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La Mirada Europea: Huellas de Mujeres Canarias en los Libros de Viajes.
LA MIRADA EUROPEA: HUELLAS DE MUJERES CANARIAS EN LOS LIBROS DE VIAJES
TERESA GONZÁLEZ PÉREZ
Teresa González Pérez
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La Mirada Europea: Huellas de Mujeres Canarias en los Libros de Viajes.
INTRODUCCIÓN
Los visitantes europeos nos ofrecen en sus escritos una variada visión de la realidad insular, se detienen en observar las costumbres y la vida cotidiana, recogiendo en sus libros de viajes los detalles de su transitar por distintas partes del Archipiélago. Las impresiones y observaciones de los viajeros y viajeras, conforman relatos donde plasmaron sus vivencias, su singular y fascinante percepción de unas islas que les asombraban por su excepcionalidad. Los visitantes que fueron testigos del acontecer diario, no sólo analizaron aspectos físicos del Archipiélago sino también los antropológicos y culturales. Describieron e interpretaron la labor de las gentes en su espacio, abordando a modo de retrato, sus costumbres y comportamiento; de este modo, sus experiencias y sensaciones, suministran un caudal de información rico y variado. La literatura de viajes constituye una fuente básica de información para el acervo isleño, proporciona un magnífico repertorio sobre los distintos estratos sociales, claves para la historiografía insular, pues sus testimonios constituyen una fuente valiosa de información. No dudamos de la aportación que realizan los extranjeros sobre el pasado insular, ellos imprimieron un sello distintivo narrando nuestras costumbres y, aunque en muchas ocasiones su mirada fuera perpleja, aportaron datos que contribuyen a dar a conocer la cultura tradicional. No obstante lo anterior, tampoco nos ha pasado inadvertido el hecho de que algunos científicos y viajeros apenas se detuvieron en la vida cotidiana, que no mencionaron o describieran someramente la vida de las mujeres, pues a ellos les movían otros intereses antes que detallar su acontecer. Narran algunos breves pormenores e impresiones sobre la sociedad, efectúan observaciones de sus gentes y, a veces, detienen la mirada en las mujeres. Así en el enfoque y la percepción de sus costumbres y mentalidades revelan las singularidades de esta tierra, al tiempo que, desde su atalaya, narran la historia ignorada de las isleñas. Aunque la historia de las mujeres es una historia reciente y la invisibilidad histórica ha sido una constante, porque tradicionalmente las mujeres han sido ignoradas como sujeto histórico, los extranjeros anotaron datos sobre las isleñas, suministrando información diversa sobre su realidad, rompiendo así el clásico silencio histórico. Alumbran aspectos que no recogen otras fuentes, desvelando a través de sus referencias su marco de acción y todo lo que implicaba la cultura de las mujeres (la distribución de su tiempo, espacio, relaciones, ocio, costumbres, vestimenta). De idéntica manera, citan a las mujeres de las clases populares como movilizadoras y participantes activas en el devenir de la historia isleña. Huellas sorprendentes porque las mujeres no han sido consideradas casi nunca como agentes importantes en los procesos de cambio social, económico o político aunque, han estado en todas partes, una infinita presencia que se detecta en la esfera doméstica, laboral, económica, lúdica, intelectual, actuando activamente en el escenario social, tal
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como atestiguan los libros de viaje. No ignoramos, por otra parte, que si bien, las mujeres en general y las isleñas en particular, han vivido la historia al lado de los hombres no ha sido del mismo modo, ni con su mismo lenguaje y formas de expresión. Faltan todavía fuentes directas que contribuyan a construir el relato histórico y muchas memorias personales, por lo que su pasado seguirá estando fragmentado. Ese olvido de la mitad de la humanidad, que ha exigido el recurso inmediato de la reivindicación de la presencia de las mujeres en todos los ámbitos de expresión histórica, no pasa por repetir los tópicos, hay que abrir nuevos enfoques y contemplar la aportación femenina en las múltiples facetas de la humanidad. De ahí la relevancia de los testimonios que suministraron los europeos que arribaron al Archipiélago. Varios investigadores se han detenido en estudiar la prolífica literatura de viajes, entre ellos, debemos mencionar a García Pérez, González Lemus, Hernández González, Pico y Corbella y Sarmiento Pérez1, cuyos estudios han resultado de suma utilidad. Nuestro propósito es conocer y redescubrir la mirada europea, pretendemos divulgar la imagen pretérita de las mujeres canarias. En este espacio no pretendemos la realización de un estudio exhaustivo, porque excede de nuestro interés, pero trabajos posteriores podrán cubrir la información que en estos momentos no hemos abordado. Hemos consultado distintas fuentes bibliográficas, buena parte la constituyen obras de los viajeros reeditadas y traducidas, aunque en algunos casos tuvimos oportunidad de acceder a la obra original, además de bibliografía complementaria. La escasez de testimonios históricos acerca de la realidad cotidiana de las mujeres en el Archipiélago las sentenció a permanecer, durante mucho tiempo, en el anonimato, como personajes exentos de historia2. Sin embargo, los escritos de viajeras3 1
El repertorio bibliográfico de los autores mentados es abundante, como puede observarse a lo largo de este trabajo. En este caso sólo señalaremos algunas obras a título meramente indicativo. GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las islas Canarias durante el siglo XIX. S/C Tenerife, Caja General de Ahorros de Canarias, 1988. GARCÍA PÉREZ, J.L.: Marianne North. Tenerife en un rincón londinense. Santa Cruz de Tenerife, Serv. Publ. Caja General de Ahorros/ Cabildo Insular, 1994. GARCÍA PÉREZ, J.L: Elizabeth Murray un nombre en el siglo XIX. Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura, 1982. GONZÁLEZ LEMUS, N.: Comunidad británica y sociedad en Canarias. La cultura inglesa y su impacto sociocultural en la sociedad isleña. Tenerife, Edén, 1997. GONZÁLEZ LEMUS, N.: Las Islas de la ilusión. Británicos en Tenerife, 1850-1900. Cabildo Insular de Gran Canaria. Gran Canaria, 1995. GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias. Imágenes de la sociedad isleña en prosa de viajes. Cabildo Insular de Gran Canaria. Gran Canaria, 1998. GONZÁLEZ LEMUS, N.: Marianne North y su viaje a Canarias. Puerto de la Cruz, Ed. Sitio Litre, 2000. GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros, naturalistas y escritores de habla alemana en Canarias. Santa Cruz de Tenerife, Baile del Sol, 2003. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.: La ilustración canaria y lo viajeros científicos europeos. Santa Cruz de Tenerife, Idea, 2005. PICO Y CORBELLA (dir): Viajeros franceses en las islas canarias. Repertorio biobibliográfico y selección de textos. La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 2000. SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los Textos Alemanes (1494-1865). Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, 2005. 2
GONZÁLEZ PÉREZ, T.: Las mujeres canarias en las crónicas de viajeros. Santa Cruz de Tenerife, Idea, 2005, p. 9. 3 MORATÓ, C.: Viajeras intrépidas y aventureras. Barcelona, Plaza & Janes editores, 2001, p. 20. Parafraseando a la autora: “Nuestras antepasadas fueron capaces de llevar a cabo hazañas anónimas que aún sorprenden por su dificultad y riesgo en nuestros días, y lo hicieron en un mundo donde a la mujer se la consideraba en todos los aspectos inferior al hombre”.
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y viajeros europeos sobre su estancia en las islas, preferentemente durante los siglos XVIII y XIX, constituyen un instrumento de información esencial para desentrañar la vida de las mujeres en épocas pretéritas4. Y aunque en siglos anteriores fue prolífica en suministro literario, fue el siglo XIX, por excelencia el de los viajeros. Canarias será protagonista, con notoria afluencia de turistas y científicos que recorren las islas, algunos a caballo como hiciera Olivia Stone y Edwardes. Hombres y mujeres que arribaron a las islas por infinidad de motivos, por razones laborales, de estudio, salud o vacaciones, en compañía o en solitario, pues sus propios intereses se convierten en auténtico motor del periplo. Unos y otras dejaron en sus relatos la huella de las mujeres, desde la perspectiva del viaje del pasado, realizado por personas sujetas a los estereotipos culturales de su tiempo, observando desde su prisma y vertiente cultural las características y peculiaridades de la sociedad isleña. En este sentido afirma González Lemus que reproducían sus “prejuicios” y en sus manifestaciones se aprecia cierta “arrogancia”5, a pesar de ello: “las imágenes de la realidad, de esa realidad social e histórica referida a Canarias, es también producto de aquella que encontraron, pues existe una profunda interacción entre la sociedad, personalidad e idiosincracia de un pueblo y su imagen. Es indiscutible que lo reflejado en sus escritos es producto de una realidad observada, la que vieron. Ahora bien ¿hasta qué punto sus apreciaciones estaban cargadas de prejuicios? Y ¿hasta qué punto tenían fundadas razones que avalaran sus comentarios sobre la realidad isleña?” 6. Sin embargo, la frecuente llegada de viajeros y científicos amplió asimismo el horizonte socio-cultural de las élites isleñas. Entre los sectores intelectuales progresistas penetraron ideas científicas que contribuyeron a la evolución de sus mentalidades. La influencia europea entre las mujeres se redujo a la vestimenta y al gusto por la moda textil inglesa y/o francesa. Porque ellas tenían un protagonismo circunscrito al mundo doméstico, propio de la mentalidad burguesa de la época y no exclusivo de esta tierra, si bien, el espacio insular era mucho más hermético. Su vida de confinamiento, reprimidas por las normas y etiquetas, reproducían hábitos que estaban bastante desfasados, y permanecían en uso prácticas de otras época como no salir solas sino en compañía de algún sirviente o familiar, y máxime cuando se trataba de salir con el novio. Esta costumbre se mantuvo en las áreas rurales de Canarias hasta fechas relativamente recientes, y aún en determinados lugares a comienzos de la década de 1980, a muchas jóvenes no les permitían salir con su novio si no iban acompañadas por otra persona, como garante de la moral familiar.
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SPIEGEL, G.: “Historia y posmodernismo”. Taller d`Història, nº 1, 1993, p. 71. Como explica Spiegel “Qué es el pasado sino a la vez una existencia material, ahora silenciada, existente únicamente como signo y en condición de tal atrayendo hacia sí cadenas de interpretación conflictivas que revolotean sobre su presencia ausente y compiten para la posesión de las reliquias, pretendiendo inscribir trazos de significado sobre los cuerpos de los muertos”
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GONZÁLEZ LEMUS, N.:Viajeros victorianos en Canarias, Opus cit, p. 41. Ibídem, pp. 43-44.
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De igual modo que a los foráneos en siglos pasados, lo que más sorprendía a la población autóctona canaria era la conducta de las mujeres europeas, la libertad que ostentaban, vestían de forma diferente, salían de excursión, practicaban juegos, conversaban con los hombres, etc. Tanto unos como otros estaban marcados por la percepción de su respectiva cultura, y enjuician de acuerdo con su patrón cultural. Desde su óptica relacionan con su cultura de procedencia y el punto de comparación serán las mujeres de su país de origen, como es el caso del viajero Isaac Latimer, que encontró similitud de los pañuelos que usaban las campesinas de Gales con los que se ponían las canarias de clases trabajadoras. No es menos cierto que también los canarios se sorprendían del comportamiento de los extranjeros y extranjeras, aunque no tengamos constancia escrita hubo choque entre culturas; una distancia que progresivamente se estrecha con la adopción de otros esquemas de conducta. Hace relativamente poco tiempo, algunos de los aspectos culturales de los isleños se transformaron por el impacto de la cultura foránea. Especialmente a partir de los años sesenta, producto de la influencia turística, las costumbres fueron cambiando de forma paulatina, propiciando auténticas transformaciones en la moral y su sistema de valores. Canarias, tierra de mestizaje, se incorpora de forma más generalizada a los usos y costumbres del mundo occidental, pese a la subsistencia de pequeños reductos de cultura tradicional. Poco a poco fueron rompiendo el orden de las costumbres en beneficio de otros parámetros socioculturales, abriéndose a la multiculturalidad. Pero la presencia de europeos no ha supuesto una pérdida cultural, más bien ha enriquecido nuestro acervo, pues ha estimulado el interés de los naturales por la cultura propia, por preservar su idiosincracia. Las referencias a la incultura y las superstición de los campesinos indicaban el desinterés por el patrimonio isleño, pero no sin escándalo los visitantes se sorprendieron que las clases acomodadas tampoco se preocuparon por el legado cultural.
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I. VIAJEROS Y VIAJERAS EN CANARIAS
Desde la conquista del Archipiélago y la penetración de los europeos diferentes viajeros, han realizado crónicas y descripciones sobre aspectos geográficos y etnohistóricos. Un trasiego de visitantes que informaron sobre el patrimonio natural y humano así como sobre la identidad cultural. Visiones, perspectivas y enfoques que hasta la segunda mitad del siglo XX eran tomados más como una referencia literaria que como una fuente documental. En la actualidad las referencias de los cronistas constituyen un caudal de información importante, en la medida que se han ampliado los espacios del conocimiento pretérito, porque permiten reconstruir la vida cotidiana, visibilizar a la gente del pueblo, a las mujeres, hombres, niños y niñas, a esos que ignora la historia. Y, sin lugar a dudas, la proyección de la mirada de unas personas que transitaban por un mundo diferente, inscrita en coordenadas espaciales y temporales, constituye un aporte documental para la historiografía isleña.
1.1 EXPLORANDO EL PAISAJE Y EL PAISANAJE Los extranjeros en su recorrido por las islas no realizaron sólo viajes físicos sino también evocativos, viajes en la distancia y en el tiempo, en los que admiraron bellezas naturales y se detuvieron en admirar las personas y sus comportamientos. Aportan la visión de los protagonistas que hacen comentarios y comparan, activando su memoria, con los recuerdos vividos, captados por una retina nutrida por las características culturales de su país de origen. Las exuberantes imágenes provocaron asombro o impactaron en ellos, la mayoría de los cronistas expresaron sus impresiones desde las categorías propias, o bien simplemente definieron como exótico o pintoresco aquello que no era clasificable o quedaba fuera de los patrones registrables de su cultura, es decir, al margen de la percepción del eurocentrismo7. Los viajeros y viajeras movidos por la curiosidad de conocer las islas, se trasladaban de un lugar a otro, para descubrir y observar el lugar y sus gentes. Provistos de un cuaderno de notas y una pluma, registraban todo aquello que impresionaba o impactaba en su retina. Desmenuzaron en sus diarios todas sus vivencias, reflejaron a modo de una fotografía todo lo que captaban sus ojos, desde los aspectos puramente geográficos a los humanos, sin despreciar sus tradiciones, carácter, costumbres, en suma de la cultura autóctona. Toda esa información legada en sus escritos, la literatura o prosa de viajes suministra un caudal de datos esenciales para la historia social y cultural, con un contenido de alto valor etnográfico y antropológico para el Archipiélago. Crónicas de viajes que fueron publicadas en su mayoría, conformando ensayos que aún 7
GONZÁLEZ PÉREZ, T.: Las Mujeres Canarias en las crónicas de viajeros. Opus cit, p. 12.
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hoy gozan de un incalculable valor como fuente de aprendizaje. Las crónicas despiertan interés porque ofrecen el análisis y la reflexión de la realidad cotidiana, como fuente histórica, recuperan descripciones y relaciones entre el viejo mundo y la realidad isleña en forma cronológica. Porque las crónicas recopilan hechos y aconteceres cotidianos, aportando cantidad de referencias que a modo de huellas hemos podido recoger en diversas páginas de sus textos. En su transitar por los caminos y calles de Canarias, los viajeros describen usos y costumbres de las mujeres, motivados por las proezas que realizaban a diario en su particular rutina, fueron ellos quienes mejor documentaron su forma de vida, legándonos un material histórico de incalculable valor. Igualmente las fotografías así como las representaciones pictóricas han sido fundamentales para reconstruir el pasado cotidiano. Algunos viajeros incluso lo plasmaron de forma estética a través de la pintura como lo hizo el inglés Alfred Diston8. Retrató a las mujeres, con su vestimenta, con cestas a la cabeza transportando distintos productos, etc. El desafío de la transmisión implicó marcadas reacciones de cada testigo o viajero de la época. Desde distintas vertientes prestaron atención a las mujeres, grupo humano tradicionalmente ausente de la narrativa histórica, ahora el mundo europeo como testigo viendo y retratando a las isleñas. No obstante, debemos tener en cuenta que algunos relatos y confesiones de foráneos están inflados de subjetividad, recargados por una suma irrepetible de sensaciones, seducidos por tanta sencillez y humanidad, cada paseo era como una aventura. Tampoco desestimar la formación de los cronistas, que en su mayoría constituían el elemento más formado de la cultura occidental, así su opinión era determinante. El legado dejado, aunque en muchos casos sea a modo de retazos, por viajeros y viajeras europeos sobre el Archipiélago y sus gentes9, se convierte en uno de los recursos más importantes para rescatar la historia pasada de la población canaria, en general, y de la femenina, en particular. La literatura anglosajona es rica en prosa de viajes, pues como pueblo de mar y de navegantes tenía una larga tradición viajera. La complejidad de este género, amplio y diverso, porque otras naciones también exportaron viajeros, como Francia y Alemania. Sin subestimar las aportaciones de los otros, cabe destacar la estancia de viajeros y viajeras ingleses que durante la era victoriana (1819-1901) arribaron a las islas. Esta fue una época en la que los visitantes traían cuadernos de notas en los que registraban las costumbres de los habitantes autóctonos. Por ejemplo, retrataron el cosmopolitismo de Santa Cruz de Tenerife y de Las Palmas de Gran Canaria, en contraste con el atraso y miseria de las zonas rurales. Junto a estas diferencias dieron cuenta de las mujeres, de su 8
VV.AA.: Alfred Diston y su entorno. Tenerife, Cabildo de Tenerife & Cajacanarias, 2002. El Archipiélago Canario, durante la contemporaneidad, experimentó notables progresos, hecho que contrastaba con las penurias de sus habitantes. El siguiente fragmento, escrito por el historiador francés Fernand Braudel, ilustra muy bien esa disparidad: “Vida precaria, estrecha, constantemente amenazada: tal es la suerte de las islas; su vida íntima si se quiere... Pero su vida exterior, el papel que desempeña en el primer plano de la escena de la historia, es de una amplitud que no se esperaría de mundos tan miserables. Aunque puede ser que la vida exterior, que vemos mejor que la otra, tenga una amplitud que encubra su miseria. La gran historia, en efecto, pasa frecuentemente por las islas; acaso sería más justo, tal vez, decir que se sirve de ellas...”.
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falta de instrucción y de la casi exclusiva educación doméstica, de la vida que les reservaba la sociedad patriarcal, el hogar y el matrimonio constituía su verdadero objetivo. Al margen de que las mujeres de los sectores populares incluía además en su universo el trabajo extradoméstico, en jornadas intensas y agotadoras, actividad que no las eximía de las responsabilidades del hogar. También los viajeros alemanes dejaron un legado importante para nuestra historiografía y en sus páginas recogieron muchas impresiones de la naturaleza, de la cotidianeidad isleña y de sus gentes. Al botánico Hermann Schacht se le considera el “primer turista alemán”10 en su obra describió su estancia en Tenerife11, refiere su paso por Santa Cruz y recurre a las comparaciones con Funchal (Madeira). Normalmente los visitantes procedían de los estratos más elevados de la sociedad de origen, y generalmente llegaban provistos de cartas de recomendación, que les facilitaba su estancia y que les permitía entrar en contacto con las élites locales. Además de relacionarse con sus paisanos europeos, pretendían adentrarse en el mundo isleño y esa pretensión era prácticamente imposible sin contar con un aval. Esta característica no era exclusiva de la sociedad canaria, en cualquier parte resultaba imprescindible, de lo contrario difícilmente tendrían acceso a las clases dirigentes. Sin embargo, la representación diplomática solía atenderlos sin necesidad de recomendación. Además de lo anterior, hay que considerar la importancia que tuvo la oralidad como fuente de información, pues los viajeros se trasladaban por suelo insular acompañados de los arrieros, único medio de transporte al tiempo que actuaron de guías, les enseñaron, además del paisaje, las costumbres y las tradiciones, pero también en sus paseos hablaban con los lugareños, con la gente del pueblo y los campesinos12. Además de consultar obras publicadas sobre el archipiélago, también suministraron información los diplomáticos radicados en las islas y los intelectuales isleños13. Sin duda, pioneros en una técnica para la investigación histórica, la Historia Oral, en la que entran en juego otras formas de hacer historia. Como ha señalado Ronald Fraser, se trata de generar nuevos saberes gracias a la creación de nuevas fuentes históricas. "Fuentes que suelen ser creadas entre grupos sociales que han sido privados de crear sus propias fuentes: en general las clases o grupos no-hegemónicos".14 La postmodernidad resulta ser la época del cambio constante, de la cultura dispersa15, sin embargo, desde siglos anteriores los 10
SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los Textos Alemanes (1494-1865). Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, 2005, p. 321 11 Ibídem. 12 GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias. Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo Insular, p. 29. 13 Ibídem. 14 FRASER, Ronald: "La Historia Oral como historia desde abajo" en Ayer, nº 12, p. 80. 15
MORALES MOYA, A.: "Formas narrativas e historiografía española" en Ayer, nº 14, 1994, pp. 15-16. Desde la óptica actual informa que "Concluida la idea de una racionalidad central de la historia, las «visiones del mundo» se multiplican, versando los análisis sobre espacios culturales fragmentados. Desde esta perspectiva... los más amplios conjuntos sociales, las naciones los países
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viajeros mantenían la perspectiva de la “diferencia", que también se centró en la parcialidad de los distintos acontecimientos y pierden de vista el análisis global y el marco referencial de la sociedad. Tras la lectura de las crónicas se desvelan los requerimientos sociales y las pautas culturales reinterpretadas por sus autores. Ciertamente no son abundantes las citas sobre las mujeres canarias, indudablemente esa débil referencia se apoya en testimonios y documentos elaborados mayoritariamente por hombre, porque los viajeros tampoco se desprenden de la visión masculina del orbe, las mujeres quedan diluidas, se fijan más en la naturaleza, el paisaje, los animales... Pese a que las narraciones no abordan directamente el tema de las mujeres canarias, en las descripciones de la realidad que les rodea, minuciosamente detallada, los cronistas aluden, consciente o inconscientemente, al mundo femenino y cotidiano, a su actividad diaria y sus costumbres, a la relación de subordinación para con el sexo opuesto, e incluso, a la ignorancia, a las supersticiones y al analfabetismo a la que la gran mayoría de ellas estaba relegada. Las mujeres de clases populares permanecían ajenas a cualquier tipo de instrucción sistemática, que no fuera aquella que aprendían en el interior del hogar. De este modo la ignorancia fue la característica cultural de las mujeres canarias contemporáneas, fenómeno igualmente descrito por cronistas y viajeros. Sobre todo las viajeras se mostraron más críticas con el entorno, se detuvieron en observar y matizar referencias relativas al mundo femenino. Así lo puso de manifiesto José Luis García Pérez, afirmando que “los mejores relatos (eran los de realizados por las mujeres)... porque supieron poner sus ojos en todo ese mundo cotidiano, llegando a cada una de las habitaciones donde sus habitantes moraban. Sus curiosos ojos fisgoneaban hasta el último rincón, de modo que aportaron aspectos hasta entonces inéditos sobre interioridades y sentimientos femeninos” 16. Evidentemente, pasada la etapa de la conquista después de resaltar el exotismo de los indígenas, los europeos se interesaban más por los aspectos físicos del Archipiélago que por la descripción de la población, el elemento humano pasó a un segundo plano, aunque a finales del siglo XVIII y en el XIX despierta la curiosidad por los habitantes y el costumbrismo. “...es muy reveladora la atención hacia la mujer canaria que, naturalmente, atrae la mirada de los marinos mucho más que el hombre. No es posible, sin las sociedades globales se «rompen». En primer lugar, en elementos que adquieren ahora plena, total relevancia: ciudades, barrios, «lugares de la memoria», del placer, del dolor, o de la marginación, instituciones. En segundo lugar, en élites -«decaen» las clases sociales- y en individuos, cuyas vidas, derechos, raza, cuerpos, lenguajes, memoria sentimientos, valores, profesiones, costumbres, infracciones, actividades, ocios son objetos de análisis pormenorizado, más o menos autónomo". 16
GARCÍA PÉREZ, J.L.: Marianne North. Tenerife en un rincón londinense. Santa Cruz de Tenerife, Serv. Publ. Caja General de Ahorros/ Cabildo Insular, 1994, p. 21.
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simplificaciones hablar de la visión que los viajeros tienen de la mujer canaria que, naturalmente variará en función de la duración de la escala y de la profundidad de los contactos que cada viajero haya tenido con las gentes y las distintas clases sociales, y hay que advertir que a menudo el observador generaliza a partir de la percepción de una miserable población femenina que merodea por los muelles”17.
Detrás de cada crónica están las viajeras o viajeros, tanto las unas como los otros, con objetividad subjetiva, relatan un discurso sustentado en sus propios fundamentos morales, marcados por la educación recibida en la civilización de origen. Desde la óptica de los ciudadanos europeos analizaron a las islas con el cristal de la cultura inferior. De este modo, la arrogancia y superioridad, especialmente la inglesa, se infiltraba en los relatos empobreciendo la cultura autóctona18. Los autores pusieron de manifiesto sus prejuicios sociales hacia los sectores menos favorecidos, así encontramos varias referencias a la brutalidad y primitivismo de la población isleña19, en las que se menta su estado. Las imágenes que proyectaron suministran una visión sesgada y reducida, pues la barrera idiomática impedía la comunicación con los nativos, ya que no todos los visitantes solían hablar castellano20. Por otra parte, el retrato sobre los isleños no es del todo veraz y fidedigno porque su estancia fue breve, y no alcanzaron a captar el carácter de los isleños y su idiosincrasia en su plenitud.
1.2. MUJERES VIAJERAS En Gran Bretaña existía una tradición viajera, por tal motivo no debe sorprendernos la afluencia de viajeros británicos en Canarias, sin embargo, las mujeres estaban ausentes de los periplos. Cuando ellas se desplazaban solían hacerlo en compañía de familiares y por mantener residencia temporal en el extranjero (esposas, hijas o hermanas de diplomáticos, militares o comerciantes), de paso a otros lugares algunas recalaron en los puertos isleños al hacer escala el navío que las transportaba21. No obstante, ese comportamiento varió en las últimas décadas del siglo XIX, los hombres dejaron de tener la exclusiva de viajar y comenzaron a incorporarse mujeres22,
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PICO Y CORBELLA (dir): Viajeros franceses en las islas canarias. Repertorio biobibliográfico y selección de textos. La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 2000, (LI). 18 BEDARIDA, F.: La era victoriana. Barcelona, Oikos-tau, 1988, p. 15. 19 EDWARDES, C. Excursiones y estudios en las Islas Canarias. Cabildo Insular de Tenerife. Gran Canaria, 1998, p. 328. Por ejemplo Edwardes escribió refiriéndose a Telde: “Desde sus agujeros en las rocas, un número de muchachas trogloditas cantaban tan animadamente como los gorriones en las palmeras al otro lado del camino ”. 20 FREIXA, C.: Los ingleses y el arte de viajar. Barcelona, Serbal, 1993, p. 146. 21 STEFOFF, R.: Women of the world. Oxford, 1992, p.9. 22 MORATÓ, C.: Viajeras intrépidas y aventureras. Opus cit, p. 20. La periodista Cristina Morató confiesa: “Descubrí sorprendida que la lista de viajeras era más amplia de lo que imaginaba”.
