HISTORIA DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE MARÍA Felipe Santos, SDB INDICE

1 HISTORIA DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE MARÍA Felipe Santos, SDB INDICE 1) Biografía 2) Visto por Documentos de la Iglesia 3) San Francisco de Sales 4) S

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HISTORIA DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE MARÍA Felipe Santos, SDB

INDICE

1) Biografía 2) Visto por Documentos de la Iglesia 3) San Francisco de Sales 4) San Pedro-Julián Eymard 5) Ernesto Hello 6) Francis Jammes 7) Santa Teresa del Niño Jesús 8) Himnos a san José 9) Carta pastoral de obispos 10) Gabriel Chrisment 11) Letanías de san José

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12) Oraciones a san José

----------------------------------------San José "La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. (...) Cuando José se despertó, hizo lo que había mandado el ángel del Señor, y se llevó a casa a su mujer. Y sin que él hubiera tenido relación con ella, dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Jesús".(Evangelio de Mateo 1,18-25)

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Tal y como narran los evangelios, a José lo recordamos como descendiente del linaje de David (Mt 1,20 y Mt 13,55), la estirpe humana de la que nació Jesús. Pero por encima de todo lo tenemos en el recuerdo por su fe, por su fidelidad y por el deseo de querer seguir los deseos de Dios por muy difíciles e increíbles que parecieran. ¿Te imaginas amigo cibernauta que tu novia se quedara embarazada y que a través de un sueño se te comunicara que el hijo que lleva es obra del Espíritu Santo?. Hay que tener fe, y esto es lo que tuvo nuestro amigo José. Cabe decir, que según las leyes de aquella época, si una mujer quedaba embarazada de otra persona que no era su novio, podía morir apedreada si éste la denunciaba. José

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se convierte en un hombre justo y fiel a Dios, preguntándose qué era lo mejor para María. El Padre de José José de Nazaret aparece en la historia evangélica a punto de casarse con una muchacha llamada María. Precisamente de María sabemos los nombres de sus padres gracias a los evangelios apócrifos: Joaquín y Ana; pero de José únicamente conocemos algo de su padre, y aún con ciertas dudas, ya que aparece con dos nombres distintos en los evangelios. Según Mateo se llamaba Jacob (Mt 1,16) y según Lucas Helí (Lc 3,23). Algunos exegetas han afirmado que Jacob y Helí eran hermanos y que por la "ley del levirato" uno era el padre biológico y el otro el legal. La "ley del levirato" nos sale descrita en el libro del Deuteronomio (Dt 25,5-6) y consistía en que si dos hermanos vivían juntos y uno de ellos moría sin hijos, su hermano se casaría con la esposa de éste, o sea, con su cuñada. Pero la verdad es que no se sabe con

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certeza si el padre de José era el de Jacob o el de Helí y lo de la "ley del levirato" son simples hipótesis. Huida a Egipto Tras asumir la paternidad de Jesús con todas sus consecuencias, enseguida se encuentra frente a otra decisión, igualmente difícil: marcharse de Belén para salvar a Jesús ante la ira de Herodes que ordena matar a todos los niños cuando él cree que el niño que ha nacido (Jesús) le va a tomar el trono. El Evangelio de Mateo lo narra así: "Tan pronto como los magos se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2,13) Si te fijas, amigo cibernauta, los evangelios nos presentan a la Sagrada Familia igual que aquellos primeros israelitas que tuvieron que

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huir a Egipto y que después volverían a su Tierra Prometida. Y efectivamente, la Sagrada Familia emprendió camino a Egipto. Incluso, hay en El Cairo, un barrio muy bonito, el barrio copto, en el cuál, según la tradición copta, pasaron allí unos años José, María y Jesús. Muchos historiados de la Biblia creen que la Sagrada Familia nunca llegó a Egipto y que lo que hicieron fue huir "camino de Egipto". ¡Como aquél que está en Tarragona y dice "me voy camino de Valencia" y se queda en Tortosa!. Pero bueno ... el Evangelio de Mateo dice bien claro "huye a Egipto" y no vamos ahora a contradecir las escrituras y ni mucho menos a mis amigos coptos de El cairo que son muy simpáticos! De vuelta a Israel Una vez fallecido Herodes, un ángel del Señor se apareció de nuevo a José y le invitó a regresar a su Tierra, más concretamente en Nazaret para iniciar allí la historia de su hijo, la del Hijo de Dios. A partir de entonces,

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José sale muy poco en los evangelios, el caso más flamante es el de la peregrinación a Jerusalén, donde va acompañado de su esposa y de Jesús. En aquellos momentos, Jesús solo tenía 12 años. Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Es aquél conocido relato en el que Jesús se queda en el templo de Jerusalén a discutir con los doctores de la ley. Podéis leer la narración el Evangelio de Lucas (Lc 2,41-59). La edad de José ¿Cuándo murió José? Esta es otra de las preguntas del millón de dólares. La última aparición de José en los evangelios es ésta que te acabo de explicar, o sea, en la que Jesús tiene 12 años. Según Josep Lligadas en el libro "San José, el Creyente" editado por el Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona, José habría muerto antes del relato evangélico de la bodas de Caná, ya que en dicho fragmento no se menciona a José y si en cambio a María. Sería lógico que si María y

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Jesús estaban invitados a una boda, José también estuviera con ellos, pero el evangelista no lo menciona, de allí dicha suposición. Lo más probable, por tanto, es que José muriese antes de que Jesús abandonase Nazaret para iniciar su predicación. Pero... también hay otros historiadores de la Biblia que creen que José habría muerto dada su anciana edad. La edad de José es un tema muy discutido, hay unos que creen que era joven y otros que creen que ya tenía sus añitos. Estos últimos se basan en los llamados "Evangelios Apócrifos", textos no reconocidos como oficiales por la Iglesia Católica, y que en algunas ocasiones han servido, tal como te he comentado al principio, para saber curiosidades, como los nombres de los padres de la Virgen María entre otras cosas. Según el evangelio apócrifo titulado "Historia de José el Carpintero", José habría muerto a la edad de 111 años!, incluso nos dice la fecha, el 20 de julio .

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Más datos apócrifos En el mismo evangelio apócrifo "Historia de José el carpintero" se nos dice que José, antes de casarse con María, era un hombre viudo y que ya tenía cuatro varones y dos hembras: Judas, Josetos, Santiago, Simón, Lisia y Lidia. También nos cuenta que "era un varón justo y alababa a Dios en todas sus obras. Acostumbraba a salir forastero con frecuencia para ejercer el oficio de carpintero en compañía de sus dos hijos, ya que vivía del trabajo de sus manos". María, según el apócrifo, era una muchacha que vivía en el Templo de Jerusalén sirviendo a Dios en toda santidad, y con doce años de edad. Había pasado sus tres primeros años en la casa de sus padres, y los nueve restantes en el templo. Pero al acercarse la edad de la menstruación, no podía quedarse allí porque según las leyes de entonces, provocaría la impureza del recinto sagrado. Es por este motivo que los sacerdotes del

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templo decidieron convocar a la tribu de Judá y tomaron de ella a doce familias (12 hombres) para buscar a un varón y desposarlo con ella. La suerte recayó sobre José, a quién la "Historia de José el carpintero" lo define como "el buen viejo José". Según el apócrifo, María tenía 15 años de edad cuando dio a luz a Jesús, mientras que José tenía 92 . Repito, amigo cibernauta, que estos datos son del evangelio apócrifo "Historia de José el carpintero", texto no reconocido como "oficial" por la Iglesia Católica. La vara de San José Esta es otra de las tradiciones que van ligadas con nuestro amigo. Se cuenta que mientras José estaba en el templo junto a los otros jefes de las 12 familias para encontrar esposo a María en profunda oración, su vara (bastón) seca que sostenía entre sus manos floreció y al mismo tiempo una paloma blanca descendió sobre su cabeza. Este acto, simboliza el deseo de Dios en que José fuera el esposo

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de María. Devoción La devoción a San José es muy extendida en todo el mundo, hay numerosas oraciones, gozos, novenas, el rezo de los siete domingos .... También era un nombre muy común en Catalunya, hasta el punto, que se hizo famoso un refrán: "De Joseps, Joans i ases, n'hi ha per totes les cases" (De Josés, Juanes y asnos hay en todas las casas). Pero últimamente en Catalunya se ha perdido bastante la tradición de poner este nombre entre los recién nacidos, valga como muestra, que en el año 1998 no figuraba entre los 24 nombres más utilizados para los recién bautizados. Muchos santos se han llamado así: José de Arimatea, José de Calasanz, José de Copertino, Josep Oriol, José Pignatelli ... En la diócesis de Girona, sólo hay dos iglesias parroquiales bajo su nombre, una en la misma ciudad y otra en el pueblo de La Canya.

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¿Por qué a los José se les llama también Pepe? Esta es una curiosidad muy divertida y como todo tiene su explicación. Como ya sabes, José no es el padre biológico de Jesús, es un padre putativo (que se tiene por padre pero sin serlo). Fíjate que las iniciales de Padre Putativo son PP (y eso no tiene nada que ver con el ¡¡Partido Popular!!). Las iniciales PP se hicieron muy famosas, ya que figuraron en las imágenes del santo e incluso, muchas veces, cuando se leía un fragmento del evangelio o de algún teólogo en el cual salía el nombre de José, se añadía acontinuación las iniciales PP. ¡Ya ves que no hay ningún secreto! Patronazgo San José es por excelencia el patrón de los carpinteros, ya que ejerció esta profesión según nos narra el Evangelio de Mateo (Mt 13,54-55) y por extensión, lo es también de todas aquellas personas que trabajan en oficios manuales. Los ingenieros

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técnicos industriales también le piden protección. Así mismo, el Papa Pío IX lo declaró en 1870, patrón de la Iglesia Católica universal. También es el patrón de los seminarios católicos, de ahí que la Iglesia Católica celebre el domingo después a esta festividad el "Día del Seminario". Este patronazgo es fácil de entender, ya que como padre, educó a su hijo Jesús en Nazaret y le preparó durante muchos años para su ministerio. ¿Quien mejor que San José para que proteja a los que serán futuros sacerdotes?. En 1955 otro Papa, en este caso Pío XII, instituyó la fiesta de San José Obrero el día primero de mayo para cristianizar la Fiesta del Trabajo que había nacido en 1889. Es por tanto, el patrón de todos los trabajadores (¡incluso para los que hacen ver que trabajan!). La devoción popular ha creído que José murió en brazos de Jesús y de María, sin duda falleció en buena compañía!. Es por este motivo que se le pide auxilio para tener una buena

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muerte. Se le otorga la protección de los padres de familia y de las personas indecisas. Diferentes comunidades religiosas se amparan en él y países como Bélgica, Canadá o Perú lo tienen como protector. Y no cabe olvidar que el 19 de marzo es también el día del padre, una festividad en honor a nuestros padres, como padre fue José de Jesús. Onomástica: 19 marzo Fuente: El ángel de la web

SAN JOSÉ ESPOSO DE MARÍA

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y PADRE VIRGINAL DE JESUS FIESTA: 19 de marzo Modelo de padre y esposo, patrón de la Iglesia universal, de los trabajadores, de infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte.

Fuente: Corazones.org A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Stma. Virgen María. Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 12:55).

