haz de luz, y puede ayudarnos a descubrir de nuevo a Dios como fuente de vida

REFLEXIÓN INICIAL En el curso de un diálogo con P. Ricoeur, publicado años más tarde, G. Marcel hacía esta confesión: «Me he encontrado durante años

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DEPRESIÓN: COMO AYUDARNOS A NOSOTROS MISMOS
1 DEPRESIÓN: COMO AYUDARNOS A NOSOTROS MISMOS Autor: Manuel Martín Carrasco Psiquiatra Instituto de Investigaciones Psiquiátricas (Bibao) Fundación M

Story Transcript

REFLEXIÓN INICIAL

En el curso de un diálogo con P. Ricoeur, publicado años más tarde, G. Marcel hacía esta confesión: «Me he encontrado durante años en la situación extremadamente singular de un hombre que cree profundamente en la fe de los demás y está perfectamente convencido de que esa fe no es ilusoria, pero que, sin embargo, no se siente con fuerzas o con derecho para hacerla propia». Esta experiencia no es hoy tan rara como pudiera parecer. Son bastantes los que aprecian la fe de sus amigos, incluso la envidian quizás, pero sienten que, honradamente, no pueden adherirse a esa misma fe. Sienten que su fe está bloqueada. Falta una comunicación real con Dios. No saben cómo encontrarse de nuevo con El. Se les hace imposible toda relación personal con Dios. Algo parece haber muerto en su corazón creyente. Durante muchos años han vivido la fe como un deber. Hoy la sienten, quizás, como un estorbo que les impide vivir plenamente la experiencia humana. ¿Es posible desbloquear esa fe amenazada de muerte? ¿Es posible descubrirla de nuevo en el fondo de nuestro ser como una fuerza vital capaz de dinamizar toda nuestra existencia? ¿Creer de nuevo en «esa dulce y secreta intuición» de un Dios que no está lejos de ningún viviente y cuya ternura salvadora puedo experimentar? Sin duda, todo lo que es importante en nuestra existencia es siempre algo que va creciendo en nosotros de manera lenta y secreta, como fruto de una búsqueda paciente y como acogida de un don que se nos regala gratuitamente. En concreto, nuestra fe puede comenzar a despertarse de nuevo en nosotros, si acertamos a gritar desde el fondo del propio corazón lo que los discípulos gritan al Señor: “Auméntanos la fe”. Puede parecer una oración demasiado pobre, modesta y de poca importancia. Una oración dirigida a Alguien demasiado ausente e incierto. Pero lo que importa es que sea humilde y sincera. Cuando uno lleva mucho tiempo decepcionado por la «religión» y distanciado interiormente de la Iglesia, cuando uno no puede creer en Dios porque su silencio se le ha hecho ya demasiado insoportable, tal vez, esta oración sencilla pueda situarlo nuevamente en el camino hacia una fe viva. Acosados por toda clase de dudas e interrogantes, este grito, repetido sinceramente, puede abrir un resquicio en nuestras propias dudas por el que pase un pequeño 3

haz de luz, y puede ayudarnos a descubrir de nuevo a Dios como fuente de vida. Porque en definitiva, lo que puede cambiar nuestro corazón y nuestra vida no son tanto las palabras o las ideas, sino la comunicación con Aquel que está siempre activo en lo secreto de cada ser y en lo más profundo de nosotros mismos, invitándonos a vivir en plenitud y a ser felices.

MONICIÓN INICIAL

A: En el fondo, sólo creemos de verdad en aquello que nos ayuda a vivir, en aquello que aporta sentido y plenitud a nuestra vida. Y sólo creemos de verdad en Jesús si podemos comprobar por experiencia personal que él nos ayuda a vivir con más hondura, con más sentido, con auténtica plenitud y con verdadera esperanza. Por eso, también nosotros debemos gritar como los discípulos, «Auméntanos la fe»… Porque necesitamos creer con más convicción, con más realismo y con más gozo. Necesitamos, sobre todo, creer que el evangelio tiene hoy para todos nosotros una insospechada fuerza liberadora y dinamizadora de eso mejor que cada uno y cada una tiene para dar y para poner al servicio de los demás, y nos puede ayudar a construir una sociedad más justa y más fraterna, y en definitiva, más humana.

ACTO PENITENCIAL

A: «Dijo el Señor a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”». Al comenzar nuestra celebración, y a la luz de estas palabras de Jesús en el Evangelio, nos reconocemos necesitados del perdón y la misericordia de Dios…

C: Por nuestra incapacidad para practicar la corrección fraterna con amor y desde el amor, y con sincero deseo de ayudar y de buscar el mayor bien para la otra persona… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad. 4

C: Por nuestra resistencia a perdonar de corazón a quien nos ha ofendido o nos ha hecho daño… Cristo, ten piedad. R: Cristo, ten piedad.

C: Por nuestros rencores y resentimientos, y por los velados deseos de venganza que muchas veces alimentamos… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad.

C: Danos tu perdón, Padre bueno, y enséñanos a perdonar incondicionalmente, como Tú nos perdonas. Te lo pedimos por el mismo Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén.

ORACIÓN COMUNITARIA (COLECTA)

Dios y Padre bueno, que en nuestro hermano Jesús nos llamas a vivir con más hondura, con más sentido, con auténtica plenitud y con verdadera esperanza. «Auméntanos la fe», para que seamos capaces de creer en Tí y en el mensaje de Jesús, con más convicción, con más realismo y con más gozo. Ayúdanos a comprender que el Evangelio tiene hoy, para todos nosotros, una insospechada fuerza liberadora que nos puede ayudar a construir una sociedad más justa y más fraterna, y en definitiva, más humana. Te lo pedimos a Ti, que vives y haces vivir. Amén. 5

LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA Lectura de la profecía de Habacuc. ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: “¡Violencia!”, sin que tú salves? ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión? No veo más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia. El Señor me respondió y dijo: Escribe la visión, grábala sobre unas tablas para que se la pueda leer de corrido. Porque la visión aguarda el momento fijado, ansía llegar a término y no fallará; si parece que se demora, espérala, porque vendrá seguramente, y no tardará. El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad. Es Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL R. ¡Ojalá hoy escuchen la voz del Señor! ¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva! ¡Lleguemos hasta él dándole gracias, aclamemos con música al Señor! R. ¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano. R. Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: “No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras”. R. 6

SEGUNDA LECTURA Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo. Querido hijo: Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad. No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. Toma como norma las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí. Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. Es Palabra de Dios.