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procedentes de las capas medias y altas de la sociedad23. Ellas, especialmente en el caso de las inglesas, aunque educadas para el hogar siguiendo la moral victoriana, se interesan por conocer otros territorios y se iniciaron en la aventura de los viajes. Rompieron con el modelo educativo y con el panorama hogareño, en el que tenían que ocuparse de las actividades domésticas, así como de las atenciones y cuidados a sus parientes, optando por “degustar la novedad y el placer que suponía verse libre de los deberes y trabajos duros de la casa que diariamente les habían sido encomendados” 24. No se trataba de un comportamiento generalizado25, ni mucho menos, solo algunas mujeres traspasaron la frontera de su país, cruzaron el Atlántico y se adentraron en las tierras insulares de Canarias, como fue el caso de Marianne North, otras lo hicieron con su esposo. La presión social era muy fuerte y la “moralina ambiente” les impidió a muchas realizar el viaje que les hubiese gustado, pero para algunas se amplio el horizonte26. Entre los hombres se mantenían activos los prejuicios sobre las viajeras, al fin, mujeres atípicas a las que reprobaban su comportamiento. El rígido código moral no toleraba de buen grado los viajes de mujeres solas, si bien en Inglaterra fue más admitido que en otros países27. Las viajeras inglesas, aunque no liberadas de todos los prejuicios de su país, en cierta medida rompían con las costumbres de su entorno28, a pesar del alto grado de moralidad y puritanismo que caracterizaba a esta época, donde el ángel del hogar “latía con fuerza”29. Incluso es significativa la dependencia de Isabel Burton, aventurera como su marido, fiel compañera de viaje que participó en sus proyectos y contribuyó a sus éxitos, queda a su sombra30. No obstante, es preciso puntualizar que no estaban emancipadas ni liberadas, ellas no pretendían eliminar los convencionalismos sociales ni se rebelaban contra el dominio masculino, porque no se alimentaban de las ideas del feminismo31. Evidentemente existía discriminación sexual que reprimía el talento femenino, y sabían de las diferencias, que se reflejaban incluso en el trato. Pues las viajeras se comportaban de forma similar a otras mujeres de la 23
ALLEN, A.: Travelling ladies. Victorian adventuresses. London, Jupiter, 1980. FOSTER, S.: Across New Worlds. Nineteenth-Century Women Travellers and their Writings. Harvester. London, 1986, p. 8. 25 MIDDLETON, D.: Victorian lady travellers. Chicago, Academy Chicago Publishers, 1982, p. 4. 26 FOSTER, S.: Across New Worlds, opus cit, p. 5. 27 BRONTË, CH.: Villette. Madrid, Rialp, 1996, p.55. 28 FRAWLEY, M.H.: A wider range. London, Associeted University Presses, 1961, p. 23. 29 LEITES, E.: La invención de la mujer casta. La conciencia puritana y la sexualidad moderna. Madrid, Siglo XXI, 1990, p. 62. 30 BURTON, R.: Viajes a las Islas Canarias, 1861. Edén. Tenerife, 1986. Isabel Burton manifestaba que, además de cumplir con las tareas domésticas y la atención a la familia, dependía de la autoridad del esposo. Manifestación que contrastaba con lo expresado en su diario cuando esperaba el regreso de sus periplos de su futuro marido: “Nosotras las mujeres nacemos, nos casamos y morimos. ¿Quién nos echa de menos? ¿Por qué no podemos llevar una vida útil y activa? ¿Porqué teniendo espíritu, cerebro y energía las mujeres se dedican a hacer punto y a llevar las cuentas de la casa? Esto me pone enferma y no lo haré jamás.” 24
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GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias, Opus cit, pp. 33.
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época, incluso en la vestimenta, rechazaban los pantalones y ni si quiera aligeraban su atuendo para poder desplazarse más cómodamente32. Por encima de todo, dejaban patente su feminidad. Su curiosidad por lo exótico, lo extraño y desconocido no estaba reñido con su condición de mujer. No obstante, pese a la rigidez de la educación recibida, buscaron opciones, abriendo fronteras y otros horizontes. Llegaban a Canarias, tierra atlántica, encrucijada entre Africa y América, a la vez enigmática, impulsadas por el deseo de conocer y aprender cosas nuevas. No podemos ignorar la importancia de los viajes en la literatura anglosajona, abunda la producción en prosa, quizá su conocimiento literario las movió a emprender el viaje. Aún tratándose de experiencias subjetivas y aventureras, las autoras narran sus impresiones, sorpresas, emociones... las escribieron y expresaron en forma literaria. Es cierto que el estilo y formas literarias no tienen sexo, si bien las apreciaciones si estaban teñidas por la mirada humana masculina o femenina, que la educación y la sociedad se ha encargado de acuñar. En todo caso el discurso discurre en el relato histórico y sociocultural de Canarias y sus habitantes, impregnado en su propio imaginario, con las matizaciones y prejuicios de la sociedad de origen33. Muchas mujeres visitaron el Archipiélago Canario en el siglo XIX, unas inglesas y otras de origen francés; algunas han dejado huella por su relevancia: Elizabeth Murray, Mary Henrietta Kingsley, Anne Brassey, Anne Duncan, Marianne North, Olivia Stone, Florence Du Cane, Margaret D´Éste, Frances Latimer, Isabelle Burton, entre otras. Tanto García Pérez34 como González Lemus35 han dedicado un espacio en sus trabajos a las viajeras que nos visitaron, coincidiendo en el interés por viajar, un fenómeno notorio a partir del último cuarto de la centuria decimonónica36. En general se trataba de mujeres cultas que poseían recursos económicos y, por tanto, con cierta posición social. Ya en sus respectivos países de origen habían demostrado interés por la sociedad, la cultura y los conocimientos científicos, así los libros que escribieron resultan importantes para el conocimiento del pasado insular, sobre todo porque se trata de comentarios críticos y descripciones sobre la vida cotidiana, realizados desde la óptica foránea, de lo contrario no contaríamos con esa 32
MIDDLETON, D.: Victorian Women. London, 1965, p. 4. Doris Middleton escribió al respecto: “Con sus largas faldas y provistas de una sombrilla o un paragua según el tiempo, las viajeras del siglo XIX recorrían muchas millas escribiendo, pintando, observando, coleccionando plantas o realizando misiones y por último haciendo fotografías. Lamentaban la frecuente necesidad de montar a caballo y muy pocas veces se atrevían a usar pantalones”. 33 PICO Y CORBELLA (dir): Viajeros franceses en las islas canarias. Opus cit, (LI). Pico y Corbella, afirman que “En algunos casos las gentes de las islas son un mero pretexto para que los autores pongan de manifiesto sus prejuicios antiespañoles... es frecuente que los observadores dejen traslucir también sus prejuicios sociales y muestren una actitud de menosprecio hacia las clases desfavorecidas de la población” 34 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX, Opus cit, pp. 129197. 35 GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias, Opus cit, pp. 30-41. 36 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX, Opus cit, pp. 131132 y GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias, Opus cit, pp. 30.
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información. El objetivo37 de los periplos era muy distinto, pues unas acompañaban a su esposo otras lo hacían solas, pero todas se desplazaban por las islas sin compañía y les gustaba hablar con los lugareños para conocer mejor este pueblo. A la mayoría de las viajeras no les interesaba la política, eran aventureras que viajaban para conocer y trabajar, iban provistas de su cuaderno de notas, el pincel o la cámara fotográfica38. Las viajeras eran mujeres cultas que habían recibido una esmerada educación de acuerdo con su rango social, siempre dentro de los parámetros de la sociedad de la época con la que ellas rompieron, especialmente las solteras que renunciaron a su destino natural, el matrimonio. Como personas instruidas averiguan e investigan, al tiempo que plasmaron en sus cuadernos excelentes escritos sobre el Archipiélago, conformando libros que en general, fueron editados en su país de origen39. Como hiciera la francesa Flora Tristán (1803-1844), abuela del pintor Gauguin, que viajó por Europa entre 1825 y 1830, después se trasladó a Perú y a su regreso a París en 1838 publicó su diario de viaje “Peregrinaciones de una Paria”, en el que realizó un excelente retrato de la sociedad peruana. El termino de peregrino era empleado como sinónimo de viajero, porque ellos también preparaban su viaje y se documentaban sobre los territorios a conocer. En el caso que nos ocupa, sobre todo, las inglesas fueron auténticas trotamundos. Hacia la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a viajar las inglesas con destino a Canarias. La primera viajera que llegó fue Elizabeth Murray en 1850. Más tarde, entre 1875 y 1901 arribaron Lady Brassey, Olivia Stones, Frances Latimer y Mary Henrietta Kingsley. A continuación señalamos algunas singularidades de estas visitantes. Elizabeth Murray (1815-1882), llegó a Tenerife en 1850 con su esposo el diplomático Henry John Murray, nombrado cónsul británico por espacio de diez años. Esta inglesa vivió en Canarias durante una década, y aprovechó su estancia para pintar, plasmó la vida cotidiana en sus pinturas, reflejando artísticamente las costumbres isleñas y la vestimenta de su gente. Se integró en los ambientes artísticos culturales y su plástica participó en las exposiciones que organizó la Academia Provincial de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife40. También escribió sobre diversos temas históricos, sociales y etnográficos, que publica en dos volúmenes titulados Sixteen years of an Artist´s Life in Marrocco, Spain and the Canary Islands (publicado en Londres en 1859)41. En opinión de García Pérez: 37
GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias, Opus Cit, pp. 30-38.
38
GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX. Opus cit, pp. 132-133. 39 En 1889 se publicó en Londres la obra Hints to Lady Travellers de Lilias CAMPBELL DAVIDSON, que suministraba una serie de consejos prácticos a las viajeras, tanto referidas a la forma de viajar como a la indumentaria. Publicación que confirma la difusión que habían adquirido los viajes entre las mujeres inglesas. 40
GRACÍA PÉREZ, J.L.: Elizabeth Murray un nombre en el siglo XIX, Opus cit. p. 48.
41
El periódico El Omnibus (Las Palmas de Gran Canaria, 25 de julio de 1859) publicó: “A los Sres. Que se suscribieron a la obra ilustrada y escrita en inglés por la Sra. Dª Isabel Heapy de Murray y titulada Recuerdos de la Gran Canaria y de Tenerife se les avisa que dicha obra se ha publicado ya en Londres, pero en forma distinta de lo que en un principio se proponía; puesto que los infinitos establecimientos y sociedades literarias en Inglaterra, en la actualidad prefieren en gran manera los libros de lectura a los de adorno, y allí es mucho mayor la demanda de los primeros que por estos últimos, de cuya clase era el que se había anunciado. Por esta razón, los
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“El libro de Mrs. Murray ofrece especial interés desde el punto de histórico y costumbrista. Los capítulos dedicados al Archipiélago nos informan de las fiestas, costumbres, historia y folklore de las islas”42. Pero fue una publicación no exenta de polémica, pues al ser traducida la obra, sus conocidos y amistades se sintieron ofendidos por sus comentarios hasta el extremo que decreció su popularidad43. Porque en algunas páginas el tratamiento que otorga a la población y al Archipiélago rayaba el insulto. Así lo manifiesta el autor citado: “Ella siempre que toca el costumbrismo canario lo ridiculiza al máximo”44, pero no es la única que en su imaginario habita el pensamiento despectivo. De cualquier forma, según los especialistas, constituye el mejor retrato de la vida isleña hasta que en 1887 Olivia Stone publicara su trabajo. Sin embargo, la obra de Stone presenta algunos errores y desprende también cierto tono despreciativo, por ejemplo al puchero canario lo refiere como “olla podrida”45. A pesar de las inexactitudes y equivocaciones, también dio a conocer el Archipiélago, tuvo utilidad como guía para conocer esta tierra y atrajo a los foráneos46. Lady Brassey (1839-1887) viajó por diversas partes del orbe gracias a la fortuna de su marido, Thomas Brassey, con quién se casó en 186047. Gracias a este matrimonio, Anne Allnut , su nombre de soltera, pudo visitar cantidad de países sin tener que recurrir a la venta de algunas de sus pertenencias, o bien como aquellas mujeres que se trasladaban por haberle asignado alguna tarea48. A parte de disfrutar de un status económico y social, ostentaba títulos nobiliarios, viajaba en excelentes condiciones, acompañada de su familia en el barco propiedad de su marido y aprovechaba para escribir sobre todo los aspectos etnográficos, geográficos, histórico-culturales que observaba de los lugares a los que arribaban49. La obra The Voyague in the Sunbeam, Sres. Libreros (propietarios de la obra) tuvieron que variar la forma de publicación, aumentándola en noticias sobre Marruecos y sobre Marruecos y sobre España, e imprimiéndola en en dos tomos con sólo dos láminas cuyo costo es de cinco duros en lugar de 10, que se había fijado por precio del único tomo anteriormente pensado. Los Sres. Que sirvieron suscribirse a aquél, están exonerados de sus suscripciones que por este hecho han caducado; mas, sin embargo, si hubiese quienes desearan adquirir la obra bajo su nueva forma y precio, pueden dirigirse a don Juan Parkinson, Vicecónsul de S.M.B. en Santa Cruz de Tenerife”. También el Eco del Comercio (Santa Cruz de Tenerife, 8 de octubre de 1859) comienza a publicar la traducción del libro a partir del capítulo XIII, aunque fue interrumpido (en el número correspondiente al 22 de octubre se daba cuenta de la suspensión del texto), incluso la autora resultó criticada en las páginas del mismo periódico por la manera en la que escribió sobre las costumbres y la realidad insular (22 de octubre, 5 de noviembre y 9 de diciembre de 1859), tachándola de “desbarros, frivolidades y sandeces”. Cfr. por GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX... 42 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Elizabeth Murray un nombre en el siglo XIX, Opus cit. p. 70. 43 Ibídem, p. 53. 44 Ibídem, p. 70. 45 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX... Opus Cit, pp. 180-181. 46 Ibídem, pp. 183-184. 47 GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias, Opus Cit, pp. 271-272. 48 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX... Opus Cit, p.72. 49 Ibídem, p. 73.
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our Home on the Ocean for Eleven Months50, fue la más significada de la se realizaron múltiples ediciones y traducciones, si bien no se hizo una versión española, hecho que impidió que constituyera un aporte para la historiografía insular de finales del siglo XIX. En el Archipiélago prolongó su estancia, pues contaba con la información que le había suministrado Darwin y Marianne North, y anotó muchas curiosidades sobre sus habitantes. Esta viajera falleció en alta mar durante la travesía de un viaje mientras se dirigía a Australia. Marianne North (1830-1890), según apuntan distintos especialistas, recibió escasa instrucción escolar, prácticamente su formación se redujo a las lecciones domésticas que recibió en su propia casa, especialmente de música (canto y piano)51. Más tarde se interesó por la pintura y la botánica, aprendizaje al que se dedicó de forma autodidáctica, convirtiéndose más tarde en una extraordinaria acuarelista. Viajó acompañada por su familia por diversos países europeos, cuando fallecieron sus padres con los que viajaba retomó su afición. Amiga del botánico Joseph Dalton Hooker y Charles Darwin, le sugiere pintar la vegetación australiana y tinerfeña. Llegó a Tenerife el 13 de enero de 1875 y permaneció tres meses. Aparte de la descripción botánica nos dejó variadas notas sobre la vida y las costumbres. Marianne North refiere en sus comentarios la sintonía y bienestar que le proporcionó la estancia en Tenerife, así como la buena acogida que había tenido entre los isleños. Recordemos que sus periplos fueron largos, pues había visitado los cinco continentes, y aquí, en Canarias, incluso cultivo algunas amistades. De la londinense Olivia Stone no contamos con datos sobre su vida, sabemos que estaba casada con el abogado John Harris Stone y que acompañada por él visitó todas las islas del Archipiélago. Permaneció seis meses, llegaron el 5 de septiembre de 1883 y partieron el 17 de febrero de 1884. Su periplo por todas las islas, los detalles de la vida y el acontecer cotidiano, toda su observación crítica la plasmó en el libro Teneriffe and its six satellites editado por primera vez en Londres en 1887, siendo el mejor exponente literario de la sociedad isleña de fines del XIX. Fue la única de las europeas que nos ocupan que visitó todo el Archipiélago, y además se le considera viajera, aventurera y exploradora, pues se adentró en los rincones geográficos del Archipiélago52. Algunas viajeras eclipsaron el nombre de sus esposos, al destacar en su actividad profesional, como sucedió con Oliva Stone, Elizabeth Murray y Lady Brassey. En cambio otras pasaron desapercibidas, porque quedaron relegadas por sus conocidos maridos, como le sucedió Isabel Burton la esposa de Richard Burton, uno de los exploradores ingleses más famosos, que le prohibió publicar sus escritos, incluidos unos
50
BRASSEY, A.: The Voyague in the Sunbeam, our Home on the Ocean for Eleven Months. London, Longmans, Green, and Co.,1894. 51 GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos en Canarias, Opus Cit, p. 307 52 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX... Opus Cit, p. 180 y siguientes.
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de carácter costumbrista sobre Canarias53. También Anne Duncan y Mrs. Lyell fueron ocultas por sus respectivos maridos, el protagonismo de ellos impidió fueran visibles, aunque de una u otra manera cooperaran con sus actividades. Además, ineludiblemente, debían asumir las tareas domésticas para crearles un entorno confortable: “Nos levantábamos a las siete, tomábamos una taza de té y nos lavábamos. Después, yo hacía mis labores domésticas –Richard comenzaba a las siete y media-. Su lectura consistía, supongo,en Shskespeare, quería expresar cuando hablaba de “las crónicas de nada de importancia”. Pero no tenía una doncella que hiciera las cosas por mí. Hubiera estado fuera de lugar, pidiendo la cena, yendo al mercado, las cuentas, la costura, barriendo, lavando la ropa, cocinando en la pequeña estufa de carbón y supervisando el fuerte trabajo de Bernardo. Los maridos tienen la tendencia de ser incómodos sin “las crónicas”, aunque nunca ven pequeños detalles. A ellos les gustan hacerse la ilusión que todo el trabajo de la casa está hecho por magia”54. En general, estas extranjeras que llegaron a Canarias, igual que los hombres, eran mujeres cultas, con formación e inquietudes culturales. Habían asistido a colegios y recibido una esmerada educación de acuerdo con los parámetros sociales de las mujeres de entonces. Generalmente se trataba de mujeres de clases acomodadas, de la élite, y que se habían beneficiado de los bienes culturales, ellas despertaron la atención de los lugareños, sus desplazamientos y sus ropajes femeninos impresionaban, sobre manera, los ojos de los campesinos.
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BURTON, R.: Viajes a las islas canarias, 1861. Edén. Tenerife, 1986, p. 79. El siguiente párrafo prueba como controlaba sus aficiones: “Fue aquí –refiriéndose a Tenerife- donde escribí mi primer libro sobre Madeira y Tenerife, pero mi marido no me permitió publicarlo, porque no lo consideraba suficientemente bueno. Pensaba que tenía que estudiar y practicar algún tiempo antes de intentar ser una autora. Supongo que tenía razón en ambas decisiones –el no permitirme compartir con él el clima de Africa occidental y este asunto-. Pensaba que él era duro conmigo sólo en este momento”. 54 Ibídem, p. 73.
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II. LAS MUJERES CANARIAS Y SU ABANICO DE ACTIVIDADES
En el devenir de la sociedad insular, espacio y tiempo han tenido un valor sexuado, con significado distinto según se trate de mujeres y hombres, al ser conceptos socialmente construidos. Aparentemente la sociedad no ideó para las mujeres más alternativas que el matrimonio, el convento, o en su defecto, la prostitución. La realidad, es, sin embargo, diferente a lo que el sistema propugnaba, porque ellas estaban presentes en el mundo del trabajo, ejerciendo distintas actividades en la vida cotidiana. Además del hogar las mujeres trabajaron al lado del marido, en la agricultura, en la ganadería, en la venta o en el taller artesano por ejemplo, y en muchos casos, sus hijas contribuían a la subsistencia familiar ya fuera en trabajos familiares o extrafamiliares. Las viudas, por su condición, igual que muchas esposas de emigrantes, se vieron en la necesidad forzosa de ejercer una actividad que les permitiera subsistir a ellas y su prole. En el siglo XIX se produjeron cambios importantes a nivel laboral, pero las mujeres que han desempeñado actividad extradoméstica siempre apenas han sido reconocidas, bien porque las estadísticas no la han considerado población activa hasta fechas relativamente recientes o por la reiterada invisibilidad. Esta centuria es una etapa sombría para las mujeres, marcará una progresiva agudización de las contradicciones entre hombres y mujeres, con un mayor distanciamiento legal, y aunque ya se había abolido la esclavitud, las mujeres serán “propiedad” del marido, estarán bajo la tutela del hombre, primero del padre y luego del marido. Curiosamente en este periodo comenzaron las movilizaciones y organizaciones feministas, la toma de conciencia, denuncias y luchas en pro de sus derechos, en cambio la mayoría de las mujeres permanecía en una situación de perpetua marginación. Tras el análisis del contenido de algunas obras de viajeros podemos afirmar que, como en otros muchos lugares del mundo, la vida cotidiana de las mujeres canarias en tiempos pasados se caracterizó por una posición social secundaria, una posición que las abocó, sobre todo, a aquellas de clase humilde, a una realidad de duros trabajos, a la represión moral y a la marginación. Vivieron una situación carente de cualquier reconocimiento social, permanecieron en la más absoluta ignorancia, negándoseles el acceso a cualquier tipo de conocimiento que no fuera el relacionado con la vida doméstica. Porque en esta época la sociedad isleña era una sociedad jerarquizada con un marcado carácter agrario, y el papel de las mujeres estaba estrechamente ligado al trabajo familiar y campesino. Su contribución al hogar abarcaba varias clases de trabajo, dentro y fuera de la casa, remunerado o no. Gran parte del trabajo productivo se desarrollaba en la agricultura, aunque las labores agrícolas en las que participaban variaban de unas áreas a otras en función de las estructuras de las explotaciones; igualmente estuvieron presentes en las labores de empaquetado de plátanos y tomates.
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Algunas actividades también derivaban de esa condición agrícola como la elaboración de conservas vegetales, licores y repostería, la artesanía de objetos de fibras vegetales, la venta ambulante de sus productos en los núcleos próximos. Por otra parte, en las ciudades se vio reducida al servicio doméstico, industria tabaquera, comercio, manufacturas textiles, entre otras. A las trabajadoras se les estigmatizó a través de su estrecha relación con la pobreza, o la supuesta necesidad de abandonar el hogar para subsistir. Ayer, igual que hoy, un colectivo situado en una posición de desigualdad social, que tiene horarios interminables, por la desigualdad en el uso del tiempo, y salarios inferiores. Porque los relojes de la historia han generado realidades desiguales, marcando tareas y responsabilidades sexuadas. 2.1. LAS CAMPESINAS: EL TRABAJO AGRÍCOLA Y GANADERO La situación de las mujeres campesinas ha variado en el tiempo y según el tipo de explotación agrícola. Tradicionalmente, las mujeres compartían con los hombres la diversidad de tareas, desde la siembra, la trilla y la vendimia, al pastoreo. Pero no sólo participaba en las labores agrarias en el seno de la familia; en ocasiones eran asalariadas o incluso propietarias de tierras, las menos. La inmensa mayoría trabajaba en el campo, a este sector pertenecen la parte más numerosa, pero es el menos conocido y más difícil de investigar a pesar que, según los censos de población, las mujeres suponían más de la mitad de los habitantes del Archipiélago. A tenor de los datos disponibles las dos terceras partes de los activos era población agrícola, y así se mantiene hasta las primeras décadas del siglo XX, pero ellas no figuraban. Normalmente en el campo desempeñaban las tareas más duras, las que requerían poco adiestramiento y apenas herramientas. Ellas intervienen activa y totalmente, sin embargo, esta igualdad de trabajo con los hombres no se correspondía con la misma consideración social. Aunque ellas sustituían a los hombres en caso de emigración, enfermedad o fallecimiento, era una tarea subsidiaria. El trabajo de las isleñas en la agricultura ha sido considerado de forma marginal, no figuran a ningún efecto, ni siquiera ellas mismas tenían conciencia de su condición económica porque formaba parte de la renta familiar. Incluso trabajaron como braceras o peonas en condiciones siempre inferiores a los hombres, afrontando largas jornadas con bajos salarios. Es en fechas recientes cuando se declaran algunas agricultoras, aunque muchas siguen ocultas y silenciadas por el cabeza de familia que se registra como trabajador autónomo. Los cronistas destacan en sus relatos la importante labor del colectivo femenino en el ámbito rural, una labor en la que la dureza era la nota distintiva. Para algunos de ellos, el trabajo realizado por las mujeres isleñas llegaba a ser, en ocasiones, más férreo que el de los hombres. “Avanzamos en fila india, atravesando campos donde hombres y mujeres, agricultores, se dedicaban con esmero al cuidado y a la poda de las plantas del tabaco… La isla (El Hierro) es pobre… Las mujeres realizan los trabajos pesados. Es una pena verlas transportando sobre sus espaldas pesadas
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cargas que, indudablemente, resultaría más aconsejable que llevasen las bestias”55. “La mujer isleña además de tener una gran importancia en la vida doméstica, también desempeñaba unos trabajos en la agricultura destacables. Para algunos viajeros su trabajo era mucho más duro que el de los hombres… En las zonas de medianías se las veía trabajar duramente las tierras”56. La mayoría de las mujeres canarias tenían que trabajar para subsistir porque, en una sociedad eminentemente rural, con escasos o nulos niveles de desarrollo, con precarios servicios, con carencia de planificación sanitaria, sin alcantarillado, donde escaseaba el agua, pues solamente algunas casas disponían de agua corriente57, todos y cada uno de los miembros de la familia, con independencia del sexo y de la edad, se convirtieron en mano de obra ocupada en la agricultura, el pastoreo o la pesca. “Como todos los canarios, los habitantes de Tenerife son pastores, pescadores y agricultores. La industria está todavía más abandonada si es posible, que en Gran Canaria. Los pescadores son menos numerosos debido a la situación de la isla”58. “La gente de esta isla (Tenerife), en general, es pobre pero la población pesquera lo es hasta extremos de miseria. No tienen casi qué comer, salvo pescado salado y gofio”59. En las islas, el entramado socioeconómico de la mayor parte de la población era mísero, motivo por el cuál el papel de las mujeres se volvía fundamental, siendo esencial su contribución a la economía familiar. Las mujeres trabajaban en los terrenos, al igual que lo hacía cualquier hombre: cultivaban papas y procedían a su recogida; cortaban y cargaban uvas hasta el lagar; cuidaban, podaban y procesaban el tabaco; recolectaban y empaquetaban plátanos; recogían cochinilla y protegían a las tuneras de las inclemencias del tiempo, envolviéndolas para ello en sacos, etc. Pese a ser considerada socialmente el sexo “débil”, la mujer en el ámbito rural desempeñaba todo tipo de trabajos, independientemente de su rudeza o dificultad. (Camino a La Aldea) ”seguimos por una ondulación de la cumbre, junto a la que estaban trabajando afanosamente unos hombres… También había mujeres trabajando la tierra con azadas”60.