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No era padre natural de Jesús (quién fue engendrado en el vientre virginal de la Stma. Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios), pero José lo adoptó y Jesús se sometió a el como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María! San José es llamado el "Santo del silencio" No conocemos palabras expresadas por él, tan solo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue "santo" desde antes

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de los desposorios. Un "escogido" de Dios. Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. Son al mismo tiempo las únicas fuentes seguras por ser parte de la Revelación. San Mateo (1:16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3:23), su padre era Heli. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Pero al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret.

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Según San Mateo 13:55 y Marcos 6:3, San José era un "tekton". La palabra significa en particular que era carpintero. San Justino lo confirma (Dial. cum Tryph., lxxxviii, en P. G., VI, 688), y la tradición ha aceptado esta interpretación. Si el matrimonio de San José con La Stma. Virgen ocurrió antes o después de la Encarnación aun es discutido por los exegetas. La mayoría de los comentadores, siguiendo a Santo Tomás, opinan que en la Anunciación, la Virgen María estaba solo prometida a José. Santo Tomás observa que esta interpretación encaja mejor con los datos bíblicos. Los hombres por lo

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general se casaban muy jóvenes y San José tendría quizás de 18 a 20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde carpintero...ejemplo para todos nosotros. La literatura apócrifa, (especialmente el "Evangelio de Santiago", el "Pseudo Mateo" y el "Evangelio de la Natividad de la Virgen María", "La Historia de San José el Carpintero", y la "Vida de la Virgen y la Muerte de San José) provee muchos detalles pero estos libros no están dentro del canon de las Sagradas Escrituras y no son confiables. Amor virginal

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Algunos libros apócrifos cuentan que San José era un viudo de noventa años de edad cuando se casó con la Stma. Virgen María quien tendría entre 12 a 14 años. Estas historias no tienen validez y San Jerónimo las llama "sueños". Sin embargo han dado pie a muchas representaciones artísticas. La razón de pretender un San José tan mayor quizás responde a la dificultad de una relación virginal entre dos jóvenes esposos. Esta dificultad responde a la naturaleza caída, pero se vence con la gracia de Dios. Ambos recibieron extraordinarias gracias a las que siempre supieron corresponder. En la relación esposal de San

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José y la Virgen María tenemos un ejemplo para todo matrimonio. Nos enseña que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús. La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma mas pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los

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frutos del amor que recibían de Dios. El matrimonio fue auténtico, pero al mismo tiempo, según San Agustín y otros, los esposos tenían la intención de permanecer en el estado virginal. (cf.St. Aug., "De cons. Evang.", II, i in P.L. XXXIV, 1071-72; "Cont. Julian.", V, xii, 45 in P.L.. XLIV, 810; St. Thomas, III:28; III:29:2). Pronto la fe de San José fue probada con el misterioso embarazo de María. No conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponerla al repudio y su posible condena a lapidación, pensaba retirarse cuando el ángel del Señor se le apareció en

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sueño: "Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer." (Mat. 1:19-20, 24). Unos meses mas tarde, llegó el momento para S. José y María de partir hacia Belén para apadrinarse según el decreto de Cesar Augustus. Esto vino en

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muy difícil momento ya que ella estaba en cinta. (cf. Lucas 2:1-7). En Belén tuvo que sufrir con La Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació el hijo de la Virgen. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cual sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y mas tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él".(Lucas 2:33). Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno

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de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Mateo 2:13. San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado. San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto. Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o

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amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada. Una vez mas por medio del ángel del Señor, supo de la muerte de Herodes: "«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.» El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de

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Galilea". Mateo 2:22. Fue así que la Sagrada Familia regresó a Nazaret. Desde entonces el único evento que conocemos relacionado con San José es la "pérdida" de Jesús al regreso de la anual peregrinación a Jerusalén (cf. Lucas 2, 42-51). San José y la Virgen lo buscaban por tres angustiosos días hasta encontrarlo en el Templo. Dios quiso que este santo varón nos diera ejemplo de humildad en la vida escondida de su sagrada familia y su taller de carpintería. Lo mas probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente

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en las bodas de Canaá ni se habla mas de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto. Según San Epifanius, San José murió en sus 90 años y la Venerable Bede dice que fue enterrado en el Valle de Josafat. Pero estas historias son dudosas.

La devoción a San José se fundamenta en que este hombre "justo" fue escogido por Dios para ser el esposo de

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María Santísima y hacer las veces de padre de Jesús en la tierra. Durante los primeros siglos de la Iglesia la veneración se dirigía principalmente a los mártires. Quizás se veneraba poco a San José para enfatizar la paternidad divina de Jesús. Pero, así todo, los Padres (San Agustín, San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, entre otros), ya nos hablan de San José. Según San Callistus, esta devoción comenzó en el Oriente donde existe desde el siglo IV, relata también que la gran basílica construida en Belén por Santa Elena había un hermoso oratorio dedicado a nuestro santo. San Pedro

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Crisólogo: "José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes" El nombre de José en hebreo significa "el que va en aumento. "Y así se desarrollaba el carácter de José, crecía "de virtud en virtud" hasta llegar a una excelsa santidad. En el Occidente, referencias a (Nutritor Domini) San José aparecen en el siglo IX en martirologios locales y en el 1129 aparece en Bologna la primera iglesia a él dedicada. Algunos santos del siglo XII comenzaron a popularizar la devoción a San José entre ellos se destacaron San

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Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudiz y Santa Brígida de Suecia. Según Benito XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11; xx, n. 17), "La opinión general de los conocedores es que los Padres del Carmelo fueron los primeros en importar del Oriente al Occidente la laudable práctica de ofrecerle pleno culto a San José". En el siglo XV, merecen particular mención como devotos de San José los santos Vicente Ferrer (m. 1419), Pedro d`Ailli (m. 1420), Bernadino de Siena (m. 1444) y Jehan Gerson (m. 1429). Finalmente, durante el pontificado de Sixto IV (1471 - 84), San José se introdujo en el calendario Romano en el 19 de Marzo. Desde

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entonces su devoción ha seguido creciendo en popularidad. En 1621 Gregorio XV la elevó a fiesta de obligación. Benedicto XIII introdujo a San José en la letanía de los santos en 1726. San Bernardino de Siena "... siendo María la dispensadora de las gracias que Dios concede a los hombres, ¿con cuánta profusión no es de creer que enriqueciese de ella a su esposo San José, a quién tanto amaba, y del que era respectivamente amada? " Y así, José crecía en virtud y en amor para su esposa y su Hijo, a quién cargaba en brazos en los principios, luego enseñó su oficio y con quién convivió durante treinta años.

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Los franciscanos fueron los primeros en tener la fiesta de los desposorios de La Virgen con San José. Santa Teresa tenía una gran devoción a San José y la afianzó en la reforma carmelita poniéndolo en 1621 como patrono, y en 1689 se les permitió celebrar la fiesta de su Patronato en el tercer domingo de Pascua. Esta fiesta eventualmente se extendió por todo el reino español. La devoción a San José se arraigo entre los obreros durante el siglo XIX. El crecimiento de popularidad movió a Pío IX, el mismo un gran devoto, a extender a la Iglesia universal la fiesta del Patronato (1847) y en diciembre del 1870 lo declaró Santo Patriarca,

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patrón de la Iglesia Católica. San Leo XIII y Pío X fueron también devotos de San José. Este últimos aprobó en 1909 una letanía en honor a San José. Santa Teresa de Jesús "Tomé por abogado y señor al glorioso San José." Isabel de la Cruz, monja carmelita, comenta sobre Santa Teresa: "era particularmente devota de San José y he oído decir se le apareció muchas veces y andaba a su lado." "No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado

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santo...No he conocido persona que de veras le sea devota que no la vea mas aprovechada en virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a El se encomiendan...Solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no le creyere y vera por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devocion..." -Sta. Teresa. San Alfonso María de Ligorio nos hace reflexionar: "¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?" José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo

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con quién Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de Vida Eterna de Jesús, observaba su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los santos. Bibliografía: Souvay, Charles L., Saint Joseph, Catholic Encyclopedia, Encyclopedia Press, Inc. 1913. Foto: San José con el niño Jesús; Convento

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"El Señor ha reunido en José, como en un sol, todo lo que los santos tienen juntos de luz y de esplendor." San Gregorio Nacianceno, Doctor de la Iglesia (329390) 1)EN LOS DOCUMENTOS DE LA IGLESIA Exhortación apostólica Redemptoris Custos de Juan Pablo II (15 agosto 1989) sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

REDEMPTORIS CUSTOS

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DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LA FIGURA Y LA MISIÓN DE SAN JOSÉ EN LA VIDA DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

A los Obispos A los Sacerdotes y Diáconos A los Religiosos y Religiosas A todos los fieles INTRODUCCIÓN

1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José...

hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia,

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inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, [1] también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo. En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII, [2] y siguiendo la huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos». [3] Con profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente. De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará

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confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación. [4] Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en

el misterio de la Encarnación. Precisamente José de Nazaret «participó» en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestinó a la

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adopción de hijos suyos por Jesucristo» ( Ef 1, 5).

I. EL MARCO EVANGÉLICO

El matrimonio con María 2. «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia. El Evangelista Mateo explica el significado de este momento, delineando también como José lo ha vivido. Sin embargo, para comprender plenamente el contenido y el contexto, es importante tener

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presente el texto paralelo del Evangelio de Lucas. En efecto, en relación con el versículo que dice: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18), el origen de la gestación de María «por obra del Espíritu Santo» encuentra una descripción más amplia y explícita en el versículo que se lee en

Lucas sobre la anunciación del nacimiento de Jesús: «Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1, 26-27). Las palabras del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28), provocaron una turbación interior en María y, a la vez, le llevaron a la reflexión. Entonces el mensajero tranquiliza a la Virgen y, al mismo tiempo, le revela el designio especial de

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Dios referente a ella misma: «No temas, María,

porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 30-32). El evangelista había afirmado poco antes que, en el momento de la anunciación, María estaba «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David». La naturaleza de este «desposorio» es explicada indirectamente, cuando María, después de haber escuchado lo que el mensajero había dicho sobre el nacimiento del hijo, pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no

conozco varón?» (Lc 1, 34). Entonces le llega esta respuesta: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). María, si bien ya estaba

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«desposada» con José, permanecerá virgen, porque el niño, concebido en su seno desde la anunciación, había sido concebido por obra del Espíritu Santo. En este punto el texto de Lucas coincide con el de Mateo 1, 18 y sirve para explicar lo que en él se lee. Si María, después del desposorio con José, se halló «encinta por obra del Espíritu Santo», este hecho corresponde a todo el contenido de la anunciación y, de modo particular, a las últimas palabras pronunciadas por María: «Hágase en mí

según tu palabra» (Lc 1, 38). Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de las semanas se manifiesta ante la gente y ante José «encinta», como aquella que debe dar a luz y lleva consigo el misterio de la maternidad. 3. A la vista de esto «su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió

repudiarla en secreto» (Mt 1, 19), pues no sabía

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cómo comportarse ante la «sorprendente» maternidad de María. Ciertamente buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una salida a aquella situación tan difícil para él. Por tanto, cuando «reflexionaba

sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados"» (Mt 1, 20-21). Existe una profunda analogía entre la «anunciación» del texto de Mateo y la del texto de Lucas. El mensajero divino introduce a José en el

misterio de la maternidad de María. La que según la ley es su «esposa», permaneciendo virgen, se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo. Y cuando el Hijo, llevado en el seno por

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María, venga al mundo, recibirá el nombre de Jesús. Era éste un nombre conocido entre los israelitas y, a veces, se ponía a los hijos. En este caso, sin embargo, se trata del Hijo que, según la promesa divina, cumplirá plenamente el significado de este nombre: Jesús-Yehošua', que significa,

Dios salva. El mensajero se dirige a José como al «esposo de María», aquel que, a su debido tiempo, tendrá que imponer ese nombre al Hijo que nacerá de la Virgen de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José confiándole

la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María. «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). El la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo,

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demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero.

