Hablemos de Economía

Hablemos de Economía Hablemos de Economía Humberto Zambon EDUCO Editorial de la Universidad Nacional del Comahue Neuquén – 2012 Zambon, Humberto

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Hablemos de Economía

Hablemos de Economía Humberto Zambon

EDUCO Editorial de la Universidad Nacional del Comahue Neuquén – 2012

Zambon, Humberto Hablemos de economía. - 1a ed. - Neuquén: EDUCO - Universidad Nacional del Comahue, 2012. 268 p. : il. ; 23x16 cm. ISBN 978-987-604-287-1 1. Teorías Económicas. I. Título. CDD 330.1

EDUCO Director: Luis Alberto Narbona Departamento de Diseño y Producción: Enzo Dante Canale Departamento de Comunicación y de Comercialización: Mauricio Bertuzzi

Tapa: Enrique Silberstein según Dani Varela (Neuquén, 2012) Imágenes interior: Gentileza Diario “La Mañana Neuquén”. © 2012 – EDUCO – Editorial de la Universidad Nacional del Comahue Buenos Aires 1400 – (8300) Neuquén - Argentina Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, Sin el permiso de EDUCO.

Dedicatorias En memoria de Enrique Silberstein

INDICE 1- Introducción 1.1- Enrique Silberstein y su sentido del humor 1.2- Las “Charlas económicas” de Enrique Silberstein 1.3- ¿Qué es el excedente económico? 1.4- Los oráculos económicos 1.5- Las distintas teorías económicas 1.6- ¿Qué es el mercado?

Pág. 11 Pág. 15 Pág. 19 Pág. 23 Pág. 27 Pág. 31

2- Hablemos de los Economistas 2.1- Luca Pacioli y la partida doble 2.2 -Tomás Mun y la balanza de pagos 2.3- Los aportes teóricos de William Petty 2.4- El mercantilismo de Von Hornick 2.5- Quesnay y el primer modelo económico 2.6- Malthus y el problema de la población 2.7- Adam Smith y el liberalismo económico 2.8- ¿Qué es el liberalismo? 2.9- David Ricardo y la división internacional del trabajo 2.10- La ley de Say 2.11- Silvio Gesell y la política monetaria 2.12- Veblen y la sociedad de consumo 2.13- Michal Kalecki y la demanda efectiva 2.14- Michal Kalecki y el ciclo político 2.15- Keynes y la igualdad ahorro e inversión 2.16- El multiplicador keynesiano 2.17- Minsky, el más famoso de los economistas desconocidos 2.18- Para luchar contra la desocupación 2.19- Las leyes de Nicholas Kaldor

Pág. 35 Pág. 39 Pág. 43 Pág. 47 Pág. 51 Pág. 55 Pág. 59 Pág. 63 Pág. 67 Pág. 71 Pág. 75 Pág. 79 Pág. 83 Pág. 87 Pág. 91 Pág. 95 Pág. 99 Pág. 103 Pág. 107

3- Hablemos de la Economía Mundial 3.1- Breve historia de la moneda 3.2- ¿Qué es la inflación? 3.3- La inflación no es una sola 3.4- Bodino, Hume y la teoría cuantitativa de la moneda 3.5- El efecto Ponzi 3.6- La política económica y la crisis de los años ’30 3.7- La curva de Phillips 3.8- Laffer y la bandera conservadora 3.9- La tasa Tobin al ataque 3.10- Los Chicagos Boy’s 3.11- ¿Qué es el F.M.I.? 3.12- La Unión Europea y el comercio intraindustrial 3.13- ¿Otra vez la Alianza para el Progreso?

Pág. 111 Pág. 115 Pág. 119 Pág. 123 Pág. 127 Pág. 131 Pág. 135 Pág. 139 Pág. 143 Pág. 147 Pág. 151 Pág. 155 Pág. 159

3.14- ¿Qué fue el Plan Brady? 3.15- Los economistas aterrados 3.16- El futuro del Euro 3.17- La sombra de Keynes 3.18- La situación económica de Grecia

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4- Hablemos de la Economía Argentina 4.1- La economía que Belgrano y Moreno querían 4.2- Los modelos de crecimiento argentino 4.3- La crisis de 1890 4.4- La historia de la moneda argentina 4.5- El pare y arranque de la economía argentina 4.6- Prebisch y los términos del intercambio 4.7- El tipo de cambio 4.8- La historia de las retenciones 4.9- Marcelo Diamand, un economista heterodoxo 4.10- Lo que dicen las cifras de los censos industriales 4.11- La autonomía del Banco Central 4.12- El capital extranjero y el desarrollo argentino 4.13- La enfermedad Holandesa 4.14- La inflación importada 4.15- Los precios de exportaciones y las presiones internacionales 4.16- La limitación externa 5-

Pág. 183 Pág. 187 Pág. 191 Pág. 195 Pág. 201 Pág. 205 Pág. 209 Pág. 213 Pág. 217 Pág. 221 Pág. 227 Pág. 231 Pág. 237 Pág. 241 Pág. 245 Pág. 249

Hablemos de otra Economía posible 5.1- Tomás Moro y la utopía 5.2- Roberto Owen y el nacimiento de la Economía Social 5.3- El año de la cooperación

Pág. 253 Pág. 259 Pág. 265

Nota preliminar

En los primeros días de junio del año 2010 vino a visitarme el economista y amigo Claudio Scaletta para contarme que asumía la responsabilidad como editor del suplemento económico del diario La Mañana del Neuquén y a pedirme una posible colaboración. De esa conversación nacieron estas páginas semanales que se vienen publicando ininterrumpidamente desde entonces. Está de más decir que son escritos periodísticos, con las urgencias propias de ese carácter, por lo que en ellos no se puede buscar ni la originalidad ni la profundidad que se espera encontrar en los trabajos académicos, que tienen otros lectores y otro objetivo. Emprendí ese compromiso por dos razones: En primer lugar el convencimiento de que la auténtica democracia, la democracia representativa, requiere ciudadanos informados sobre los temas que se deben resolver. En particular, la política económica y los conceptos teóricos que están detrás afectan -y mucho- a la vida cotidiana del ciudadano y a su futuro. Parafraseando el conocido dicho sobre la guerra y los militares, podríamos decir que la economía es algo muy serio como para dejarla en manos de los economistas. Por eso los ciudadanos necesitan información y conocimientos que le sean comprensibles. Como sostuvo Arturo Jauretche, “en economía no hay nada misterioso ni inaccesible al hombre de la calle”. Una segunda razón es el dominio intelectual que todavía ejerce la teoría económica ortodoxa y la concepción neoliberal, no solo en el ámbito académico sino también sobre la opinión pública, a través de su presencia cotidiana en los medios de prensa masivos como diarios y televisión. Lo que es una visión teórica particular de

la teoría y política económica, sujeta a la verificación práctica de la experiencia, se la presenta como “la única verdad científica”. Los resultados en nuestro país luego de veinticinco años de política ortodoxa (1976-2001) y los logros de las medidas heterodoxas en la última década no parecen hacer mella en la “verdad de dogma” del pensamiento único. Me parece importante que haya muchas voces que disientan públicamente con el mismo. En otras palabras, se trata de desmitificar, en la medida que lo pueda hacer una modesta columna periodística de provincia, conceptos que se procuran imponer a la opinión pública. En este momento histórico, en que los pueblos latinoamericanos parecen encontrar un camino conjunto de liberación, unión y cambio, no tengo dudas que se está librando una lucha cultural donde todo aporte, por pequeño que sea, es útil. Una vez que la columna se estaba publicando, Enzo Dante Canale de EDUCO, editorial de la Universidad Nacional del Comahue, me propuso reunirlas en un libro. En forma independiente, el lic. Pablo Ala Rué, director del Departamento de Economía de la Facultad de Economía y Administración, conversó conmigo sobre la posibilidad de llevar a cabo un proyecto similar. La presente publicación, que reúne la mayor parte de las columnas publicadas entre junio de 2010 y noviembre de 2011 –no en el orden cronológico en que han aparecido- es el resultado de esas propuestas. A los tres, Claudio Scaletta, Enzo Dante Canale y Pablo Ala Rué, así como al periodista Roberto Aguirre, mi agradecimiento por la confianza y la colaboración prestada. Un último recuerdo al maestro Enrique Silberstein, cuyas charlas económicas de los años ’60 estaban inspiradas en las mismas razones que motivaron las presentes, que fueron pensadas como un pequeño homenaje a su memoria. Neuquén, enero de 2012

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1 – Introducción

1.1 – Enrique Silberstein y su sentido del humor Enrique Silberstein fue uno de los economistas más lúcidos que dio Argentina a mediados del siglo XX. Se recibió de contador y doctor en ciencias económicas estudiando en Rosario y en La Plata, aunque su carrera académica transcurrió en la Universidad de Buenos Aires y en la del Sur. En la primera fue Prosecretario General cuando Arístides Romero fue Secretario General, una época de esplendor para la universidad argentina; también fue asesor de rectorado y el síndico e impulsor de EUDEBA. En la Universidad Nacional del Sur fue profesor. Los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos nunca lo vamos a olvidar: muy grande (no solo intelectualmente, sino también físicamente: alto y muy robusto), enfundado en trajes oscuros invariablemente manchados de tiza y ceniza del infaltable cigarrillo, alejado de toda formalidad y con sencillez convertía en accesibles y familiares, inclusivo hasta amenas, las abstracciones formales de la teoría económica. Su fuerte era la escritura; prolífico, escribió de todo (economía y literatura, tanto cuentos y novelas como obras de teatro) y todo de gran nivel. De todas formas, uno de sus principales aportes fueron las “Charlas Económicas”, columna diaria en “El Mundo” a principios de los años ‟60, que hizo la delicia de miles de lectores. 11 | P á g i n a

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Esas charlas fueron luego recopiladas y editadas por A. Peña Libros en 1967. Escribió por lo menos once libros sobre economía, además de las charlas económicas. Publicó “Dialéctica, economía y desarrollo”, “Keynes”, ”Los economistas”, “Los ministros de economía”, “Marx, su pensamiento económico”, “De La Torre y los frigoríficos”, “Porque Perón sigue siendo Perón: la economía peronista”, “Vida y milagros de nuestro peso”, “Los destructores del capitalismo”, “Los asaltantes de caminos” y “Piratas, filibusteros, corsarios y bucaneros” . Sus cuentos fueron recopilados en dos libros bajo el título “Cuentos de corrientes y Paraná” (primera y segunda parte) y su novela se tituló “El Asalto”, que fue llevada al cine en 1960, con Alberto de Mendoza y Egle Martin. Las obras de teatro fueron: “Necesito diez mil pesos” y “La historia de la guita”. Casado con la poetiza neuquina Irma Cuña tuvo dos hijas. Murió en Buenos Aires en 1973, con poco más de 50 años y cuando todavía se podía esperar mucho de su madurez intelectual. Con gran sentido del humor, solía bromear sobre sí mismo y sobre su profesión (que es también la mía). Respecto a la primera, se presentó a sí mismo, en la contratapa de uno de sus libros, como “¿Es un economista literato? ¿O es un literato economista? ¿O qué? Aunque algunos dicen que ni esto”. Respecto a su profesión, posiblemente basado en el dicho francés que todo empresario que se precie necesita cuatro balances: uno para demostrar al fisco que no gana nada; el segundo para los bancos y financistas, mostrando una situación floreciente; un tercero para los accionistas, con una ganancia normal: lo suficientemente alta para que dejen sus ahorros en la empresa pero relativamente baja para que no pretendan aumentar sus dividendos y, finalmente, un cuarto para él, para saber como diablos va la empresa. Silberstein escribió: “Comprender como el mismo balance de una misma firma en una misma fecha 12 | P á g i n a

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puede tener valores totalmente contradictorios es algo tan difícil de explicar que mejor es pasar a otro punto. (O bien, es tan fácil de explicar que lo mejor es pasar a otro punto)”.

De sus charlas económicas tomamos algunos párrafos dedicado a las ciencias económicas:

El contador Aunque originariamente el contador era quien contaba, ahora ya no cuenta más, porque para eso están las máquinas de calcular que han sido compradas porque el contador lo aconsejó, así como aconsejó que se comprasen las máquinas … electrónicas. De esto no debe concluirse que el contador sea un vendedor de máquinas. Aconsejó estos gastos para mejorar la organización administrativa interna de la empresa (sea pública o privada) y para llevar un 13 | P á g i n a

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mejor control de las operaciones, con lo que se reduce y simplifica la labor de auditoría que realizan los contadores. Pero de esto no debe entenderse que el contador-organizador le quita trabajo al contador-auditor, cuya función es revisar los registros en libros que efectúa el contador, que tiene a su cargo la dirección de la contabilidad. Las funciones de estos tres tipos de contadores (el organizador, el auditor, el ejecutivo) atienden principalmente a lograr que la empresa opere eficientemente. Si así sucede, se presentan problemas impositivos que son resueltos por el contador-asesor impositivo. Si así no sucede y la empresa opera con pérdidas o dificultades financieras, se recurre a los tribunales pidiendo convocatoria de acreedores o quiebra, en cuyo caso el juez sorteará un síndico que, por supuesto, será un contador. Además, cuando hay que certificar fehacientemente el monto de una deuda en la justicia, el juez designa a un perito, que, ¡Oh sorpresa! Es un contador. Después hay gente que se sorprende porque la Facultad de Ciencias Económicas es la que tiene mayor cantidad de alumnos inscritos.

El auditor Si bien el auditor es quien escucha, el sentido que nos interesa es el que se refiere a quien controla la contabilidad… La función del auditor es revisar todas y cada una de las operaciones que se realizan, siguiéndolas a través de distintos registros contables en una tarea tan detallada y aburridora que generalmente está a cargo de los “juniors”, que son los pibes que acaban de ingresar en la firma de auditores con su flamante diploma de contador público o de licenciado de administración, o de bachiller comercial, o de pariente del gerente. Porque lo importante para tal tarea no es el título, sino la paciencia, paciencia que sólo pueden tener un tipo que empieza a trabajar y cree que trabando hará carrera. El auditor “senior” está en las grandes cosas, sea en la presentación del balance, en la organización de la empresa, en los problemas inherentes a la estructura jurídica o financiera, en los problemas financieros. Su función es hablar, es opinar; de oyente a pasado a ser hablante. Cuando más difícil hable, mejor se cotiza; y si lo mismo lo dice en inglés, sus honorarios son astronómicos, expandiéndose su fama por doquier. Hasta que aparece otro auditor que habla más difícil y más en inglés.

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1.2 Las charlas económicas de Enrique Silberstein Ya hablamos de Enrique Silberstein y de sus “Charlas Económicas”, que se conocieron a principios de los años ‟60. Según contaba el propio autor, “la suerte de las primeras „Charlas Económicas‟ fue variada. En unos casos dejaron de aparecer por desaparición del vehículo transmisor (caso de „Esto Es‟ y „Vea y Lea‟). En otros, por violento raje debido a presiones de entidades empresarias que veían en su supresión una manera de defender la libertad –la libertad de ellos, por supuesto- (caso de „La Razón)”. Hasta que recalaron –como columna diaria- en el diario “El Mundo”, en el que lograron verdadera trascendencia. Finalmente, en 1967, muchas de ellas fueron recopiladas y editadas por A. Peña Lillo. Mi generación gozó con su lectura. A pesar del medio siglo transcurrido mantienen toda la frescura y la actualidad que solo conservan las cosas buenas y, cuando las releo, siento el mismo placer de entonces. Aunque en la presentación del libro se anunciaba un segundo tomo con las charlas no incluidas en el primero, creo que nunca fue editado. Y el primero y único tomo está agotado y es muy difícil de conseguir. Por esa razón deseo compartir unas pocas líneas con ustedes: si las leen con una sonrisa será el mejor homenaje que podemos ofrecer a la memoria de Enrique Silberstein.

¿Qué es “en trámite”? Trámite es cada uno de los pasos que hay que recorrer para terminar un asunto, y “en trámite” significa que los papeles y documentos que representan 15 | P á g i n a

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algo (una jubilación, un crédito, una licencia, un pleito) están siguiendo los carriles preseñalados. Claro que el hecho que sigan los caminos que han sido indicados por quienes organizaron el sistema de movimiento de los papeles no quiere decir que el papel se mueva. Sólo quiere decir que el papel debería estar moviéndose, que teóricamente está pasando de una oficina a otra, de una persona a otra; pero la verdad es que no se mueve un pito. Porque si en algún sitio se puede todavía palpar la existencia de conceptos pregalileanos es en esto de estar en trámite. Porque estar en trámite es el antimovimiento, es la quietud absoluta, es el reposo en su estado más puro, más prístino. Zenón de Elea demostró que el movimiento no existía, y la dicotomía afirma que es imposible recorrer una distancia, porque para recorrer una distancia primero hay que recorrer la mitad de esa distancia, luego la mitad de la restante, luego otra vez la mitad de lo que queda, y así sucesivamente. De modo que siempre queda una distancia por recorrer; o sea que el movimiento es imposible. El estar en trámite está totalmente de acuerdo con esta paradoja. Pero no sólo apoya el criterio de Zenón, sino que teniendo en cuenta que estar en movimiento significa no estar en ninguna parte, puesto que siempre se está pasando a otro sitio, apoya la idea de que la flecha no puede moverse, pues si se mueve no está en ningún lado, y si está en algún lado no se mueve. Así, cuando un papel está en algún sitio no se ha movido, y si se ha movido no está en ninguna parte y es imposible encontrarlo. Los matemáticos creen que la solución de las paradojas de Zenón, la de la flecha en movimiento y todo lo demás, está en la concepción del infinito de Cantor. Ilusos de ellos. La solución del movimiento-reposo está en el “en trámite”, que indica que todo está como estaba entonces y como seguirá estando. Porque el movimiento no existe. Por lo menos para los papeles.

¿Quién fue Cantillón? Cantillón escribió lo que se considera el primer tratado sobre Economía, ya que su “Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general” apareció en 1755. Trata de casi la totalidad de los temas económicos en forma articulada y sistemática, y es anterior al libro de Adam Smith, quien lo publicó en 1776. De tal forma se puede decir que se conoce el apellido del iniciador de la Economía. La macana es que no se sabe ni su nombre, ni su nacionalidad, ni 16 | P á g i n a

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su ocupación, ni nada… hasta no se sabe en que lengua se escribió el libro ni donde se imprimió. Porque si bien la primera edición aparecida en francés dice traducida del inglés, la edición original no existe. Se sabe, sí, que era un banquero muy audaz, que le gustaba la buena vida y las mujeres, que era muy deshonesto, no teniendo inconvenientes en engañar a sus socios o a su mujer, a quien desheredó. Se sabe que actuó en Francia en época de John Law, cuando éste estaba en el máximo de su poder. Se aprovechó de los negocios que pudo hacer a la sombra de Law, y cuando palpitó que todo se venía abajo, como cualquier argentino que se respete, mandó su fortuna al exterior distribuyéndola entre Londres y Amsterdam. Cuando empezó a especular contra Law, éste lo mando llamar y le dijo que si estuviera en Inglaterra le aceptaría la oposición, pero como estaba en Francia, si se hacía muy el loco lo iba a mandar a la Bastilla. Cantillón dijo que sí, que cómo no, y se la picó a Londres. Allí se dio la gran vida, hasta que un criado lo mató, robó lo que pudo y prendió fuego a la casa. Esto es lo que se sabe del aparente fundador de la Economía. Que tiene un apellido español, nacido aparentemente de familia irlandesa, que escribió en francés o en inglés un libro que no se sabe donde se imprimió. Ahora uno entiende la Economía. Sus conceptos e ideas son tan claros como el origen y nombre de su fundador”.

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1.3 - ¿Qué es el excedente económico? La idea del excedente económico estaba instalada en los economistas clásicos de fines del siglo XVIII y las siete décadas del XIX. Luego desapareció de la literatura económica hasta que en los años ‟50 del siglo pasado lo rescató Paul Baran. Baran fue un destacado economista norteamericano (aunque nacido en Rusia, se radicó desde muy pequeño en ese país) y que junto a Paul Sweezy y Leo Huberman publicaron la revista Monthly Revew que se convirtió en vocero de los sectores progresistas del país del norte1. El libro más conocido de Barán es La política económica del crecimiento (publicada en castellano por el Fondo de Cultura Económica, 1959), en el que define al excedente económico como la diferencia entre lo producido por el trabajo humano y el consumo que debe realizar el productor (y su familia) para poder subsistir. Fíjense ustedes que en una economía de subsistencia no hay excedente económico. Es lo que ocurrió al menos durante los primeros 90.000 años de la existencia como especie del homo sapiens, que en grupos nómades salió de África y se distribuyó sobre toda la tierra. Dedicado por entero a recolectar frutos o cazar animales comestibles, cuando se producía un enfrentamiento con otro grupo no tenía sentido tomar prisioneros, ya que el producido por el trabajo del capturado alcanzaba sólo para la 1

La revista fue publicada en castellano en Buenos Aires por Liliana Martín e Irene MIzrahi, que apareció entre julio de 1963 y junio de 1966, fecha del golpe del general Onganía. 19 | P á g i n a

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subsistencia del mismo: o se los incorporaba como iguales o –lo más probable- se los mataba (y, de existir necesidad, se los comía). Recién cuando el hombre aprendió a domesticar animales y plantas aumentó la productividad de su trabajo y apareció el excedente económico. Se volvió sedentario, radicándose a la orilla de los ríos o lagos; a partir de este momento tuvo sentido hacer trabajar al semejante para apoderarse del excedente que podía generar, dando lugar al nacimiento de la esclavitud. Simultáneamente a este hecho, para los vencedores fue necesario organizarse para mantener a los esclavos como tales y asegurar que trabajasen y, también, para establecer las formas de distribución de ese excedente. Aparece la división social del trabajo, el desarrollo del estado y del poder policial y militar y de las normas jurídicas que regulan las relaciones entre los hombres. Con el excedente económico aparece también la posibilidad que un grupo de hombres subsista sin verse obligado a la producción material de los bienes necesarios para ese fin, pudiendo dedicar su tiempo al arte o al conocimiento. Es el nacimiento de la civilización. Para el conocimiento de una sociedad interesa responder a los siguientes interrogantes 1) ¿Cómo se genera el excedente económico? Es decir con que técnicas y con que relaciones sociales se produce; 2) ¿Cómo se distribuye el excedente? y 3) ¿Cuál es el destino que se da a ese excedente? Con respecto al primer interrogante, las técnicas de producción y las relaciones sociales entre los hombres (por ejemplo, hombres libres y esclavos) están íntimamente asociadas. En Alejandría, en el siglo I, Herón desarrolló una aplicación de la fuerza del vapor creando juguetes autopropulsados; ni a él ni a sus contemporáneos se les ocurrió utilizar esa energía para ahorrar trabajo humano, como se hizo en Inglaterra el siglo XVIII dando comienzo a la 20 | P á g i n a

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revolución industrial: en la civilización antigua el esclavo era tan barato que no tenía sentido reemplazarlo por otra fuente energética. Es importante saber la forma que adquiere la distribución del excedente. En principio, con el modo de producción esclavista, son los hombres libres quienes lo usufrutuan, pero cambian la manera de participación de los distintos sectores que componen la sociedad, dando lugar a diferentes civilizaciones con sus propias características distintivas, como fueron la sumeria, la del antiguo Egipto, Grecia, Roma, los mayas o los incas. El destino del excedente ha sido, en general, el consumo de las clases sociales dominantes. En algunas civilizaciones, ese excedente ha sido tan grande que, superado largamente las necesidades de subsistencia de aquellas, parte del mismo fue dedicado a consumos permanentes o a destinos no productivos pero de largo plazo, como fue la erección de las pirámides egipcias o mayas o las imponentes catedrales europeas. El primer sistema que le dio un destino productivo al excedente fue el capitalismo. Desde sus comienzos, la posición en la escala social estaba dada por la acumulación individual de capital, de forma tal que los primeros capitalistas eran austeros y trabajadores, tratando de consumir sólo lo necesario y acumular la mayor cantidad posible. Como el objetivo era maximizar la ganancia, la introducción de una innovación tecnológica que disminuyera costos le daba al innovador una posición privilegiada, hasta que se divulgaba y desaparecía la ganancia adicional y quedaba abierto para una nueva innovación que repetía la historia. El capitalismo se caracterizó por revolucionar permanentemente a los medios de producción, elevando en progresión geométrica la productividad del trabajo humano.

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Hoy existe la posibilidad de generar un excedente económico tan grande que con pocas horas de trabajo diario de todos los adultos se podría asegurar una vida digna y confortable para todos los habitantes de la tierra. La realidad es otra. La situación mundial es muy distinta: por ejemplo, los 225 habitantes más ricos del planeta tienen una riqueza mayor que el ingreso anual del 50% de la población más pobre. Mientras unos pocos nadan en la abundancia otros sufren desocupación, marginación e imposibilidad de acceder a bienes materiales y culturales básicos. La irracionalidad de esta situación es evidente. Se hace imprescindible crear otros modos de producción, es decir, generar nuevas reglas de distribución del excedente económico que permitan lograr, a nivel mundial, una sociedad más equitativa.

Paul Baran

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1.4 – Los oráculos económicos Hubo una época en que los dioses se ocupaban de casi todo: desde los fenómenos naturales a la historia y decidían el éxito o fracaso de los pueblos. Naturalmente, al hombre le preocupaba el futuro, por lo que los sacerdotes encargados de conversar con los dioses o interpretar la voluntad de ellos respecto al porvenir ocupaban un lugar privilegiado en la escala social. Así aparecieron los oráculos, algunos famosos como el de Delfos. Con el tiempo, los conocimientos científicos dieron una explicación racional y la voluntad de los dioses fue perdiendo terreno para concentrarse en algunos problemas específicos. En la actual sociedad de consumo, donde “la panza es reina y el dinero dios”, según la definición discepoliana, el lugar de los sumos sacerdotes –en su función de adivinar el futuro- fue ocupado, no podría ser de otra forma, por los economistas. Pero no cualquier economista, sino los economistas del establischment, que pertenecen a la ortodoxia neoliberal y que son permanentemente consultados por la “prensa seria” y demás medios de comunicación. Cuando en la antigüedad los sacerdotes se equivocaban en sus pronósticos, el culpable nunca eran ellos sino el rey o los pueblos que, con su conducta, habían hecho modificar la decisión divina. Lo mismo pasa con los economistas, que –según ellos- nunca se equivocan: las diferencias entre lo pronosticado y la realidad se debe a que el gobierno no ha seguido sus consejos de política económica o porque el Mercado, especie de Zeus contemporáneo

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que decide con omnipotencia sobre las relaciones económicas de los hombres, así lo dispuso. Es interesante seguir las predicciones de nuestros consultores famosos. El periodista Roberto Novarro hizo una recopilación de las predicciones para los años 2001 y 2002 (revista Veintitrés, 3-103) de donde extraemos las siguientes: A principios del año 2001, el último de la gestión de De la Rúa y de la convertibilidad, Miguel Ángel Broda auguraba que “se renovará gradualmente el flujo de capitales… el PBI crecerá al 6,5%” (se refería al cuarto trimestre, que en realidad cayó un 5%), mientras que Jorge Ávila (en Ámbito Financiero del 19/1/01) aseguraba que era un “escenario propicio para una fuerte recuperación. Enero ha sido el piso de la caída. A partir de febrero debería darse una importante recuperación”; Martín Redrado garantizaba que “El riesgo del default fue eliminado con el blindaje financiero” (BAE, 19-2-01) completado por Abel Viglione (“El blindaje … genera condiciones para la recuperación económica” en El Cronista, 12-2-01) y por Manuel Solanet (“Argentina va camino a la recuperación”, Ámbito financiero, 2-2-01); con mayor precaución, Daniel Artana la dejaba para fin de año (Ámbito financiero, 19-2-01). Y por encima de todos ellos estaba Domingo Cavallo que garantizaba que “los depósitos están seguros. Invito a la gente a poner otra vez la plata en los bancos” (Clarín, 23-8-01). Año 2002. Luego de la profunda crisis económica, social y política que vivió nuestro país, con el abandono de la convertibilidad y el default, con el dólar estabilizado alrededor de$ 3, comenzó un largo período de crecimiento económico. Nuestros adivinos pronosticaban “en el mejor escenario el dólar a $5 y la inflación mayor al 175%; en el peor, dólar a $ 20 e inflación al 1100% anual” (Broda en La Nación) mientras que para Jorge Ávila “no habrá ni moneda ni bancos por dos generaciones; esto termina en una hiperinflación” (CitiEconómica 31-5-02) y según Manuel 24 | P á g i n a

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Solanet “el sistema financiero se va a quedar con pocos o ningún depósito” (El Cronista, 22-4-2002). Luego de 2003 se instaló un período de alto crecimiento económico merced a políticas heterodoxas y a una situación internacional favorable. Pero nuestros augures económicos se negaron a aceptarlo y continuaron con sus presagios agoreros: “es sólo el rebote” y, ante la persistencia de la bonanza, “es un veranito, luego viene la caída”; ante el canje de la deuda, con importante quita, del año 2005 se aseguró “el fracaso de la propuesta; el país va a quedar aislado del concierto internacional, sin inversión ni salida económica….”. Cuando se renacionalizó el sistema previsional salieron denunciaron la violación a la propiedad privada y a predecir que con esta medida se “destruye el mercado de capitales locales y con ello la inversión futura” (Ricardo López Murphy), mientras Jorge Ávila lo calificaba la como “una catástrofe”. Ante esta suma de fracasos alguien podría sentirse sorprendido y cuestionar el por que los consultores siguen utilizando un andamiaje teórico que mostró incapacidad para interpretar la realidad social y, en consecuencia, no puede ser apto para predecir tendencias futuras y, también, como es posible que se los siga consultando y escuchando. Pero todo tiene su explicación: son funcionales al interés del poder económico. Pero no es un mal sólo argentino. Decía el historiador Eric Hobsbawm: “El éxito de los pronosticadores de los últimos treinta o cuarenta años, con independencia de sus aptitudes profesionales, como profetas ha sido tan espectacularmente bajo que sólo los gobiernos y los institutos de investigación económica siguen confiando en ellos, o aparentan hacerlo”.

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1.5 – Las distintas teorías económicas Uno puede preguntarse cómo, si la economía es realmente una ciencia, ante un mismo problema se pueden plantear respuestas distintas e, inclusive, generar enconados debates entre economistas provenientes de diferentes escuelas. Lo que ocurre es que cuando se intenta pensar sobre la realidad social que nos rodea, nos encontramos con un entramado de relaciones entre personas, instituciones y objetos con múltiples influencias recíprocas, donde todo parece tener que ver con todo; una concatenación de causas-efectos, según el decir de Federico Engels, que hace muy difícil poder desentrañar y entender lo que realmente pasa. El camino para procurar una explicación comienza con determinar cuáles son los elementos realmente importantes y dejar de lado, es decir, hacer abstracción, poner entre paréntesis, a todos los demás; a continuación, con esas variables principales, hay que determinar las relaciones que existen entre ellas y su comportamiento ante modificaciones externas o internas; es decir, crear un modelo ideal o abstracto que nos permita desarrollar una teoría lógica sobre el funcionamiento de la sociedad. Para que una teoría sea aceptable y útil para explicar un fenómeno debe cumplir con dos requisitos: que los supuestos en que se basa (es decir, cuales son las variables realmente importantes y cuales se dejan de lado, así como el escenario en que las mismas se mueven) se ajusten a la realidad que quieren explicar y, en segundo lugar, que no exista contradicción lógica en la construcción mental que se hace a partir de esos supuestos. La realidad, es decir, la experiencia concreta, dirá si el resultado al que 27 | P á g i n a

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se llega coincide con lo previsto; en otras palabras, si la teoría en cuestión puede considerarse o no como valedera para explicar esa realidad y resulta útil o no para entender su funcionamiento y, eventualmente, para tratar de actuar sobre ella. Claro que el conocimiento es acumulativo, por lo que toda teoría debe ser considerada como provisoria, susceptible de ser mejorada o, simplemente, dejada de lado. Esto no se aplica sólo a las ciencias sociales. Por ejemplo, Aristóteles explicó el funcionamiento del cosmos con un modelo simple, que partía del supuesto de que la tierra era el centro del universo, como indica el sentido común, y que la bóveda celeste, el sol, la luna y los demás astros, estaban en esferas concéntricas que giraban en torno a la tierra. Por eso, para los griegos, la esfera era el símbolo de la perfección, propia del cielo. La teoría aristotélica no explica del porque hay astros (como el sol, la luna y los planetas) que van cambiando su trayectoria a lo largo del año, cosa que solucionó Ptolomeo, un griego alejandrino, incorporando varias esferas no concéntricas entre la tierra y la bóveda celeste, que sí era una esfera cuyo centro era nuestro planeta; con esta teoría se pudo predecir la posición de los astros visibles en cualquier momento y se convirtió en un instrumento insuperable para los navegantes y viajeros. Sin embargo, luego de los viajes y descubrimientos de los siglos XV a XVII, se puso en duda la explicación; Copérnico rechazó el supuesto de la tierra como punto fijo del universo y lo trasladó al sol, alrededor del cual giraban la tierra y los demás planetas, concepción que la iglesia rechazó como contraria a las enseñanzas de la Biblia y al sentido común, declarándola falsa y herética. Como desde el punto de vista práctico ambas teorías daban una explicación satisfactoria y resultaban útiles para las necesidades de los navegantes, coexistieron durante siglos, hasta que se terminó de imponer la coperniana; eso hasta que el supuesto del sol como fijo tampoco resultó correcto y hubo que abandonarlo a favor de teorías más complejas. 28 | P á g i n a

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Entonces, según los supuestos que se hagan, se podrán desarrollar distintos modelos o teorías –inclusive antagónicas- para explicar un mismo fenómeno. La experiencia dirá cual es verdadera o, mejor dicho, cual se acerca más a la realidad; será –lógicamentela que parta de supuestos adecuados a esa realidad. Por ejemplo, los monetaristas parten del supuesto, propio de la ortodoxia clásica, de que la economía de mercado en equilibrio tiende a la ocupación plena de todos los recursos; en esas condiciones, si el estado aumentara el gasto público financiado con emisión monetaria, como la oferta de bienes no puede aumentar porque no hay recursos desocupados disponibles, la consecuencia sería un aumento generalizado de los precios; conclusión: la emisión monetaria siempre produce inflación. Esto sería cierto siempre y cuando se cumpliera en la realidad social el supuesto de ocupación plena, cosa que no ocurre en el capitalismo, en particular el maduro, donde la regla general es la existencia de desocupación. La validez de una teoría depende, repetimos, de la solidez y concordancia de los supuestos con la realidad y de que la construcción mental realizada a partir de los mismos no contradiga a las leyes de la lógica. El lenguaje en que se desarrolla una teoría es secundario; puede ser la prosa común, la utilización de gráficos –que son muy útiles para la visualización de un fenómeno y para la enseñanza- o el simbolismo matemático, que da precisión a la exposición, cosa que no puede hacerse con el lenguaje habitual; por esta razón las ciencias, a medida que profundizan su conocimiento, tienden a utilizar más y más herramientas matemáticas. Y sobre esto cabe una aclaración: existen corrientes contemporáneas de pensamiento económico que se centran en la forma matemática, olvidando que se trata solamente de un instrumento, que la economía es y será siempre una ciencia social y lo que realmente importa es la realidad. En conclusión, ante explicaciones distintas sobre problemas de economía o de política económica lo primero que hay que 29 | P á g i n a

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preguntarse es que supuestos fundamentan cada posición y cuál es su concordancia con la realidad social en cuestión. Pero también es importante tener en cuenta que muchas veces la controversia, más que diferencias entre ideas, esconde enfrentamientos de intereses concretos.

Nicolás Copérnico

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1.6 - ¿Qué es el mercado? El mercado es una organización social en la que entran en relación comercial los oferentes y los demandantes de bienes y servicios, es decir los productores o vendedores con los consumidores o compradores. Se trata de relaciones sociales entre personas. Mucha gente, en particular socialistas, cometen el error de identificar mercado con capitalismo. Esto no es correcto: el mercado es una institución social anterior al capitalismo y que, según la experiencia del siglo XX y lo que teóricamente se puede inferir, lo va a trascender. Es preciso insistir que es una creación social y que nunca debería convertirse en un ente por encima de la sociedad, con poder para dominarla. Existe mercado cuando hay división del trabajo y producción para intercambiar con otros agentes anónimos. Existió mercado en la sociedad esclavista, como la griega o romana, y también en las sociedades precapitalistas. Lo que sucede es que con el capitalismo la mercancía, y por lo tanto el mercado, ha tomado un lugar central y dominante en la sociedad. Todo tiende a convertirse en mercancía. Por ejemplo la fuerza de trabajo, que es la capacidad humana de transformar la realidad, que es parte de la esencia de nuestra especie, se ha convertido en mercancía y por eso se habla del mercado de trabajo y de su precio, el salario. Los bienes que por esencia son bienes públicos, que deberían ser libres y gratuitos como el aire, se han vuelto mercancías: la educación, la salud, el servicio de seguridad, el derecho a la vivienda tienen sus respectivos mercados y precios. Inclusive la

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muerte, como ceremonia y como lugar en un cementerio, ha sido sometida a la ley del mercado. Para esta sociedad no importa el ser humano sino que sólo existen productores y clientes. Las necesidades que no se traducen en demanda monetaria no interesan; la producción y los servicios son para quienes pueden pagarlo. El estado pareciera estar sólo para castigar a aquellos que amenazan lo más sagrado: la propiedad privada. Recientemente hubo un caso patético que muestran lo que es la ausencia de un estado comprometido con el bienestar social: Richard Verone, trabajador norteamericano desocupado de 59 años, se sintió enfermo y vio que la única forma de conseguir tratamiento médico y alimento era estando preso; entonces robó – simulando estar armado- a un banco un dólar; obtenido el magro botín, se sentó a espera que la policía lo llevara detenido. Esta exagerada centralidad del mercado en el capitalismo ha tenido su justificación teórica con el liberalismo económico. Adam Smith, en el siglo XVIII, verificó el carácter objetivo del valor de cambio de las cosas y trató de demostrar que el mercado es el perfecto asignador de los recursos productivos; en consecuencia, debía dejarse al mercado actuar por su cuenta, en total libertad, sin interferencias –como podría ser la del estado- para lograr un óptimo social. El discurso de Adam Smith es racional. Uno puede discutirlo, creerlo o rebatir sus argumentos; puede decir, por ejemplo, que logar el óptimo presupone condiciones y supuestos que no se dan en la realidad social; inclusive puede argüir, con fundamento, que los ejemplos históricos muestran que esa perfectibilidad del mercado es un mito. Pero la justificación teórica del mercado dio un paso más. Y en este paso tuvo importancia Friedrich von Hayek, que en 1944 publicó Camino de servidumbre y en 1960 Los fundamentos de la libertad. 32 | P á g i n a

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Para este autor, toda planificación económica, aún la más leve, lleva necesariamente al totalitarismo y a la pérdida de las libertades personales; ese camino hacia la servidumbre comienza cuando se lanza la idea de “justicia social” o de “justicia distributiva”, que, según él, tiende a desmantelar al mercado libre y termina conculcando las libertades económicas y personales. Von Hayek, y sus seguidores, confunden Libertad (así, con mayúscula) con “libertad de empresa” y la pretenden convertir en sinónimo de propiedad privada. Ese pensamiento se institucionalizó en el llamado “neoliberalismo” y se convirtió en el pensamiento dominante de toda una época. Fue el pensamiento único. Más que de una concepción ideológica, como el liberalismo económico de Adam Smith, se trata de una especie de religión, donde el Mercado ocupa el lugar de divinidad suprema. El Mercado –para el neoliberalismoestá por encima de los hombres y de la sociedad y, como toda divinidad, nunca se equivoca; siempre decide el mejor camino y el mundo que resulta de sus decisiones es el mejor mundo posible. Los argentinos, después de la larga experiencia que se extendió por más de una década, conocemos bien lo que significa el dominio absoluto del mercado, sostenido por neoliberalismo, y cuales son sus consecuencias. Como dijo el presidente Kirchner al asumir en mayo del 2003 “sabemos que el mercado organiza económicamente, pero no articula socialmente, debemos hacer que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y abandona”. En resumen, el mercado es una institución social que cumple una finalidad económica pero que las consecuencias sociales que resultan pueden entrar en colisión con los objetivos de las mayorías democráticas e, inclusive, pueden llegar a ser desastrozas. Entonces es la sociedad, corporizada por el estado, quien debe

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intervenir, regulando su funcionamiento y encausando los resultados. Hace unos años Horacio Rieznik, ex sub secretario de industria de la Nación, escribió sobre este tema unas líneas que me parecieron impecables: “El hombre opera sobre la naturaleza utilizando sus propias leyes, para protegerse y evitar o limitar los desastres naturales (incluyendo a las enfermedades) y para utilizarlas en su provecho y aumentar su confort. Para ello aplica regulaciones (pararrayos, diques, caminos pavimentados, agua corriente, cloacas, estructuras antisísmicas, etc.) y hoy en día trata de protegerla mediante la ingeniería ambiental. No deja operar libremente a las leyes naturales porque sería avasallado por ellas. En forma idéntica se debe actuar sobre el mercado, utilizando la leyes de la economía para prevenir que su libre acción conduzca a calamidades tan perversas como las que fácilmente se observan en la naturaleza y para gozar de un alto nivel de vida”.