EVANGELIO Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Dijo el Señor a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”. Los Apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. Él respondió: “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’”. Es Palabra del Señor. 7

PARA COMPRENDER MEJOR LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA: Hab 1,2-3; 2,2-4 Habacuc es un profeta al que, como al Señor, no le agradan las opresiones ni las injusticias. Probablemente debamos situar su profecía en los años que van entre la caída del imperio asirio y el resurgimiento de Babilonia. Así, un nuevo imperio toma el relevo de otro, para seguir tiranizando a pueblos más débiles. No son estos, ciertamente, los planes de Dios para la humanidad. Por muy grandes y fuertes que sean, no habrá orgullo ni fuerza que no terminen siendo desmoronados por el Señor de la historia. El profeta está convencido de que el Dios de Israel, Santo y Justo, es quien de verdad gobierna la historia. Y desde esa fe se escandaliza al ver que la suerte de su pueblo se zarandea en manos de las ambiciones imperialistas de vecinos poderosos. Egipto, Asiria, Babilonia... todos son iguales, tiranos y opresores. El escándalo de Habacuc por este constante resurgir de los opresores le hace cuestionarse su fe. Y las preguntas que como creyente se hacía siguen resonando hoy con la misma vigencia de entonces. Y quizá con más fuerza. Porque, desde aquel siglo VII a.C. hasta hoy, la sucesión de imperios no ha parado. Quien posee el mejor armamento y la más poderosa economía se convierte, antes o después, en tirano de los demás. ¿Es acaso la ambición individual o colectiva la que mueve y dirige la historiahumana? ¿Tendrán razón quienes no ven en este mundo más que una loca y absurda carrera por alcanzar el poder, por colocarse por encima de todos y de todo? Habacuc profetizó que Babilonia caería, y cayó, ciertamente; pero sobre sus cenizas se levantó un nuevo imperio; y cuando este se hundió, otro tomó el relevo. ¿Es que la historia condena a los pequeños, a los débiles, a los pacíficos, a ser despojo de los poderosos? ¿Dónde está Dios? ¿Es ciego, acaso? ¿Es sordo, tal vez? En nuestra lectura, la opresión y violencia de las que se queja el profeta no quedan claras; pueden deberse a una agresión externa, la asiria probablemente, o a una situación interna de injusticia. O quizá a ambas a la vez. Habacuc no precisó y eso resulta útil a los lectores de todo tiempo, porque lo importante de su queja es su imposibilidad de comprender cómo y por qué suceden estas cosas sin que Dios haga nada por remediarlo. De esta queja, nuestro texto, que aparece muy fragmentado, salta a unas palabras de Dios a su mensajero: Escribe la visión, grábala sobre unas tablas para que se la pueda leer de corrido. Porque 8

la visión aguarda el momento fijado, ansía llegar a término y no fallará… Esta visión se refiere al ocaso del reino asirio, que, según se nos dice, llegará con toda seguridad. Sin duda, cuando Habacuc lo proclama no convencería a mucha gente, dado el impresionante poderío del ejército tiránico. Pero está convencido de que sucederá, y no por agotamiento propio o por cualquier otra causa natural, sino porque Dios, que no tolera la opresión, así lo tiene decidido. Y ante la duda o la desconfianza, el Señor alienta al profeta y al pueblo: si parece que se demora, espérala, porque vendrá seguramente, y no tardará. La tardanza podría representar una contrariedad para los creyentes, pero habrán de estar confiados de que su opresión, la que ejerce Asiria, se acabará cuando Dios lo tiene decidido; mientras tanto, habrá que resistir. Y como argumento final, se concluye: El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad (cf. Rm 1,17; Gál 3,11; Flp 3,9).

SEGUNDA LECTURA: 2 Tim 1,6 - 8.13-14 Las líneas fundamentales del texto de 1 Tim que se proclamaba en la liturgia del domingo pasado se reflejan también en éste de la 2 Tim que se proclama en la liturgia de hoy. En él encontramos, en efecto, la idea del combate, inherente a la condición de cristiano, concretada en No te avergüences del testimonio de nuestro Señor. De lo que se habla es de la necesidad de dar testimonio de la fe, sobre todo en la persecución. Para clarificar indirectamente esta última circunstancia se añade la exhortación a no avergonzarse tampoco de Pablo, el prisionero de Cristo. La misma circunstancia explica lo de los sufrimientos por el evangelio, que Timoteo está llamado a compartir. Todo eso implica, como misión específica del discípulo de Pablo, conservar lo que se le ha confiado, una expresión fundamental en las cartas Pastorales; como fraguada en la lucha contra los errores surgidos en torno a la interpretación de la fe, el objeto que se debe custodiar y conservar, es el evangelio tal y como ha sido transmitido por los apóstoles; a él se sienten vinculados tanto quienes lo han transmitido como, especialmente, los que lo han recibido, que tienen en las palabras de aquéllos un punto de referencia permanente. En la realización de esta tarea Timoteo no está solo: tiene el ejemplo de Pablo y, sobre todo, cuenta con la ayuda divina: con la ayuda del Espíritu Santo que 9

habita en nosotros. Dios, que nos ha dado su Espíritu, nos ha fortalecido con su amor y buen juicio, que impiden una actuación cobarde. En todo caso, las exhortaciones a Timoteo tienen como punto de referencia fundamental el don recibido con la imposición de las manos del apóstol; a él se alude al principio del pasaje. Dicho don, vinculado y significado en el rito externo de la imposición de manos, puede contemplar tanto el ministerio en cuanto tal como la gracia especial que se recibe con el ministerio y que ayuda a realizarlo. En el contexto parece preferible este segundo sentido, pues el acento de las afirmaciones que siguen recae, como se ha visto, en las distintas formas de la ayuda divina para realizar la misión. Dicho don se ha recibido (de Dios) y, en cuanto tal, no falla; pero reavivarlo, como se reaviva el fuego, será la contribución del que lo haya recibido, para que el don no se apague.