II. EL DEPOSITARIO DEL MISTERIO DE DIOS 4. Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de Zacarías para visitar a su pariente Isabel, mientras la saludaba oyó las palabras pronunciadas por Isabel «llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 41). Además de las palabras relacionadas con el saludo del ángel en la anunciación, Isabel dijo: «¡Feliz la que ha creído

que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras han sido el pensamiento-guía de la encíclica

Redemptoris Mater, con la cual he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II que afirma: «La Bienaventurada Virgen

avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo

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fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» [5] y «precedió»[6] a todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo. Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de

María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de

la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6). Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya

había aceptado en la anunciación. El Concilio dice

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al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él». [7] La frase

anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de

Nazaret. 5. El, por tanto, se convirtió en el depositario

singular del misterio «escondido desde siglos en Dios» (cf. Ef 3, 9), lo mismo que se convirtió María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama «la plenitud de los tiempos», cuando «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» para «rescatar a los que se hallaban bajo la ley», «para que recibieran la filiación adoptiva» (cf. Gál 4, 4-5). «Dispuso Dios —afirma el Concilio— en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad

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(cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 Pe 1, 4)». [8]

De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con María— él participa en esta fase

culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo , y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por Dios en la vía de la «peregrinación de la fe», a través de la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y singular. [9] 6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe,

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se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma

dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble, donde el «plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí».[10] Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos

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Pontífices y de los Mártires. [11]

El servicio de la paternidad 7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José —una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8, 28 s.)— pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia. Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 2638), llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27;

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2, 5). Y también para la Iglesia, si es importante profesar

la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice,

recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien

pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella,

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se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo».[12] El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la

mente, no de la carne».[13] En este matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque

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no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio».[14] Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la «indivisible unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento»,[15] elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de

María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor. [16] «En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero,

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mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la

familia, santuario de amor y cuna de la vida».[17] ¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor» y «la familia recibe la misión de custodiar,

revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa»;[18] es en la sagrada Familia, en esta originaria «iglesia doméstica»,[19] donde todas las familias cristianas deben mirarse. En efecto, «por un misterioso designio de Dios, en ella

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vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas».[20] 8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús

mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente «ministro de la salvación».[21] Su paternidad se ha expresado concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del

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Mesías, que crece en su casa». [22] La liturgia, al recordar que han sido confiados «a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la salvación de los hombres»,[23] precisa también que «Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito».[24] León XIII subraya la sublimidad de esta misión: «El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre».[25] Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús «por don

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especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer».[26] Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15). En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar, respetando aquella «condescendencia» inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran...»

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y la referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento. Con la encarnación las «promesas» y las «figuras» del Antiguo Testamento se hacen «realidad»: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor»,[27] aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido

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confiada a su custodia.

El censo 9. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José de Nazaret» (cf. Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles, pero también «salvador del mundo». Orígenes describe acertadamente el significado teológico inherente a este hecho histórico, ciertamente nada marginal: «Dado que el primer censo de toda la tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos los demás, también José se hizo registrar junto con María su esposa, que estaba encinta, Jesús nació

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antes de que el censo se hubiera llevado a cabo; a quien considere esto con profunda atención, le parecerá ver una especie de misterio en el hecho de que en la declaración de toda la tierra debiera ser censado Cristo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo; y después de esta declaración escribía a todos los hombres de la tierra en el libro de los vivos, de modo que cuantos hubieran creído en él, fueran luego registrados en el cielo con los Santos de Aquel a quien se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén».[28]

El nacimiento en Belén 10. Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos «en la plenitud de los tiempos», José

es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo.

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Así lo narra Lucas: «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento» (Lc 2, 67).

José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento» (Flp 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo José fue testigo de la adoración de

los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva (cf. Lc 2, 15-16); más tarde fue también testigo de la adoración de los

Magos, venidos de Oriente (cf. Mt 2, 11). La circuncisión

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11. Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito (cf. Lc 2, 21) ejercita su derecho-deber respecto a Jesús. El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.; 10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús el «cumplimiento». La Alianza de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13), alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1, 20).

La imposición del nombre 12. En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la salvación (cf. Act 4, 12); y a José le había sido revelado el significado en el instante de

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su «anunciación»: «Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.

La presentación de Jesús en el templo 13. Este rito, narrado por Lucas (2, 2 ss.), incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia de Jesús a los doce años de edad en el templo. El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo

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Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate. El Evangelista pone de manifiesto que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2, 33), y, de modo particular, de lo dicho

por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la «salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y gloria de su pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción» (cf. Lc 2, 30-34).

La huida a Egipto 14. Después de la presentación en el templo el evangelista Lucas hace notar: «Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a

Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de

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Dios estaba sobre él» (Lc 2, 39-40). Pero, según el texto de Mateo, antes de este regreso a Galilea, hay que situar un acontecimiento muy importante, para el que la Providencia divina recurre nuevamente a José. Leemos: «Después que ellos (los Magos) se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y

a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar el niño para matarle"» (Mt 2, 13). Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del «rey de los judíos» (Mt 2, 2). Y cuando partieron los Magos él «envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para abajo» (Mt 2, 16). De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido «rey de los judíos», de quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su

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corte. Entonces José, habiendo sido advertido en sueños, «tomó al niño y a su madre y se retiró a

Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: "De Egipto llamé a mi hijo"» (Mt 2, 14-15; cf. Os 11, 1). De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. Así como Israel había tomado la vía del éxodo «en condición de esclavitud» para iniciar la Antigua Alianza, José, depositario y cooperador del

misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que realiza la Nueva Alianza.

Jesús en el templo 15. Desde el momento de la anunciación, José, junto con María, se encontró en cierto sentido en la

intimidad del misterio escondido desde siglos en Dios, y que se encarnó: «Y la Palabra se hizo

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carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). El habitó entre los hombres, y el ámbito de su morada fue la Sagrada Familia de Nazaret, una de tantas familias de esta aldea de Galilea, una de tantas familias de Israel. Allí Jesús «crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2, 40). Los Evangelios compendian en pocas palabras el largo período de

la vida «oculta», durante el cual Jesús se preparaba a su misión mesiánica. Un solo episodio se sustrae a este «ocultamiento», que es descrito

en el Evangelio de Lucas: la Pascua de Jerusalén, cuando Jesús tenía doce años. Jesús participó en esta fiesta como joven peregrino junto con María y José. Y he aquí que «pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres» (Lc 2, 43). Pasado un día se dieron cuenta e iniciaron la búsqueda entre los parientes y conocidos: «Al cabo de tres días, lo

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encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles. Todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas» (Lc 2, 46-47). María le pregunta: «Hijo ¿por qué nos has hecho esto?

Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2, 48). La respuesta de Jesús fue tal que «ellos no comprendieron». El les había dicho: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que

yo debía ocuparme en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49-50). Esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido poco antes llamándole «tu padre». Y así es lo que se decía y pensaba: «Jesús... era, según se creía, hijo de José» (Lc 3, 23). No obstante, la respuesta de Jesús en el templo habría reafirmado en la conciencia del «presunto padre» lo que éste había oído una noche doce años antes: «José ... no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque

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lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios, y Jesús en el templo evocó exactamente este misterio: «Debo ocuparme en las cosas de mi Padre».

El mantenimiento y la educación de Jesús en Nazaret 16. El crecimiento de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de «criarle», esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre. En el sacrificio eucarístico la Iglesia venera ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, pero también la del bienaventurado José [29] porque «alimentó a aquel que los fieles comerían como pan de vida eterna».[30]

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Por su parte, Jesús «vivía sujeto a ellos» ( Lc 2, 51), correspondiendo con el respeto a las atenciones de sus «padres». De esta manera quiso santificar los deberes de la familia y del trabajo que desempeñaba al lado de José.

III. EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO 17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José —como ya se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él « hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1, 24). Y este primer «hizo» es el comienzo del

«camino de José». A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él.

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Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo» (Mt 1, 19). Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes

acerca del hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne «lo nuevo y lo viejo» (Mt 13, 52). 18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1, 27). Antes de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde siglos» ( Ef 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del

esposo y de la esposa. Según la costumbre del

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pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto período, el esposo introducía en su casa a la esposa. Antes de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo»; pero María conservaba en su

intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el «matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre

del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. María pronuncia su «fiat».

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El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios. Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras dichas a José: «No temas en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el «Hijo del Altísimo» asume un cuerpo humano y viene a ser «el Hijo del hombre».

Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen

de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que

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había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1, 27). 19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también

vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor. «José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones,

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¿no habrá que concluir que también su amor como

hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también —y de modo muy singular— el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario. «José ... tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo» ( Mt 1, 24-25). Estas palabras indican también otra proximidad

esponsal. La profundidad de esta proximidad, es decir, la intensidad espiritual de la unión y del contacto entre personas —entre el hombre y la mujer— proviene en definitiva del Espíritu Santo,

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que da la vida (cf. Jn 6, 63). José, obediente al

Espíritu, encontró justamente en El la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel «varón justo» podía esperarse según la medida del propio corazón humano. 20. En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor». [31] Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo. «La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo»,[32] que es comunión de amor entre Dios y los hombres.

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Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios. Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se

acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que,

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si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella».[33] 21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la

Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma

humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En

esta familia José es el padre: no es la suya una

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paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la

autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también

«asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José. En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: «Tu padre y yo ... te buscábamos». Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la

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Familia de Nazaret. José, que desde el principio

aceptó mediante la «obediencia de la fe» su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el

don inefable de su paternidad.

IV. EL TRABAJO EXPRESIÓN DEL AMOR 22. Expresión cotidiana de este amor en la vida de

la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es

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entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el

trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un

significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido

redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención. 23. En el crecimiento humano de Jesús «en

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sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre». [34] La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey».[35] 24. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva

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a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».[36] V. EL PRIMADO DE LA VIDA INTERIOR 25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre

de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José «hizo»; sin embargo permiten descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por

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qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental. 26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta».[37] Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de

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ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la

devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión. [38] 27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo al aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres: «En virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo fueron salvíficas para nosotros, produciendo en nosotros la gracia tanto por razón del mérito, como por una cierta eficacia». [39] Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p. e., Mc 1, 41) y el influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno

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(cf. Lc 1, 41-44). El testimonio apostólico no ha olvidado —como hemos visto— la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por el «misterio» de gracia contenido en tales «gestos», todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha intimidad. [40] Puesto que el amor «paterno» de José no podía dejar de influir en el amor «filial» de Jesús y, viceversa, el amor «filial» de Jesús no podía dejar de influir en el amor «paterno» de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los

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impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior. Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, cosa posible en quien posee la perfección de la caridad. Según la conocida distinción entre el amor de la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis),[41] podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la

verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad.