55
WHITFORD, J. Las Islas Canarias. Un destino de invierno, 1890. Tenerife, Jonay Sevillano Regalado, 2003. pp. 133-134. 56 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos… Opus Cit. pp. 194. 57 STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Cabildo Insular de Gran Canaria. Gran Canaria, 1995. pp. 82-82. 58 VERNEAU, R.: Cinco años de estancia en las Islas Canarias. J.A.D.L. Tenerife, 1996. p. 235. 59 STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus Cit. p. 215. 60 Ibídem, pp. 82-83.
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“Los hombres y mujeres que, unas semanas antes, han estado ocupados en la recolección de las patatas, se emplean entonces en el azufrado. Por dos meses o más, se apalabran familias enteras para la recogida de las patatas… Así se recogen, entonces, las patatas con gran rapidez, ayudando, incluso, los miembros más pequeños de la familia”61. “Las uvas, una vez cortadas, eran cargadas desde los viñedos por los humildes campesinos, hombres, mujeres y niños sobres sus espaldas o cabezas en enormes cestos y conducidas al lagar, en muchas ocasiones situados a varias millas de distancia”62. “Una buena parte del trabajo de las plataneras es realizado por mujeres que forman largas filas hasta los salones de empaquetado, llevando sobre sus cabezas inmensos racimos de los verdes frutos. Descalzas, vigorosas, muchachas bonitas muchas de ellas, cantan una melopea, con voces curiosamente graves, mientras recorren, espléndidamente erectas su camino”63. “Era la época de la recolección de la cochinilla y había mujeres trabajando, que recogían el insecto en pequeños potes con un instrumento parecido a la espátula”64. (Las mujeres) ”eran las encargadas de recoger la cochinilla y de envolver las hojas de las tuneras en sacos de lino para protegerlas de las lluvias. También realizaban el trabajo de su recolección”65. (En Telde-Gran Canaria) “nos tropezamos con mujeres de rudo aspecto con cigarros pegados a los labios y montando burritos que cargaban recién cortadas judías y flores”66. Relatan caminos solitarios, solo transitados por campesinos y campesinas cuando iban trabajar. Las protagonistas eran mujeres cargadas con cestos a la cabeza, que marchaban ligeras conversando unas con otras “varias mujeres que llevaban a la cabeza grandes cestos con excrementos de vaca, que se vendían en el Puerto para hacer fuego”67.
61
DU CANE, F. y DU CANE, E.: Las Islas Canarias. Madrid, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1993, p. 128. 62 GONZÁLEZ, N.: Las Islas de la ilusión. Británicos en Tenerife, 1850-1900. Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1995, p. 167. 63 DU CANE, F. y DU CANE, E.: Las islas canarias… Opus Cit. p. 69. 64 WINWOOD, W.: África salvaje. En Ellis, Islas de África Occidental (Gran Canaria y Tenerife). Tenerife, JADL, 1993, p. 152. 65 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en Canarias. Imágenes de la sociedad isleña en prosa de viajes. Cabildo Insular de Gran Canaria. Gran Canaria, 1998ª, p. 194. 66 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios... opus cit, pp. 328-329.
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En Jandía, en la localidad conocida como Casas de Pecenescal había cabañas donde los pastores ordeñaban las cabras y hacían quesos, allí llegaban mujeres con niños en los brazos: “Nos acercamos a las gentes y es pedimos un poco de agua. Muy solícita, una mujer nos condujo hasta el interior de su cabaña, y con una concha grande sacó de un recipiente un poco de agua, que en aquella localidad parecía estar muy racionada, y que estaba tan turbia como caliente y poco edificante. Cuando, al verterla en la cantimplora, derramé un poco del preciado líquido, la mujer hizo instintivamente un gesto de rechazo con la mano y exclamó: “¡Ah, la echa por fuera!”68 Mujeres multiocupadas, que a veces trabajaban como peonas por un bajo salario, equivalente a la “mitad” del que cobraban los hombres, se infravaloraba su trabajo considerado auxiliar. Mayores dificultades tenían las feminas en Lanzarote y Fuerteventura, porque tenían que comprar el agua. La pobreza de estas islas empujaba a la emigración, lo cual suponía la ruptura de familias a la vez que permanecían las mujeres solas al frente del hogar69. De este modo, Hartung dice que las mujeres de Fuerteventura (La Oliva) que extendían el pescado sobre las rocas para secarlos; para desplazarse montaban en burro sobre una cabalgadura. En Lanzarote relataba el episodio de las mujeres de Teguise que sacaban agua del depósito, entendemos que se refiere al aljibe. Al igual que se atrevían a realizar toda clase de trabajos, se veían obligadas a cumplir los largos horarios que se les imponían, sin tener apenas tiempo para comer; horarios que se ampliaban posteriormente en el hogar, lugar donde le correspondía también a ella, en tanto mujer, desempeñar las tareas necesarias para el mantenimiento de la casa. “El horario de trabajo se extiende normalmente desde el amanecer hasta el atardecer, con una pausa de dos horas durante el día o dos pausas de una hora”70. Ni siquiera los días festivos constituían para las mujeres campesinas momentos de ocio o de descanso. Tampoco para los hombres. La única diferencia estribaba en que 67
HARTUNG, G.: Die geologischen Verhältnisse der Inseln Lanzarote und Fuerteventura. Neue Deukschrift der allgemeinen Schweizrischen Gesellschaft füi allgemeine Naturwissenschft Bd, XV, Zürich, 1857, p. 12. Cfr. por SARMIENTO PÉREZ M.: Las Islas Canarias en los Textos Alemanes, Opus cit. 68 HARTUNG, G.: Die geologischen Verhältnisse der Inseln Lanzarote und Fuerteventura. Opus cit, p. 25. Cfr. por Sarmiento Pérez. 69 MINUTOLI, J.F.: Die Canarischen Inseln, inhre Vergangenheit un Zukunft. Opus cit, p. 232. Cfr. por Sarmiento Pérez. 70 BROWN, A.: Breve historia de las Islas Canarias. Tenerife, Ayuntamiento de la Villa de La Orotava, 2002, p. 80.
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ese día asistían previamente a la iglesia, a cumplir con sus obligaciones religiosas. Por ello, era habitual verlos los domingos, a unos y a otros, bastante temprano de camino a misa para, a continuación, disponerse a realizar los quehaceres diarios en los campos, en los mercados… como si de cualquier otro día de la semana se tratara. “A pesar de asistir temprano a misa, los domingos no era motivo para que los campesinos de ambos sexos… cesaran en sus faenas diarias después de cumplir con sus deberes religiosos. Era normal ver las carreteras principales animadas… como si de un día entre semana se tratara… Los campesinos estaban totalmente apegados al trabajo de la tierra. Trabajaban duramente todos los días y su mundo era totalmente rural”71. “...en cuclillas y con un sol abrasador, bajo los sombreros de palma de alas anchas y herméticamente cubiertas por sus vestidos, pasan todo el día entre las grandes hojas de los espinosos nopales, se les podría considerar pagodas o espantajos si no fuera porque las manos, permanentemente ocupadas, indicaran que se trata de un ser vivo, que agotado y con el rostro sudoroso por el esfuerzo y el trabajo, encuentra su único reposos en aquella tarea que le impone en casa el cuidado del marido, de los hijos y del hogar. Sólo le queda la tarde del domingo, en la que cose la ropa de la familia, remienda y limpia, al tiempo que trata de liberar las cabezas de los suyos de aquellos seres cuya fertilidad casi alcanza a la de la cochinilla”72. Trabajo sin tregua e intensa dedicación exigía el agro, pero además, las mujeres dilataban su jornada en el interior del hogar cumpliendo con el rol que le asignaba la sociedad patriarcal, igual que hacían otras congéneres. Mientras ellas transgredían los márgenes de lo masculino desempeñando actividades productivas, el trabajo doméstico ha sido, y continua siendo, una tarea esencialmente femenina, donde los hombres, salvo excepciones, no participan ni realizan incursiones. Cuando trabajan fuera de casa, en ocupaciones remuneradas o no, como el caso de la explotación familiar, conservan la responsabilidad hogareña, porque el trabajo extradoméstico no las eximía de las responsabilidades inherentes al sexo, y se hallaban sujetas a los compromisos contraídos en la vida privada. Ellas desempeñaban su papel como esposas, madres y encargadas de todas las actividades domésticas, que comprendía un amplio abanico de tareas. A pesar de que, generalmente, el argumento esgrimido para atribuirles las responsabilidades hogareñas se haya sustentado en que los hombres trabajan “fuera” y ellas “dentro”, no se trataba de actividades mutuamente excluyentes. Un sistema de apariencias en el que se basaba el reparto de funciones que comenzaba a quebrarse con la extensión y consolidación de la visibilidad de los trabajos concretos.
71
GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos… Opus Cit, p. 179-180. MINUTOLI, J.F.: Die Canarischen Inseln, inhre Vergangenheit un Zukunft. Berlin, Allgemeine Deutsche Verlags-Austalt, 1854, p. 1854, pp. 229-239. Cfr. por Sarmiento Pérez.
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2.2. LAS VENDEDORAS Al igual que trabajaban en los cultivos, las mujeres rurales también eran las encargadas, la mayoría de las veces, de la comercialización de los productos obtenidos de la tierra, de los animales, del mar, incluso de las mercancías elaboradas por ellas mismas. En efecto, las mujeres eran las que se dedicaban a vender de manera ambulante diversos artículos por pueblos y ciudades. Por ello resultaba habitual que los viajeros, durante sus excursiones, coincidieran cada día con las campesinas, lecheras, panaderas, pescaderas, carboneras o gangocheras en las veredas, dispuestas a ofrecer sus productos a cuantas personas encontraran a su paso. “La venta ambulante era otro trabajo exclusivamente femenino. En Santa Cruz se veían con las mercancías sobre la cabeza. (…) Las campesinas de La Orotava bajaban al Puerto cargando sobre sus cabezas enormes cestas llenas de frutos para su venta. Por su parte, las mujeres del Puerto de la Cruz recorrían los pueblos de la zona y las calles de su vecindario cargando los cestos llenos de mercancía que iban vendiendo puerta por puerta”73. (De camino a La Laguna) “los campesinos bajan a vender los productos de sus tierras, papas y maíz, verduras y legumbres de toda especie, batatas, ñames y bubangos. Las campesinas bajan con sus cestas rebosantes de fruta: nueces, manzanas y castañas, y también naranjas, plátanos y limones, porque todo se produce en este privilegiado clima… Proseguimos nuestra marcha. Vemos pasar a las panaderas de La Laguna, a las lecheras de los Valles, a las carboneras de La Esperanza; otras, arreando a los ágiles burros que marchan delante… Pasan las revendedoras del puerto que van a vender sus pacotillas en los barrios de los suburbios”74. “Cuando se baja de La Orotava al Puerto -unas tres o cuatro millas- el camino es muy agradable y además mucho más frecuentado de lo que uno se imagina. Al pasar, te vas encontrando de trecho en trecho con bastantes campesinas muy hermosas, que te saludan amablemente con esta forma de ser sencilla y agradable que les caracteriza. Todas están entretenidas en algo: unas llevan hierbas, otras cestas de fruta y algunas portan objetos de barro”75. (Guía de Isora) “Cerca de la parte baja penetramos en el lecho del barranco. Sentada a un lado había una muchacha con pescado que llevaba al pueblo para venderlo…76.
73
GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos… Opus Cit, p. 196. BERTHELOT, S.: Primera estancia en Tenerife (1820-1830). Aula de Cultura del Excmo. Cabildo Insular/Instituto de Estudios Canarios. Tenerife, 1980, p. 34. 75 MURRAY, E.: Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1815-1882). Pedro Duque. Tenerife, 1988, p. 94. 76 STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 203. 74
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(En Punta del Hidalgo) “De la mar vienen los últimos pescadores, seguidos de grupos de mujeres con las cestas de pescado cubiertas de musgo. Un olor a algas y a mariscos se extiende por el barrio”77. “Nos cruzamos con una muchacha que lleva una inmensa cesta llena de magníficas cinerarias blancas y rosadas en equilibrio sobre su atractiva cabeza”78. En ocasiones, a los viajeros no les hacía falta salir de su lugar de hospedaje para encontrarse con las vendedoras, quienes se desplazaban hasta las fondas, a sabiendas de que los extranjeros podían ser buenos clientes a los que vender sus productos. “Una muchacha vino esta mañana con algunos caramelos de formas curiosas. Unos eran altos y los llamaban piñas, otros eran planos y los llamaban cellas. La muchacha los llevaba en un cesto, cuidadosamente cubiertos con una tela blanca. Los caramelos eran blancos, como el azúcar que cubre un pastel, con adornos rosados”79. “Al entrar en nuestra fonda, una mujer que llevaba bizcochos se acercó a nosotros. Compramos algunos y estaban muy buenos”80. En unos casos la mercancía que portaban las vendedoras ambulantes era leche. En otros, consistía en fruta, hierbas, verduras, dulces, huevos, gallinas, pescado, cerámica o cualquier otro artículo que les pudiera garantizar la subsistencia. Cuando éstas deseaban vender sus productos en el mercado de la ciudad, no podían evitar pagar los impuestos al fielato, quien inspeccionaba pormenorizadamente lo que éstas llevaban a comercializar. “Las escenas de la carretera a la salida de Santa Cruz son animadas e interesantes. Nos cruzamos con grupos de mujeres de constitución robusta andando a paso ligero cuesta abajo, y portando huevos, aves, verdura y fruta sobre sus cabezas… Aquí y allá nos encontramos el fielato… Internamente opera un impuesto de consumos. Por ello, la mujer que desea vender sus aves en el mercado de Santa Cruz paga alrededor de 2,25 peniques por cada unidad”81. En una sociedad atrasada como la isleña, el modo de desplazamiento que tenían estas mujeres para realizar su actividad laboral se limitaba a sus propios pies, cargándose los productos destinados a la venta sobre sí mismas. A la mayoría de los viajeros les asombraba la capacidad con la que las mujeres canarias transportaban grandes pesos a la cabeza, utilizando como único recurso, para evitar el contacto directo 77
RODRÍGUEZ, L.: Estampas tinerfeñas. Santa Cruz de Tenerife. Tenerife, 1940, p. 257. STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit, p. 460. 79 Ibídem, p. 202. 80 Ibídem, p. 392. 81 EDWARDES, C.: Excursiones y estudios en las Islas Canarias. Gran Canaria, Cabildo Insular de Tenerife, 1998, p. 40. 78
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del cesto o la lechera, una simple almohadilla elaborada con retales de tela o con las ramas de las plantas que encontraban a su paso. Asimismo, les llamaba la atención el hecho de que no se ayudaran de las manos para transportar la susodicha carga. “Nos llamaban la atención las mujeres con las que nos cruzábamos por la cantidad, tanto de peso como de volumen, que llevaban sobre sus cabezas”82. “Durante generaciones, las mujeres han llevado cántaros y cestos que muchos ingleses considerarían cargas abrumadoras, y no es posible dejar de admirar sus espléndidas figuras y su esbelta presencia porque, ni andando ni paradas, sostienen cargas con las manos”83. “Las mujeres de los pueblos suelen llevar sobre la cabeza no solamente las “ánforas”, sino también cestas y otros objetos diversos…”84. “Las mujeres caminaban muy rectas, sin duda debido a la costumbre de transportar pequeños barriles de agua sobre sus cabezas cuando van a las fuentes”85. (Aludiendo a Icod) “En esta región bastante poblada, encontramos a varias campesinas que bajaban a la ciudad con el admirable equilibrio de sus bien formados cuerpos, portando cestos de huevos sobre sus cabezas”86. “Para evitar que la cesta de carga se apoyara directamente sobre ellas se ponían una almohadilla redonda de helechos o un turbante de trapo”87. La mencionada almohadilla, popularmente denominada “rodilla”, utilizada hasta fechas relativamente recientes, se empleaba para amortiguar el peso y no lastimarse la cabeza. En ocasiones, cuando éstas se disponían a vender, iban acompañadas por sus esposos, y no siempre ellos les ayudaban a transportar la carga. Si bien era una costumbre bastante generalizada, también los animales eran usados indistintamente por hombres y mujeres como medio de transporte. Montaban sobre la albarda en burros, mulos, caballos o dromedarios, incluso compartiendo espacio con la carga88. No 82
STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus Cit , p. 48. DU CANE, F. y DU CANE, E.: Las islas canarias. Opus Cit. p. 134. 84 VERNEAU, R.: Cinco años de estancia... Opus Cit. p. 162. 85 STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 207. 86 EDWARDES, C. Excursiones y estudios… Opus Cit. p. 128. 87 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos… Opus Cit. p. 196. 88 SCHACHT, H.: Madeira und Tenerife mit ihrer vegetation. Opus cit. pp. 159-160. Hermann Schacht escribió: “En esta silla de montar, con bordes altos que sirven de apoyo, cabalgan tanto el hombre como la mujer sin estribos; a menudo lo hacen ambos a la vez, en cuyo caso la mujer va sentada algo más elevada en la albarda y el hombre algo más bajo sobre el trasero del mulo, mientras que a los lados de la albarda cuelgan cestos con frutas y otros objetos. Con frecuencia también, la mujer va coronando el centro de los bultos y, alegre y despreocupada, cabalga al trote o al galope”. Cfr. por Sarmiento Pérez. 83
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obstante, lo que a los viajeros les resultaba sorprendente era la diferenciación sexual que existía cuando, hombres y mujeres, se disponían a desplazarse juntos, por pueblos y ciudades, y contaban con algún animal para hacerlo. Las mujeres hacían el camino a pie, con la carga sobre su cabeza, mientras los hombres disfrutaban del viaje sentados sobre el lomo del mulo. “Que la mujer trabaje en el campo no sólo se considera natural, sino que su marido, hermano e incluso hijo, se comporte como una especie de pequeño tirano que se dedica a pavonearse por el patio como un gallo en una montaña de estiércol y en el 99% de los casos, si va de camino a la ciudad con su esposa y su burro, él monta en el burro, mientras que la esposa va caminando y lleva la carga encima de la cabeza, soportando a veces un gran peso. El hombre solo lleva la carga si está sólo, pero nunca lo hará si va con él una mujer”89. “Existía una marcada diferencia entre ellas y sus maridos cuando se desplazaban de un pueblo a otro. Cuando el campesino iba acompañado por su mujer y el mulo, en el 99% de los casos él iba montado sobre la yegua y ella llevaba la carga sobre su cabeza caminando”90. Muchas veces el peso de los productos que transportaban las mujeres se veía además incrementado, por si fuera poco, con la carga adicional de los hijos pequeños. Al igual que ocurría en la mayoría de sociedades, éstas eran las encargadas de cuidar a los menores. Cuando los niños no podían desplazarse por sí mismos, porque aún no caminaban o cuando el trayecto era dificultoso de realizar por niños que comenzaban a sostenerse sobre sus pies, las madres los enganchaban a las caderas y así, bajo estas condiciones, procedían a desarrollar su actividad laboral. Hecho que sorprendió a los europeos, que con asombro las observaban a su paso. Al respecto Olivia Stone comentaba: “Notamos que las mujeres llevaban a sus hijos enganchados a sus caderas, con una pierna por delante y otra por detrás, al parecer una costumbre del Este. Algunas de ellas, además de llevar al niño, portaban pesadas jarras de agua bajo su otro brazo o bien llevaban barriles sobre sus cabezas”91. La necesidad de subsistencia impedía a las madres quedarse en los hogares pendientes del cuidado y la educación de sus hijos, motivo por el cual se veían obligadas a llevarlos consigo en todo momento, incluso cuando tenían que caminar largas distancias para vender su mercancía y ganarse unas monedas, o mediante la práctica del trueque. Las mujeres no sólo vendían sus productos a cambio de dinero sino también los intercambiaban por otros productos alimenticios con los que sobrevivir. Como señala Brown en muchos lugares de Canarias, sobre todo en aquellos más rurales, 89
BROWN, A.: Breve historia de las islas… Opus Cit. p.75. GONZÁLEZ LEMUS, N.: El campesinado isleño visto por los viajeros ingleses del siglo XIX. El Pajar, 3, 1998b. p. 38. 91 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses en las islas Canarias durante el siglo XIX. Tenerife, Caja General de Ahorros de Canarias, 1988, p. 181. 90
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seguía pagándose en especies. Al desplazamiento a pie y al enorme peso que sustentaban estas mujeres, se unía el inconveniente de realizar el trayecto descalzas, independientemente de cuál fuera el estado del camino que, por lo general, solía ser bastante pedregoso y cubierto de matorrales, no apto ni siquiera para animales. “Mientras estamos sentados, la gente pasa junto a nosotros en grupos de dos y tres, dirigiendo sus pasos camino abajo hacia el puerto. Las mujeres van, en la mayoría de los casos, con los pies descalzos”92. “La mayoría de las mujeres del pueblo van descalzas con las piernas al aire, y con la cabeza cubierta con una mantilla, como si no quisieran mirar a los hombres…”93. “De pronto aparecieron dos muchachas andando con ondulante y firme paso, sus desnudos pies parecían pisar el áspero suelo con mayor soltura que los mal herrados cascos de nuestras monturas, porque no se cuidaban de pisar con tiento, atentas sólo a llegar cuando antes a su destino y soltar las cargas de sus cabezas”94. Las grandes carencias económicas impedían a la población contar con zapatos, por tal motivo, cuando se hacían con un par, lo cuidaban celosamente. Tanta era la consideración que tenían con el calzado que la mayor parte del tiempo las mujeres realizaban los trayectos con los pies descalzos, para no estropear los zapatos, portándolos guardados, y poniéndoselos únicamente una vez llegaban a su destino. Para algunos viajeros, los isleños estaban tan acostumbrados a caminar descalzos que, cuando se ponían los zapatos, les molestaban al andar, razón por la que preferían seguir con sus pies desnudos. Sin embargo, la realidad es que los campesinos eran tan pobres que, cuando disponían de algunos, buscaban los medios precisos para no desgastarles las suelas. “Acostumbrados a caminar sin zapatos, toda esta gente no teme ni a las plantas espinosas ni a las rocas cortantes. Se les ve correr con los pies desnudos en medio de corrientes de lava que en pocas horas destrozarían los zapatos más sólidos. En las ciudades nunca se muestran sin zapatos, pero para que no les molesten en el camino los llevan, los hombres, en la punta de un palo y, las mujeres, encima de la cabeza. Todos los días se ve a la entrada de Las Palmas gente arrodillada para ponérselos o quitárselos, cosa que se observa, por otra parte, en todas las islas…“95.
92
STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit, p. 273. SAUTIER, A.: Llegada a Tenerife y primeras impresiones. En Pico y Corbella (dir), Viajeros franceses en las islas canarias. Repertorio bio-bibliográfico y selección de textos. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna, 2000, p. 46. 94 DU CANE, F. y DU CANE, E.: Las islas canarias… Opus Cit, p. 134. 95 VERNEAU, R.: Cinco años de estancia… Opus Cit. p. 193. 93
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“Por lo general, cuando van por el campo no llevan el calzado en los pies, poniéndoselo únicamente al entrar y transitar por los poblados”96. “La carretera de La Laguna a Santa Cruz es muy tortuosa; por la mañana uno ve como la gente lleva sus productos al mercado –leche, huevos, queso, etc., bien en los burros o en sus propias cabezas. Con frecuencia se ve a las mujeres caminando descalzas hasta que llegan a la ciudad: a veces llevan las botas encima de las cestas, o en la cabeza, en lugar de en sus pies”97. “Cuanto más lo veo, más me maravillo de la manera en que las mujeres lo llevan todo sobre la cabeza, sea cual sea su peso o forma. Una mujer pasó ahora mismo con un par de botas colgando de la cabeza por los cordones”98. “Su pobreza llegaba hasta tal extremo que tanto campesinas como campesinos durante sus trayectos con sus cargas iban descalzos para evitar que las suelas de los zapatos se desgastaran. Por eso, los viajeros señalan que lo más normal es que fueran descalzos... las mujeres (solían llevar el calzado) en las manos o dentro del cesto que llevaban en la cabeza. Una vez alcanzaban el pueblo a donde se dirigían se los ponían”99. La miseria y carencias impedía cubrir las necesidades más perentorias, y los zapatos constituían un “artículo de lujo” para los sectores populares. Así andar descalzas fue una constante en las areas rurales isleñas hasta avanzado siglo XX. Hacia la mitad del siglo todavía muchas niñas y niños transitaban descalzos por caminos y huertas, se ponían los zapatos en la puerta de la escuela o de la iglesia, o bien cuando acudían a las fiestas del pueblo. Algunos conocieron los zapatos de mayores, mientras fueron niños, con suerte, disfrutaron de unas alpargatas.
2. 3. LAS INDUSTRIAS Y ARTESANÍAS Aparte de las ocupaciones domésticas y el desempeño de diversas tareas en el agro, era habitual que las mujeres rurales contribuyeran a paliar la delicada economía familiar realizando todo tipo de trabajos artesanales en sus propios hogares, sea el caso de fabricar cerámica, coser, bobinar, hilar... El trabajo a domicilio ocupó a un número creciente de mujeres, sobre todo en épocas en las que el trabajo agrícola no era tan intenso. La rueca y el huso eran utensilios considerados femeninos, y la industria textil ocupaba a un buen número de isleñas, que trabajaban en sus casas como hilanderas, realizando la labor a domicilio con tornos de madera, compatibilizando con las labores domésticas y/o agropecuarias. Preferentemente, las esposas y las hijas de los 96
REYES, A.: Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro. Destino. Barcelona, 1968. p. 88. BARKER, C.: Dos años en las Islas Canarias. Relato de un viaje por las Islas Canarias en coche, a pie y en bestia, con el objetivo de divulgar las escrituras de la lengua española. Tenerife, Ayuntamiento de la Villa de la Orotava, 2000, p. 83. 98 STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 273. 99 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos… Opus Cit. p. 198. 97
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agricultores fueron claves en el desarrollo de esta industria popular, proporcionándoles así unos ingresos que permitían subsistir a las familia y ,si bien eran actividades femeninas, en ocasiones, los hombres también hilaban. “Tanto hombres como mujeres manejan la rueca para trabajar el lino y la lana” 100. Muchos oficios relacionados con las manufacturas eran precisamente desempeñados por mujeres, porque requerían poco esfuerzo físico y contaban con una tradición muy antigua. Es preciso matizar que el trabajo a domicilio no sólo quiere decir “en casa”, equivale también a destajo, sin horario, aisladamente, con la imperiosa necesidad de aceptar cualquier pago, decidido arbitrariamente por el comprador, y que resultaba ínfimo una vez deducidas las ganancias de los intermediarios. Sin embargo, la mayoría de las ocasiones, una vez terminaban la producción, ellas mismas, o ayudadas por alguna que otra mujer de la familia, se disponían a venderla para obtener ciertos ingresos u especies. (El pueblo de Candelaria) “Habitado por algunos pescadores, cuyas mujeres se dedicaban a fabricar cerámica, comprende un pequeño número de casas mal construidas al borde del mar”101. “En Candelaria las mujeres hacen una vasija grosera, con una arcilla ferruginosa que les suministra el propio terreno. Estas obreras no trabajan en un taller común; cada una lo hace en su casa. Como instrumento sólo tienen una simple tabla de madera, sobre la cual se amasa esta arcilla, tomando una forma poco elegante. Es el arte en su infancia…”102. (En San Juan de la Rambla) “Una de las chicas de la casa estaba hilando. Bajo su brazo izquierdo sostenía la rueca –un trozo de caña de unos tres pies de largo con el extremo rajado a lo largo de unas diez pulgadas formando cuatro o cinco tiras donde va colocado el lino virgen- y, con la mano derecha, sostenía, entre el pulgar y el índice, la punta del huso…”103. (En la Gomera) “Las mujeres, aparte de los cuidados del hogar, cosen la lana o la seda, hacen punto e incluso tejen telas104. De vez en cuando se ve a una mujer con la rueca de tejer en la puerta de la casa”105. “En La Palma donde se cultiva, hila y teje seda, veinte mujeres trabajan en la elaboración de materiales para zapatos y chalecos, ciento cincuenta trabajan cinta de seda y de seda para coser”106. 100
SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los textos alemanes. Opus cit, pp. 332-333. Marcos Sarmiento recoge el testimonio de Hermann Schacht. 101 VERNEAU, R.: Cinco años de estancia… Opus Cit. p. 227. 102 LEDRU, A.: Viaje a la isla de Tenerife, 1796. JADL. Tenerife, 1982. p. 96. 103 STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus Cit. p. 468. 104 VERNEAU, R.: Cinco años de estancia… Opus Cit. p. 238. 105 SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los Textos Alemanes. Opus cit. p. 534.