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2 - Hablemos de los Economistas

2.1 – Luca Pacioli y la partida doble Fray Luca Pacioli fue un franciscano que se dedicó a las matemáticas: las enseñó, fue uno de los primeros en preocuparse por el cálculo de probabilidades, escribió obras de divulgación y trascendió históricamente por ser el inventor de la partida doble; por esta última razón es considerado como el fundador de la contabilidad moderna. Nació en 1445 y murió en 1517 (aunque algunas fuentes sostienen que fue en 1514). En 1494 publicó “La Summa” de aritmética y proporciones, que es considerada la primera enciclopedia de matemáticas pura y aplicada, que tiene el enorme mérito de estar escrita en lengua vulgar, lo que hizo asequibles los conocimientos a todo el mundo. Se trata fundamentalmente de una obra de divulgación, aunque tiene algunas ideas originales, como la partida doble para la contabilidad, que él consideraba una rama de las matemáticas aplicadas. Trasladado a Milán, se hizo amigo de Leonardo da Vinci y con su colaboración publicó “La divina proporción”, dedicado a la relación aurea, conocida desde la época de los pitagóricos, que da Vinci bautizó como “el número de oro”: dados dos números, a y b, si la proporción entre ambos (a respecto a b), es igual a la 35 | P á g i n a

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proporción entre la suma de los dos y el número a, estamos ante una divina proporción; en la notación convencional se escribe así (a+b):a::a:b y se lee: “a+b” es a “a” como “a” es a “b”. El valor de la relación es 1,61803… Ese valor se da en forma aproximada en numerosas relaciones que se pueden establecer en la naturaleza, por ejemplo en las caracolas o en el cuerpo humano, comparando la altura de una persona con la distancia entre el suelo y el ombligo. En geometría, las diagonales de un pentágono regular se cortan según la razón aurea; si se cumple con los lados de un cuadrilátero refleja la perfecta armonía; este último tiene, además, varias propiedades interesantes, por ejemplo, si a un rectángulo que cumple con la proporción aurea se le saca un cuadrado, el nuevo rectángulo que queda también la cumple. Para Pacioli fue la confirmación de que la matemática está indisolublemente ligada a la belleza y a la simetría y esta relación ha dominado las artes desde el renacimiento. Representa la figura proporcionada y armoniosa; es una relación tan natural en el hombre que, sin darnos cuenta, está presente continuamente en el mundo contemporáneo. Hagan una prueba: tomen un libro cualquiera y midan su tapa (alto y ancho) y hagan la división; tendrán una aproximación al valor del “número de oro”; lo mismo con una tarjeta de débito o crédito cualquiera. Y podríamos dar muchísimos ejemplos más. El libro “La divina proporción” se publicó en 1497, con ilustraciones y esquemas de da Vinci (“¡No tenés ilustrador!” debe haber pensado el bueno de fray Lucas). Pero volvamos a lo nuestro. En la “Summa” escribe: “Como es bien sabido, quien quiera dedicarse al comercio y operar con la debida eficiencia necesita fundamentalmente tres cosas… La principal de ellas es el dinero… La segunda cosa que se precisa para el tráfico mercantil es ser un buen contador y hacer las cuentas con gran rapidez… La tercera y última cosa necesaria es la de registrar y anotar todos los negocios de manera ordenada, a fin de que se pueda tener noticias de cada uno de ellos con rapidez”. Y, como parte de las matemáticas aplicadas, desarrolla los 36 | P á g i n a

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principios de la contabilidad: los libros necesarios y –como gran aporte- los principios de la partida doble. Se le asigna también el invento de las fichas móviles de contabilidad, tan usados en la administración moderna. El fundamento de la partida doble es –como casi todas las cosas importantes- muy simple: se reduce a los siguientes principios: 1No hay débito sin crédito ni crédito sin débito; 2- Se debitan los aumentos del activo, disminuciones del pasivo y los gastos. A la inversa, se acreditan las disminuciones del activo, aumentos del pasivo y los ingresos o ganancias; 3- La suma de los débitos es siempre igual a la suma de los créditos. Con el uso de la partida doble se evitan errores, se dificultan las adulteraciones y se facilita enormemente los controles. Toda la contabilidad desde el siglo XVI esta basada en ella, ya sea que se usen los grandes y pesados libros del siglo XIX, la contabilidad mecanizada popularizada en el siglo XX y también en la contemporánea computarizada. La partida doble denuncia cualquier error de números y omisión, como bien sabe cualquier persona que haya trabajado en contabilidad y tenido que buscar esos “tres malditos centavos que impiden cerrar el balance”. Y sobre esto hay una ley de Murphy: “El tiempo que se necesita para encontrar esa diferencia es inversamente proporcional al plazo que tiene el contador para entregar su trabajo”. El invento de Lucas Pacioli tuvo diversos reconocimientos. Quizá el más importante sea el de Max Weber, quien sostuvo que el capitalismo moderno fue posible por dos razones: por la aparición de la ética protestante y por el descubrimiento de la partida doble. De todas formas, creo que el mejor homenaje que he escuchado es el que involuntariamente le hizo hace unos años Guillermo 37 | P á g i n a

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Ferreri, profesor de contabilidad de la Universidad del Comahue. Mientras conversábamos en un pasillo de la Universidad le pregunté sobre que novedades importantes había en su especialidad y él, muy serio, me respondió: “Desde Lucas Pacioli en adelante… ¡Ninguna!”

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2.2 – Tomas Mun y la balanza de pagos Luego de la conquista de América España recibió un flujo constante de oro y plata, primero por el saqueo y luego por la explotación de las minas, trabajadas por el sistema de mita, que sometía a la servidumbre temporal a los pueblos originarios. Ese flujo de riqueza convirtió al reino español en la primera potencia mundial, mirada con envidia por el resto de los países europeos que, en principio, asociaron la grandeza nacional con la cantidad de metal precioso acumulado. Se llegó a prohibir la salida de oro y plata y se pusieron trabas a la importación de mercaderías para evitarla. Se creó así una escuela de pensamiento denominada metalismo, que dio lugar a otra, más evolucionada, que se conoce como mercantilismo, cuyo principal exponente es Tomás Mun (15711641). Un precursor fue Francis Bacon (1561-1626), un gigante intelectual de la época, que se opuso a la acumulación metálica como finalidad, sobre lo que escribió “el dinero es como el estiércol: no es bueno a no ser que se desparrame”. Además, y según parece, fue el primero en utilizar el concepto de “balanza comercial” para determinar el resultado neto del comercio con el resto del mundo. Tomás Mun fue director de la Compañía de las Indias Orientales, una de las principales empresas de la época, y estaba interesado en defender los negocios comerciales de la misma con el exterior. Escribió en 1620 el “Discurso del comercio de Inglaterra con las Indias Orientales” y luego “El tesoro de Inglaterra mediante el comercio exterior”, publicado 39 | P á g i n a

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póstumamente por su hijo en 1664. Aquí defiende el hecho de importar materias primas para luego, con valor agregado local, exportarlas: “Así, si contemplamos los actos de un labrador en la siembra, cuando arroja el grano abundante y bueno en la tierra, lo tomamos más por un loco que por un labrador; pero cuando pensamos en su tarea en la época de cosecha, que es el final de sus esfuerzos, descubrimos el mérito y pingüe producto de sus actos”. El instrumento que desarrollaron es la Balanza Comercial (exportaciones menos importaciones de bienes y servicios) que forma parte de la Balanza de Pagos. Esta última se divide en dos capítulos: el primero, la Cuenta Corriente, que incluye a la exportación e importación de mercancías, los ingresos y egresos por los servicios como fletes y seguros, a los pagos y cobros por intereses, dividendos y regalías y a las transferencias de los residentes de un país a otro (ítem que tiene gran importancia en algunos países latinoamericanos por la gran cantidad de emigrantes que trabajan en el exterior, especialmente en Estados Unidos). El segundo capítulo es la Cuenta Capital, que registra las entradas y salidas de capital. La regla de funcionamiento de la Balanza de Pagos es: los ingresos de dinero (exportaciones, entradas de capital, etc.) son positivos y las salidas (importaciones, salidas de capital) son negativos. En general, si la Cuenta Corriente es positiva, la Cuenta Capital es negativa y viceversa; la diferencia entre los valores absolutos de ambas se manifiesta en el aumento o disminución del oro y las divisas que posee un país (las reservas monetarias). Tomás Mun escribió: “…no es la gran cantidad de oro y plata lo que constituye la verdadera riqueza de un Estado, ya que en el mundo hay países muy grandes que cuentan con abundancia de oro y plata y que no se encuentran más cómodos ni son más felices”. Y para lograr la grandeza precisó: “El medio normal de aumentar nuestra riqueza y tesoro es mediante el comercio 40 | P á g i n a

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exterior, por lo que debemos seguir siempre esta regla: vender cada año más a los extranjeros de lo que consumimos de ellos en valor… Manteniendo esta norma en nuestro comercio, podemos estar seguros de que el reino será enriquecido anualmente en doscientas mil libras, que nos llegarán como tesoro, porque esta parte de nuestra producción que no vuelve a nosotros en mercancías debe volver necesariamente a casa en tesoro”. Esta fue la norma del imperialismo inglés (y de todos los imperialismos): exportar capital (cuenta capital negativa) que se compensa con exportaciones mayores que las importaciones (cuenta corriente positiva) que asegura trabajo y ganancias a la actividad local. En nuestro país, durante mucho más que cien años, las importaciones superaron a las exportaciones (cuenta corriente negativa) por lo que se debió compensar con ingresos de capitales (préstamos o inversiones extranjeras) lo que generó, a su vez, intereses y remesas de utilidades que agravaron aún más el carácter negativo de la cuenta corriente, obligando a un mayor endeudamiento en un círculo vicioso de dependencia y endeudamiento que explotó en el año 2001. La situación se agravó especialmente durante dos períodos: 1976-1983 y 1991-2001. En el primero de ellos, para combatir a la inflación se liberó a la economía y se estableció la “tablita” cambiaria de Martínez de Hoz, que fomentó las importaciones y castigó a la industria nacional, aumentando el endeudamiento y extranjerizando la economía, hasta finalizar con la crisis de la deuda de 1983. En la segunda, Domingo Cavallo (con Menem y luego con De la Rúa) trató de hacer algo parecido, pero con un mayor grado de liberalismo explícito, como fue la experiencia de la convertibilidad. El resultado final fue también parecido, pero en este caso con una crisis mucho más profunda y dolorosa. La crisis del año 2001 produjo una gran devaluación del peso, permitiendo reconstruir la industria y crecer las exportaciones 41 | P á g i n a

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mientras que el mismo mercado limitaba las importaciones. En los años siguientes, el mantenimiento de un tipo de cambio favorable permitió conservar una cuenta corriente positiva, disminuyendo el endeudamiento y aumentando las reservas monetarias del Banco Central, en coincidencia con los consejos que dio Mun en el siglo XVII. ¡Como debemos lamentar los argentinos que ni José Martínez de Hoz ni Domingo Cavallo jamás hayan leído a Tomás Mun!

Tomás Mun

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2.3 – Los aportes teóricos de William Petty La monumental obra Historia Crítica de la Plusvalía de Carlos Marx2 se inicia con estas palabras: “William Petty es el fundador de la moderna economía política. Su genio y su originalidad son incontestables”. Petty (1623-1687) fue un inglés de origen relativamente humilde, dotado de gran inteligencia y de una mente inquieta, sin límites en el objeto de su conocimiento. Lo muestra claramente los hitos de su vida: a los 23 años, siendo estudiante, inventó una máquina de copiar que fue utilizada con éxito; dos años después se doctoró en física y, al cabo de otros dos años, de profesor de anatomía y de profesor de música, además de interesarse y estudiar matemáticas. Inicialmente, como medio de vida, ejerció la medicina y llegó a ser (1651) el médico personal de Oliver Cromwell, el poderoso líder que comenzó la revolución burguesa en Inglaterra. Luego de la invasión y conquista inglesa de Irlanda, por influencia de Comwell fue el encargado de levantar el plano topográfico de esas tierras, tarea que le llevó los años 1655 a 1658, pero como el pago de sus honorarios se hizo con tierras, volvió de Irlanda convertido en un rico terrateniente. A partir de entonces, sin preocupaciones sobre su bienestar económico, pudo dedicarse a lo que realmente le gustaba: estudiar, escribir y fomentar todo tipo de conocimiento científico; frecuentó a los principales intelectuales de la época y fue discípulo y amigo de Hobbes, uno 2

La Historia Crítica de la Plusvalía es una historia del pensamiento económico que fue editada por Carlos Kautsky entre 1905 y 1910. Suele presentarse como los tomos IV y V de El Capital. 43 | P á g i n a

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de los creadores de la ciencia política; fue uno de los fundadores de la Royal Society y en 1661 fue nombrado “sir” por el rey. Educado en las ciencias naturales, fue partidario de la utilización del método inductivo en economía y de la constatación estadística de los desarrollos. En este sentido, fue un precursor de la contabilidad nacional y, en el plano teórico, puede considerarse a Kalecki como su continuador en el siglo XX. Petty escribió “…en vez de no usar más que palabras comparativas y argumentos intelectuales, he resuelto expresarme en base a números, pesos y medida; usar sólo argumentos con sentido y considerar sólo aquellas causas que tienen un fundamento visible en la naturaleza”. Escribió varios libros. El primero fue el Tratado de impuestos y contribuciones (1662), que es considerado el primer estudio tributario sistemático; entendía que el estado, además de las funciones tradicionales (defensa, justicia y seguridad) debía mantener las escuelas y colegios y financiar la atención de los necesitados; tenía también funciones económicas, en particular el mantenimiento de caminos, vías fluviales y puertos, es decir, la estructura necesaria para fomentar y desarrollar la industria y el comercio. Quería un gobierno centralizado y fuerte pero austero ya que “el mundo rechaza ser mal gobernado”; sobre esto escribió que “Una población escasa es realmente pobre. Una nación con ocho millones de habitantes será más del doble de rica que otra igualmente de extensa pero que no tenga más que cuatro millones, pues los gobernantes –que constituyen la carga principal- pueden ocuparse lo mismo de un número mayor o menor de individuos”. Respecto a los impuestos, entendía que el ciudadano debía pagarlos conforme a sus posesiones y riquezas; también aconsejaba aplicar altos impuestos a la importación cuando se tratara de productos que se fabricaban en el país. Otras de sus obras fueron Palabras a un prudente (1664), Anatomía política (1676) y Algunas palabras sobre el dinero (1682), en el que 44 | P á g i n a

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desarrolla la teoría cuantitativa de la moneda y el concepto de velocidad de circulación del dinero. Introdujo muchos conceptos novedosos que ahora son usuales en la economía, tales como la idea del pleno empleo, el equilibrio presupuestario, la teoría del valor-trabajo, el estudio de la renta diferencial de la tierra y la idea de que el capital no es más que trabajo anterior acumulado. Fue el primero en estudiar los distintos sectores de la economía y vio como se puede analizar una sociedad observando la ocupación de sus habitantes; percibió que el progreso se manifestaba con el desplazamiento poblacional desde agricultura hacia la manufactura y los servicios, como el transporte, comercio o servicios personales; en los años de 1940 Colin Clark desarrolló esta idea y le dio carácter de ley: el desarrollo económico implica la disminución de la importancia relativa del sector primario en beneficio, primero, del crecimiento del sector secundario (industria transformadora) y luego el terciario (servicios), medido tanto en ocupación como en participación en el PBI. La visión de Clark es correcta desde la óptica de los países desarrollados, pero hay que tener cuidado cuando se lo pretende aplicar a los países pobres. En estos, la tecnología importada para las actividades agrícolas ha producido el desplazamiento de masas de personas hacia las ciudades, que subsisten como vendedores ambulantes, abriendo puertas de taxis, lustrando botines, o realizando tareas o intermediaciones totalmente superfluas. Estas actividades son consideradas por la contabilidad nacional como “servicios”, lo mismo que la investigación científica, la enseñanza o la producción cultural. Pero, evidentemente, no son comparables. Por esa razón, en un país con poco desarrollo industrial el tamaño excesivo del sector servicios no es un índice de progreso sino todo lo contraria: señala pobreza y subdesarrollo.

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Volviendo al comienzo, tradicionalmente se otorga a Adam Smith el carácter de padre de la ciencia económica. Un viejo adagio latino decía que “paternidad siempre incierta” lo que, debido a los análisis del ADN, quedó desactualizada para los seres humanos; pero no ocurre lo mismo para las ciencias sociales, así que, sin negarle méritos intelectuales a Smith, luego de ver los aportes realizados más de un siglo antes por el actualmente casi ignorado William Petty, podríamos asegurar que ese título de padre es, por lo menos, discutible.

William Petty

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2.4 – El mercantilismo de Von Hornick El mercantilismo es una especie de escuela del pensamiento económico que floreció entre los siglos XVI y XVIII. El trasfondo histórico que lo explica es el enriquecimiento de España gracias a las riquezas que, en forma de oro y plata, provenían de América y la convirtieron en la gran potencia hegemónica de la época. Como los demás países no tenían posibilidad de descubrir y colonizar nuevos mundos lo suficientemente desarrollados para poder esquilmar los metales preciosos que hubieran acumulado, el único camino para enriquecerse era obtener parte de la riqueza que España recibía. Como quitársela por las armas no era posible (no olvidemos que España era la principal potencia económica, política y militar), el camino era venderles más y más productos a cambio de metal. Y esa es la esencia del mercantilismo: un estado nacional que regule el comercio y la actividad, que impida importar productos extranjeros, excepto que sean imprescindibles, y que logre exportar la mayor cantidad de bienes para asegurar la entrada de metal en beneficio del soberano. El fundamento de esta política intervencionista y las reglas prácticas para aplicarlo, conforman lo que conocemos como pensamiento mercantilista. Los grandes beneficiarios del mercantilismo fueron Inglaterra y, mucho menos, Francia y otros países continentales. Mientras estos desarrollaban manufacturas y comercio, entre los españoles se impuso el criterio que hacer dinero trabajando o comerciando era indigno de hombre nobles, con ese desprecio hacia el dinero que es un lujo que solamente los muy ricos se pueden dar. Conclusión: cuando se acabó el flujo de oro y plata que venía de las colonias, 47 | P á g i n a

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Inglaterra desarrollaba el capitalismo y comenzaba con la revolución industrial y España se transformó, durante siglos, en un país pobre de Europa. Un importante teórico del mercantilismo fue el austriaco Felipe Von Hornick (1683-1712) que escribió, en forma anónima el libro “Austria sobre todos, siempre que quiera”, donde desarrolla la tesis que se resume así: Es preferible pagar por un artículo dos pesos que queden en el país que un peso que se vaya al exterior. Uno de los problemas que veía estaba relacionado con las señoras „bien‟, que siempre querían estar a la moda, con modelos, joyas y perfumes importados; creía que “sería beneficioso que mandásemos a la moda femenina al diablo, que es su padre”. Sin embargo, lo que tuvo trascendencia del libro no fue su opinión sobre la moda femenina sino el resumen, en nueve reglas, de los principios del mercantilismo. A continuación van algunas de ellas, transcriptas textualmente, a título de muestra: 1- Que cada pulgada del suelo se use para la agricultura, la minería o las manufacturas, 2Que todas las materias primas que se encuentren en un país se utilicen en las manufacturas nacionales, porque los bienes acabados tienen un valor mayor que las materias primas (¡Que diría de nuestras exportaciones de granos en bruto!) (…) 4- Que se prohíban las exportaciones de oro y plata y que todo el dinero nacional se mantenga en circulación (hoy diríamos que se combata la fuga de capitales, se castigue a quienes eluden impuestos en los mercados paralelos de divisas y se persiga a los „arbolitos‟ y „cuevas financiera‟ que lo hacen posible); 8-Que se busquen constantemente las oportunidades para vender el excedente de manufacturas de un país a los extranjeros, en la medida necesaria, a cambio de oro y plata (es decir, que se organicen misiones comerciales, que se participe de ferias, que se otorguen facilidades comerciales y financieras para la exportación, etc.); 9- Que no se permita ninguna importación si los bienes que se importan existen de modo suficiente y adecuado en el país. 48 | P á g i n a

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En el siglo XVIII Inglaterra –gracias a la política mercantilistaera la principal potencia emergente, gran exportador de manufacturas y en condiciones de desafiar política y militarmente a España. Entonces, sus políticos y pensadores, en particular Adam Smith, llegaron a la conclusión de que el mercantilismo estaba totalmente equivocado. Que había que liberar al comercio internacional y al interno, dejando que la “mano invisible” del mercado lograra el óptimo económico. En otras palabras, dejar que Inglaterra se siguiera enriqueciendo con su exportación de manufacturas y que los demás países (con industrias incipientes y, por lo tanto, más caras) no pudieran competir con ella. Es el nacimiento del liberalismo económico. Los Estados Unidos no se dejaron convencer. En el siglo XIX Alexander Hamilton y Abraham Lincoln, entre otros, fueron los abanderados del proteccionismo que permitió industrializar al noreste este de esa nación y convertirla en la potencia del siglo XX; claro está que cuando lo lograron, se convirtieron en adalides de la “libertad de comercio” para seguir beneficiándose. Algo parecido sucedió en Alemania y en los demás países europeos. También los habitantes del tercer mundo, más vale tarde que nunca, estamos aprendiendo sobre el camino que hay que seguir para lograr el crecimiento económico; es mediante la integración en espacios supranacionales y con un estado que oriente y defienda a la producción de nuestros países, aunque esa política disguste a los organismos internacionales y a nuestros economistas liberales. Es que el mercantilismo (debidamente actualizado) –que Adam Smith creía haber matado con sus argumentos intelectuales en 1796- en el mundo actual goza de muy buena salud: por ejemplo, los subsidios a la agricultura en Europa, Estados Unidos y Japón, que tanto perjudica comercialmente a los países emergentes ¿No son, acaso, aplicación de los principios mercantilistas?

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2.5 – Quesnay y el primer modelo económico En 1616 William Harvey descubrió la circulación sanguínea (intuida genialmente por el español Miguel Servet setenta años antes); es decir, como bombeada por el corazón un stock de sangre, que cuantitativamente cambia más o menos lentamente, permite mantener vivo a un organismo animal. Posiblemente inspirado en este hecho, casi un siglo y medio después un medico francés, François Quesnay, procuró demostrar como la circulación económica permite mantener vivo al organismo social. Se trata del famoso tableau économiaue publicado en 1758. Fue el primer modelo económico conocido. Quesnay era médico del rey, vivía en Versalles pero se codeaba con la crema intelectual de su época; inclusive escribió dos artículos en la famosa Enciclopedia de Diderot y D‟Alembert sobre su verdadera especialidad, la que realmente le atraía, que era la economía. Observando la realidad social de su época vio que la población de Francia se podía dividir en tres clases sociales: el rey y su corte, que conformaba la nobleza; los campesinos, que con su trabajo creaban nueva riqueza y que conformaban la clase productiva, y los artesanos y los mercaderes que vivían en los pueblos (denominados burgos, de ahí la denominación de burgueses) que lo único que hacían era transformar las materias primas que producían los campesinos: no creaban nueva riqueza sino que se limitaban a transformar o transportar lo que producían los campesinos, por lo que los llamó clase “estéril”.

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Su idea era explicar como era que esa sociedad funcionaba, con una cantidad fija de dinero, produciendo riqueza y reproduciéndose a sí misma en el tiempo. Veamos un ciclo productivo completo. Al comenzar los señores tienen todo el dinero (dos unidades monetarias), los campesinos han levantado sus cosechas, reservando lo que necesitan para volver a producir en el próximo ciclo y para su propio alimento, mientras que los artesanos y mercaderes están listos para comerciar sus productos. Los señores compran su alimento anual a los campesinos pagando una unidad monetaria y los productos elaborados (ropa, muebles, armas…) a los artesanos y comerciantes, pagando con la otra unidad monetaria. Con el dinero recibido, los campesinos compran herramientas, muebles y otros productos elaborados. En esta etapa, los mercaderes y artesanos tienen las dos unidades monetarias; con una compran a los campesinos sus alimentos para el nuevo ciclo y, con la otra, las materias primas para reponer los bienes vendidos. El ciclo está por terminar: los campesinos tienen las dos unidades monetarias, con las que pagan a la nobleza –dueña de la tierra- su renta. Y estamos como al principio, con las dos unidades monetarias en poder de la nobleza. Y vuelta a empezar un nuevo ciclo, semejante al anterior y al posterior. Muchos interpretaron que Quesnay tenía profunda simpatía por los agricultores y ganaderos, los verdaderos productores de riqueza, mientras que despreciaba a los artesanos y mercaderes, integrantes de la incipiente burguesía, a quienes llamó “clase estéril”. Pero no era así: el médico-economista era consciente que pertenecía a esa clase y que defendía sus intereses; por ejemplo, sostenía que los impuestos debían ser pagados por aquellos que realmente producían la riqueza, los que trabajaban el campo, y no por los mercaderes y artesanos, que se limitaban a transformarla. A esos burgueses no les interesaba los calificativos (o

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descalificaciones verbales) sino que les importaba eran sus intereses, en este caso que no tocaran sus riquezas con impuestos. Se pueden sacar más deducciones de la tabla económica de Quesnay. Por ejemplo, si eliminamos a la nobleza y nos quedamos sólo con campesinos por un lado y artesanos y mercaderes por otro, el modelo sigue funcionando sin ningún problema; al contrario, con una ventaja: hay más bienes para distribuir entre esas dos clases: implicaría un progreso, un aumento de la riqueza per cápita. Claro que Quesnay, como médico de la corte, no podía sacar esa conclusión, o al menos, expresarla. Podemos imaginar cual hubiera sido su destino si lo hubiera hecho. Él murió en 1774, rodeado de las comodidades y privilegios de la corte. Quince años después de su muerte otros se encargaron de sacar esa conclusión, la de eliminar a la nobleza, y la aplicaron –guillotina mediante- en forma literal. A este caso se podría aplicar lo que sostenía Keynes en 1936: “tarde o temprano son las ideas y no los intereses creados los que ofrecen peligro, tanto para mal como para bien”.

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François Quesnay

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2.6 – Malthus y el problema de la población Thomas Robert Malthus (1766-1834), al ser designado en 1805 profesor de “Historia moderna y economía política”, se convirtió en el primer profesor de economía que se conoce. En realidad no se sabe si era bueno dando clase o si era “un plomo”, como suelen calificar los estudiantes a sus profesores de economía. Pero en realidad esto no tiene mayor importancia, porque no trascendió por ser docente sino por sus estudios sobre la población. Resulta que el padre de Malthus era un caballero inglés muy culto que, junto con un grupo de amigos, se habían convertido en admiradores y difusores en Inglaterra de las ideas de la Ilustración, que en el siglo XVIII estaba en boga en Francia y que culminarían políticamente con la revolución de 1789. La Ilustración fue una concepción totalmente optimista: creían ciegamente en el poder de la razón y en las posibilidades de progreso indefinido. En cambio el hijo, que había sido ordenado como sacerdote anglicano, no compartía ni el racionalismo ni el optimismo paterno y, mucho menos, el escepticismo religioso que caracterizaba a la Ilustración. Polemizó con su padre y los amigos de éste sobre el futuro de la humanidad y, alentado por ellos, publicó en 1798 su libro “Ensayo sobre el principio de la población”. Para Malthus la capacidad de crecimiento poblacional es más grande que la capacidad de la tierra para garantizar la subsistencia de todos los habitantes. El instinto a reproducirse es muy fuerte; en base a los datos provenientes de Estados Unidos (territorios amplios poco poblados y en los que los colonos no tenían 55 | P á g i n a

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limitaciones alimenticias) calculó que la población, sin limitaciones a sus instintos, se duplicaría cada 25 años (lo que implica una tasa de crecimiento del 2,8% anual, que parece bastante adecuada a la experiencia histórica). Eso no ocurría en el viejo continente por un conjunto de obstáculos, que denominó privativos y destructivos. Los obstáculos privativos provienen de la razón (el hombre razonable se limita a tener los hijos que puede mantener), de la restricción moral (abstinencia sexual) o de conductas viciosas. Los destructivos son las consecuencias de la sobrepoblación: miserias, hambre, pestes y guerras. En el año 1801 se hizo en Inglaterra el primer censo de la población, que mostró la existencia de una explosión demográfica, por lo que Malthus y su libro saltaron a la fama. En realidad, a la evolución de la población mundial la podemos dividir en etapas muy claras: 1) Durante milenios las tasas de natalidad y de mortandad fueron muy elevadas y casi iguales (la diferencia entre ambas determina la tasa de crecimiento poblacional). 2) A finales del siglo XVIII, con el comienzo de la revolución industrial, aumentó la productividad del trabajo, mejoró la alimentación y, a partir de allí, se desarrolló la medicina y se popularizaron las medidas de higiene que trajeron aparejado la disminución de la tasa de mortandad, manteniéndose alta la de natalidad y, por lo tanto, la de crecimiento poblacional. Este crecimiento contemporáneo a Malthus se debió a la disminución de la mortandad. 3) A medida que la riqueza ha crecido se han producido cambios en los hábitos y en conceptos morales y sociales: en el siglo XX se fue aceptando el control de la natalidad como una necesidad social y de realización familiar, de forma tal que las tasas de natalidad fueron paulatinamente 56 | P á g i n a

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disminuyendo y, con ellas las tasas de crecimiento demográfico. 4) En las sociedades desarrolladas ambas tasas (natalidad y mortandad) volvieron a encontrarse: por ejemplo, en Europa la tasa de crecimiento vegetativo de la población es del orden del 0,2% anual y, en algunos casos, inclusive negativa. De todas formas el problema poblacional existe: La tasa de crecimiento global para el período 1950-2000 fue estimada en 1,78% anual. Hay que tener presente que para el año 1000 la población total del planeta fue estimada en 310 millones, que pasaron a 790 millones cuando se inició la revolución industrial; en el año 1900 esa población se había más que duplicado (1.650 millones) para llegar a 2.500 millones en 1950 y a 6.070 millones al inicio del nuevo milenio. En la actualidad somos casi 7.000 millones. Una idea clara del crecimiento explosivo de la población se puede tener pensando que hace cuarenta años era la mitad de la actual. Malthus ha tenido una gran influencia en las generaciones siguientes: David Ricardo utilizó su concepción como base para la teoría clásica del salario; posteriormente Darwin lo tuvo en cuenta para su teoría de la evolución basada en la selección natural, que revolucionó a las ciencias biológicas. Después de la segunda guerra apareció con fuerza el neomaltusianismo y la lucha por el control de natalidad por parte de las Naciones Unidas, política que tuvo particular éxito en países sobre-poblados como China e India. También el famoso informe “Los límites del crecimiento” del Club de Roma de 1972 está impregnado de maltusianismo. Según las Naciones Unidas (Fondo de la Población de la ONU), la meta que se han propuesto es llegar a una estabilización de la población mundial para el año 2075 en unos 10.200 millones.

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Cabe una reflexión: si a nivel global (y a nivel interno de cada uno de los países) la distribución del ingreso fuera más equitativa, la riqueza generada año por año alcanzaría para una vida digna de todos y de cada uno de los habitantes de la tierra; con el conocimiento técnico actual todos los pueblos deberían estar incluidos en la cuarta etapa, con alto nivel de vida y baja tasa de natalidad. Con lo que el problema poblacional mundial actual es, en gran parte, un problema de equidad distributiva.

Thomas Robert Malthus

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2.7 – Adam Smith y el liberalismo económico Adam Smith (1723-1790) fue un filósofo y economista escocés que escribió “Teoría de los sentimientos morales” y también “Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”, que se la conoce por el título abreviado de “La riqueza de las naciones”, que resultó ser el primer tratado completo sobre el tema económico, razón por la cual se lo ha denominado “el padre de la economía”; por el contenido de esta obra es también considerado como el fundador del liberalismo económico. Lo que hoy nos proponemos es explicar, de la forma más sencilla posible, lo que significa esta corriente económica. Existe una fábula que permite explicar en forma muy sencilla el razonamiento de Adam Smith y los fundamentos del liberalismo económico: supongamos una sociedad individualista de cazadores donde cada uno busca su propio bienestar y que viven de la caza de ciervos y de castores. Toda mañana cada cazador toma su arma y debe elegir: o bien va a la montaña a buscar ciervos o enfila para el río para buscar castores. No puede ir a los dos lados, por lo que el bien que no puede obtener mediante la caza lo debe conseguir mediante el trueque, intercambiando los sobrantes que traiga de su expedición. Si suponemos que al cabo del día, con 8 horas de trabajo efectivo, obtiene en promedio 4 castores ó 2 ciervos. Es decir, podemos decir que cada ciervo le lleva 4 horas de trabajo y que cada castor le insume 2 horas. Hay un solo tipo de cambio de equilibrio posible: cada ciervo vale dos castores ó, lo que es lo mismo, cada castor equivale a medio ciervo. Piensen ustedes 59 | P á g i n a

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cualquier otra relación: por ejemplo uno a uno; los cazadores obtendrían un castor con dos horas de trabajo y, mediante el cambio, también un ciervo con el equivalente a esas dos horas; conclusión, todos tratarían de cazar castores y obtener por trueque a los ciervos. Sobrarían castores y faltarían ciervos, los precios de los primeros caerían y subirían el de los ciervos, hasta alcanzar al 2 a 1 del equilibrio. La conclusión primera de Adam Smith es que los bienes (las mercancías) valen en función del tiempo de trabajo humano insumido. Es decir, el trabajo es la fuente de valor y las horas de trabajo socialmente necesarios para producirlos son los que cuantifican ese valor. Esta es la teoría del valor-trabajo, que fue aceptada sin discusión por todos los economistas hasta el último tercio del siglo XIX, época en que se desarrolló la teoría valor-utilidad. Entonces los economistas se dividieron en dos bandos: los que aceptaban la primera y los neoclásicos, seguidores de la segunda. Como el debate teórico terminó en empate, ante la imposibilidad de tirar penales, la economía académica archivó el problema del valor y se dedicó a otros temas. Pero el valor-trabajo no es la única conclusión que se saca de la fábula de Smith: fíjense que los cazadores optan por ir al monte a buscar ciervos o al río a cazar castores sin que nadie se lo mande; las cosas ocurren como si hubiera una mano invisible que determinara cuantos deben cazar uno u otro para que se satisfaga en forma óptima las necesidades de la comunidad: es que si hubieran mayor cantidad de castores que los requeridos bajaría su precio relativo respecto al de los ciervos, por lo que a los cazadores –tratando de maximizar su beneficio- les convendría cazar ciervos, con lo que aumentaría la cantidad ofrecida, haciendo bajar el precio hasta que las cantidades coincidan con las requeridas y el

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precio con el del equilibrio. El mercado es el encargado de lograrlo: es el óptimo asignador de los recursos. Esta sociedad de cazadores no necesita autoridades, al menos desde el punto de vista económico. Haría falta solamente para asegurar el orden, la justicia y la propiedad de las herramientas y bienes que tiene cada cazador. Si tuvieran la peregrina idea de elegir a un “jefe” para que planifique donde debe ir cada cazador (si al río o a la montaña), la comunidad tendría que mantener a ese jefe (que seguramente, en forma rápida, pedirá una secretaria para que lo ayude y un asesor –posiblemente un economista- para que colabore en la toma de decisiones) que, en el mejor de los casos, acertará con la distribución que determina el mercado, por lo que ese gasto es inútil; pero muy probablemente no acierte con la mejor asignación, lo que producirá desvíos y daños, por lo que al costo de mantener al jefe y su séquito hay que agregar el costo de la ineficiencia económica. Es decir, la conclusión de Adam Smith (del liberalismo económico) es que cada uno individualmente busca su mayor beneficio y, con esta forma egoísta de obrar, el mercado actúa como una mano invisible asignando de forma óptima los recursos existentes, logrando el mayor bienestar para todos; ni el estado ni nadie debe interferir en la economía. Claro, puede decir cualquiera de ustedes, eso sería válido para una economía de pequeños propietarios de sus herramientas (artesanos), donde hay mercado transparente con muchos compradores y vendedores (competencia perfecta) y donde las mismas herramientas se adecuan a cualquiera de las actividades posibles (perfecta movilidad del capital), pero la realidad social no es así. Y tendrían razón, ya que hay algunos que tienen la posesión exclusiva de los medios de producción y muchos que lo único que poseen es su fuerza de trabajo, por lo que se ven obligados a venderla a cambio de un salario; y no todos son iguales, sino hay 61 | P á g i n a

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unos pocos que dominan el mercado y pueden fijar precios y condiciones. Es decir, hay falta de correspondencia entre los supuestos básicos tenidos en cuenta por Adam Smith (supuestos que son los del liberalismo y también del neoliberalismo) con la realidad de la sociedad contemporánea; por esa razón, esa teoría presenta deficiencias para explicar la realidad y la política económica asentada en ella termina siempre fracasando. Pero esa es otra historia. Lo que acá nos propusimos es explicar que es el liberalismo económico. Y la fábula de los ciervos y castores lo hace en forma sencilla y clara.

Adam Smith

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2.8 - ¿Qué es el liberalismo? Ya hemos hablado de Adam Smith y del liberalismo económico. En realidad, este pensamiento reconoce antecedentes previos y se ha desarrollado dentro de un conjunto ideológico mucho más amplio, el del liberalismo filosófico y político, del que es conveniente y necesario diferenciar. Se suele considerar como fecha de nacimiento del liberalismo a 1690 (86 años antes que la publicación del libro de Adam Smith) con la edición del trabajo de John Locke “Segundo tratado del gobierno civil”, que es la consecuencia directa de la evolución del pensamiento occidental a partir del humanismo del Renacimiento. La concepción liberal parte del principio de que existen derechos naturales inherentes a la persona humana, que son anteriores y superiores a toda organización social: son los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad, que son inalienables y que hacen a la esencia misma del ser humano. A este ideal liberal le debemos, en gran parte, la vigencia actual y mundial de los derechos humanos. En el plano político, Locke suponía que inicialmente el hombre vivía en absoluta libertad con el uso irrestricto de sus derechos naturales y que, para resguardarlos, constituyó la sociedad civil con un gobierno en el que delegó expresamente parte de sus poderes. Pero aquellos poderes no delegados continúan siguen siendo de los individuos, por lo que el estado no puede avanzar sobre ellos. Es más, el hombre tiene el derecho a rebelarse contra el estado si este

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pretende avanzar por encima de los límites de las facultades delegadas y, de esta forma, se vuelve tiránico. Los primeros liberales, Voltaire en particular, sostenían que el egoísmo es el motor de la conducta humana; eran individualistas, dando prioridad a la defensa de los derechos personales como la libertad personal (que sólo debía ser restringida para conservarla), la seguridad y la propiedad. En general desconfiaban de las masas incultas, por lo que estaban alejados del ideal democrático. La democracia moderna tiene su origen teórico en Rousseau (1712-1778) que en su obra “El contrato social”, al igual que Locke, suponía la existencia de un estado natural original donde, a diferencia es este último, allí existía la igualdad y no se conocía a la propiedad privada; este estado idílico se rompió cuando algunos pretendieron apoderarse de bienes; entonces los hombres, en defensa de sus derechos, hicieron un contrato social por el cual se sometieron a las decisiones colectivas tomadas por mayoría. Es decir, para los liberales el hombre mantiene todos los derechos no delegados expresamente y ninguna decisión mayoritaria puede afectarlos; para Rousseau la soberanía, que es indivisible, ha sido delegada en la sociedad civil y el hombre debe acatar las decisiones mayoritarias, aunque vayan en contra de sus intereses. El divorcio inicial entre liberalismo y democracia se puede confirmar leyendo la historia de nuestro país. Los hombres que hicieron la Argentina moderna en la segunda mitad del siglo XIX eran profundamente liberales pero nada democráticos. Por ejemplo, en la elección de Sarmiento como presidente, sobre doscientos mil habitantes que tenía Buenos Aires votaron unos quinientos; otro ejemplo: Tomás Eloy Martínez en su libro “El sueño argentino” cita una nota editorial de “La Nación” (el órgano periodístico típico del liberalismo de la época) de junio de 1888, que acompaña un artículo de José Martí sobre la elección en Estados Unidos, que dice “Únicamente a José Martí, el escritor 64 | P á g i n a

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original y siempre nuevo, podía ocurrírsele pintar a un pueblo, en los días adelantados que alcanzamos, entregados a las ridículas funciones electorales, de incumbencia exclusiva de los gobiernos en todo país paternalmente organizado”. Aunque hay que reconocer que, en general, el liberalismo político y el ideal democrático han confluido a partir del siglo XX. El liberalismo económico es contemporáneo al liberalismo filosófico y al político y, en general, sostenidos por los mismos pensadores. Pero no son lo mismo. El liberalismo económico nace en Francia con los fisiócratas y se consolida en Inglaterra con Adam Smith. La idea básica es que existen leyes naturales que rigen la producción y distribución de los bienes, que los hombres –cada uno en su egoísmo individual buscando su propio interés- logran la óptima asignación de los recursos, por lo que el estado debe abstenerse de intervenir. Es la frase famosa de los fisiócratas “dejad hacer, dejad pasar, el mundo camina solo” o el concepto de “la mano invisible” que gobierna las relaciones sociales de producción, según Adam Smith. En el siglo XX, así como el liberalismo político confluyó con el ideal democrático, el liberalismo económico se separó del filosófico y político. Para imponer la llamada “libertad económica” no tuvieron inconvenientes en avasallar la democracia y los derechos humanos sostenidos por los principios liberales. Pruebas al canto: en el cono sur de América, el Chile de Pinochet y la Argentina de Videla y Martínez de Hoz fueron ejemplos de liberalismo económico puro, pero nada del otro. Esta separación trae problemas en la terminología. Por ejemplo, en nuestro país a los conservadores se los llama “liberales”, pensando en el liberalismo económico, mientras que en Estados Unidos a los conservadores se les denomina “conservadores” y el término “liberales” se reserva para los progresistas. Aunque lo que 65 | P á g i n a

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importa no es la denominación sino entender que significa realmente cada término.

John Locke

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2.9 – David Ricardo y la división internacional del trabajo David Ricardo (1772-1823) fue un autodidacta cuya única formación económica previa fue la lectura del libro de Adam Smith; de todas formas, dotado de una gran inteligencia y capacidad de análisis, merced a sus profundas reflexiones se convirtió en uno de los principales exponentes de la llamada escuela clásica. Perteneciente a la burguesía industrial inglesa intervino activamente en política y participó en las polémicas de su época, defendiendo los intereses de su clase. En el plano internacional observó que los países tenían distintas ventajas productivas, provenientes de sus climas y provisión de recursos naturales diferentes, así como de diversos niveles de acumulación de capital y formación de recursos humanos, lo que les permitía producir algunos bienes con costo (medido en horas de trabajo) mucho menor que otros. Si cada país se especializara en producir aquello para los que tiene ventajas absolutas o relativas (Argentina granos, Brasil café y productos tropicales, Chile salitre y cobre…) e intercambiara los excesos producidos por aquellos productos para los que no tiene ventajas, con las mismas horas de trabajo obtendría muchos más bienes que si intentara producirlos todos dentro de sus fronteras. Es decir, con la especialización productiva y el intercambio de bienes todos estarían en mejor situación económica, una especie de pirinola donde siempre sale “todos ganan”. Es el fundamento de la “división internacional del trabajo” y del libre comercio mundial.