EVANGELIO: Lc 17,5-10 Dos enseñanzas complementarias se desprenden del evangelio de hoy. La primera tiene que ver con la eficacia de la fe. La segunda, aborda la auténtica disposición del creyente que practica en forma debida la fe como apertura al Dios de la salvación. 1. El primer mensaje, contenido en un provocador logion, está expresado como un dicho de sabiduría, que con tanta frecuencia usaba el maestro de Nazaret. Detrás de la hipérbole, descubrimos una verdad muy profunda del discipulado: la imprescindibilidad de la fe como don salvífico fundamental. La verdadera fe, cuando es expresión de una confianza ilimitada e inquebrantable en el poder del Dios, trasciende los límites humanos y adquiere una eficacia de resultados como nunca hubiéramos podido sospechar. A quien orienta su existencia, abandonándose en la fuerza divina, todo le resulta posible, aún aquellas cosas que parecen imposibles. En su vida puede obtener resultados extraordinarios que a simple vista parecen inconcebibles. El auténtico creyente se apoya en la gracia divina para realizar su camino existencial. Y podrá experimentar cómo su vida, sostenida en el Dios del amor y la misericordia, no adquiere derroteros erráticos, sino que alcanza la meta ansiada. 2. El segundo mensaje viene expresado en una parábola, otra más que sólo transmite Lucas, que podríamos denominar: somos simples servidores. En 10

ella se contiene un núcleo esencial de la buena noticia del evangelio. La humildad representa la mejor actitud que puede adoptar el creyente en su trato frecuente con Dios. De hecho, constituye una consecuencia de la verdadera fe, descrita en el punto anterior. Antes que nada conviene recordar que no estamos aquí ante un retrato del proceder de Dios, sino ante una pincelada esencial de la recta actitud del hombre en la relación con su creador y Padre. El creyente auténtico no puede exigir nada de Dios por propio derecho. Cuanto hace es consecuencia de su dependencia de Dios y, bien mirado, se le concede como gracia, como don inmerecido. El hombre vive del milagro de Dios, de la gran benevolencia que el Señor le muestra en cada instante. Por eso no puede dirigirse a Él planteándole exigencias del tipo que sean. Una postura así significa desconocer tanto la propia condición humana como el ser y obrar divinos. Pero conviene entender bien la intención de Jesús, expresada en la comparación. Jesús no quiere afirmar aquí, ni mucho menos, que es lo mismo que el hombre obre mal o bien, ya que sus buenas obras son inútiles y nunca son tenidas en cuenta por Dios, lo mismo que las malas. Ni que decir tiene que Dios desea que sus hijos obren bien, conforme los dictados de su voluntad. Él es tan bueno, que nos recompensará por encima de toda medida, más allá de lo que nosotros podemos imaginarnos. Esto es verdad, ciertamente. Pero no podemos exigir nada, ya que la remuneración de las buenas obras siempre significa también un regalo divino, no una paga merecida por los servicios prestados, por fieles y observantes que hayan sido. De hecho, una postura intransigente y unilateralmente reivindicativa en este sentido aparta del amor gratuito del Padre de los cielos y cierra el camino de la salvación. Quien salva de verdad, convenzámonos de una vez y para siempre, es Dios y sólo Él. Nadie más que Él. La imagen de Dios que nos transmite la fe no es la de un soberano déspota o un juez cruel, sino la de un Padre bueno que siempre está vuelto hacia todos los seres humanos con la inmensidad de su amor y con el incondicional reconocimiento de los valores humanos. No considera a su criatura más querida como siervo sino como hijo. Pero el hijo de verdad, que conoce el corazón del Padre, no exige nada de Él. Sabe muy bien que Dios siempre lo recompensará más allá de lo justo. El hijo de verdad paga con amor lo que él recibe como amor sin medida. Es precisamente en la experiencia del amor, donde mejor se descubre lo más verdadero de la justicia divina, que está por encima de la humana y trasciende sus planteamientos.

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PARA LA ORACIÓN PERSONAL

1er. Momento: apertura, escucha, acogida… Busco una postura corporal cómoda, y que me permita ir serenándome y centrándome… Puedo cerrar los ojos unos instantes... Tomo conciencia de que estoy en presencia de Dios… Respiro profundamente varias veces... Dejo que el silencio vaya creciendo en mí... Leo y releo la Palabra de Dios (quizá te convenga elegir un solo texto y centrarte en él). ¿Qué dice el texto en sí mismo? ¿De qué habla? ¿Hay algo que me llame la atención en forma especial? ¿Qué preguntas me surgen ante el texto? ¿Qué “me” dice el texto? ¿Cómo “me” veo reflejado en él? ¿Qué ecos, qué resonancias, suscitan en mí estas palabras...? ¿Tiene algo que ver conmigo, con lo que me pasa, con lo que estoy viviendo? ¿Me dice algo acerca de mí mismo? ¿Me aclara algo acerca del misterio que soy yo mismo? ¿Qué siento al respecto? ¿Qué me dice del misterio de Dios? ¿Qué rasgo o aspecto del misterio de Dios se me revela? ¿Qué siento ante eso?

Estoy atento a los pensamientos, sentimientos, ideas, recuerdos, deseos, imágenes, sensaciones corporales… acojo serenamente todo lo que va surgiendo en mí, todo lo que voy descubriendo… En todo ello el Espíritu me hace “ver y oír”… y de alguna manera (que puede resultarme no tan clara en este momento), me hace experimentar el amor de Dios...

2° Momento: diálogo, intercambio, conversación... Hablo con Jesús, como un amigo habla con otro amigo, con plena confianza, con toda franqueza y libertad: le expreso mis sentimientos…, le cuento lo que me pasa..., le manifiesto mis dudas…, le pregunto…, le agradezco…, le pido..., le ofrezco...