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“Hay pocos hombres artesanos en Lanzarote y Fuerteventura; pues sus vestidos están casi todos hechos por las mujeres”107. “La alfarería era muy simple y primitiva… Sentada sobre el suelo con las piernas cruzadas, en el centro de la cueva, había una anciana… la mujer estaba acabando un cántaro… Cuando las piezas están listas para vender, las mujeres llevan sobre sus cabezas grandes cestas llenas de cántaros, braseros y vasijas para tostar gofio y café, hasta Las Palmas, a unas cinco millas de distancia”108. Por otra parte, también Hermann Schacht refiere a la gente y las casas-cuevas de la Atalaya, en su visita por Gran Canaria, “Aquella tarde nublada estaba toda la gente del poblado delante de las puertas; las mujeres bobinaban seda; los niños correteaban alegres de un lado para otro; todo el mundo parecía estar satisfecho con su sencilla y modesta vivienda”109 Con la llegada del turismo, algunos personas observaron que los productos artesanales podían ser un buen negocio, motivo por el que decidieron invertir y promocionar su comercialización. De esta forma, comenzaron a proliferar talleres, que tenían por objeto la realización de calados y bordados. Dichos talleres se convirtieron en un destino laboral para muchas mujeres de clase humilde que, sin muchas más opciones, soportaron las agotadoras jornadas de trabajo a las que se les sometía a cambio de un sueldo con el que subsistir. En el exterior, dichas producciones comenzaron teniendo buena aceptación, en cuanto se vendían como artesanías exóticas realizadas por las nativas. “Desde el mismo momento que empezaron a llegar los turistas, los británicos se interesaron por los bordados. Comenzó así un negocio impulsado por ellos. Importaban el linen desde Inglaterra y Alemania para sus talleres y después de un año lo exportaban trabajado. Había una constante demanda en Europa de todo lo que se importaba de los países exóticos. Por tal razón, los comerciantes londinenses cuidaban para vender bien los calados, ofertarlos como “obras hechas a manos por los salvajes de Canarias”. Los buenos beneficios que estaba proporcionando hacen que muchas mujeres de las zonas rurales se dediquen a ello”110. “El comienzo del turismo ocupó a gran número de mujeres de las familias más necesitadas en calados y bordados. Junto a los domésticos, el 106
Ibídem, p. 232. Sarmiento refiere el dato aportado por Julius Friherr Von Minutoli. GLAS, G.: Descripción de las islas canarias, 1764. Tenerife, Instituto de Estudios Canarios, 1982. p. 38. 108 STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus Cit. p. 179. 109 SCHACHT, H.: Madeira und Tenerife mit ihrer Vegetation. Berlín, G.W.F. Müller, 1859, p. 173. 110 GONZÁLEZ, N.: Comunidad Británica y… Opus Cit. p. 89. 107
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trabajo del calado fue de las labores que mayor número de mujeres ocupó fuera de sus casas… Trabajaban en los talleres… Estaban sometidas a unos trabajos excesivos con largas jornadas laborales” 111. Además, algunas mujeres tras terminar el trabajo cotidiano y cumplir con sus obligaciones domésticas, restando espacio al ocio y descanso, se dedicaban a bordar o calar en sus propias casas, manufacturas que luego eran vendidas a módico precio, pero suponían un aporte para la depauperada economía familiar. Puesto que las mujeres permanecían recluidas en sus casas buena parte del día, a excepción de las salidas a realizar sus quehaceres laborales o a misa, cuando terminaban con sus obligaciones se entretenían dedicándose de lleno a otras tareas, consideradas propias del sexo femenino y que tenían que ver con su destreza manual. En general, estas actividades las realizaban todas, independientemente del estrato social al que pertenecieran, siendo las mujeres mayores de la familia las encargadas de enseñar a las niñas todo tipo de labores de aguja. Estas aplicaciones constituían para las mujeres más refinadas un entretenimiento, aunque algunos las consideraban labores que todas debían aprender si, posteriormente, querían ser buenas madres de familia y amas de casa. Sin embargo, para aquellas mujeres de clase humilde, el aprendizaje de las labores manuales tenía una finalidad mucho más funcional, esto es, contribuir a paliar la estrecha economía familiar por medio de la costura, el bordado, el calado, etc. (Refiriéndose a jóvenes acomodadas) “Educadas estas niñas en la abundancia y bajo un clima tan poco a propósito para la actividad como éste, parece extraño hallarlas enteradas de todas las labores y trabajos de su sexo; y parecerá a usted mas extraño aún, al saber que son muy raras las familias en la isla que, estando bien acomodadas, den a sus hijas esa educación que nosotros los peninsulares creemos tan necesaria para que lleguen a ser buenas madres de familia. Este mérito, debido en gran parte a su madre, señora de bellísimas prendas, contribuye a hacerlas más apreciables: casi todos sus trajes son cortados por ellas; los sombreros, adornos, las mil pequeñeces que usa la mujer en la buena sociedad, todo sale de sus manos, y lo que no es completamente original es cuando menos modificado por ellas”112. “Las mujeres de todas las clases sociales cosen mucho, se pasan el tiempo, de hecho, con todo tipo de labores de aguja, sobre todo, bordado y ganchillo. Incluso las sábanas se decoran a veces con preciosas labores de ganchillo, y muchos de los dibujos son exquisitos”113. (Haciendo referencia a Los Realejos y La Orotava) “Estos dos pueblos son grandes centros de producción de bordados y calados. A través de las
111
Ibídem, p. 198. RUIZ, R.: Estancia en Tenerife… Opus Cit. p. 55. 113 STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 79. 112
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puertas de entrada a las casas, se ven mujeres y muchachas jóvenes inclinadas sobre unos bastidores en los que se tensan sus labores”114. También las isleñas realizaban manufacturas de barro, elaborando distintos objetos de alfarería que formaban parte del ajuar doméstico. De gran utilidad en los hogares campesinos resultaron los tostadores para el grano, bernegales o tallas para conservar el agua fresca. “En La Atalaya (Las Palmas) cada cueva contiene los primitivos utensilios para la manufactura de la alfarería isleña. Hombres, mujeres y niños, ligeramente vestidos, se agachan bajo el sol que calienta las entradas a sus moradas y manipulan el barro con rapidez y destreza”115. En suma, casi todas las mujeres, un porcentaje difícilmente cuantificable, estaban dedicadas a la elaboración de manufacturas. En algunos casos, para las jóvenes el matrimonio significará el abandono de la tarea productiva, pero no lo fue para la generalidad, más bien al contraer matrimonio asumían más cargas laborales, en la mayoría de las ocasiones no permanecieron inactivas. Incluso en los conventos, casas de misericordia, hospitales y cárceles desarrollaban duras jornadas de trabajo que eran nulas o escasamente remuneradas. Así, con exceso de trabajo y abundantes restricciones, transcurría la vida cotidiana de las isleñas de clases populares desde que contaban con corta edad.
2.4 . LAS EMPLEADAS DOMÉSTICAS El sector terciario empleó un importante número de isleñas, en las actividades de comercio y, sobre todo, en el servicio doméstico. Las dependientas de comercio eran habitualmente mujeres solteras o viudas que soportaban largas jornadas de trabajo, estando controladas por los dependientes o encargados masculinos, que además recibían una remuneración muy superior a ellas. La progresión más cuantitativa se dio en el servicio doméstico, desde el siglo XIX será una actividad importante y a inicios del siglo XX representaban un contingente similar al número de campesinas. Además de las labores agropecuarias, de la venta ambulante y artesanías, a las que se ha hecho referencia hasta ahora, éstas se dedicaban, como se extrae de los relatos de los cronistas, a otro tipo de trabajos fuera del hogar, entre los que destacaba el servicio doméstico. Esta actividad ocupaba a un importante número de mujeres, si bien existía una jerarquía de funciones muy marcada que dependía de la especialización, los años y el trato directo con los “señores”. El servicio doméstico era una válvula de escape para las mujeres necesitadas, tanto para las campesinas que llegaban a las ciudades como para aquellas que no encontraban otro empleo. Mujeres de diversas edades prestaban sus servicios, algunas 114 115
DU CANE, F. y DU CANE, E.: Las islas canarias… Opus Cit. p. 40. EDWARDES, C.: Excursiones y Visitas... opus cit, p. 323.
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ingresaban desde niñas y otras lo hacían en la edad adulta, sobre todo cuando enviudaban o sus maridos emigraban y necesitaban recursos. Las condiciones laborales eran pésimas, casi miserables, hecho que contrastaba con las exigencias. No siempre a las “criadas” se les abonaba salario, a veces solo el alojamiento y la manutención; una práctica de trabajar “por la comida” que, en las áreas rurales, llegó a nuestros días. Las criadas se limitaban a recibir ropa usada, comida y cama como pago por sus servicios, habitualmente sólo recibían un raquítico salario las sirvientas especializadas de las clases medias y altas. La mayoría de las veces, las mujeres se empleaban como sirvientas de las clases más pudientes o de aquellos personajes del pueblo que se erigían en figuras importantes. Así, se colocaban en casa del alcalde, del sacerdote, incluso, en las residencias de aquellos extranjeros que fijaban su domicilio en Canarias. En ocasiones estas sirvientas eran las encargadas de realizar todos los quehaceres del hogar de sus patrones, por lo que sus jornadas de trabajo eran interminables, obteniendo a cambio un salario mísero, a veces compensado con estancia y alimentación. Otras, sin embargo, sólo eran contratadas para realizar alguna actividad específica: lavar la ropa, planchar, transportar agua… motivo por el cual el sueldo recibido era mucho menor que el del resto de las empleadas domésticas. “Después de la agricultura, las mujeres campesinas y de las clases humildes trabajaban normalmente fuera de sus casas. Los salarios eran míseros y las condiciones en sus tareas eran muy duras… Uno de ellos era el servicio doméstico desempeñado en las casas de las familias de noble y alta burguesía. La ocupación comprendía una amplia gama de trabajos. Estaban las criadas que, percibían un salario y no tenían preparación alguna. Al igual que las sirvientas empleadas en las casas de los residentes extranjeros, no sabían leer ni escribir, es decir, eran analfabetas absolutas. Sin embargo, el sistema de retribución era inferior y tenía sus singularidades… Esas mujeres dormían en las casas donde trabajaban. Lo que suponía una ventaja y disfrutar de ciertos privilegios... Gran número de mujeres de las clases más bajas lavaban la ropa de las clases acomodadas en las atarjeas o acequias… Los salarios solían ser muy bajos; inferiores a los de las empleadas del hogar… Un buen número de mujeres y niños se dedicaban a transportar agua desde las fuentes públicas a la mayoría de las casas particulares”116. Las criadas nativas desempeñaron, durante mucho tiempo, las actividades del servicio doméstico en las casas de los residentes extranjeros afincados en el Valle de La Orotava. Procedían de los estratos más bajos de la sociedad, eran ignorantes y analfabetas absolutas, hasta el extremo que, algunas de ellas, no sabían la edad, o calculaban aproximadamente la que tenían, y desconocían sus propios apellidos. Personas laboriosas, pero sus salarios eran realmente bastante bajos117.
116 117
GONZÁLEZ LEMUS, N.: Viajeros victorianos… Opus Cit. p. 194-195. GONZÁLEZ LEMUS, N.: Las Islas de la ilusión… Opus Cit. pp. 429-430.
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“Tras mucho insistir, logramos que la sirvienta del alcalde posara (para hacerle una fotografía) con un barril de agua en la cabeza”118. “El ama de llaves del sacerdote nos dio la bienvenida y poco después llegó el sacerdote joven”119. Independientemente de las tareas realizadas por unas y otras, todas ellas tenían en común que procedían de las capas populares isleñas, no tenían preparación alguna y desconocían la cultura letrada. Ni siquiera sabían leer ni escribir, y mucho menos las costumbres y el modus vivendi de los extranjeros, lo que originaba, en más de una ocasión, cierta intranquilidad para aquellos que se habían instalado en las islas con el objetivo último de tener una vida lo más confortable posible, similar a la que acostumbraban a llevar en su países de origen. “Sin embargo, el gran problema que tuvieron que afrontar los británicos cuando pretendían establecerse en las islas fue el del servicio doméstico. No ya por las condiciones de trabajo y salarios de los empleados del hogar, sino por la ausencia de cualificación y la evidente insuficiencia de normas reguladoras. Había un gran número de mujeres campesinas que trabajaban de sirvientas, pero al ser de las capas más bajas de la sociedad tenían una formación muy pésima… Los nuevos residentes que pretendían pasar una larga temporada, miembros de la burguesía británica, de elevadas rentas en su inmensa mayoría, estaban acostumbrados en su país de origen a un servicio doméstico de los más esmerado y bastante cualificado. Por tal razón, la ausencia de un servicio doméstico cualificado en las islas era objeto constante de preocupación, pues dependían de un buen servicio doméstico para poder llevar una vida de relax y llena de comodidades”120. Dicha intranquilidad pronto derivó en le traslado de sirvientas foráneas a Canarias. Los extranjeros querían contar con empleadas instruidas y conocedoras de sus hábitos y costumbres; sirvientas perfectas para tener una estancia lo más placentera posible. No obstante, ello no supuso que éstos dejaran de contratar a criadas isleñas. Al contrario, siguieron empleando a sirvientas nativas, pero con el fin de adjudicarles los trabajos más duros, aquellos que no estaban dispuestas a desempeñar sus paisanas extranjeras. Este hecho propició una gran desigualdad dentro del servicio doméstico, dando lugar a una estructura jerárquica en la que las foráneas ocupaban una posición privilegiada respecto a las sirvientas locales, que debían cumplir las órdenes de sus “superiores”. Valiéndose de su poder, las criadas no nativas se aprovechaban de las isleñas, imponiéndoles la realización de aquellas actividades más sacrificadas.
118
STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 205. Ibídem. 120 GONZÁLEZ LEMUS, N.: Comunidad británica y sociedad en Canarias. La cultura inglesa y su impacto sociocultural en la sociedad isleña. Tenerife, Edén, 1997. p. 154-156. 119
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“El hecho de que el servicio estuviera desempeñado por paisanas no significa que no hubiera también canarias. Prácticamente todas las viviendas contaban con servicio desempeñado por mujeres de las islas. Pero, donde coexistían británicas y naturales en la medida en que todas las sirvientas foráneas tenían instrucción y ocupaban una posición ventajosa, las empleadas domésticas locales, menos cualificadas, trabajaban a sus órdenes y en las peores condiciones labores”121. Pero no sólo los extranjeros tropezaron con la escasa preparación del servicio doméstico canario. También los peninsulares se quejaron de la dificultad existente para encontrar mujeres isleñas que conocieran labores culinarias más allá de los simples platos que estaban acostumbradas a preparar en sus casas y que, en muchos casos, se reducían a papas, coles, gofio, carne de cochino y pescado salado. “La primera dificultad con que tropezamos fue la falta de cocinera; encargamos este cuidado a la mujer del medianero, que en su vida había guisado otra cosa que coles y patatas, y que yo creo ignoraba existieran otros manjares en el mundo”122. Otro quehacer doméstico que correspondía exclusivamente a las mujeres de la casa y al que se refieren los viajeros es al lavado de la ropa, una tarea que se veían obligadas a desarrollar en aquellos lugares en los que corría el agua: barrancos, arroyos, fuentes, etc. porque, por en aquel entonces, no existía agua corriente en los domicilios, y las mujeres tenían que buscar los sitios idóneos para tal fin, con independencia de la distancia que existiera entre estos y su hogar. En dichos lugares, solía concentrarse un gran número de mujeres, convirtiéndose en puntos de encuentro para las vecinas del pueblo, quizá el único momento del día que tenían para conversar, al tiempo que realizaban su actividad. “Un arroyo corre por su lecho lleno de cantos rodados, en el que diariamente se puede ver a veintenas de mujeres de brazos morenos, con vestidos de vivos colores y que llevan en sus cabezas el pañuelo blanco o amarillo de alpaca o gasa que en las clases más bajas de estas islas ocupa el lugar de la mantilla nacional, reduciendo lino a pulpa en el proceso que ellas llaman, irónicamente, lavado”123. El colectivo femenino realizaba trabajos agropecuarios, extra-domésticos y artesanales para poder sobrevivir, además también le correspondían los quehaceres del hogar en tanto mujeres. Entre las múltiples labores domésticas que desarrollaban, los viajeros aluden, la mayoría de las veces, al hecho de hacer la comida y servirla a los demás, sin tener la menor oportunidad de compartir la mesa con los comensales. Al contrario, la costumbre obligaba a las mujeres a esperar a que todos los miembros varones de la familia e invitados, cuando los había, terminaran de comer para, 121
Ibídem.
122
RUIZ, R.: Estancia en Tenerife (1866-1867). Tenerife, Cabildo Insular de Tenerife, 1998. p. 57. 123 ELLIS, A.: Islas de África Occidental (Gran Canaria y Tenerife). Tenerife, JADL, 1993. p. 27.
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posteriormente, recoger la mesa. Sólo después, una vez se habían levantado todos, podían ellas proceder a comer. En este sentido, la subordinación de la mujer, incluso dentro del hogar, se hacía más que patente. “En la cena nadie se sentó a la mesa, sino el granjero y yo mismo; su mujer, según la costumbre aquí, nos atendió; y cuando terminamos de cenar, ella recogió la mesa y después se fue a cenar sola”124. “Poco después una mujer, vestida con la típica falda y chaqueta de algodón y con un pañuelo a la cabeza, llegó con dos cacerolas de metal. Contenían nuestro almuerzo… Las cacerolas contenían una excelente sopa de arroz y un puchero, el plato típico, al que tratamos como se merecía, mientras la mujer esperaba sentada a una yarda distancia, observando cada bocado que comíamos”125. Para ciertos cronistas, el agotamiento de las mujeres por el exceso de trabajo, dentro y fuera del hogar, era la causa de que ésta recibiera a los extranjeros en su domicilio con menor hospitalidad que sus maridos. Aparte de otras múltiples labores extra-domésticas que debía realizar, la mujer era la encargada de la casa y, por tanto, a la que le correspondía atender a todos los miembros de la familia, incluidos los visitantes que a ella se iban a alojar: darles de comer, prepararles la habitación… lo que suponía un incremento a sus interminables quehaceres. Para los hombres, en cambio, hospedar a extranjeros en sus casas sólo entrañaba una visita con la que compartir gratas conversaciones, motivo por el cuál su acogida solía ser mayor. “Los hombres son siempre más afectuosos en sus invitaciones que las mujeres, algo que podía tener dos explicaciones. Ellas son las que tienen que encargarse de atender a los viajeros recién llegados y debido, creo yo, a la falta de educación por parte de las mujeres, no aprecian las ventajas de poder conversar con personas de otros países y sólo piensan en los problemas. Los hombres, están acostumbrados a que se les sirva, que la molestia extra que supone para las mujeres el tener que atender y dar de comer a los viajeros es algo que ni siquiera se les pasa por la mente”126. En cambio los viajeros alemanes describieron la hospitalidad de los canarios, aunque sin diferenciar el comportamiento de las mujeres. “Si uno pasa en bestia por algún lugar, con toda seguridad le hablan de un lado y de otro y le piden que desmonte, descanse y que se sienta cómodo en la casa. Si se acepta la invitación, no sólo será huésped para comer, sino que será considerado como un amigo de la casa o como un miembro más de la familia,
124
GLAS, G.: Descripción de las islas… Opus cit. p. 39. STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus cit. p. 144. 126 Ibídem, p. 414. 125
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que puede entrar, salir y quedarse a su gusto sin más formalidades ni más explicaciones”127. Así mismo Carl Bolle, relatando su viaje a La Gomera, cuenta como se adentró en el monte, observando que algunos lugareños vivían en chozas, eran familias de leñadores y carboneros, y se trataba de gente amable e inofensiva: “El color de su piel es oscuro y tostado, sus costumbres son rudas, pero, pese a ello y a su pobreza, el viajero podría echarse a dormir entre ellos sin miedo y desarmado”128. “El régimen de vida era miserable, vivían en la absoluta pobreza oprimidos por un régimen feudal. El bosque les suministraba frutas y vegetales de los que alimentarse, las mujeres elaboraban gofio y pan de raíces de helechos, siguiendo con la ancestral costumbre aborigen”129. En suma, como se desprende de las narraciones de los viajeros y viajeras, la vida de las mujeres campesinas en Canarias durante los siglos XVIII, XIX y XX se circunscribía al trabajo intensivo, tanto doméstico como al artesanal y extra-doméstico; igual les sucedía a las mujeres de clases populares en las zonas urbanas. Esa situación no varió sustancialmente hasta bien avanzado el siglo XX, la vida cotidiana surcó con dureza a las isleñas, que con el esfuerzo diario fueron capaces de sortear todo tipo de dificultades, sobrecargadas de actividades. En cambio en las clases acomodadas el destino fue bien distinto, porque no podían ejercer ningún oficio si no querían verse mal consideradas y que, en consecuencia, la afrenta cayera sobre la familia. Así con una vida lujosa y vacía, se entretenía dando paseos, asistiendo a funciones teatrales y artísticas, a ceremonias religiosas, tertulias, etc. Las mujeres de clase media, según su nivel económico, puertas a dentro podían realizar diversas actividades domésticas, pero de puertas afuera debían abstenerse de toda ocupación, incluso de las compras y los recados, tareas propias de los sirvientes. De esta forma un signo de distinción era poseer servicio doméstico, que contribuía a mantener la imagen social. El arquetipo social decantaba rasgos y comportamientos de los personajes femeninos moldeados según el patrón tradicional, aferradas a la etiqueta e informadas de un mimetismo propio de las clases superiores. Así las mujeres vivían coaccionadas por los convencionalismos sociales, obligadas a guardar las apariencias para mantener la imagen y el decoro familiar, aún cuando las estrecheces económicas las asfixiaran, pues en todo momento tenían que diferenciarse de las clases inferiores.
127
MINUTOLI, J.F.: De Canarischeu Inseln ihre Vergangenheit und Zukunft. Opus cit, p. 227. Cfr. por Sarmiento Pérez. 128 SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los Textos Alemanes. Opus Cit. p. 532. 129 Ibídem, p. 533
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III. LA VESTIMENTA Y RASGOS FÍSICOS
La forma de vestirse y los rasgos físicos de la población femenina de Canarias captó la atención de los europeos. Las diferencias en el vestuario de las mujeres de los distintos estratos sociales no pasó inadvertida para los viajeros, detallando las peculiaridades de la moda.
3.1. LA ROPA Y EL CALZADO La ropa y el calzado eran un signo de distinción, sobre todo de las clases populares para con aquellos que pertenecían a las clases acomodadas de la sociedad. La carestía económica y sus consecuencias que sufría buena parte de la población canaria también se dejaba entrever en la falta de calzado y el tipo de vestimenta. Con sólo analizar la indumentaria, los viajeros reconocían fácilmente a qué estamento social pertenecía la persona, esto es, si se trataba de campesinos o de personas de alto rango. Observaron los contrastes en la vestimenta entre las zonas rurales y las zonas urbanas. Diferencias derivadas tanto del origen como de los estratos sociales y de las ocupaciones, que en definitiva proyectaban bienestar o el caso contrario. Así refieren la indumentaria de las mujeres de los sectores acomodados: “...aún más encantador que el paseo son las paseantes que vienen a lucirse aquí cada tarde; costumbre, por no decir pasión, que se encuentra en todos los rincones de España. ¡Qué prestancia, qué cimbreantes talles, qué espléndidas cabelleras criollas! Bajo este bendito cielo se pasean escotadas, con los brazos desnudos como en traje de baile. En su coqueta manera de llevar la mantilla sobre la peineta de carey y, sobre todo, en el complicado arte del manejo del abanico, hay todo un arsenal de seducciones capaces de fundir las nieves del Pico del Teide de Tenerife”130. Los viajeros alemanes detallan la elegancia de las isleñas acomodadas. Hermann Schach describe el Casino de Santa Cruz de Tenerife como lugar de diversión, los bailes usuales y la vestimenta de las señoras de clase alta, ataviadas con traje de seda negro131. Al respecto Carl Bolle refería que la moda francesa no era de uso generalizado entre las mujeres, en cambio si lo era entre los hombres. Los viajeros advirtieron diferencias de vestimenta entre la población insular, pues la ropa, igual que el calzado, delataba la extracción social. Observaron que las islas poseían traje típico, indumentaria usada por los sectores populares, hecho que los 130 131
LECLERCQ, J.: Viaje a las Islas Afortunadas. Opus cit. p. 56-57. SCHACHT, H.: Madeira und Tenerife mit ihrer Vegetation. Opus cit, p. 157
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distinguía del resto de la gente. En el caso de las mujeres rurales, las faldas de colores, los justillos, los pañuelos, los delantales y los sombreros delataban su condición de pueblerinas. “Los hombres lugareños o campesinos se abrigan con la manta, especie de capa de lana que cubre todo el cuerpo… Las mujeres de la misma clase social se cubren con pequeños sombreros sobrepuestos a la mantilla de lana… El justillo enhebrado por delante y las gruesas faldas multicolores distinguen a las campesinas. Blusas de mangas cortas, de Indiana o de Guinea, mantilla de muselina blanca, sombrero redondo de hoja de palma… piernas desnudas, nunca provocativas, fina cintura, andares resueltos, tal es la estampa de las vendedoras del puerto”132. “Los campesinos están tan mal vestidos: los menos miserables visten a la moda española. Las personas de un rango más alto, están muy engalanadas… Las mujeres salen cubiertas de un velo. Las del pueblo llevan una simple tela negra; las de rango más elevado la tienen de seda”133. (En relación con la vestimenta de las santacruceras) “Las mujeres ricas se visten a la francesa. Las otras cubren sus espaldas con una pieza de tela de lana gruesa que forma una especie de mantilla muy incómoda bajo un cielo muy cálido; un sombrero de fieltro, de anchas alas, las protege de los rayos solares”134. (Las mujeres de las capas populares) “llevaban un sombrero ancho, un traje ligero, un pañuelo cruzado encima de los hombros…”135. “Las mujeres iban todas cubiertas con unos pañuelos atados a la cabeza, cuyas puntas caían sobre sus hombros para así protegerlas del calor”136. (A las afueras de Santa Cruz) “nos cruzamos con un grupo de mujeres de fuerte constitución que ascendían por las laderas llevando serenamente sobre sus cabezas, huevos, carnes, verduras y frutas. En su característica andar, entre risas y bromas, sus finos y blancos dientes relucen bajo su piel morena”137.
