándole todo su valiosísimo concurso. Cuando éstos, por fin llegaron en el tren de mediodía, su alegría fué indescriptible; mas este esfuerzo le fué fatal. Al día siguiente se volvió a presentar la fiebre y el médico constató una bronco neumonía. La casa del enfermo era visitada continuamente; su familia aguardaba con visible intranquilidad el curso de la enfermedad. Su hija Bessie, que siempre había sentido un afecto especial por su padre, estuvo a su lado desde el comienzo de su enfermedad y no se apartó de su lado de día ni de noche. Cuando ya se acentuó su gravedad, sus hijos aguardaban junto al lecho de muerte de su padre, vigilando su sueño febril. ¡Cuántas escenas de la vida habrán pasado por la mente del padre y de los hijos en aquellas largas vigilias en que el pensamiento se agudiza, porque los labios tienen que guardar silencio! Languidecía paulatinamente, a pesar de la defensa admirable de su extraordinaria contextura; mas el sábado 16 hizo crisis. Algunos de sus compa— 100 —

CAMINO AL HOGAR

ñeros de trabajo y amigos vinieron a verle y conversó con ellos un rato. Al misionero Moore le manifestó en claro acento inglés y sin dejo de amargura sino más bien como el peregrino cansado que de improviso encuentra el alivio de una posada: "I am going home" (estoy en camino al hogar). Poco antes de partir a la eternidad, una de sus nietas lo ayudó a incorporarse en el lecho y colocó sus manos entre las suyas y sintió la fuerte presión de ellas. No eran manos de un moribundo, sino fuertes como lo habían sido siempre, fuertes para trabajar, fuertes para combatir el mal, fuertes para socorrer a los débiles y ahora fuertes en su despedida. A las nueve de aquella noche, sus ojos se cerraron para no abrirse más y esas manos, tan fuertes en su presión final, relajaron su presión y se aquietaron para siempre. Casi toda su familia estaba reunida junto a él en la hora de la muerte. Su hija Jessie venía en camino y no alcanzó a ver a su padre vivo por última vez. Muy pronto se esparció la noticia de su deceso ocurrido el 16 de Diciembre de 1939 y muchos amigos se reunieron en la casa mortuoria. Sus restos fueron llevados a la capilla que él tantc había — 101 —

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amado. En los cultos dominicales del día 17 se le rindió el justo homenaje a su personalidad y labor. Sus funerales, efectuados el lunes 18, fueron una manifestación que puso de relieve el prestigio y aprecio de que gozaba no sólo en la Iglesia Bautista sino también en la Iglesia de la Alianza y aún de parte de personas ajenas a las entidades religiosas. Hubo profusión de flores como testimonio del vasto círculo de amistades que poseía. El culto fúnebre fué dirigido por el pastor Moore, pero hicieron uso de la palabra representantes de diferentes iglesias y de todos ellos fluyó en forma espontánea y sincera el hondo pesar que les causaba el desaparecimiento de este gran caudillo de la fe. El epitafio de su tumba lleva grabado el siguiente texto bíblico, insinuado por la señorita Agnes Graham, creyéndolo un fiel exponente de su vida: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia".

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INDICE Pág. PROLOGO CAPITULO CAPITULO

5 I - Escocia

7

II - Inquietud religiosa

17

CAPITULO

III - Ministerio en el norte de Escocia

21

CAPITULO

IV - América

29

CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO

V - Profesor, colonizador y colportor VI - Colportor en Perú VII — Misionero de la Alianza Cristiana

CAPITULO CAPITULO CAPITULO

45 49

VIII - Superintendente de la Unión Bautista de Chile

CAPITULO

35

59

IX - Cooperación cristiana X - Misionero XI - Sombras en el camino XII - Camino al hogar — 103 —

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