3er. Momento: encuentro profundo, silencio amoroso, comunión... Después de haber hablado y de haber expresado todo lo que tenía que decirle al Señor, procuro permanecer en silencio… Trato de estar, simple, sencilla y amorosamente en presencia del Señor... Trato de que cese toda actividad interior, de que cesen los pensamientos y las palabras; a lo sumo, me quedo repitiendo alguna frase que se hubiera quedado resonando en mi interior, o reviviendo alguna imagen que me hubiera impactado especialmente… 12

PARA EL DIÁLOGO ENTRE TODOS (si ayuda… y si no, podemos hablar de lo que cada uno “ha visto y oído” en el rato de oración personal)

Los discípulos son conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Jesús constata que en realidad tienen una fe más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar. Este mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios. La morera, como la higuera, son símbolos de fecundidad en Israel. La higuera con muchas hojas, de bella apariencia, pero sin higos, es símbolo de la infecundidad de la institución judía, que no da su adhesión a Jesús. Los discípulos tienen fe, pero poca. Con fe, como un grano de mostaza, estarían en condiciones de “arrancar la morera (símbolo de Israel) y tirarla al mar”. Con este lenguaje figurado indica Jesús cuál es la tarea del discípulo: romper con la institución judía, basada en el cumplimiento de la ley y eliminar el sistema de injusticia que representa esa institución con su templo-cueva de ladrones, al frente. Con un mínimo de fe bastaría para cambiar ese sistema. Miro a mi alrededor y pienso que algo no funciona. Tantos cristianos, tantos católicos, tantos colegios religiosos… Y me pregunto: ¿Cuántos creyentes? ¿Tienen fe los cristianos, los sacerdotes y religiosos, los obispos? ¿Realmente tenemos fe? ¿O tenemos una serie de creencias, y un largo y complicado credo que recitamos de memoria, pero que tiene muy poco que ver con lo que vivimos? Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza…”. O lo que es igual: si siguieran mi camino, si vivieran según el evangelio, tendrían la fuerza de Dios para cambiar el sistema. Sigo mirando a mi alrededor y veo una iglesia apegada a sus privilegios, que se codea con los poderes de turno, que depende en muchos países económicamente del estado, capaz de disputarle la primacía al poder político y vencer, identificada con frecuencia con la derecha o el centro, defensora a ultranza de su pretensión de ser la única religión verdadera. Me vuelvo al evangelio y releo sus páginas: “Ve, vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza, y luego ven y sígueme” (Lc 18,22). “Las zorras tienen madrigueras y los

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pájaros nidos, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). “No estén preocupados pensando qué van a comer, ni pensando con qué se van a vestir” (Lc 12,22). “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor” (Lc 22,25-26). Pobres, libres, sin seguridades, sin poder, como Jesús. Así deberían vivir sus seguidores. Sólo tiene fe quien se adhiere a este estilo de vida evangélico. Quien no vive así, quizá tenga unas determinadas creencias, pero que en realidad no sirven de mucho. Porque con esas creencias no se puede cambiar ni el sistema religioso (tan alejado muchas veces de las enseñanzas de Jesús) ni tampoco el sistema socioeconómico injusto que impera en la sociedad y en el mundo. Según la primera lectura, lo que da vida al judío justo es la fe. Una fe que, para los cristianos, consiste en la adhesión a Jesús y se expresa no sólo en la práctica de la justicia, sino en la del amor sin límite a los demás, como Jesús. El profeta Habacuc muestra a un justo que no entiende el silencio de Dios ante la injusticia y la violencia humana que padece por parte de los pecadores. Y le recomienda que sepa esperar y anhelar ese día en que se manifieste la justicia de Dios sobre este orden injusto. Ese día se ha manifestado ya en Jesús que ha tenido que cargar en la cruz con la injusticia humana muriendo víctima de ella, pero expresando al mismo tiempo que sólo el amor pondrá remedio a los males del mundo. Como recomienda Pablo a Timoteo en la segunda lectura es necesario reavivar ese don de Dios recibido para dar testimonio de Jesús en el mundo, con espíritu “de fortaleza, de amor y de sobriedad”, que en esto consiste el “vivir con fe”. Este es el precioso depósito que el cristiano debe guardar celosamente con la ayuda del Espíritu de Dios que habita en nosotros.

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PROFESIÓN DE FE

Creo en Dios, aunque muchos vivan como si estuviera muerto; en el Dios que está donde un ser humano agoniza, en el Dios que pasa hambre, o muere a la intemperie. Creo en un Dios que es Padre, que no se cansa de aguantar y de perdonar al que manipula, explota y asesina. Creo en un Dios que es Amor y no entiende de revanchas, ni de odios, ni de venganzas. Creo en un Dios que es Paz y no quiere la violencia ni las guerras. Creo en un Dios que es Libertad y al que le duelen las cadenas y los barrotes. Creo en un Dios que es Ternura, y que por eso se conmueve ante el grito desesperado y ante las lágrimas. Creo en el Dios de Jesús, que hace renacer la vida, allí donde el ser humano fabrica una cruz y erige un calvario. Creo en Jesús de Nazaret, que nunca pactó con el poder ni con el dinero; que amó la verdad y aborreció la hipocresía; que se solidarizó y se comprometió a fondo con los que peor lo pasan en la vida; que se hizo amigo de publicanos y prostitutas, y de aquellos a los que nadie tenía en cuenta. Creo en Jesús, que muere cuando un ser humano es asesinado; que sufre cuando una persona es maltratada; que experimenta la soledad en el anciano abandonado; que siente hambre en el niño desnutrido; que se estremece de tristeza e indignación ante el inocente atropellado en sus derechos. Creo en Jesús que llora y grita, que reivindica y denuncia, y que espera “contra toda esperanza”, allí donde alguien reclama amor, dignidad, derechos y justicia. 15

Creo en Jesús, que resucita cada mañana, allí donde alguien se juega la vida ayudando a los demás: a los jóvenes que están en la droga, a las mujeres explotadas, a los niños sin hogar, a las personas privadas de su libertad, a los que no tienen trabajo, a los que pasan necesidad, a los enfermos, a los que no pueden valerse por sí mismos. a los que están solos, a los que sufren, a los que no saben o no pueden defenderse. Creo en el Espíritu, que hace hombres y mujeres libres; que es capaz de alumbrar un ser humano nuevo y distinto, capaz de vivir para los demás; que impulsa a poner a las personas por encima de las instituciones, y a la humanidad que sufre por encima de las frías estadísticas. Creo en una Iglesia samaritana que se rige por el “principio misericordia”: que apuesta por los pequeños; por los que no tienen dinero ni poder; que reclama pan y trabajo para todos; que acoge a quienes la sociedad margina y condena; que sufre en los que sufren y con ellos; y que trabaja con todas sus fuerzas, para hacer realidad el Reino de Dios. Creo en ti Señor, que eres el Dios de la Vida; y porque creo en Tí, creo también que la vida, a pesar de todo, es buena y tiene sentido, y merece ser vivida. Amén.