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Como escribió Schumpeter “los defensores ingleses del librecambio postulaban la universalidad de su argumentación. Era para ellos eterna y absoluta sabiduría, válida en todo tiempo y lugar; el que se negara a aceptar el librecambio había de ser un necio o un truhán. O ambas cosas a la vez”. Realmente el razonamiento de Ricardo es impecable, pero se trata de una fotografía donde no se tiene en cuenta al factor tiempo y a la posible evolución de las ventajas relativas de los distintos países. Si se hubiera aplicado al pie de la letra la división internacional del trabajo en la época de Ricardo, cuando el suyo era el único país que había comenzado con la revolución industrial, Gran Bretaña se hubiera convertido en el exclusivo exportador de manufacturas para todo el mundo, mientras que el resto se habría limitado a producir alimentos y materias primas. Así lo entendió, por ejemplo, el alemán Friedrich List (17891846): consideraba que la industrialización era el único camino que tenían los pueblos germanos para salir de la pobreza, por lo que el estado debía intervenir para desarrollarla; la industria incipiente no podía competir con las manufacturas importadas, por lo que se debía establecer un sistema de protección hasta el momento en que, desarrolladas, pudieran exportar en igualdad de condiciones que las extranjeras. Fue uno de los primeros tratados a favor de la protección económica en el comercio exterior. Las ideas de Ricardo y de List son parte de un largo y viejo debate: librecambio o proteccionismo, donde hay muchos aportes teóricos interesantes, pero más que intercambiar ideas se discute en función de intereses concretos de clases sociales. Curiosamente, todo empezó en Inglaterra con el tratamiento de la llamada “ley de granos”: los terratenientes británicos querían protección para la producción agraria local, que mantuviera intacta sus rentas ante la amenaza de importaciones baratas de alimentos y materias primas desde el exterior; los industriales, por el contrario, encabezados por David Ricardo, reclamaban libertad de comercio para importar 68 | P á g i n a

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insumos baratos y exportar al mejor precio sus productos. Triunfó el libre cambio. A partir de entonces en el resto del mundo hubo un cambio de roles: los terratenientes y productores de materias primas se convirtieron en librecambistas (para colocar sin problemas sus productos en el extranjero e importar bienes industrializados baratos) mientras que los incipientes industriales exigían protección para desarrollar sus industrias. Por ejemplo, la guerra de Secesión en Estados Unidos fue entre el sur, productor de algodón y tabaco con mano de obra esclava que exportaban a Inglaterra y querían manufacturas baratas (era librecambistas) y el Noreste que iniciaba el proceso de industrialización y necesitaba mano de obra libre (convertida en jornaleros) y protección para su desarrollo. Ganó el norte y Estados Unidos se convirtió en potencia industrial. Alemania, con el gobierno de Bismarck, aplicó un fuerte proteccionismo, lo mismo que Francia, con algunas interrupciones; Japón es un caso especial, donde fue el estado directamente quien desarrolló al capitalismo industrial. Y se pueden dar muchos más ejemplos más de los países que hoy son desarrollados en función a la protección inicial a sus industrias. En nuestro país tuvieron hegemonía política los terratenientes de la pampa húmeda, por lo que se optó por la inserción en la división internacional del trabajo y, lógicamente, por el librecambio: nos considerábamos orgullosamente “el granero del mundo”, con una economía basada en el “crecimiento hacia afuera”; hasta entrado el siglo XX la única industria que prosperaba era la relacionada con la exportación primaria. La crisis de los años ‟30 y la segunda guerra mundial mostraron la precariedad de ese modelo, que ya había encontrado el límite superior en su crecimiento con la puesta en producción de todas las tierras aptas.

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La industrialización es más que una determinada producción de bienes; significa la incorporación de técnicas y de conocimientos en permanente cambio: es la modernización de la sociedad y la posibilidad de dar trabajo productivo a la población que por razones tecnológicas libera el agro. Sin industria “sobramos” la mitad de los argentinos. La industrialización en nuestro país, como objetivo político, se inició en 1946 con fuerte resistencia de la oligarquía; a pesar de ésta y de las fallas y errores que tuvo (como la dependencia excesiva del mercado interno) logró sobrevivir, inclusive a las políticas neoliberales aplicadas entre 1976 y 2001. Todavía hoy es la opción para el desarrollo económico y humano argentino, y es posible avanzar en él con una política económica adecuada basada en 1) tipo de cambio favorable, para lo que es imprescindible las retenciones a las exportaciones tradicionales; 2) profundización de la integración económica en el Mercosur ampliado y 3) fuerte intervención estatal. La opción es esa o la vuelta atrás, como pretenden los muchos que –en función de sus intereses personalesañoran nuestra inserción en la división internacional del trabajo.

David Ricardo 70 | P á g i n a

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2.10 – La ley de Say Después que Quesnay presentara su modelo económico inspirado en la circulación sanguínea se desarrollaron muchos otros esquemas que tratan de mostrar en forma simplificada cómo funciona el proceso económico; es decir, explicar como el sistema hace posible la producción y distribución en forma continua de bienes y servicios, manteniéndose a sí mismo en el tiempo. Posiblemente el más sencillo, que conocen todos los estudiantes de introducción a la economía, consiste (suponiendo una sociedad cerrada y sin presencia del estado) en separar a los agentes económicos en dos sectores: por un lado como productores (aportando el trabajo, el capital, alquilando la tierra u organizando la producción), que llamamos “las empresas”, y del otro lado a ellos mismos, pero esta vez como consumidores, que denominamos “las familias”. Las empresas pagan a las familias, a cambio de sus aportes para la producción, los sueldos y jornales, intereses, rentas y ganancias y con ese dinero “las familias” compran a las empresas los bienes producidos, en un movimiento circular y continuo. Si a ese flujo lo medimos en el momento de la compra-venta tenemos el valor monetario de la producción final de bienes y servicios (Producto Bruto Interno) que es igual al total bruto de las remuneraciones de los factores de la producción (Ingreso Nacional Bruto). En base a ese esquema Juan Bautista Say (1767-1832) pensó que todo aumento de la producción viene acompañado de un aumento equivalente del ingreso de los productores (en sueldos, ganancias…) que, al recibir el pago, van a destinar a comprar bienes por ese mismo valor. Él escribió en 1803: “Un producto 71 | P á g i n a

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terminado ofrece, desde ese mismo instante, un mercado a otros productos por todo el monto de su valor. En efecto, cuando un productor termina un producto, su mayor deseo es venderlo, para que el valor de dicho producto no permanezca improductivo en sus manos. Pero no está menos apresurado por deshacerse del dinero que le provee su venta, para que el valor del dinero tampoco quede improductivo. Ahora bien, no podemos deshacernos del dinero más que motivados por el deseo de comprar un producto cualquiera. Vemos entonces que el simple hecho de la formación de un producto abre, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos”.

Juan Bautista Say En otras palabras, está diciendo que “la oferta crea su propia demanda”, que es la forma en que habitualmente se enuncia a la llamada Ley de Say. 72 | P á g i n a

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Esta ley hace al fundamento del liberalismo económico y está, explícita o implícitamente, en sus argumentos y modelos; con competencia perfecta y sin intervención estatal se está en el mejor de los mundos: no es posible la sobreproducción de mercancías ni las crisis; además, como los agentes económicos buscan maximizar sus ingresos, no habría tampoco desocupación de mano de obra ni de capital. Primero Carlos Marx en el siglo XIX y luego Keynes, cuando se estaba en plena crisis de los años 1930, fueron grandes críticos de la ley de Say. Es que esta ley sería válida si el objetivo del sistema económico fuera exclusivamente la satisfacción de las necesidades del hombre, es decir, el consumo: no tendría sentido guardarse dinero sino que se gastaría íntegramente. Pero en el capitalismo no es así; el objetivo del quehacer capitalista es obtener ganancias y su gasto en inversión está guiado por ella. Si en un momento dado la posibilidad de ganancias es insuficiente, prefiere demorar su gasto para más adelante, para tiempos mejores. No lo invierte, pero tampoco lo consume, porque en este caso dejaría ser capitalista. Lo que hace es atesorar y no gastarlo (por ejemplo, comprando dólares para guardar “bajo el colchón” o depositándolos en un “paraíso fiscal”). Supongamos un flujo circular de mil pesos. Si en un momento dado alguien atesora cien, las compras se reducirán a novecientos pesos; las empresas (que han fabricado por $ 1.000) venden por $ 900, ven aumentado su stock en $ 100. Las cuentas de la contabilidad social cierran sin problemas: gasto en consumo e inversión $ 900 + inversión en stock $ 100 = $ 1.000, que es lo producido. Pero en este caso no se trata de un aumento de stock voluntario sino resultado de la disminución de las ventas: la reacción de las empresas será disminuir la cantidad producida, por ejemplo a $ 900, lo que implica menos trabajo insumido y menos ganancias: los ingresos de “las familias” ha disminuido ahora a $ 900, mientras que es probable que sus integrantes quieran gastar 73 | P á g i n a

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menos, tanto porque las ganancias han disminuido como porque los tiempos son malos y hay incertidumbre respecto al futuro. Por ejemplo, supongamos que gasten solo $ 850 de los $ 900 recibidos: vuelven a aumentar los stocks no deseados y, por lo tanto, la fuerza de trabajo contratada y las ganancias percibidas: es un proceso acumulativo de disminución de la inversión y del ingreso, una recesión y crisis. Kalecki, contemporáneo de Keynes, mostró que las fluctuaciones económicas son inherentes al sistema y, coincidente con este último, veía que lo normal era una demanda efectiva insuficiente para absorber toda la producción. Para evitar la recesión y la desocupación era necesario que el estado con su gasto y con las inversiones públicas complemente a la demanda privada que, sola, es incapaz de lograr la ocupación plena de los factores productivos. Después de la segunda guerra todos los gobiernos, temerosos de una vuelta a los años ‟30, practicaron la política keynesiana, desarrollando “el estado de bienestar”. Eso hasta la crisis del petróleo. A partir de los años ‟70 reapareció con fuerza el liberalismo económico y, en la teoría, la supuesta vigencia de la ley de Say (por ejemplo, en la llamada “economía de oferta”). Sin embargo, con la crisis financiera del año 2008 los mismos países adalides del equilibrio presupuestario y de la absoluta libertad de mercados salieron, con déficit fiscal y endeudamiento público, a salvar a sus bancos y a estimular a la economía real. Hoy, comparado con su producto bruto interno, en Estados Unidos el déficit fiscal supera al 11% y el endeudamiento público al 93%. De la Ley de Say muy pocos se acuerdan.

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2.11 – Silvio Gesell y la política monetaria Silvio Gesell (1862-1930) fue un economista germano-argentino que tuvo trascendencia en su época y que actualmente se lo recuerda fundamentalmente porque Keynes lo ha considerado uno de sus predecesores intelectuales y lo tenía en alta consideración. En el capítulo 23 de la “Teoría General” Keynes escribió: “Creo que los pensamientos de Gesell serán en el futuro más importantes que los de Marx”. Gesell vino a la Argentina en 1887 y se quedó veinticuatro años. Su tercer hijo, nacido en Buenos Aires, Carlos, logró renombre por haber sido quien fundó y desarrolló el conocido balneario bonaerense Villa Gesell. Durante su estadía en nuestro país, Silvio se dedicó a estudiar la evolución y los continuos problemas que presentaba el sistema monetario argentino (y les aseguro que material no le faltaba; algún día hablaremos acá de la historia de nuestra moneda) y sobre ese tema publicó tres libros: “El sistema monetario argentino; sus ventajas y perfeccionamiento” (1893), “La cuestión monetaria argentina” (1898) y “La plétora monetaria argentina de 1909 y la anemia monetaria de 1898” (1909). En 1911 volvió a Alemania. A pesar de ser un liberal entendió que sus conocimientos podían ser útiles a su país, especialmente en un período de grandes transformaciones, como ocurrió después de la primera guerra mundial; así, en 1919 aceptó ser ministro de la efímera República Soviética de Baviera, por lo cual fue encarcelado y juzgado, aunque posteriormente liberado.

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En Alemania continuó sus estudios monetarios, publicando sus trabajos más conocidos: “El nuevo orden económico natural por libre-moneda y libre-tierra” y “El dinero debe ser un medio de cambio y nada más”. A su posición intelectual la podernos calificar como de “liberal-utópico”: partiendo del egoísmo individual del hombre actual procuraba construir una economía natural productiva lejos de la especulación financiera. El arma con que contaba era la política monetaria. Es sabido que el dinero tiene diversas funciones: 1) es una unidad de cuenta, es decir, al fijar un precio a cada bien permite convertir en homogéneos a los bienes diferentes (heterogéneos), solucionando así el problema con que la maestra de primer grado nos machacaba: “no se pueden sumar manzanas más peras”; le podríamos haber respondido: “convirtamos todos a pesos y los sumamos”. Sin esta función no habría contabilidad, ni economía, ni negocios ni mundo moderno. 2) Es un medio de cambio o de pago. Sin dinero tendríamos que recurrir al trueque, con los inconvenientes que este genera. 3) Es un patrón de pagos futuros, lo que permite el desarrollo del sistema financiero. 4) Es una reserva de valor; es decir, uno lo puede ir guardando para comprarse en el futuro un auto o una casa; o simplemente, ahorrar pensando en el mañana. Muchas veces estas funciones las cumplen distintas unidades monetarias: especialmente durante los períodos de alta inflación era usual utilizar al dólar como unidad de cuenta (hoy todavía se lo usa para valuar los inmuebles) aunque los pagos se hagan en pesos. Y, como todavía se sigue haciendo, se usa al dólar para ahorrar, como reserva de valor. Gesell proponía que el dinero dejara de cumplir la cuarta función, la de conservar el valor en el tiempo. Consideraba que el dinero se había hecho para ser gastado y, de esta forma, mover todo el sistema económico. Había que lograr que el público se desprendiera del dinero, que no lo guardara y para eso propuso un sistema que castigaba a quien atesorara afectando el punto que más 76 | P á g i n a

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sensible y que más le duele al hombre: el bolsillo. Propuso la creación de los billetes que al dorso tuvieron muchas casillas donde al cabo de cierto tiempo (las fechas estarían impresas en el billete) los poseedores del dinero debían concurrir a una oficina pública a comprar una estampilla y pegarla en el casillero correspondiente, sin la cual el dinero perdía totalmente su valor. Pensaba que el tener que pagar para mantener la moneda, además de tomarse el trabajo de comprar la estampilla y pegarla, iban a ser suficiente disuasivo para hacer que la gente gastara todo su dinero. Un tiempo después Keynes, ya entrados los años ‟30 y en plena recesión, vio que uno de los males de su tiempo era la elevada preferencia por la liquidez de la población: ante la incertidumbre del futuro el público prefería gastar lo menos posible guardando el efectivo, lo que agravaba la situación de todos. Conductas que podrían ser acertadas en el plano individual eran totalmente perjudiciales vistas colectivamente. Y pensó que la idea de Gesell de castigar el atesoramiento monetario iba por el camino correcto, y por eso sus elogios en la “Teoría General”. El proyecto de Gesell no se llevó a la práctica. Pero la economía encontró otro método, mucho más cómodo, económico y eficiente para lograr el mismo objetivo: la inflación. La pérdida del valor adquisitivo del dinero equivale a un costo por el atesoramiento, como quería Silvio Gesell. Y no afecta solo al peso: también al dólar o al euro, aunque los argentinos no nos hayamos enterado y se siga ahorrando en estas monedas.

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Silvio Gesell

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2.12 – Veblen y la sociedad de consumo Thorstein Veblen nació en Wiscosin, Estados Unidos, en 1857 y murió en 1929. Escribía en forma muy irónica y ácida; inclusive, quienes han estudiado sus obras dicen que es difícil separar lo que escribe en serio y lo que es broma; deja reflexionando al lector si lo que quiere es explicar algo o tomarle el pelo. De todas formas sus conocimientos fueron universales y resultó un erudito en filosofía, historia, antropología, psicología, matemáticas y, lógicamente, en economía. Dicen que por su actitud personal parecía despreciar a todo el mundo y que a todos trataba en forma despectiva, por lo que no es extraño que haya sido un individuo solitario y que generara enormes resistencias personales y hasta enemistades en sus lugares de trabajo. Cuentan que, como hablaba en voz muy baja, los alumnos se quejaron de que en sus clases no lo escuchaban, a lo que él respondió que no se preocuparan, que si lo llegaban a escuchar seguro que no lo entendían. Fue un crítico ácido del capitalismo. No como Carlos Marx, que lo criticó por la explotación y la alienación que generaba pero que reconocía sus grandes méritos, en especial el progreso técnico que había logrado, y proponía la superación dialéctica del mismo, en una negación que conservara lo positivo. En cambio, para Veblen, el capitalismo es una forma de barbarismo primitivo y sus creaciones no son valiosas en absoluto. Es considerado como uno de los fundadores de la escuela institucionalista, que bajo la influencia de la teoría de la evolución 79 | P á g i n a

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de Charles Darwin y del pensamiento positivista del fin del siglo XIX, hace un abordaje evolutivo de las instituciones económicas; entre las instituciones incluye los hábitos y las rutinas de conducta en determinado momento histórico. Veblen rechazaba los principios de la economía clásica y de la neoclásica, dominante en los ambientes académicos de su época; en particular el supuesto del hombre económico, un ser racional e individualista que busca maximizar la utilidad. Para él, por el contrario, el hombre es absolutamente irracional y busca el status social sin mucho respeto a su propia felicidad ni a la de sus semejantes. Fue un crítico despiadado de la sociedad norteamericana de su tiempo. Su principal obra es la “Teoría de la clase ociosa”. Para Veblen la característica del capitalismo occidental es el de las sociedades bárbaras donde el status se manifiesta con el derroche consumista; “la posesión de riqueza confiere honor; es una distinción valorativa” y el consumo ostentoso (término inventado por él) es la forma de mostrarlo. No importa la utilidad del consumo sino lo que ella implica como posición social: por ejemplo, cubiertos de plata y no de acero, aunque estos últimos son más eficientes y prácticos; la concurrencia a restaurantes de moda, aunque sean más caros y de menor calidad que otros, comprar ropa por su marca y no por la utilidad que presta. Sería un buen ejercicio pensar cuanto podría escribir Veblen sobre la actualidad de nuestro país, donde, según dice Mempo Giardinelli en su novela “Que solos se quedan los muertos”, cuando recuerda la visita de Onganía a la Sociedad Rural en carroza, “entre el aplauso y la admiración de los estancieros, los dueños de la tierra y los estúpidos educados para la frivolidad del medio pelo, para el sueño del auto nuevo y el Rolex de oro, para la apariencia y el culto de las modas, para la irresponsabilidad de los fatuos y para la tontería y la ignorancia. Nos educaron en la apología de la imbecilidad…”

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Posiblemente tomó de Saint Simon la definición de clase ociosa como opuesto a la clase productiva. La primera está dedicada al consumo como forma de ostentar riqueza y, por lo tanto, su status social; desprecia a lo productivo y se interesan especialmente por cuestiones teóricas y abstractas. Es decir, el ocio, para Veblen no es estar tirado en el pasto mirando los pajaritos y las nubes, como podríamos pensar cualquiera de nosotros, sino pasar el tiempo sin hacer nada productivo, tanto por considerar indigno el trabajo material como por ser una forma de manifestar capacidad pecuniaria sin necesidad de transpirar para sobrevivir. Pretenden ser intelectuales y sus ocupaciones preferidas son la educación, la guerra, el gobierno y las cuestiones religiosas. Sus integrantes son profesores, militares, magistrados, políticos, gobernantes, sacerdotes, deportistas profesionales,… pero todos ellos, tanto intelectuales como políticos, buscan la distinción pecuniaria a sus esfuerzos. Fue muy crítico con su propio sector, el académico. Consideraba que el saber siempre ha sido utilizado para impresionar y engañar a los ignorantes y que la liturgia universitaria recurre a fetiches para legitimar su privilegio: togas, birretes, colación de grado, tesis,… Claro que el establishment universitario no permaneció pasivo: de su primer trabajo, en la Universidad de Chicago, lo expulsaron acusado de tener relaciones sexuales con las alumnas; del segundo, en la Universidad de Stanford, fue obligado a renunciar por sus críticas a la sociedad y en el siguiente, en la Universidad de Missouri, no pudo ascender más allá de docente auxiliar. Después de muerto fue reconocido y valorado por su crítica a la sociedad de consumo. De su aporte como economista dice Enrique Silberstein que “últimamente se ha producido un renacer en el estudio de Veblen. Aunque ya no desde el punto de vista económico sino sociológico. Esto es, los economistas consiguieron sacárselo de encima. Por eso ahora lo miran con cierta simpatía” 81 | P á g i n a

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Thorstein Veblen

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2.13 – Michal Kalecki y la demanda efectiva Casi todo el mundo conoce de nombre a Keynes y sabe que produjo una revolución en la teoría y en la política económica. Pero casi nadie (inclusive estudiantes de economía) sabe que Michal Kalecki llegó a las mismas conclusiones fundamentales tres años antes que aquel. Por lo que la teoría keynesiana debería llamarse, por lo menos, teoría de Kalecki-Keynes. En defensa de la honestidad intelectual de Keynes hay que decir que no conocía la obra de Kalecki, sino que se trató de un hecho más –bastante habitual en la historia de la ciencia- de elaboraciones similares totalmente independientes, como respuesta a las necesidades objetivas de la época. Kalecki fue un matemático y economista polaco que reunía todas las condiciones para no trascender: escribía en polaco, una lengua marginal para el conocimiento científico universal, era pobre, judío y marxista. En cambio Keynes pertenecía a un país central, era rico e intelectualmente muy conocido y, además, era profesor de una de las universidades más prestigiosas del mundo. La versión de Kalecki de la demanda efectiva y sus consecuencias parece superior a la de Keynes, ya que no depende de algunos supuestos dudosos que este último ha heredado de la teoría neoclásica. Kalecki abandona el supuesto de competencia perfecta y el de los rendimientos decrecientes y, en lugar del “hombre económico” abstracto con su propensión a consumir y su conducta dependiente de la tasa de interés para maximizar las

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ganancias, aparecen las clases sociales con sus comportamientos típicos. Parece importante que el público interesado en los problemas económicos conozca alguna de las conclusiones teóricas de Kalecki. Es sabido que el producto bruto de un país (PBI) está formado por los bienes y servicios producidos durante un año, los que son utilizados para el consumo o para la inversión; por otro lado, el ingreso nacional bruto equivale a la suma de sueldos y salarios más las ganancias obtenidas (el concepto de ganancia tomado en términos amplios, que incluye rentas e intereses ganados). Es decir, tenemos: SUELDOS Y SALARIOS más GANANCIAS por el lado del ingreso y CONSUMO DE TRABAJADORES más CONSUMO DE CAPITALISTAS más INVERSION por el lado del gasto. Se puede suponer que el total de sueldos y salarios es aproximadamente igual al consumo de los trabajadores, por lo que podemos eliminar ambos conceptos. Nos queda que GANANCIAS = CONSUMO DE INVERSION DE LAS EMPRESAS

CAPITALISTAS

+

Los empresarios tratan de maximizar sus ganancias, pero el importe preciso no lo pueden decidir ellos sino que resulta del funcionamiento del mercado. En cambio, sí pueden decidir cuanto consumen y cuanto invierten. Es decir, el segundo miembro de la igualdad anterior determina el monto de la primera. O, en otros términos y en palabras de Kalecki, “los trabajadores gastan cuanto ganan y los capitalistas ganan lo que gastan”. Repetimos, los capitalistas no pueden decidir su ingreso. Pero sí pueden decidir cuánto gastan en consumo personal y cuanto

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invierten en capital; por lo tanto, la decisión del gasto es la que determina –en última instancia- cual va a ser su ganancia. Cuando su gasto es insuficiente, disminuyen las ganancias, cierran las empresas, hay desocupación y quiebras, como en los años ‟30 (que es lo que tenían presente Keynes y Kalecki) y repetido en tiempos mucho más recientes (que es lo que tenemos que recordar los argentinos); en este caso la demanda efectiva es insuficiente. Y aquí tiene que intervenir el estado para –con su gasto- tratar de restablecer el equilibrio. También Kalecki demostró matemáticamente que cuanto mayor es la proporción del ingreso de los trabajadores en la distribución del producto total, mayor es el nivel del producto. Es decir, para crecer económicamente un país, debe distribuir equitativamente su ingreso. Parece elemental, porque el crecimiento de la producción requiere mercados crecientes que la absorban, pero no es de comprensión tan inmediata. ¿Se acuerdan cuando el Ministro de Economía era López Murphy y propuso bajar los sueldos para superar la crisis? Además de ser políticamente inviable hubiera sido un disparate económico: hubiera agravado la situación y adelantado la crisis, que finalmente ocurrió. Aunque Kalecki nunca reclamó nada y admitió la importancia de Keynes en el desarrollo de la teoría económica, el reconocimiento, tarde, pero le llegó. A partir de los trabajos de Joan Robinson y otros economistas, la comunidad científica conoció su labor y su anticipación a Keynes. Y algo que es más importante: sus ideas y aportes a la teoría económica ocupan un lugar creciente en los distintos desarrollos teóricos de los “poskeynesianos”, mucho más cercanos a la realidad que la teoría académica tradicional.

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Michal Kalecki

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2.14 – Michal Kalecki y el ciclo político El economista polaco Michal Kalecki ha trascendido fundamentalmente por su anticipo a la teoría con que Keynes revolucionó a la teoría económica. Pero este no fue su único logro. Dotado de una mente brillante y de un poderoso arsenal teórico, analizó problemas económicos que todavía estaban en germen y que se manifestarían muchos años después. Por ejemplo, en 1933 publicó un artículo en los que alertaba sobre las limitaciones externas en un desarrollo industrial orientado hacia el mercado interno, como ocurrió en nuestro país veinte años después, con el “pare y arranque de nuestra economía”. También alertó sobre los riesgos de recurrir al capital extranjero para evitar los problemas en la balanza de pagos, cosa que los argentinos verificamos en carne propia. Pero aquí queremos referirnos a otra anticipación de Kalecki. En 1943, en Inglaterra, cuando todavía no había terminado la segunda guerra, publicó un artículo que tituló “Los aspectos políticos del pleno empleo”, basado en su propia experiencia en la discusión con los asesores financieros, las organizaciones empresarias y los políticos de su época, a los que no podía convencer de cosas evidentes, por lo que escribió que no era que “no creyesen en su economía, con lo pobre que es. Pero la ignorancia obstinada es normalmente una manifestación de motivaciones políticas subyacentes”, que es lo mismo que debe haber pensado la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, luego de sus presentaciones en el Congreso Argentino.

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Cuando existe depresión y altos niveles de desocupación y la opinión pública clama por una solución, el camino es el gasto del estado, ya que los incentivos al sector privado (disminución de la tasa de interés, menores impuestos) resultan insuficientes. La recuperación debe venir de la mano del gasto público. Kalecki decía que son conocidos los mecanismos de política económica para lograr la recuperación y mantener una situación cercana a la ocupación plena. Pero el grave problema era “vender” esas ideas políticamente. Según Kalecki, los sectores privilegiados, por ejemplo las entidades que nuclean a las grandes empresas y los grandes dueños de la tierra, temen a la intervención del estado en procura del pleno empleo por diversas razones, que analiza detenidamente. La primera es el miedo a la interferencia del gobierno y a la pérdida de poder que este significa; les gusta que “se busque la confianza de los empresarios y del mercado”. La segunda es el temor al relajamiento de la disciplina laboral; el agotamiento del “ejército de reserva” de trabajadores desocupados fortalece al poder sindical y da fuerza a los reclamos de mayores salarios reales y de mejores condiciones de trabajo. En tercer lugar está la preocupación por las políticas igualitarias y de redistribución del ingreso que acompañan a la mayor intervención estatal. De acuerdo a su experiencia de los años ‟30, decía que el único aumento del gasto estatal que los privilegiados aceptan sin oposición es el armamentismo. Cosa que la historia de nuestros tiempos puede corroborar. El problema adicional es que una política de ingresos para combatir la desocupación viene acompañada de presiones inflacionarias. Como se demostrara años después, con la “Curva de Phillips”, un aumento en algunos puntos en la tasa de inflación es el precio a pagar por una disminución de la desocupación, o –a la inversa- el incremento de la desocupación es el costo de cortar la inflación.

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Por todas esas razones, con la recuperación económica empieza una campaña desempolvando mitos como el del equilibrio presupuestario o la ineficiencia estatal, se denuncia el exceso de gasto público y las presiones inflacionarias y se reclama el ajuste de las cuentas públicas para parar la inflación. Según las palabras de Kalecki, el ciclo político funciona así: “Durante la depresión, ya sea bajo la presión de las masas o incluso sin ella, se emprenderá una inversión pública financiada mediante el endeudamiento para impedir el desempleo a gran escala. Pero si se intenta aplicar este método a fin de mantener el alto nivel de empleo alcanzado en el subsiguiente auge es posible que se confronte una fuerte oposición de los dirigentes empresariales. Como ya se ha discutido, el pleno empleo perdurable no goza en absoluto de sus simpatías. Los trabajadores estarían fuera de control y los capitanes de la industria estarían impacientes de darles una lección. Más aún, el incremento durante la recuperación presenta desventajas para los pequeños y grandes rentistas y los hace sentirse cansados del auge. En esta situación, posiblemente se forme un poderoso bloque entre las grandes empresas y los intereses de los rentistas, y posiblemente encontrarán más de un economista que declare que la situación es manifiestamente poco sólida. La presión de todas estas fuerzas, y en particular de las grandes empresas –por lo general con influencia poderosa en los departamentos gubernamentales-, inducirá probablemente al Gobierno a volver a la política ortodoxa de reducción del déficit presupuestario. Vendrá después una depresión en la que la política de gastos volvería otra vez a su sitio”. Y vuelta a empezar. Ayuda a que el ciclo político sea una realidad la falta de memoria colectiva de la sociedad, que tiende a sepultar en el olvido los malos momentos. Muchos de los que en la Argentina de hoy protestan por la situación actual y reclaman por un ajuste del gasto del estado han olvidado los años previos a 2001, cuando no

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podían dormir por la deuda impaga en el banco, por la sombra de la quiebra sobre sus empresas o por el temor a perder el empleo. Es responsabilidad de todos, en la democracia, evitar la repetición del “ciclo político”. Y para ello sería útil una jornada colectiva de rememoración, ya que –como decía la reconocida economista inglesa Joan Robinson- “con la mayoría de los problemas de hoy en día, las respuestas económicas son sólo cuestiones políticas”.

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2.15 - Keynes y la igualdad ahorro-inversión Keynes publicó su obra, hoy clásica, “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero” en 1936, pero la situación internacional y la segunda guerra iniciada tres años después dejaron su difusión masiva para la postguerra. En castellano la primera edición del Fondo de Cultura Económica fue en México en 1943; en 1947 apareció “Introducción a Keynes” del argentino Raúl Prebisch, mientras que la conocida “Guía de Keynes” de Alvin Hansen, que fue utilizada por muchas camadas de estudiantes para entenderlo, fue publicada en inglés en 1953, con primera traducción al castellano en 1957. Esta introducción de fechas tiene que ver con mi experiencia personal; mis estudios universitarios transcurrieron en los años „50, cuando Keynes era una novedad que todavía que no había terminado de digerirse y generaba grandes resistencias en el cuerpo de profesores educados en la ortodoxia económica. Uno de los temas que más se discutían era la igualdad ahorro-inversión, planteada inicialmente por Michal Kalecki y (en forma totalmente independiente y sin conocer el trabajo del anterior) popularizada por la obra de Keynes. Resulta que para la ortodoxia, y para el sentido común, el ahorro y la inversión son dos fenómenos económicos independientes y realizados por actores diferentes: por un lado quienes ahorran, que lo hacen reemplazando un consumo actual por uno futuro y recibiendo a cambio una retribución denominada interés, que venía a ser el precio por esa abstinencia; por el otro, los empresarios, que necesitan capital para invertir y toman sus 91 | P á g i n a

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decisiones comparando la tasa de ganancia prevista con la tasa de interés. Ambas, entonces, tanto el ahorro como la inversión, dependerían de la tasa de interés; la primera como una función creciente: cuanto mayor la tasa de interés más grande es el incentivo para ahorrar; la inversión, en cambio, como decreciente: cuanto mayor la tasa menor el monto invertido. El mercado financiero, lugar donde se encuentran ahorristas e inversores –oferentes y demandantes de dinero, respectivamentedeterminaría la tasa de interés que iguala la cantidad efectiva de ahorro e inversión. Cuanto mayor sea el ahorro más baja será la tasa de interés y, por lo tanto, mayor la inversión (y el crecimiento de la economía). Por otro lado, si aumentaran las inversiones aumentaría la cantidad demandada de ahorros y, por lo tanto, subiría la tasa de interés, incentivando por su parte las decisiones de ahorro. Pero llegaron Kalecki y Keynes y dijeron que eso no es así. Que la igualdad ahorro-inversión se da siempre, con independencia del mercado financiero. Inclusive el primero llegó a decir que el interés no tiene más que una importancia marginal en la determinación de la inversión y que se la podía dejar de lado en un modelo simplificado; para Keynes no; para él la tasa de interés cumple un importante papel en la determinación de la inversión, pero no tiene nada que ver con la igualación de ésta con el ahorro. El razonamiento es el siguiente. El total de bienes y servicios producidos por una sociedad durante un lapso dado (por ejemplo, un año) es igual al ingreso en concepto de sueldos, intereses, rentas y ganancias de las personas que componen esa sociedad; si, por razones de simplicidad, suponemos una sociedad donde tanto el estado como comercio exterior tienen muy poca importancia, los bienes y servicios producidos se pueden destinar o bien al consumo (alimentos, ropa, servicios personales, etc.) o a la inversión (tanto en construcciones, máquinas y herramientas como 92 | P á g i n a

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en aumentar el stock, incluyendo en este rubro a todos los productos no vendidos). Como el total de bienes y servicios producidos es igual al ingreso durante ese lapso, se da la igualdad:

Ingresos (sueldos, ganancias, intereses, alquileres)

Consumo + Inversión

Ambos suman lo mismo: Ingresos = Consumo + Inversión. Si restamos en ambos lados el importe del consumo, nos queda: Ingresos – Consumo = Ahorro

Inversión

Es decir, el ahorro es siempre igual a la inversión. Si se incluyera el estado y el comercio exterior, el esquema se complica un poco pero se mantiene siempre la igualdad del ahorro total (privado, público y externo) con la inversión. Esta igualdad no es un acto de magia: se da por la misma definición del ahorro (igual a ingreso menos consumo) y de la inversión (como consumo más inversión es igual al ingreso, la inversión es ingreso menos consumo); en realidad se trata de lo que los lógicos denominan una tautología. Hay que tener en cuenta que la división ortodoxa entre ahorrista e inversores no se da necesariamente en la práctica, ya que quienes ahorran son, fundamentalmente, las mismas empresas que invierten (utilidades no distribuidas y fondos de amortización y de reserva) y los empresarios, con las ganancias distribuidas, que las reinvierten en la misma o en otra empresa para obtener más ganancias; pero, independientemente de ello, en los hechos la igualdad ahorro=inversión se da siempre porque, realizada la 93 | P á g i n a

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inversión, el ingreso crece hasta que el ahorro la iguale. Es el efecto multiplicador del que hablaremos en otro momento. Las consecuencias para la política económica son grandes. Según la teoría ortodoxa, asumida por el neoliberalismo, lo importante es el ahorro: como los que más ahorran son los ricos, la concentración de riqueza va a aumentar el ahorro y permitir más inversión y crecimiento; es el argumento que se utilizó en Estados Unidos para bajar los impuestos a las grandes fortunas. En cambio, para la versión de Keynes y de Kalecki, lo importante es el gasto: si hay desocupación hay que generar inversión, que el ingreso va a crecer para que aparezca el ahorro. Es más, cuanto más igualitaria sea la distribución del ingreso mayor va a ser el consumo y por tanto el estimulo para que haya más inversión. Y otra cosa más. El ahorro es una virtud a nivel individual: una persona precavida no gasta el total del ingreso sino que guarda algo para una emergencia o para el futuro. Pero a nivel macroeconómico no es necesariamente una virtud: un ahorro sin inversión (el atesoramiento de dinero, o el incremento del capital financiero dedicado a la especulación, por ejemplo) reduce el gasto y, por lo tanto, disminuye el producto, perjudicando a toda la sociedad. En resumen, para que haya bienestar económico hay que gastar. Y como dijo Enrique Silberstein, “desde este punto de vista la esposa es keynesiana en estado puro, puesto que sostiene el criterio de que el dinero se ha hecho para gastarlo. Y no sólo lo sostiene teóricamente, sino que lo realiza en la práctica”.

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2.16 – El multiplicador keynesiano Hoy el concepto de multiplicador del gasto es de uso generalizado, pero no siempre fue así. El que lo usó por primera vez fue R. F. Kahn en 1931; Kahn fue un discípulo de Keynes que también se convirtió en un economista destacado dentro de la llamada Escuela de Cambridge y lo denominó “multiplicador del empleo”. Posteriormente, en 1936, Keynes lo generalizó y lo popularizó como “multiplicador del gasto”.

John M. Keynes La idea es muy simple: la gente consume de acuerdo al ingreso que tiene y si el ingreso aumenta también lo hace el consumo (al revés ocurre si el ingreso disminuye); esto se puede expresar así: “el consumo es una función directa del ingreso”. Si aumenta el 95 | P á g i n a

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ingreso de una familia de muy bajos recursos, es probable que el consumo aumente en el mismo importe, pero a medida que se avanza en la escala social, los aumentos del ingreso se traducen en incrementos menores del consumo, de manera que –como promedio general- podemos hablar de una proporción menor al 100%; digamos, como simple ejemplo, de un 80%. Esto significa que si el ingreso de una comunidad aumenta en $ 100 mensuales, los que lo reciben van a aumentar su gasto en consumo y como promedio en $ 80; a su vez, los que perciben esos $ 80 van a gastar $ 64, que también van a gastar el 80% ($ 51,20) y así sucesivamente. En este ejemplo, la proporción en que aumenta el consumo por cada peso de aumento del ingreso es de 0,80 (ochenta centavos, o, lo que es igual, el 80%) lo que significa que aumenta el ahorro en 0,20. Con ese dato y partiendo de una suba inicial de un peso, los sucesivos incrementos del ingreso nacional por aumentos del consumo serán: 1 + 0,80 + 0,64 + 0,512 + …. Se puede demostrar matemáticamente que la suma de esos infinitos sumandos (1 + 0,8 + 0,64 +…) es de 1 dividido 0,20, lo que es igual a 5 (el divisor es uno menos 0,8). Este el multiplicador keynesiano; en este caso un aumento de $ 100 en la inversión pública, por ejemplo, se traduce en un aumento del ingreso nacional de $ 500. (Si el aumento promedio del consumo fuera de 0,60 por cada peso de aumento del ingreso, el multiplicador sería 1 dividido uno menos 0,60, es decir, 1 dividido 0,40, lo que es igual a 2,5 veces). Como el ingreso nacional de una economía cerrada (donde no existe comercio exterior) está formado por el consumo más la inversión más el gasto público, mientras que el consumo depende del nivel del ingreso, al proceso del multiplicador se lo puede visualizar de la siguiente forma: 96 | P á g i n a

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Un aumento de la inversión o del gasto público implica un aumento por el mismo importe del ingreso nacional, que genera un aumento del consumo por lo que aumenta el ingreso y vuelve a aumentar el consumo que implica aumento del ingreso que genera aumento del consumo… Es un proceso circular y acumulativo que se visualiza en el sector derecho del gráfico. El mismo efecto multiplicador –en una economía abierta al comercio exterior- tiene un aumento de las exportaciones. Claro está que si en lugar de aumentar el gasto, este disminuyera, el proceso sería el mismo pero en sentido negativo: disminuye el gasto – disminuye el ingreso – disminuye el consumo – disminuye el ingreso – disminuye el consumo… Es lo que ocurre con los ajustes, como los que le están imponiendo a Grecia y a otros países europeos. Sin embargo, la inversión no es independiente del ingreso nacional, como aparece en el esquema anterior, sino que el aumento del ingreso implica un incremento de la demanda global, por lo que los empresarios quieren aumentar su producción elevando el nivel de inversión, generando un movimiento circular 97 | P á g i n a

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acumulativo (aumenta el ingreso - aumenta la inversión – aumenta el ingreso – aumenta la inversión -…)similar al anterior entre consumo e ingreso, que se lo conoce como el principio del acelerador. Eso lo pensó Paul Samuelson, autor del más famoso de los manuales de economía de la posguerra (“Curso de economía moderna” con primera edición en 1948, que reemplazó al manual que se utilizara desde principios del siglo XX: “Principios de Economía” de Alfred Marshall); Samuelson habló del “supermultiplicador”, operando simultáneamente el multiplicador keynesiano con el acelerador:

Como se ve, el efecto amplificador de un gasto autónomo es muchísimo mayor, tanto si aumenta como si disminuye. En el primer caso implica crecimiento económico; en el segundo menos inversiones y desocupación. Esto explica el efecto positivo que tuvo para toda la economía argentina el gasto permanente que significó la implementación de la Asignación Universal por Hijo o, en el otro extremo, las consecuencias que trae aparejado los ajustes que se están exigiendo actualmente a los países europeos endeudados y la virulencia de las protestas populares contra el mismo.

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2.17 – Minsky, el más famoso de los economistas desconocidos Con estas palabras, “como el más famoso de los economistas desconocidos”, definió un periodista norteamericano especializado en economía a Hyman Minsky, nacido en Chicago en 1919 y fallecido en 1996. En realidad, ha sido injustamente relegado y, por lo tanto, es relativamente desconocido. Pero en los años recientes se ha despertado un súbito y merecido interés por leer y discutir sus trabajos, en lo que es una especie de “revancha post mortem” frente a los ideólogos del neoliberalismo que lo condenaron al ostracismo intelectual. Nació y estudió en el centro del neoliberalismo, reconocido por ser la cuna de los llamados “Chicago boys”, pero siempre rechazó como una ilusión la supuesta estabilidad capitalista. Tempranamente (1974) escribió que “una constante fundamental de nuestra economía es que el sistema financiero oscila entre la robustez y la fragilidad y esa oscilación es parte integrante del procesos que genera los ciclos económicos”. En los años ‟80, cuando estaban de moda las teorías de los “mercados eficientes”, se opuso a la liberación económica y a la desregulación; defendió la intervención de un estado fuerte que controlara la economía, lo que le significó el enfrentamiento con los intereses de Wall Street y con el discurso de los “popes” del pensamiento único. Inclusive von Hayek y Friedman lo ridiculizaron y mientras estos recibían el premio Nobel, Minsky era relegado al olvido. Coincidía con Kalecki al sostener que “la inestabilidad es una imperfección inherente al capitalismo de la que este no puede 99 | P á g i n a

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escapar”. Pero mientras el polaco centraba la explicación de la inestabilidad en la inversión productiva, especialmente debido al lapso que media entre las decisiones de inversión y la maduración de las mismas, para Minsky la inestabilidad está en el sistema financiero: en buenos tiempos los inversores asumen riesgos, hasta asumen demasiados. La prosperidad está acompañada de una euforia especulativa. En un momento, la liquidez que generan sus activos no alcanza para pagar las deudas contraídas y tienen que vender, con lo que comienza una espiral de baja de los precios en los distintos mercados. La diferencia entre ambos está básicamente dada por el momento en que escribieron: el primero al finalizar la segunda guerra, cuando los países centrales vivieron el auge del capitalismo industrial y productivo; el segundo, cuando comenzó la globalización y la especulación financiera suplantó a la inversión productiva como principal actividad. Minsky clasificó a las empresas en tres grupos: 1- la “cubierta”, cuyo grado de endeudamiento no afecta su normal desenvolvimiento y puede pagar sin problemas las cuotas de capital e interés de sus deudas; 2- la “especulativa”, cuyo flujo de caja permite pagar los intereses pero no podría afrontar la devolución del capital: necesita permanentemente refinanciaciones; y 3- la “Ponzi”, cuyo flujo normal de caja no alcanza a cubrir los intereses de la deuda, por lo que requieren una financiación cada vez mayor. Escribió, muchos años antes de la presente crisis, que el capitalismo actual pasa necesariamente por las siguientes fases: 1Aparece una perturbación en un sector de la economía, como puede ser una baja de la tasa de interés, un conflicto político en países productores importantes de un insumo crítico, como el petróleo, etc. 2Los precios del sector empiezan a subir, al principio en forma casi imperceptible.