VI. PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO

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28. En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica».[42] El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias».[43] ¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús (...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia

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(...). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo».[44] 29. Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos «países y naciones, en los que — como he escrito en la Exhortación Apostólica PostSinodal Christifideles laici— la religión y la vida cristiana fueron florecientes y» que «están ahora sometidos a dura prueba».[45] Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial «poder desde lo alto»

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(cf. Lc 24, 49; Act 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos. 30. Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José; un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las funciones de cada fiel. Como se dice en la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, la actitud fundamental de toda la Iglesia debe ser de «religiosa escucha de la Palabra de Dios»,[46] esto es, de disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesús. Ya al inicio de la redención humana encontramos el modelo de obediencia —después del de María— precisamente en José, el cual se distingue por la

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fiel ejecución de los mandatos de Dios. Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio «como la Iglesia, en estos últimos tiempos suele hacer; ante todo, para sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción divina con la acción humana, en la gran economía de la redención, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15, 5), nunca está dispensada de una humilde, pero condicional y ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como resplandecen en san José».[47] 31. La Iglesia transforma estas exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le pide que le

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conceda colaborar fielmente en la obra de la salvación, que le dé un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado, y que «por el ejemplo y la intercesión de san José, servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad».[48] Hace ya cien años el Papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La Carta Encíclica Quamquam pluries se refería a aquel «amor paterno» que José «profesaba al niño Jesús»; a él, «próvido custodio de la Sagrada Familia» recomendaba la «heredad que Jesucristo conquistó con su sangre». Desde entonces, la

Iglesia —como he recordado al comienzo— implora la protección de san José en virtud de «aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María», y le encomienda todas sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la

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familia humana. Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con

las mismas palabras de León XIII: «Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas ...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad».[49] Aún hoy existen suficientes

motivos para encomendar a todos los hombres a san José. 32. Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de san José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José adquieren una renovada

actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en

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relación con el nuevo Milenio cristiano.

El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia «las grandes cosas de Dios», hacia la

«economía de la salvación» de la que José fue ministro particular. Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien Dios mismo «confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes»[50] aprendamos al mismo tiempo de él a

servir a la «economía de la salvación». Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado.

El varón justo, que llevaba consigo todo el patrimonio de la Antigua Alianza, ha sido también

introducido en el «comienzo» de la nueva y eterna

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Alianza en Jesucristo. Que él nos indique el camino de esta Alianza salvífica, ya a las puertas del próximo Milenio, durante el cual debe perdurar y desarrollarse ulteriormente la «plenitud de los tiempos», que es propia del misterio inefable de la encarnación del Verbo. Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año 1989, undécimo de mi Pontificado.

JOANNES PAULUS PP. II

Notas [1] Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, IV, 23, 1: S.

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Ch 100/2, 692-294. [2] León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): Leonis XIII P. M. Acta, IX (1890), pp. 175-182. [3] Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum

Deus (8 de diciembre de 1870): Pii IX P. M. Acta, pars I, V, p. 282; Pío IX, Carta Apostól. Inclytum

Patriarcham (7 de julio de 1871): l. c., pp. 331-335. [4] Cf. S. Juan Crisóstomo, In Math. 5, 3: PG 57, 57 s.; Doctores de la Iglesia y Sumos Pontífices, en base también a la identidad del nombre, han visto en José de Egipto la figura de José de Nazaret, por haber simbolizado, en cierto modo, la labor y la grandeza de custodio de los más preciosos tesoros de Dios Padre, del Verbo Encarnado y de su Santísima Madre; cf., por ejemplo, S. Bernardo, Super «Missus est», Hom. II, 16: S. Bernardi Opera, Ed. Cist., IV, 33 s.; León

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XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 179. [5] Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 58. [6] Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 63. [7] Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 5 [8] Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 2. [9] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen

gentium sobre la Iglesia, 63. [10] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 2. [11] S. Congr. de los Ritos, Decr. Novis hisce

temporibus (13 de noviembre de 1962): AAS 54

100

(1962), p. 873. [12] S. Agustín, Sermo 51, 10, 16: PL 38, 342. [13] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I. 11, 12: PL 44, 421; cf. De consensu evangelistarum, II, 1, 2: PL, 34, 1071; Contra Faustum, III, 2: PL, 42, 214. [14] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I, 11, 43: PL, 44, 421; cf. Contra Iulianum, V, 12, 46: PL, 44, 810. [15] S. Agustín, Contra Faustum, XXIII, 8; PL 42, 470 ss.; De consensu evangelistarum, II, I, 3: PL 34, 1072; Sermo 51, 13, 21: PL, 38, 344 s.; S. Tomás, Summa Theol., III, q. 29, a. 2 in conclus. [16] Cf. Alocuciones del 9 de enero; 16 de enero; 20 de febrero de 1980: Insegnamenti, III/I (1980), pp. 88-92; 148-152; 428-431. [17] Pablo VI, Alocución al Movimiento «Equipes

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Notre-Dame (4 de mayo de 1970), n. 7: AAS 62 (1970), p. 431. Análoga exaltación de la Familia de Nazaret como modelo absoluto de la comunidad familiar se halla, por ejemplo, en León XIII, Carta Apost. Neminem fugit (14 de junio de 1892): Leonis

XIII P.M. Acta, XII (1892), pp. 149 s.; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): AAS 12 (1920), pp. 313-317. [18] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 17; AAS 74 (1982),p. 100. [19] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 49: AAS 74 (1982), P. 140; Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen

gentium sobre la Iglesia. 11; Decreto Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los Seglares, 11. [20] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 85: AAS 74 (1982), pp. 189 s.

102

[21] S. Juan Crisóstomo, In Matth. Hom. V, 3: PG 57, 57-58. [22] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1966):

Insegnamenti, IV (1966), p. 110. [23] Cf. Missale Romanum, Collecta: in «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.». [24] Cf. Ibid., Praefatio in «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.». [25] Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 178. [26] Pío XII, Radiomensaje a los alumnos de las escuelas católicas de los Estados Unidos de América (19 de febrero de 1958): AAS 50 (1958), P. 174. [27] Orígenes, Hom. XIII in Lucam, 7: S. Ch. 87, pp. 214 s. [28] Orígenes, Hom. X in Lucam, 6: S. Ch. 87, pp.

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196 s. [29] Cf. Missale Romanum, Prex Eucharistica I. [30] 30 Sacr. Rituum Congr.., Decr.

Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): l.c., p. 282. [31] Colletio Missarum de Beata Maria Virgine, I, «Sancta Maria de Nazaret», Praefatio. [32] Exhort. Apost. Familiaris consortio, (22 de noviembre de 1981), 16: AAS 74 (1982), p. 98. [33] León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., pp. 177 s. [34] Carta Encícl. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 9: AAS 73 (1981), pp. 599 s. [35] Cf. Carta Encícl. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 24: AAS 73, 1980, p. 638. Los Sumos Pontífices en tiempos recientes han presentado constantemente a san José como

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«modelo» de los obreros y de los trabajadores; cf., por ejemplo, León XIII, Carta Encícl. Quamquam

pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 180; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): l.c., pp. 314-316; Pío XII Alocución (11 de marzo de 1945), 4: AAS 37 (1945), p. 72;

Alocución (1º de mayo de 1955): AAS 47 (1955), 406; Juan XXIII, Radiomensaje ( 1º de mayo de 1960): AAS 52 ( 1960), p. 398. [36] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969):

Insegnamenti, VII (1969), p. 1268. [37] Ibid.: l.c., p. 1267. [38] Cf. S. Tomás, Summa Theol., II-IIae. q. 82. a. 3, ad 2. [39] Ibid., III, q. 8, a. 1, ad 1. [40] Pío XII, Carta Encícl. Haurietis aquas (15 de mayo de 1956), III: AAS 48 (1956), p. 329 s.

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[41] Cf. S. Tomás, Summa Theol., II-IIae, q. 182, a. 1. ad 3. [42] Cf. Sacr. Rituum Congr.., Decr.

Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): l.c., p. 283. [43] Ibid., l.c., pp.282 s. [44] León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., pp. 177-179. [45] Exhort. Apost. Post-Sinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34: AAS 81 (1989), p. 456. [46] Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 1. [47] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969):

Insegnamenti, VII (1969), p. 1269. [48] Cf, Missale Romanum, Collecta; Super oblata en «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.»; Post.

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comm. en «Missa votiva S. Ioseph». [49] Cf. León XIII, «Oratio ad Sanctum Iosephum», que aparece inmediatamente después del texto de la Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): Leonis , XIII P. M. Acta, IX (1890), p. 183. [50] Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum

Deus (8 de diciembre de 1870): PII IX, P.M. Acta, pars I, V p. 282.

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2) Visto por: SAN FRANCISCO DE SALES (1567-1622) ORACIÓN DE SAN FRANCISCO DE SALES Glorioso San José, esposo de María, concedednos vuestra protección paternal, os lo suplicamos por el Corazón de Jesucristo. Oh vos cuyo poder se extiende a todas nuestras necesidades y que sabes hacernos posibles las cosas más imposibles, abrid vuestros ojos de padre sobre los intereses de vuestros hijos. En las dificultades y la pena que nos apremian, recurrimos a vos con confianza. Dignaos tomar bajo

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vuestra conducción caritativa este asunto tan importante y difícil, causa de nuestras inquietudes. Has que su feliz solución sea para la gloria de Dios y para el bien de sus fieles servidores. Amen. ACORDAOS ¡Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José!, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, ya que ejercisteis con Jesús el cargo de Padre, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. No desechéis mis súplicas, antes bien acogedlas propicio y dignaos acceder a ellas piadosamente. Amén

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3) VISTO POR LOS PAPAS

«LE VOCIS...» SOBRE SAN JOSE EN LOS DOCUMENTOS DE LOS PONTÍFICES Exhortación Apostólica del Papa Juan XXIII promulgada el 19 de Marzo de 1961 Venerables Hermanos y queridos hijos: 1. Las voces que de todos los puntos de la tierra Nos llegan, como expresión de alegre esperanza y deseos por el feliz éxito del Concilio Ecuménico Vaticano II, impulsan cada vez más Nuestro ánimo a sacar provecho de la buena disposición de tantos corazones sencillos y sinceros, que con amable espontaneidad se vuelven a implorar el auxilio divino para acrecentamiento del fervor religioso, para clara orientación práctica en todo lo que la celebración conciliar supone y nos promete incremento de la vida interior y social de la Iglesia y de renovación espiritual de todo el

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mundo. Y ved cómo nos encontramos ahora, al aparecer la nueva primavera de este año y ante la proximidad de la Sagrada Liturgia Pascual, con la humilde y amable figura de San José, el augusto esposo de María, tan querido a la intimidad de las almas más sensibles a los atractivos de la ascética cristiana y de sus manifestaciones de piedad religiosa, contenidas y modestas, pero tanto más agradables y dulces. En el culto de la Santa Iglesia, Jesús, Verbo de Dios hecho hombre, pronto tuvo su adoración incomunicable como esplendor de la substancia de su Padre, que se irradia en la gloria de los Santos. María, su madre, le siguió muy de cerca ya desde los primeros siglos, en las representaciones de las catacumbas y de las basílicas, piadosamente venerada como sancta María mater Dei. En cambio, San José, fuera de algún brillo de su figura que aparece alguna vez en los escritos de los Padres, permaneció siglos y siglos en su característico ocultamiento, casi como una figura decorativa en el cuadro de la vida del Salvador. Y hubo de pasar algún tiempo antes de que su culto penetrase de los ojos, al corazón de los fieles y de él sacasen especiales lecciones de oración y confiada devoción. Estas fueron las alegrías