132
BERTHELOT, S.: Primera estancia en… Opus cit. p. 35. HERRERA, A.: Las islas canarias. Escala científica en el Atlántico.Viajeros y naturalistas en el siglo XVIII. Madrid, Rueda, 1987. p. 93. 134 Ibídem. p. 108. 135 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos…Opus cit. p. 178. 136 BRASSEY, A.: The Voyague in the Sunbeam, our Home on the Ocean for Eleven Months. Opus cit. p. 25. 137 Cfr. por GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses... opus cit, p. 94. 133
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En realidad, la vestimenta de las campesinas canarias era similar, con alguna que otra excepción entre islas, como puede ser la distinta colocación del pañuelo en hombros, cabeza o cuello, o la forma más o menos redonda del sombrero138. “El traje de las tinerfeñas se compone de falda y justillo, por lo regular hechas ambas de una misma tela, que suele ser de saraza; llevan unos pequeños pañuelos rodeándoles el cuello. Constituye la característica principal del atuendo femenino, que la diferencia de las demás indígenas de otras islas y regiones, el uso de otro pañuelo atado a la cabeza y encima de él el sombrero, generalmente de palma, de forma completamente circular y ala curvada…“139. “El atuendo de las mujeres de La Palma es más singular que el de Tenerife, cuanto menos en lo que respecta a sus tocados. Algunas llevan sombreros de paja ridículamente pequeños, de unas pocas pulgadas de diámetro, que colocan, inclinados y hacia delante, sobre el pañuelo de seda que primeramente cubre su pelo. Otras, al igual que algunos hombres, usan la “montera”, un curioso artilugio. Se trata de un cilindro de tela azul oscuro, unido a un yelmo en ángulo recto. Una vez puesta la montera, los dos extremos abiertos cuelgan a ambos lados de la cabeza como para procurar ventilación. Ninguna de estas prendas resulta muy favorecedora, sin embargo es probable que estas severas mujeres se burlasen ante cualquier insinuación de que el propósito de su adorno sea el de despertar interés en criaturas tan insignificantes como los hombres”140 “Numerosos campesinos descienden de los altos y traen sus provisiones a Santa Cruz (de La Palma). Todos llevan, hombres y mujeres, la montera, tocado nacional particular a esta isla de forma original. Es una especie de cilindro de paño azul oscuro, ribeteado de rojo y abierto en los dos extremos, que termina con una visera de la misma tela. Otras campesinas endomingadas, sin duda, han sustituido la montera por un pequeño y coqueto sombrero de paja que llevan sobre la frente. Un ligero velo de muselina, que termina envuelto sobre los hombros, rodea su cara inteligente; los brazos solamente están cubiertos por las mangas de la blusa; un pequeño delantar blanco y un reborde vistoso que destacan en su vestido oscuro completan el conjunto”141. Olivia Stone, en su referencia a las mujeres de la isla de La Palma, a colación de una visita que realizó a un molino de gofio escribió: 138
SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los Textos alemanes. Opus cit, pp. 524525. Parafraseando a Carl Bolle, al referirse a la vestimenta de las tinerfeñas, manifiesta: “El vestido de la mujeres es poco llamativo, exceptuando el sombrero cilíndrico de hombre que llevan sobre la mantilla, que, además de cubrir la cabeza y la nuca, envuelve la cara como en un marco del que resaltan los ojos oscuros. Las clases populares suelen vestir de blanco o de amarillo claro”. 139 REYES, A.: Tenerife, La Palma… Opus cit. p. 88. 140 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios... opus cit, pp. 252-253. 141 COQUET, A.: Una excursión a las islas canarias. Tenerife, J.A.D.L. 1982. p. 59-60.
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“Un par de bonitas muchachas, luciendo la típica gorra azul y roja, que colocada sobre un lado de la cabeza, imparte un aspecto tan garbosos, están esperando a que termine de moler su maíz para llevárselo”142. Dentro de una misma isla, sea el caso de Tenerife, lo que diferenciaba a unas campesinas de otras era el color de sus vestidos, un colorido que se relacionaba con el municipio de pertenencia. Reyes, aludiendo a la descripción realizada por Diston sobre la vestimenta de las campesinas de esta isla, resalta algunos de los colores utilizados en función del término municipal en el que habitan: “Las mujeres de Chasna, con su mantilla de bayeta verde y su enagua de lana azul. Las mujeres de Candelaria se distinguen por su mantilla de bayeta roja, no sobre la cabeza, sino alrededor del cuello y sobre los hombros. Las mujeres de Tacoronte preferían… los colores rojos y amarillos para su indumentaria…”143. La representación de Carballo sobre el vestuario de las lugareñas laguneras ilustra la diferencia de éstas con respecto a otras campesinas tinerfeñas. En el caso de las mujeres rurales de La Laguna las faldas son a rayas y su colorido bastante variado: “El traje de las mujeres no carece de originalidad. Llevan una enagua de lana cuya tela es fabricada en el país; y cuyo color y dibujo consisten en anchas listas interpoladas de color negro y carmesí, o blanco y negro, o amarillo y blanco, pues tienen distintas combinaciones. Desde la mitad de la enagua hacia abajo, las listas se unen en sentido inverso con las de la otra mitad, es decir, se corresponden colores distintos. El talle está ajustado por un alto justillo y cubierto con un pañuelo pequeño, cuyas puntas vienen a terminar prendidas de la cintura; una mantilla de franela amarilla o blanca con delgados ribetes negros, bajo de copa y de ala redonda y tendida, completa el traje de la campesina que hace en verdad un efecto agradable a la vista”144. En su obra “Estampas Tinerfeñas” Leoncio Rodríguez deja entrever que en el pueblo la Vega, en Icod de los Vinos, lo distintivo era que todas las mujeres llevaran refajos rojos. Sin embargo, según él, esto no se debía a un símbolo estético femenino sino a una pura estrategia de los habitantes para avisar sobre la presencia de la guardia civil en la zona. “Tal es, por ejemplo, la costumbre de llevar refajos encarnados todas las mujeres. El motivo es bien sencillo. Denunciar la presencia de la guardia civil cuando alguna pareja se interna por estos lugares en busca de prófugos. La 142
STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus Cit. p. 372. REYES, A.: Tenerife, La Palma… Opus Cit. p. 85. 144 CARBALLO, B.: Las Afortunadas. Viaje descriptivo a las Islas Canarias. Tenerife, Centro de Cultura Popular Canaria, 1990, pp. 48-49. 143
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primera vecina que divisa los guardias se levanta las sayas y muestra la tela encarnada, que quiere decir en lacónicas palabras “¡Civiles a la vista!… Y, en el acto, como respondiendo a una rigurosa consigna, de risco en risco y de poblado en poblado van apareciendo las señales rojas de las enaguas, anunciando la presencia de los civiles. Y si algún prófugo hubiera por los contornos, al pregón de alarma se apresura a ponerse a buen recaudo, internándose en el cercano pinar. Tal es el rigor con que se lleva esta práctica, que aunque una vecina se halle en desavenencia con otra ninguna deja de levantarse las sayas”145. Así mismo destaca que en el pueblo de La Esperanza, las campesinas acostumbraban a llevar sayas rojas: “Atravesamos el caserío de La Esperanza… Prolíficas mujeres, de sayas rojas y recias pantorrillas curtidas por el sol, acallan los ladridos de los perros que pugnan por salir a nuestro encuentro…” 146. Los contrastes entre la población del norte y el sur insular captó la atención de los viajeros, así describen la pobreza sureña, tanto en su habitat y la vestimenta como en el modo de vida. Edwardes describió su paso por el pueblo de Chío, en el sur de Tenerife, “cuyos habitantes parecían tan atrasados como los de Santiago”, observando que “Las ancianas sentadas en cuclillas en los umbrales de las destartaladas casas, malamente techadas con tallos de maíz, tomaban rapé de unas pequeñas latas o fumaban puros en grupo, con sus morenos pechos a la intemperie, y burlándose las unas de las otras con fuertes y poco femeninas voces. Los hombres, en cambio, presentaban un agradable aspecto con sus chalecos rojos y sus trajes de los domingos”147. Igualmente, este viajero dio cuenta de sus apreciaciones en el pueblo de Santa Brígida (Gran Canaria) subrayando que “Los chiquillos desnudos se revolcaban ante la mirada de sus madres, y las ya crecidas muchachas, que abandonaban sus tareas para seguirnos, observarnos y reirse de nosotros, iban ataviadas con la menor cantidad de ropa posible. Incluso las matronas de la comunidad, gruesas mujeres morenas, lucían faldas que exhibían sus desnudas piernas, espectáculo que haría estremecer a nuestro Lord Chambelán”148. En cambio, bien distinta es la aportación que realiza Sabino Berthelot refiriéndose a Güimar. en el sur de Tenerife, relata la forma de vestir de las mujeres de clase alta, 145
RODRÍGUEZ, L.: Estampas tinerfeñas… Opus cit. p. 44. Ibídem, p. 18. 147 EDWARDES, C. Excursiones y Viajes, opus cit, p. 138. 148 Ibídem, p. 323. 146
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que se colocaban una mantilla blanca sobre el sombrero para cubrirse la cara y no ser reconocidas, y poder asistir a las fiestas populares: “Las tapadas, cubiertas con sus blancas mantillas, daban vueltas por la plaza a fin de intrigar a los galanes”149. Ellas escondían los prejuicios sociales, de no participar en las celebraciones populares, y transgredían las normas y el férreo control de su clase, introduciéndose en los bailes para poder bailar con personas de inferior extracción social. Además Hartung añade que las mujeres isleñas usaban mantillas al estilo español, pero se colocaban encima un sombrero de fieltro y de ala ancha. Las aportaciones de los viajeros sobre la vestimenta femenina han sido de crucial importancia para rescatar el traje típico. Las referencias detalladas de los trajes suministran los modelos que han permitido la realización de los actuales diseños. 3. 2. LA BELLEZA Otro criterio de distinción que evidenciaba el estrato social al que correspondían las mujeres, aparte del calzado, la vestimenta y el peinado, residía, para los viajeros y viajeras, en el aspecto físico. En sus escritos figuran muchas referencias sobre la belleza y hermosura de las jóvenes isleñas, mujeres de atractivos rasgos150, como las alusiones realizadas por Olivia Stone para las naturales de Gran Canaria: “Las mujeres, en general, son atractivas y llevan faldas rojas, prefiriendo los colores vivos para sus pañuelos de cabeza y envolviéndose los hombros con pañoletas amarillas, verdes y azules”151. El atractivo de las isleñas fue un tema recurrente en la literatura de viajes en contraste con los atributos de las mujeres de su lugar de origen, la mayoría refieren los ojos, el cabello, o la tonalidad de la piel. Margaret D´Este escribió sobre lo bella que habría sido en su juventud la esposa de su anfitrión en la isla de La Palma: “La señora había sido una belleza en su día –probablemente ya pasaba de los cuarenta- y no había olvidado como usar sus magníficos ojos” 152.
149
BERTHELOT, S.: Misceláneas canarias, La Laguna, Francisco Lemus Editor, 1997, p. 102. BRASSEY, A.: “Un viaje en el Sunbeam” en WILLIAM R. WILDE: Narración de un viaje a Tenerife. Ed. J.A. Delgado Luis, 1994. Capítulo IV. pp. 60-61. Ann Brassey lamentaba no haber asistido a un baile en La Orotava (Tenerife): “especialmente, esto fue un gran pesar para nosotros, ya que aquí las señoras creo que son, con razón, famosas por su atractivo”. Igualmente Olivia Stone escribió que en Tenerife “Varias muchachas atractivas, risueñas y descalzas, regresan a casa” (p. 481). 151 STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus cit. p. 96. 152 D´ESTE, M.: In the Canaries with a camera. Londres, Menthuen and Co. 1909, p. 160. 150
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“Al atardecer, se puede contemplar a esa dama, porque a esa hora ya está arreglada y dispuesta para ser admirada. Con toda probabilidad es una joven de atractivos rasgos, de tez morena, con vivos ojos, y una hermosa cabellera, donde una ramita de jazmín o de flor de naranjo ha sido prendida”153. “(Después de reunirse en el casino de Santa Cruz) fuimos a una plaza cercana, brillantemente iluminada, donde una banda militar estaba interpretando artística música y las señoras de la ciudad paseaban. Estas señoras eran hermosas y caminaban primorosamente (pedimos perdón por el habitual éxtasis de admiración ante la belleza femenina española). Verdaderamente su porte es admirable y sus negros ojos, dulces y bellos, pero demasiado lánguidos y apagados y necesitan vivacidad intelectual; y los rostros de las señoritas españolas no se pueden comparar favorablemente con los de las jóvenes rubias y morenas de América”154 “El frescor que trae la noche es doblemente agradable. Es entonces cuando la belleza y la elegancia de Las Palmas se dan cita en el paseo, al son de los primeros compaces de la serenata que les brinda la banda militar. Una vez más, uno no puede dejar de contemplar el soberbio porte de estas damas meridionales, espectáculo que, para ser exactos, resulta escandalosamente teatral. Las féminas pasean a un lado y al otro, bajo las banderas que cuelgan de los faroles, con la cabeza erguida, cogidas del brazo, manteniendo un perfecto compás, hablando de intrascendentes pequeñeces con tonos agudos y grandilocuentes, saludando exageradamente a los caballeros que reconocen, y girando sus bonitas caras pintadas a diestro y siniestro, para que todo el mundo pueda admirarlas”155. “Además de un paisaje bello, el “valle hermoso” (citando a Vallehermoso – La Gomera) posee unas mujeres preciosas. Las muchachas son verdaderos cuadros que uno nunca se cansa de mirar. Sus rostros perfectamente ovalados, ojos generalmente oscuros y una rica cabellera oscura, piel fresca y delicada, cabezas pequeñas y altas con cuellos bien formados, con cuerpos bien moldeados, llevados con una prestancia natural, elegante pero sin forzar, casi conforman la perfección de la belleza femenina”156. “En mi opinión, las mujeres de La Palma en cierta medida mantienen su supremacía sobre los hombres. Algunas de ellas son lo suficientemente altas y robustas como para ser granaderos. Su belleza, además, resulta más bien tosca y masculina. La dueña de nuestro hotel es un buen ejemplo de mujer palmera. Es morena y grande, de pronunciadas facciones y profunda y melodiosa voz de 153
MURRAY, E.: Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Pedro Duque Canarias, 1988. p. 21. 154 THOMAS, W.: Aventuras y observaciones en la costa occidental de Africa y sus Islas. Tenerife, JADL, 1991, p. 90. 155 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios... opus cit, p. 315-316. 156 STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus Cit. p. 310.
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bajo. Su esposo, por el contrario, es pequeño delicado e histérico en sus movimientos y gestos. Además, el ser tan esclavo de su excitable temperamento femenino, le hace sentirse seriamente humillado al menos diez veces al día”157 . Recogemos en los libros de viajeros y viajeras la opinión generalizada sobre la “guapura” infinita de las canarias. Las citas sobre su belleza se repiten en diferentes autores, coincidiendo en sus argumentaciones estéticas. “Se dice que las mujeres de Telde son bellas, mas ¿hay algún pueblo aquí donde no lo sean?”158 Hermann Schacht describe la población tinerfeña, señalando la existencia de dos razas la española y la africana, descendientes de los esclavos que se habían transportado para los cañaverales. Resalta que las mujeres no eran de una guapura extrema pero tampoco eran feas, al tiempo refiere su escasa presencia en las calles, excepto los domingos y festivos cuando iban juntas a la iglesia. Manifestaba que, observó en Santa Cruz de Tenerife, a las señoras de familias acomodadas en la velada del Casino “aquella noche vi varias bellezas de no menos de cuarenta años, que todavía se podían considerar como tales”159. De la misma manera que otros autores alemanes, Hermann Schacht consideraba que las mujeres más pobres, cuya vida era más dura y no disponían de recursos para cuidarse, su aspecto físico se deterioraban pronto. Normalmente comparaban la fisonomía de las isleñas con las oriundas de su lugar de procedencia; además, la belleza un encanto que, por ese entonces, estaba en función de la blancura de la piel no la alcanzaban las campesinas. Por razones obvias, sus facciones castigadas por los efectos de su intensa dedicación laboral y la falta de cuidados. “De acuerdo con nuestros cánones europeos, no se puede llamar propiamente bellas a las mujeres isleñas, pues el sol les roba el tinte rosado a sus mejillas, sin indemnizarlas a cambio con una blancura deslumbrante en la piel, siendo las mujeres del pueblo tan morenas que recuerdan a las de la zona tropical. Sin embargo y como compensación, la naturaleza las ha dotado con unos brillantes oscuros ojos, extraordinariamente expresivos; su nariz es ligeramente curvada y, a pesar de que son pocas las que presentan una boca hermosa, sus dientes, muy blancos y regulares, hacen olvidar esta circunstancia.”160
157
EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios... Opus cit, p. 252. Ibídem, p. 329. 159 SCHACHT, H.: Madeira und Tenerife mit ihrer Vegetation. Opus cit, p. 157. Este autor compara también a la gente y en especial a las mujeres canarias con las de Madeira. Así en su relato prosigue “En cambio, la mujer portuguesa en Funchal a los treinta años ya es por lo general una señora vieja, fea, de piel marrón-amarillenta y arrugada”. 160 COLEMAN MAC-GREGOR, F.: Las Islas Canarias. Según su estado actual y con especial referencia a la topografía, estadística, industria, comercio y costumbres (1831). Traducción, 158
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Sin embargo, para las mujeres rurales era sumamente difícil acercarse a este canon de belleza, pues su piel estaba más que endurecida a consecuencia del arduo trabajo que se veían forzadas a realizar cada día bajo las inclemencias del tiempo, esto es, tan pronto estaban expuestas al sol, como al viento o a la lluvia. Por ello, cuando querían “imitar” la blancura de las mujeres de elite y ocultar sus rostros curtidos, tenían que recurrir a ciertos productos de belleza, sea el caso de los polvos para la cara, lo que no dejaba de convertirse en el objeto de las críticas y burlas de algunos viajeros. Por ejemplo Edwardes daba cuenta del exceso de polvos que cubría la cara de la hija de la dueña de la fonda donde se hospedaba en Icod: “Aunque sus mejillas -¡ay, hasta las mismas orejas!- estaban tan empolvadas que parecía tan pálida como un cadáver, se veía la sangre fluir debajo de los polvos, y sus grandes ojos negros dejaban en evidencia tanto adorno absurdo y artificial”161. Igualmente refiere a las mujeres de Las Palmas: “Es por ello que se le antoja a un tan chocante el espectáculo de los hermosos rostros, profusamente empolvados y distorcionados, en el vano empeño de aparentar lo que no son, y que lanzan miradas que, de no ser españolas su dueña, uno confundiría con miradas de lascivia162”. “El criterio indiscutible de distinción de clase en la centuria decimonónica era en la mujer la belleza basada en la conservación de la tez blanca, en la conservación de la piel de color perla, en la blancura del cutis”163. (Refiriéndose a las mujeres del campo) “La costumbre que tienen de estar al sol les da una tez morena. Las mujeres de la ciudad, que llevan una vida más sedentaria, son bastante blancas”164. (Citando a las vendedoras ambulantes) “Se mueven con los brazos en jarras, riendo y bromeando, con lo que sus sanos y blancos dientes se hallan perpetuamente centelleando bajo sus pieles morenas”165. (En Carnavales) “Infinidad de gente estaba disfrazada y las guitarras sonaban alegremente bajo las ventanas; las máscaras, me imagino, ocultaban poca belleza, ya que las mujeres de este lugar, que trabajan con más dureza que
Estudio Introductorio y Notas de José Juan Batista Rodríguez. Santa Cruz de Tenerife, Gobierno de Canarias/Centro de la Cultura Popular Canaria y otros, 2005, p. 115. 161 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios, opus cit, p. 40. 162 Ibídem, p. 316. 163 GONZÁLEZ, N.: Las islas de la ilusión… Opus cit. p. 252. 164 MILBERT, M.J.: Viaje pintoresco a la isla… Opus cit. p. 62. 165 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios, opus cit, p.40.
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los hombres, no pueden hacer gala del buen aspecto de las del otro lado de la isla”166. “en general, tienen la funesta costumbre de empolvarse las caras, lo que altera singularmente la gracia y la finura de la fisonomía”167. Igualmente Isabel Burton describe a los isleños, así detalló su regreso de la visita del Teide: “Era domingo, y ambos sexos estaban vestidos con sus mejores ropas. Los hombres llevaban mantas limpias, las mujeres con corsés colorados amarrados por delante, vestidos de sarga o algodón negro, chales azul marinos que apenas alcanzaban sus cinturas y el común pañuelo blanco, el kufiyah árabe, debajo del sombrero de paja o de fieltro de ala ancha, cuya corona estaba decorada con cintas anchas y alegres. Pero incluso este peinado nada pintoresco, casi merecedor de Sierra Leona, no ocultaba la belleza de su cara y figura, sus miembros elegantes, su delicadeza de pies y manos y su meneo, o paseo ondulante de la raza guanchinesca que en cualquier lugar forzaba la vista”168. Su relato y descripción coincide, en esencia, con el aportado por otros viajeros y viajeras, resaltando la singular belleza de las canarias. “Las mujeres de Tenerife eran las más hermosas que he visto –una mezcla de Irlandesa y Española- naufragadas en tiempos antiguos. Solía mirarlas fijamente, hasta que una de ellas me dijo “¿a quien mira usted?”. Y contesté “a usted, porque es usted muy hermosas”. Ellas se reían deliciosamente, mostrando sus perfectos dientes. Estoy hablando de las mujeres de clase baja, que hablan un español bonito, aunque no es castellano pacífico”169 Isabel Burton fisgonea el entorno, aprecia las particularidades de sus gentes, detecta incluso las diferencias lingúísticas, la pronunciación del español hablado en Canarias. Por otra parte, como mujer de su tiempo y bajo su esquema cultural, refiere las incomodidades y suciedad de las casas de hospedaje, hizo una descripción detallada de las instalaciones y de la “posadera” y la comida170. Evidentemente, a nivel popular
166
DEBARY, T.: Notas de una residencia en las Islas Canarias, ilustrativas del estado de la religión en este país. Tenerife, JADL, 1992, p. 48. 167 BENEDEN, CH.: Al noroeste de África: las islas canarias. Tenerife, JADL, p. 32. 168 BURTON, R.: Viajes a las islas canarias, 1861. Edén. Tenerife, 1986, p. 183. 169 Ibídem, pp. 78-79. 170 Ibídem, pp. 54-55. De la casa donde se hospedó en La Laguna junto a su marido escribió: “La posadera era la mujer más endemoniada que haya visto nunca, con mirada aguda y mala...La habitación estaba mugriente, contenía dos colchones repletos de chinches, dos duras sillas y una mesa de cocina... En la asquerosa cocina, sobre un trapo sucio, en un plato muy caliente reposaba una mezcla repelente de huevos, remolacha, ajo y aceite rancio; pan viejo, sucia mantequilla, también rancia, muy parecida a la cera derretida de una vela, y algo que yo
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se carecía de las mínimas comodidades, no había una infraestructura adecuada ni una preparación para atender a los huéspedes y sus necesidades, de acuerdo con las características de sus países de origen. A pesar de los contratiempos, durante el trayecto hacia La Orotava, mientras habían llegado al Sauzal, escribió “este era el momento más feliz de mi vida. Había pasado dos mortales y aburridos años en Inglaterra, en la normal vieja Inglaterra, donde es imposible encontrar dificultades”. En otro orden, el peinado de las mujeres rurales, usado sobre todo los días de fiesta, también era característico de ellas: el pelo se lo recogían en una malla y lo adornaban para esa ocasión especial. “Las mujeres del campo meten sus cabellos en una redecilla, hecha de lana o de seda, que se halla adornada con nudos de distancia en distancia; la cima de la cabeza está corona con un nudo más grueso que los otros; el cabello, reunido en una larga trenza, cuelga por detrás. Este adorno casi solo se usa en los días de fiesta; encima llevan un gran sombrero”171.
pensé que era sal y vinagre, pero en realidad era una botella de vino. Todo ello completaba la deliciosa cena. Intenté comer, pero, aunque estaba muerta de hambre, no pude”. 171
MILBERT, M.J.: Viaje pintoresco a la isla… Opus Cit. p. 37.
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IV. COMPORTAMIENTO Y CREENCIAS
La incorporación de una serie de convencionalismos alejaba a las mujeres de clase media de la espontaneidad y sencillez que eran propios de las mujeres de extracción popular, y las aproximaba a los usos de la clase alta. Cumplir con la casuística social era un signo de distinción en las clases medias y su ignorancia implicaba no saber comportarse o no ser distinguida, e incurrir en el desclasamiento. La honra era el punto clave en la valoración femenina, por tal motivo debía mantener una buena conducta y permanecer como dama intachable. Desde niñas aprendían a ser mujeres, en la propia familia se les formaba como pequeñas mujeres instruyéndolas en los saberes y menesteres domésticos. A los quince años las niñas se convertían en mujeres, cambian de ropa, el traje de niña sustituye al de mujer, se presenta en sociedad, alterna en paseos, tertulias, va al teatro y cumple con los rituales religiosos. Todo rebanado con una elevada dosis de religiosidad y moralidad. Claro que los sectores populares no mantienen ese protocolo, la sencillez y estrecheces económicas mediatizaban sus acostumbres. Multiplicidad de tipos de mujeres que se hallaban sometidas al orden moral, si bien asumían un sentido muy dinámico en el seno de una sociedad muy jerarquizada, al convertirse en uno de los principales agentes de movilidad social. 4.1. MANIFESTACIONES RELIGIOSAS Conviene subrayar el carácter conservador de la sociedad isleña, especialmente en lo referente a la religiosidad. Sobre todo, las clases acomodadas fueron depositarias de una serie de valores que las identificaba y la apelación de la religión será uno de ellos. En ese simbolismo adoptan formas de religiosidad y a veces comportamientos de recogimiento y espiritualidad que le imprimen un sello de respetabilidad. Asumieron el papel de guardianas de los principios trascendentales y las mujeres de salvaguardias de las veneradas creencias, si bien, la negación de derechos a las mujeres fueron avalados por la iglesia, una institución que ejercía una impronta poderosa en el adoctrinamiento de la población, en general, y de la femenina, en particular; no ignoremos la influencia que ejercía el clero a través de la dirección espiritual femenina de las buenas familias. No obstante, el estamento clerical, por medio de sus sermones, contribuyó enormemente a que las mujeres sufrieran en silencio una condición vital marginal que les impedía regir sus propias vidas. El talante religioso era más fuerte en las mujeres que en los hombres; estos cumplían con los preceptos litúrgicos que coinciden con los grandes ciclos vitales: el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Las mujeres respondían a ese carácter ritual de la religiosidad y se sometían a los dictados de la moral religiosa que coincidía con la moral social. Ellas eran depositarias de las esencias religiosas, y al mismo tiempo, la encargada de transmitirlas de generación en generación. Así pues, las creencias tradicionales se encontraban muy arraigadas entre los canarios, y la religiosidad popular era manifiesta en la mezcla de ritos y celebraciones.