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3Hay crédito fácil; grupos ajenos al sector, “forasteros”, entran al mercado atraídos por los aumentos de precio. 4Se recalienta el mercado: los precios suben aceleradamente y hay escaseces; las ganancias fáciles atraen a mucha gente (comprar para vender y hacer la diferencia). El mercado se llena de “bobos” que serán las principales víctimas de la próxima crisis. 5Euforia. Hay analistas que aseguran que la prosperidad continuará por mucho tiempo y los medios de comunicación lo divulgan; inclusive todos conocen las historias de personas que se enriquecieron en muy corto plazo. 6Los expertos en el mercado tienden a realizar los beneficios y a retirarse del mismo. 7Se hace público ese retiro y se produce el estallido: la euforia es reemplazada por el miedo. Todo el mundo quiere “irse” y los precios caen porque no encuentran compradores. Esta anticipación hizo que ahora, ante la crisis mundial, el periodismo especializado volviera a analizar y comentar sus escritos; inclusive se ha popularizado el concepto de “momento Minsky”, que ocurre cuando los inversores sobre-endeudados se ven obligados a vender sus inversiones, inclusive las sólidas, para poder pagar sus obligaciones: se producen grandes pérdidas en todos los mercados, cada vez más deudores no pueden cumplir con sus obligaciones y los bancos centrales deben prestar mucho dinero para apuntalar los bancos y evitar el efecto “dominó” en todo el sistema económico. Una de las propuestas más originales y poco conocidas de Minsky fue la convertir al estado en “empleador en última instancia”. Implicaría emplear a toda persona que lo pidiese, abonando el sueldo mínimo, pero como trabajo y no como subsidio. Las tareas a desarrollar serían la limpieza de calles, construcción de viviendas, atención de niños, etc. Se crearía así una 101 | P á g i n a

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red social de seguridad para evitar que los salarios bajen y eliminar al trabajo irregular. Buscaba terminar con la peor lacra del capitalismo contemporáneo: la desocupación. No buscaba la implementación del socialismo, como más de una vez lo acusaron, sino –lo mismo que Keynes- procuraba que “el capitalismo funcione mejor”.

Hyman Minsky

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2.18 – Para luchar contra la desocupación En La nota anterior hablamos del economista norteamericano Hyman Minsky y, al final de la nota, como al pasar, mencionamos su propuesta de convertir al estado como contratista en última instancia de la mano de obra, como forma de combatir a la desocupación. Creo que puede resultar interesante profundizar este tema. No se si Minsky es el creador del concepto de “capitalismo con rostro humano”, pero es una expresión que utilizaba a menudo en sus conferencias y, evidentemente, es el objetivo de la política económica que tenía en mente. Como buen keynesiano, quería un estado grande y fuerte, que con su intervención garantizara la buena marcha de la economía. En este marco está su propuesta tendiente combatir uno de los principales males del capitalismo, la desocupación. La idea es muy simple y la desarrolló en un artículo de 1986. Había que crear una demanda de mano de obra permanente, de forma tal que todo aquel que desee trabajar con salario mínimo obtiene empleo inmediatamente, sin depender de las expectativas de ganancias presentes o futuras, como ocurre con la empresa privada. El único que puede hacer esto es el gobierno. Proponía que todos los fondos que se gastan en subsidios para el desempleo y fomento directo o indirecto del empleo, gasto grande y de dudosa eficiencia, fueran unificados para implementar el CUI (Contratista en Última Instancia), generando auténtico trabajo, público o social, acompañado de formación de la mano de obra.

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La propuesta encaja dentro de la misma línea que la de Keynes (1936) cuando sostenía que, cuando hay desocupación, sería bueno que se contratara a la mitad de los desocupados para que hagan pozos durante todo el día y a la otra mitad para que los tape durante la noche (con lo que justifica el gasto improductivo para salir de la crisis, como es el gasto militar, por ejemplo) o la de Kalecki (1944), que defendía el gasto estatal para subvencionar el consumo privado como una de las vías para lograr el pleno empleo. La de Minsky parece más racional. El objetivo del CUI no es solamente paliar las consecuencias humanas y sociales de la desocupación sino que, además, es una forma de combatir el trabajo informal y la sobreexplotación laboral (ya que siempre el trabajador tendría la opción de trabajar para el estado), actuaría como un piso para las remuneraciones en la empresa privada y, fundamentalmente, se trata de un gasto que – por la situación de los beneficiarios- iría íntegramente al consumo, actuando como un intensificador de toda la actividad productiva. ¿Cómo se financiaría el CUI? Minsky no se detiene mucho en el tema, pero considera que puede ser mediante un aumento de los impuestos (a los altos ingresos personales o a la riqueza), mediante la emisión de bonos internos o, en última instancia, con déficit presupuestario estatal que, sostiene, no es necesariamente perjudicial. Según Keynes (y Minsky), lo que realmente importa es el equilibrio fiscal a largo plazo y no el coyuntural o de corto plazo, que puede ser superavitario o deficitario. La primera de las críticas que recibió este proyecto es la posibilidad que de lugar a una inflación salarial. Según los economistas norteamericanos Mosler y Wray, que estudiaron independientemente uno de otro su posible implementación, este peligro no existe; para el primero, “al fijar los salarios pagados bajo este programa de CUI en un nivel que no desestabilice los mercados de trabajo existentes –esto es, en un nivel cerca del nivel 104 | P á g i n a

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mínimo prevaleciente- se puede esperar una considerable estabilidad de los precios”; para el segundo, podría darse un aumento de precios, pero “este salto único –no importa lo grande que sea- no es inflación ni, mucho menos, inflación acelerada”. Más delicado es el problema de su posible incidencia en los déficits fiscal y externo. A Minsky el problema no le preocupó demasiado, posiblemente porque, como norteamericano, pensaba en su país y para este, en su carácter de emisor de moneda mundial, el problema es relativo. Creo que si Minsky viviera hoy pensaría que frente a los enormes déficits paralelos generados para salvar al sistema financiero y dar utilidades al complejo industrialmilitar, aumentarlos un poquito para mejorar la situación de la población, sería bueno; pero es una suposición que no puedo probar.

En los demás países la respuesta no es tan simple: como el CUI tiene un efecto multiplicador sobre toda la economía, aumentarán 105 | P á g i n a

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los recursos impositivos y, a medida que disminuya la desocupación bajará también el gasto por ese concepto, por lo que no es fácil estimar el impacto final en el déficit fiscal. Por otro lado, su implementación (al aumentar el producto y las importaciones) puede crear o incrementar el déficit externo, en particular si se trata de países importadores de alimentos. El economista mexicano Julio López Gallardo, en un libro reciente (“La Economía de Michal Kalecki y el Capitalismo Actual”), desarrolló un modelo simple para ver su efecto sobre ambos déficits (fiscal y externo), pensando en su país; su conclusión es que “se puede inferir que no existe garantía alguna de que los precios sólo mostrarán un salto de única vez y que no se generará un proceso inflacionario si se implementa el plan del CUI. No se puede negar que es posible alcanzar la estabilidad de los precios – mediante una disminución del tipo de cambio real… o mediante otras opciones-, pero la inflación aparece como una posibilidad real”. Es un tema muy delicado, en el que hay que evitar las generalizaciones y estudiar cada realidad en forma detenida, con un análisis de sintonía fina. Pero merece la pena hacerlo, ya que la de Minsky es la única propuesta seria, al menos que yo conozca, para hacer efectivo, para todos, el derecho constitucional al trabajo.

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2.19 – Las leyes de Nicholas Kaldor La productividad de un sector se define con el cociente entre el producto total y la cantidad de trabajo insumido, este último medido en horas. En 1949, recién finalizada la segunda guerra, un economista holandés –Verdoorn- se dedicó a estudiar la reconstrucción industrial de su país y verificó que la tasa de crecimiento de la ocupación industrial era aproximadamente la mitad que la tasa de incremento de la producción industrial. Por ejemplo, si la ocupación manufacturera venía creciendo al 4% anual, la producción lo hacía al 8%. El cociente entre ambos porcentajes (que en nuestro ejemplo da 0,5) técnicamente se lo denomina elasticidad empleo-producción. Luego este economista pasó a estudiar otros casos en diversos países y encontró la repetición del mismo fenómeno, con resultados que variaban entre 0,41 y 0,57, con un valor medio aproximado a 0,45. Estas cifras indican que el crecimiento industrial estaba acompañado por un importante aumento de la productividad o, desde otro punto de vista, significa que la industria presentaba rendimientos crecientes a escala: al aumentar la ocupación industrial el aumento de la producción es más que proporcional. Verdoorn siempre dudó que esos resultados se pudieran generalizar. Pero en 1966 Nicholas Kaldor, un importante economista británico (aunque nacido en Budapest pero nacionalizado y educado en Inglaterra), rescató el trabajo del primero y lo formalizó en lo que se conoce como leyes de Kaldor.

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En realidad, el tema se discute desde hace muchos años. En 1776 Adam Smith dio un famoso ejemplo de la fabricación de alfileres, comparando la producción de un solo obrero haciendo todas las tareas que requiere su elaboración con lo que resulta de aplicar la división del trabajo dentro de un taller. Esa división del trabajo, y la especialización correspondiente, da como resultado un impresionante aumento de la productividad del trabajo. Luego, en 1928, Allin Young verificó la existencia de rendimientos crecientes a nivel macroeconómico aunque, coincidiendo con Adam Smith, cree que están condicionados por el tamaño del mercado. Lo que ocurre es que, al aumentar el nivel de la producción la fábrica puede aumentar la división y la especialización en el trabajo, la mecanización y el proceso de aprendizaje, incrementando la productividad del trabajador. Pero sus efectos no se limitan a los aspectos internos de la firma, sino que se extienden por fuera, en lo que se conoce como “economías externas”: el crecimiento industrial, por sus encadenamientos hacia atrás y hacia adelante, afecta positivamente a toda la economía, permitiendo la incorporación del progreso técnico, mientras crea la necesidad de mejor infraestructura, de formación de mano de obra y de educación en general, con un alto efecto multiplicador. El crecimiento industrial genera un proceso circular de causa-efecto que tiene carácter acumulativo; el cambio cuantitativo (cantidad producida) produce cambios cualitativos en toda la economía, que se traducen en un aumento de la productividad. Con sus observaciones, Kaldor formuló tres leyes que se pueden expresar, en forma sencilla, así: 1ª Ley: Cuanto más rápido crece la industria, más rápido crece la economía en general. 2ª Ley (que llamó de Verdoorn): A mayor crecimiento industrial, mayor crecimiento de la productividad del trabajo 108 | P á g i n a

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(aprovechamiento de las economías internas y externas y del progreso técnico). 3ª Ley: Cuanto más rápido sea la expansión del sector manufacturero, más rápido será la transferencia de trabajo desde otros sectores (como la agricultura) y mayor será la productividad general de toda la economía. Para Kaldor el progreso técnico y el desarrollo económico son un proceso circular y acumulativo. Para él, los países desarrollados alcanzaron ese estatus mediante la industrialización, mientras crecía la brecha entre esos países y los de la periferia: sin industrias manufactureras en expansión no hay desarrollo. Sería imposible un proceso de modernización y desarrollo basado exclusivamente en las actividades primarias; y mucho menos si se tratara de actividades de “enclave”, como la explotación petrolífera. En estos últimos ocho años el producto industrial argentino creció a tasas mayores que el producto total mientras que el aumento de la productividad general es evidente, con cifras relativas muy similares a las que encontraron en su momento Verdoorn y luego Kaldor. Nuestra experiencia podría presentarse como una prueba más del cumplimiento de sus leyes. Por esa razón molesta, cuando uno mira la historia de nuestro país en forma retrospectiva, la existencia de numerosos sectores que miraron negativamente a la industria naciente, llamándola despectivamente “flor de ceibo”; que fueron los mismos sectores que creyeron haber entrado en el primer mundo, primero con la dictadura y luego con Menem, porque crecía el sector servicios, en particular los financieros, mientras se producía la desindustrialización del país. Y que son los mismos sectores que hoy reclaman una “libertad de comercio”, retiro del estado de la economía y eliminación de las retenciones a la exportación, que terminaría con el actual proceso de reindustrialización y desarrollo.

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En resumen, Kaldor enseña que sin desarrollo industrial no hay desarrollo económico alguno.

Nicholas Kaldor

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3 - Hablemos de Economía Mundial

3.1 – Breve historia de la moneda Adam Smith creía que el cambio de mercancías era inherente a la naturaleza humana. No es así; han existido muchas sociedades cuyos productos del trabajo humano se distribuían sin necesidad de intercambio o mercado, como ocurrió en algunas civilizaciones precolombinas o en Europa feudal, en la alta edad media. Pero inclusive en esas sociedades existía la posibilidad de un intercambio con otros grupos sociales, en forma esporádica o permanente. El problema que se plantea en estos casos es como valorar relativamente dos productos diferentes a intercambiar; fíjense que si se trata de un universo de tres productos necesitamos conocer 3 relaciones de intercambio; si fueran 4 productos son las 6 relaciones y si fueran 5 se requieren 10 pares de valores; la cantidad de valores relativos crece mucho mas rápido que el número de productos factibles de cambio. Así, se puede verificar que la cantidad necesaria a conocer es igual al número de productos (n) multiplicado por ese número menos uno (n-1) y el resultado dividido por 2, de forma tal que si se trata de un total de 100 productos necesitamos conocer 100x99/2 igual a 4.950 relaciones de intercambio. Una enormidad. Por eso surgió la idea de tomar uno de los productos como unidad de medida del valor de todos, de forma tal que habiendo 100 productos distintos necesitamos saber solamente 99 valores. Este fue el nacimiento de la moneda en su primera función: la se 111 | P á g i n a

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servir como unidad de cuenta o de valor de todas las mercancías. El producto que se eligió dependió de cada pueblo y estaba relacionado con la actividad habitual del mismo; se utilizaron, por ejemplo, los granos de café en América Central o, en el caso de los primitivos habitantes de la zona romana que eran ganaderos, eligieron ese bien, el “pecus”, de donde hemos heredado en nuestro idioma –vía el latín- varias palabras referidas al dinero, como peculio o pecuniario. A la primera función, la de común denominador de valores, pronto se agregó otra, la de intermediario en el intercambio: el trueque, que se simboliza como M-M (mercadería contra mercadería), se desdobló en un cambio de mercadería por dinero y, luego, con el dinero, se obtenía el bien buscado, M-D-M, lo que facilitó enormemente a la actividad. El metal precioso, oro o plata, es el producto ideal para esta función: tiene poco peso en relación a su valor, es divisible sin alterar el mismo y no es perecedero, ya que se mantiene inalterable en el tiempo. Esta última cualidad permitió sumar una nueva función al dinero: la de depositario de valor, ya que es un medio que permite ser conservado para compras y pagos futuros. Para facilitar el comercio, los reyes decidieron acuñar discos que garantizaban una cierta cantidad de metal precioso. Nació así la moneda propiamente dicha, que de un lado tenía la imagen del rey que garantizaba el valor y en el anverso la cantidad de metal y el lugar de acuñación (la ceca); por esa razón a las dos faces de las monedas se denominan “cara” y “ceca”. Pero hecha la ley hecha la trampa: inmediatamente aparecieron quienes se dedicaban a limar prolijamente los bordes de las monedas, por lo que a esos discos se les agregó estrías que impidiera ese trabajo. Como tradición, muchísimas monedas lo mantienen en la actualidad. Otro fraude común, esta vez en manos del rey, fue poner menos metal precioso en la aleación (se llama “ley”) de la moneda 112 | P á g i n a

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que el indicado en la misma. Esto fue habitual en el siglo III y IV, durante la decadencia romana. Un emperador, Septimio Severo, famoso por este manejo le dijo a sus hijos en el lecho de muerte: “enriqueced a los soldados y podéis burlaros de los demás”, consejo seguido escrupulosamente por muchos gobiernos americanos en el siglo pasado. La incomodidad y el riesgo de transportar metal precioso llevaron a que se depositara el mismo en entidades especializadas y la gente se movilizaba con los recibos correspondientes. Fue el nacimiento de la moneda de papel, sin valor intrínseco en sí pero que valía por lo que representaba: el oro o plata depositada. Era un símbolo del metal. Al principio como excepción, pero luego cada vez con mayor asiduidad, por razones especiales se suspendió la convertibilidad del billete en metal y viceversa. En este caso el billete –que se denomina papel moneda- deja de ser el símbolo del valor metálico y circula exclusivamente por orden legal; mantiene su valor adquisitivo por la confianza del público en que va a seguir siendo aceptado por ese valor. En la actualidad, y en el mundo, ya no existe dinero de papel convertible en metal. En el plano internacional y hasta el siglo pasado rigió el patrón oro. Después de la segunda guerra se reunió una conferencia internacional (Bretton Woods) para ordenar el sistema monetario; Keynes propuso crear un Banco Internacional que efectuara las compensaciones originadas en el comercio mundial mediante una moneda de cuenta, el Bancor. Estados Unidos se opuso y, como prácticamente todo el oro estaba depositado en ese país, que también era el único país acreedor importante de las demás potencias, logró que el dólar se convirtiera en la moneda internacional. El dólar, a su vez, tenía una convertibilidad declarada con el oro.

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La masa de dólares emitidos y circulando en todo el mundo creció de tal forma que si los poseedores de los mismos hubieran reclamado su convertibilidad en oro, Estados Unidos no hubiera estado en condiciones de satisfacerlo y se hubiera declarado en “default”. Por eso, en 1971, declaró unilateralmente la inconvertibilidad del dólar. Durante los años ‟90 nuestro peso era convertible en dólares. Venía a ser una especie de símbolo del dólar. Pero, por su parte, el dólar era un símbolo de nada, por lo que –por carácter transitivoel peso también venía a ser símbolo de nada. ¡Vaya la novedad! podría exclamar un ahorrista argentino del año 2001, pero esa es otra historia. Volviendo a Estados Unidos, el dólar inconvertible siguió siendo la moneda internacional por excelencia. El hecho de ser un país emisor de una moneda aceptada por todo el mundo es un privilegio enorme. Es lo que le ha permitido tener dos déficits paralelos muy grandes, el fiscal y el externo, y seguir siendo la principal potencia mundial. Y duplicar su base monetaria a raíz de la crisis del año 2008 sin que el Fondo Monetario Internacional protestara.

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3.2 - ¿Qué es la inflación? La inflación es un alza generalizada de precios. No se trata de un mercado aislado, como puede ser la carne o, en invierno, los tomates u otra verdura, sino todos los precios en conjunto, aunque no necesariamente deben hacerlo al mismo ritmo. Reiteramos: aumento general de precios o, desde el otro punto de vista y que en la práctica es lo mismo, disminución del valor de la moneda. Este tema es recurrente en la conversación cotidiana de los ciudadanos, en la discusión política y, también, en la teoría económica, donde no hay un acuerdo definitivo sobre su naturaleza y sobre como combatirla. Inclusive durante épocas en que fue oficialmente declarada “muerta” continuó presente en la memoria colectiva como un espectro dispuesto a aparecer en cualquier momento. Y, desde hace un siglo, en el mundo, siempre reapareció. Algunos economistas la han visto como un fenómeno puramente monetario y su tratamiento lo limitan a ese aspecto; de ahí su nombre de “escuela monetarista”. Otros, como los estructuralistas, la ven como un proceso de desequilibrios sucesivos en la economía real. Lo cierto es que el proceso inflacionario genera mecanismos de defensa en los agentes económicos: los empresarios tienden a aumentar los precios cubriéndose de aumentos posteriores; los trabajadores piden aumento nominal en sus sueldos para tratar de mantener el ingreso real mientras que los receptores de intereses y rentas tratan de indexar los suyos. Es decir, la inflación agudiza la 115 | P á g i n a

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lucha de las clases sociales por la distribución del ingreso. Si no hay una fuerza externa al proceso económico (acuerdo en la sociedad civil o intervención del estado) que regule y controle esa distribución se corre el riesgo que la inercia del proceso lo vuelva acumulativo: a medida que aumenta la inflación, los incrementos de precios de bienes y factores se ajustan en forma creciente y a plazos cada vez menores, generado así una espiral inflacionaria que, en el caso extremo, puede convertirse en hiperinflación. De todas formas, como ha dicho el premio Nobel Tobin, “la inflación deja que esta lucha continúe y ciega, imparcial y apolíticamente reduce todos sus resultados. Hay métodos peores de resolver las rivalidades y los conflictos sociales entre los grupos”. El economista argentino Marcelo Diamand ha insistido en que inflación en economía es un concepto similar a fiebre en medicina. Está señalando a un síntoma y no a una enfermedad. Y así como no tendría sentido que un médico tratara de “curar la fiebre” sin preocuparse de las causas que la motivaran, en la teoría y política económica se debe partir del principio de que no hay un solo tipo de inflación sino que es preciso en cada caso identificar cuales son los factores que generan los desequilibrios de la economía real que la causan y, en función de ello, aplicar las medidas que correspondan. Si bien el problema inflacionario es del siglo XX, la historia ha registrado este tipo de fenómenos desde muy antiguo. Cuando existía una mercancía como unidad monetaria, por el ejemplo el oro, el valor intrínseco del bien-patrón garantizaba el valor de la moneda acuñada y, por lo tanto, la estabilidad del sistema. Sólo podría haber inflación si se presentara alguno de los siguientes casos: 1- Disminución de la cantidad del bien patrón incorporado en la moneda sin modificar el valor nominal (por ejemplo, incorporando menor peso en oro que el indicado). 116 | P á g i n a

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2- Disminución del valor del bien patrón. El primer caso se dio durante los siglos III y IV, en plena decadencia del imperio romano, convirtiéndose en la primera inflación documentada de la historia. Esa inflación se debió a que el gasto para el mantenimiento del imperio y sus enormes fronteras requerían cada vez más recursos y, para obtenerlos, se recurrió a la disminución de la ley de la moneda imperial (proporción del metal noble en la aleación). Como el envilecimiento de la moneda romana continuó, los precios aumentaban en consonancia y, aunque en el año 301 el emperador Diocleciano emitió “edicto de máximo”, penando con la muerte a quien aumentara los precios, estos, muy testarudos, continuaron creciendo. El segundo caso se dio en la Europa del siglo XVI. La causa fue el aumento en la cantidad de metal precioso proveniente de América (el circulante se quintuplicó en el viejo continente), primero por el saqueo de las civilizaciones precolombinas y luego por la explotación de las minas, principalmente del Alto Perú, con un costo de extracción mucho menor. El crecimiento de la cantidad de moneda a un ritmo muy superior que el de la oferta de los otros bienes y la disminución del valor intrínseco del metal generaron una inflación que se inició en Sevilla y se extendió a toda España y al resto de Europa. El rey español, preocupado por el nuevo fenómeno, reunió a los sabios de la corte y les exigió una explicación, así como las recomendaciones para terminar con el nuevo flagelo. Los sabios no tenían la menor idea del tema pero, fieles al principio de todo aquel que se cree que sabe, pusieron cara de piedra y le respondieron que el problema era importante y requería un análisis profundo. Y se reunieron a discutir. Como pasaba el tiempo, no aparecía una explicación y el rey se ponía nervioso, por unanimidad le informaron que la inflación era consecuencia de un

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complot organizado por la corte francesa para embromar a los españoles. Iniciaron así una tradición que continúa en pleno auge en el siglo XXI: la culpa de lo que nos pasa la tienen los extranjeros. A mi se me acaba el espacio que me dieron en el diario, por lo que la experiencia del siglo XX se quedó en el tintero (o, mejor dicho, en la memoria RAM de la computadora). Como el tema tiene importancia y actualidad, les propongo seguirla en la próxima nota. ¡No se la pierdan!

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3.3 – La inflación en los tiempos modernos Cuando el dinero consiste únicamente en monedas de metal acuñadas tiene un valor intrínseco, el del metal, por lo que está asegurada la estabilidad de los precios. Puede producirse una pérdida de su valor únicamente si disminuye el precio del metal o, si mediante el fraude, las monedas tienen menor cantidad de metal fino que el indicado. Por razones de seguridad, y también de comodidad, cuando el intercambio comercial se intensificó, se comenzó a depositar el metal en casas especializadas y los recibos otorgados cumplieron el papel del dinero. Con el tiempo los bancos emitieron billetes al portador, convertibles en metal contra su presentación, y luego los estados establecieron el monopolio legal y la exclusividad de su circulación en el territorio nacional. Es el nacimiento de la moneda de papel, que viene a ser una especie de símbolo del oro o plata por el que puede ser canjeado. De ahí su valor. Sin embargo, con la aparición de la moneda de papel, o dinero símbolo, se presenta un nuevo factor de inestabilidad: el riesgo de incobrabilidad, es decir, la posibilidad que se abandone, momentánea o definitivamente, la conversión con el bien-patrón. La expectativa social de que ese hecho pudiera ocurrir generaba desconfianza en esa moneda y, por lo tanto, pérdida de valor (o, lo que es lo mismo, inflación). Un caso paradigmático fue el de John Law, nombre asociado a la especulación y al negociado financiero. En 1716, inspirado por la creación del Banco de Inglaterra de 1694, obtuvo en Francia la 119 | P á g i n a

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autorización para crear el Banco General con posibilidad de emitir billetes convertibles en metal noble; también creó también la ”Compañía de Occidente”, emitiendo acciones de dudosa responsabilidad. En París se desató una ola especulativa, con continuos aumentos de precios y correlativa emisión de dinero del banco de Law, hasta que dos años después sus billetes llevaban la inscripción de “curso forzoso”. La inflación terminó con la experiencia. También nuestro país tuvo un episodio comparable con la proliferación bancaria posterior a 1887 y la sobreemisión monetaria que crearon las condiciones para nuestra primera gran crisis, la de 1890, cuando las bruscas subas del precio de oro reflejaban la depreciación del signo monetario, con la imposibilidad de pagar los vencimientos de la deuda externa con la Banca Baring y que culminó con el cierre de la Bolsa de Buenos Aires y, finalmente, con la renuncia del presidente Juarez Celman. Alejados de la corrupción especulativa, pero con efectos similares, ha ocurrido cuando se presentaron conmociones político institucionales, como la Revolución Francesa o la Guerra de Secesión norteamericana. La guerra de 1914-18 marca una divisoria de épocas en la historia de la moneda. Allí comienza el abandono paulatino pero definitivo del dinero-mercancía, para ser reemplazado por el dinero-crédito. En lugar del dinero que vale por el metal que representa –que se denomina moneda de papel- aparece el billete de curso legal forzoso, cuyo valor está dado por la confianza que en él deposita la sociedad civil: es el nacimiento del papel-moneda. Durante la primera guerra hubo una “suspensión provisoria” de la convertibilidad, situación que se generalizó a raíz de la crisis de los años ‟30 y con la segunda guerra mundial. Por ejemplo, la primera guerra mundial –con la convertibilidad suspendida- fue acompañada por una elevación generalizada de los

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precios internos: entre 1913 y 1918 en Estados Unidos crecieron el 112%, Inglaterra el 142%, Francia el 257% y en Italia el 264%. En los países vencedores, con la paz volvió la confianza y la estabilidad. En cambio, en muchos otros la crisis de la sociedad civil y del estado se agravó, produciéndose cambios políticos como la disolución del imperio Autro-Húngaro, el derrocamiento de monarquías, como la del Kaiser en Alemania, o revoluciones radicales como la de Rusia y Hungría. La inestabilidad política y la falta de confianza en las instituciones convirtieron el aumento de precios en hiperinflación. Así, en Alemania, que había tenido una inflación que para el período de la guerra podría ser considerada como normal (promedio anual del 20%), llegó en 1922 a una tasa anualizada del 4.000% que subió, para octubre del año siguiente, al 30.000%. Para la misma época hubo hiperinflación en Hungría y en la Unión Soviética donde, en plena guerra civil, la inflación llegó al 7.300% anual (1922). Después de la segunda guerra volvieron a presentarse casos de hiperinflación con tasas superiores al 1.000% anual. Ejemplos son Hungría (que en 1946 alcanzó la mayor conocida, con una tasa que, si se la anualizara llegaría a un dígito seguido de 26 ceros), Grecia (1943-44), China (1949), etc. Con el acuerdo de Bretton Woods de 1944 y la instauración del dólar como moneda patrón en los países centrales hubo un largo período de casi 30 años de estabilidad o inflación muy moderada (tasas entre el 0 y el 10%) consecuencia del aumento del ingreso generado por el estado de bienestar. En cambio en América Latina, en ese período y hasta 1990, en prácticamente todos los países hubo inflación con tasas que oscilaron entre el 10% y el 1.000% anual; la causa de este fenómeno estuvo en el crecimiento hacia adentro de estos países, sin un correlativo aumento de las exportaciones, lo que sumado a la carga de la deuda externa producía permanentes crisis de la Balanza de Pagos, seguidas de 121 | P á g i n a

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devaluación, aumento de precios y disminución de la actividad, en un continuo “arranque y pare” de la economía. Inclusive hubo episodios de hiperinflación en Bolivia (1985 con el 8.200% anual), Nicaragua (1987 con el 1200%) y nuestro país en diversas oportunidades (por ejemplo en 1975 y 1989). En los años 1970 se produjo la crisis del petróleo y en los países desarrollados apareció un nuevo tipo de inflación, acompañado de desocupación y estancamiento económico, lo que fue bautizado con un neologismo que reúne ambos términos: “estanflación”. Como vemos, no hay un solo tipo de inflación ni se puede tratar todos los casos igual.

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3.4 – Bodino, Hume y la teoría cuantitativa de la moneda El tema preocupante de la Europa occidental durante el siglo XVI fue el aumento permanente de los precios, que hoy sabemos que fue consecuencia del oro y plata que llegaba a raudales de América; la inflación comenzó en Sevilla y se extendió primero por España y luego por los demás países. La primera explicación racional, y una de las primeras elaboraciones de la teoría económica, se la debemos a un francés, Juan Bodino (1529-1596), cuyo trabajo fue publicado en 1568. Siglos después en Salamanca se encontraron documentos que parecen indicar que un español, Martín de Azpilcueta, se adelantó en el descubrimiento, pero esto no le quita méritos al francés. Bodino escribió sobre filosofía de la historia y del estado, además de dar la primera versión de la teoría cuantitativa de la moneda: los precios varían proporcionalmente a la cantidad de dinero circulante. David Hume (1711-1776), el destacado filósofo empirista inglés, dio una exposición más completa y la asoció a la balanza de pagos del país: si en un país las exportaciones superan a las importaciones (balanza comercial positiva) va a entrar oro por lo que el aumento del dinero disponible va a hacer aumentar los precios y, a largo plazo, se van a perder las ventajas comerciales que favorecían a sus exportaciones y se va a tender al equilibrio de la balanza comercial. Estas ideas fueron tomadas como base por la escuela clásica y, en especial, por David Ricardo en su teoría del comercio internacional y los ajustes automáticos. Pero más interesante aún, Hume sostuvo que a corto plazo el ingreso de oro 123 | P á g i n a

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iba a favorecer la producción local; es decir, además del ajuste mediante el aumento de los precios, iba a haber también un ajuste por el lado de las cantidades producidas: es lo que desarrolló Keynes con su concepción de la política monetaria casi dos siglos después. Es para reflexionar que el filósofo Hume se adelantara tantos años a ideas centrales de Ricardo y de Keynes, dos de los economistas más influyentes de la historia de la economía. Volviendo a la teoría cuantitativa de la moneda, esta parte de una idea muy simple: cuando alguien compra determinada cantidad de un bien, por ejemplo dos resmas de papel, expresado en pesos está comprando dos multiplicados por el precio unitario de la resma; como contrapartida, entrega al vendedor la misma cifra en dinero. Lo podemos representar así: cantidad de dinero “M” = cantidad de mercaderías “T” por el precio unitario “P”. Es decir, M = P x T. Con el mismo criterio, podemos sumar todas las ventas realizadas durante un determinado lapso (por ejemplo, un mes o un año). Pero del lado del dinero hay una complicación: el que recibe un billete porque vende, lo utiliza después para comprar; es decir, cada billete circula más de una vez. Si llamamos “V” a las veces promedio que cada unidad monetaria pasa de mano (velocidad de circulación), nuestra igualdad quedaría así: MxV=PxT Donde M es el total de dinero existente, V la velocidad de circulación promedio del dinero, y P x T, que es la suma de todas las operaciones realizadas en el lapso considerado, y que podemos interpretar así: “P” precio unitario promedio ponderado y “T” cantidad de de todos los bienes transados. La fórmula, por la forma en que se construyó, más que una igualdad es una identidad, ya que se cumple siempre. De todas

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formas es útil para mostrar distintos aspectos del fenómeno inflacionario: 1La ortodoxia económica parte del supuesto que en equilibrio hay ocupación plena de todos los factores de la producción, por lo que la cantidad producida de bienes “T” no puede aumentar, es un valor dado. Por otro lado, la velocidad de circulación del dinero “V” depende de aspectos institucionales, como la periodicidad en abonar los salarios (por quincena o por mes, por ejemplo), por lo que también la debemos considerar como un valor dado. Si observamos la fórmula, nos quedan sólo dos variables operativas: los precios “P” y la cantidad de moneda “M”: los aumentos de “M” producen aumentos de P, es decir, inflación. Conclusión: la inflación es un fenómeno puramente monetario. Si hay inflación es porque el estado emite dinero en exceso. 2Si observamos nuevamente la fórmula de la teoría cuantitativa y mantenemos el supuesto de “V” como valor dado, una economía en crecimiento implica aumentos permanentes de “T”; para que no haya iliquidez, “M” debe aumentar a la misma tasa de la que crece la producción “T”. Esta regla fue enunciada por Milton Friedman, el más famoso de los monetaristas y cabeza de la Escuela de Chicago, premio Nobel de 1976. 3Para Keynes lo normal en el capitalismo no es la ocupación plena sino la existencia de capital y trabajo desocupados. Los aumentos de M, entonces, van a producir aumentos en el resultado de la multiplicación P x T, pero en cualquiera de los dos factores: si hay desocupación, en un principio va a aumentar más la cantidad producida que los precios hasta que se acerquen a la ocupación plena y, entonces sí, los aumentos serán sólo por el lado de los precios. Es la posibilidad de la política monetaria activa para combatir a la desocupación.

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4Cuando la inflación crece la gente trata de desprenderse del dinero; busca comprar rápido para ganarle a la suba de los precios; esta conducta está muy fresca en la memoria colectiva de nuestro pueblo. Como todos hacen lo mismo; consumidores, comerciantes, industriales, aumenta cada vez más la velocidad de circulación “V”, lo que implica aumentos sucesivos en “P” y generando un círculo vicioso: aumentan los precios, aumenta la velocidad de circulación del dinero, aumentas los precios… es la espiral hiperinflacionaria. En conclusión, la fórmula de la teoría cuantitativa no explica nada (es una tautología, dicen los lógicos, porque siempre es verdadera) pero es muy útil como herramienta para la exposición del tema.

David Hume

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3.5 – El efecto Ponzi Carlo Ponzi fue un inmigrante italiano que llegó a Estados Unidos a fines de la segunda década del siglo XX, como prácticamente todos los inmigrantes, sin un dólar en el bolsillo. Convenció a un grupo de conocidos que tenía información europea y contactos como para hacer mucho dinero en la bolsa, por lo que le confiaron una pequeña suma a la que prometió pagar 50% de interés en 45 días. Como cumplió, la mayoría le dejó el dinero mientras que la noticia se divulgó y cada vez había más interesados en confiarle los ahorros. A los pocos meses la gente hacía cola para que Ponzi le aceptara sus depósitos. Se supo casos de venta de viviendas o de de hipoteca para entrar en esa especulación. Según se investigó, en febrero de 1920 manejaba 5.000 dólares, en marzo 30.000, en mayo 420.000 y en julio ya eran millones. En esos meses vivió a todo lujo, inclusive trajo a su madre desde Italia en primera clase de un buque lujoso y llegó a controlar un pequeño banco, el Hanover Trust Bank of Boston, que le dio apariencias de respetabilidad. En agosto la bola financiera era tan grande que el gobierno intervino y lo declaró en bancarrota. Se calcula unos 40.000 damnificados por unos 15 millones de dólares (de aquel tiempo, de mucho mayor valor que los devaluados dólares actuales). El sistema de Ponzi es muy simple. Se trata de un sistema piramidal que funciona perfectamente mientras la base se expande: nuevos depositantes entregan el dinero con el que se les paga la 127 | P á g i n a

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supuesta ganancia y devuelve el capital a los anteriores. Generalmente, al cobrar, la gente deja la plata en depósito para seguir logrando ganancias altas y fáciles, facilitando la supervivencia del sistema, pero si lo retira no importa: se convierten en propagandistas que traerán nuevos “clientes”. Hasta que los nuevos depositantes no aparecen, empiezan las dudas y el sistema se cae. En realidad, Ponzi no fue el primero en aplicar este sistema sino el más espectacular y famoso, por lo que le dio el nombre. Tampoco fue el último: hay miles de casos en todo el mundo. En los últimos años hubo en nuestro país dos casos importantes. El más conocido es el Boston Continental de Corrientes, que no tenía autorización para actuar financieramente pero que, como pagaba intereses del 30%, le sobraban depositantes. Cuando se corto la cadena quedaron unos 7.000 damnificados, de los cuales hicieron la denuncia solamente 4.500, ya que varios (y por sumas importantes) omitieron realizarla porque no podían justificar el origen de los fondos. Los directivos del “Boston Continental” fueron detenidos. Otro caso similar es el de Curatola y Asociados, que se iniciaron en 1998 pero se expandieron a partir del año 2000, ofreciendo realizar depósitos (a partir de 10.000 dólares) por cuenta de ahorrista argentinos en las Islas Vírgenes Británicas. Su clientela se extendió en el centro-sur de la Provincia de Buenos Aires (Mar del Plata, Tandil, Tres Arroyos), hasta que en el año 2005 empezaron a tener problemas financieros. Según la información periodística hay damnificados por 33 millones de dólares y, también en este caso, hay detenidos. Pero el rey del efecto Ponzi es Bernard Madoff quien, según su propia confesión del año 2008, “hizo humo” unos 50.000 millones de dólares. 128 | P á g i n a

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Con una, en su momento, prestigiosa empresa de corretaje de acciones (compra y venta de títulos), denominada “Bernard Madoff Investment Securities” llegó a ser presidente de la Nasdaq, la más grande de las bolsas de valores electrónicos de Estados Unidos, que maneja la cotización de unas 3.200 compañías. Con la pantalla de esa empresa, en realidad Madoff manejaba fondos confidenciales de todo el mundo, asegurando una rentabilidad del 10%. Durante muchos años creció su fortuna y su fama de financista, impulsando una enorme bola de nieve con fondos de inversión crecientes, hasta que la crisis financiera reciente puso en descubierto la trama secreta de su éxito. Durante un tiempo la prensa divulgó los nombres, reales o supuestos, de los damnificados, donde se incluyó a grandes fortunas y a los principales bancos mundiales. Lo real es que no parece haber habido demasiado interés en investigar y divulgar los nombres de los implicados, ya que en marzo de 2009 Madoff se declaró único responsable y fue condenado a un total de 150 años de cárcel. Los imitadores de Ponzi y de Madoff no se han terminado. Cuando alguien haga milagros financieros y garantice ganancias rápidas, desconfíe. Y si quiere, créale. Pero eso sí, no le confíe su dinero.

Carlo Ponzi 129 | P á g i n a

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Bernard Madoff

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3.6 – La política económica y la crisis de los años ´30 A partir de 1928 la expansión económica de Estados Unidos se intensificó, lo que se reflejó en la bolsa con una creciente valorización de las acciones y con rápidas ganancias bursátiles que, o bien se reinvertían en papeles o se volcaron al mercado inmobiliario, cuyos valores crecían a buen ritmo. Las ganancias fáciles provocaron que fondos de todas las ramas de la actividad económica se volcaran a la especulación financiera e, inclusive, se creó una corriente de recursos que provenían del exterior, especialmente de Europa. Era cada vez más fácil obtener créditos en base a la garantía que representaban las mismas acciones compradas que, en breve lapso, se vendían con buena ganancia, para volver a reinvertir en otras acciones, en una “cadena de la felicidad” que no parecía tener fin. Este criterio lo compartió hasta el presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, que en diciembre de 1928 resaltó la ilimitada expansión de la economía en el futuro.

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La burbuja financiera reventó el llamado “jueves negro” de octubre de 1929. En una semana los valores bursátiles cayeron catastróficamente, haciendo desaparecer enormes fortunas que solo existían en los papeles, pero de cuya realidad nadie dudaba. Se cortó la cadena de pagos y se generalizó la imposibilidad de cumplir con las obligaciones contraídas, empezando por los financistas más arriesgados y para continuar con bancos y empresas. Hubo una ola de suicidios, de quiebras y de trabajadores sin ocupación, en una época en que no existía la protección social. La crisis se extendió rápidamente por todo el mundo, con un panorama de miseria y desnutrición que apenas era amenguado por las “ollas populares” y la caridad pública. En los primeros años de la década de los ‟30 el promedio de quiebras mensuales fue de 2.652 en Estados Unidos y 1.684 en Italia, países que encabezaban la lista; a mediados de la década los desocupados en el mundo superaban los 30 millones: casi once millones en Estados Unidos mientras que en Alemania y el Reino Unidos superaban los dos millones. La teoría económica ortodoxa no tenía respuestas; basada en la “ley de Say”, que la oferta crea su propia demanda, no podía explicar lo que pasaba; a lo sumo hubo quienes pidieron que se disminuyeran los sueldos para combatir la desocupación, lo que hubiera empeorado la situación. Hubo que esperar hasta 1936 para que Keynes (y un poco antes Kalecki) diera una explicación del fenómeno y, por lo tanto, fundamentaran una política económica adecuada. Pero los gobiernos no podían esperar tanto tiempo, con una situación social y política catastrófica. A primera vista parecía que se asistía a un fenómeno de sobreproducción: las empresas veían crecer sus stocks no deseados y no se conseguían compradores, ni en el mercado interno ni en la exportación. La primera medida empírica fue, entonces, eliminar stocks. En Estados Unidos el 132 | P á g i n a

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gobierno llegó a comprar 700.000 cabezas de ganado semanalmente que eran destruidos, lo mismo que hacía Brasil con el café o en Argentina, donde se quemó trigo y el vino se tiró a las acequias de Mendoza. Nuestros gobiernos conservadores crearon las Juntas Reguladoras que controlaban y evitaban el crecimiento de la producción. La irracionalidad del sistema era evidente: había hambre y miseria y el alimento se destruía o el gobierno impedía que se produjera, mientras que la crisis continuaba. Los gobiernos optaron entonces por la obra pública: construcción de caminos, puentes y edificios. El estado ocupaba la mano de obra para generar la demanda que pusiera en marcha a la economía privada. “Los trabajos públicos distribuyen el poder de compra entre un gran número de trabajadores, desarrollan la demanda general de bienes y contribuyen así a la reabsorción de los desocupados por la industria privada”, decía el gobierno argentino de entonces (presidente el conservador Gral. Agustín P. Justo), al poner en marcha un plan de recuperación económica. Eran keynesianos antes que Keynes publicara su obra. Pero también la obra pública tiene sus límites y los contribuyentes empezaban a protestar por el uso que se le da a sus impuestos. Mientras tanto la crisis continuaba.