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ORACIÓN DE LOS FIELES

A: Animados por el deseo de creer con más convicción, con más realismo y más gozosamente, te presentamos, Padre bueno, algunas de las inquietudes que traemos a esta celebración. A cada intención respondemos: Señor, ¡auméntanos la fe!

• Para que sea la fe el principio que organice, anime e impulse toda nuestra vida. Oremos. • Para que las dudas y dificultades de fe nos hagan más humildes, y sean oportunidad para activar la búsqueda de un encuentro más profundo y personal contigo. Oremos. • Para que quienes desesperan ante tu silencio puedan escuchar tu voz en el testimonio de fe de los creyentes. Oremos. • Para que seamos capaces de encontrarte no sólo en la iglesia y en las Escrituras, sino en la vida cotidiana y en todas las cosas; y muy especialmente, en los pobres y en los que sufren. Oremos. • Para que no pongamos nuestra confianza en los líderes de turno, ni en la salud de la que podamos disfrutar, ni en los bienes materiales, sino en Jesús el Señor y en el proyecto del Reino. Oremos. • Para que vivamos nuestra fe como seguimiento de Jesús: con el deseo de creer como él, de afrontar la vida y de leer la historia como él, de asumir sus criterios y sus convicciones, y de ser en verdad discípulos suyos. Oremos. • Para que aportemos a la construcción del Reino con entusiasmo, con pasión y, a la vez, con sencillez y humildad, conscientes de que “somos simples servidores”. Oremos.

C: Escucha, Padre bueno, nuestra oración, y auméntanos la fe. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén.

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ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Muchas gracias, Padre bueno, por estos dones de tu amor que traemos a la mesa y que enseguida vamos a compartir, como expresión de nuestro deseo de poner en común la fe y la vida. Derrama tu Espíritu sobre este pan y este vino, para que se transformen en Cuerpo y Sangre de Jesús, que alimenten y aumenten nuestra fe, y nuestro entusiasmo por tu Reino. Te lo pedimos por Jesús, Maestro y Amigo. Amén.

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ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

PREFACIO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

C: El Señor esté con ustedes R: Y con tu espíritu C: Levantemos nuestros corazones R: Los tenemos levantados hacia el señor C: Demos gracias al Señor, nuestro Dios R: Es justo y necesario

Todos juntos: Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida, invitándonos a la felicidad. Convocados por tu palabra viva, te damos gracias, Padre, por el don de la fe, que supera la capacidad de nuestros sentidos y la medida de nuestros cálculos, sin límites de tiempo ni de espacio. A veces nos asaltan las dudas, como a tus profetas; no comprendemos tu silencio ante nuestras desgracias, dificultades y problemas. Quisiéramos tener un Dios que mágicamente nos resolviera todos los problemas, y por eso nos vemos tentados continuamente de hacerte a nuestra medida y a nuestro gusto. Pero, guiados por la luz del Espíritu con que has querido iluminar nuestra existencia, reconocemos que eres infinitamente más grande que nuestra inteligencia y nuestros intereses, y asumimos que sólo así puedes ser nuestro Dios.

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Tú has dejado, en cada corazón humano y en la creación entera, las huellas de tu presencia y de tu amor; y extiendes a todos tu mano y tu gracia, para que te encuentre todo aquel que te busca. Por todo ello, con la fuerza que nos da la fe, queremos unir nuestras voces a la de todos tus amigos a través de los tiempos, para alabarte y bendecirte:

Santo, Santo, Santo…

Celebrante: Santo eres, en verdad, Dios nuestro, porque por medio de tu Hijo Jesús nos llamas a la aventura de creer en tu amor incondicional, y de recorrer contigo el camino de nuestra existencia. Derrama tu Espíritu abundantemente sobre este pan y este vino ( + ) que aquí te presentamos, y sobre esta comunidad que se reúne en el nombre de Jesús, el Crucificado-Resucitado. Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, estando a la mesa con sus amigos tomó un pan, te dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por todos. De la misma manera, después de comer, tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: Tomen y beban todos de ella, porque esta es la copa de mi sangre; sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres y mujeres para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía. 20

Y desde entonces, éste es el Misterio de nuestra fe. Todos: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! Celebrante: Al proclamar la Resurrección de tu Hijo y expresar nuestro deseo de que Él vuelva pronto, te damos gracias nuevamente, Padre bueno, porque has querido acercarte a nosotros en la humildad de tu Hijo encarnado. En Él nos has mostrado tu rostro; por Él te has dado a conocer como el Padre lleno de amor y de misericordia, preocupado por nuestras enfermedades y dolencias. Conocerlo a Él es conocerte a Ti. Y para que no quedáramos huérfanos de tu presencia, Jesús, al morir, nos entregó el Espíritu, que fortalece nuestra fe y da calor a nuestras vidas. Que la acción de tu Espíritu Santo nos convierta en el cuerpo de tu Hijo, para que llevemos adelante la causa de tu Reino por la que él se desgastó y dio la vida. Nosotros ahora celebramos y anunciamos la vida solidaria y entregada de Jesús, recordamos su muerte absurda e injusta, y proclamamos su presencia escondida en la realidad y en lo más profundo de todas las cosas. Acepta, Padre, nuestra oración confiada. Que cada vez que nos reunamos, la presencia y el testimonio de unos aumente y afiance la fe de otros, y crezca la unión entre todos. 21