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fervorosas, reservadas a las efusiones de la edad moderna -¡cuán abundantes e impresionantes!-, y entre ellas nos ha complacido especialmente fijarnos en un aspecto muy característico y significativo. SAN JOSÉ EN LOS DOCUMENTOS DE LOS PONTÍFICES DEL SIGLO PASADO 2. Entre los diferentes postulata que los Padres del Concilio Vaticano I, al reunirse en Roma (1869-1870), presentaron a Pío IX, los dos primeros se referían a San José. Ante todo, se pedía que su culto ocupase un lugar más preeminente en la Sagrada Liturgia; llevaba la firma de ciento cincuenta y tres Obispos. El otro, suscrito por cuarenta y tres Superiores generales de Ordenes religiosas, suplicaba la proclamación solemne de San José como Patrono de la Iglesia universal1. PÍO IX 3. Pío IX acogió con alegría ambos deseos. Desde el comienzo de su pontificado (10 de diciembre de 1847) fijó la fiesta y rito del patrocinio de San José en la dominica III después de Pascua. Ya desde 1854, en una vibrante y devota alocución, señaló a San José como la más segura esperanza de la Iglesia, después de la Santísima Virgen; y el 8 de diciembre de 1870, en el Concilio Vaticano I,

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interrumpido por los acontecimientos políticos, aprovechó la feliz coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar más solemne y oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase 2. Fue aquel -el del 8 de diciembre de 1870- un breve pero gracioso y admirable Decreto "Urbi et Orbi" verdaderamente digno del "Ad perpetuam rei memoriam", el que abrió un manantial de riquísimas y preciosas inspiraciones a los Sucesores de Pío IX. LEÓN XIII 4. Y he aquí, por cierto, al inmortal León XIII, que en la fiesta de la Asunción en 1889 publica la carta Quanquam pluries3, el documento más amplio y denso que un Papa haya publicado nunca en honor del padre putativo de Jesús, ensalzado en su luz característica de modelo de los padres de familia y de los trabajadores. Allí comenzó la hermosa oración: A vos, bienaventurado San José, que impregnó de tanta dulzura nuestra niñez. SAN PÍO X 5. El Sumo pontífice Pío X añadió a las manifestaciones del Papa León XIII otras muchas de devoción y amor a San José, aceptando

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gustosamente la dedicatoria, que se le hizo, de un tratado que expone su culto4; multiplicando el tesoro de las Indulgencias en el rezo de las Letanías, tan queridas y dulces de recitar. ¡Qué bien suenan las palabras de esta concesión! Sanctissimus Dominus Noster Pius X inclytum patriarcham S. Joseph, divini Redemptoris patrem putativum, Deiparae Virginis sponsum purissimum et catholicae Ecclesiae potentem apud Deum Patronum -y observad la delicadeza de sentimiento personal- cuius glorioso nomine e nativitate decoratur, peculiari atque constante religione ac pietate complectitur5; y las otras, con que anunció el motivo de nuevas gracias concedidas: ad augendum cultum erga S. Joseph, Ecclesiae universalis Patronum 6. BENEDICTO XV 6. Al estallar la primera gran guerra europea, mientras los ojos de Pío X se cerraban a la vida de este mundo, he aquí que surge providencialmente el Papa Benedicto XV y pasa como astro benéfico de consuelo universal por los años dolorosos de 1914 a 1918. También él se apresuró pronto a promover el culto del Santo Patriarca. En efecto, a él se debe la introducción de dos nuevos prefacios en el Canon de la Misa: el de

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San José y el de la Misa de Difuntos, uniendo ambos felizmente en dos decretos del mismo día, 9 de abril de 1919 7, como invitando a una unión y fusión de dolor y consuelo entre las dos familias: la celestial de Nazaret y la inmensa familia humana afligida por universal consternación a causa de las innumerables víctimas de la guera devastadora. ¡Qué triste, pero al mismo tiempo qué dulce y feliz unión: San José por una parte y el signifer sanctus Michael por otra, ambos en trance de presentar las almas de los difuntos al Señor in lucem sanctam! Al año siguiente, 25 de julio de 1920, el Papa Benedicto XV volvía sobre el tema en el cincuentenario, que se preparaba entonces, de la proclamación -llevada a cabo por Pío IX- de San José como Patrono de la Iglesia universal y aún volvió sobre ello iluminando con doctrina teológica por el "Motu proprio" Bonum sane 8, que respiraba, todo él, amor y confianza singular. ¡Oh, cómo resplandece la humilde y benigna figura del Santo, que el pueblo cristiano invoca como protector de la Iglesia militante, en el momento mismo de brotar sus mejores energías espirituales e incluso de reconstrucción material después de tantas calamidades y como consuelo de tantos millones de víctimas humanas abocadas a la agonía y para las cuales el Papa Benedicto

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XV quiso recomendar, a los Obispos y a las numerosas asociaciones piadosas esparcidas por el mundo, implorasen la intercesión de San José, patrono de los moribundos! PÍO XI Y PÍO XII 7. Siguiendo las mismas huellas, que recomiendan la fervorosa devoción al Santo Patriarca, los dos últimos Pontífices, Pío XI y Pío XII -ambos de cara y venerable memoria- continuaron con viva y edificante fidelidad evocando, exhortando y elevando. Cuatro veces por lo menos Pío XI en solemnes alocuciones, al exponer la vida de nuevos Santos y con frecuencia en las fiestas anuales del 19 de marzo -por ejemplo en 19289 y luego en 1935 y aun en 1937- aprovechó la oportunidad para ensalzar las variadas luces que adornan la fisonomía espiritual del Custodio de Jesús, del castísimo esposo de María, del piadoso y modesto obrero de Nazaret y patrono de la Iglesia universal, poderoso amparo en la defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial empeñado en la ruina de las naciones cristianas. 8. También Pío XII, siguiendo a su antecesor, observó la misma línea e igual forma en numerosas alocuciones, siempre tan hermosas, vibrantes y acertadas; por ejemplo, cuando el 10 de abril de 194010 invitaba a los recién casados a

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ponerse bajo el manto seguro y suave del Esposo de María; y en 194511 invitaba a los afiliados a las Asociaciones Cristianas de trabajadores a honrarle como a sublime dechado e invicto defensor de sus filas; y diez años después, en 195512, anunciaba la institución de la fiesta anual de San José artesano. De hecho, esta fiesta, de tan reciente institución, fijada para el primero de mayo, viene a suprimir la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta tradicional del 19 de marzo señalará desde hoy en adelante la fecha más solemne y definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal. El mismo Padre Santo, Pío XII, tuvo muy a bien adornar como con una preciosísima corona el pecho de San José con una fervorosa oración propuesta a la devoción de los sacerdotes y fieles de todo el mundo, enriqueciendo su rezo con copiosas indulgencias. Una oración de carácter eminentemente profesional y social, como conviene a cuantos están sujetos a la ley del trabajo, que para todos es "ley de honor, de vida pacífica y santa, preludio de la felicidad inmortal". Entre otras cosas, se dice en ella: "Sednos propicio, ¡oh San José!, en los momentos de prosperidad, cuando todo nos invita a gustar honradamente los frutos de nuestro trabajo, pero sednos propicio, sobre todo, y sostenednos en las horas de la tristeza, cuando parece como si el cielo

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se cerrase sobre nosotros y hasta los instrumentos del trabajo parecen caerse de nuestras manos"13. 19 DE MARZO: FECHA DEFINITIVA PARA LA FIESTA DEL PATROCINIO 9. Venerables Hermanos y queridos hijos: Estos recuerdos de historia y piedad religiosa Nos pareció oportuno proponerlos a la devota consideración de vuestras almas formadas en la delicadeza del sentir y vivir cristiano y católico, precisamente en esta coyuntura del 19 de marzo, en que la festividad de San José coincide con el comienzo del tiempo de Pasión y nos prepara a una intensa familiaridad con los misterios más conmovedores y saludables de la Sagrada Liturgia. Las prescripciones, que mandan velar las imágenes de Jesús Crucificado, de María y de los Santos durante las dos semanas que preparan la Pascua, son una invitación a un recogimiento íntimo y sagrado en las comunicaciones con el Señor por la oración, que debe ser meditación y súplica frecuente y viva. El Señor, la Santísima Virgen y los Santos esperan nuestras confidencias; y es muy natural que éstas se inclinen hacia lo que mejor conviene a las solicitudes de la Iglesia católica universal. EXPECTACIÓN DEL CONCILIO

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ECUMÉNICO 10. En el centro y en el lugar preeminente de estas solicitudes está, sin duda, el Concilio Ecuménico Vaticano, cuya expectación está ya en los corazones de cuantos creen en Jesús Redentor, pertenecen a la Iglesia Católica nuestra Madre o a alguna de las diferentes confesiones separadas de ella, aunque deseosas -por parte de muchos- de volver a la unidad y a la paz, según la enseñanza y oración de Cristo al Padre celestial. Es muy natural que esta evocación de las palabras de los Papas del siglo pasado esté encaminada a promover la cooperación del mundo católico en el feliz éxito del gran propósito de orden, de elevación espiritual y de paz a que está llamado un Concilio Ecuménico. EL CONCILIO, AL SERVICIO DE TODAS LAS ALMAS 11. Todo es grande y digno de ser destacado en la Iglesia, tal y como la instituyó Jesús. En la celebración de un Concilio se reúnen en torno a los Padres las más distinguidas personalidades del mundo eclesiástico, que atesoran excelsos dones de doctrina teológica y jurídica, de capacidad de organización y de elevado espíritu apostólico. Esto es el Concilio: el Papa en la cumbre; en torno suyo y con él, los Cardenales, Obispos de todo rito y país, doctores y maetros

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competentísimos en los diferentes grados y en sus especialidades. Pero el Concilio está destinado a todo el pueblo cristiano, que está interesado en él en virtud de aquella circulación más perfecta de gracia, de vitalidad cristiana, que haga más fácil y libre la adquisición de los bienes verdaderamente preciosos de la vida presente, y asegure las riquezas de los siglos eternos. Todos, pues, están interesados en el Concilio: eclesiásticos, y seglares, grandes y pequeños de todas las partes del mundo, de todas las clases, razas y colores; y si se piensa en un protector celestial para impetrar de lo alto, en su preparación y desarrollo, esa virtus divina, que parece destinado a marcar una época en la historia de la Iglesia contemporánea, a ninguno de los celestiales patronos puede confiársele mejor que a San José, cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia. 12. Escuchando de nuevo, como un eco, las palabras de los Papas de este último siglo de nuestra historia, como nos ocurre a Nos, ¡cómo Nos conmueven todavía los acentos característicos de Pío XI, incluso por aquella manera suya reflexiva y tranquila de expresarse! Tales palabras nos vienen al oído, precisamente

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de un discurso pronunciado el 19 de marzo de 1928 con una alusión que no supo, no quiso silenciar en honor de San José querido y bendito, como le gustaba en invocarle. "Es sugestivo -decía- contemplar de cerca y ver cómo resplandecen una junto a otra dos magníficas figuras que aparecen unidas en los comienzos de la Iglesia: en primer lugar, San Juan Bautista, que se presenta desde el desierto unas veces con voz de trueno, otras con humilde afabilidad y otras como león rugiente o como amigo que se goza con la gloria del esposo y ofrece a la faz del mundo la grandeza de su martirio. Luego, la robustísima figura de Pedro, que oye del Maestro Divino las magníficas palabras: Id y enseñad a todo el mundo, y a él personalmente: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Misión grande, divinamente fastuosa y clamorosa". Así habló Pío XI y luego proseguía muy acertadamente: "Entre estos grandes personajes, entre estas dos misiones, ved aparecer la persona y la misión de San José, que pasa, en cambio, recogida, callada, como inadvertida e ignorada en la humildad, en el silencio; silencio, que sólo debía romperse más tarde, silencio al que debía suceder el grito, verdaderamente fuerte, la voz y la gloria por los siglos"14.