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“Las clases bajas son muy practicantes de los ritos religiosos. Cada familia tiene su santo patrón, a quien se le dedica una fiesta y un día al año, y los días de los santos son tan reverenciados como el domingo, aunque en honor de Santa Cruz hay que decir que los almacenes no se abren ese día sino por la tarde y ¡muchos de ellos permanecen cerrados a lo largo de toda la jornada!” 172 Las exaltaciones religiosas conllevaban solemnidad y jolgorio, así como la preparación de comidas relacionadas con la festividad. En ocasiones se convidaba a los visitantes a degustar de sus manjares. Sabino Berthelot escribió sobre la fiesta de San Pedro de Güimar, la afluencia de romeros y entre otras cosas recuerda “la abundancia de unos panecillos llamados quesadillas, que las mujeres de Güimar amasan con leche y huevos, y que ofrecen, solícitas, a los romeros”173. Ofrecer pan, queso, gofio, vino, carne, pescado, papas y otros alimentos, es una costumbre que ha perdurado en el tiempo llegando a la actualidad; especialmente durante las romerías se obsequia a lugareños y extraños. En otro orden, Latimer subrayó el fervor, el recogimiento de la población y las prácticas religiosas durante la Semana Santa en Santa Cruz de Tenerife; además de describir los rituales eclesiásticos, relató el luto característico del Viernes Santo, donde se imponía el negro “un hombre y una mujer, en luto riguroso, arrodillados en el ascenso del altar con la mirada fija el uno al otro. De vez en cuando eran relevados por otros, que ocupaban su lugar”174. Así mismo dio cuenta de la presencia de mujeres de los distintos estratos sociales en las ceremonias, las de clases trabajadoras y campesinas se distinguían por llevar pañuelos de colores cubriendo sus cabeza y las provenientes de estamentos acomodados usaban mantillas y trajes de seda negros175. También Edwardes relató el Jueves Santo en Santa Cruz, en un ambiente enlutado, tiendas cerradas, banderas ondeando a media asta, y su gente, hombres, mujeres y niños vestidos de negro acudían a las iglesias a lo largo de todo el día176. Tampoco descuidó observar las costumbres religiosas de los pueblos por los que transitaba; así relatando su excursión por el norte de Tenerife, describió su visita a la iglesia de San Juan de la Rambla de la forma siguiente: 172
Ibídem BERTHELOT, S.: Misceláneas, opus cit. p. 100 174 LATIMER, I.: Notes of travel in the islands o Teneriffe and Grand Canary. London, Simpkin, Marshall and Co., 1887, p. 40. 175 Ibídem, p. 49. 176 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios en las Islas Canarias, opus cit, p. 172. 173
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“Aquí en La Rambla me vi de repente sumergido en una atmósfera perfumada nada más abrir la sólida puerta de madera. Era el viernes anterior al Domingo de Ramos, por lo que, con vistas a la festividad, el pavimento se hallaba regado de pétalos de rosas y geranios rojos y los múltiples altares de esta pequeña iglesia estaban engalanados con guirnaldas de toda clase de flores. Había unas cuantas mujeres arrodilladas entre los pétalos de rosas, mientras en el otro extremo, junto al altar mayor, asomando su redonda cabeza por un ala del confesionario, un sacerdote escuchaba el murmullo de un penitente postrado a sus pies. Las damas, olvidando momentáneamente su devoción al ver a un hombre con traje de montar y pesadas botas entrar aplastando las flores esparcidas por el suelo, comenzaron a cuchichear y abanicarse, y las más preocupadas por su vanidad se palparon sus rostros para comprobar que los polvos aún cubrían sus mejillas. Pero para ser justos con ellas y con el padre del confesionario, quién se asomó más de una vez con una expresión de desaprobación en su ancho rostro, y para ser justos conmigo mismo, no permanecí largo rato en la iglesia”177. Su actitud crítica revela ese ojo escudriñador, y a la vez el deseo de pasar desapercibido178, pues el comportamiento de las damas no tenía nada de particular. Es notorio que, en aquel contexto, nadie del pueblo irrumpía de esa forma en un espacio sagrado, y si a ello añadimos el tipo de ropa que portaba, como no podía ser de otra manera, las señoras, el cura y demás feligreses clavaron sus miradas en él. En otro orden, los visitantes observaron como la suntuosidad y el lujo hacían gala entre los asistentes a los actos religiosos en el Archipiélago. Al igual que la ropa utilizada diariamente distinguía a las campesinas del resto de mujeres, la que empleaban en ocasiones especiales, sea el caso del Corpus Christi, también revelaba su condición social. La lana usada para los mantos de las féminas rurales frente a la gasa o al crepé de las más acomodadas desvelaba su pertenencia al campesinado. (Refiriéndose a las mujeres que asistían a las ceremonias del Corpus Christi) “Su traje es aproximadamente uniforme; en general, se visten de negro y están ridículamente cubiertas de grandes velos de gasa. A lo sumo se puede adivinar su talle, pero es imposible verles la cara, incluso ellas no pueden ver si no separan un poco sus velos. Las de clase alta no llevan sombrero; su manto o velo es de sarga fina o de una tela aproximadamente parecida al crepé. Las de clase media se ponen por encima de la cabeza una especie de falda que llevan sujeta a la cintura, junto con la de la parte baja. Las mujeres del pueblo también usan el manto, pero llevan un sombrero de fieltro por encima… Los mantos de las mujeres del pueblo son de una lana muy basta, blancuzca, sucia”179. 177
Ibidem, pp. 117-118. Ibídem, p. 139. Al relatar su llegada a Guía de Isora (Tenerife) escribió que “Los ciudadanos, con sus esposas e hijas, corrieron a las azoteas de sus casas, y empleando telescopios, prismáticos y sus propios ojos negros, nos sometieron a un exhaustivo examen”. 179 MILBERT, M.J.: Viaje pintoresco a la isla de Tenerife. Tenerife, JADL, 1996, p. 36. 178
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“En La Laguna, así como en el resto de la isla, en general, el pueblo va vestido con ropas de lana; las personas ricas, o de una condición más alta, llevan telas ligeras de seda en la estación cálida, pero al atardecer, se cubren con un abrigo de paño”180. “Las mujeres del pueblo llevan un manto de una lana muy basta, blancuzco y sucio, con un gran sombrero redondo encima. He visto algunas campesinas con un aspecto no tan desagradable, que los llevan amarillos, con un ribete negro de unos dos dedos… Las mujeres ricas, y las devotas de clase alta, normalmente, visten todas de negro; su manto es de un velo bastante fino o bien de sarga; nunca llevan sombrero…”181. Si bien es cierto que vestían con sus mejores atuendos, la vestimenta era signo de distinción social, por lo que también se apreciaban las diferencias de status en los rituales y ceremonias eclesiásticas. Edwardes relató que “El tercer día de nuestra excursión era el Domingo de Ramos, festividad de gran importancia en Tenerife. Mientras me vestía presencié la populosa concentración de gente del campo y de la ciudad –se encontraba en una fonda de Icod- en el césped delante de la iglesia y en la plaza bajo mi ventana. Las mujeres llevaban alegres pañuelos atados a la cabeza y sombreritos de paja, que parecían de juguete, estratégicamente colocados sobre la coronilla. El resto de su vestimenta no era tan llamativo. Sus impecables trajes estaban hechos con telas estampadas de algodón. Los hombres, en cambio, parecían auténticos dandys... Cuando las campanas tocaron a misa, entré enla iglesia con todos. Pronto no quedó espacio sin ocupar. Las mujeres se dirigieron a un lado, con lo que los cientos de pañuelos –violetas, amarillos, rojos y azules- a los que se les había desprendido los sombreritos de paja, producían un efecto sumamente llamativo. Los hombres se mostraban casi tan reverentes durante el oficio como las mujeres” 182. La desmedida devoción y manifestación popular de la religiosidad fue censurada por los viajeros, sorprendidos del apego religioso a la imaginería, debido a la ignorancia y superstición. Al tiempo que se sorprendieron de las enormes filas de “chicas vestidas de blanco” que flanqueaban las procesiones en Santa Cruz, La Laguna y Las Palmas183. Olivia Stone no acertaba a comprender el contraste de la ciudad de Las Palmas donde se iba a instalar la luz eléctrica, se iba a conectarse a Europa por cable, había teatro, museo y ambiente cultural la gente se aferraba a creencias absurdas, como el mal de ojo tan arraigado entre la población isleña. No importaba la condición, lo mismo entre mujeres humildes y campesinas que entre las de clases medias urbanas. No entendía “hechos que 180
Ibídem, p. 60. SAINT-VINCENT, B.: Ensayos sobre las islas afortunadas y la antigua atlántida o compendio de la historia general del archipiélago canario. Tenerife, JADL, 1988, p. 140. 182 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios... opus cit, pp. 132-133. 183 PÉGOT-OGIER, E.: The Fortunate Isles, London, Richard Bentley, 1871, p. 83. 181
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recuerdan a las inaceptables supersticiones de los años más oscuros de la Edad Media”184, al tiempo que puso de relieve ciertas prácticas curativas como la atención de las curanderas y de las santiguadoras. Pese a la visión anterior, esta viajera estableció un símil con las creencias y prácticas supersticiosas de su país de origen185, dejando claro que la cultura tradicional se mantenía aún en la vieja Europa en los diferentes niveles sociales y la religiosidad popular no era exclusiva de Canarias y de su lamentable atraso. De esta manera Olivia Stone recuerda que en Gran Bretaña estaban vigentes prácticas supersticiosas: “Aunque es necesario hablar de estas supersticiones –no se podría dar una visión real de estas islas sin hacer alusión a ellas- no debemos pensar que nos estamos riendo de los isleños, como si nosotros fuéramos superiores. Cuantas personas, incluso bien educadas, abogados, clérigos y alumnas de Girton, de Inglaterra todavía no dan vuelta al dinero cuando hay luna nueva, consideran un mal augurio mirar hacia ella por primera vez a través de un cristal, recoger un alfiler cuando se le ira, nunca caminar por debajo de una escalera o no cortarse las uñas los domingos porque >. No hace un siglo una mujer fue quemada como bruja, y creemos que hoy en día en algunos lugares apartados de Gales, Devonshire y partes de Irlanda aún se cree a medias en el mal de ojo”.
En distintas partes del orbe los sectores populares son preservadores y conservadores de costumbres y creencias, transmiten sus credos a las generaciones venideras. Así ideas, actitudes y pensamientos del saber rural y su expresión se inscriben en la tradición, que ha mantenido la expresión inimitable en el registro popular. La comunidad rural tiene valores, costumbres, hábitos, creencias, opiniones y actitudes basadas en las experiencias y conocimientos que adquirieron a lo largo de su vida. Este hecho debe ser motivo de especial consideración, porque no se pierden en el tiempo y en Canarias ese legado ha llegado a nuestros días.
4.2. AMORALIDAD: LA PROSTITUCIÓN Las penurias económicas y la miseria en la que se hallaba buena parte de la población llevaba a muchas mujeres isleñas al extremo de ofrecer su cuerpo a cambio de unas monedas; sobre todo, a aquellas que se encontraban en situación de desamparo, esto es, solas, sin nadie que las protegiera y las ayudara a salir adelante. Julius Freiherr Von Minutoli que visitó Canarias en 1853 manifestaba que
184 185
STONE, O.: Teneriffe and its six Satellites, opus cit, pp. 211-212. Ibídem.
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“El hambre y la miseria son en gran parte las causantes del elevado número de prostitutas, sobre todo en las zonas portuarias, que contribuyen a la propagación de enfermedades venéreas como la sífilis”186 Sin demasiadas opciones, algunas mujeres se veían obligadas a realizar esta actividad marginal, pues su situación económica era más que dramática en una sociedad regida por y para hombres. Verdaderamente, las mujeres que no contaban con un hombre a su lado tropezaban con serias dificultades para subsistir. “La situación de desamparo en la que se colocaba la mujer cuando faltaba el patriarca o varón protector de la familia, junto con el limitado mundo laboral al que tenían acceso, las impulsaba a caer en la prostitución, reforzando su condición de marginalidad”187. “… debemos tener en cuenta que las islas, fundamentalmente las islas mayores, eran lugar de tránsito habitual de numerosos navíos… Igualmente muchas mujeres quedaban solas, con un marido embarcado en cualquier navío, bien por ser marinero, bien por ser emigrante, etc, y con una familia que mantener. Todo ello, unido a diversas circunstancias, llevaba a que las mujeres se prostituyesen para sobrevivir”188. “Allí, entre el mar y la ancha base de un cráter apagado, encontré, esperándome con impaciencia, a una treintena de muchachas protegidas por sus ancianas madres que me pedían, con insistencia, que les concediera el favor de una conversación íntima…¡Desgraciadamente, la mayor de ellas no llegaba a quince años! Es la miseria y no el libertinaje, la necesidad y no la codicia…”189. “No tenía relación con su supuesta frivolidad o lujuria, la prostitución fue una lacra social que podía afectar a toda la que se encontrase sola –sin protector- en una estructura económico-social organizada por y para el hombre…”190. Las enfermedades venéreas hacían estragos entre las mujeres, en especial, la sífilis se hallaba bastante extendida y había enraizado desde hacía tiempo en la población canaria191, aunque el mayor índice se localizaba en Santa Cruz de Tenerife 186
SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los Textos Alemanes, Opus cit, p. 239. TORRES, E.: Prólogo. En MORENO, Mª S., Mujer y transgresión moral ante el Santo Oficio en Canarias (1598-1621), pp. 15-18. Lanzarote, Cabildo de Lanzarote, 2000. p. 17. 188 MORENO, Mª S.: Mujer y transgresión moral… Opus cit. p. 111. 189 ARAGO, V.: Encuentro con unas muchachas jóvenes en Santa Cruz. En PICO Y CORBELLA (dir), Viajeros franceses en las islas canarias. Repertorio bio-bibliográfico y selección de textos. La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 2000. p. 266. 190 RONQUILLO, M.: Mujer e inquisición en… Opus Cit. p. 217. 191 COLEMAN MAC-GREGOR, F.: Las Islas Canarias. Según su estado actual y con especial referencia a la topografía, estadística, industria, comercio y costumbres, Opus cit, p. 125. MacGregor decía que “la sífilis ha obtenido carta de ciudadanía en Canarias desde los tiempos de la Revolución Francesa, cuando soldados españoles y prisioneros de guerra franceses la 187
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“...esta ciudad alberga, en relación a la población existente, el mayor número de mujeres públicas, las cuales no se encuentran sometidas, en las Islas, a vigilancia policial de ningún tipo. Así, no es extraño encontrar a muchachas de 10 u 11 años, que, dedicadas a una profesión vergonzante, sufran ya de sífilis a tan tierna edad. Esta temible enfermedad resulta funesta para ambos sexos... especialmente en el campo, donde no se hace absolutamente nada para detener su avance, la sífilis provoca los estragos más terribles entre el pueblo inculto y familias enteras resultan infectadas por ella de manera incurable”192. Algunos extranjeros no tenían la misma opinión respecto a las mujeres que se dedicaban a este oficio de la prostitución. Sin cuestionar el trasfondo real de por qué muchas mujeres de clase humilde tenían que dedicarse a esta actividad, de manera irónica destacaban que ni siquiera las prácticas religiosas, tan arraigadas entre la población insular, impedían que éstas ofrecieran sus favores a cuantos hombres llegaban a la isla, cuan si la lujuria fuera más fuerte que la propia religiosidad, y el deseo más profundo que las ganas de comer. “La pluralidad de prácticas religiosas arraigadas entre los habitantes no impedía que algunas de estas mujeres fueran con el rosario en mano, al encuentro de nuestros marineros cada vez que éstos bajaban a tierra”193. Pero lo cierto es que la miseria a la que estaban condenadas muchas mujeres isleñas y sus hijos era acusiante, viéndose arrastradas a trabajar en lo que fuera preciso con tal de sobrevivir. Así, forzadas por la necesidad, trabajaban dentro y fuera del hogar, ingeniándoselas de mil maneras para garantizar la subsistencia de su familia. Las prostitutas normalmente no elegían serlo, otros decidían por ella. La pobreza, el abandono del marido en el caso de las casadas, la violencia, y otras causas impelían a las mujeres a la prostitución. En ocasiones los hombres ejercían agresividad sexual sobre las mujeres indefensas y que estuvieran solas, luego las descalificaban públicamente, las tachaban de deshonestas y adúlteras, sus propios familiares y vecinos las rechazaban y a ellas les quedaban pocas alternativas para sobrevivir, el camino hacia la prostitución era la posibilidad más viable. Pero especialmente la miseria y el hambre que sufrían los sectores populares arrojaban a las mujeres a buscarse el sustento, y esta era la única actividad que no exigía preparación y donde había empleo. Las canarias se dedicaron al oficio del sexo, como otras tantas mujeres del orbe, para sobrevivir.
propagaron, primeramente entre la gente del pueblo. Esta enfermedad venérea se manifiesta bajo todas las formas y en todos los grados de su destrucción; lamentablemente, todas las clases sociales se encuentran, en la actualidad contagiadas de este veneno, del que no se libra el sexo femenino, ni siquiera entre los estados más alto”. 192 Ibídem, p. 125. 193 LABILLARDIÈRE, J.: Viaje en busca de la Peyroussse. En Pico y Corbella (dir), Viajeros franceses en las islas canarias. Repertorio bio-bibliográfico y selección de textos. La Laguna, 2000, Instituto de Estudios Canarios, p. 180.
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Las prostitutas que ejercían en la calle y las tabernas eran personajes cotidianos, se acercaban al muelle cuando llegaban barcos en busca de clientes. Su independencia, al ser dueña de su oficio, no beneficiaba a nadie, porque era un cierto peligro social por las condiciones sanitarias en las que practicaba la profesión; la transmisión de enfermedades venéreas fue una realidad que reflejaron en sus escritos los viajeros, relatando los contagios de algunos usuarios de este servicio. En los puertos, lugar de arribada de embarcaciones y con movimiento de pasajeros y tripulantes, las enfermedades sexuales estaban muy propagadas, en las poblaciones del interior no eran frecuentes este tipo de contagios. Carl Bolle mentaba el caso de Las Palmas194. Por otra parte, la rentabilidad social de las prostitutas fue importante, porque se necesitaba de la prostituta para que existieran las mujeres honradas, respetables, buenas esposas y buenas madres. El maniqueismo en el que irremediablemente se movían las mujeres generó dos estereotipos totalmente contrapuestos y a la vez complementarios. Es el principio de moralidad doble, una forma de hipocresía social que se ha mantenido hasta la actualidad. En definitiva, dentro del orden vigente, se vigilaba el comportamiento de la vecindad y se cuidaba el orden público, las mujeres tampoco escaparon a ese control. Edwardes testimoniaba que haciendo un periplo por el pueblo de Garachico acompañado por el alcalde entraron en un monasterio abandonado, en un recinto sin techo y en cuyo suelo crecía la hierba. “En un rincón había una piedra sobre la que se hallaba sentada una gimoteante mujer de cara enrojecida. La mujer se lanzó a las rodillas del alcalde emitiendo un torrente de palabras y lágrimas, súplicas a la Virgen, promesas de enmendarse, etc. Ella era la única reclusa de la cárcel de Garachico y había sido sentenciada a tres días de prisión, a pan y agua, por emborracharse y alterar el orden público. Esta vez, sin embargo, el alcalde le perdonó el castigo, por lo que después de recoger un mendrugo de pan de entre la hierba, la mujer se marchó arrastrando los pies y pronunciando toda la suerte de palabras de agradecimiento”195. Pese a lo anterior, la moral y las buenas costumbres imperaba en Canarias, y las mujeres tenía un comportamiento virtuoso.
4.3 IGNORANCIA Y SUPERSTICIONES Junto al analfabetismo y a la ignorancia, los habitantes del campo insular vivían a la luz de las supersticiones. Los campesinos creían en brujas y en fantasmas, en hechizos y en aparecidos, en augurios y profecías. Asimismo, adjudicaban explicaciones 194 195
SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los Textos Alemanes. Opus cit. p. 492. EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios en las... opus cit, p. 122.
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divinas a los acontecimientos que se sucedían a su alrededor porque, según Whitford196, eran profundamente creyentes, sobre todo las mujeres. “Individuos tan ignorantes tienen que ser necesariamente muy supersticiosos”197. “No quería admitir que los huesos que yo recogía estuviesen destinados al estudio. Según él, los recogía par hacerme un ungüento maravilloso que debía curar todas las enfermedades. Cuando supo que tenía la intención de explorar las cuevas de La Palma, hizo todo lo posible para disuadirme, afirmándome que allí todavía se encontraban vivos los guanches y que podrían jugarme una mala jugada… El pobre hombre tenía un miedo terrible a los huesos de los muertos…”198. “Ignorantes en sumo grado, no podían dejar de ser supersticiosos. Creen en las hadas, las brujas y en los aparecidos… Cuando yo les pedía una muestra de sus cabellos, estaban convencidos de que era para echarles un maleficio. Son católicos fervientes y sería difícil encontrar entre ellos algún libre pensador…”199. “Resulta curioso que aquí los hermanos presten una más que notable pleitesía a la religión que data de tiempos anteriores a la construcción del templo del rey Salomón. Pero las mujeres (encantadoras) más impresionables y creyentes, con una fe, esperanza y caridad mayor que la persuasión masculina, se aferran ingenuamente a la Santa Madre Iglesia; así el clero mantiene su supremacía”200. (Para los viajeros) “El otro problema que planteaba el alto índice de analfabetismo es que servía de soporte a la ignorancia y las creencias populares consideradas supersticiosas”201. Además de lo anterior, las mujeres adquirieron especial relevancia en la vida cotidiana como curanderas y comadronas, pues durante siglos ejercieron de médicas en las áreas rurales, empleando la “protomedicina” natural, medicina alternativa que suplía las carencias en materia sanitaria. Así, cultivaban hierbas medicinales, elaboraban ungüentos y pósimas, mitigaban con sus preparados las dolencias, sanaban heridas y arreglaban fracturas óseas, al tiempo que atendían a las parturientas. Aprendían las unas de las otras, se transmitían sus experiencias y rezados, a través de la herencia de la palabra. En ocasiones, se consideraba a las brujas mujeres con ciertos conocimientos botánicos y alquimistas, no eran ofensivas ni constituían una amenaza, poseían dotes adivinatorias y capacidad para curar enfermos. Desde el punto de vista de los viajeros, 196
WHITFORD, J.: Las islas Canarias. Un destino… Opus Cit. VERNEAU, R.: Cinco años de estancia… Opus Cit. p. 196. 198 Ibídem, p. 223-224. 199 Ibídem, p. 235. 200 WHITFORD, J.: Las islas Canarias. Un destino… Opus Cit. p. 59. 201 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 223. 197
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el analfabetismo, la ignorancia y las supersticiones que envolvían a buena parte de la población canaria eran males menores que podían erradicarse desde el momento en el que la instrucción se extendiera a todas las islas y a todos los estratos sociales. Según ellos, en la educación se hallaba la clave para acabar con los defectos de las clases populares. “Incluso tengo la convicción de que el día en que la instrucción se extienda entre ellos, la mayoría de estos defectos desaparecerán. Una vez entren en la vía del progreso sabrán sacar todo lo que puede producir este rico país y conocerán entonces tiempos mejores”202. “La única esperanza es que la educación de los niños aumente en calidad, para que la inteligencia e ilustración puedan llegar finalmente a todas las islas... (Refiriéndose a la superstición de ordeñar una cabra sólo una vez al día) Hasta que los conocimientos básicos de fisiología no se difundan aquí, parece inútil intentar cambia estas ideas absurdas y supersticiosas”203. Los europeos conscientes de las precariedades, observaban esperanzados la renovación de las creencias ancestrales que impedían el avance; soluciones y respuestas que encontraron en el incremento de la escolaridad. Insistieron en la importancia de la educación, toda vez que implicaba el avance cultural del Archipiélago. Sin embargo, para algunos cronistas, la situación de atraso e ignorancia en el que se encontraba la población rural interesaba a ciertos sectores sociales. En verdad, a algunos segmentos de la sociedad no les convenía que los canarios adquirieran cultura, y es que ésta podía hacerlos despertar del letargo en el que estaban sumidos. Al clero le concernía tener “engañada” a la población, mantenerla en la más absoluta ignorancia, porque sólo así podían garantizar su supremacía y salvaguardar sus propios intereses. Las explicaciones divinas sobre distintos acontecimientos eran utilizadas por los sacerdotes para atemorizar a una población ignorante e inculta, exenta de cualquier capacidad que supusiera cuestionar el orden providencial establecido. “Y no es probable que lleguen a ser más cultos durante cierto tiempo, ya que los sacerdotes saben muy bien que la ignorancia de los campesinos es la mejor seguridad posible para la posesión de su influencia; y tienen mucho cuidado de proteger a sus fieles de cualquier conocimiento sobre descubrimientos científicos modernos, describiendo el cólera, la fiebre amarilla, el tifus y tales azotes como castigos enviados por una ofendida Divina Providencia porque alguna ceremonia o rito ha sido descuidado u omitido”204. “Naturalmente, cuando la isla fue sojuzgada, los sacerdotes españoles se aprovecharon de la veneración que sentían los guanches por la imagen y la dirigieron en su propio beneficio, creando... un montón de invenciones que son 202
VERNEAU, R.: Cinco años de estancia… Opus Cit. p. 197. STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 108-109. 204 ELLIS, A.: Islas de África Occidental… Opus Cit. p. 50. 203
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aceptadas por los crédulos e ignorantes campesinos y pescadores como incuestionables verdades”205. (Refiriéndose a los negros y a los isleños) “Ambos son tan supersticiosos y la creencia en esos fetiches o santos forma parte tanto de sus vidas diarias, que es inútil cualquier intento para ponerla en duda o desarraigarla. (…) De esta manera, oyendo hablar siempre sobre estos personajes sobrenaturales y encontrando con frecuencia a gente que afirma haberlos visto, la creencia llega a estar tan implantada en su ser que creen en ella con tanta incondicionalidad como lo hacen en su propia existencia, y todo va bien para la clase que se gana la vida por medio de este engaño. (…) Al estudiante de la naturaleza humana no le puede parecer extraño que un campesinado ignorante y degradado dé completo crédito a espantajos tales como santos, visiones y apariciones, pero que hombres cultos y educados presten su apoyo para reforzar tal creencia, es verdaderamente un triste espectáculo”206. “En todas las posesiones españolas donde ha penetrado la inquisición, las prácticas exteriores de la devoción absorben gran parte de un tiempo que se podía emplear en instruirse. La religión parece ser la principal ocupación… Las señoritas permanecen todas en los conventos y, con frecuencia, son incitadas a tomar el velo, pues aunque las religiosas casi siempre se arrepienten amargamente de haber formulado los votos, no por eso están menos afanosas de conseguir compañeras de esclavitud”207. Efectivamente, en una sociedad rural, subdesarrollada, y tremendamente patriarcal no debía resultar extraño que ésta siguiera estando regida por normas y costumbres ancestrales, máxime cuando la educación estaba destinada a las clases acomodadas, y a las clases humildes no les quedaba más que buscarse la vida para subsistir, amparándose en la fe religiosa como única posibilidad de mejorar su condición vital. En este contexto adverso para la población campesina, en general, la situación de las mujeres era sumamente marginal y represiva, tal como hemos hecho mención con anteriridad. Las mujeres casadas, pese a la dureza que entrañaba la vida conyugal para ellas, en tanto se convertían en esclavas de sus maridos e hijos, se hallaban “amparadas” y sorteaban mejor la vida diaria. Las que se hallaban solas por cualquier motivo, lo tenían mucho más difícil, teniendo que aventurarse a todo tipo de actividades. En unos casos y otros, el sacrificio de las féminas no se veía recompensado ni por sus padres y/o esposos, ni por las propias autoridades. Al contrario, independientemente de los esfuerzos realizados, a las mujeres se les limitaba la vida: socialmente se les imponía el comportamiento adecuado a seguir; se les negaba salir solas a la calle, no se les permitía 205
Ibidem, pp. 73-74. Ibídem, pp. 77-78. 207 STAUNTON, G.: Viaje de Lord Macartney al interior de China y Tartania durante los años 1792, 1793 y 1794. JADL. Tenerife, 1995, p. 78. 206
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hablar con hombres que no fueran de su familia, se les obligaba a vestir de negro riguroso cuando se moría algún familiar; se les imponía acudir a misa y creer que la fe en Dios era la solución y respuesta a todos problemas… y una serie de normas establecidas que, por su bien, las mujeres no debían transgredir. El siguiente párrafo de Olivia Stone pone de manifiesto cuál era el estado de la mujer canaria durante el siglo XIX: “Es tan poco frecuente que sus mujeres viajen o monten a caballo, que lean y hablen con los hombres y, sobre todo, que escriban, que llegué a sentir que mi comportamiento debía ser poco femenino. Una o dos veces ni siquiera llegamos a ver las mujeres hasta que nos retirábamos por la noche. Manos mágicas preparaban nuestras habitaciones y nuestra mesa se ponía por arte de magia, sin llegar a ver quién lo hacia; eran tan invisibles, que ni siquiera oíamos sus voces”208. En la mente de las mujeres solteras transitaba la idea del matrimonio, y encontrar marido era el objetivo preferente. En este sentido las flores se empleaban como instrumento de adivinación y para saber quién se iba a casar con ella. El recurso de las flores no ha decaído con el transcurso de los años, deshojar la margarita, regalar flores... “Este dar y recibir flores, tan común en Tenerife, es una amable y graciosa costumbre. Supongo que en Inglaterra una dama dudaría antes de ofrecer a un caballero un ramito de azahar, pero aquí no es más que una forma de cortesía cotidiana. Sin embargo, también puede ser algo más que eso. Debido a la prohibición que la etiqueta española impone a las relaciones de las muchachas solteras con el resto del mundo, los jóvenes de ambos sexos han creado un eficiente código de señales mediante flores. El lenguaje de las flores es de hecho un lenguaje vivo y no una simple ficción sentimental. Al amante desgraciado y ardiente de pasión, probablemente no se le permitirá sentarse junto a su amada, ya sea en casa de ella o en cualquier otra parte. Podrá, en cambio, colocarse con un ramillete de flores en la mano y actitud lastimera en aquel lugar de la calle desde donde disfrutará de la visión del rostro de la muchacha que suspira por él, y le enviará bellos mensajes de amor y adoración en clave de rosa, jazmín o heliotropo209.