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Keynes sostenía que si la demanda efectiva era insuficiente se requería un gasto estatal que –vía el multiplicador- la reemplazara; pero si ese gasto disminuía, el multiplicador volvería a actuar, pero esta vez en forma negativa. Llegó a decir que lo importante era el gasto, más que la calidad del mismo: antes que no hacer nada, era preferible contratar a la mitad de todos los desocupados para que cavaran pozos durante el día, y a la otra mitad para que, durante la noche, los tapara. Los gobiernos entendieron el mensaje y encontraron una forma tan inútil de gastar como el hacer pozos para taparlos: la fabricación de armamentos. En todos los países la carrera armamentista complementó al principio y luego suplantó al gasto en obra pública, ya que tienen la ventaja de que no tienen límite: basta con convencer a la opinión pública de que existe un enemigo (real o imaginario, no importa) de quien es necesario defenderse y armarse para destruir. El inconveniente es que la acumulación de armamentos puede ser una tentación y que algunos pretendan usarlos para demostrar su superioridad. Es lo que ocurrió en 1939, con la segunda guerra mundial. Como síntesis se puede sostener que la principal causa de esa guerra fue la crisis de 1930. Hoy, en pleno siglo XXI, apenas saliendo de la última crisis, en las grandes potencias –en particular en Estados Unidos- el gasto en armamento sigue siendo el principal impulsor de la economía. Esperamos que hayan aprendido la lección de los años „30 y que – en nombre de la supervivencia de la humanidad- no intenten repetir esa historia.

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3.7 – La curva de Phillips En la teoría neoclásica del mercado laboral (en el que los trabajadores venden a las empresas su fuerza de trabajo) hay equilibrio con ocupación plena, excepto el caso en que el salario monetario sea excesivamente alto; en este caso –dice la ortodoxia económica- si el salario bajara la ocupación aumentaría (¿Se acuerdan cuando López Murphy propuso bajar los salarios para combatir la desocupación?).

Alban William Phillips (1914-1975) se decidió a verificar estadísticamente esa relación entre tasa de variación de los salarios 135 | P á g i n a

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y la tasa de desocupación en base a las estadísticas disponibles en Inglaterra para el período 1861-1957, cuyos resultados publicó en una revista especializada en 1958: la relación encontrada mostraba que a altas tasas de crecimiento salarial correspondía baja desocupación y, a la inversa, alta desocupación con tasas muy bajas o negativas en la variación salarial. En 1960 Paul Samuelson y Robert Solow lo aplicaron a Estados Unidos (período 1900-1960) y verificaron que también allí se cumplía la misma relación, que denominaron “Curva de Phillips” en homenaje a su creador. Como las tasas de variación de precios y salarios son similares, rápidamente se cambio de variable y se estableció la relación entre cambio de los precios (inflación) y tasa de desocupación, que es como se conoce actualmente a la Curva de Phillips. El prestigio internacional de Samuelson y Solow la volvieron famosa; luego se supo que mucho antes, en junio de 1926, Irving Fisher había publicado esa relación estadística entre variación de precios y tasa de desocupación en una revista internacional del trabajo. Pero el nombre de “Curva de Phillips” ya estaba instalado y lo de Fischer quedó como un precedente, nada más. La Curva de Phillips, entonces, es decreciente hacia la derecha y muestra pares de valores (de inflación y desocupación) de forma tal que podemos pensar en un intercambio entre ambos o, si se quiere, un costo en términos de una variable para lograr una mejoría en la segunda: cuanto cuesta en desocupación bajar la inflación o, a la inversa, que tasa de inflación es necesaria para disminuir la desocupación. Esta ecuación funcionó perfectamente en el mundo occidental desde la segunda guerra mundial y hasta la década de los años ‟70. Por ejemplo, en Estados Unidos entre 1961 y 1969 el desempleo bajó del 6,7% al 3,5% con una inflación que creció del 1% al 5,4%. Hay estudios recientes que muestran como la Curva de Phillips funciona en la economía argentina actual.

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Las razones de este funcionamiento son las siguientes: cuando existe inflación de demanda, es decir, cuando la inflación se inicia por un aumento del ingreso disponible en mano del público, se origina una cadena de causas-efectos que, en forma muy esquemática, es la siguiente:

Es decir, un aumento de ingresos (por ejemplo la asignación universal por hijo que en nuestro país significó aumentar el ingreso mensual de los sectores de menores recursos en más de 700 millones de pesos mensuales) produce un aumento en la demanda de bienes; si hay desocupación de recursos (mano de obra y bienes de capital ociosos) la respuesta va a ser un aumento de la producción pero, a medida que disminuyen los recursos 137 | P á g i n a

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disponibles, va a estar acompañado de aumento de precios (si no hubiera forma de incrementar la producción, la única reacción estaría por el lado de los precios); el aumento de la producción implica aumento de la ocupación (y de las inversiones, que requieren un lapso para madurar); la mayor producción y ocupación se refleja en un aumento de las ganancias disponibles y, por el otro lado, los aumentos de precios con la mayor ocupación van a traer aparejado el aumento de los salarios; ambos, sumados, son aumentos del ingreso, lo que retroalimenta otro ciclo de mayor producción y ocupación y crecimiento de precios, y así sucesivamente. Obsérvese que, en una inflación de demanda, la ocupación y los precios se mueven en el mismo sentido (en el esquema ambos crecen). Esto es, aumenta la inflación y disminuye la desocupación, que es lo que dice la curva de Phillips. Milton Friedman en 1968 consideró que esa relación era válida sólo a corto plazo y que a largo plazo, cuando la sociedad se acostumbra a la inflación, no hay ningún intercambio con la desocupación. Posteriormente Lucas y Sargent (de la escuela de las expectativas racionales, encolumnados en el neoliberalismo) cuestionaron inclusive la existencia de la curva de Phillips. El ejemplo es que a partir de los años ‟70, con la estanflación, la inflación y la desocupación se movieron en el mismo sentido, pero esa es otra historia que vamos a tratar más adelante. Lo cierto es que, habiendo inflación de demanda, la curva de Phillips funciona, como sucede en nuestro país en nuestros días. A propósito, en estas condiciones de inflación de demanda, cuando algún político diga que va a combatir simultáneamente la inflación y la desocupación, o bien no entiende nada o, directamente, macanea.

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3.8 – Laffer y la bandera conservadora Arthur Laffer es un economista norteamericano que a fines de los años ‟70 desarrolló una idea que se convirtió en la bandera conservadora de las últimas décadas del siglo XX. La idea, que recibe el nombre de “curva de Laffer”, es la siguiente: el monto de los impuestos que recauda el estado depende, en forma directa, de la tasa impositiva que se aplica y del nivel del ingreso nacional. Es evidente que con una tasa impositiva de cero la recaudación impositiva es también cero, y que a medida que la tasa crece por encima de cero, va a aumentar el monto recaudado. También es evidente que a una tasa del cien por ciento nadie va a producir ni trabajar para que el estado se quede con absolutamente todo el ingreso, razón por la cual la recaudación fiscal también será cero. Si partimos de un mínimo de cero de recaudación (para una tasa igual a cero) y sabemos que a partir de ese punto, ante aumentos de la tasa, la recaudación es creciente, pero que termina en un punto en que vuelve a ser nula (tasa del 100%), quiere decir que hay un valor de la tasa para la cual la recaudación es máxima y que, a partir de ese momento, si la tasa sigue creciendo, la recaudación fiscal disminuirá. El argumento, desde el punto matemático y lógico es impecable. El problema es saber cual es el valor numérico de la tasa que vuelve máximo al ingreso fiscal. Laffer supuso que el bajo crecimiento de los Estados Unidos y el déficit permanente de las cuentas públicas se debía a que se había pasado el punto de máxima recaudación; que la solución, entonces, consistía en disminuir las altas tasas impositivas, con lo 139 | P á g i n a

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que aumentaría la actividad productiva y, con ella, la recaudación impositiva total. Lógicamente, recibió el aplauso y reconocimiento de los ricos y poderosos. Esa idea, junto con la disminución del gasto público para disminuir el déficit, fueron las banderas que llevaron a los conservadores, con Reagan a la cabeza, al gobierno a principios de los años ‟80. Se aprobó una reforma tributaria que redujo impuestos (por ejemplo, la tasa marginal del impuesto a las ganancias bajó del 70% al 50% para los muy grandes ingresos). El resultado fue la disminución (entre 1980 y 1984) del 9% en el ingreso tributario, pese a que el producto en ese lapso creció un 4%; en resumen, el déficit fiscal se disparó. Recién ahora, casi treinta años después, el Presidente Obama se anima a reconocer la situación, anunciando que se iban a dejar sin efecto las exenciones y reducciones impositivas: “No podemos darnos el lujo de tener un billón de dólares en reducciones impositivas para todos los millonarios y multimillonarios de nuestra sociedad. Y me niego a renovarlos nuevamente” (diarios del 14/4/11). A pesar de que la experiencia norteamericana mostraba que el punto crítico en la curva de Laffer estaba mucho más alto que las tasas impositivas vigentes, los académicos, periodistas, políticos y demás voceros conservadores siguieron batiendo el mismo parche hasta convertirlo en un lugar común del pensamiento neoliberal. Desde los años ‟90 los estados europeos imitaron a Estados Unidos en las rebajas fiscales sistemáticas y en cotizaciones sociales patronales, lo que agravó las desigualdades sociales y los déficits públicos. También llegó a la Argentina, con Menem, eliminando y disminuyendo impuestos y cargas sociales, como ocurrió con las contribuciones patronales. Veamos el ejemplo de Francia. Según consta en un informe parlamentario, la disminución de impuestos que beneficia a las ganancias empresarias y a los altos ingresos personales (aprobada entre 2000 y 2010) tuvo un costo, por menor recaudación, de 100 mil millones de euros anuales (590 mil millones de pesos o 144 mil 140 | P á g i n a

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millones de dólares), sin contar 30 mil millones (177 mil millones de pesos) por disminución de los aportes sociales (datos correspondientes al año 2010). El resultado de esta política fue el aumento del déficit público y, por lo tanto, del endeudamiento del estado. Una de las consecuencias que ha quedado oculta es de lo más interesante: los importes que las sociedades y las grandes fortunas personales dejaron de pagar por sus rentas lo utilizaron para comprar bonos del estado, emitidos para cubrir el déficit que ocasionaba la disminución de los impuestos; o sea que el estado se comprometía a devolver con intereses los montos que antes cobraba sin contrapartida en concepto de impuestos, al punto tal que en la actualidad el total del impuesto a las ganancias es aproximadamente igual al total de los servicios de la deuda pública francesa. Se creó así un mecanismo de redistribución al revés: de las clases populares que pagan sus impuestos hacia las clases acomodadas a través de la deuda pública. ¡Una “bicicleta” financiera increíble! ¡Una verdadera hazaña intelectual de los magos de las finanzas! Según el Manifiesto de economistas aterrados, publicado recientemente en Europa, se trata de “una proeza que resulta aún más brillante, puesto que de inmediato se consiguió hacer creer al público que la deuda pública era culpa de los funcionarios, de los jubilados y de los enfermos”, obligando al ajuste del estado, cuyo costo vuelven a pagar las clases populares.

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Recaudación impositiva

Tasa impositiva

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3.9 – La tasa Tobin al ataque James Tobin (1918-2002) fue un economista norteamericano, asesor presidencial, que recibió el Premio Nobel en 1981 por sus análisis de los mercados financieros y la relación de los mismos con la economía real. Precisamente en 1971, cuando Estados Unidos anunció el fin de la conversión del dólar en oro y en el mundo se instauró el sistema de cambio libre flotante, propuso la creación de una tasa internacional sobre todas las operaciones de cambio; su propuesta era una tasa muy baja, del 0,1%, para no afectar al comercio internacional ni a la inversión a largo plazo, pero si lo suficiente para disuadir las operaciones especulativas a muy corto plazo. No tuvo mayor eco, hasta que en 1997 Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, retomó la idea y creó una asociación, ATTAC (Asociación para la Tasación de las Transacciones y Ayuda al Ciudadano), cuya finalidad era luchar para la instauración mundial de la tasa Tobin para combatir la especulación y, con lo recaudado, luchar contra la pobreza mundial; se convirtió en una de las banderas de los movimientos “anti-globalización neoliberal”, cosa que Tobin no compartió; por el contrario, rechazó lo que consideraba un uso abusivo de su idea, pero no tuvo éxito y el nombre de tasa Tobin se impuso e, ironías de la vida, va a ser por ello que la historia va a recordar a este economista. Para tener una idea de lo que estamos hablando, es bueno recordar algunas cifras. El producto bruto mundial (es decir, el total de bienes y servicios producidos durante un año por todos los países de la tierra) suman, aproximadamente, 60 billones de dólares; las exportaciones mundiales 5 billones y el total de las 143 | P á g i n a

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reservas existentes en todos los bancos centrales suman 1,2 billones. Algunos autores han calculado que el total de transacciones financiera al cabo del año podrían ser de unos 100 billones, más que todo el producto y varios veces el total del comercio de bienes. La UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) ha estimado la posibilidad de recaudar con la tasa Tobin un total de 720 mil millones de dólares anuales; para tener una idea de la magnitud de esa cifra, basta compararla con el Producto Bruto Argentino, de unos 330 mil millones: representa más que el doble del total de bienes y servicios producidos en nuestro país durante un año. Pero la cifra parece exagerada; en un trabajo de ATTAC del 7 de mayo del corriente año, se hace una estimación más precisa, teniendo en cuenta las dificultades para instalarla, la evasión impositiva y el carácter disuasivo para la especulación financiera que tendría la tasa (hay que tener en cuenta que miles de millones de dólares se mueven diariamente especulando por pequeñas diferencias); estiman, con una tasa del 0,05% una recaudación de 100.000 millones de dólares anuales; duplicando la tasa (0,1%) este monto subiría a 166.000 millones y con una tasa del 0,25% a 290.000 millones. Lógicamente, la aplicación de la tasa, tal como pide ATTAC, debe ser a escala universal y hecha por un organismo internacional, con la recaudación destinada a combatir la pobreza extrema en todo el mundo. Para imaginarnos que se podría hacer con ese dinero se puede recurrir a un informe de las Naciones Unidas (UNCTAD, Informe sobre Desarrollo Humano, 1998). En el informe calculan que lograr la universalización de la enseñanza básica (nivel primario) requeriría 6.000 millones de dólares anuales; agua y saneamiento para todos 9.000 millones, salud reproductiva para todas las mujeres 12.000 millones y salud y nutrición básica para todos 13.000 millones. Suponiendo que por la devaluación del dólar y los encarecimientos producidos en estos 13 años, este presupuesto debería ajustarse subiéndolo una vez y media, el total de los programas enunciados 144 | P á g i n a

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requerirían fondos anuales por 100 mil millones de dólares, exactamente la cifra mínima prevista a recaudar por la tasa Tobin. Las cifras son suficientemente elocuentes para no abundar en comentarios. La profunda crisis económica desatada a partir del año 2008 por el exceso de especulación y la globalización financiera descontrolada ha puesto nuevamente sobre el tapete la necesidad de regular la circulación de capitales y la posibilidad de aplicar un impuesto internacional como propuso Tobin. En este sentido la Comisión de Economía del Congreso Español en marzo de este año aprobó por 21 a 16 una propuesta de Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya Verds, que contó con el apoyo del PSOE y de la izquierda en general, para proponer en el Consejo Europeo y en el G-20 la “creación de un impuesto que disuada los inversores financieros a realizar operaciones únicamente especulativas”, con una tasa del 0,05% (a pagar mitad por el comprador y mitad por el vendedor). Por otro lado, en la constitución del Banco del Sur se prevé –para darle independencia financiera de los grandes organismos internacionales de crédito- aplicar una tasa Tobin a todas las transacciones financieras de la región, fondos que el Banco se encargará de canalizar para el desarrollo social y económico de América del Sur. Claro está que los proyectos de aplicar la tasa Tobin han generado grandes resistencias; en primer lugar de los sectores financieros y de los centros de poder, así como de los teóricos y políticos de la derecha, que ven una amenaza a la libre circulación de los capitales y un ataque al funcionamiento del libre mercado. Pero también hubo críticas de la izquierda; por ejemplo, el destacado economista y exponente de la lucha contra la dependencia económica, Samir Amín, ha sostenido que “controlar la especulación es querer controlar los síntomas sin ocuparse de la enfermedad”. Creo que es cierto; lo óptimo sería terminar con toda especulación financiera, básicamente improductiva y 145 | P á g i n a

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parasitaria, pero es un problema de correlación de fuerzas: si no existe poder suficiente para eliminarla, por lo menos hay que empezar a controlarla y a gravarla impositivamente; dejar de hacerlo porque parece poco es renunciar desde el principio a seguir avanzando. Acá también se puede aplicar el refrán de “lo óptimo suele ser enemigo de lo bueno”.

James Tobin

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3.10 – Los Chicago Boys Friedrich Von Hayek (1899-1992) fue un verdadero cruzado de la causa liberal. Es más, puede ser considerado como el “padre del neoliberalismo” contemporáneo. Fue discípulo de von Mises, famoso en la década de los años ‟20 por la polémica desatada a raíz de un trabajo donde pretendía demostrar la imposibilidad del socialismo por falta de cálculo económico. Von Hayek se sumó a esa discusión al lado de su maestro, hasta que a comienzos de los años ‟30 emigró a Inglaterra donde se desempeñó como profesor de economía. De esa época es la popular polémica con Keynes sobre la intervención estatal, que este último defendía como forma de salir de la crisis, mientras que el austríaco sostenía que “el gobierno debe respetar el orden natural e intervenir lo menos posible”. La publicación en 1936 de la “Teoría General” y la aplicación en el mundo de políticas intervencionistas parecieron darle la razón definitiva a Keynes. Pero Von Hayek no se dio por vencido. En 1944 publicó su libro más famoso, “Caminos de servidumbre”, con críticas al socialismo y a la intervención estatal, que –según él- socavan la libertad, la democracia y llevan al autoritarismo. A partir de entonces continuó con la tarea de conformar centros de intelectuales liberales, financiados por empresas y fundaciones, destinados a divulgar sus ideas en un mundo hostil: después de la segunda guerra el socialismo, el estado de bienestar y la intervención del estado gozaban de la simpatía de las grandes mayorías. En total escribió 25 libros y un centenar de artículos, no sólo sobre economía, sino también sobre sociología y política, siempre defendiendo al dogma liberal. 147 | P á g i n a

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A partir de 1950 y hasta 1962 fue profesor de economía en Chicago, donde se formó el núcleo duro de economistas liberales. Cabe señalar que en 1974 von Hayek recibió el llamado premio Nobel de economía y que el Banco de Suecia, que lo otorga, tiene una clara predilección por la Escuela de Chicago: en los 41 años de existencia, en diez oportunidades lo entregó a economistas pertenecientes a la misma. Los economistas formados en Chicago, a partir de los años ‟70, “invadieron” a los pueblos latinoamericanos. Empezaron a machacar con un discurso uniforme hasta que se convirtió en hegemónico: el mercado es el mejor asignador de los recursos económicos, el estado es ineficiente y hay que llevarlo a la mínima expresión, hay que privatizar todo lo posible y defender hasta sus últimas consecuencias a la libertad, identificada con la libertad de empresas y de mercado, sin importar demasiado la verdadera Libertad. La mejor prueba de esto último es que, imposibilitados de imponer sus ideas en forma democrática, se asociaron a las minorías privilegiadas y mediante golpes de estado asumieron el control político de nuestros países, principalmente Chile, Argentina y Uruguay. Se los conoció bajo la denominación de “los Chicago boys”, definidos por el famoso economista norteamericano Paul Samuelson como “fascistas de mercado”, ya que propiciaron la aplicación de políticas autoritarias como medio de asegurar la pureza del mercado. “Los Chicago Boys. Ganaron su mote al protagonizar las políticas económicas de las dictaduras latinoamericanas, en especial en Argentina bajo Martínez de Hoz durante el gobierno militar, donde pudieron desarrollar sin límites su estilo propio. El huevo de la serpiente rindió su buena cría. Llegaron con la certidumbre de tener razón, en cualquier circunstancia y bajo cualquier condición; más que sesudos estudiosos, o simples pensadores, asistimos al desembarco de una secta. Un eslogan: la sociedad de mercado. Todo aquello que se oponga es poco digno de interés, 148 | P á g i n a

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nada serio, por el sólo hecho de oponerse: si la duda es la jactancia de los intelectuales, entonces no piensan demasiado. Se agrupan, como sus pares del Norte, en diferentes instituciones, también financiadas por empresas privadas (algunas de ellas, hasta industriales…): Fundación Mediterránea, CEMA, FIEL, entre otras.” Dicen Alfredo Eric y Eric Calcagno en el libro Argentina. Derrumbe neoliberal y proyecto nacional (Ed. Le Monde Dipomatique, Buenos Aires, 2003). Estos autores trazan un balance sintético pero muy claro de la experiencia: “Este modelo llevó al país a la desestructuración del aparato productivo y al sobreendeudamiento externo e interno. Una vez cumplida la brutal represión (1976-1982) y rotos los lazos sociales con las hiperinflaciones (1989 y 1991), se avanzó sobre terreno devastado. Ya no eran necesarios los generales golpistas y los tanques. Bastaba con las transferencias financieras, los sobornos y la propaganda. Cuando el modelo se sintió amenazado dio golpes de mercado, frente a una dirigencia política en su mayoría cobarde o cómplice. Las consecuencias del modelo rentístico-financiero implantado en 1976 fueron desastrosas. En el plano político se perdió la soberanía nacional junto con la desarticulación del Estado… En lo económico y social, el Producto Interno Bruto por habitante (a precios constantes) en 2002 fue inferior en 12% al existente en 1975; la desocupación abierta, que en 1976 era del 4,5% de la población económicamente activa, llego al 23%; el sector industrial en 1976 generaba el 31,7% del Producto Interno Bruto y en 2000 el 16,1%; según el INDEC, en octubre de 2002 había 19,7 millones de pobres (el 57,5% de la población total), de los cuales 9,4 millones eran indigentes (no alcanzan a cubrir los gastos de alimentación”. Esta fue la herencia que dejaron los discípulos de Von Hayek, los Chigago boys, en nuestro país.

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Friedrich Von Hayek

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3.11 - ¿Qué es el F.M.I.? La guerra mundial de 1914 fue una consecuencia del desarrollo económico de Alemania, que prácticamente había alcanzado y, en algunas ramas como la química, inclusive superado a Inglaterra, pero que había llegado tarde al reparto territorial del mundo por parte de las potencias imperialistas; su pretensión de expansión territorial fue el principal causante del enfrentamiento, que se puede calificar como de redistribución territorial. La segunda guerra, en cambio, fue una consecuencia directa de la larga crisis de los años ‟30: los estados impulsaron mediante el gasto a la demanda interna, procurando superar la recesión y desocupación, encontrando en la carrera armamentista un destino prácticamente inagotable del gasto público. En 1944, ante el inminente fin de la guerra, independientemente de un nuevo foco de tensiones que implicaba la competencia política, ideológica y económica entre las dos principales potencias triunfantes, Estados Unidos y la URSS, se procuró armar una red institucional que previera los posibles conflictos, a partir de la creación de las Naciones Unidas, que fomentaron la independencia política de los territorios coloniales, y de una serie de instituciones que procuraran la reconstrucción del comercio mundial, evitaran las “guerras económicas” nacionalistas así como nuevas crisis mundiales. Con esta finalidad, en 1944 se reunió la primera Conferencia Monetaria y Financiera de las NU con la presencia de 43 países y “delegaciones de Francia” que dieron origen a dos instituciones financieras claves: El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el 151 | P á g i n a

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Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), que se completó en 1947 con la creación del GATT, cuyo objeto fue lograr la liberación del comercio internacional, y que se convirtió luego en la Organización Mundial de Comercio (OMC). El objeto del BIRF era el largo plazo, pensando en las inversiones necesarias para la reconstrucción de postguerra; es el precedente del Banco Mundial. Por el contrario, el FMI tenía como finalidad el corto plazo: colaborar en la superación de desequilibrios transitorios de los países miembros. Así, el artículo 1º del convenio constitutivo establece que son sus funciones promover la cooperación monetaria internacional, facilitar el comercio, fomentar la estabilidad cambiaria, contribuir a establecer un sistema multilateral de pagos, infundir confianza a los países miembros y aminorar el desequilibrio de las balanzas de pago. Esto es importante tenerlo en cuenta porque en ningún punto lo autoriza a intervenir en la política económica interna de los países miembros y, menos aún, dictar medidas de ajuste estructural, como privatizar la economía, liberar el comercio exterior o exigir el libre ingreso de capitales extranjeros. Sin embargo, en los hechos, lo que ha ocurrido es que con el avance del sector financiero en las economías centrales y el predominio ideológico del “pensamiento único” neoliberal, el FMI se fue convirtiendo en una especie de auditor de esos capitales financieros, que exigían el visto bueno del Fondo para otorgar créditos o renovar obligaciones impagas. Ejemplo de esto es el llamado “Club de París”, que existe desde 1956 cuando se reunieron once países acreedores (ahora son 19) y del que también participa el FMI; en realidad el Club no tiene existencia legal (alguien lo ha definido como una “no institución” que, como los fantasmas, existir, existen) y los convenios se firman entre los países deudor y los acreedores, pero el Club sigue el cumplimiento de sus recomendaciones.

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Con el tiempo el Fondo fue dominado por una enorme burocracia tecnológica, formada fundamentalmente por economistas educados en las universidades norteamericanas en la más pura ortodoxia neoliberal. Convencidos que su conocimiento, presentado con formalidad matemática, es la “única ciencia”, exigen a la realidad social adaptarse a la misma. Uno de los casos extremos es el premio Nobel de economía 1991, Gerard Debreu, quien sostuvo que desde el momento en que se axiomatizó la teoría del equilibrio económico, esta teoría pasó a formar parte de la matemática y, por lo tanto, es invulnerable a los hechos empíricos. “Se ha de confiar en los economistas al igual que en Euclides, sin importar la realidad” dice irónicamente Mario Bunge, en su libro “A la caza de la realidad” (Barcelona, 2007). Lo cierto es que los técnicos del FMI tienen un manual simple que aplican en todos los casos, con independencia del país que se trate: lograr el equilibrio fiscal achicando el gasto, privatizar la economía, asegurar el libre comercio y el movimiento internacional de capitales, flexibilizar el mercado laboral… Como mínimo, fueron corresponsables de la debacle argentina del 2001. Y se resistieron a entender la salida de la crisis con medidas heterodoxas: para el año 2003 previeron un crecimiento de nuestro PBI del 3% (fue del 8,8%), para el año siguiente lo llevaron al 5,5% (fue del 9%) y para el 2005 lo estimaron en el 6% (fue del 9,2%); en el año 2009 previeron para el año 2010 un 1,5% cuando se acercará al 9% (aunque ahora lo corrigieron al 7.5%). “No hay duda que la gran sorpresa para todo el mundo es que América Latina y el Caribe será una de las regiones que mas rápido salga de esta crisis mundial” dijeron al presentar el informe del FMI-BID del 31-7-09. Pudo ser, para ellos, una sorpresa, pero no una fuente de conocimientos: ante la situación europea, vuelven con la receta de siempre, que ahora la sufren los griegos, irlandeses,…

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¿Se entiende por que fue muy bueno liberarnos de la tutela del Fondo Monetario Internacional?

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3.12 – La Unión Europea y el comercio intraindustrial El desarrollo de la economía mundial ha llevado a un proceso de integración regional que es irreversible. La pionera es la Unión Europea, que lleva muchos años y etapas más adelante que otros proyectos, como MERCOSUR o UNASUR, por lo que la experiencia acumulada por la primera es muy útil para mejorar los pasos que se van dando en nuestros países. Cabe recordar que el primer antecedente del proceso de integración europea se encuentra en setiembre de 1944, fecha en que se creó BENELUX, la unidad comercial entre Bélgica, Netherlands (Holanda o Países Bajos) y Luxemburgo, que se puso en vigencia en 1948 y que, mediante un proceso paulatino, llegó en 1956 a la liberación total del intercambio interno. El verdadero comienzo de la unión europea se dio en 1951, con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), basada en un proyecto propuesto por el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Robert Schuman, que tendía a crear una organización supranacional para controlar la producción y el consumo de esos dos insumos básicos, que fueran la fuente de tensión permanente –inclusive la guerra- entre Alemania y Francia. La CECA se formó con esos dos países, Italia y los tres del BENELUX. En 1955 los seis países de la CECA aprobaron una mayor integración y se comenzó a hablar públicamente de la unidad política entre sus miembros. En marzo de 1957 se firmó el "Acuerdo de Roma" por el que se constituyó la Comunidad 155 | P á g i n a

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Económica Europea (CEE) y Euraton, que es la unidad de esos países para la producción y uso de la energía atómica. El crecimiento de la CEE (que en 1991 tomó el nombre de Unión Europea –UE-) siguió el siguiente curso: a los seis países originarios se sumaron en 1973 Irlanda, Reino Unido y Dinamarca; en 1981 Grecia y en 1982 España y Portugal, conformando la unión de 12 países. Posteriormente se incorporaron Austria, Suecia y Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Polonia, Chipre, Rumania y Bulgaria, por lo que en la actualidad la Unión Europea está formada por 27 países, mientras que están en trámite los posibles ingresos de Turquía, Croacia, Macedonia, Islandia y Montenegro. La idea fue crear un mercado común con libre circulación de bienes, servicios y factores productivos (trabajo y capital). Para facilitarlo se dieron pasos importantes, como fueron la adopción de políticas globales comunes (en especial la política agraria), la creación del Fondo de Desarrollo Regional, para tratar de reducir las asimetrías entre los países y dentro de las regiones en cada uno de ellos; la creación en 1978 de una moneda de cuenta, el ECU, para facilitar el intercambio entre los países, que se convertiría en moneda real a partir del año 2002, con la puesta en circulación del Euro, que reemplaza a las monedas nacionales, aunque hay países –como el Reino Unido- que no adhirieron a la unidad monetaria; la creación de un banco central europeo (1998), etc. La UE demuestra que los procesos de unificación económica deben estar acompañados de solidaridad que permitan lograr cohesión, que no es solo económica sino también política y cultural. Por esa razón el proceso de integración europea no se ha limitado al campo económico y político, sino que alcanza a todas las esferas de la vida social, incluidas la cultura y la educación. Así, 156 | P á g i n a

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se creó el programa Erasmus con el objeto de permitir la mayor movilidad de estudiantes dentro de los países miembros y reforzar la cooperación entre los centros de enseñanza superior; se estableció también el reconocimiento mutuo de títulos universitarios sin necesidad de equivalencias. Por su PBI la Unión Europea es la primera potencia mundial con una participación del 20% en el comercio mundial (exportaciones más importaciones). El producto en dólares corrientes (calculado por la paridad del poder adquisitivo) para el 2010 se ha estimado en 15,2 billones de dólares, mientras que el de Estados Unidos es de 14,6 y el de China de 10 billones. De la experiencia de la UE surgen dos temas que son los fundamentales para nuestros países: el desarrollo del comercio “intra-industrial” (intercambio de productos similares o del mismo sector productivo) y la unificación monetaria. Del primero nos ocuparemos hoy y al segundo lo dejamos para más adelante. El comercio internacional imaginado por David Ricardo (y el que se desarrolló hasta la segunda guerra mundial) era entre actividades productivas diferentes: Argentina exportaba trigo y carne e importaba café, máquinas y automóviles. Este, denominado “inter-industrial”, era el único tenido en cuenta por la teoría económica que, por simplicidad (y comodidad), suponía que no existían economías de escala (producir el doble de un producto representaba el doble de los costos). En la práctica la UE demostró que eso no es cierto. Mostró que especializándose en partes de un producto –bajando los costos unitarios por el mayor nivel de producción- e intercambiándolo entre los distintos países, es posible el desarrollo industrial de todos. Un ejemplo burdo: una fábrica, en el país A, produce carburadores que utilizan las fábricas de automóviles de los países A, B y C, mientras que en B una industria produce diferenciales y 157 | P á g i n a

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otra en C las bombas de nafta. El comercio se realiza entre las autopartes que serán utilizadas en los productos finales (automóviles) de A, B y C, que de esta forma son mucho más baratos que si cada una de las fábricas produjera íntegramente sus partes. El comercio global entre 1950 y 1970 creció a una tasa del 8,5% anual mientras que el intraindustrial lo hizo a razón del 11%; en los países europeos este representa aproximadamente el 70% del total Esto es lo que justifica el Mercosur: la integración de las industrias, que posibilita el desarrollo industrial de todos los países componentes. También es lo que explica la política argentina de propender a un balance equilibrado en el intercambio comercial de cada una de las ramas industriales: automotores, máquinas agrícolas, electrónica, etc. Claro está que en el comercio intraindustrial deben incorporarse también los socios menores, Uruguay Paraguay con su propio desarrollo. También es claro que siempre hay intereses particulares afectados (que se muestran en las interferencias que se producen en las relaciones entre Brasil y Argentina, por ejemplo), razón por la cual se requiere un alto grado de comprensión y solidaridad entre las partes y, fundamentalmente, un estado fuerte y capaz de llevar adelante la política de integración que puede afectar intereses particulares pero que, en última instancia, redunda en beneficio de todos.

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3.13 - ¿Otra vez la alianza para el progreso? Hace muy poco tiempo Estados Unidos ha apurado la firma de convenios con países “amigos” de la región (Chile, Perú, Colombia y México) lo que ha motivado que ciertos comentaristas especulen sobre una posible reedición de la “Alianza para el Progreso”, que fuera aprobada hace exactamente medio siglo en la Conferencia de Punta del Este. Como es importante mantener viva la memoria histórica, imprescindible para que los pueblos aprendan de su pasado y capitalicen sus propias experiencias, vamos a ocuparnos brevemente de los aspectos político-económicos de la Alianza. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tuvo como prioridad la “guerra fría” con la URSS, dejando de prestar atención a América Latina. Eso hasta que el 1º de enero de 1959 triunfó la revolución cubana, Castro asumió el poder e inició una política independiente en la isla. En 1960 expropió empresas y propiedades norteamericanas, lo que dio lugar a una escalada de medidas de represalia: eliminación del cupo de importación azucarera, prohibición de exportar, excepto alimentos y medicinas, etc., hasta que en abril de 1961 el presidente Kennedy (que había asumido en marzo) autorizó y financió la invasión que fue derrotada en Bahía de los Cochinos. El temor que el ejemplo cubano pudiera ser seguido por otros países latinoamericanos hizo cambiar los objetivos de la política de Estados Unidos respecto a los países del sur del continente americano. Por iniciativa del gobierno de Kennedy se convocó a una conferencia que se realizó en Punta del Este en agosto de 1961, para tratar el lanzamiento de un programa de ayuda para el 159 | P á g i n a

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progreso económico y social de los países latinoamericanos denominada “Alianza para el Progreso”. La OEA encargó a los técnicos de la CEPAL y del BID la preparación de una propuesta, mientras que el gobierno norteamericano presentó su propio documento, que finalmente prevaleció, aunque tomando iniciativas importantes del otro. En general fue un acuerdo discursivo, de esos que le encantan a los diplomáticos, pero que tienen poca sustancia y poco futuro. La necesidad de reducir la brecha entre los países pobres y los desarrollados, el lograr una distribución más equitativa del ingreso, la conveniencia de un mayor nivel de inversiones productivas, el desarrollo industrial son enunciados en que todos van a estar todos de acuerdo sin mayor discusión. Los países más grandes (Brasil, México, Argentina, Chile y Perú) exigieron más precisiones sobre la ayuda concreta que comprometía el hermano mayor, por lo que consiguieron la inclusión de una promesa: el aporte de al menos 20.000 millones de dólares para los próximos diez años. El delegado de Cuba (el ministro de industrias, Ernesto “Che” Guevara) alertó en su discurso sobre lo que significaba esa promesa, ya que la misma “debía ser ratificada ahí (por el Congreso de Estados Unidos), y las experiencia de todos los señores delegados es que muchas veces no fueron ratificadas allí las promesas que se hicieron aquí”. Efectivamente, a los 3.000 mil millones de dólares solicitados por Kennedy para gastar en esto durante tres años, el Congreso lo limitó a 600 millones y que esa ayuda debía ser solicitada por el Ejecutivo y aprobada por el Congreso todos los años, con lo que se desvirtuaba el carácter de programa a largo plazo. Pero hubo algo más grave: la ley de 1962 condicionó la ayuda a que 1- Los fondos fueran destinados a comprar bienes en Estados Unidos y con componentes de por lo menos un 90% producidos en ese país; 2- Que al menos el 50% de los bienes fueran transportados por buques norteamericanos; 3Que el país beneficiario no hubiera expropiado bienes de propiedad de ciudadanos norteamericanos y que no prestara 160 | P á g i n a

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asistencia a Cuba; 4- A eso se agregó que, a partir de 1965, no podrían recibir ayuda los países que no hubieran firmado un acuerdo con Estados Unidos sobre garantía de inversiones; 5- Que también a partir de esta fecha por lo menos la mitad de la ayuda debía ser destinada al desarrollo económico mediante las empresas privadas. Con estos agregados quedó en claro que la Alianza para el Progreso no tenía como objeto promover el desarrollo social y económico latinoamericano, sino el de solucionar problemas económicos y políticos de la potencia central. En un interesante artículo de Fernando Krakowiak en el número 258 de la revista Realidad Económica (febrero-marzo de 2011) se presentan varios casos de programas elaborados por países latinoamericanos solicitando la ayuda dentro del marco de la Alianza y los avatares que sufrieron los mismos, que explican porque finalmente el programa languideció hasta desaparecer, sin pena ni gloria, al final de esa década.

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En la actualidad se han establecido en América Latina gobiernos democráticos, que cuentan con indudable apoyo popular, que han iniciado una vía distinta de crecimiento social y económico en base a la independencia y a la integración continental. Con sus diferencias, debe incluirse en el grupo a Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Uruguay y Paraguay. Mientras en el plano económico tiende a afianzarse y ampliarse el Mercosur, en el político y de hecho, UNASUR ha reemplazado a la OEA en la solución de varios conflictos; existen, además, proyectos en marcha (el más importante es el Banco del Sur) que tiende a consolidar este proceso de unidad. Esto puede ser interpretado como un reto a la hegemonía norteamericana en la región y es probable que resurjan ideas como una nueva Alianza para el Progreso o se trate de reflotar una unión aduanera al estilo del ALCA, ya rechazado por los pueblos y enterrado en la cumbre de Mar del Plata. Por ello es importante recordar lo que la experiencia histórica nos ha enseñado: que la dependencia económica no es un simple concepto sino que se trata de algo real y concreto y que en las alianzas y acuerdos con los países centrales el beneficio nunca es para nosotros, los que vivimos en los países periféricos.

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3.14 - ¿Qué fue el Plan Brady? En marzo de 1974 el precio del petróleo se triplicó: pasó de 4 a 12 dólares el barril, generando una profunda crisis económica con recesión e inflación, lo que se denominó “estanflación”; una de sus consecuencia económicas fue la traslación de una enorme cantidad de riqueza desde los países industrializados hacia los países exportadores de petróleo, que en gran parte volvió a los países centrales como capital financiero depositado en sus bancos. Los bancos se encontraron en la necesidad de colocar esos excedentes financieros, cosa dificultosa por la situación de recesión que vivía el capitalismo desarrollado. La salida que los bancos encontraron fue prestar a los países periféricos, como Tuquía, o los latinoamericanos, en este caso facilitado porque en ese tiempo, en la mayoría, gobernaban dictaduras militares y, por lo tanto, no funcionaban ni legislaturas ni controles institucionales o populares que pusieran trabas al endeudamiento; también, dentro de ese grupo, ingresaron las llamadas “democracias populares” como Polonia, Yugoeslavia y Rumania. Durante el resto de los años ‟70 fue un continuo flujo de fondos a esos países, en particular a los estados y a las empresas nacionales, que inflaban la deuda externa. En 1979 se produjo la segunda crisis del petróleo, con otra brusca suba de precio, de 12 a 32 dólares el barril. Consecuentemente con esto y la inflación producida, la tasa de interés LIBOR, que servía como base en los préstamos al tercer mundo, subió del 7% al 17% anual, incrementando violentamente los servicios de la deuda. Los primeros que tuvieron que pedir refinanciación fueron Turquía y Polonia; posteriormente, en 1982, 163 | P á g i n a

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nuestro país suspendió los pagos por la guerra en las Malvinas y en agosto de ese año México declaró de hecho una moratoria; a partir de 1983 la crisis de la deuda estaba generalizada. La imposibilidad de pago de los países deudores era manifiesta. Aún sin la importación ni de un solo tornillo, las exportaciones de estos países no alcanzaban a cubrir los pagos por servicios de deuda comprometidos (intereses más amortizaciones). En el caso de México el importe de los servicios representaba el 246% de las exportaciones, en Argentina el 214%, en Brasil el 145%, en Perú el 108% y así sucesivamente. La contra-parte de esa insolvencia de los deudores era la situación de los bancos acreedores. Los 13 principales deudores representaban el 215% del capital de los primeros 9 bancos norteamericanos y el 142% del capital de la totalidad de bancos de ese país. Es obvio que el reconocimiento de la imposibilidad de pago de la deuda del tercer mundo implicaba la quiebra del sistema financiero de la potencia hegemónica mundial.