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¡Oh San José, invocado y venerado como protector del Concilio Ecuménico Vaticano II! Venerables Hermanos e hijos de Roma, Hermanos e hijos queridos de todo el mundo: Aquí es donde deseábamos llevaros, al enviaros esta Carta apostólica precisamente el 19 de marzo, cuando con la celebración de San José, Patrono de la Iglesia universal, vuestras almas podían sentirse movidas a mayor fervor por una participación más intensa de oración, ardiente y perseverante por las solicitudes de la Iglesia maestra y madre, docente y directora de este extraordinario acontecimiento del Concilio Ecuménico XXI y Vaticano II, del que se ocupa la prensa pública mundial con vivo interés y respetuosa atención. Sabéis muy bien que se trabaja activamente en la primera fase de la organización del Concilio con tranquilidad operante y consoladora. Por centenares se suceden en la Urbe prelados y eclesiásticos distinguidísimos, procedentes de todos los países del mundo, distribuidos en diversas secciones muy ordenadas, cada una entregada a su noble trabajo siguiendo las valiosas indicaciones contenidas en una serie de imponentes volúmenes que encierran el pensamiento, la experiencia, las sugerencias recogidas por la inteligencia, la prudencia, el

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vibrante fervor apostólico de lo que constituye la verdadera riqueza de la Iglesia católica en lo pasado, en lo presente y en lo futuro. El Concilio Ecuménico sólo exige para su realización y éxito, luz de verdad y de gracia, disciplinado estudio y silencio, serena paz de las mentes y corazones. Esto, en lo que toca a nuestra parte humana. De lo alto viene el auxilio divino que el pueblo cristiano debe pedir cooperando intensamente con la oración, con un esfuerzo de vida ejemplar que preludie y sea prueba de la disposición bien decidida, por parte de cada uno, de aplicar, después, las enseñanzas y directrices que serán proclamadas cuando felizmente termine el gran acontecimiento que ahora lleva ya un camino prometedor y feliz. Venerables Hermanos y queridos hijos: El pensamiento luminoso del Papa Pío XI, del 19 de marzo de 1928, nos acompaña todavía. Aquí, en Roma la sacrosanta Catedral de Letrán resplandece siempre con la gloria del Bautista; pero en el templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la Cristiandad, también hay un altar para San José, y Nos proponemos con fecha de hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo esplendor, más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para cada alma, y para innumerables muchedumbres. Bajo

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estas celestes bóvedas del templo Vaticano, es donde se reunirán en torno a la Cabeza de la Iglesia las filas que componen el Colegio Apostólico provenientes de todos los puntos del orbe, incluso los más remotos, para el Concilio Ecuménico. ¡Oh, San José! Aquí, aquí está tu puesto de Protector universalis Ecclesiae. Hemos querido ofrecerte a través de las palabras y documentos de Nuestros inmediatos Predecesores del último siglo, desde Pío IX a Pío XII, una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las Naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de buen trabajo y de oración, para servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y dulce amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea! Dado en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo de 1961, tercer año de Nuestro Pontificado. [1] Acta et Decreta Sacrorum Conciliorum recentiorum.- Collectio Lacensis 7, 856-857.

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[2] Decr. Quemadmodum Deus 8 dec. 1870 Acta Pii IX P. M. 5 (Roma, 1873) 282. [3] Acta Leonis XIII P. M. (Roma, 1880), 178-180. [4] Epístola ad R. P. A. Lépicier O. S. M., 12 febr. 1908: Acta Pii X P. M. (Roma, 1914), 168-169. [5] A. A. S. 1 (1909), 220. [6] Decr. S. Congr. Rit. 24 iul. 1911 A. A. S. 3 (1911), 351. [7] A. A. S. 11 (1919), 190-191. [8] 25 iul. 1920 A. A. S. 12 (1920), 213. [9] Discorsi de Pio XI. S. E. I. 1 (1922-1928) 779780. [10] Disc. e Rad, 2, 65-69. [11] Ibid. 7, 5-10. [12] Ibid. 17, 71-76. [13] Ibid. 20, 535. [14] Discorsi di Pio XI, 1, 780.

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4) VISTO POR: SAN PEDRO-JULIÁN EYMARD (1811-1868)

Virtudes de la adoración de san José San José, después de la Santísima Virgen, ha sido el primero y el más perfecto adorador de Nuestro Señor. Lo adoraba con una virtud de fe más grande que la de todos los santos. Lo adoraba con una humildad más profunda que la de todos los elegidos. Lo adoraba con un pureza más pura que la de los ángeles; Lo adoraba con un amor que ninguna criatura, angélica o humana no hubo ni pudo haber oara Jesús. Lo adoraba con una devoción tan grande como su amor. San José adoraba al Verbo encarnado en unión con su divina Madre, en unión de pensamientos,

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actos de adoración, amor, alabanzas de Jesús por su Padre y de caridad con los hombres por quienes se había encarnado. La adoración de san José seguía el misterio presente y actual, la gracia, el espíritu, la virtud de este misterio. En la Encarnación, él adoraba la humillación del Hijo de Dios; en Belén, su pobreza; en Nazaret, su silencio, su debilidad, su obediencia, sus virtudes, de las que tenía un conocimiento muy grande, el sacricio en el amor y en la gloria del Padre celeste. San José adoraba, interiormente al menos, todo lo que Jesús decía y pensaba.

El Espíritu Santo se lo manifestaba, para que pudiera unirse a él, y glorificar al Padre celeste en unión con su divino Hijo nuestro Salvador. De suerte que la vida de san José fue una vida de adoración perfecta. Me uniré por tanto a este santo adorador para que aprenda a adorar a Nuestro Señor y hacerme entrar en sociedad con él, para que sea el José de la Eucaristía como lo fue José de Nazaret.

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5) VISTO POR: ERNEST HELLO (1828-1885) Las líneas que siguen son extractos de la Fisionomía de los Santos, en el capítulo consagrado a san José. San José, la sombra del Padre, aquel sobre el que caía la sombra del Padre; san José es el hombre del silencio, aquel que habla poco.

El Evangelio sólo dice de él algunas palabras: « Era un hombre justo. » El Evangelio tan sobrio en palabras, lo es más todavía con José. Se diría que este hombre está envuelto de silencio e inspira silencio. El silencio de san José envuelve todo su derredor. El silencio es su alabanza, su genio su atmósfera. Allí en donde él está, hay silencio. Cuando el águila planea, dicen algunos viajeros, el peregrino sediento advina una fuente en el

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lugar en el que cae su sombra en el desierto. El peregrino saca agua de donde brota. El águila había hablado su lenguaje, había planeado. Pero la cosa bella había sido útil; y el que tenía sed, al comprender el lenguaje del águila, cavó en la arena y encontró agua. Sea lo que sea de esta maravillosa leyeda y de su verdad natural, es fecunda en símbolos soberbios. Cuando la sombra de san José cae en alguna parte, el silencio no está lejano. Hay que cavar la arena, que en su significado simbólico representa a la naturaleza humana; hay que cavar la arena, y verás salir el agua. El agua será el silencio profundo en el que codas las palabras se contienen, este silencio vivificador, resfrescante, apacible, el silencio sustancial; EN DONDE CAYÓ LA SOMBRA DE SAN José, la sustancia del silencio brotó, profunda y pura, de la naturaleza humana.

Ni una palabra de él en la Biblia. Mardoqueo, que hizo florecer a Esther a su sombra, es uno de sus precursores. Abrahán, padre de Isaac, representó también al padre putativo de Jesús. José, hijo de Jacob, fue la imagen más expresiva. El primer José guardó en Egipto el pan natural. El segundo el sobrenatural. Los dos fueron

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hombre del misterio; y el sueño les dice sus secretos. Los dos fueron instruidos en sueños, adivinaron cosas ocultas. Veían a través de las tinieblas. Viajeros nocturnos, descubrían las rutas mediante los misterios de la sombra. El primer José vio el sol y la luna prosternarse ante él. El segundo José dirigió a María y a Jesús; María y Jesús obedecían. Cuando tallaba trozos de madera, cuando veía trabajar al Niño bajo sus órdenes, sus sentimientos se entregaban al silencio; y desde el fondo en que vivía su trabajo, tenía la fuerza de no decir a los hombres: El Hijo de Dios está aquí. Los siglos se encargan de llevar a la luz las cosas del secreto. San José ha sido largo tiempo ignorado. Pero he aquí algo extraño: cada siglo tiene dos caras, la cara cristiana y la cara anticristiana; la cara cristiana se opone en general a la cara anticristiana por un contraste directo y chocante. El siglo XVIII, el siglo de la risa, la frivolidad, ligereza y lujo, tuvo a BenitoJosé Labre... El siglo XIX fue el siglo de la Palabra, buena o mala. Nada es tan ruidoso como el hombre moderno: le gusta el ruido, quiere dar vueltas en torno a los demás y que los demás lo

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hagan en torno suyo. El ruido es su pasión, su vida, su atmósfera; la publicidad se reemplaza por otras miles de pasiones que mueren ahogadas bajo esta poasión dominante. El siglo XIX habla, llora, grita se vanagloria desesperado. Muestra todo. El que detesta la confesión secreta, brilla en confesiones públicas. Vocifera, exagera, ruge. Pues bien, en este siglo San José acaba de ser elegido oficialmente patrono de la Iglesia durante el ruido y la tormenta. Es más conocido, más orado, más honrado que antes. En medio de la tormenta, la revelación de su silencio se produce insensiblemente.

(Ernest Hello, Fisionomía de los Santos, París, Victor Palmé, 1875, capítulo X, pp.139 y siguientes. : «San José. »)

6) VISTO POR FRANCIS JAMMES (1868-1938)

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Es el autor del Libro de san José. Es una obra de pura imaginación. Le pedía a san José que le ayudara para hablar bien de él.

La llamada

Necesito, san José de tu consejo. Sé que entre tú y yo hay siglos de distancia y de silencio. Es necesario que vaya a la conquista de tu pobreza como a la conquista de un lirio en las dificultades de de una cruzada. Ten piedad de mi, patriarca. Tan lejos y tan cerca sé que me quieres y velas por mí. Sé que en mis momentos de amargura estás ahí. Te veo hasta en las imágenes de las iglesias pequeñas de los pueblos. Mi corazón se llena de ti y quiero que recibas mi homenaje. Tu humildad me emociona como el viento la profundidad del agua. Pero háblame de otra forma distinta del silencio. Es preciso que vivas en mi corazón, bajo mi plua, si no me desespero.