También existía un halo de superstición en la víspera de la festividad de San Juan, interpretando determinadas pruebas que le darían indicios sobre un futuro noviazgo y matrimonio. Del siguiente modo lo refleja Edwardes: “Este día se suelen encender hogueras delante de las puertas de aquellos que llevan el nombre del santo, Juan o Juana. La muchacha, atenta desde su 208 209
STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 415. EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios en las... opus cit Ibídem, p. 149.
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ventana a la algarabía callejera, probablemente dará crédito a la superstición según la cual, el primer nombre da varón que llegue a sus oídos al ser encendida la hoguera, ése será el nombre de su futuro marido. Otra costumbre es la de romper un huevo recién puesto en un vaso de agua y dejarlo reposar toda la noche. Al amanecer, la devota reconocerá ciertas señales en la mezcla de huevo y agua que le indicarán la profesión u ocupación de su amado” 210. Dado lo restringido de su mundo, las mujeres eran muy devotas de todas esas creencias populares. Creencias y manifestaciones que perviven en la actualidad en algunas áreas rurales del Archipiélago. La exclusión y marginación a la que eran sometidas las mujeres isleñas con respecto a la que tradicionalmente sufrían las mujeres en el mundo occidental era de tal calibre, que llamó poderosamente la atención de los extranjeros y registran en sus notas de viajes, incluso algunos se atrevieron a proponer cambios a ese comportamiento, con el objeto de que mejorara la sociedad, si bien matizadas por el sexismo que dominaba en Europa pero que no reprimía con la dureza extrema de Canarias. Charles Edwardes hace alusión a los daños que causaban los roles sociales en la mujer. La educación y “los viejos y estúpidos prejuicios” actuaban sobre ellas como la espada de Damocles, de tal manera que las amordazaban, las hacían sentirse inseguras, sin tener autoconfianza y era probable que mientras vivieran con la familia, es decir, mientras fueran solteras, carecieran de carácter211. Por el contrario, manifestaba que la moralidad de sus gentes tampoco era tan exquisita cuando había una “inclusa” en cada ciudad “¡Más sentido común y menos coacción!”, exclamaba que era el grito de “los hombres más nobles de estas islas” al tiempo que refería a la coacción de la iglesia por “la puesta en marcha y perpetuación de este tipo de esclavitud social”212. Sobre las sugerencias para mejorar a las mujeres canarias, que proponía en la novela La esclavitud doméstica en Canarias su autor Luis Renshaw de Orea (1886), escribió Edwardes que si no se conociera la dureza de su vida era para reirse de estas propuestas213. Para comprender ambos autores y a modo ilustrativo reproducimos el texto: “Primero. La dueña debe ser suprimida. Segundo. Desde el amanecer hasta el atardecer, a una dama le debe estar permitido salir a las calles de nuestras ciudades, siempre que le apetezca. Tercero. Fuera de la ciudad y en el campo, se debe permitir a dos mujeres circular sin escolta, por supuesto sólo desde el amanecer hasta el atardecer. Cuarto. Cuando se recibe la visita de un joven, la madre no está obligada a permanecer en el salón todo el tiempo, pudiendo ser sus hijas quienes, sin peligro alguno, atiendan las visitas. Quinto. De noche a una dama le debe estar permitido salir en compañía de un caballero, bien sea amigo o pariente. 210
Ibídem, p. 150.
211
GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 110. EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios... opus cit, p. 192 213 Ibídem, pp.191- 192 212
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Sexto. Las normas innecesarias o absurdas no deberían seguir imponiéndose sólo porque estuvieran en boga en tiempos pasados”.
La interrelación de las descripciones realizadas sobre la femenidad partían de la representación idealizada de un modo de ser exclusivamente femenino. Las mujeres eran la parte del todo y encontraban la complementariedad en el hombre, a través del matrimonio. La razón de su naturaleza, la belleza, sensualidad, educación, todo lo era desde la vertiente masculina.
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V. LA EDUCACIÓN, UN RITUAL DE COSTUMBRES
El horizonte cultural femenino era bastante limitado, aunque no debe resultar extraño si tenemos en cuenta la pobreza intelectual en la que se hallaba la escuela en aquel entonces. Además la formación que recibían las niñas y jóvenes estaba en consonancia con su nivel social, cultural y económico. La posición que ocupaban en la sociedad hacía innecesaria la instrucción; había una estrecha coherencia entre la educación rudimentaria y la actitud que debían mantener en el contexto social. Ellas aspiraban a unos raquíticos conocimientos, los imprescindibles para ser buenas esposas y hogareñas. Sabían leer y escribir, con un escueto nivel de conocimientos, casi ignorantes permanecían al margen de la profesión del marido y de los acontecimientos político-culturales del momento. La educación que recibían sintonizaba con los ideales masculinos, y aunque se había extendido la alfabetización y los conocimiento rudimentarios se trataba de una formación accesoria y práctica, orientada a que sea una perfecta “ama de casa”. El objetivo no era capacitarse profesionalmente, ni conseguir una preparación intelectual ni cultivar conocimientos científicos, porque su finalidad era casarse y fundar un hogar. El aprendizaje de tipo práctico resultaba esencial, adquirir una serie de hábitos de comportamiento y modales refinados, que hiciera honor a su clase. Los extranjeros supieron captar las costumbres, el acontecer diario y la idiosincracia isleña, con atención preferente a la cultura de las islas. Tomaron buena nota de la educación y las diferencias en el orden social, a veces concomitancias, constatando su modo de vida “Entre los dos sexos de todas las clases sociales existe la casi general costumbre de dormir, en verano, sin ropa”214. “Ricos y pobres, viejos, mujeres y niños, todos sin excepción, fuman o toman rapé; sobre todo lo último constituye la fea costumbre de las muchachas de casi todas las clases sociales. De la misma manera que los hombres y muchachos piden al viajero la colilla del cigarro que éste aún tiene en la boca, suelen las mujeres implorarle, por el amor de Dios, un par de peniques para rapé”215. “La vida doméstica de las clases altas es muy diferente de la nuestra. Su casa, el interior de su círculo familiar, no es su mundo. Hombre y mujer van cada uno por su lado y rara vez se les ve juntos, ni dentro ni fuera de casa... La mujer, atiende sus asuntos domésticos con un exiguo “deshabillé”, que no se quita en todo el día, a no ser que tenga reunión social por la noche. Como dueña y señora 214
COLEMAN MAC-GREGOR, F.: Las Islas Canarias. Según su estado actual y con especial referencia a la topografía, estadística, industria, comercio y costumbres (1831). opus cit, p. 150. 215 Ibídem
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de la casa mantiene tertulias, mientras su esposo está ausente, pasando el tiempo como mejor le parece. Estas tertulias son reuniones sociales que suelen empezar a las nueve de la noche. Se conversa sobre los acontecimientos del día y sobre asuntos políticos; también se cotillea o se juega a las cartas. Los jóvenes juegan a las prendas; se cantan o se bailan algunas contradanzas al ritmo del piano; a los invitados se les sirven refrescos y a las once de la noche se acaba la reunión y se despide a la gente. Algunas damas celebran sus tertulias todas las semanas, en un día determinado, soliendo ser tales reuniones, por lo general muy concurridas”216 Otros viajeros que habían visitado Madeira comparan la población autóctona con la canaria, y observan diferencias de comportamiento: “Cuando llegamos a Tenerife, procedentes de Madeira, nos sorprendió las diferencia de costumbres que existe entre la clase baja de Funchal y la de Santa Cruz, y la comparación es favorable a la primera. “Quiten todas las buenas cualidades a un español, dice un viajero, y usted tendrá a un portugués”. Nosotros disentimos in todo de esta definición de sus relativos méritos. El portugués es bastante servil, es verdad, y hay una independencia en el comportamiento de los españoles de Canarias que es más agradable al gusto americano, pero, como ocurre con la clase baja americana, la insolencia toma con demasiada frecuencia el lugar de ese amor propio llamado independencia. Actualmente el español es más emprendedor, pero el portugués es igualmente honrado y trabajador y más liberal en sus opiniones sobre política y religión”217. La comparación recurrente con el comportamiento de otros habitantes de lugares próximos visitados o del lugar de procedencia sirvió de argumento en su relato. Anotaciones que evidenciaban su sorpresa ante la conducta del otro. 5.1. EDUCACIÓN Y STATUS La diferencia ha estado arraigada en las prácticas culturales, los viajeros anotaban desigualdades de sexo y desigualdades sociales. El sexo junto a la posición socioeconómica determinaba actitudes y comportamientos en la vida cotidiana. El status social fijó un código de conducta para que las mujeres procedentes de los estratos acomodados no se desclasaran. Una moralina ambiente que exigía mantener el orden, respetar las normas sin alterar ni cuestionar las tradicionales costumbres. Todo porque la construcción de las relaciones de género ha sido un proceso histórico y cultural que se ha proyectado tanto en el ámbito público como en el privado. Sin dudar que
216
Ibídem, pp. 150-151. W. THOMAS: Aventuras y observaciones en la costa occidental de Africa y sus Islas. Tenerife, JADL, 1991, p. 110.
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“la supremacía masculina se halla incardinada en una naturaleza masculina, ahistórica y atemporalmente entendida y, por tanto, aparentemente inmodificable”218 Ignorar las contradicciones sociales, obviar las diferencias que se producen en los distintos ámbitos del acontecer humano ha resultado eficaz para mantenerlas, porque “La propensión a subrayar las diferencias entre los sexos antes que sus semejanzas refuerza una visión dicotómica del mundo que conduce a una jerarquización de las partes implicadas”219 Así la fuerte presión social existente obligaba al sexo femenino a vivir a la luz de las restricciones, hasta tal punto, que a las mujeres de los sectores privilegiados se les prohibía incluso salir solas a la calle. Situación distinta era la de aquellas mujeres de los sectores populares que salían a realizar trabajo extradoméstico, pero en el mundo de las relaciones prevalecía la distancia entre ambos sexos. Esta situación de represión a la que se veía obligada la mujer canaria fue captada por Wilde, quien refiriéndose a las mujeres de la ciudad de La Laguna asegura que “…las mujeres de este lugar se mantienen tan encerradas como lo hacen en un harén turco”220. Los momentos de “diversión” para el colectivo femenino eran escasos y, por nada del mundo, éstas podían hacer peligrar su virtuosidad, pues de ello dependía su felicidad futura, esto era, conseguir un hombre con el que casarse. En realidad, para las mujeres y sus familias, el matrimonio se convertía en la meta prioritaria a alcanzar y, el honor, en el camino correcto para conseguirla. En una sociedad como la canaria, las normas y las costumbres imponían que el estado deseable a conseguir para cualquier mujer debía ser la unión marital; una creencia que se había perpetuado desde siglos atrás221. Los europeos observaron que las mujeres isleñas eran bastante virtuosas, salían muy poco a la calle, solamente se les permitía salir en determinadas ocasiones, solían estar recluidas en sus casas, vistas únicamente cuando se asomaban por el postigo... Esa prohibición era una forma de control social, vigilando la norma moral, sancionando, denunciando, con el objetivo de que no se desacreditaran por razones matrimoniales y el recogimiento era garante de la moral. La ideología burguesa insistía mucho en la virtuosidad de las mujeres y velaba con firmeza por su papel en el matrimonio222. “Aquí, como en España y La Habana, la gente joven de sexos opuestos no paseaban juntos en público, a menos que estén prometidos, y entonces van acompañados por la madre de la joven o por un prudente familiar. La razón que
218
OSBORNE, R. : La construcción sexual de la realidad. Madrid, Ediciones Cátedra, 1993, p. 24. 219 Ibídem, p. 23. 220 WILDE, O. en GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 89. 221 RONQUILLO, M.: Mujer e inquisición en Canarias a fines de la edad media. Revista de Historia Canaria, 182, 2000 (199-224). 222 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. pp. 108-110.
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se ofrece para esta costumbre es que los sexos se tienen más respeto cuando se mantienen separados”223 . “Nada acaparó tanto la atención de los viajeros como el papel de las mujeres y las costumbres sexuales de las clases medias isleñas. La familia era a lo que realmente aspiraba la mujer de clase media, pues la familia era la institución más importante de la sociedad canaria, como en cualquier sociedad”224.
Desde la perspectiva de los viajeros y viajeras, bajo el prisma de su mirada y el canon de sus creencias enjuiciaban el conducta de la gente, acostumbrados a otro tipo de comportamiento, si bien, en ocasiones también comentaron aquellos casos en los que la conducta era atípica225 y refieren su amoralidad: “Pancho (el guía) me confirmó la extendida opinión acerca de los habitantes de La Atalaya (Las Palmas). Carecen de moralidad y viven como animales. La Iglesia no interfiere en sus asuntos”226. Pese a lo anterior les alarmaba sobre manera las restricciones a las que estaban sometidas las mujeres. No entendían el férreo control moral que se extendía a todos los ámbitos de su vida, bastante riguroso también en las clases acomodadas, y el trato dispensado como a una menor desvalida. Olivia Stone, con respecto a este control que se ejercía sobre las isleñas, citaba el caso de las mujeres de su país: “Piensen en Inglaterra, por ejemplo, o mejor aún, en Irlanda, cuyas mujeres son famosas, e incluso acusadas a veces, por la libertad de sus costumbres y de su forma de actuar y, no obstante, el pueblo irlandés, el verdadero pueblo celta, es uno de los más virtuosos de toda la tierra –por no decir el más-, un hecho demostrado por las estadísticas” 227. Además de lo anterior en los pueblos isleños prevalecía la norma de no hablar con los hombres; así en caso de encontrarse un hombre en el camino a una mujer sola no 223
THOMAS, W.: Aventuras y observaciones en la costa occidental de Africa y sus Islas. Tenerife, JADL, 1991, p. 90. 224 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. pp. 167-168. 225 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios, opus cit, p. 285. En la habitación de una fonda de Los Llanos (La Palma) recordaba “Una cierta dama, alta, de roja nariz y hábitos dudosos, también frecuentaba la fonda. Adoptando actitudes primitivas en nuestra presencia, en sus momentos más bravos no lográbamos sacarla de nuestra habitación, a pesar de que estuviéramos en la cama o lavándonos, sino mediante estratagemas. Aún hoy sigo sin saber si era un caso digno de ser tratado en un manicomio, o si se encontraba sumida en un estado de perpetua embriaguez. Era una cosa o la otra. Y sin embargo tenía en ella la materia prima de una típica mujer palmera. De poseer una mente sensata, podía haber sido hermosa y temperamental”. 226 Ibídem, p. 323. 227 STONE, O.: Teneriffe and its six Satellites, opus cit, p. 454.
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se detenían a hablar con ella, estaba mal visto, incluso confirma el dato el hecho de haber senderos separados228. En la época prehispánica había referencias de este comportamiento entre los aborígenes. Fueron varias las pruebas que testimoniaban las restricciones sociales y los forasteros no acertaban a comprender, incluso comparaban con sus propias costumbres. Para ellos eran síntomas de un pueblo ignorante y atrasado, que cercenaba a las mujeres. “A nosotros, los nativos de Inglaterra, nos parece que las mujeres españolas están poco aprovechadas -escribió Edwardes-. No se les permite crecer ajenas a las trabas de la etiqueta, como a nuestras jóvenes. Poco a poco se las va podando con el torpe cuchillo del decoro hasta que llega a resultar sorprendentemente si, como solteras, conservan un mínimo de confianza en sí mismas. Lo que no sorprende en absoluto es que, al casarse, procuren vengarse de todas las restricciones que con anterioridad y tan injustamente hubieron de soportar. La mujer soltera , siempre y cuando permanezca bajo el techo paterno, puede decirse que no posee personalidad propia. Se moverá cual títere, sin oponer resistencia alguna, según como la manejen. Por lo tanto, hasta que no logre emanciparse mentalmente, sería una imprudencia enfrentarla cara a cara, o en pie de igualdad, con el mundo exterior. Y cuando la doncella se transforma en esposa, tal y como se la ha educado, en el mejor de los casos no llega a ser más que una insignificante compañera para su esposo. Consecuentemente, el vivirá en gran medida a su aire, y ella podrá buscar entretenimiento fuera del hogar, caso de que sea entretenimiento lo que necesita. En el casino él encontrará almas gemelas, mientras que la mujer podrá fácilmente unirse a otras esposas que, como ella, busquen compañía bien conyugal o de otra clase. El pierde su dinero jugando a las cartas o apostando a los gallos, mientras que ella, dispuesta a seguir su ejemplo y cumpliendo la promesa hecha en el altar, descubre que también puede arruinar la economía doméstica en juegos de cartas femeninos, único vicio a su alcance. Por todo ello, ¿sorprende acaso que la vida matrimonial aquí no sea en general muy satisfactoria, o que las doncellas, ante la imposibilidad de hallar otra forma de huir de las inexorables desgracias del mundo, anhelen el frío retiro que le proporcionan las paredes del convento?” 229 El comentario realizado por Charles Edwardes revela una crítica a la educación de las mujeres, educadas para cumplir con el rol que le asignaba la sociedad, y con escasas o nulas alternativas de cambio, se conformaban con cumplir, mantener y reproducir el orden vigente.
228
Ibídem, p. 202. En el camino que llevaba a Taganana (Tenerife), en la zona de la Cruz del Carmen hay una pequeña planicie donde los campesinos celebran sus fiestas “Apenas si hay espacio llano alrededor de la capilla, y sin embargo el poco que hay se bifurca dando lugar a dos senderos igualmente transitados. Los hombres siguen el de la izquierda, las mujeres el de la derecha. Es esta una costumbre que ha sobrevivido desde los tiempos de los guanches.” 229 EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios en las... opus cit, pp.190-191
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5.2. LA RECLUSIÓN EN EL HOGAR: LA MIRADA A TRAVÉS DE LOS POSTIGOS Casi todos los autores testimonian que las mujeres solían estar en sus casas, en pocas ocasiones se encontraban en la calle, sin embargo, podían ser observadas en el postigo. A los viajeros les llamó la atención que las mujeres estuvieran recogidas en sus casas y su contacto con el exterior fuera a través de la ventana o asomadas a través de los postigos: “Uno de los elementos más característicos de las casas son los “postigos”... Cada uno pasa a lo largo de lo que aparentemente es una calle silenciosa y desierta, estas trampillas, o “postigos”, se van abriendo lentamente una tras otra hacia fuera y un rostro lleno de curiosidad, a veces atractivo y con cabellos y tez oscuros, se asoman por él”230. El botánico alemán Hermann Schacht también recogió en sus páginas el episodio de los postigos, le sorprende ese ocultamiento femenino y compara el comportamiento de las canarias con las madeirenses “A menudo -refiriéndose a las viviendas-, no hay ninguna ventana, y para estar un poco a la luz, la familia se sienta durante el día delante de la puerta abierta; o también, en lugar de ventanas con hojas, se ven, como en las casas algo mejores, postigos de madera, que durante el día permanecen cerrados, pero que están provistos de una tapa, que la española de ojos negros sabe manejar muy bien, y, escondida tras aquella, escudriña la calle; en cambio, la mujer portuguesa en Funchal se deja ver gustosamente desde el balcón abierto”231 Igualmente Olivia Stone anotó como peculiaridad los postigos de las casas de los pueblos y escribió que paseando por Garachico era observada a través de los postigos232, a pesar de que la calle estaba vacía y en silencio. Igualmente Margaret D´Este comentó que a su llegada a Icod, mientras se dirigía al hotel le seguía el sonido de los postigos que se abrían233. Los postigos constituían un elemento importante para las mujeres, a través de los cuales podían perder la mirada y distraer la mente. Así ocupaban buenos ratos de la mañana y la tarde mirando a través de los postigos hasta donde alcanzaba la vista, ellas se movían dentro del canon que requería su status de permanecer recogidas en el hogar sin vulgarizarse. Era un comportamiento común entre la población de las distintas islas, que se mantuvo hasta fechas recientes. Tanto para las islas occidentales como en las orientales los viajeros informaron de esta costumbre. Por ejemplo, el científico alemán Hartung refiere los postigos en Teguise:
230
STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Opus cit. p. 38. SCHACHT, H.: Madeira und Tenerife mit ihrer Vegetation. Opus cit, p. 156 232 STONE, O.:. Tenerife y sus seis satélites. Opus cit. p. 113. 233 D´ESTE, M.: In the Canaries with a camera. Opus cit. p. 68. 231
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“Sólo aquí y allá se abría la pequeña hoja de un postigo y dejaba ver la cabeza de una mujer curiosa "234. A excepción de aquellas mujeres a las que no les quedaba otra alternativa que salir a trabajar para sobrevivir, el resto de féminas se hallaban en el hogar, salían muy poco a la calle, fundamentalmente a misa. Puesto que no estaba bien visto que deambularan solas por la calle, siempre se les veía acompañadas de una mujer mayor, evitando así propiciar las habladurías de la gente; unas habladurías que podían terminar con el honor de cualquier joven. En unos casos, cuando la familia era pudiente, la acompañante era la sirvienta de la casa. En otros, la persona que custodiaba a la joven era algún miembro de la familia. Esto ocurría a las mujeres solteras que vivían bajo la tutela de sus padres y/o hermanos varones, independientemente de la edad con la que contaran o de la existencia o no de pretendiente. “Las mujeres de Tenerife llevan la vida más retirada que se pueda uno imaginar. Muy raramente salen de sus casas, excepto cuando van a la iglesia, e incluso, una joven no se atreve a salir si no la acompaña una señora mayor. Durante el día nadie sale sin manto; exactamente, este manto es como dos enaguas cosidas juntas, hechas con estameña negra; una sirve como enagua superior y la otra cae sobre la cabeza, así la mujer está completamente tapada por ella, excepto una pequeña abertura sobre los ojos que le sirve para guiarse…A pesar de su soledad, las señoras de Tenerife poseen una vivacidad muy simpática, que compensa por completo sus deseos de belleza y las hace sumamente agradables… “235. “Pero en las islas, el mundo femenino todavía estaba rodeado de una aureola muy peculiar. Las señoritas de las clases altas y medias necesitaban la compañía de algún miembro de la familia o de la sirvienta cuando salían de paseo o eran pretendidas por su novio. A finales del siglo XIX existía aún la dueña o tutora, una figura propia de la España del siglo XVII, pero que sin embargo, aún conservaba su vigencia en las islas”236. (Las mujeres) “tenían prohibido pasear con alguien del sexo opuesto en público, a no ser que estuvieran acompañadas por la madre o algún miembro de la familia. Las ladies de las clases altas solían hacerlo con las sirvientas”237. “Las damas casi solo salen los domingos, para ir, vestidas de negro, a misa de ocho en la iglesia de la Concepción (en La Orotava). Como todos los españoles
234
HARTUNG, G.: Die geologischen Verhältnisse der Inseln Lanzarote und Fuerteventura. Neue Deukschrift der allgemeinen Schweizrischen Gesellschaft füi allgemeine Naturwissenschft Bd, XV, Zürich, 1857, p. 16. 235 KINDERLEY, P.: Cartas desde la isla de Tenerife. J.A.D.L. Tenerife, 1990, p. 22. 236 GONZÁLEZ, N. y MIRANDA, P.: El turismo en la historia de canarias. Viajeros y turistas desde la antigüedad hasta nuestros días. Nivaria. La Laguna, 1993, p. 158. 237 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 169.