Te pedimos ahora por tu Iglesia: que no se extinga en ella ni en sus pastores el don de la fe; esa fe capaz de superar tentaciones y halagos y de arrancar de raíz el mal que nos rodea. Acuérdate de todos los que, guiados por su fe, luchan y mueren en la construcción de una sociedad y de un mundo distintos; por su ejemplo te damos gracias. Acuérdate de los que caminamos vacilantes e inseguros todavía, y auméntanos la fe. Acuérdate también de los que no te conocen, y de los que sin haberte encontrado te buscan con sincero corazón. Que todos sepamos buscarte donde estás y podamos encontrarte; que sepamos hacerte visible en nuestras vidas, para que sirvan de luz a los que caminan a nuestro lado. Junto con María, que confió en tu palabra, con los apóstoles, testigos de la fe, con los mártires, que han dado por ella su vida, y con los que peregrinan buscando tu rostro, queremos bendecirte…

Levantando el pan y el vino consagrados

Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre misericordioso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

Amén.

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ORACIÓN FINAL

Reconfortados por la presencia de Jesús en cada uno y cada una de nosotros y en la comunidad, queremos terminar nuestra celebración dándote las gracias una vez más, Padre bueno, por el regalo inmenso de la fe, que anima y da sentido a nuestras vidas. Auméntanos esa fe, para que podamos vivir con optimismo y alegría, con coraje y valentía, y con una esperanza lúcida, sin desanimarnos ante las dificultades y poniendo lo mejor de nosotros mismos al servicio de los demás. Te lo pedimos por Jesús, con cuya misma fe queremos creer. Amén.

SUGERENCIAS PARA SEGUIR TRABAJANDO EN LA SEMANA

PARA REFLEXIONAR 1. El justo vive por su fe La liturgia de hoy nos da la oportunidad de hacer dos reflexiones sobre la fe cristiana, en unos textos no suficientemente explícitos y más bien sugerentes. A la petición de los apóstoles de que se les aumente la fe, Jesús responde indirectamente hablando del poder y sentido de la fe. Basta un mínimo de fe para mover el mundo, parece contestarles el Maestro. La frase de Jesús fue a menudo interpretada desde una perspectiva mágica, tomando la expresión en un sentido burdamente literal; como si la fe fuese un recurso extremo ante ciertas circunstancias dramáticas, de tal modo que los problemas pudieran resolverse por arte de magia con sólo abrir los labios y poner a Dios a nuestro servicio. Esta fe mágica no parece conjugarse mucho con lo que Pablo dice a Timoteo: «Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad. No te avergüences del testimonio de 23

nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios» Es cierto que estas palabras están dirigidas a un pastor de una comunidad cristiana, pero son igualmente válidas para toda persona que pretenda vivir cristianamente. No hemos recibido un espíritu de miedo, pereza y cobardía, sino que se nos urge a «dar la cara» ante el mundo y ante la vida; a trabajar decididamente por el Reino; en fin, a darle a la fe una dimensión activa y vivificadora. Desde esta perspectiva podemos volver a la frase de Jesús y ahondar en su simbolismo: la fe se nos presenta como un poder interior por medio del cual somos capaces de afrontar la vida, particularmente las circunstancias adversas, sabiendo que, al fin y al cabo, todo lo que existe tiene un sentido y todo está bajo cierta óptica o mirada de Dios. Podemos así hablar hoy de una fe fácil y de una fe difícil. La fe fácil -directamente emparentada con la magia y el antropomorfismo religioso- no es más que una forma de infantilismo o inmadurez psíquica. En efecto: se trata de una fe que subraya la supremacía de Dios y su poder absoluto, de tal manera que el ser humano no se sienta llamado a buscar y trabajar porque ya Dios se ocupa de todo; y si no se ocupa, hay que recordarle sus deberes. En el fondo, en eso consistiría la fe: en pedirle a Dios que mueva las montañas que surgen a nuestro paso, que nos allane el camino, que nos aligere el peso de la existencia. Que los ateos se dediquen a trabajar y esforzarse; el creyente tiene a Dios de su parte. Esta fe fácil creó toda una mentalidad de la cual aún no nos hemos liberado del todo: cierto desprecio por las actividades humanas, cierta desvalorización de los valores antropológicos y sociales, y, como contrapartida, un constante subrayar los llamados valores del espíritu, de espíritus desencarnados o pretendidamente desencarnados. De esta fe fácil también habla la segunda parte del evangelio, por lo que volveremos luego al tema. La fe difícil es la que nos muestra el profeta Habacuc (primera lectura) con aquel angustioso: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: “¡Violencia!”, sin que tú salves? ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión?» Ese «hasta cuándo», que nunca se termina porque acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, es el signo de una fe que busca, que inquiere, que se pregunta, que mira alrededor, que ve desgracias, muerte y violencia, y que se pregunta por un por qué último, final, absoluto. No importa que la respuesta de Dios no llegue en seguida; más bien el texto parece sugerir que puede tardar en llegar, que se debe esperar con confianza aun contra toda evidencia, ya que finalmente Dios mostrará su fidelidad. Ese «hasta cuándo» que tantas veces está en boca del