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En este escenario, una preocupación primordial de las potencias centrales fue evitar la formación de un “posible club de deudores” que diera fuerza a los países endeudados: en 1984 el Grupo de los 7 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Canadá, Francia e Italia) anunciaron que solamente iban a renegociar pagos de la deuda caso por caso y, con el mismo criterio, se anunció un Plan Baker tendiente a colaborar con la solución del problema. Lo cierto es que cada uno de los países deudores trató de sortear la situación haciendo pagos a cuenta y tomando nuevas obligaciones, hasta que en 1988, en el informe anual de UNCTAD se declara que “la quiebra del sistema financiero internacional ha sido evitada”. En los 9 años transcurridos de la década del ‟90, a partir del estallido de la crisis de la deuda (1982) los países de América Latina transfirieron al norte un neto de 223.600 millones de dólares y, en ese lapso, la deuda externa conjunta pasó de 309.88 a 422.645 millones de dólares. En 1989 se anunció el Plan Brady (designado así por su autor, el secretario del Tesoro norteamericano, Nicholas Brady) tendiente a la regularización definitiva de la deuda y que consistía en la consolidación a largo plazo de la deuda con los bancos privados, con alguna quita del capital y/o disminución de la tasa de interés, con garantía de “bonos cupón cero” (bonos que no generan intereses) del tesoro estadounidense y que recibió el apoyo entusiasta del FMI y del Banco Mundial. El primero en acordar fue México, seguido en 1990 por Costa Rica, Venezuela y Uruguay. Nuestro país adhirió mediante ley del Congreso en 1992. Aunque la prensa “seria” local, los economistas relacionados con el establishment financiero y los políticos involucrados saludaron la “racionalidad y la generosidad” del acuerdo, los objetivos logrados por el gobierno de Estados Unidos mediante esta política fueron otros: 165 | P á g i n a

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1-Evitaron la posibilidad que los países deudores hicieran un frente común reclamando por la responsabilidad compartida entre deudores y acreedores por la situación creada; 2-Salvaron al sistema financiero norteamericano, que había prestado en forma irresponsable a los países del tercer mundo. Los bonos Brady recibidos por los bancos a cambio de sus deudas fueron colocados en el mercado financiero por esas mismas instituciones, en especial a fondos de jubilación y pensión, liberándose así de una deuda con alto riesgo de incobrabilidad. 3-Subsanaron un problema de legitimidad de esa deuda. Existe jurisprudencia internacional que una “deuda odiosa” (por ejemplo, no tomado por los órganos legítimos de gobierno, en nuestro caso el Congreso, y cuyo destino no haya sido en beneficio de la nación o su pueblo) es cuestionable legalmente. Fue el caso de la deuda argentina, tomado por una dictadura y utilizado para armamentos o para mantener artificialmente el valor de la moneda local, tal como lo declaró el juez Jorge Ballesteros a raíz del “informe Olmos”. Con la aprobación por el Congreso de los bonos Brady la vieja deuda cuestionable judicialmente fue cambiada por una nueva, que cumplía los requisitos formales, legalizando así un endeudamiento ilegítimo. Mientras tanto, los países del tercer mundo siguieron pagando…

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3.15 – Los economistas aterrados A mediados del año 2010, cuatro economistas (Philippe Askenazi, Thomas Coutrot, André Orléans y Henry Sterdyniak) publicaron en Francia un trabajo que titularon “Manifiesto de Economistas Aterrados”. Para setiembre de 2010 otros 700 colegas se habían sumado y, para febrero de 2011, cuando se publicó en España, ya eran 3.095 los economistas y profesionales afines de distintos países europeos que lo habían firmado. Están aterrados porque “en Europa… los Estados, bajo presión de las instituciones internacionales y de las agencias de calificación, aplican con renovados bríos unos programas de reforma y de ajustes estructurales que ya demostraron en el pasado su capacidad de incrementar la inestabilidad y las desigualdades. Estas medidas van a agravar aún más la crisis europea”. Los firmantes “no se resignan a aceptar la consagración de la ortodoxia neoliberal y consideran necesario cambiar el paradigma dominante en las políticas económicas en Europa”. Y agregan un concepto que, a pesar de ser obvio, conviene siempre recalcar: “Los economistas tienen que asumir sus responsabilidades ante la sociedad”. La visión neoliberal todavía dominante parte del supuesto que la sociedad está formada por agentes económicos individualistas, en competencia los unos con los otros, y donde cada uno de ellos cuenta absolutamente toda la información necesaria para tomar las decisiones. Con este supuesto, y aplicando la ley de la oferta y la demanda, demuestran matemáticamente que los mercados totalmente liberados, sin interferencia externa, conducen al 167 | P á g i n a

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crecimiento y al equilibrio económico óptimo: si el precio de un bien sube, se incrementa la oferta del mismo, por lo que el precio vuelve a bajar; en cambio, si bajara, lo que aumenta son las cantidades demandadas, por lo que el precio tiende a subir hasta su nivel de equilibrio. Este criterio se ha extendido al mercado financiero: consideran que la competencia financiera internacional “genera precios justos que constituyen señales fiables para los inversores y orientan eficazmente el desarrollo económico”. Sin embargo, en las finanzas no es así: la suba de precios genera mayor demanda, porque sube la cantidad de inversores que quieren aprovechar la bonanza y se van agregando nuevos especuladores que hace a una elevación de los precios excesiva e irracional: es la burbuja financiera. Cuando estalla, la baja de precios no hace incrementar a la demanda sino todo lo contrario, todo el mundo quiere irse, desprenderse de esos activos antes que bajen más, lo que origina enormes pérdidas financieras. El mercado financiero en sí es desestabilizador, lo que hace que las sucesivas crisis sean inevitables. Los economistas están aterrados porque las autoridades europeas y el G-20 siguen con el mismo criterio de eficiencia anterior: la crisis sería un efecto de la falta de honradez y la irresponsabilidad de algunos agentes financieros mal controlados por los poderes públicos y no el resultado inevitable de la inestabilidad propia de los mercados financieros desregulados. No entienden que “la integración financiera ha llevado a las finanzas al cenit de su poder por haber unificado y centralizado la propiedad capitalista a escala mundial” y que, frente a ello tanto los ciudadanos (en particular los asalariados) y el poder político están en situación de inferioridad. Están aterrados porque las autoridades no plantean el control y regulación del movimiento de capitales ni el gravar 168 | P á g i n a

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impositivamente a las transacciones financieras. Quienes suscriben el manifiesto están convencidos que para superar el déficit fiscal se deben crear o aumentar los impuestos a las rentas altas y a los patrimonios elevados y no ajustar el gasto público y social, ya que la reducción del gasto social (objeto del neoliberalismo) afecta la cohesión social mientras que la reducción del gasto en general impedirá el crecimiento; los ingresos fiscales caerán y las cuenta públicas apenas mejorarán. Proponen una auténtica coordinación de las políticas macroeconómicas y una reducción concertada de los déficits comerciales entre los países europeos. Proponen que, si fuera necesario, se proceda a reestructurar la deuda pública, limitando los servicios a un porciento del PBI; reducir la tasa de interés, modificar los plazos de vencimiento e, inclusive, conceder anulaciones parciales o totales (como hizo la Argentina para salir de la profunda crisis del 2001, podríamos agregar nosotros). Los economistas están aterrados porque el sueño socialdemócrata de una Europa que continuara el modelo social de la posguerra (protección social, servicios públicos y políticas industriales)dio lugar a una Europa liberal, cuyo objetivo es adaptar las sociedades europeas a las exigencias de la globalización: ven la ocasión de cuestionar el modelo social europeo y desregular la economía, mientras que la independencia del Banco Central Europeo está marcado por la desconfianza hacia los gobiernos democráticamente elegidos. El manifiesto inicia sus conclusiones con estas palabras: “Europa se ha constituido sobre la base tecnocrática que excluye a los ciudadanos del debate de la política económica. La doctrina neoliberal, que descansa en la hipótesis indefendible de la eficacia de los mercados financieros, tiene que ser abandonada… Sólo así podrá el proyecto de construcción europea esperar la recuperación

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de una legitimidad popular y democrática de la que hoy día carece”.

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3.16 – El futuro del Euro Hemos visto que el aspecto fundamental que vuelve virtuosa y necesaria a la integración regional es el comercio intraindustrial, es decir, el intercambio de bienes del mismo tipo productivo, que hace posible un desarrollo industrial equilibrado de todos los países integrantes. Esta fue la principal enseñanza de la Unión Europea (UE) y es lo que hace que los latinoamericanos debamos defender la integración, tanto en el Mercosur ampliado como en la UNSASUR. El otro antecedente importante para tener en cuenta en la experiencia de la UE es la moneda común. Su historia se remonta a la década de los años ‟70, cuando Estados Unidos decidió unilateralmente eliminar la convertibilidad del dólar con el oro, terminando con el régimen monetario mundial basado en el tipo de cambios fijo, establecido luego de la Segunda Guerra. A partir de ese momento en el mundo se estableció un sistema de cambio flotante, con las cotizaciones entre las distintas monedas determinados por el mercado, aunque con una fuerte intervención del estado por vía de los bancos centrales: es lo que se conoce normalmente como “flotación sucia”. Para evitar que esa situación afectara al desarrollo comercial en la comunidad europea, debido a la incertidumbre que trae aparejado en los agentes económicos la existencia de un tipo de cambio flotante y, fundamentalmente, para evitar una posible “guerra monetaria” entre sus integrantes, en 1976 se acordó un Sistema Monetario Europeo (SME), que implicaba el mantenimiento de la paridad entre las monedas nacionales, con un 171 | P á g i n a

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campo de variación en más o menos del 2,25%. Modificaciones mayores de la paridad requerían aprobación de todos sus miembros. El paso siguiente fue la creación en 1978 del ECU, una moneda de cuenta (moneda ideal que no tiene existencia real sino que se la utiliza contablemente, tanto para la facturación como para las compensaciones del comercio internacional y como reserva monetaria internacional). Internamente se mantuvieron las monedas nacionales, dentro del régimen del SME, mientras que el valor del ECU se fijaba diariamente en base al valor medio ponderado de las monedas de sus países miembros (lo que se denomina “una canasta de monedas”). Hasta cierto punto el ECU compitió con el dólar como moneda internacional, por el peso económico de la Unión Europea y porque otros países, como la entonces Unión Soviética y China, lo usaron para las cotizaciones de licitaciones internacionales y para los contratos correspondientes. El 15 de diciembre de 1995, en la reunión de Madrid, se resolvió convertirlo en una moneda de circulación real, el Euro. De los 15 países que entonces conformaban la UE adhirieron 11 (quedaron afuera de la unión monetaria, por decisión propia, Gran Bretaña, Dinamarca y Suecia, mientras que Grecia fue excluido por no reunir inicialmente los requisitos de estabilidad exigidos, aunque pudo ingresar a partir del 1º de enero del 2001). Como paso previo, a partir del 1º de enero de 1999, perdieron su independencia las monedas nacionales (los tipos de cambio entre ellas se convirtió en inamovible) y el 1º de junio de ese año comenzó a funcionar el Banco Central Europeo, con sede en Frankfurt. A partir del 1º de enero 2002 el euro está en circulación, desapareciendo las monedas locales. Actualmente integran la unión europea monetaria 17 de los 27 países de la UE.

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La función del tipo de cambio es la siguiente: imaginen dos países, A y B, con sus respectivas monedas ($A y $B) y con productividades totalmente distintas, de forma tal que lo que requiere una hora de trabajo en A necesita dos horas en B. Si se tratara de un solo país, con una sola moneda, toda la actividad económica se concentraría en la región A mientras que la región B languidecería en el estancamiento y la pobreza. En cambio, tratándose de dos países, si suponemos que el valor equivalente a una hora de trabajo en los dos países es un peso, resulta evidente que el bien que en A vale un $A, en el otro país cuesta 2$B. Si el tipo de cambio fuera de 1$A = 2$B, ambos podrían participar del mercado mundial y comerciar entre ellos. Fíjense que en este caso el bien producido en B vale $1A o 2$B en cualquiera de los dos países o en el resto del mercado mundial. Es decir, el tipo de cambio refleja las productividades relativas de los dos países (y también, lógicamente, el ingreso relativo de sus habitantes. En nuestro burdo ejemplo el ciudadano de A duplicaría el ingreso del de B, pero ese es otro problema). La unión monetaria europea comenzó con un tipo de cambio de las monedas nacionales con el euro en base a sus respectivas productividades. Pero este no es un concepto estático sino que es profundamente dinámico; mantener el equilibrio implicaría que las mejoras en las productividades de sus integrantes son similares, cosa que no se verifica: Alemania es la “locomotora” económica de Europa y es la que más avanza. Los países periféricos europeos (Grecia, Irlanda, Portugal, inclusive España) están sufriendo, por un lado, la apreciación internacional del euro, que de una cotización inicial de 0,9038 dólares por unidad pasó a un máximo de 1,559 dólares en julio del 2008 (actualmente su valor oscila en los 1,40/1.45); la apreciación monetaria implica menor competitividad internacional: por ejemplo, en el año 2010 el PBI de la Unión Europea creció solamente el 1,7% mientras que Estados Unidos lo hacía al 2,8% y 173 | P á g i n a

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Japón al 4%. Por otro lado, las asimetrías generadas por las diferencias internas de productividad crean problemas adicionales ya que estos países no pueden aplicar medidas de política monetaria o cambiaria para compensarlos. No es necesario explicar las consecuencias de una sobrevaloración monetaria, ya que los argentinos tenemos sobrada experiencia sobre lo que significa, luego de haber sobrevivido a la convertibilidad aplicada en los años ‟90 por el gobierno de Menem y continuada por De la Rúa, con su secuencia de desindustrialización, desocupación y marginación creciente. Y sabemos también que los ajustes ordenados por el FMI no solucionan nada sino que agravan la situación. Es posible que finalmente, los países europeos que hoy se debaten entre esos ajustes y las protestas de la población debido a las consecuencias del mismo, en particular la desocupación, terminen abandonando la unidad monetaria, el euro, aunque no la unidad económica europea. En un momento dado, en el Mercosur se planteó la idea de crear una moneda común, el “gaucho”. Después de la experiencia europea reciente, es de esperar que esa idea siga archivada por muchísimo tiempo.

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3.17 – La sombra de Keynes En julio de 1944, cuando estaba terminando la Segunda Guerra, se reunió la conferencia internacional de Bretton Woods para delinear las instituciones que regirían las relaciones comerciales y financieras de la postguerra. Keynes, en representación de Inglaterra, expuso su plan que consistía en la creación de un organismo (el International Clearing Union, ICU), una especie de banco central universal, que emitiría una moneda de cuenta –el “bancor”-, vinculada al valor de las divisas fuertes, canjeable a cambio fijo por las monedas nacionales. La idea central era que los países trataran de mantener una balanza de pagos equilibrada; de lo contrario, debían pagar intereses. El objetivo era procurar el equilibrio en el comercio exterior de cada uno de los países, haciendo que los excedentarios debieran gastar en los deficitarios, lo que permitiría un crecimiento equilibrado. Estados Unidos se opuso y, como potencia hegemónica y principal acreedor de los demás estados, impuso su propio plan: un dólar canjeable en oro (en ese momento tenia el 78% del total de reservas metálicas monetarias) y con las demás monedas ligadas a él con un cambio fijo; se crearon las instituciones, como el FMI, y el dólar se convirtió en el patrón monetario mundial, por lo que Estados Unidos quedó con el poder de emitir la moneda internacional. El sistema duró hasta 1971, fecha en que Estados Unidos decretó unilateralmente la inconvertibilidad del dólar, terminando un etapa de tipos de cambios fijos para dar origen a otra de tipos de cambio flotantes, con una lenta decadencia de dólar como moneda de reserva internacional. Ya antes de eso, en 1969, el FMI había creado una moneda de cuenta, similar a la propuesta por 175 | P á g i n a

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Keynes, los “Derechos Especiales de Giro” (DEG), que se utiliza en convenios financieros, en el cálculo de las indemnizaciones de pasajeros internacionales y, en escala menor, como reserva monetaria en los bancos centrales nacionales. El valor del DEG está dado por una canasta de monedas que se revisa cada cinco años (el actual, 2011-2016, está compuesto por un 41,9% del dólar, 37,4% del euro, 9,4% del yen y 11,3% de la libra esterlina). A partir de la crisis del 2008 y del aumento de la base monetaria norteamericana para salvar al sistema financiero del colapso, se agravó el proceso de deterioro del valor del dólar y su decadencia como moneda de referencia y de reserva mundial. El 29 de marzo de 2009 el gobernador del Banco del Pueblo de China deploró la no aceptación del “bancor” en Bretton Woods y sugirió la posibilidad que los derechos de giro del FMI podrían llenar esa función. Cuatro días después, en la reunión del G-20 realizada en Londres, bajo la presión que significaba la posición de China apoyada por otros países, Estados Unidos aceptó triplicar los recursos de los DEG por valor de 250 mil millones de dólares. En julio de 2011, en la reunión del G-8 en Italia, Rusia avanzó un paso más y propuso que la nueva moneda en ciernes fuera realmente emitida y no una unidad virtual. El proyecto, que cuestiona el poder del dólar y de Estados Unidos, pasó para su estudio al Departamento de Economía y Asuntos Sociales de la ONU y al FMI; se presentó oficialmente en la reunión del G-8 en Deauvill, Francia, del 26 de mayo pasado, y su tratamiento está en suspenso. Dominique Strauss-Kahn (conocido por sus iniciales, DSK), hasta hace poco cabeza del FMI, era partidario de un nuevo orden internacional, sosteniendo que “el empleo y la igualdad son los pilares de la estabilidad y la prosperidad” y con un nuevo papel para el Fondo, fiel a los ideales que le dieron origen, es decir, fomentar la cooperación y combatir las causas que generan guerra. Apoyaba la creación de la nueva moneda internacional basada en los derechos especiales de giro y compartía el diagnóstico que 176 | P á g i n a

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había hecho Joseph Stiglitz, premio nobel de economía, sobre que “la crisis demostró que los mercado libres y descontrolados no son ni eficientes ni estables”, proponiendo un impuesto a las actividades financieras para que paguen parte de los costos sociales que había originado con su comportamiento arriesgado. Pero DSK ha renunciado luego del “affaire” con una mucama del hotel donde se hospedaba y de la sorprendentemente rápida respuesta de la justicia norteamericana que lo llevó detenido como corresponde a un reo común. Uno ha leído varias novelas y visto películas sobre los manejos y procedimientos del poder económico y político mundial, así que le cuesta rechazar de plano las dudas que tienen muchos franceses sobre una posible “cama” tendida por los intereses norteamericanos que, en este caso, coincidían con los de la derecha gala, aprovechando su conocida debilidad con las damas, pero lo cierto es que ha renunciado y antes de fin de mes hay que elegir a su sucesor. Para esa elección la Unión Europea y Estados Unidos cuentan juntos con el 45.5% de los votos y existe un acuerdo tácito: que un europeo dirija el FMI y un norteamericano al Banco Mundial; ese convenio “ha expirado, ese pacto está roto” dijo DSK el 22-5-11, pero los poderes dominantes no opinan igual y esgrimen un nuevo argumento: que los principales problemas financieros están en Europa y que un europeo es el que puede entenderlos y solucionarlos. Sebastián Edwards escribió: “El argumento de los europeos para que uno de los suyos reemplace a DSK es tan simple como incorrecto: nos dicen que tan solo un ciudadano de ese continente sería capaz de guiar al FMI en sus esfuerzos para ponerle fin a la crisis de la zona euro. Esto es equivalente a decir que solo médicos blancos pueden tratar a pacientes blancos, médicos asiáticos a enfermos asiáticos y médicos negros a enfermos de esa raza”, que completa Hugo Fazio en su “Carta económica” del 29/5/11, “Entonces ¿Por qué los europeos

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encabezaron el FMI en los años de la crisis de la deuda externa latinoamericana, la de Argentina o la de Brasil?”. Los intereses que representan los sectores financieros globalizados y el de los Estados Unidos como emisor monetario mundial van a dar pelea en defensa de sus privilegios y procurar que el FMI siga igual. Guido Mantenga, el Ministro de Finanzas de Brasil, el 26 de mayo pasado, realizó declaraciones públicas respecto al sucesor de DSK y en defensa de la línea de pensamiento de este último: “Queremos uno que sea menos conservador. Por menos conservador nos referimos a uno menos ligado al viejo FMI. Tenemos un viejo FMI y un nuevo FMI. No queremos a nadie ligado al viejo FMI. Mientras tanto, y mal que le pese a muchos, por encima de la elección del reemplazante de DSK y del futuro del FMI se ha instalado la sombra de Keynes y su moneda, el bancor.

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3.18 – La situación económica de Grecia Como conocen muy bien los profesionales de las ciencias económicas, los empresarios y la opinión pública interesada, una empresa puede encontrarse en cesación de pagos por diversas razones; si se tratara solamente de problemas de liquidez, es decir, falta de dinero, mientras tenga una buena relación patrimonial y sea capaz de generar una rentabilidad adecuada, puede solucionar perfectamente sus problemas con nuevos créditos; en cambio, si el problema es de solvencia, es decir, si está sobre-endeudada y no genera ingresos suficientes, la única solución es una reestructuración empresaria y, fundamentalmente, una restructuración de la deuda, con una importante quita que la vuelva factible de ser pagada. Con ese fin la legislación comercial ha reglado el régimen de convocatoria de acreedores. En principio hay que tener mucho cuidado en extender los ejemplos de los individuos y de las empresas a nivel macroeconómico pero, por similitud de situaciones, podríamos hablar de estados nacionales con problemas de liquidez y de solvencia. Por ejemplo, nuestro país, con el régimen neoliberal y la convertibilidad que llevó al endeudamiento externo y a la sobrevalorización del peso, desde fines de los años ‟90 estaba con serios problemas de solvencia, aunque los organismos internacionales y el gobierno argentino lo trataban como si fuera sólo de liquidez, sin remediar las causas que llevaron a esa situación, tomando nuevos créditos que abultaban una deuda impagable y postergando una crisis que, finalmente, llegó en el año 2001. A partir de allí, con la fuerte devaluación, el regreso a un estado fuerte y con la reestructuración de la deuda, decidida 179 | P á g i n a

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unilateralmente pero aceptada por una contundente mayoría de acreedores, con una importantísima quita y cambio de condiciones de la misma, Argentina solucionó su problema y entró en un camino de crecimiento económico. La situación de Grecia es parecida. Unos pocos datos lo muestra: el producto bruto es de 321,7 mil millones de dólares (€ 225 mil millones), que disminuyó un 4,5% en 2010 y se prevé otra caída para el año 2011; la desocupación es del 9,5% aunque se estima un 15,2% para diciembre, como resultado de las medidas de austeridad aprobadas. Su deuda actual es de 340 mil millones de euros, lo que representa un 150% del PBI. El déficit fiscal previsto para El 2011 es del 10,5% del PBI, que es un poco menor que los intereses que paga por su deuda pública, tomada al 7% y 8% de interés. La deuda griega creció fundamentalmente por los rescates a los bancos realizados el año pasado, que fue un caso claro de socialización de la deuda privada. La composición de la deuda actual es, aproximadamente, la siguiente: bancos griegos 60.000 millones, bancos extranjeros (principalmente franceses) 70.000, organismos públicos e internacionales 90.000 y fondos de inversión, de pensión e inversionistas privados 110 mil millones. Los estados de la zona del euro y el FMI otorgaron un “rescate” de 110 mil millones de euros, de los que ya recibió 53.000 mil millones, más una cuota de 12.000 aprobados en julio. Sin embargo, según el informe conjunto de la Comisión Europea, el BCE y el FMI, a mediano plazo, Grecia necesita todavía 160.000 millones adicionales: 45.000 millones pendientes del primer rescate y 115.000 nuevos, que se obtendrían: 30.000 de privatizaciones y 85.000 a prestar por el FMI, los países de la zona del euro y los privados.

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Entiéndase bien: el “rescate” es para que se pueda pagar los vencimientos (cuotas de capital más intereses) de la deuda pública, para evitar problemas a los bancos e inversionistas acreedores, a cambio del cual quienes reciben el capital vuelven en parte a prestárselo al gobierno griego, compromiso que –por ejemploasumieron oficialmente los bancos privados franceses A cambio de ese rescate el parlamento griego aprobó (por 155 votos contra 138) recortes presupuestarios por € 28.400 millones entre 2012-2015, más las privatizaciones que generaran un ingreso estimado entre € 30.000 y € 50.000 millones. Las consecuencias del ajuste son conocidas: disminución de la actividad económica y, como consecuencia, de los ingresos impositivos del estado. No hay ajuste fiscal que pueda compensar la carga de semejante deuda. Constantino Lapavitsas es un economista griego que expuso en Buenos Aires en las Jornadas Monetarias y Bancarias del Banco Central 2011. Para él veremos “un default en Grecia como producto de las ridículas políticas de ajuste que están agravando brutalmente la situación y eso se producirá seguramente antes de 2015”. Hugo Fazio, en su Carta Económica del 26 de junio cita al académico Santos Juliá: “Los gobiernos no son ya depositarios de la soberanía nacional, sino mero ejecutores de órdenes que emanan de los centros del poder financiero; los políticos han sucumbido ante las exigencias del capital llamado ahora los mercados”. Lo que extraña es que sean políticos socialistas, tirando por la borda más de un siglo de lucha y el prestigio logrado por el estado de bienestar establecido en la posguerra, quienes encabezan el gobierno sometido a esas políticas, mientras que en la población crece la indignación y la resistencia. Precisamente, el “movimiento de los indignados”, que nació en España, cuenta con el apoyo moral del 68% de la población en Grecia, según encuesta de la Universidad de Atenas. “Estas situaciones no son 181 | P á g i n a

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sorprendentes, lo sorprendente es que la gente tardara tanto en protestar” sostuvo el premio nobel de economía Joseph Stiglitz el 5 de junio pasado. Mientras que Christine Lagarde, al asumir el FMI, dijo que los riesgos de la deuda soberana en Grecia recuerdan la situación previa al colapso de Lehman Brothers, que en setiembre de 2008 fue el desencadenante de la crisis actual. Es decir, saben perfectamente que no se trata de un problema de liquidez. Lo que se busca es ganar tiempo para que los bancos e instituciones acreedoras hagan las previsiones pertinentes, para tratar de soportar la inevitable reestructuración de la deuda griega. El famoso dramaturgo alemán Bertol Brecht sostenía que “el delito no es robar un banco, sino fundarlo”. Con ese criterio ¿No es peor delito el someter a poblaciones enteras, que no tienen culpa alguna, a ajustes salvajes para salvar a unos pocos bancos?

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4 – Hablemos de Economía Argentina

4.1 – La economía que Belgrano y Moreno querían Los principales líderes de mayo, como Belgrano y Moreno, tenían en mente un modelo económico para el país que pretendían construir. Manuel Belgrano, por ejemplo, sostenía que “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse… Nadie ignora que la transformación que se de a la materia prima dan un valor excedente al que tiene aquella en bruto, el cual puede quedar en poder de la Nación que la manufactura… lo que no se conseguirá si nos contentamos con vender, cambiar o permutar las materias primas por manufactura”; el mensaje en pro del desarrollo manufacturero en momentos en que comenzaba la revolución industrial es claro. Mariano Moreno, en la misma línea de pensamiento, defendía la presencia de un estado fuerte que interviniera en la economía, con explotación estatal de la riqueza minera y control del crédito y comercio internacional; decía Moreno “Se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para el fomento de las artes, agricultura, navegación, etc. producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que se necesita para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un 183 | P á g i n a

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lujo excesivo e inútil, que debe evitarse, principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro que lo que pesan”. Claro que no todos pensaban igual. Estaban los comerciantes cuyos intereses estaban ligados al mantenimiento del monopolio comercial español y los otros –que también apoyaban la revolución pero no coincidían con los planteos de Belgrano y Moreno- que querían el libre comercio para importar la manufactura británica. En realidad, estaba comenzando un debate sobre el país que queremos ser y que dura dos siglos.

Finalmente los intereses dominantes fueron los del puerto de Buenos Aires y de los grandes terratenientes cuya prosperidad dependía del comercio internacional. Las provincias del interior durante muchos años procuraron defender sus manufacturas; por ejemplo, en 1832 desde Corrientes, Pedro Ferré, en una circular a los gobernadores provinciales, sostenía que “había que prohibir la importación de aquellos artículos que también producía el país”; esta lucha explica los largos años que distan entre la independencia y la organización nacional y la pérdida de territorios que eran del Virreinato pero que no integraron la nueva nación, como ocurrió con Uruguay, Bolivia y Paraguay.

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Las condiciones naturales permitieron que la actividad agropecuaria tuviera una productividad privilegiada, lo que permitió que nuestras clases dirigentes se desarrolló una mentalidad rentística: vivir alternativamente en Buenos Aires y Europa, sin necesidad de inversión productiva ya que las vacas, con pocos peones mal pagos, se reproducen por su cuenta. La idea de una política industrial con protección nunca murió y reaparecía durante las crisis (1867, 1873, 1890, 1930) hasta que en la segunda mitad de los años ‟40 se convirtió en objetivo de la política nacional con la creación del IAPI, que tomó el monopolio del comercio internacional. Este modelo permitió un salto en el crecimiento industrial argentino pero tenía una limitación: estaba orientado fundamentalmente al mercado interno y, por lo tanto, condicionado por el tamaño del mismo, que produjo sucesivas crisis de la Balanza de Pagos, con devaluaciones, inflación cambiaria y continuos arranques y retrocesos en la economía real. Sin embargo, en los años ‟60 y principios del ‟70 consiguió un aceptable desarrollo industrial, inclusive con exportación de manufacturas. Con el golpe militar de 1976, y fundamentalmente con el menemismo, se procuró desarrollar un modelo liberal de integración al mundo, con preponderancia de lo financiero y atraso cambiario para combatir a la inflación. En el primer caso con la “tablita” de Martínez de Hoz y en el segundo con la convertibilidad; en ambos el resultado final fue el mismo: inundación de importaciones, cierre de fábricas e industrias, desocupación y endeudamiento externo. Unas pocas cifras muestran elocuentemente lo sucedido: la importancia de la actividad industrial en el producto bruto pasó del 35% en 1973 al 16% en el año 2001; entre 1970 y 2001 el personal ocupado en la industria se redujo de 1.716.900 a 1.089.360 trabajadores.

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Esas dos experiencias finalizaron con profundas crisis: de la deuda en 1983, que dio lugar a la llamada “década perdida”, y la del colapso del sistema en 2001. La devaluación –producto del fracaso de la convertibilidadactuó como barrera para las importaciones e impulso para el desarrollo de las exportaciones: las fábricas cerradas se abrieron, las economías regionales volvieron a ser rentables, aumentó la inversión mientras disminuía la pobreza y la desocupación. Esta situación se convirtió en política permanente a partir de 2003, haciendo posible un crecimiento económico a tasas elevadas y con balanza comercial favorable, en base a tres grandes líneas: 1) Mantenimiento del tipo de cambio competitivo mediante las retenciones a la exportación primaria; 2) Crecimiento del mercado interno en base a una mejor distribución del ingreso y 3) integración latinoamericana. En particular esta última es la que permitirá superar la limitación de los mercados, que fue la gran restricción de la experiencia industrialista anterior. Hoy la industria parece consolidada y hay una realidad concreta: las exportaciones manufacturadas suman el 66% del total exportado (35% y 31% según se trate de origen agropecuario o industrial, respectivamente) mientras que las exportaciones primarias (sin contar combustibles) representan sólo el 22%. Para continuar con el camino que indicaron Belgrano y Moreno es preciso mantener un tipo de cambio favorable a la exportación industrial. Y la herramienta para ello son las retenciones a las exportaciones primarias, que nivelan los requerimientos cambiarios de ambos sectores: el agropecuario y el industrial.

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4.2 – Los modelos de crecimiento argentino En la segunda mitad del siglo XIX nuestro país, unificado, se integró en el concierto internacional de naciones y, a partir de allí, se pueden distinguir claramente tres etapas en su evolución histórica, más una cuarta, relativamente reciente. La primera es el crecimiento hacia afuera, le sigue la industrialización por sustitución por importaciones, la tercera –a partir de 1976- es la financiero-rentística y la última, la actual, a partir de la crisis del año 2001. La generación fundadora de la nación, Alberdi y Sarmiento, entre otros, estaban enrolados ideológicamente en el liberalismo, tanto filosófica como políticamente y, en el plano económico, eran seguidores de la teoría de Adam Smith y David Ricardo. Sin embargo, Alberdi, posiblemente el de mayor estatura intelectual de su época, tenía en claro la necesidad de actualizar esas ideas a las necesidades del país: “La economía en Sudamérica es la ciencia que estudia la pobreza, como en Europa es el estudio de la riqueza, para satisfacer a la necesidad que América tiene de salir de su estado de pobreza….”. Y agregaba “El medio más eficaz de mantener a un país en dependencia de otro es mantenerlo pobre. La pobreza es la dependencia, como la riqueza es el poder, y el poder la libertad”. También el Sarmiento viejo, revisó muchas de sus ideas juveniles. La generación siguiente, la de los ‟80, no tuvo la grandeza de la anterior. Con el poder en manos de los terratenientes pampeanos y de los grandes comerciantes porteños, que eran liberales en economía pero conservadores en lo político, influidos por las 187 | P á g i n a

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corrientes positivistas europeas y admiradores de la cultura francesa, llevaron adelante un proyecto agro-exportador de inserción de la Argentina en la división internacional del trabajo. Pero el pensamiento no era uniforme, como se demostró en el debate de la ley de aduanas en 1875 y 1876; hubo voces minoritarias, como la de Vicente Fidel López, que sostuvo que el libre cambio favorecía a los países que tenían consolidada su industria, por lo que no temían a la competencia, mientras que la protección correspondía ser aplicada a los que no reunían esas condiciones; también Carlos Pellegrini, quien habló de los peligros de convertir a la Argentina en una granja de las naciones manufactureras. De todas formas, consolidado el modelo, se mostró sostenible mientras fue posible la sucesiva incorporación de tierras a la producción de granos y carnes, aunque estuvo sometido a los vaivenes cíclicos de la economía mundial. La Ley Sáenz Peña, que permitió a las masas urbanas compartir el gobierno, y el cambio internacional resultante de las dos guerras mundiales y la larga crisis de los años ‟30, permitieron consolidar un segundo modelo, el de industrialización sustitutiva de importaciones que se convirtió en política explícita de estado a partir del primer gobierno de Perón. Mediante la nacionalización del comercio exterior el estado se quedó con gran parte de la renta agraria, en momentos en que se producía una gran suba de precios en el comercio mundial de alimentos, y con ello se pudo financiar el crecimiento industrial con su consecuente urbanización así como la política de protección social para las grandes mayorías de la población. La gran limitación del modelo estaba en la orientación industrial hacia el mercado interno, que requería cantidades crecientes de importación mientras que las exportaciones (primarias) no aumentaban al ritmo necesario. A partir de 1955 el modelo industrial sufrió la falta de homogeneidad ideológica de su clase dirigente; el enfrentamiento de intereses, principalmente entre la industria y el agro, y el 188 | P á g i n a

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continuo debate de ideas impidieron una política económica uniforme, la que fue una sucesión de medidas contradictorias a través de los años. Primero fue la polémica entre monetaristas y estructuralistas, luego la irrupción del desarrollismo de Frondizi, que planteaba la industrialización en base a capitales extranjeros, seguido por el liberalismo monetarista de Alsogaray, luego el desarrollo industrial nacionalista de Illia, cortado por el golpe militar de Onganía, con el experimento de conciliación de intereses con industrialización ideado por Krieger Vasena, que terminó con el rotundo fracaso político de la dictadura. Le siguió Cámpora (y luego el tercer gobierno de Perón) con el intento de afianzar la industria nacional abriéndola al comercio latinoamericano que finalizó a la muerte de Perón y luego con el golpe militar de 1976. Quienes han estudiado la historia económica argentina comparada con países que inicialmente eran similares, como Australia o Canadá, o con economías que eran relativamente atrasadas, como Brasil, culpan –al menos parcialmente- por nuestro estancamiento o atraso relativo a esta falta de continuidad de las políticas encaradas. En 1976 termina el modelo industrial y comienza uno nuevo: el liberal financiero-rentístico, abierto a los capitales financieros globalizados. El gestor fue Martínez de Hoz con su política de apertura económica y endeudamiento que, vuelta la democracia, Alfonsín (principalmente durante el ministerio de Bernardo Grinspun) no pudo desarmar y que se afianzó con el neoliberalismo extremo aplicado por Carlos Menen a partir de 1991. Libertad de mercado, privatizaciones e integración al mundo financiero fueron los objetivos de un modelo generado en el llamado “consenso de Washington” y que recibió el aplauso unánime de la ortodoxia económica y de los sectores privilegiados (Menem fue le primer presidente argentino invitado a hablar en la asamblea anual del FMI y presentado como ejemplo al mundo). Este modelo fue continuado por De La Rúa, inclusive con el mismo ministro de economía, Cavallo, responsable principal de 189 | P á g i n a

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esta política, hasta la profunda crisis del año 2001 que manifestó claramente su fracaso. Según Alfredo Eric y Eric Calcagno en el libro Argentina. Derrumbe neoliberal y proyecto nacional, “Un análisis económico de largo plazo tampoco deja mucho espacio para la fiesta financiera. Los resultados de los tres modelos, medidos en producto por habitante, muestran que la Argentina agraria (18801945) creció al 1,29% anual; la industrial (1946-1976) al 2,1% y la rentístico-financiera (1976 al 2000) al 0,24%. Estos datos figuran en el trabajo de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) realizado por Angus Maddison hasta 1994, completados por cifras de la CEPAL hasta 2000”. Si bien ocho años es poco tiempo, es evidente que a partir del año 2003 está en aplicación un nuevo modelo económico, basado en la distribución del ingreso que genera mercado interno y en un tipo de cambio competitivo para la exportación industrial. En este lapso el PBI por habitante creció a la mayor tasa conocida, en promedio más de un 7% anual. Es de esperar que esta vez no se repita la historia de continuos vaivenes y que haya continuidad para bien del país y de su futuro.

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4.3 – La crisis de 1890 Frente a la enseñanza escolar sobre los buenos y desinteresados que habían sido nuestros líderes políticos y gobernantes del siglo XIX Mafalda, la genial creación de Quino, en una de sus inspiradas tiras, reflexionaba sobre la posibilidad que los héroes se dieran salteado, un siglo si y otro no. Con esa misma lógica, empinados dirigentes de la sociedad civil argentina y con motivo del segundo centenario de la Revolución de Mayo pretendían comparar todo lo bueno que habría existido un siglo atrás, “en la opulenta y virtuosa Argentina de 1910”, con una realidad contemporánea llena de defectos y problemas. El contenido ideológico de este último mensaje es claro: hacernos creer que hace cien años existía una especie de “era de oro”, con un país pujante, dedicado exclusivamente a la producción primaria e integrado a la división internacional del trabajo, obra de la impolunta “generación del „80”. Para evitar esos simplismos nada mejor que conocer la historia. Por ejemplo, los hechos que rodearon a la profunda crisis de 1890. En primer lugar hay que recordar que el endeudamiento público fue una constante. Se inició en 1826, con un préstamo de Baring Brothers que a fines de la década de los años 1880 no sólo seguía impago sino que se había incrementado sustancialmente; la dependencia con el principal acreedor era tal que nuestro gobierno los nombró como agente financiero oficial del país en la “city” londinense.

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En particular, desde 1885 hubo una corriente importante de capitales extranjeros que permitieron un aumento considerable de las importaciones, dando una imagen de opulencia a la “Reina del Plata” y generando un ambiente de especulación con el valor de las tierras, las concesiones de servicios públicos, especialmente las inversiones ferroviarias, las cédulas hipotecarias y todo tipo de acciones. Creció la actividad bancaria y los créditos fueron la base financiera de esa especulación que tuvo su centro en la Bolsa de Comercio; Mario Rapoport (en el libro “Las políticas económicas de la Argentina. Una breve historia”, pg. 58) cita a Lucío V. López, el nieto del creador del himno y que en ese momento era el abogado de esa institución que, justificando las maniobras especulativas, manifestó: “En la casa de la bolsa todo es permitido, como en la guerra”. Como es habitual, toda esa especulación financiera estuvo acompañada de corrupción y de actos y procedimientos que, en el mejor de los casos, bordeaba el delito. Una de las corrupciones denunciadas correspondió a la Compañía de Aguas Corrientes que tenía la concesión de la obras de sanidad en Buenos Aires y que resultó ser propiedad de la Baring. Para dar mayor liquidez al sistema, por iniciativa del presidente de la República, Juárez Celman, se dictó en 1887 una ley conocida como de los Bancos Garantidos: se autorizaba a cualquier banco a emitir dinero nacional siempre que depositaran una garantía en oro en las arcas del estado nacional, quien les daba a cambio bonos de la deuda nacional que le servían de respaldo a la emisión monetaria. Esto fue aprovechado particularmente por los bancos provinciales para superar lo crónicos déficits financieros. Como muchos no contaban con el oro requerido, lo pidieron prestado en el exterior, especialmente en Inglaterra, con lo que pudieron emitir el dinero sin problemas. Fue una de las muchas “bicicletas financieras” que se conocieron en el país. Lo cierto es que la circulación monetaria pasó de 97 millones de pesos en 1887 a 245 192 | P á g i n a

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en 1890 (un aumento del 250%), con un paralelo aumento de los precios internos. Simultáneamente la deuda pública creció un 156% en la década de los ‟80; los servicios de la deuda llegaron a representar el 57% de las exportaciones y el déficit público superaba el 12% del producto bruto estimado para 1889. Parecía claro que la “fiesta” no podía seguir. En 1890 hubo una baja en los precios internacionales de nuestras exportaciones y se cortó el flujo de capitales. El monto de nuestras exportaciones no alcanzaba a cubrir las obligaciones externas, por lo que la imposibilidad de pago no se pudo ocultar. El estado entró en cesación de pagos y se produjeron múltiples quiebras, en especial de bancos. La cotización de los bonos públicos disminuyó un 80% y las acciones del Banco Nacional cayeron un 90%, mientras que la cotización de la libra esterlina subía un 364%. Una consecuencia inesperada de esta crisis fue que la Baring, ante la imposibilidad de pago argentina, también entró en cesación de pagos y quiebra, lo que finalmente arrastró a la crisis internacional de 1893, que afectó especialmente a Australia y Nueva Zelanda.

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Para los historiadores argentinos, en general, la causa de la crisis estuvo en la baja de los precios internacionales de nuestros productos, aunque no dejan de señalar la irresponsabilidad con que se manejó el crédito y las finanzas locales. En cambio, la mayoría de los historiadores ingleses tienen otra versión. Enrique Silberstein (en sus “Charlas económicas”, pg. 65) cita al historiador inglés Clapham, que dice: “Una historia completa de la caída de los banqueros Baring debería tener un largo capítulo sobre la historia económica sudamericana y las políticas económicas y financieras de la República Argentina y el Uruguay, con una sección especial dedicada a sus crisis políticas y comerciales. También debería incluir una extensa y no muy amable referencia al standard de probidad usual que en ese entonces existía en los estadistas y empresarios argentinos”. Otro historiador, A.G. Ford en “Oxford Economic Papers”, más favorable a nuestro país, sostiene que se pone demasiado énfasis en la corrupción y en los abundantes actos ilícitos de los argentinos y que había que prestar más atención a la caída de los precios internacionales, aunque sin dejar de reconocer que la corrupción era muy cierta en las esferas comerciales y gubernamentales. Es probable que haya sido una suma de factores –especialmente la oscilación de los precios internacionales de los productos primarios- pero entre los que estaba presente, con seguridad, la especulación y la corrupción, tanto de argentinos como de extranjeros.