Hijos e hijas de príncipes han descendido hasta las catacumbas, en ellas se han alimentado de

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pan duro por el amor de vuestro divino Hijo que tomó parte en la frugalidad de Nazaret.

Pero tú, patrono muy amado, has depositado en el corazón de los obreros de buena voluntad esta semilla escondida que se llama amor y que no se vende ni se compra. Esta semilla la haces fructificar en mí y por eso te digo gracias. Concédeme la sombra para que mi amor no muera.

7) VISTO POR

SANTA TERESA DEL NIÑO JESUS (18731897) San José

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Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, y de los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; pero a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, pues como tenía nombre de padre, siendo custodio, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide". "Tomé por abogado y señor al glorioso san José y me encomendé mucho a él. Vi claro que, tanto de esta necesidad como de otras mayores, de perder la fama y el alma, este padre y señor mío me libró mejor de lo que yo lo sabía pedir. No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido." "Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos

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de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido a nadie que le tenga verdadera devoción y le haga particulares servicios, que no lo vea más aprovechado en la virtud; pues ayuda mucho a las almas que a él se encomiendan." "Quien no hallare maestro que le enseñe a orar, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará el camino. No quiera el Señor que haya yo errado atreviéndome a hablar de él; porque aunque publico que soy devota suya, en servirle y en imitarle siempre he fallado. Pues él hizo, como quien es, que yo pudiera levantarme y no estar tullida; y yo, como quien soy, usando mal de esta merced." "Mas ¡ay, hijas!, encomiéndenme a Dios y sean devotas de san José, que puede mucho" "Aunque tenga muchos santos por abogados, tengan particularmente a san José, que alcanza mucho de Dios". Santa Teresa de Jesús

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8) VISTO EN HIMNOS DE SAN JOSÉ Dinos lo que piensas, dinos tú, José, dinos en qué piensas en ese taller. Ya no cantan ángeles como allá, en Belén, sólo tu martillo canta en Nazaret. Dios es solo un niño que quiere aprender, que juega a tu lado y tú juegas con El. Dios nos ha hecho un cielo

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de tu taller y te llama “padre” ¡padre José!. Canta mi martillo en una oración, rezo con mis manos, con mi corazón. Fíjate en María, la madre de Dios, siempre sonriendo, es una canción. Junto a mí los seres que más quiere Dios, sólo para amarlos se que vivo yo. Yo les doy mi vida, mi protección, en un carpintero Dios confió.

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En tus manos, padre, Dios quiso poner los seres queridos que has de proteger. Fuertes son tus brazos, grande es tu fe, si Dios te ha elegido, qué bueno has de ser. Hoy tus hijos, padre, quieren aprender la lección sublime del pobre taller. Somos tu familia, tu Nazaret, cuida de tus hijos, padre José.

SALVE, JOSÉ GLORIOSO Salve, José glorioso

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Padre del mismo Dios, desde tu excelso Trono, benigno míranos. Escúchanos piadoso, danos tu bendición; danos reinar dichosos en la inmortal Sión. Mi espíritu arrebata tu plácida ventura, y el alma en Ti pensando se llena de dulzura. En ti, José, tenemos al protector que vela por nuestro bien, y en horas de llanto nos consuela.

9) VISTO POR:

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Carta Pastoral de los Obispos de Cádiz y Ceuta y Asidonia Jerez con motivo del 1 de Mayo, Festividad de San José Obrero y día de los trabajadores LA PRIORIDAD EN EL TRABAJO ES LA PERSONA Y NO EL BENEFICIO 1 de Mayo de 2007 Obrero

Festividad de San José

y día de los trabajadores.

CONTENIDO. Introducción Una grave crisis industrial amenaza a la Bahía de Cádiz  La rentabilidad económica no puede estar por encima de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales El trabajo es uno de los fundamentos de la vida familiar Una Iglesia comprometida con su pueblo Mirad, el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a

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los oídos del Señor de los ejércitos (St 5,4). Queridos diocesanos: 1.- Los Obispos de las Diócesis de Cádiz y Ceuta y de Asidonia-Jerez, deseamos compartir con vosotros nuestra reflexión, con ocasión de esta celebración del 1º de Mayo, día de todos los trabajadores y también fiesta de San José Obrero. 2.- En primer lugar, deseamos transmitiros nuestros sentimientos de fraternidad y solidaridad a todos los que formáis parte del mundo del trabajo en nuestras queridas Diócesis, a todos los trabajadores y a sus familias, los hombres y las mujeres, los adultos y los jóvenes, los trabajadores inmigrantes que habéis llegado a nuestra tierra y, de manera especial, a las familias trabajadoras que os encontráis sufriendo por estar en situación de paro y buscáis un nuevo empleo o estáis en la perplejidad, el desconcierto y la incertidumbre por las nuevas amenazas de crisis industrial.

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3.- Al escribiros esta Carta, en este tiempo pascual en que toda la Iglesia celebra la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, nos mueve el propósito de proclamar la Buena Noticia del Evangelio y su mensaje de paz y de esperanza para todos los hombres. Una grave crisis industrial amenaza a la Bahía de Cádiz 4.-Nuestra provincia, que tiene una alta tasa de paro del 21,59%, viene sufriendo sistemáticamente destrucción de puestos de trabajo. En la crisis de la industria la Bahía de Cádiz ha sufrido la pérdida de más de 20.000 puestos de trabajo en estos últimos años; a esto se añade los problemas de los trabajadores del campo y los amarres de los barcos de pesca. Y, concretamente, en estos días estamos viviendo el anuncio de cierre de la empresa DELPHI que por su magnitud amenaza a 4.000 familias de 1.600 trabajadores directos y 2.400 eventuales e indirectos (limpieza, informática, transporte, sanidad y otras empresa auxiliares...). Ante esta situación las Iglesias de Cádiz y Ceuta y la de Asidonia-Jerez no pueden

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permanecer indiferentes. Debemos dar respuesta desde la fe y con criterios evangélicos para hacer realidad el compromiso en la transformación de las realidades terrenas según el proyecto de Dios. 5.- A la grave situación de paro que sigue existiendo para tantas familias, se unen la temporalidad y la precariedad laboral como claves dominantes en esta provincia. Mientras en otras zonas los trabajadores demandan calidad y estabilidad en el empleo, aquí parece que se ha instalado la precariedad y la temporalidad, junto a un alto índice de desempleo que desciende muy tímidamente y la amenaza de nuevas crisis. 6.- No queremos dejar a un lado las situaciones problemáticas que se han vivido o se están viviendo en distintas zonas o sectores de nuestras Diócesis, como puede ser la incertidumbre que viven los trabajadores de algunas empresas del Campo de Gibraltar y de Jerez. La rentabilidad económica no puede

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estar por encima de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales. 7.- Nosotros, como Obispos de las Iglesias de Cádiz y Ceuta y de AsidoniaJerez, también nos solidarizamos con esta digna y justa reclamación y lucha de los trabajadores y de sus familias y denunciamos la gravedad y la inmoralidad de todas estas situaciones en las que el sistema económico imperante va en contra del Reino de Dios y de su Justicia y coloca la rentabilidad económica como la prioridad suprema, por encima de la persona, de su dignidad y de sus derechos fundamentales. Nos hacemos eco de las palabras del Papa Juan Pablo Pablo II en su denuncia de las perversiones en las que puede incurrir el sistema capitalista. 8.- Además es necesario tener en cuenta que el trabajo es un deber y un derecho por parte de todas las personas según sus capacidades. Ante la situación de DELPHI no es posible preocuparnos sólo de la destrucción de empleo sino también de la disminución de las

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perspectivas de futuro para las generaciones venideras. Por ello Lo contrario de una situación justa y correcta en este sector es el desempleo, es decir, la falta de puestos de trabajo para los sujetos capacitados.... Se convierte en problema particularmente doloroso cuando los afectados son principalmente los jóvenes, quienes, después de haberse preparado mediante una adecuada formación cultural, técnica y profesional, no logran encontrar un puesto de trabajo, y ven así frustradas con pena su sincera voluntad de trabajar y su disponibilidad a asumir la propia responsabilidad para el desarrollo económico y social de la comunidad. (Juan Pablo II. Laborem exercens. nº 18). ¿Tenemos que resignarnos a que muchos más de nuestros jóvenes tengan que emigrar a otras regiones en busca de trabajo? El trabajo es uno de los fundamentos de la vida familiar. 9.- La Iglesia universal tiene puesta su mirada en la familia, como uno de los más importantes valores de la sociedad, hemos de reclamar el bien del trabajo

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para todas las personas y especialmente para cada familia, como uno de los pilares y de los fundamentos que permiten una vida familiar digna. Así lo manifiesta el documento de la Pastoral Obrera de toda la Iglesia, aprobado por los obispos españoles, donde se defiende que en nuestra sociedad, el trabajo juega un papel fundamental y decisivo en la vida personal, familiar y social. Cuando el trabajo y sus condiciones se ven profundamente deteriorados, como ocurre en estos momentos, toda la vida personal, familiar y social se ve afectada negativamente. En cambio, cuando el trabajo es realizador y gratificante, toda la existencia se humaniza. De igual forma, el Papa Juan Pablo II destaca con claridad la relación nuclear que tiene el trabajo en la vida familiar y en la vocación del ser humano cuando afirma que el trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre... El trabajo es, en cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere

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normalmente mediante el trabajo . Una Iglesia comprometida con su pueblo. 10.- Urgimos a nuestras Iglesias diocesanas, a las Parroquias, a todas las Comunidades, a los Movimientos Apostólicos y Asociaciones laicales y a cada católico en general, a que oren, reflexionen, estén atentos a todas estas situaciones de los trabajadores y sus familias y a manifestar un apoyo decidido a sus justas reivindicaciones. 11.- La proclamación del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo ha de llevarnos a un compromiso por la justicia y por la dignidad de las personas y a que cada uno, desde el ámbito y la responsabilidad que le corresponda, colabore de manera comprometida en la búsqueda de soluciones y alternativas. 12.- Hacemos una llamada al conjunto de todos los agentes económicos y sociales y a las administraciones competentes a un decidido compromiso social con nuestra tierra que propicie la

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búsqueda de soluciones y alternativas que generen nuevos empleos. Y no sólo es necesario un incremento de esfuerzos conjuntos para la creación de empleo, sino que también se trata de que sea un empleo estable y de calidad que garantice la vida digna de todos los ciudadanos. 13.- Estas reflexiones que ofrecemos a los católicos y personas de buena voluntad, en este 1º de mayo, quieren ser unas palabras de aliento para todos los trabajadores que pacíficamente luchan día a día por sus derechos. Muy especialmente para los trabajadores de DELPHI y sus familiares para que no cesen de reclamar soluciones justas a sus reivindicaciones y colaboren en la búsqueda de las mismas. Valoramos de manera especial el esfuerzo de las mujeres: esposas, madres e hijas de los trabajadores de DELPHI que están trabajando duramente para conseguir una justa solución. Jesús, el trabajador de Nazaret, nos enseñó a confiar en Dios por encima de todo: Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán

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por añadidura (Mt 6,33). Que Santa María, la Madre del Redentor, esté junto a nosotros en nuestro caminar por la vida, como lo estuvo en la vida de su Hijo el Señor Jesús.