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salmista al borde de la desesperación, que estuvo en boca de Jesús en la hora del Getsemaní y en la cruz con aquel «Dios mío, por qué me has abandonado», es el “hasta cuándo” que hoy conforma lo más auténtico de nuestra fe de hombres y mujeres que caminan en el desierto. La fe en Jesús no es un recetario de fórmulas mágicas ni un libro de horóscopos más o menos halagüeños. Es, en cambio, una manera de afrontar la vida, de mirarla de frente para asumir sus dificultades y para encontrar respuesta a sus interrogantes, tanto a nivel teórico como práctico. Arrancar de raíz la morera y plantarla en el mar es una utopía. Pero esa utopía es el signo de la vida humana: hacer de un niño endeble un adulto responsable; transformar un corazón duro y egoísta en un alma generosa y abnegada, sacar vida de donde hay muerte, salud de donde hay enfermedad, libertad de donde existe esclavitud. Mientras que la fe fácil busca el milagro barato para gozo espectacular de los sentidos y del sentimentalismo, la fe difícil busca el milagro difícil de transformar esta condición humana, esta situación histórica, este momento particular que estamos viviendo. La fe es capaz de resolver las contradicciones de la vida, el absurdo de plantar un árbol en el mar. Porque si miramos serenamente la vida humana, la encontramos llena de absurdos, de callejones sin salida, de guerras y violencias que no tienen ninguna justificación lógica, de actitudes que sólo el enajenamiento mental puede ser capaz de sostener. Y, sin embargo, la fe, esa fe difícil, lejos de aislarnos de esta existencia un tanto absurda, nos obliga a mirarla de frente, a criticarla, a ver sus aristas, sus posibles por qués. Jesús dice que basta un poco de fe para ponernos en esta actitud, porque es la poquita fe que el ser humano necesita para enfrentarse a su propia existencia. A veces pedimos demasiada fe, una fe «grande» que nos aligere el peso de pensar, de buscar, de equivocarnos, de luchar, de desalentarnos, de caer y volver a levantarnos. Es esa fe grande que se busca en novenarios infalibles, en santuarios famosos, en devociones mágicas: una fe grande como una montaña pero que no es capaz de mover ni siquiera un granito de arena. De esa fe está llena nuestra cultura cristiana, que crea inmensos templos pero que no puede resolver el problema de la vivienda o de la salud o de la educación para los más pobres; que está llena de documentos, libros y oraciones, pero que no resuelve el odio entre las confesiones cristianas ni es capaz de enfrentarse con los problemas reales que viven tanto los laicos como los miembros de la jerarquía. Hoy Jesús nos recuerda que nos basta una fe pequeñita, siempre y cuando sea auténtica fe, es decir, una manera digna de mirar la vida desde la perspectiva 25

del Evangelio. Frente a lo mucho que tenemos que hacer o resolver, la persona de fe parece algo pequeño e insignificante. Sin embargo, han sido y son las personas de fe (independientemente de la tradición espiritual a la que pertenezcan, o sin pertenecer a ninguna), las que han generado el formidable proceso de humanización de la vida. Jesús de Nazaret, un judío marginal e insignificante en un contexto histórico y sociocultural señalado por grandes e ilustres personajes, es el prototipo de la pequeñez de la fe que acomete la gran tarea de liberar al mundo de la montaña de sus odios, prejuicios y ancestrales calamidades. Por eso, dejemos de pedir que se nos aumente la fe fácil, porque nos basta ese poquito de fe difícil -la fe del «hasta cuándo»- para caminar con paso más seguro en la incierta senda de nuestra vida. Así fue ayer y así es hoy.

2. Hacer lo que tenemos que hacer: La segunda perícopa del texto evangélico de hoy presenta otra faceta de esta fe fácil y difícil. La parábola del siervo campesino es bastante clara en su significado global: el siervo que hace lo que le ha estipulado su contrato de trabajo, no tiene por qué pedir ni exigir un trato especial u otro tipo de privilegios. Simplemente, ha cumplido con su deber. Así sucede con el hombre de fe: su deber de persona creyente es encontrarle un sentido a la vida y ser fiel a ese sentido. Ya es suficiente premio el vivir de esa manera. La fe fácil busca a Dios, no por él mismo, sino por los posibles beneficios que le pueda reportar. La fe difícil busca a Dios como un punto de referencia para mirar de frente la propia vida, allí donde está el trabajo del caminante. La fe fácil se preocupa por el premio que Dios debe darle por el buen cumplimiento de sus preceptos y mandamientos. Es una fe para que el hombre gane sin arriesgar. La fe difícil trata de ganar la batalla de la vida; arriesga todo con tal de darle un valor a las cosas diarias. No hace bien las cosas porque están mandadas ni evita el mal porque está prohibido. Simplemente, es su conciencia de hombre recto que lo impulsa en esta o en la otra dirección. La fe fácil trata de atar a Dios para que él cumpla lo que el hombre propone y desea. Es la fe que fabrica una teología desde los intereses y criterios del hombre. La fe difícil cuestiona al hombre desde sí mismo, teniendo como punto de partida la Palabra de Dios tal como nos la reveló Jesús. Elabora una teología desde el Evangelio y como camino para vivir mejor el Evangelio en cada circunstancia concreta. La fe

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fácil se refugia en las devociones y en los actos de culto, amontona oraciones sobre oraciones y se siente satisfecha cuando ha cubierto la cuota estadística de la piedad. Se siente segura porque está en contacto con “las cosas sagradas” y se enorgullece de poder creer tanto y sin ningún tipo de dudas. Es una fe triunfalista y eufórica. La fe difícil -la pequeña fe que puede mover montañas- busca construir lenta y trabajosamente un modelo de hombre o de mujer que viva en la libertad interior, aun cuando ello le suponga inseguridades y contradicciones. Se afirma en la sinceridad del corazón y desde allí busca expresarse con formas externas que son siempre reflejo de una actitud y praxis de vida. Podríamos seguir enumerando características de una y otra fe, pero estos ejemplos son suficientes como para que asumamos el seguimiento de Jesús con humildad y sencillez, porque al fin y al cabo «el justo vive por la fe». Quien no vive no puede decir que tiene fe, por más prácticas religiosas que haga. Pero, a la inversa, tener fe es aprender a vivir con total intensidad, con gozo sereno, con la experiencia humilde de sentirse humano. Por eso la persona de fe no se ufana y envanece por su fe; porque simplemente está haciendo lo que es suyo: vivir como hombre o como mujer aquí y ahora. Con esta fe pequeña como un grano de mostaza tenemos suficiente y de sobra para sentirnos plenamente satisfechos.