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4.4 – La historia de la Moneda Argentina El 5 de noviembre de 1881 se dictó la Ley 1.130 que creó la moneda nacional unificada: el peso moneda nacional. Hasta esa fecha en nuestro territorio existió un verdadero caos monetario. Circulaban toda clase de monedas de oro y plata, de distinto valor, inclusive extranjeras como el peso boliviano en el norte, y diferentes papeles-moneda emitidos por las provincias, por el Banco Nacional y por entidades privadas. Como antecedente directo estaba la ley de 1875, promovida por el presidente Avellaneda, que creó una unidad monetaria en oro llamada “peso fuerte” y que no pudo concretarse por falta de metálico. Es bueno conocer algunos antecedentes monetarios. El primer billete en territorio nacional empezó a circular el 1º de mayo de 1823 emitido por el Banco de Descuentos o Banco de Buenos Aires, fundado el año anterior con capitales de origen inglés y que garantizaba con su capital la convertibilidad fija con el oro; fue utilizado para diversos negocios de los mismos socios hasta que el aumento de las importaciones produjo una salida de oro y la imposibilidad de cumplir sus obligaciones; en 1826 se convirtió en el llamado “Banco Nacional” y el estado provincial tuvo que garantizar las emisiones realizadas, suspendiéndose la convertibilidad. En 1836 el banco pasó a ser la “Casa de la Moneda” hasta 1854, en que con esa base se creó el Banco de la Provincia de Buenos Aires, de capital estatal. En 1867 el gobierno 195 | P á g i n a

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de Buenos Aires encargó a la Oficina de Cambio del Banco de la Provincia la emisión de una moneda de papel convertible en oro, con el monopolio para hacerlo en todo el territorio provincial; para financiarla contrató cinco empréstitos externos cotizados en libras esterlinas. Luego de la unidad nacional se había acordado que la moneda emitida por Buenos Aires fuera aceptada por todas las aduanas de todo el país, lo que le daba –hasta cierto punto- el carácter de curso legal nacional; este beneficio por el señoreaje que quedaba en poder de la Provincia le generó un conflicto latente con Nación. Esta convertibilidad duró poco: en 1873 la moneda provincial sufrió una corrida bancaria que obligó a suspenderla. En 1872, con el fin de competir con el poder monetario de Buenos Aires, el presidente Sarmiento creó el Banco Nacional, mixto, autorizado a emitir moneda de curso legal en todo el territorio nacional. Pero en 1876 el gobierno nacional estaba al borde de la cesación de pagos, lo que fue evitado mediante un préstamo del Banco Provincia de Buenos Aires a cambio de impedir que el reciente Banco Nacional emitiera dinero mientras persistiera la deuda. En 1881 el presidente Roca logró un acuerdo para cambiar la deuda con el Banco Provincia por bonos de deuda pública interna, con lo que liberó al Banco Nacional de la prohibición de emisión y, en consecuencia, fue posible aprobar la Ley 1.130. La nueva ley estableció un patrón bimetálico: el oro y la plata. El patrón oro era el usado en el comercio internacional y fue el que defendía Buenos Aires, mientras que el patrón plata fue una concesión a las provincias del interior, donde la plata era habitual. Se prohibió la circulación de monedas extranjeras y se previó la emisión de monedas de oro, de plata y de moneda de papel. Eran, 196 | P á g i n a

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respectivamente, el peso argentino (8.05 gramos de oro), el patacón (25 gramos de plata) y el peso moneda nacional. Estaban autorizados a emitir el Banco Nacional y los bancos de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Tucumán. Esta etapa de convertibilidad del peso moneda nacional duró hasta 1885, fecha en que, por escasez de metálico, se declaró la inconvertibilidad. En 1887 una ley, conocida como de los Bancos Garantidos, autorizó a cualquier banco a emitir dinero nacional siempre que depositaran una garantía en oro en las arcas del estado nacional, quien les daba a cambio bonos de la deuda nacional que le servían de respaldo a la emisión monetaria. Esto hizo posible que la circulación monetaria creciera el 250%, con un paralelo aumento de los precios internos. Todo terminó con la profunda crisis económica de 1890. En 1899, estabilizado el modelo de crecimiento hacia afuera, se dictó la Ley que puso en funcionamiento a la Caja de Conversión. La nueva convertibilidad duró hasta la primera guerra mundial, en que fue suspendida. Con Alvear en 1927 se volvió a la Caja de Conversión hasta 1929, fecha en que Yrigoyen, ante la fuga de capitales, declaró la inconvertibilidad definitiva. En 1935 se creó el Banco Central, como único emisor de dinero, debiendo mantener una reserva suficiente para garantizar su valor (el 25% en oro y reservas, según la ley); además, su función era regular el sistema bancario y actuar como agente financiero del gobierno. El peso moneda nacional vivió hasta el 31 de diciembre de 1969, alcanzando a cumplir 88 años, que no es mucho frente a la 197 | P á g i n a

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longevidad de otras monedas pero que, ante la inestabilidad de nuestras instituciones es –lo mismo que para los humanos- una edad respetable. Lo sucedió el peso Ley 18.188, que le quitó dos ceros al anterior. Hay que recordar que fue el año del Cordobazo y de la oposición generalizada a la dictadura; quizá por esta razón, en una especie de oposición tácita, la gente no aceptó la nueva moneda sino que siguió pensando y hablando en términos de moneda nacional, pero con un cambio de nombre: los mil pesos era una “luca” y un millón era un “palito”; al principio siguieron circulando los billetes moneda nacional por lo que la confusión era enorme: así, en un negocio uno preguntaba un precio y el vendedor le respondía, por ejemplo, quince lucas, en la factura figuraba $ley 150 y pagaba con billetes que en total tenían escrito 15.000. En aquel tiempo en nuestra región había muchos extranjeros por la construcción del complejo Chocón-Cerros Colorados y por la explotación petrolífera en la zona de Catriel: era muy difícil hacerles entender el exótico sistema monetario argentino vigente en ese momento.

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El peso Ley duró poco: el 1º de junio de 1983 lo reemplazó el peso argentino, que le sacó cuatro ceros y que duró muchísimo menos. El 15 de junio de 1985 lo reemplazó el austral, que le quitó tres ceros. Y el 1 de enero de 1992 apareció el peso, con 4 ceros menos que el austral. Así, la historia de la moneda se convirtió en la historia de nuestra inflación: un peso actual es igual a 10.000 australes, ó 10.000.000 de pesos argentinos, ó 100.000.000.000 de pesos Ley 18.188 ó 10.000.000.000.000 (diez billones) de pesos moneda nacional. A veces uno se lamenta de que haya habido tantos cambios de moneda; sin ellos las cosas serían más complicadas, casi imposibles de manejar, pero tendrían su ventaja: hasta el más pobre de los pobres nuestros, si se hubiera dejado el peso moneda nacional, hoy sería multimillonario.

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4.5 – El pare y arranque de la economía argentina A partir de las últimas décadas del siglo XIX y hasta 1930 Argentina creció en base al corrimiento de la frontera productiva del país, ocupando nuevas tierras para la producción agrícolaganadera orientada fundamentalmente a la exportación, lo que permitía un fuerte aumento de la producción, de la población y de las exportaciones. La industria estaba asociada a la exportación: molinos harineros, frigoríficos, etc., mientras que el grueso de las manufacturas que se consumían eran importadas. El modelo, denominado “de crecimiento hacia afuera”, era extensivo y mostró sus limitaciones cuando se agotaron las tierras aptas para ser incorporadas a la producción. Además, era fuertemente dependiente de la demanda externa, lo que implicaba fluctuaciones de la economía argentina en función del ciclo económico de los países centrales. Así, tuvieron fuerte impacto las dos guerras mundiales y las sucesivas crisis del centro, principalmente la de los años ‟30. Las guerras mundiales afectaron al comercio exterior y, en particular, la provisión de manufacturas; ante esta situación surgieron actividades industriales orientadas al mercado interno y que sustituían a las que anteriormente se importaban. Se instauró así un nuevo modelo económico, denominado “industrialización por sustitución de importaciones”, ISI, que se institucionalizó como política industrial a partir de la segunda mitad de los años 201 | P á g i n a

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‟40, con el primer gobierno de Perón y la creación del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio). La idea fue reemplazar la importación de artículos acabados por la de los insumos y las maquinarias necesarias para producirlo localmente; en una segunda etapa sustituir también la producción de los insumos y así sucesivamente en la profundización del modelo industrial. Para un mismo monto de importación, cada vez se agrega mayor valor agregado local, permitiendo la industrialización y crecimiento económico del país. La limitación del modelo está en que su profundización requiere pasar de sustituciones fáciles a otras cada vez más complejas técnicamente y que tienen una doble limitación: a) el conocimiento técnico-científico necesario, y b) la escala productiva, que dificulta la producción a niveles competitivos. Además, como el crecimiento del producto industrial tiene una relación (aunque sea decreciente con la sustitución) con el monto de las importaciones, tanto de capital como de bienes intermedios, se necesita financiar ese aumento de importaciones necesarias. El problema surgió en que las exportaciones, basada en productos primarios y manufacturas de origen agropecuario, no crecían al ritmo necesario. Las mayores importaciones o se financian con endeudamiento externo o presionan en el mercado de divisas forzando una devaluación. Obsérvese que la deuda externa soluciona un problema de corto plazo, pero genera más presiones sobre ese mercado en el futuro. La devaluación, en ese momento, implicaba el aumento de precio tanto de los insumos importados (y por lo tanto en los productos manufacturados) como de los productos exportados, que eran –a su vez- los alimentos de la población; es 202 | P á g i n a

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decir, aumento generalizado de precios o inflación. Se desataba a así un círculo vicioso que podemos esquematizar así: Devaluación - aumento de precios – disminución del ingreso real – disminución de las cantidades vendidas – disminución de la producción – aumento de la desocupación - disminución de la importación – aumentos nominales de sueldos – devaluación – … Cuando la disminución de las importaciones y el menor consumo interno sumado a los efectos de la devaluación monetaria permitían aumentar la exportación, con balanza comercial positiva comenzaba un ciclo expansivo: aumento de la producción manufacturera, con aumento de la ocupación obrera e incremento de las importaciones (insumos y máquinas) hasta el próximo estrangulamiento de la balanza de pagos y la nueva devaluación. Como en general los períodos de expansión se apoyaban en endeudamiento externo, los servicios de la deuda (amortizaciones más intereses) presionaban sobre la balanza de pagos y hacía más difícil mantener la recuperación y agravaban a la siguiente crisis externa. Estos sucesivos pare y arranque (“stop and go”) de la economía argentina fueron una característica a partir de los años ‟50 y hasta mediados de los ‟70, en que la hola liberal procuró curar la enfermedad matando al enfermo: no hubo más política industrial. Es importante observar que en la inflación desatada por la crisis cambiaria el aumento de precios está acompañado del aumento de la desocupación, lo contrario a lo que dice la curva de Phillips, que

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está pensada y funciona cuando existe otro tipo de inflación, la de demanda. Otros países, como Corea, iniciaron un proceso de industrialización por sustitución de importaciones en la misma época que la Argentina, pero allí la presencia estatal y la planificación fueron mayores y se exigió a las nuevas industrias un programa de exportaciones manufactureras que evitaron el estrangulamiento externo. Algo parecido se intentó en los años ‟70 en nuestro país, con José Ber Gelbard como ministro de economía de Cámpora y del tercer gobierno de Perón, cuando se impulsó la industrialización hacia el mercado interno y externo, con exportaciones a varios países latinoamericanos, especialmente a Cuba. Pero el intento, por razones políticas, duró poco. La integración económica en el Mercosur y, con más razón, en el Unasur, con crecimiento industrial y mayor intercambio comercial entre todos los países latinoamericanos, es la mejor prevención para que no se repita el ciclo de “pare y arranque” en nuestra economía.

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4.6 – Prebisch y los términos del intercambio Raúl Prebisch (1901-1986) es el más importante de los economistas argentinos y, sin duda, el más conocido internacionalmente. Se inició en la economía clásica y de joven fue un conservador muy bien visto por el establishment de su época; con sólo 34 años fue uno de los creadores del Banco Central de la República Argentina y su primer Gerente General durante muchos años. En 1950, con la creación de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas) fue nombrado su primer Secretario Ejecutivo. En este cargo se convirtió en mentor de un grupo de economistas claramente progresistas que, basados en las enseñanzas de Keynes, procuraron un conocimiento económico propio para nuestros países, independiente de la ortodoxia académica del norte, aconsejando políticas activas de intervención estatal, reforma agraria, industrialización e integración continental. Después fue secretario general de la UNCTAD (Conferencia de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas) y finalizó su carrera como economista a fines de 1983, volviendo a la Argentina como asesor presidencial, entusiasmado con el proyecto socialdemócrata que inicialmente proponía Raúl Alfonsín. Su evolución ideológica fue la inversa a la de la mayoría de los intelectuales, que de jóvenes pretenden cambiar el mundo y terminan su carrera al servicio de los intereses dominantes. 205 | P á g i n a

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Desde la CEPAL conformaron una escuela de pensamiento conocida como “el estructuralismo latinoamericano”, rival teórico del monetarismo liberal que dominaba en los organismos internacionales y en los gobiernos conservadores del continente. El estructuralismo plantea la relación mundial centro-periferia, en una visión de la teoría del imperialismo hecha desde los países dependientes. La política aconsejada para América Latina se puede resumir en “industrialización + integración” para lograr desarrollo económico, modernización y superar así la dependencia con los países centrales. Posiblemente su aporte más conocido sea la teoría sobre los términos del intercambio, denominada en los tratados de economía como la tesis Prebisch-Singer, en la que vale la pena detenerse un poco. Supongamos dos países: uno desarrollado, productor y exportador de manufacturas industriales y otro de la periferia, de producción agropecuaria; supongamos también que una unidad de producto típico de cada uno de los dos países insume en promedio dos horas de trabajo. La relación de intercambio equitativa sería de un producto industrial por una unidad agropecuaria. Si en un momento dado en el país central se introduce una innovación tecnológica que reduce el tiempo necesario de trabajo a una hora, el intercambio justo sería ahora de un producto agropecuario igual a dos industriales; de esta forma en ambos países habría un abaratamiento del 50% en el precio de las manufacturas respecto al precio de los productos primarios, repartiéndose equitativamente los beneficios del progreso técnico. Si no se modificara la relación inicial de intercambio (si se mantuviera uno a uno) ese beneficio quedaría exclusivamente para el país central (ambos productos equivaldrían a una hora de 206 | P á g i n a

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trabajo) mientras que en la periferia no habría cambiado nada (ambos valdrían las dos horas como al inicio). Para Prebisch, los datos empíricos indican que los grandes adelantos técnicos se han producidos fundamentalmente en los países centrales (los industrializados) y que sus beneficios no han sido trasladados hacia la periferia. Al contrario, verificó un deterioro en los términos del intercambio para los países dedicados a la producción primaria, de forma tal que el centro no sólo se queda con los beneficios de su propia innovación tecnológica sino que, vía el intercambio, se apodera también de los resultantes del progreso técnico de esa periferia. La razón de este comportamiento, según la tesis de PrebischSinger, es que al aumentar el bienestar, tanto de las personas como de las sociedades, la proporción del ingreso gastado en alimentos aumenta menos que proporcionalmente; en cambio, con los productos manufacturados industrialmente ocurre lo contrario: el aumento de la cantidad demandada es más que proporcional al incremento del ingreso. Es decir, con el aumento del nivel de vida crece más la demanda de productos industrializados que la de los primarios, lo que lleva a un aumento de los precios de los primeros en relación a los segundos: es el deterioro de los términos del intercambio para la periferia. En otras palabras, estos países tienen que entregar mayor cantidad de bienes primarios para obtener los mismos productos industrializados. Los datos estadísticos disponibles muestran para el siglo XX una clara tendencia de ese deterioro: según datos del BID desde principios del siglo y hasta los años ‟90 el precio de los productos internacionales de manufactura crecieron a un promedio anual del 207 | P á g i n a

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2,5% mientras que el precio de los producto básicos lo hizo a razón del 1,9%, lo que implica un deterioro promedio del orden del 0,6% anual. También hay quienes niegan la existencia del fenómeno, cosa que no debe extrañar. En el siglo XIX Marx escribió que “nada de extraño tiene que los librecambistas sean incapaces de comprender como un país puede enriquecerse a costa de otro, pues estos mismo señores tampoco quieren comprender cómo en el interior de un país, una clase puede enriquecerse a costa de otra”. La tesis Prebisch-Singer no es la única explicación que existe del deterioro, aunque fue la primera. De todas formas, posiblemente el aporte más importante que dejó Prebisch y la CEPAL es el énfasis en la necesidad de la industrialización y modernización de nuestros países en base a la integración económica. Un mandato que debemos cumplir.

Raúl Prebisch

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4.7 – El tipo de cambio El tipo de cambio es el precio que tiene en moneda local una unidad de moneda extranjera. Si bien el estado con sus decisiones políticas puede intervenir en la determinación de su valor, este no es arbitrario sino que, en principio, responde a la relación entre las productividades del trabajo entre los distintos países. Tomemos el ejemplo arbitrario de dos estados (Argentina y Estados Unidos) y supongamos que en cada uno de ellos la hora de trabajo equivale a un peso y a un dólar, respectivamente, y que en Estados Unidos una unidad de producto requiere una hora de trabajo (se vende a un dólar) mientras que en la Argentina dos horas (se vende a dos pesos), el tipo de cambio de equilibrio es un dólar igual a dos pesos: el mismo producto, producido en cualquiera de los dos países vale lo mismo: dos pesos o un dólar. Cabe señalar que la diferencia de tiempo de trabajo requerido obedece a diversas razones: naturales (como el clima) o económico-sociales e históricas, como la acumulación previa de capital, la amplitud del mercado o las tecnologías aplicadas, por lo que –conviene insistirla productividad no tiene implicancias valorativas sino que se trata de un simple dato objetivo: es el cociente entre producción y el tiempo de trabajo necesario. La teoría clásica sostiene que el mercado libre es el encargado de busca el equilibrio: el tipo de cambio que tienda a igualar las exportaciones con las importaciones de cada país. 209 | P á g i n a

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Se puede verificar fácilmente que un tipo de cambio bajo (un dólar barato) fomenta las importaciones y dificulta las exportaciones, como ocurrió durante el período de la convertibilidad; por el contrario, un tipo de cambio alto (dólar caro) tiene el efecto contrario: permite exportar mientras encarece y, por lo tanto, limita a las importaciones. Se puede verificar también que los países que se desarrollaron después de la Segunda Guerra lo hicieron con un tipo de cambio alto, como se puede ver actualmente con China, cuya moneda está extremadamente subvaluada. Ya sea con un tipo de cambio fijo, valor establecido por el estado, como ocurrió en los años ‟90 con el cambio de un peso igual a un dólar, o con la llamada “flotación sucia”, donde el valor lo fija el mercado pero el estado interviene activamente para regularlo, existen serias limitaciones objetivas que condicionan el cumplimiento de los objetivos políticos respecto al tipo de cambio. Por ejemplo, en el caso del dólar barato (como ocurrió durante la convertibilidad con el fin de contener la inflación), la demanda de dólares para pagar el exceso de importaciones, para viajar al exterior porque resulta barato o, simplemente, invertir en el extranjero, supera la oferta de dólares (exportaciones más ingreso de capital); para mantener el tipo de cambio el gobierno necesita divisas: en los años ‟90 primero fueron las privatizaciones y luego el endeudamiento externo a tasas crecientes, hasta que el sistema dejó de ser sostenible, finalizando con la crisis del 2001 y sus dolorosas secuelas conocidas. Por el contrario, cuando el dólar es alto, como las exportaciones son mayores que las importaciones hay un exceso de oferta de dólares que, para mantener la cotización elevada, el estado -vía Banco Central- debe adquirir. 210 | P á g i n a

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Pero si lo hace mediante emisión monetaria va a producir inflación y, por lo tanto, van a subir los costos internos haciendo fracasar la política de dólar caro. Un problema adicional se plantea cuando una economía nacional presenta distintas actividades con productividades muy diferentes. Es lo que el economista argentino Marcelo Diamand ha llamado “estructuras productivas desequilibradas”. En la Argentina se ha dado con la pampa húmeda que, por razones naturales, tiene una productividad muy grande comparada con los niveles internacionales, mientras que la industria, por haber empezado tarde y con un mercado reducido, tiene una productividad mucho más baja que el promedio internacional. Si el tipo de cambio se fijara en función de la productividad del agro, la industria local no podría exportar ni competir internamente con las importaciones: desaparecería, creando desocupación y marginación. Si el tipo de cambio se fijara en función de la productividad de la industria, el agro tendría un precio muy superior al normal: implicaría un encarecimiento de los alimentos que castigaría al grueso de la población y generaría una enorme transferencia de fondos en beneficio de los dueños de la tierra. Fijar y mantener el tipo de cambio adecuado para las actividades es uno de los principales problemas de la política económica para nuestro país. Una solución a este dilema fue la que aplicó el primer gobierno de Perón con la creación del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) que implicó la nacionalización del comercio exterior: el estado fue el único exportador e importador autorizado, quedándose con la renta extraordinaria que hubiera significado para el agro un tipo de cambio que permitiera el desarrollo industrial. Es lo que explica la cerrada oposición de la 211 | P á g i n a

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oligarquía hacia ese gobierno. Con esos fondos el estado fomentó la industria, se hicieron obras para satisfacer necesidades colectivas y se aplicó un profundo plan de justicia social. Otra solución es el de las retenciones a las exportaciones. Significan, de hecho, valores distintos del dólar según el producto exportado. De esta forma el estado percibe parte de las divisas que generan un tipo de cambio alto y permiten su mantenimiento en el tiempo. Supongamos que se eliminan las retenciones, como ha pretendido la Sociedad Rural a partir del año 2008 con el apoyo de gran parte de la oposición. En primer lugar subirían los precios internos de las mercancías exportadas, castigando al grueso de la población. Pero, además, como los exportadores recibirían el importe total de sus exportaciones habría exceso de dólares en el mercado, haciendo más difícil el mantenimiento de un tipo de cambio competitivo: el precio del dólar bajaría, dificultando la exportación industrial, aumentando las importaciones y, en última instancia, afrectando también los intereses del agro ya que, como exportadores, recibirían menos pesos por dólar exportado que los que esperan obtener. Esta historia hace recordar a la comedia de Lope de Vega, con el perro del hortelano, que no come ni deja comer.

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4.8 – La historia de las retenciones La intervención del estado en el tipo de cambio, y de las retenciones a las exportaciones en particular, tiene una historia muy larga, en el mundo y en nuestro país. En nuestro caso se remonta por lo menos a 1862 con la presidencia de Mitre, cuando se establecieron impuestos a la exportación. Hubo períodos de fuerte intervención estatal, como ocurrió en el primer gobierno de Perón con la nacionalización del comercio exterior mediante el IAPI o con el de Arturo Íllia, con un riguroso control de cambios. Las retenciones, al estilo de las que existen actualmente a la exportación de granos, tuvieron vigencia en numerosas oportunidades, especialmente a partir de fuertes devaluaciones monetarias, para evitar la traslación de riqueza a favor de los dueños de los campos. Por ejemplo en 1955, cuando el gobierno militar desmanteló al IAPI y devaluó el dólar de $ 5 a $ 18 la unidad, o con el ministro Krieger Vasena que devaluó de $ 255 a $ 350. La aplicó también Alfonsín con el plan Austral. No debe extrañar a nadie que eliminaron las retenciones las dos experiencias neoliberales de nuestra historia contemporánea: Videla con Martínez de Hoz y Menem, no en la primera época sino a partir de la convertibilidad ideada por el ministro Domingo Cavallo. Vale la pena detenerse en los años ‟70. El último gobierno de Perón, con el ministerio de José Ber Gelbard, aplicó una política 213 | P á g i n a

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activa de carácter industrialista que, al principio, contó con el apoyo de los distintos sectores nacionales; el gobierno de Isabel Martínez, que asumió a la muerte de Perón, sufrió un continuo deterioro y terminó –en una historia dolorosa y conocida- como un fracaso político. En el plano económico, en 1975 la Sociedad Rural, aprovechando la pérdida de apoyo al gobierno nacional, impulsó la creación de la APEGE (la sigla correspondía a Agrupación Permanente de Entidades Gremiales Empresarias) donde estuvieron representados la propia Sociedad Rural, la Confederación Rural Argentina, la Cámara de Comercio, la Cámara de la Construcción, la Unión Comercial Argentina y algunas federaciones provinciales de la Unión Industrial; su objetivo era “El establecimiento del orden y la seguridad, la supresión de obstáculos legales que afectan la producción, la productividad y la comercialización,… el control de la inflación,…”. La Sociedad Rural pidió concretamente la eliminación de las retenciones a las exportaciones primarias. En concordancia con la preparación del golpe militar, en enero de 1976 la APEGE emplazó al gobierno para un cambio total de su política, con un vuelco hacia el liberalismo económico, amenazando con paros patronales y suspensión de pago de impuestos y retenciones de cargas sociales y fiscales. Con los paros imitaron a las patronales chilenas que acompañaron años antes al golpe de Pinochet. Con la asunción de Videla también asumió la Sociedad Rural por intermedio de su ministro Martínez de Hoz; una de las primeras medidas fue anunciar la baja de las retenciones a las exportaciones del agro, para derogarlas definitivamente en 1978. 214 | P á g i n a

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La razón expuesta por Martínez de Hoz fue que los recursos que implicaban las retenciones a las exportaciones ahora irían directamente a los empresarios, y que esos recursos serían utilizados para modernizar el campo y para invertir productivamente en otras ramas de la producción, logrando el desarrollo económico del país. No fue así; lo que creció fue el gasto improductivo, como el turismo al exterior o las inversiones inmobiliarias en Punta del Este y, fundamentalmente, la especulación financiera. Entre 1975 y 1983 el Producto Bruto Interno por habitante se contrajo, la industria disminuyó un 12,4%, la construcción un 30%, mientras que la intermediación financiera subió un 40%. La cantidad de trabajadores ocupados en la industria bajó un 34,3% mientras que la participación de los ingresos de los trabajadores en el ingreso total, que había alcanzado un 48,5% en 1974, se redujo al 30,4% en 1976.

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Ustedes podrán decir: no fue culpa solamente de la eliminación de las retenciones a las exportaciones. Y eso es cierto. Fue todo un conjunto de medidas económicas neoliberales que llevaron al fracaso, pero entre las que la derogación de las retenciones ocupa un lugar muy importante. Hoy nuevamente la Sociedad Rural, como en 1976, reclama la anulación de las retenciones a las exportaciones. Es importante tener en cuenta cuales serían las consecuencias económicas de una medida de ese tipo y, fundamentalmente, aprender de la experiencia histórica para no repetir los mismos errores del pasado.

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4.9 – Marcelo Diamand, un economista heterodoxo Durante el siglo XX nuestro país tuvo grandes economistas; si hubiera que hacer un listado de ellos, probablemente lo encabezaría Raúl Prebisch e incluiría al académico Julio Olivera, a Marcelo Diamand, por la originalidad de sus trabajos, a Enrique Silberstein, por su capacidad expositiva y sentido del humor, a Aldo Ferrer, por su compromiso con la realidad nacional y a varios más que omito para no resultar tedioso. De todos ellos creo que el más meritorio, por el esfuerzo que acompañó a su formación, es Diamand. Marcelo Diamand, de origen judío, nació en Polonia en 1928 y llegó como inmigrante, junto a su familia, a Buenos Aires en 1946. Mientras el padre se iniciaba en la industria electrónica, fabricando radios, Marcelo hizo el secundario en dos años y luego se recibió en la Universidad como ingeniero industrial. Una vez terminados sus estudios se integró a la industria familiar, desarrollando las radios Tonomac que, a pesar de tratarse de una empresa mediana, lograron importante prestigio y se exportaron a varios países latinoamericanos. Como integrante de la Cámara Argentina De la Industria Electrónica (CADIE) entendió que los problemas que aquejaban al rubro eran preponderantemente económicos, por lo que comenzó a estudiar hasta formarse como un economista autodidáctico, para 217 | P á g i n a

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lo que contaba con varias facilidades: 1) su formación técnicocientífica previa, 2) su práctica en la economía concreta y 3) como dijo Joan Robinson refiriéndose a Kalecki, tenía “la gran ventaja (de que) nunca había aprendido economía ortodoxa”. Disgustado con el desarrollo de los economistas clásicos y, en especial, con la ortodoxia neoclásica, tampoco lo convenció el trabajo de Keynes, cuya teoría de corto plazo está pensada para un capitalismo desarrollado y con problemática distinta a la de América Latina, que estaba iniciando el proceso de industrialización. Por el contrario, encontró apoyo en el libro de Friedrich List, “Sistema nacional de economía política”, considerado el fundador teórico del proteccionismo en el comercio internacional, que le abrió otro panorama del pensamiento económico. A partir de allí elaboró su pensamiento en forma independiente aunque tuviera líneas coincidentes con el estructuralismo latinoamericano, cuya base era la CEPAL, dirigido por Raúl Prebisch. Diamand vio que en su época el problema central de la economía pasaba por la Balanza de Pagos y en sus trabajos sostuvo que la política ortodoxa pregonada por el FMI era errónea, así como el endeudamiento externo como solución al déficit comercial, que era una salida a corto plazo pero que se convertiría en boomerang en el futuro. En 1973 publicó su libro “Doctrinas económicas, desarrollo e independencia” que va camino a convertirse en un clásico y que lo mostró como un original pensador de la heterodoxia económica. La idea central es que nuestros países, para modernizarse, tienen que industrializarse, posición coincidente con la CEPAL, pero 218 | P á g i n a

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como los sectores de estas economías tienen productividades muy diferentes –por sus recursos naturales y por sus historias, como ocurre con la actividad agropecuaria en la pampa húmeda argentina- para que la industria se afiance y crezca se necesita, o bien una alta protección aduanera (como tuvieran todas las economías desarrolladas en el siglo XIX) o, de lo contrario, un tipo de cambio diferencial adaptado a sus respectivas productividades. Insiste en que la productividad no es un concepto valorativo sino una simple determinación aritmética: es el cociente entre producción y las horas de trabajo requeridas para lograrla; entonces no es de extrañar que los países desarrollados tengan una industria más productiva que la nuestra, por historia, acumulación de capital y amplitud del mercado y, por otro lado, que nuestra agricultura extensiva tenga mayor productividad que la europea, producida en minifundios. Son realidades distintas. Para Diamand el tipo de cambio debe ser diferencial según la productividad de cada sector. Corresponde al estado logar esta equiparación. Así, en Europa, Estados Unidos y Japón, la menor productividad de sus respectivas agriculturas comparadas con la internacional se compensa con subsidios. En Argentina, con un tipo de cambio único como existe actualmente, las retenciones a las exportaciones agropecuarias cumplen esa función; sin ellas la industria no tiene futuro. Los planteos teóricos de Diamand influyeron en el pensamiento de Gelbard y de la Confederación General Empresaria (CGE), participando de diversas entidades gremiales y exponiendo sus ideas en cuanto foro le diera oportunidad. También dio clases universitarias, en La Plata (Universidad Católica) y en Estados Unidos. 219 | P á g i n a

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Cuando se aplicó el plan neoliberal con Videla y Martínez de Hoz, vio que la actividad industrial en Argentina iba a desaparecer, por lo que inició una liquidación gradual de su empresa. Fue muy crítico con el plan de convertibilidad de CavalloMenem. Durante muchos años en la UIA perteneció a una corriente minoritaria que se oponía al neoliberalismo, hasta que en 1998, conjuntamente con Hugo Notcheff, logró que se publicara una recopilación de trabajos críticos bajo el título “La economía argentina actual”. Murió en Buenos Aires el 20 de junio de 2007. Nunca fue plenamente aceptado por la economía académica –dominada por la ortodoxia- ni por el “establishment” local, cosa que no creo que le haya causado especial preocupación.

Marcelo Diamand

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4.10 – Lo que dicen las cifras de los censos industriales Las cifras de los censos aportan invalorables datos objetivos para analizar la evolución de la realidad social y económica y para valorar los resultados de las políticas seguidas. El cuadro adjunto, tomado del artículo de los investigadores del CONICET Daniel Azpiazu y Martín Schorr “La industria argentina en las últimas décadas: una mirada estructural a partir de los datos censales”, publicado en Realidad Económica Nº 259, abril-mayo de 2011, presenta un resumen comparativo de los cuatro últimos censos industriales realizados en nuestro país. Las cifras de ese cuadro muestran que en las tres décadas transcurridas entre los cuatro relevamientos censales hubo una importante caída en la cantidad de establecimientos industriales y en las personas ocupadas, lo que implica un proceso nítido de desindustrialización. Fíjense que en ese lapso desaparecieron 24.000 plantas industriales (un 23% de las existentes en 1973), mientras que el personal ocupado, disminuyó casi en 400.000 trabajadores (un 38%). Ese hecho se produjo a pesar del crecimiento de la población total, de forma tal que en 1973 los ocupados en la industria representaban el 5,5% de la población total del país, proporción que se redujo en 2003 a menos de la mitad: 2,6%.

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En el primer período (1973-1984), que abarca la dictadura y la política monetarista de Martínez de Hoz, la cantidad de empresas industriales se redujo en 4.000 pero aumentó la cantidad de asalariados en casi 40.000; fue la consecuencia de un proceso de concentración económica. Si se desmenuzaran los números se podría ver que entre 1973 y 1984 habían desaparecido 8.500 emprendimientos que ocupan hasta 10 empleados, mientras crecía el número de las empresas industriales concentradas. A partir de 1984 esa tendencia se modificó y cerraron grandes emprendimientos debido a la falta de competitividad con los productos importados que fomentaba el tipo de cambio fijo 1 a 1 con el dólar, impuesto por la convertibilidad. La cantidad de empresas industriales con más de 300 empleados bajó de 562 establecimientos en 1973 a 360 en el 2003 (un 36% menos) mientras que el personal ocupado por las mismas disminuyó más de la mitad (de 431.682 empleados a 202.285). El gran impacto negativo para los establecimientos industriales en todos sus tamaños y al personal ocupado en ese sector se produjo entre los años 1984 y 1993, como consecuencia de la hiperinflación en la última parte del gobierno de Alfonsín y principios del de Menem y, fundamentalmente, por la implementación de la convertibilidad a partir de 1991. Luego de 1993 disminuyó un 10% la cantidad de empresas y un 5% el personal ocupado. Si se analizan las cifras por ramas, se ve un proceso de reprimarización de la economía, con avances importantes de las empresas dedicadas a producir alimentos, bebidas y tabaco y que, junto a las refinerías de petróleo y afines sumaban (en 2003) el 61,5% del valor total de la producción industrial. Todas las demás 222 | P á g i n a

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ramas industriales (excepto celulosa, papel e impresiones) retrocedieron en su importancia relativa, desde textiles, confecciones y cueros a la producción de máquinas, equipos y automotores, que no podían competir con los productos importados. Interesa pensar, entonces, cuales fueron económicas que produjeron ese resultado.

las

políticas

Para el primer período fue determinante la adoptada por el ministro Martínez de Hoz durante la dictadura de Videla. Esta política estaba basada en el principio del “precio único”, que consiste en lo siguiente: si hay libertad de comercio en un mercado hay un solo precio; por ejemplo, si un bien importado puesto en Argentina cuesta 20 dólares, al tipo de cambio de 1 dólar = $ 4, el 223 | P á g i n a

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precio de ese bien importado o fabricado en el país cuesta, como máximo, $ 80; le pone un tope a los precios de la producción nacional. Fíjense que ese precio tope depende de dos variables: el precio del mercado internacional y el tipo de cambio. Entonces, la idea central es que, para combatir la inflación interna, tenemos que evitar modificaciones al tipo de cambio; con ese fin se anunció una tabla con los valores que iba a tener en el futuro el dólar, con incrementos decrecientes que terminaban en un valor inamovible. De esa forma, la inflación iba a ser decreciente hasta terminar igualando a la posible inflación internacional. Fue la famosa “tablita” de Martínez de Hoz, que en otra oportunidad vamos a analizar detenidamente. Lo que ocurrió fue que las presiones inflacionarias internas continuaron y la producción nacional no pudo competir con la importada; los fabricantes se convirtieron en importadores y los obreros industriales en desocupados. Para cubrir el exceso de importaciones el país se endeudó y, cuando la deuda se hizo impagable, estalló el modelo económico con inflación y, en lo político, con devolución del gobierno para que el pueblo se haga cargo de la situación. En los ‟90 volvió a repetirse la historia, esta vez con Menem y De la Rúa. En lugar de una “tablita” de eliminación paulatina de las devaluaciones de nuestra moneda, se partió directamente de un tipo de cambio fijo, el 1 a 1 de la convertibilidad. El proceso fue parecido y el final también. En 2003 la historia cambió y comenzó un período de reindustrialización cuyos resultados va a mostrar el siguiente censo industrial.

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El resultado de las políticas del 76 al 2001 fue la desindustrialización argentina que muestran las cifras de los censos. Lo que no dicen esas cifras es de la pérdida de conocimientos y habilidades de los cientos de miles que perdieron el trabajo; tampoco del sacrificio y dolor generado y de la frustración de otros cientos de miles de jóvenes que no pudieron acceder a un trabajo digno y fueron socialmente marginados.

INDUSTRIA MANUFACTURERA ARGENTINA

1973

1984

1993

2003

Var. 03/73

Establecimientos

105.642

101.474

90.088

81.332

-23%

Personal ocupado

1.327.137

1.373.163

1.007.909

955.849

-28%

Asalariados

1.132.481

1.170.645

857.878

860.237

-24%

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4.11 – La autonomía del Banco Central La política económica de un país tiene dos grandes campos: la política fiscal y la política monetaria. La primera se refiere al gasto público y a los impuestos; la segunda, con el control monetario, por lo que tiene incumbencia en el crédito a la actividad privada, la tasa de interés y el valor del tipo de cambio. Pensar en la separación de ambas políticas resulta contradictorio con el sentido común, es como tener dos ministros de economía, cada uno con un campo propio, una especie de esquizofrenia estatal. Y sin embargo se da en la realidad: en el pensamiento único todavía dominante –el neoliberalismo- y en la ley se sostiene la independencia del Banco Central. Inclusive, aunque parezca mentira, esta separación es defendida sin rubor por gran parte de la dirigencia política argentina. Alfredo Eric Calcagno y Eric Calcagno lo explican claramente en el libro “Argentina- Derrumbe neoliberal y proyecto nacional” (Ed. Le Monde Diplomatique, Buenos Aires ,2003): “En los hechos, el manejo de los instrumentos de política económica propios de un Banco Central confiere gran parte del poder. Quien establece la tasa de interés, el tipo de cambio, el crédito y la emisión monetaria controla la base de los mecanismos económicos. Es un lugar estratégico, porque si no alcanza para ejecutar un programa económico, puede impedir la ejecución de políticas alternativas. De allí que la primera exigencia del FMI y de 227 | P á g i n a

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los grupos financieros internacionales y locales es la „independencia‟ del Banco Central, que significa su feudalización, con la creación de una nobleza financiera con justicia propia. Así lo demuestra el reclamo por inmunidad (modo elegantes de decir impunidad) de sus directores y ejecutivos, como la duración de los cargos. Por cierto, no se trata de una oscura conspiración, sino del ejercicio del poder que da el predominio financiero y de los medios para conservarlo. Voten, voten, que las autoridades del Banco Central no responden a ninguna legitimidad electoral. Como el sector financiero es hegemónico en esta etapa de la globalización, en los hechos ellos son lo que gobiernan. Así de simple.” Es consecuencia del poder financiero en el orden mundial. Desde fines del siglo XIX la concentración del capital llevó a la creación de los grandes monopolios y dio un paso más en la globalización, con la distribución del mundo en colonias o en la dominación económica de los países formalmente independientes. En 1916 Lenín caracterizaba su época como de” fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este capital financiero, de la oligarquía financiera”. Desde entonces y hasta ahora su poder ha crecido muchísimo. Unas pocas cifras avalan lo dicho: el producto bruto mundial, es decir, el total de bienes y servicios producidos un año en toda la tierra, se estima en unos 55 billones de dólares; el comercio mundial alcanza los 12,7 billones de dólares, mientras que el mercado mundial de divisas alcanza a los 825 billones, 15 veces el producto y 66 veces el comercio real. Ese enorme poder trasnacional ha impuesto las políticas neoliberales, ha dictado los principios del llamado “consenso de Washington” y ha llevado en nuestro país a declarar la autonomía del Banco Central. Es el que tiene el poder decisorio en el Fondo 228 | P á g i n a

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Monetario Internacional y en el Banco Mundial y tiene gran influencia en los gobiernos de los países centrales y en la mayoría de los periféricos. Y también es el responsable de la profunda crisis mundial iniciada en el año 2008, que está siendo superada merced a grandes desembolsos de los gobiernos de los países centrales. A raíz de la crisis hubo un principio de retroceso de los voceros del sector financiero mundial; inclusive hubo un reconocimiento de culpabilidad por los “errores” cometidos y un avance hacia una regulación mundial del sector. Pero bastó que la situación pareciera estabilizarse para que volviera por sus fueros, oponiéndose a toda reglamentación (fíjense lo que le costó al presidente Obama aprobar una reforma a la ley de actividades financieras, que resultó mucho más tibia que la propuesta inicialmente) y reclamaran una vuelta a las políticas económicas ortodoxas. Por el contrario, en nuestro país hay aires de cambio. Por una parte, está en discusión una nueva ley de entidades financieras que reemplaza la de 1977. Por otra parte, en las “Jornadas Monetarias” organizadas por el Banco Central, que comenzaron el día 2 de setiembre pasado, se dejó de lado a la agenda tradicional: la discusión no se limitó a la estabilidad monetaria y a las políticas antiinflacionarias ni los expositores fueron los popes del establishment financiero, sino que ahora el tema central fue el crecimiento económico, el empleo y la equidad en la distribución del ingreso. Desde el inicio se planteó la necesidad de “nuevas teorías económicas, ya que no podemos seguir con las mismas ideas monetarias que llevaron al desastre mundial en 2008”. Para la presidente del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, hay que conciliar la estabilidad monetaria y financiera con lo que 229 | P á g i n a

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ocurre en materia de crecimiento económico y empleo, poniendo énfasis en el impacto negativo que significan para el país los flujos de capital de corto plazo; por ello ha reclamado una reforma de la carta orgánica del Banco, cuya función actual está limitado al control monetario, cuando debería estar comprometido con toda la política económica del país. Es de esperar que los vientos de cambio terminen finalmente con la discutible independencia del Banco Central.