10) VISTO POR GABRIEL CHRISMENT (nacido en 1883) Sacerdote de la diócesis de san Dié, Gabriel Chrisment est un "sacerdote-poeta", como lo fueron también Louis Le Cardonnel, Maxime Rousseau, Camille Melloy, ... Le poema que sigue es un extracto de la recopilación titulada “Hojeando el Calendario, en el 19 de marzo. La muerte de san José Aquella noche, José debió apoyarse en su banco para no caer. Está cansado, tan cansado, desde hace algunas semanas,

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Un nada le fatiga, anda con dolor. Ve, siente que no podrá ya trabajar por mucho tiempo al lado de Jesús. Cuando quiso levantar esta madera, tuvo como miedo en sus manos blancas, y su viejo cepillo le parece tan pesado! Dios mío,¿qué tiene pues? ¿es que el día se ha terminado? Su viejo corazón se ahoga, tiene frío, tiembla. Las virutas se vuelan Como mariposas a su alrededor. Y la noche lo ha cogido con un gran escalofrío. Y la noche transcurre y se acaba. El viejo patriarca está ahí en su sueño. El ángel de antes, el ángel le dijo Quque hay que salir esta noche. Ah ! partir otra vez! ¿Hacia el exilio sin duda? Susn pies están cansados, y es tan largo el camino! Quiere levantarse, ya que el ángel le aguarda, María y Jesús están ahí. Dulcemente.

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Han unido sus manos. Y tranquilo, descansa. Al final de la noche el alba es ya rosa. Jesús ha levantado la mano para bendecir... José, para siempre, acaba de dormirse.

11)

LETANÍAS DE SAN JOSÉ -Señor, ten piedad de nosotros. -Kyrie eleison. -Cristo, ten -Christe eleison. piedad de -Kyrie eleison. nosotros. -Christe audinos -Señor, ten -Christe piedad de exaudinos. nosotros. -Cristo, óyenos. (Se repite cada -Cristo, escúchanos. una) (Se repite cada una)

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-Pater de coelis Deus -Fili Redmptor mundi Deus -Spiritus Sancte Deus -Sancta Trinitas unus Deus A cada una se responde:

Miserere nobis

-Dios, Padre celestial -Dios Hijo, Redentor del mundo -Dios Espíritu Santo -Santa Trinidad, un solo Dios A cada una se responde:

Ten misericordia de nosotros

-Sancta Maria, -Sancte Joseph -Proles David inclyta -Lumen Patriarcharum -Dei Genitricis Sponse -Custos púdice Virginis -Filii Dei nutritie

-Santa Maria, -San José -Ilustre descendiente de David -Luz de los patriarcas -Esposo de la Madre de Dios -Custodio purísimo de la

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-Christe defensor sédule -Almae Familiae praésens -Joseph justissime -Joseph castissime -Joseph prudentissime -Joseph fortissimo -Josepj obedentissime -Josph fidelissime -Spéculum patientiae -Amator paupertátis -Exemplar opífieum -Domésticae vitae décus -Cústos virginum -Familiarum colúmen -Solátium

Virgen, -Nutricio del Hijo de Dios -Diligente defensor de Cristo -Jefe de la Sagrada Familia -José justísimo -José castísimo -José prudentísimo -José insigne en la fortaleza -José obedientísimo -José fidelísimo -Espejo de paciencia -Amante de la pobreza -Modelo de obreros -Gloria de la vida doméstica -Custodio de vírgenes -Sostén de las familias

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miserórum -Spes aegrotántium -Patronem moriéntur -Térror Daemónum -Protéctor Sanctae Ecclesiae

-Consuelo de los desdichados -Esperanza de los enfermos -Patrono de los moribundos Terror de los demonios -Protector de la santa Iglesia

-Agnus Dei qui tóllis peccáta múndi

-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo

-Párce nobis Dómine -Agnus Dei qui tóllis peccáta múndi. -Exáudinos Dómine -Agnus Dei qui tóllis peccáta

-Perdónanos Señor -Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo -Escúchanos Señor -Cordero de Dios, que quitas

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múndi -Miserere nóbis

los pecados del mundo -Ten piedad de nosotros

V. Constítuit

V. Lo nombró administrador éum dóminum de su casa. R. Y señor de dómus túae todas sus R. Et príncipem posesiones. ómnis possessiónis súae ORÉMUS Deus, qui

ORACIÓN ¡Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a

ineffabili

San José para

providentia

esposo de tu

beátum Jóseph

Santísima

sanctíssimae

Madre!; te

Genitricis Túae

rogamos nos

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Spónsum

concedas

elígere dignátus tenerlo como es; praésta,

intercesor en el

quaésumus, ut

cielo, ya que lo

quem

veneramos

protectórem

como protector

venerámur in

en la tierra. Tú,

térris,

que vives y

intercessórem

reinas por los

habére

siglos de los

mercámur

siglos. Amén.

incoélis. Qui vivis et regnas in saécula saeculórum. Amen. INVOCACIÓN: San José, haz que vivamos una vida

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inocente, asegurada siempre bajo tu patrocinio.

12) ORACIONES A SAN JOSÉ ORACIÓNES A SAN JOSÉ

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A Vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad con que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazastéis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, a la escogida descendencia de Jesucristo. Apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción. Asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas. Y, como en otro tiempo librásteis al Niño Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora defended a la Iglesia santa de

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Dios de las acechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en el Cielo la eterna bienaventuranza. Amén. LEÓN XIII. SAN JOSÉ BENDITO San José bendito tú has sido el árbol elegido por Dios no para dar fruto, sino para dar sombra. Sombra protectora de María, tu esposa; sombra de Jesús, que te llamó Padre y al que te entregaste del todo. Tu vida, tejida de trabajo y de silencio, me enseña a ser fiel en todas las situaciones; me enseña, sobre todo, a esperar en la oscuridad. Siete dolores y siete gozos resumen tu existencia: fueron los gozos de Cristo y María, expresión de tu donación sin límites. Que tu ejemplo de hombre justo y bueno me acompañe en todo

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momento para saber florecer allí donde la voluntad de Dios me ha plantado. Amén. ORACIÓN POR DIVERSAS NECESIDADES Santo Patriarca, dignísimo esposo de la Virgen María y Padre adoptivo de Nuestro Redentor Jesús, que por vuestras heroicas virtudes, dolores y gozos merecisteis tan singulares títulos; y por ellos, especialísimos privilegios para interceder por vuestros devotos; os suplico, Santo mío, alcancéis la fragante pureza a los jóvenes, castidad a los casados, continencia a los viudos, santidad y celo a los sacerdotes, paciencia a los confesores, obediencia a los religiosos, fortaleza a los perseguidos, discreción y consejo a los superiores, auxilios poderosos a los pecadores e infieles para que se conviertan, perseverancia a los penitentes, y que todos logremos ser devotos de vuestra amada Esposa, María Santísima, para que por su intercesión y la vuestra podamos vencer a nuestros enemigos, por los

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méritos de Jesús, y conseguir las gracias y favores que os hemos pedido para santificar nuestras almas hasta conseguir dichosa muerte, y gozar de Dios eternamente en el Cielo. Amén. SÚPLICA José dulcísimo y Padre amantísimo de mi corazón, a ti te elijo como mi protector en vida y en muerte; y consagro a tu culto este día, en recompensa y satisfacción de los muchos que vanamente he dado al mundo y a sus vanísimas vanidades. Yo te suplico con todo mi corazón que, por tus siete dolores y gozos, me alcances de tu adoptivo Hijo Jesús y de tu verdadera esposa, María Santísima, la gracia de emplearlos a mucha honra y gloria suya, y en bien y provecho de mi alma. Alcánzame vivas luces para conocer la gravedad de mis culpas, lágrimas de contrición para llorarlas y detestarlas, propósitos firmes para no cometerlas más, fortaleza para resistir a las tentaciones,

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perseverancia para seguir el camino de la virtud; particularmente lo que te pido en esta oración (hágase aquí la petición) y una cristiana disposición para morir bien. Esto es, Santo mío, lo que te suplico; y esto es lo que mediante tu poderosa intercesión, espero alcanzar de mi Dios y Señor, a quien deseo amar y servir, como tú lo amaste y serviste siempre, por siempre, y por la eternidad. Amén. PARA PEDIR UN FAVOR Amadísimo Padre mío San José: Confiando en el valioso poder que tenéis ante el trono de la Santísima Trinidad y de María vuestra Esposa y nuestra Madre, os suplico intercedáis por mí y me alcancéis la gracia... (hágase aquí la petición). José, con Jesús y María, viva siempre en el alma mía. José, con Jesús y María, asistidme en mi última agonía. José, con Jesús y María, llevad al cielo el alma mía.

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Padrenuestro, Avemaría y Gloria. BIENAVENTURADO SAN JOSÉ A vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación y, después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad con que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazastéis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos volváis benigno los ojos a la herencia que, con su Sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, a la escogida descendencia de Jesucristo. Apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción. Asistidnos propicio, desde el Cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas. Y, como en otro tiempo librásteis al Niño Jesús del inminente peligro de su vida, así

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ahora defended a la Iglesia Santa de Dios de las acechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir y alcanzar en el Cielo la eterna bienaventuranza. Amén CONFIANZA EN ÉL

La grandeza de este Santo es incomparable e inimaginable. Ciertamente no ha brillado con luz propia, pero ha dejado que resplandeciera su hijo y su espléndida esposa. No ha impuesto su paternidad con férreas reglas y no ha sometido a su virginal esposa. Su vida fue un camino de amor y fe: 

Tomó a la Sagrada Familia sobre sus espaldas y caminó rectamente

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con el sufrimiento propio de los pobres; amó a su hijo sin reservas, lo guió y protegió con manos seguras; amó a su esposa como sólo los ángeles saben hacer; actuó en el silencio y en la contemplación del amor de Dios.

El amor sublime que lo ligaba a Jesús y a María en la tierra, ¡En qué maravilla se habrá transformado en el cielo! ¿Pueden su Hijo y su esposa negarse a sus peticiones? ¿Qué esperas por lo tanto a confiarte sin reservas a este poderoso intercesor y a considerarlo como un padre? Si supo en su tiempo terreno guiar su familia, ¿no podrá ahora ayudarte a conducir tu vida también a ti? No seas incrédulo y confía en él, puedes estar seguro que te sorprenderá el poder de intercesión de este Patriarca. Acercate a él con extrema confianza

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y ábrele los secretos de tu corazón, invócalo y, ciertamente, él te escuchará. Vendrá a tu encuentro, transformará tu vida y te acercará cada vez más al amor de Dios. En la vida terrena, San José estaba ya en las manos de Dios y consumió en la humildad de su silencio los dramas, angustias y purificaciones que no es posible entrever en lo profundo. Y cuán fecundo es este silencio: permite que entre la palabra de Dios y la obediencia de José tenga continuidad. Pide a José que te enseñe a actuar en el silencio, con la humildad de los santos. Si tu corazón está ansioso de hacer algo por los hermanos atrapados en el sufrimiento o la soledad puedes usar el poder de la oración. La oración es un encuentro con Jesús, un puente entre lo humano y lo divino y puede ser el comienzo de un camino espiritual que abre las puertas de la alianza y la completa felicidad.

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La oración tiene un carácter terapéutico y es un arma invencible a utilizar contra todas las manifestaciones del mal que, directa o indirectamente cada uno de nosotros experimentamos cada día.

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