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PARA LA ORACIÓN PERSONAL La fe en Dios puede servirnos como hilo conductor al leer los textos de este domingo. En el libro de Habacuc se habla de ella como fidelidad que da vida y que ayuda a comprender la misión del profeta. Para el autor de la segunda carta a Timoteo, la fe es, junto con el amor, la fuerza que hace posible el anuncio de la Buena Noticia. Y Jesús, en el pasaje del evangelio, tras animar a los discípulos a alcanzar una fe verdadera, la propone como fundamento del servicio cristiano. Que la lectura creyente de la Palabra nos estimule a crecer hacia una vida de fe cada día más auténtica. LEEMOS Y COMPRENDEMOS Lucas plantea las relaciones en el seno de las primeras comunidades como expresión de otra relación: la del creyente con Dios. Así presenta la fe en Dios y el servicio a los hermanos como las dos caras del discipulado. El amor y la atención generosa a los demás son posibles desde una fe profunda en el Dios que es amor. • Podemos volver a leer el Evangelio, muy lentamente y tratando de saborear las palabras. Luego, tras unos momentos de silencio, intentamos descubrir qué nos dice el texto. - Los primeros versículos del capítulo 17 del evangelio de Lucas recogen cuatro enseñanzas o recomendaciones del Señor a sus discípulos. Las dos primeras se fijan en las relaciones entre los discípulos (escándalo y perdón, en los vv. 1-4), y las dos siguientes en la relación con Dios (fe y cumplimiento del servicio encomendado, en los vv. 5-10). Aunque aparentemente no tienen relación entre sí, las cuatro instrucciones tratan sobre la vida comunitaria, en concreto sobre las responsabilidades que conlleva y la forma de ejercer los diversos servicios. Son las dos últimas las que leemos en el evangelio de hoy. - Los versículos 5 y 6 contienen una breve enseñanza sobre el poder de la fe que toma como punto de partida una petición de los apóstoles. Éstos solicitan al Señor que les aumente la fe, pero en su instrucción Jesús no responde directamente a dicha petición y, además, los enfrenta a una situación incómoda. ¿Qué reprocha Jesús a los discípulos? ¿Qué imágenes utiliza al hablar de la fe? - La fe de los discípulos puede ser insignificante, incluso más pequeña que un grano de mostaza. Pero lo que importa -dice Jesús- no es la cantidad, sino la calidad de la fe. Una fe genuina es capaz de

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obrar milagros. Aquí entra en juego la segunda de las imágenes: una morera arrancada de la tierra y transplantada en el mar. Arrancar una morera requiere mucho esfuerzo, pero que eche raíces en el mar es realmente un milagro. Con esta exageración se expresa de una forma plástica la fuerza de la confianza plena en Dios. Mediante esta enseñanza, Jesús quiere que los discípulos se comprometan con un cambio radical en sus vidas hacia una fe auténtica, con una acogida sin fisuras del Evangelio y del proyecto del Reino. - A partir del versículo 7 Jesús habla del servicio cristiano mediante una breve parábola (vv. 7-9) y su aplicación a la vida de los discípulos (v 10). En la parábola se suceden tres preguntas de Jesús cuyas respuestas son evidentes para quienes lo escuchan, porque responden a una concepción social común en aquella época. ¿Qué se dice acerca de la tarea del servidor en estos versículos? - Aunque en nuestra sociedad, en la que todo trabajador tiene un horario y unos derechos, el planteamiento que hace Jesús suena extraño, la función de un servidor o criado en aquellos días era clara: servir a su señor siempre y en todo. Y eso sin esperar el agradecimiento del amo por haber trabajado bien, porque lo que hace no es sino cumplir con su obligación. El versículo final contiene la aplicación de la parábola a la realidad que viven los discípulos. ¿Cuál es su enseñanza sobre el servicio cristiano? - El discípulo, después de haber cumplido con su obligación, no debe considerarse más que un simple servidor. El servicio que realiza responde a su condición de discípulo y vanagloriarse por ello está fuera de lugar. También es una llamada de atención con respecto a la recompensa: la salvación es un don gratuito de Dios, no el pago por los méritos acumulados. Esto último formaba parte de la mentalidad de los fariseos, que entendían que con el cumplimiento de la ley obligaban a Dios a premiarles por su comportamiento. - Para los cristianos a los que Lucas se dirige, el texto contenía una doble llamada de atención: la necesidad de revitalizar la propia fe para hacerla cada día más auténtica y la importancia de entregarse por entero al servicio encomendado. Ambas enseñanzas se refieren a toda la comunidad, pero es evidente que la segunda de ellas resonaría con especial intensidad en los oídos de aquellos a los que se les había encomendado algún ministerio en la Iglesia: éstos se reconocerían, sin duda, en las imágenes del pastoreo o del servicio (diaconía) que aparecen en el texto. El evangelista confía en que los responsables de la comunidad desempeñen su tarea con una entrega total, sin esperar honor, felicitación o privilegio alguno por ello.

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MEDITAMOS Y ACTUALIZAMOS El evangelio nos invita a comprender la conversión en clave de calidad, no de cantidad: es una fe auténtica, una confianza absoluta en Dios, la que nos mueve a trabajar por el Reino y llena de sentido nuestro seguimiento de Jesús. - “Si ustedes tuvieran fe”: ¿Con qué adjetivos podríamos definir nuestra fe? ¿Auténtica, vacilante, débil… ? - “Auméntanos la fe”: ¿Cómo podemos ayudarnos unos a otros para que nuestra fe sea cada día más auténtica? - Como seguidores de Jesús, somos continuadores de su tarea, y así podemos entender nuestra vida como un servicio a Dios y a los demás: ¿Qué nos aporta el pasaje a la hora de comprender nuestro compromiso cristiano? - “No hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”: ¿Se hace realidad en nuestra vida esta frase del evangelio? ¿Qué nos mueve en nuestro compromiso: el deseo de vivir el Evangelio y de trabajar desinteresadamente por el Reino, o el de buscar reconocimiento y prestigio? - Desde la enseñanza del presente relato evangélico, ¿qué cambios podrían producirse en la sociedad y en la Iglesia si los cristianos viviéramos con más intensidad nuestra fe y el servicio a los demás?

ORAMOS El pasaje del evangelio comienza con una petición de los discípulos a Jesús: “Auméntanos la fe”. Conscientes de que la fe es don de Dios, le pedimos que nos ayude a crecer hacia una fe auténtica que nos lleve a servir desinteresadamente a los demás. Espontáneamente, con mis propias palabras, y dejando que hable mi corazón: ¿Qué le digo al Señor…?

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BUENA SEMANA!

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