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4.12 – El capital extranjero y el desarrollo argentino En el último tercio del siglo XIX y en las primeras décadas del XX las inversiones directas del capital extranjero en nuestro país tuvieron mucha importancia. Ferrocarriles, puertos, frigoríficos, etc. fueron inversiones fundamentalmente inglesas. Según un estudio de la CEPAL en 1913 casi la mitad del capital fijo era de propiedad extranjera; ese porcentaje fue bajando en los años posteriores hasta llegar al 20% en los años ‟40 y reduciéndose al 5% en la década siguiente. En los ‟90, con la convertibilidad y la liberación de la economía, hubo un nuevo auge en el ingreso de capitales, tanto en préstamos como en concepto de inversión extranjera directa (IED), es decir, capitales de riesgo que se instalan en el territorio nacional. En un interesante trabajo los economistas Alfredo Eric y Eric Calcagno3 han analizado el papel de la IED en este período: entre 1992 y 2001 ingresaron por este concepto 78.715 millones de dólares, una importante suma que equivale aproximadamente a la tercera parte del producto bruto de un año; representó un 17% de la inversión bruta total y un 3% del PBI. De todas formas, cuando se lo analiza en detalle, se puede verificar que su importancia en la economía argentina fue mucho menor que lo que aparenta esas cifras y de lo que habitualmente se cree: 3

Alfredo Eric y Eric Calcagno: Argentina. Derrumbe neoliberal y proyecto nacional, Ed. Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 2003 231 | P á g i n a

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-El 55% de la IED fue la adquisición de empresas preexistentes. Es decir, no representó un aumento de la capacidad productiva argentina; no fue inversión en el sentido económico, aumento de capital, sino, simplemente, un cambio de manos, una extranjerización de nuestro sistema productivo. -De los 78.715 millones de IED, el 10% se realizó mediante deudas a la empresa central o a filiales y el 7% mediante la capitalización de las utilizadas obtenidas en el país. Si consideramos estas tres alternativas, el aporte realmente ingresado como capital productivo fue el 28% del informado (100% - 55% 10% - 7%), es decir, unos 22 mil millones de dólares. -En el mismo período salió al exterior en concepto de utilidades y dividendos la suma de 23.300 millones de dólares. A pesar de esas cifras continúa el mito del capital extranjero como motor del crecimiento. Así, recientemente la Bolsa de Comercio ha solicitado al gobierno que se dejen sin efecto las trabas establecidas para el ingreso de capitales, mientras que los economistas del establischment y los grandes diarios vienen amenazando con que las inversiones del exterior no va a venir sino hay “previsibilidad” económica y “seguridad jurídica” para las mismas (términos que se utilizan para decir elegantemente que no se pueden tocar los privilegios del capital extranjero). Ante este panorama cabe la pregunta ¿Cuál ha sido realmente el papel de la inversión extranjera directa en las altas tasas de crecimiento de nuestra economía a partir del año 2003? Para dar una respuesta objetiva a esa pregunta el mejor camino es analizar las estadísticas disponibles. En el cuadro 1 se puede ver 232 | P á g i n a

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el monto de las inversiones extranjeras directas en los últimos años. Comparando el total con el promedio de los años ‟90 (7.817 millones) se puede ver que el flujo se mantuvo estable, a pesar del “default”, del canje unilateral de la deuda y del panorama que dibujan los economistas del establishment. En el cuadro 2 aparecen las utilidades y dividendos pagados al exterior por las IED y los ingresos netos de fondos por este último concepto. Se puede apreciar que el primer flujo (la salida de divisas) es mucho mayor que el segundo, la entrada de fondos. Por último, en el cuadro 3, se muestran los montos totales de utilidades reinvertidas y las pagadas, comparadas con el total de las inversiones realizadas (IED). La suma de las dos primeras es notoriamente mayor que las IED, excepto en el año 2008, en el que son prácticamente iguales. En otras palabras, las empresas extranjeras han reinvertido parte de sus utilidades e ingresado fondos, como nuevas inversiones, menores a los dividendos cobrados. En resumen, las IED han acompañado el crecimiento argentino pero no se les puede adjudicar ningún papel protagónico. El crecimiento de estos años fue consecuencia de otros factores, como son la política de mantenimiento del tipo de cambio competitivo, las circunstancias externas favorables y el aumento de la inversión local. El capital extranjero puede ser útil si trae nuevas tecnologías o abre mercados, pero hay que terminar con el fetichismo que lo reverencia como la fuente del desarrollo; por el contrario, su

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ingreso debe ser selectivo y muy controlado, evitando la extranjerización de nuestra economía.

Cuadro 1 INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA (IED) en millones de dólares

Reinversión de utilidades Aportes Deuda con empresas vinculadas Transacción de acciones Total

2005 3.011 4.053 - 927 529 6.666

2006 5.523 2.025 252 - 113 7.687

2007 3.916 2.448 1.522 - 222 7.663

2008 2.059 3.401 3.527 557 9.544

Cuadro 2 INVERSIONES EXTRANJERAS: Ingresos y Egresos de Fondos

2005 Pagado por utilidades y dividendos Aportes ingresados en conceptos de IED Diferencia

2006

2007

2008

4.917 6.577 6.728 7.418 4.053 2.025 2.448 3.401 864 4.552 4.280 4.017

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Cuadro 3 INVERSIÓN EXTRANJERA Y UTILIDADES

Utilidades reinvertidas Utilidades y dividendos pagados Total Total de la IED (Inversión Extranjera Directa) Diferencia

2005 3.011 4.917 7.928

2006 5.523 6.577 12.100

2007 3.916 6.728 10.644

2008 2.059 7.418 9.477

6.666 7.687 7.663 9.544 1.262 4.413 2.981 - 67

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4.13 – La enfermedad Holandesa El tulipán es una planta originaria de las estepas de Kazajistan que era desconocido en Europa hasta que, a mediados del siglo XVI, llegaron los primeros bulbos y se adaptaron perfectamente al clima de Holanda. En el siguiente siglo se pusieron de moda en toda Europa, de forma tal que la demanda de la flor y de los bulbos para producirla creció desmesuradamente, originando una verdadera fiebre especulativa; en 1636 su precio se había multiplicado por veinte, al punto que el precio de un bulbo era equivalente al de dos carruajes de lujo. Lógicamente, los holandeses se dedicaron con ahínco a producir tulipanes, dejando otras actividades y, en especial, otros cultivos que no rendían monetariamente en la misma proporción. En 1637 hubo un invierno muy crudo y en toda Europa no se conseguía verduras ni frutas, en parte por lo riguroso del clima pero también porque los terrenos aptos estaban dedicados a la siembra de tulipanes. De ahí que el grueso de la población echara la culpa de todo a esta planta; hubo pánico, nadie los quería y su precio cayó estrepitosamente. Holanda, que había abandonado otras producciones, cayó en una profunda crisis. La historia volvió a repetirse en el siglo XX. En los años ‟70, en plena crisis causada por los precios de los hidrocarburos, en parte originada por la aparición de la OPEP (Organización de Países 237 | P á g i n a

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Exportadores de Petróleo) en el escenario mundial, que regulaba su oferta, se descubrieron ricos yacimientos gasíferos en las costas del Mar del Norte, afluyendo a Holanda enormes cantidades de divisas, con la consecuente revalorización de su moneda (en ese momento el florín, que en 2002 fue reemplazado por el euro), afectando al resto de las actividades. En 1977 la prestigiosa The Economist publicó un artículo donde comparó ambas situaciones históricas y en el que denominó a esa situación como “enfermedad holandesa” o “mal holandés”, término que se popularizó rápidamente. En la actualidad se aplica al caso en que uno o varios recursos naturales con gran incidencia en la economía generan el ingreso de divisas en cantidades considerables, por lo que se produce una apreciación del tipo de cambio de la moneda local, desplazando a otros sectores económicos. Lo que ocurre en una economía cuando su moneda se aprecia no tenemos que contarlo, ya que los argentinos la conocimos en carne propia durante los gobiernos de Menem y De la Rúa cuando, para combatir a la inflación, se mantuvo la paridad irreal del 1 a 1 con el dólar: aumentan la importaciones, caen la exportaciones, cierran las fábricas, aumenta la desocupación, la pobreza y la marginalidad social. En las últimas décadas se ha hablado de la enfermedad holandesa en Colombia con el café en los años ‟80, en Gran Bretaña con el descubrimiento de yacimientos de petróleo y gas en el Mar del Norte, y también en Venezuela y en los países árabes con el aumento del precio del petróleo o en Chile con el precio del cobre. Un caso particular es Nigeria, el país más poblado de África 238 | P á g i n a

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y primer productor de petróleo del continente, donde el tipo de explotación dio lugar a la contaminación ambiental y a la condena a la pobreza y marginación de la mayoría de sus habitantes; a raíz de ello se popularizó la calificación de “maldición de los recursos naturales”. El aumento del precio de los productos primarios en los últimos años, en especial el de la soja, ¿Puede producir la enfermedad holandesa en nuestros países? La respuesta es afirmativa, lo que está agravado por la política del dólar barato que aplica Estados Unidos a partir de la última crisis, y se manifiesta con el revalúo de las monedas de los países emergentes: tomando a nuestros países limítrofes y considerando abril de 2011 respecto a diciembre del 2008 (28 meses), la cotización del dólar disminuyó un 34% medido en reales y un 26% medido en pesos chilenos, un importante revalúo de las monedas locales, aproximadamente a razón del 1% mensual.

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¿Puede combatirse a esta enfermedad? Si, tratando de impedir el ingreso de capitales especulativos y, fundamentalmente, procurando evitar que el exceso de divisas presione en el mercado interno al tipo de cambio, ya sea porque se invierten en el exterior o porque los percibe el estado, aumentando de esta forma las reservas monetarias del país. Al primer remedio lo utilizó con éxito Noruega, ante la suba del precio del petróleo; el segundo se utiliza en nuestro país con las retenciones a las exportaciones y con la política del Banco Central de comprar el exceso de oferta de divisas, evitando la caída de su cotización, y emitiendo deuda pública en pesos para neutralizar el dinero emitido en esa compra. Pero en realidad el verdadero remedio hubiera sido la implementación de las retenciones móviles, que no se pudo aplicar por las presiones de la Sociedad Rural y de sus socios políticos, incluyendo el voto “no positivo” del vicepresidente Cobos. Con la política seguida en Argentina se produjo, en el período considerado más arriba, una depreciación del peso del 18,8% respecto al dólar y del 22% respecto al euro. Esto, sumado a la mejoría en la productividad promedio y al revalúo de las monedas de los principales países con los que se comercia, ha evitado la pérdida de competitividad de nuestras exportaciones. De todas formas, la depreciación de nuestra moneda no parece compensar el aumento de costos originados por las presiones inflacionarias, por lo que hay que estar alerta para evitar en el futuro las consecuencias de la enfermedad holandesa.

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4.14 – La inflación importada Una ley económica que se entiende intuitivamente es la “ley del precio único”: en un mercado un bien tiende a tener un sólo precio. En el caso de bienes importados, ese precio es el externo al que se le adiciona el impuesto a la importación y los gastos que esta acarrea, multiplicado por el tipo de cambio. En el caso de bienes exportables el productor local pretende, por razones lógicas de equidad, obtener en el mercado interno el mismo ingreso que obtendría exportándolo, por lo que el precio de ese bien es el precio externo menos los impuestos de exportación, importe que multiplicado por el tipo de cambio, nos da el precio en moneda local. Esto es importante recalcarlo, porque en este momento la principal presión inflacionaria es de carácter importada. Es que los precios internacionales de los productos agropecuarios vienen subiendo, como se puede apreciar en el cuadro que se acompaña y donde se ha tomado como punto de referencia los precios del trigo y de la soja. Si tomamos el año calendario, en el 2010 han aumentado en dólares el 47,7% y el 32,7%, respectivamente. Si comparamos fin de febrero de 2010 con fines de febrero de 2011, el aumento es del 53,3% y 43,6%. Mientras tanto el dólar se apreció un 4,6% por lo que, en el último caso y en moneda argentina, los aumentos fueron del 60,3 y 50,2 por ciento, respectivamente. 241 | P á g i n a

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Esto significa aumento de los precios de los insumos de los principales alimentos, incluyendo el forraje de los animales. Desde el pan y las pastas, hasta el resto de los productos alimenticios ven incrementados sus costos primos y, en consecuencia, los precios finales, aunque en porcentajes amortiguados, lo que incide fuertemente en la canasta de bienes de consumo y, como consecuencia, trae aparejado un incremento de los sueldos y jornales, de forma tal que el aumento de precios se traslada – aunque en menor proporción- al resto de la economía. El traslado a los precios de los productos alimentos minoristas en nuestro país fue inferior a los porcentajes anteriores porque desde el año 2006 se vivía un aumento de los precios internacionales, que alcanzaron su máximo en julio de 2008; a partir de esa fecha tuvieron una sensible caída hasta que en diciembre de ese año comenzó la recuperación. La baja de precios muy importante del segundo semestre de 2008 no tuvo su correlato en una disminución de los precios de los productos finales, por lo que quedó formado un “colchón” que amortiguó el impacto actual. Pero, de todas formas, los precios actuales, expresado en pesos, ya han superado los precios record del 2008. Este aumento internacional del precio de los alimentos obedece a causas diversas que analizaremos en otro momento, pero vale la pena enunciarlas: a) aumento de la población mundial; b) crecimiento del ingreso disponible por grandes masas de población de los países emergentes superpoblados, como China e India; c) utilización creciente de granos y oleaginosas en la producción de combustibles de origen vegetal; d) problemas productivos originados en el cambio climático y en la escasez de agua para riego. La simple lectura de estas causas permite apreciar la 242 | P á g i n a

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importancia de las mismas, lo que hace presumir que la suba del precio de los alimentos continuará por mucho tiempo. Además, hay que agregar el componente especulativo que está presente en la economía mundial. En los países importadores de alimentos, el aumento del precio de los mismos trae aparejado inflación, similar a la originada por la suba del petróleo y que generó la “estanflación” de los años ‟70. En los países exportadores como la Argentina, si el estado no interviene, el incremento en la cantidad de dólares ingresados genera la apreciación del peso, lo que repercute negativamente en toda la economía: aumentan las importaciones y disminuyen las otras exportaciones, como las de origen industrial, afectando el nivel de crecimiento y de ocupación. Lo conocemos por la triste experiencia de los ‟90. Como el gobierno no está dispuesto a permitir esa apreciación de nuestra moneda, el precio es la presión inflacionaria. Lo dijo claramente el premio Nobel de Economía, Paul Krugman: “La Argentina tiene un crecimiento muy alto y la inflación no responde a un desborde o a problemas fiscales, sino a la no apreciación de su moneda”. Además, sobre el tema inflacionario, es importante tener en cuenta que la Resolución 125 sobre retenciones móviles a las exportaciones, que fuera implantada por el Poder Ejecutivo el 11 de marzo del 2008 y dejada sin efecto el 18 de julio de ese año, luego de no ser aprobada por el Senado de la Nación (por desempate del vice-presidente Cobos), tenía como uno de sus objetivos el de aislar los efectos internos de la variación de los 243 | P á g i n a

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precios internacionales, procurando una mayor estabilidad de precios y un ingreso justo para los productores; en lugar de una tasa única para las retenciones a las exportaciones (establecidas a partir de la devaluación del año 2001) en la Resolución 125 se fijaba tasas progresivas: si el precio internacional de granos bajaba, disminuía el porciento de retención (con lo que el ingreso del productor disminuía en menor proporción) y si los precios aumentaban, también lo hacía el porcentaje a aplicar, con lo que la incidencia en el precio interno era mucho menor. Con la derogación de la Resolución 125, el porcentaje de retenciones se mantiene inamovible, por lo que las variaciones porcentuales de los precios externos repercuten en la misma proporción en los precios del mercado interno. Si a usted, como a muchos argentinos, le preocupa las presiones inflacionarias existentes, debe tener en claro la principal causa actual de ella. Y si protesta, debería hacer llegar su queja a los responsables de la misma, no sólo los legisladores que votaron contra las retenciones móviles sino, fundamentalmente, a los medios de prensa y a los dirigentes políticos, corporativos y hasta sindicales que generaron un clima social favorable a su derogación.

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4.15 – Los precios de exportación y las presiones internacionales En el año 1973 apareció en el escenario mundial la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) con un importante aumento en el precio del mismo, que pasó de 4 a 12 dólares el barril; en 1979, con la caída del Sha de Irán, se produjo la segunda crisis que lo llevó de 13 a 32 dólares. El petróleo es un insumo esencial en las economías industriales modernas. En los años ‟70 la suba de su precio significó una profunda crisis económica, especialmente en los países desarrollados (Estados Unidos, Europa occidental y Japón) con estancamiento económico, desocupación e inflación, lo que dio lugar a un neologismo: “estanflación” como síntesis de ese estancamiento con inflación. En realidad fue un cambio de época. Una vuelta de hoja en la historia del mundo occidental, que dejó de lado al “estado de bienestar” que se venía construyendo desde el fin de la guerra mundial, para dar lugar a la experiencia conservadora del neoliberalismo. Los países ricos procuraron defenderse de la crisis. Para eso establecieron restricciones no arancelarias a las importación de productos, que afectó aproximadamente a la mitad de los bienes comerciados, fijaron cupos o, arbitrariamente, pusieron límites cuantitativos a los productos importados y entregaron importantes 245 | P á g i n a

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subsidios a los productores locales, haciendo bajar el precios internacional de los mismos. Los efectos de esta política se pueden ver en el siguiente cuadro:

EVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS MUNDIALES (1973 = 100)

Productos alimenticios Petróleo Manufacturas

1973 100 100 100

1985 57 396 165

Es decir, mientras que el precio unitario de las exportaciones de los países ricos aumentaban un 65%, los de exportación de los países del sur (Argentina, por ejemplo) se reducían a la mitad. Vía el comercio internacional, los países ricos descargaron parte de la crisis sobre los países pobres, haciéndonos pagar los costos de su recuperación. En estos últimos años vuelve a presentarse una situación que tiene semejanzas con aquella, la de los años ‟70. Desde 2006, por lo menos, se asiste a una suba de los precios internacionales de las materias primas y, en especial, de los alimentos. Estos alcanzaron un máximo en julio del 2008 y, luego de una caída hasta diciembre de ese año, continuaron su senda ascendente hasta que en este momento están en el mismo o superando ese nivel máximo. El precio de los alimentos sube debido a diversas causas. La principal es el crecimiento de la población mundial, que casi se duplicó en los últimos 40 años, a pesar que la tasa de crecimiento poblacional cayó del 2% anual en 1970 a 1,2% en 2010. Siguiendo 246 | P á g i n a

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a Lester Brown, en un artículo en “Foreing Policy” del 10 de enero último, podemos trasladar ese frío porcentaje a cifras concretas, sobre las que conviene detenerse a meditar: significa que cada año la población en el mundo crece en 80 millones de personas, el doble que el total de habitantes de Argentina; que cada día hay 219.000 nuevas bocas que alimentar, casi el equivalente a toda la población de la ciudad de Neuquén. El segundo factor es el aumento del ingreso disponible por cantidades cada vez mayores de personas: hay un movimiento de más de 3.000 millones en una paulatina mejoría de sus condiciones alimenticias, especialmente en los superpoblados China e India, lo que implica el consumo de más cereales, carne, leche, huevos,… Un tercer factor es la creciente producción de combustibles de origen vegetal; Estados Unidos destinó un tercio de la producción de cereales a las destilerías de etanol, mientras que en Europa crece la producción de gas oil en base a oleaginosas. A estos factores habría que agregar el especulativo, que nunca falta en la economía actual, y –por el lado de la oferta- problemas derivados del cambio climático y la escasez de agua para riego. Lo cierto es que, a pesar del aumento de los precios unitarios, el consumo de cereales casi se duplicó en los últimos diez años. Es evidente que esta situación tiene importantes consecuencias internacionales. Una de ellas es la profundización de la crisis con inflación en los países desarrollados. Y como hicieron con la crisis de los años ‟70, pretenden descargarla –al menos parcialmentesobre los países del tercer mundo. En primer lugar pretendieron congelar el precio de los alimentos, culpando al mismo por el 247 | P á g i n a

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hambre y a las crecientes rebeliones de los pueblos empobrecidos, como si los siglos de colonialismo y explotación no tuviera responsabilidad alguna en esa pobreza. La oposición de nuestros países, los afectados, no lo hizo factible. Pero ahora vuelven a la carga mediante el FMI y los economistas del establishment internacional, reclamando a las naciones exportadoras de materias primas y alimentos la apreciación de sus monedas. Esto implicaría la disminución relativa del valor del dólar (y de las monedas de los países ricos), permitiendo aumentar sus exportaciones y bajar las importaciones para ir saliendo de la crisis. Desde estas páginas ya hemos hablado de la importancia de un tipo de cambio competitivo; es el que ha permitido el crecimiento de los últimos años y la generación de superávits externo y fiscal. Debemos evitar toda apreciación del peso, porque esta sería la forma para que nosotros pagáramos por los platos rotos por la crisis en la fiesta de los países ricos, fiesta a la que –pese a lo que decía Menem- nunca estuvimos invitados.

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4.16 – La limitación externa Cuando en un país existe crecimiento, es decir, el Producto Bruto Interno (PBI) –que mide los bienes y servicios producidos durante un determinado lapso, generalmente un año- está en expansión, es lógico esperar un aumento de las importaciones: la mayor producción necesita mayor cantidad de máquinas, materias primas y otros insumos, además de nuevas tecnologías, que en parte son importadas. ¿Cómo hace un país para financiar ese aumento de las importaciones? La forma genuina es aumentando las exportaciones. Las comparaciones entre la economía familiar y la macroeconomía son peligrosas, porque hay diferencias abismales entre ambas, pero en este caso podemos pensar así: las importaciones para un país son el equivalente a las compras que hace una familia, mientras que las exportaciones se pueden comparar con los ingresos (por ejemplo, sueldos) de la misma. Para que la familia aumente su consumo en forma permanente se necesita que aumente al mismo ritmo sus ingresos; de lo contrario, el mayor gasto implicará endeudamiento, que va a traer aparejado más adelante la necesidad de pagar intereses e ir amortizando el préstamo, con lo que va a disminuir la posibilidad del consumo en el futuro o, lo que es peor, se va a encontrar con que nadie le fía y va a caer verticalmente sus posibilidades de gasto.

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En forma similar, para el país, la manera genuina de financiar su crecimiento y el aumento consecuente de sus importaciones es mediante el aumento de sus exportaciones. De lo contrario caerá en el endeudamiento externo o en el ingreso de capital de inversión (obsérvese que, en este último caso, si esa inversión no aumenta las exportaciones o disminuye las importaciones, a los efectos del equilibrio externo es lo mismo que el endeudamiento: soluciona la coyuntura pero deja intacto el problema; es, como dice el refrán, “pan para hoy y hambre para mañana”). Este tema lo estudiaron varios economistas, entre ellos Michal Kalecki y el argentino Marcelo Diamand, pero el que más trascendió fue el profesor inglés Anthony P. Thirlwall, quien analizó las estadísticas de postguerra y en todos los casos encontró que la Balanza de Pagos imponía una restricción al crecimiento económico. Expuesta en forma muy sencilla y como aproximación, la “ley de Thirlwall” dice que a largo plazo la tasa de crecimiento de la economía está limitada por la tasa de crecimiento de las exportaciones. Es lo que ha venido pasando en América Latina a partir de la segunda guerra mundial. Hubo una industrialización cuyo destino era el mercado interno (industria sustitutiva de importaciones), que pudo desarrollarse precisamente porque reemplazaba a antiguas importaciones y, con el importe que se ahorraba, podían importarse las máquinas y materias primas imprescindibles para la nueva actividad. El problema se planteó cuando se pasó de la “sustitución fácil” (industria liviana de consumo) a industrias más complejas, que requerían un mayor nivel de inversión en maquinarias y tecnología; las exportaciones disponibles para financiar esas importaciones era la producción primaria, que venía 250 | P á g i n a

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creciendo a una tasa mucho menor que la del producto. Se planteó entonces la limitación externa de Thirwall, agravada por otra limitación: la necesidad de un mercado más amplio para que esa producción más compleja se justificara económicamente. La limitación externa se manifestaba en crisis de la balanza de pagos. En nuestro país hubo varias, algunas profundas como la 1962 (“hay que pasar el invierno” de Álvaro Alsogaray) y la de 1975 (el “rodrigazo”). La inflación cambiaria que acompañó a esas crisis así como la desatada a principios y fines de los años ‟80 tiene que ver con esa limitación. En lo que va del siglo XXI no operó para nuestro país la limitación externa debido a dos razones; 1) crecimiento de la demanda externa de nuestro productos de exportación tradicional, que implicó mayores cantidades vendidas y mejora internacional de los precios de los productos primarios, y 2) aumento de las exportaciones no tradicionales. La exportación industrial representa actualmente 26% del total de las ventas de las empresas industriales del país, mientras que a fin del siglo XX representaban el 15% de un monto total mucho menor. Por otra parte, continúa el mito del “país granero del mundo”; muchos no saben es que del total de exportaciones, el 35% es de origen industrial, el 33% manufacturas de origen agropecuario, 9% de combustibles y energía y solamente el 23% son productos primarios no elaborados. Es decir, estamos diversificando nuestras exportaciones. Las exportaciones agropecuarias son muy importantes, pero están sujetas a las variaciones del mercado internacional por lo que –en la medida de lo posible- hay que tratar de independizar el 251 | P á g i n a

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crecimiento económico a largo plazo de las mismas. En otras palabras, el medio para lograr el crecimiento económico evitando la limitación externa es mediante el crecimiento de la producción industrial y su exportación. Para nosotros, la única forma de hacerlo posible es mediante la integración latinoamericana. Ya hemos hablado en estas páginas del comercio intraindustrial: cada uno de los países desarrolla una parte o un sector de una rama industrial y se intercambia lo producido, logrando así un mercado ampliado que permite aprovechar el aumento de la productividad que traen aparejadas las economías de escala y, por lo tanto, es posible disminuir los costos.

No debemos ver a la industria brasileña, uruguaya o paraguaya como competitivas sino como complementarias: el crecimiento industrial de cada uno de estos países debería aumentar el mercado de todos y favorecer el crecimiento industrial de cada uno de los socios. Profundizar la integración cuidando la industria es el camino para continuar con la actual senda de crecimiento económico, superando la limitación externa. 252 | P á g i n a

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5 – Hablemos de otra Economía posible

5.1 – Tomas Moro y la utopía Tomás Moro escribió en 1516 su libro Utopía, nombre que asigna a una isla imaginaria en la que ubica a una sociedad ideal, lo que le sirve de base para una profunda crítica a la sociedad de su época. La palabra Utopía proviene del griego (U negación y topos lugar) y literalmente significa no-lugar, es decir, lugar que no existe. Se inspiró en las noticias que llegaban del nuevo continente recientemente descubierto por Colón para los europeos, sorprendido por el carácter comunitario de la producción y de la vida económico-social en América, tan distinto a los egoísmos europeos y a la apropiación privada de la tierra, que generaba los conflictos rurales en su época. Influenciado por la República de Platón, según él mismo reconoció, y por los informes de Américo Vespucio, escribió su libro como si fuera el relato de un supuesto acompañante de ese marino, que dice haber vivido cinco años en una isla con esa denominación. No la ubica, ya que “ninguno de nosotros nos acordamos de preguntarle ni él de decirnos en que parte del Nuevo Mundo está situada Utopía” y, más adelante, dice confesar que “...me avergüenza ignorar en que mar se encuentra aquella isla de la cual escribo un tan largo tratado...”. Algunos

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investigadores creen, por los datos que aporta, que pensaba en la isla de Cuba. Moro utilizó su relato para criticar ácida y ferozmente a la realidad de la Inglaterra de su tiempo y para presentar sus ideas, que asombran por lo moderno: planteó la tolerancia y el respeto religiosos, se manifestó contrario a las conversiones forzosas, y sostuvo posiciones pacifistas, contra el militarismo. Los habitantes de Utopía vivían alternativamente en el campo, donde cultivaban la tierra, y en la ciudad, donde practicaban un oficio. El trabajo era obligatorio, tanto para los hombres como para las mujeres, por lo que –ante la inexistencia de personas ociosas- con una corta jornada de trabajo se podía dar satisfacción a todas las necesidades de los ciudadanos. Los productos elaborados se trasladaban a depósitos especiales desde donde se los repartía, incluido los alimentos naturales, en forma gratuita a los padres de familia para ellos y los suyos. También existían comedores colectivos para quienes lo desearan. Las casas, con sus respectivos jardines, eran públicas y se distribuían por sorteo cada diez años. Existían en las ciudades, además, edificaciones palaciegas para las diversiones y para que los utopianos pasasen su tiempo de descanso. La vida era agradable, alegre y sencilla. Moro tenía en claro que "en todos los lugares donde la propiedad es un derecho individual, donde todas las cosas se miden por dinero, no podrá organizarse nunca ni la justicia ni la prosperidad social". Lo que es poco conocido es que pocos años después esta utopía tomó cuerpo en la realidad en América, gracias al esfuerzo 254 | P á g i n a

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de Vasco de Quiroga. Este fue designado en 1530 como oidor de la Audiencia de Nueva España, donde inició una carrera en defensa del indio americano. En 1532, cuando tenía 60 años, fundó Santa Fe, a pocos kilómetros de México, una comunidad cristiana que seguía la descripción de Moro: 10 a 12 familias con propiedad comunal y trabajo obligatorio, en jornadas de 6 horas diarias, con distribución equitativa del ingreso y con el lujo prohibido; se enseñaba agricultura a los niños, en forma amena y durante dos horas diarias, y artesanías a los mayores. Al año siguiente fundó una segunda comunidad en Michoacán y en 1539 una tercera a orillas del río Lerma. El éxito de estas utopías fue tal que duraron hasta el siglo XIX. Vasco de Quiroga era laico, pero cuando hubo que designar obispo para una nueva diócesis en Michoacán se lo eligió a él (existen pocos antecedentes de obispos no sacerdotes. Uno de ellos es el de San Ambrosio, nombrado obispo de Milán en siglo V). Quiroga murió a los 92 años. Moro también influyó en Roque González de Santa Cruz, quien ideó e inició la fundación de los pueblos de las misiones jesuíticas creadas en el noreste argentino, Paraguay y oeste de Brasil (la primera fue San Ignacio de Guazú en 1609). Todas tenían la misma urbanización y las mismas normas de funcionamiento: grandes casas colectivas, separadas interiormente para cada una de las veinte a sesenta familias que la habitaban, en forma de hileras, con una plaza central donde se celebraban las fiestas, se tocaba música y bailaba. La iglesia, en esa plaza, era el único lujo de la misión. Los guaraníes evitaron así la esclavitud o el trabajo forzado en las encomiendas, mientras que al cambiar sus instrumentos de labranza de madera por herramientas de hierro vieron aumentar la productividad de su trabajo; por otro lado, sintieron el respeto por 255 | P á g i n a

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su condición humana e, incluso, integraron los cabildos de cada uno de los pueblos. Eran comunidades prácticamente autosuficientes; para cubrir las necesidades que no podían satisfacer con la producción local exportaban yerba mate y con ese dinero importaban unos pocos productos, como vidrio y papel. Luego de Moro otros pensadores idearon sociedades mejores y el término “utopía” se convirtió en un sustantivo común, aplicable a cualquier proyecto de sociedad ideal imaginada por los hombres. Claro está que después de los años ‟70 comenzó el dominio intelectual del pensamiento único y se declaró la muerte de las utopías, aplastadas bajo el peso del egoísmo individual y la superficialidad de la posmodernidad. Sin embargo a la utopía no se la puede obviar. Como dice Eric Hobsbawm, “Si los hombres no alimentan un ideal de un mundo mejor, pierden algo. Si el único ideal de los hombres fuera perseguir la felicidad personal a través de los bienes materiales, la especie humana se degradaría” y, más adelante, “el verdadero problema no es ambicionar un mundo mejor: es creer en la utopía de un mundo perfecto”. En última instancia, la importancia de la utopía la plantea Eduardo Galeano en una conocida poesía: “La utopía es como el horizonte/ Está allá lejos/ Y yo camino dos pasos:/ El horizonte se aleja/ Y yo camino diez pasos/ Y ella se aleja diez pasos/ ¿Para qué sirve?/ Sirve para eso/ Para caminar”

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Tomás Moro

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Utopía

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5.2 – Owen y el nacimiento de la Economía Social Robert Owen (1771-1858) estaba convencido de que las formas de conducta y la escala de valores de los individuos dependen de las condiciones que lo rodean; escribió que "el carácter del hombre es un producto del cual él no es más que la materia prima". Para Owen todos los hombres tienen los mismos derechos y todos son capaces de bondad; si así no lo parece es por los horrores del sistema industrial, que dio origen a los barrios miserables, al hacinamiento y al escape en el alcohol. Dio gran importancia a la educación como forma de cambiar el carácter de los hombres y de la sociedad y en base a ella proclamó la posibilidad de crear un "verdadero sistema racional de sociedad para la especie humana". Su primer trabajo fue en una fábrica textil de algodón. Hizo una carrera meteórica en el campo empresario, llegando rápidamente a administrador de la fábrica; algunos creen que el haberse casado con la hija del dueño tuvo incidencia en su rápido ascenso. Pero a lo que nosotros nos importa no es eso sino las profundas reformas que incorporó en la industria: redujo la jornada de 11 horas y 45 minutos a 10 horas y cambió las condiciones de trabajo y de higiene. Contra los pronósticos de los otros patrones de su pronta quiebra, la fábrica aumentó su productividad y se volvió próspera. De esta experiencia viene su fama de reformador social y su prédica por el reconocimiento del "derecho al trabajo" y por la participación de los obreros en la dirección de las empresas, por la prohibición del trabajo de menores de diez años y por la reglamentación de la jornada laboral.

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A raíz de las guerras napoleónicas Inglaterra sufrió una profunda crisis económica, con cierre de fábricas y altos niveles de desocupación. Para paliar sus consecuencias propuso la creación de “aldeas de cooperación”, organizaciones colectivas que procuraban obtener los medios de subsistencia de los propios trabajadores; de ahí derivó la idea de que los trabajadores se podrían emancipar del sistema de ganancias y vivir en base a la cooperación mutua. Es el inicio de la teoría cooperativista. En esta época (alrededor de 1817) organizó giras y conferencias tratando de convencer a ricos y al gobierno de apoyar su plan de reformas; también tuvo tiempo para escribir sobre temas que pueden considerarse de anticipación: "el nuevo poder científico hará que pronto el trabajo humano sea de poca utilidad para crear riqueza" y "la riqueza puede crearse en tal cantidad que satisfaga el deseo de todos". Especialmente invitado viajó a Estados Unidos (1824-1829), donde fundó, en Indiana, una colonia denominada "Nueva Armonía", con cuyo ejemplo pretendía regenerar a la humanidad; era una organización agrícola e industrial colectiva, con una vida en común, que hace recordar a la organización de los kibutz instalados en Israel en el siglo XX.

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Al proyecto se unieron 35 hombres y mujeres, fundamentalmente intelectuales y algunas jóvenes instruidas, como la escritora Frances Wright, que era una decidida luchadora contra la esclavitud y por la emancipación femenina; defendía el racionalismo contra toda religión, rechazaba el matrimonio y cualquier tipo de discriminación racial. Los dos primeros años fueron muy difíciles porque se trataba de intelectuales con muy buenas intenciones y disposición, pero poco acostumbrados al trabajo físico, donde se discutía hasta el cansancio la organización, la forma de gobierno, la educación y los principios teóricos de la experiencia. Finalmente Owen volvió a Inglaterra en 1829 y Nueva Armonía quedó a cargo su hijo, Roberto Dale, y de Francis Wright. Entre 1829 y 1875 Nueva Armonía se convirtió en uno de los más importantes centros culturales de los Estados Unidos. Allí funcionó el primer jardín de infantes, la primera escuela técnica, la primera biblioteca y la primera escuela pública de todo Estados Unidos. Allí Josiah Warren inventó la prensa rotativa, que es la base del periodismo moderno, se instaló el primer laboratorio geológico (David Owen es considerado el primer geólogo de Estados Unidos) y se descubrieron gran cantidad de fósiles. Uno de sus fundadores fue Thomas Say, que es considerado también el fundador de la entomología norteamericana, que editó en Nueva Armonía sus monumentales obras (en total 10 volúmenes) y falleció en la colonia en 1834. En esos años, científicos de todo el mundo viajaban hasta la colonia para conocer la labor científica y cultural. Según Pablo Capanna (Los utopistas experimentales en Futuro, suplemento del diario Página 12 del 7-6-03) “… parte del conocimiento del cual iban a nutrirse las universidades y la naciente economía norteamericana no provino de los laboratorios industriales ni de las grandes Fundaciones, que otros inventaron para evadir creativamente los impuestos. Fue acumulado desinteresadamente por gente utópica, que había sido capaz de afrontar las dificultades con espíritu cooperativo”

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Vuelto a Inglaterra en 1829, Owen encontró un gran cambio institucional como consecuencia de la abolición (ocurrida cinco años antes) de la ley que prohibía la organización de sindicatos obreros. Estos habían crecido en cantidad y poder, al igual que las organizaciones cooperativas de consumo, ambos movimientos muy influidos por las ideas de él y de sus discípulos; por ambos movimientos fue aceptado como uno de los dirigentes naturales. En 1831 se organizó un congreso de cooperativas donde Owen propuso la creación del "billete de trabajo" que unía en una especie de bolsa compensadora a las cooperativas de trabajo y de consumo. En 1833 proyectó crear una "Unión General de Trabajadores" para la introducción de un nuevo orden social cooperativo. El propio Owen presentó un plan para lograr una unión moral de las clases productoras "mediante el cual se implementaría el nuevo orden social de un solo golpe y mediante una concertada negativa, pacífica, de continuar la producción bajo el sistema capitalista" Posteriormente participó en la lucha por la reducción de la jornada de trabajo y apoyó al movimiento cartista en procura de la extensión del derecho al voto. Su movimiento, ante la imposibilidad de constituir el "Gran Sindicato Nacional" tomó el nombre de "Unión Nacional de Clases Industriales" y más tarde el de "Sociedad Racional", cambiando en 1841 por el de socialismo. La fe y el optimismo lo acompañaron siempre. En El Libro del Nuevo Mundo Moral termina expresando que "...no descansarán hasta que la ignorancia, la falsedad, la superstición, la culpa y la miseria sean eliminados de la raza humana, y la paz, la caridad, la razón, la verdad, la justicia, el amor y la felicidad reinen triunfantes y para siempre en toda la familia humana, en todos los lugares donde exista el hombre".

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Su principal y más perdurable aporte es el impulso dado al movimiento cooperativista, que ha seguido los principios solidarios establecidos en Rochdale por sus discípulos: un socio un voto, con independencia del aporte; reconocimiento como retribución al capital sólo de un interés fijo; distribución de los excedentes en función de los aportes de trabajo o del total consumido; apoyo y cooperación entre las cooperativas; difusión de las ideas solidarias; participación activa en la educación social, etc. El cooperativismo, entendido como escuela de formación solidaria y ejemplo de formas alternativas de organizar la producción, comercialización y financiación, es, posiblemente, el mayor legado de Owen.

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5.3 – El año del cooperativismo La Asamblea de las Naciones Unidas resolvió que el año 2012 fuera instituido como el año internacional de las cooperativas, bajo el lema “las empresas cooperativas ayudan a construir un mundo mejor”. No es la primera vez que se ocupan del cooperativismo: en el informe de 1994 el secretario Boutros-Ghali manifestó, ante la Asamblea General, que “Las empresas cooperativas proporcionan los medios organizativos con los que una proporción significativa e la humanidad puede tomar en sus propias manos la tarea de crear empleos productivos, superar la pobreza y lograr la integración social”. En estas páginas, cuando nos ocupamos de Robert Owen, uno de los fundadores de la economía social, hablamos del origen del cooperativismo. Vale la pena recordar algunas fechas claves de su historia: a partir de 1806 Owen lanzó la idea de las “aldeas de cooperación” y promovió ensayos de cooperativas; en 1827 se creó la primera cooperativa de consumo y en 1831 se realizó el primer congreso de cooperativas, convocado por Owen. En 1844 se fundó la cooperativa de consumo en Rochdale (Gran Bretaña), considerado como el punto de partida del cooperativismo moderno. En 1895, con cooperativas expandidas por todo el mundo, se constituye la Alianza Cooperativa Internacional (ACI). En 1937, en el congreso de Londres de la ACI, se formalizó el ideario cooperativo en función de los principios de Rochadale, cuya redacción se actualizó en 1995, en el congreso de Manchester, con motivo del centenario de la institución.

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En este último se definió por primera vez que es la cooperativa. Se trata de “una asociación autónoma de personas que se unen voluntariamente para satisfacer sus necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales comunes por medio de una empresa de propiedad conjunta y de gestión democrática”. Rubén Zeida, un destacado dirigente del cooperativismo argentino, ha señalado que se necesitaron cien años para que el movimiento acepte definir a la cooperativa como empresa. Es que los precursores rechazaban la idea del “homo economicus”, ese individuo egoísta que, actuando racionalmente y en competencia con los demás busca maximizar su beneficio personal, y que es la base del sistema capitalista. No querían saber nada con la empresa capitalista, ni siquiera el término de empresa; ellos proponían algo distinto: la búsqueda del bien común y la puesta en práctica de políticas que respaldaran a los sectores más vulnerables y más afectados por el avance del sistema industrial. Hoy se ha superado ese tabú, pero se sigue sosteniendo que las cooperativas son diferentes de otras empresas y negocios capitalistas en virtud de su doble propósito, ya que ellas no son solamente maneras de negociar sino que además de su objetivo económico poseen también, y fundamentalmente, un objetivo social; existen movimientos que tienen importantes objetivos sociales y, por otro lado, emprendimientos dedicados a la actividad comercial; únicamente la cooperación tiene ambos. Como definió Mario Elgue “el cooperativismo no es una forma más de organizar la economía, es también una forma que presenta un escalón ético superior” Pero hay que tener en claro que, a pesar de que sus objetivos son tanto económicos como sociales, las cooperativas deben alcanzar el éxito comercial para poder existir. Una cooperativa que fracasa comercialmente no podrá ejercer una influencia positiva en el medio social, especialmente si debe dejar de funcionar. De esta forma, si bien lo económico y lo social son las dos caras de la 266 | P á g i n a

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moneda, necesita solidez y eficiencia, necesita cubrir sus costos y capitalizar parte de sus excedentes para autofinanciarse y crecer y prestar más y mejores servicios. Y, fundamentalmente, no olvidar sus principios que la hacen diferente: 1 - Adhesión voluntaria y abierta: Son organizaciones voluntarias, abiertas a todas las personas, sin discriminación de sexual, social, racial, política o religiosa. 2 - Control democrático de los socios: Son gestionadas democráticamente por sus socios, con iguales derechos: un socio, un voto, con independencia de su aporte. 3 – Contribución equitativa de los socios: Tanto en el aporte de capital como en las demás actividades. 4 - Autonomía e independencia: Si firman acuerdos con otras organizaciones, incluyendo gobiernos, lo hacen en términos que aseguren el control democrático por parte de sus socios y manteniendo su autonomía cooperativa. 5 - Educación, formación e información: Las cooperativas proporcionan educación y formación a sus socios, particularmente a los jóvenes, poniendo énfasis sobre la naturaleza y los beneficios de la cooperación. 6 - Cooperación entre cooperativas: Deben fortalecer al movimiento cooperativo trabajando conjuntamente mediante estructuras locales, nacionales, regionales e internacionales. 7 - Interés por la comunidad: Trabajan para conseguir el desarrollo sostenido de sus comunidades, a través de las políticas aprobadas por sus socios. El cooperativismo mundial hoy, según los datos de la A.C.I., tiene 760 millones de socios y representa, por ejemplo, el 99% de la producción lechera de Suecia, el 99% de la pesca y 95% del 267 | P á g i n a

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arroz en Japón, el 75% de los granos comercializados en Canadá y el 60% de la producción de vino en Italia. Pero lo más importante es su efecto demostración; una especie de banco de prueba de la organización económica del futuro, que muestra que otro mundo es posible. Como dice Julio H.G.Olivera (1995): “No existe en el mundo contemporáneo aparato de educación que actúe de modo tan ubicuo y permanente como el sistema económico... Puede fomentar en su espíritu la solidaridad y el desinterés, o excitar pasiones egoístas y antisociales. Todo sistema económico es, de modo inevitable, un sistema de pedagogía social. El sistema cooperativo lo es deliberadamente... Toda asociación cooperativa constituye, al mismo tiempo, una unidad de producción y una comunidad educadora”

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