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del sur, permanecen irrevocablemente fieles al velo, y a la falda larga, que arrastran”238. “La mujer trabajadora sin embargo era mucho más vista en la calle porque se veía obligada a salir a trabajar en las faenas agrícolas, lavar la ropa en los lavaderos o cuando iba por agua a la fuente o chorros públicos”239. En realidad, las jóvenes solteras debían actuar en todo momento en función de las directrices marcadas en su hogar, siempre a la luz de las imposiciones morales de la época; una época en la que las mujeres no debían desafiar las normas imperantes. Al contrario, para ser consideradas buenas mujeres debían ser obedientes y cumplir con las exigencias familiares y con los designios sociales. “La mujer soltera, siempre y cuando permanezca debajo del techo paterno, puede decirse, que no posee personalidad propia. Se moverá cual títere, sin oponer resistencia alguna, según como la manejen”240. (En Taganana) “Apenas si hay espacio llano alrededor de la capilla, y sin embargo el poco que hay se bifurca dando lugar a dos senderos igualmente transitados. Los hombres siguen el de la izquierda, las mujeres el de la derecha. Es una costumbre que ha sobrevivido desde los tiempos de los guanches, cuando la ley establecía que hombres y mujeres, si se encontraban, debían seguir caminos distintos y sin intercambiar palabra alguna. La infracción de esta norma estaba castigada con la muerte”241. En este contexto restrictivo, a las jóvenes se les hacía sumamente imposible relacionarse con personas de distinto sexo, motivo por el que se veían arrastradas a buscar la manera de intercambiar impresiones con sus homónimos, sin para ello hacer uso de la palabra o del contacto directo. Es lo que Edwardes denominaba “el código de señales”. “Debido a la prohibición que la etiqueta española impone a las relaciones de las muchachas solteras con el resto del mundo, los jóvenes de ambos sexos han creado un eficiente código de señales…También la muchacha utiliza flores como instrumento de adivinación. Para saber quién se ha de casar con ella, ha de arrojar un ramito a la calle. Aquél que lo recoja tendrá su mano”242. En este sentido Elizabeth Murray también refirió el “lenguaje de las flores”, de idéntica manera que a otros extranjeros le sorprendió la singularidad de estas costumbres, y así lo plasmó en sus escritos. 238
BENEDEN, CH.: Al noroeste de… Opus Cit. p. 32. GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 109. 240 EDWARDES, C.: Excursiones y estudios en las Islas Canarias. Cabildo Insular de Tenerife. Gran Canaria, 1998, p. 191. 241 EDWARDES, C.: Excursiones y estudios… Opus Cit. p. 202. 242 Ibídem. p. 149. 239
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“En las ferias y en otros muchos felices acontecimientos, el amante tiene buenas oportunidades, que generalmente se cuida de aprovechar, para ofrecer a su “moza” una ramita de tomillo. A esta palabra española “tomillo” se le da cierto sentido para hacer coincidir la rima con la frase “a tus pies me humillo”, cuya simple interpretación es “I humble myself at your feet””243. Algunos cronistas les llamaba sumamente la atención la existencia de costumbres arcaicas sobre el contacto entre personas solteras de distinto sexo. El hecho mismo de darse un beso dos jóvenes en el momento de un encuentro o de una despedida era algo inusual entre la población isleña. (Haciendo alusión a la familia que le brindó hospitalidad) ”Al separarnos se me permitió dar un beso a las dos jóvenes, costumbre poco practicada en este país, lo que me causó doble satisfacción”244. En el instante en el que las mujeres tenían pretendiente, el control sobre ellas seguía siendo excesivo, e incluso se incrementaba, teniendo éstas que mantener siempre las distancias para con su pareja. La mayoría de las veces solían enamorar a través de las ventanas: ellas dentro de sus casas y ellos de pie, en la calle. Frances Latimer describió la escena de los enamorados de la siguiente manera: “Observamos a unos enamorados al estilo español; tras la ventana la dama, parcialmente escondida detrás de una celosía. Fuera, en pie, el pretendiente, posiblemente con tortícolis si su novia se encuentra en el segundo o tercer piso, pero algo más cómodo si ésta se encuentra a su misma altura”245. Con la separación existente, la pareja no estaba nunca a solas, en todo momento eran vigilados por alguien de la familia. Incluso cuando al pretendiente se le permitía entrar en casa de su amada, la pareja tampoco podía disfrutar de la intimidad, pues siempre eran custodiados. Elizabeth Murray daba cuenta de este episodio, ridiculizando esta costumbre, mientras Olivia Stone se limita a describirla246, y Harold Lee destaca que después de ser aceptado el novio, las prohibiciones seguían siendo severas247. El
243
MURRAY, E.: Tomo II, Opus Cit. p. 50. Cfr. García Pérez, J.L.: Viajeros ingleses, Opus cit, p. 29. 244 MILBERT, M.J.: Viaje pintoresco… Opus Cit. p. 71. 245 LATIMER, F.: Las mujeres viajeras. En GARCÍA J.L., Viajeros ingleses en las islas Canarias durante el siglo XIX, opus cit. p.185 246 GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses. Opus cit. p. 187. 247 HAROLD, L.: Madeira and the Canary Islands. Liverpool, 1888, pp. 30-31. El autor describe, en el capítulo rotulado Canarias y su Gente, el estricto control al que estaban sometidas las relaciones de los novios, al respecto subrayó: “Aquí a ninguna pareja se les permite “susurrarse al oído” en el transcurso de un baile. Cuando ya Pyramo haya sido inspeccionado y tanto su conducta como su posición económica hayan sido debidamente aprobadas por la familia de la joven, entonces éste puede visitar a su Tisbe, pero sin embargo
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podía visitar la casa, pero las visitas se hacían en presencia de la madre, tía, hermana mayor o alguna otra persona que viva en la casa de la novia248. “Las jóvenes coquetean con sus enamorados detrás de las rejas de los balcones. Cuando llega el atardecer, se ve a los galanes circular, envueltos en grandes abrigos, bajo la ventana donde la bella les espera”249. Esta situación de cautividad y de excesivo control despertaba el desconcierto de los viajeros, acostumbrados a que en sus países de origen las mujeres tuvieran una mayor libertad, sin que por ello dejaran de ser consideradas virtuosas o serias. “Noche tras noche nos divierte mucho ver a los novios en la calle, apoyados contra las paredes de la casa, bajo las ventanas de las señoritas que admiran… Sorprende ver la reclusión en que viven las hijas… Cualquiera diría que son tan inmorales que han de ser cuidadosamente vigiladas. Sin embargo, no es el caso ya que son excesivamente virtuosas… Los jóvenes no pueden hablar libremente de lo que les atañes más íntimamente en presencia de sus mayores… Además, como me dijo un caballero, “El que las mujeres estén encerradas no prueba su virtud, se demuestra mejor luchando en el mundo, y no, estando encerradas entre cuatro paredes”. Es bien conocido que esta reclusión de las mujeres, semejante a un enclaustramiento, no podría impedir que una muchacha se portase mal si quisiera hacerlo. ¡Es absurdo decir que una muchacha no se puede atrever a salir de su propia puerta sola!”250. El efecto contrario producía, entre la población femenina canaria, los comentarios de los viajeros acerca de los modos de vida más independientes de los que gozaban las mujeres en países como Inglaterra y Francia. Para las mujeres isleñas era inaudito que las extranjeras, ante tanta libertad, gozaran de la formalidad y honorabilidad que se le exigía a cualquier “mujer de su casa”. “En todo el tiempo que estuvimos en la mesa, las señoras se mostraron muy minuciosas en cuanto a sus preguntas referentes a las mujeres inglesas, su aspecto, sus vestidos, comportamiento y diversiones. Contesté a todas aquellas preguntas lo mejor que puede; pero se quedaron muy escandalizadas acerca de lo que les dije sobre el libre comportamiento; y cuando les informé acerca de las costumbres de las señoras francesas, me dijeron claramente que no era posible que pudiera haber entre ellas mujeres virtuosas”251. La mentalidad de las mujeres canarias no debe resultar extraña si se tiene en cuenta las grandes restricciones morales a las que se veían sometidas y bajo las que estos encuentros se llevan a cabo bajo la presencia de algún familiar (madre, tía o hermana mayor) o bien de alguna otra señora que esté viviendo bajo el mismo techo”. 248 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 249 BENEDEN, CH.: Al noroeste de… Opus Cit. p. 31. 250 STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. pp. 453-454. 251 GLAS, G.: Descripción de las Islas… Opus. Cit. p. 48-49.
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habían sido educadas; presiones que, para algunos viajeros, se alzaban en verdaderos obstáculos para las relaciones de pareja entre sexos antes del matrimonio. “Los celos era una parte integrante, picante y salada del amor en los isleños… Era consecuencia de las escasas relaciones de amistad que había entre las mujeres y el sexo opuesto. Vivían ambos sexos completamente separados. En la sociedad isleña del siglo XIX, las gentes tenían serias dificultades y demasiados obstáculos que superar antes de la llegada del matrimonio”252. Ciertamente, las mujeres solteras en las islas contaban con muy poca libertad y vivían bajo el más absoluto control253. Al igual que se les prohibía estar a solas con una persona de distinto sexo, tenían que cuidarse de tener un solo novio, que sería su futuro marido. En ambos casos, el fin último era mantener una muy buena reputación, pues este era el tesoro más importante que debía conservar toda mujer. “La moralidad de las mujeres del campo es elevada. Si están casadas casi siempre son fieles, incluso cuando el marido emigra y se quedan solas durante años. Si son solteras, rara vez tienen más de un novio”254. Las familias velaban por las féminas solteras hasta el momento mismo del matrimonio siendo sometidas, incluso, a ciertos procedimientos que propiciaran el casamiento. Uno de los recursos empleados para atraer al pretendiente y conseguir que se esposara, era alimentar a la joven hasta hacerla engordar y lograr que estuviera de buen ver. Ésta era una técnica que no era en nada novedosa, pues había sido utilizada desde mucho tiempo atrás por los aborígenes canarios. Éstos tenían la creencia de que en la gordura erradicaba no sólo la belleza sino también la capacidad para procrear. En este sentido, a las mujeres delgadas se les consideraba seres infértiles, incapaces de concebir, lo que en cierto modo las anulaba como mujeres, y es que el objetivo del matrimonio no era tanto la vida en pareja como sí la propagación de la especie. (Refiriéndose a los matrimonios) “Todo lo que sabemos sobre ellos es que, para realizar esta unión, era necesario que la mujer estuviese gorda. Por eso, antes de efectuarlo, se mantenía a la joven encerrada durante un mes, se la alimentaba con cosas suculentas y se le prohibía toda ocupación. Si al cabo de ese tiempo el pretendiente la encontraba delgada, se la consideraba incapaz de alumbrar a hombres robustos y bien constituidos y, consecuentemente, era repudiada”255. 252
GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 107. Latimer, sorprendido por la forma de relacionarse entre los jóvenes de ambos sexos, describió el noviazgo de las parejas isleñas: “La conversación transcurre en voz baja, generalmente interrumpida cuando aparecemos, puesto que ellos están asimismo tan interesados en nuestras cosas como nosotros en las de ellos. Frecuentemente otra persona del sexo femenino está a la vista o bien a una distancia prudente en el interior, la cual debe ser buscada, ya que sin tal acompañamiento la gente de bien no corteja”. Cfr. por GARCÍA PÉREZ, J.L.: Viajeros ingleses, Opus cit, p. 29. 254 BROWN, A.: Breve historia de… Opus. Cit. p. 74-75. 255 SAINT-VINCENT, B.: Ensayos sobre las islas… Opus. Cit. p. 66. 253
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(A los guanches) “les gustaba la gordura en la mujer… La delgadez es un pecado nunca perdonado por los hombres del sur”256. “En esta misma isla (Gran Canaria) se acostumbraba a recluir a las doncellas durante treinta días, regalándolas con leche, gofio, carne y otras comidas para presentarse gordas al tálamo, pues en caso contrario podían ser rechazadas, “no casándolas flacas porque decían tenían el vientre pequeño para concebir”257. (El gofio) “Es considerado muy nutritivo y se da con leche a las novias para engordarlas, existiendo aquí, como en muchos climas cálidos, la no muy interesante o romántica costumbre de intentar y fomentar el buen ver de las mujeres a punto de casarse haciéndolas tan gordas como sea posible”258. “El aprecio a la gordura era un elemento más para las mujeres, entre otras razones porque facilitaba un casamiento mejor” 259. Para muchas jóvenes el matrimonio se convertía en la única opción con la que contaban para librarse de la autoridad del pater familia y aventurarse a la vida adulta, una vida en la que gozar de mayor autonomía. Las doncellas veían el matrimonio como la liberación, una forma de ingresar en la edad adulta y de emanciparse de la autoridad del padre260. No obstante, y a pesar de que las mujeres casadas contaban ciertamente con mayor independencia que las solteras, después de haberse esposado, tampoco se estimaba socialmente que fueran igual de maduras que los hombres, subestimándose su capacidad incluso para regir su propia existencia. Este era el motivo por el que las mujeres permanecían perpetuamente subordinadas a sus esposos, independientemente de que su vida no fuera la que ellas habían soñado antes del matrimonio, esto es, una vida emancipada, plagada de felicidad. Casi cada familia tiene una madre, tía o alguna sabia matrona: que es oráculo, y a ninguna mujer se la considera en edad de discernimiento hasta que tenga canas en la cabeza; de este modo una joven, cuando se casa, sólo pasa de una tutela a otra. De la dirección de sus propios familiares a la de su marido261.
256
BURTON, R.: Viajes a las islas canarias, 1861. Edén. Tenerife, 1986. p. 86. DE ANDREU, En CUSCOY, D.: El folklore infantil y otros estudios etnográficos. Cabildo Insular de Tenerife. Tenerife, 1991. p. 29. 258 DEBARY, T.: Notas de una residencia en… Opus. Cit. p. 34. 259 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 169. 260 MORENO, Mª S.: Mujer y transgresión moral ante el Santo Oficio en Canarias, opus cit, p. 102. 261 KINDERLEY, P.: Cartas desde la isla de… Opus. Cit. p. 22. 257
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De las mujeres se esperaba que se casaran bien. Por eso había un gran contraste entre la casada y la soltera. Las primeras disponían de mucha más libertad. Sin embargo, hasta que no se casaran, es decir, mientras fueran mujeres solteras, la sociedad isleña creía que era imprudente dejarlas cara a cara con el mundo exterior… Ciertos viajeros señalaban que la forma de vida de la mujer canaria soltera no tenía un desenlace halagüeño cuando lograba su “emancipación” con el matrimonio. En efecto, una vez casada, su nuevo status no significaba el comienzo de la felicidad, sino “se convertía en una compañera indiferente para su marido262. Y cuando la doncella se transforma en esposa, tal y como se la ha educado, en el mejor de los casos no llega a ser más que una insignificante compañera para su esposo263. Para algunos viajeros, el hecho de que las mujeres solteras vivieran sujetas a tantas limitaciones durante su juventud podía tener un efecto perverso al contraer matrimonio ya que, tras casarse, podrían vengarse de toda la opresión sufrida durante sus vidas, llegando al extremo de dejar de lado su excesiva virtuosidad y ser infieles a sus esposos. A nosotros, los nativos de Inglaterra, nos parece que las mujeres españolas están apenas aprovechadas. No se les permite crecer ajenas a las trabas de la etiqueta, como a nuestras jóvenes. Poco a poco se les va podando con el torpe cuchillo del decoro hasta que llega a resultar sorprendente si, como solteras, conservan un mínimo de confianza en sí mismas. Lo que no sorprende en absoluto es que, al casarse, procuren vengarse de todas las restricciones que con anterioridad y tan injustamente hubieron de soportar264. La represión a la que estaban sometidas las mujeres de cualquier clase social, alta o baja, y condición, soltera o casada, se veía incrementada, si cabe, por la muerte sobrevenida de algún familiar o vecino. Cuando esto se producía, las mujeres veían coartadas sus escasas salidas, teniendo que acompañar el luto del corazón con el luto impuesto del vestuario. Debo mencionar aquí que si muere una persona que sea pariente, incluso remotamente, de alguna familia, ésta se ve obligada a guardar luto… En las Canarias se suspenden los actos de hospitalidad y los que están de luto ni hacen ni reciben visitas, y tampoco salen. Las mujeres de la familia aceptan esta obligación hasta tal punto que sufren, tanto mental como físicamente, a causa del encierro265.
262
GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. pp. 110-111. EDWARDES, C.: Excursiones y estudios… Opus Cit. p. 191. 264 Ibidem, p. 190. 265 STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 402. 263
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Cuando la familia está de luto, todas sus mujeres, incluso las niñas, usan pañuelos negros que armonizar con el brillante negror de sus ojos…266.
Las mujeres de clase media, muy hogareñas, carentes de iniciativa, contrastaban con la actividad de las trabajadoras, o las de clase alta. El cuidado de la casa era su misión prioritaria, la cual le exige una atención constante; además recogidas en casa porque la calle constituía un peligro, podía facilitar el contacto con los hombres y la alejaba de la virtud. El matrimonio y su marido era el único horizonte para asomarse al mundo exterior. Realmente no perdían libertad al casarse porque nunca habían disfrutado de ella.
266
DU CANE, F. y DU CANE, E.: Las islas canarias… Opus Cit. p. 134.
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V. ESCOLARIDAD Y APRENDIZAJE
Los viajeros, en general, se sorprendían de la rudimentaria educación de las mujeres, pero no entendemos del todo esa actitud, cuando en el siglo XIX había en Europa muchas restricciones educativas y se controlaba el acceso a los saberes. Fue una constante mantenerlas alejada de la cultura, negándoles incluso el aprendizaje de la lectura y la escritura, porque el silencio era la mejor garantía para que no progresara. Curiosamente, hasta el célebre revolucionario francés Sylvain Marechal267, en 1801 redactó un anteproyecto de ley en el que prohibía el aprendizaje de la lectura a las mujeres: "la Raison veut que les femmes qui s'obstineront à écrire des livres n'auront pas le droit d'avoir des enfants", es decir, “la Razón quiere que las mujeres que se obstinen en escribir libros no se les permita tener hijos”.268 No se aprobó, pero resulta bastante significativo que se reeditara posteriormente en 1841 y 1853. Este hecho subraya una vez más el confinamiento doméstico, aunque se procuró más educación para ellas, los mejores tributos seguían siendo oír y callar. En el caso de las mujeres isleñas, seguían patrones de comportamiento bien distintos, su formación se limitaba al estricto marco familiar y no se consideraba oportuno ni necesario acudir a sistemas de educación exógenos a la familia. Las madres se encargaban de educarlas en los rudimentos de lectura, escritura, religión y en las llamadas materias propias de su sexo: bordado, costura, encaje, cocina, economía doméstica... así como en el desarrollo de una serie de virtudes morales en detrimento de la cultura, tales como la paciencia, sensibilidad, amor, abnegación, sumisión y obediencia que permitiesen a la futura mujer encarar su propia vida matrimonial con entrega y pasividad, así como el convencimiento de que la maternidad era el elemento capital de la razón del ser femenino. Las madres se erigían en monopolizadoras de las enseñanzas que habían de transmitir y hacer cumplir a sus hijas para que, a su vez, ellas las transmitieran a sus descendientes femeninas. La educación que se transmitía de generación en generación se centró en una serie de valores útiles para la cultura patriarcal, potenciando el mundo interior, el de la casa, mientras a los hombres se les encaminaba al mundo exterior. Un ingente nivel de conocimientos y actitudes 267
Cfr. por BALLARIN DOMINGO, P.: La educación de las Mujeres en la España contemporánea. Madrid, Síntesis, 2001, p. 34. Sylvain Marechal (París, 1750 - Montrouge, 1803) Escritor y revolucionario francés, un tanto extravagante, a tenor de sus escritos: hizo una parodia de la Biblia en el Libro escapado del diluvio (1784) y en su Almanaque de la gente honrada (1788) suplantó los nombres de los santos por los de personajes célebres, criticó a la Revolución en Enmienda (1793), Los viajes de Pitágoras (1799) fue su obra más importante. 268 Ibídem. Autor del “Manifeste des égaux” (París, 1801), un anteproyecto que no se tramitó. Desde su perspectiva, la escritura no convenía a las mujeres, consideraba peligrosa su utilización, y por ello manifestó: "Une femme poète est une petite monstruosité morale et littéraire, de même qu'une femme souverain est une monstruosité politique."
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miméticas que se fueron vertiendo de generación en generación sin el más mínimo sentido crítico que avalara la utilidad de su permanencia. De forma similar a otras partes del orbe, la sociedad isleña de carácter patriarcal, educaba a las mujeres en un orden estático en el marco de las relaciones familiares y sociales, en función de los intereses del cabeza de familia con el deseo de reproducir sus propios valores269. Privada de una instrucción pública, la casa y el convento270, con la ayuda de los libros, fueron el medio donde se desarrollaron las mentes femeninas hasta que la escuela pública, obligatoria y gratuita, fue una realidad ya en la España contemporánea. La casa era un espacio femenino completamente acotado y encomendado casi exclusivamente a las mujeres. En ella vertían sus normas, su saber práctico y su conservadurismo no sólo la madre, sino, con frecuencia, la abuela, alguna tía soltera que convivía con la familia, además de las criadas, niñeras... si se trataba de familias burguesas o aristócratas. Se imponía una vida cerrada entre las paredes de la casa y las visitas piadosas a la iglesia, escondida de la mirada de los extraños.
6.1. MARGINALIDAD EDUCATIVA El siglo XIX no abrigó nuevas perspectivas, aunque desde alguna tribuna progresista se demandara educación para ellas, en torno al 90% de la población femenina era analfabeta271. Insultantes cifras de analfabetismo272 que evidencian la marginalidad educativa y cultural en la que transitaban las isleñas. Hacia finales del siglo las tasas de analfabetismo se redujeron gracias al establecimiento de escuelas y la ampliación de la red escolar por distintas zonas del Archipiélago, pero los niveles de instrucción eran todavía bajos. Aunque los sectores acomodados no accedieran al sistema de enseñanza reglada y no tuvieran acceso a los estudios de bachillerato y universitarios, se instruían en el hogar o en los colegios privados de señoritas. Las posibilidades de instrucción apenas variaron hasta comienzos del siglo XX, a partir de 1920 se produjo un avance cualitativo en la educación a nivel de todo el estado, y por supuesto se reflejó en Canarias. Paulatinamente, si bien con un considerable retraso en cuanto a la incorporación de nuevas pautas formativas, el horizonte cultural comenzó a abrirse para las isleñas. Este proceso imparable se completó en el transcurso de las décadas siguientes, no solamente cubriendo los niveles de instrucción elemental, sino alcanzando cotas en los niveles de enseñanza secundaria y superior, que permitió a unas pocas privilegiadas acceder a la educación que les había sido vetada sistemáticamente. No obstante, cabe decir que la educación de las mujeres en el mundo contemporáneo no 269
GONZÁLEZ PÉREZ, T.: Mujer y Educación en Canarias. Santa Cruz de Tenerife, Editorial Benchomo, 1998, p. 41. 270 “Esta gente es muy afable –escribió Marianne North- y sus jardines son maravillosos. Las señoras conquetean con sus abanicos, mientras van ataviadas con sus mantillas y una flor pende de su cabello. Verdaderamente se comportaban como unas perfectas damas, aunque no poseían otra educación que la que habían recibido en algún convento”. 271 GONZÁLEZ PÉREZ, T.: Mujer y Educación. Opus cit, p. 42. 272 GONZÁLEZ PÉREZ, T.: La enseñanza primaria en Canarias. Estudio Histórico. Santa Cruz de Tenerife, Gobierno de Canarias, Consejería de Educación, Cultura y Deportes, Dirección General de Universidades, 2003, p. 40.
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tendió a abrir horizontes amplios, sino a confirmar los existentes. En el fondo, se trataba de modificar algo para que nada o casi nada cambiara: Aprender a ser mujer. No precisaba tanto una gran instrucción, sino una adecuada educación que le llevara al aprendizaje de unas materias, que le permitiesen superar con éxito las dificultades cotidianas que el progreso les presentaba. Se le reconocía el derecho que como ciudadana tenía a la educación, aunque matizado con la finalidad de mejorar su función de esposa y madre. No podemos determinar cuando las mujeres tomaron conciencia feminista, probablemente en la medida en que descubrieron la marginación, segregación y subordinación a la que habían sido sometidas. En la mayoría de los países europeos la aparición del feminismo ha estado vinculado a las doctrinas liberales, que reconocían la necesidad de conceder a todos los ciudadanos y ciudadanas, sin distinción de sexos, la igualdad de derechos políticos. Si bien el movimiento feminista, forjado en el seno de las clases medias y de clara inspiración burguesa, comenzó a adquirir importancia a mediados del siglo XIX en Inglaterra y Estados Unidos, en España, y por ende en Canarias, no hubo movimiento feminista organizado como en los países anglosajones. En España el liberalismo constituye una corriente poco asentada en la sociedad y en la dinámica política de los dos últimos siglos y el feminismo no hace su aparición hasta bien entrado el siglo XX. Y aunque penetraron las ideas feministas, pero con débil arraigo, no se cuestionó la sociedad establecida, se trató de reformar más que de igualar, no se puso en discusión el papel tradicional de esposa y madre, pero se logró la contemporización con las nuevas ideas llegadas al país. El feminismo llegó en la segunda década del siglo XX, algo tarde, cuando había perdido combatividad. Sin embargo, en el Archipiélago Canario no se puede referir un cuestionamiento feminista. La pervivencia de unas estructuras sociales características del Antiguo Régimen, el fuerte control social ejercido por el clero junto a la debilidad de la burguesía y su revolución industrial, condicionó sobremanera el desarrollo socioeconómico español. Hecho desfavorable que frenó el avance de las ideas feministas, porque el detonante se hallaba precisamente en la incorporación de las mujeres al trabajo extradoméstico. En este sentido, aparte las influencias foráneas, la coyuntura social y económica favoreció el avance de la conciencia feminista, pues las mujeres han trabajado siempre, en la agricultura, ganadería, artesanía y otras actividades, el desempeño de estas tareas no las habían alejado del hogar, compatibilizaban la vida doméstica y no alteraban el orden familiar. La nueva estructura productiva las obligaba a ausentarse doce o quince horas diarias de la casa y del control del cabeza de familia, pero su salario era inferior al de los hombres y se consideraba complementario, y no la eximía del trabajo doméstico. Un problema no resuelto, pues los hombres no integraron ni se han integrado en el mismo grado de responsabilidad en el hogar y la cultura doméstica, motivo por el cual es una cuestión irresoluta en la actualidad273. 273
CAPEL, R.M.: Mujer y trabajo en la España de Alfonso XIII, en Mujer y Sociedad en España 1700-1975. Madrid, 1982, p. 214. La autora manifiesta al respecto: “El debate acerca del trabajo de la mujer surge en España a fines del siglo pasado, y en la polémica, los ideales católicos ejercerán una influencia determinante hasta bien entrada la actual centuria. De igual modo que ocurriese en otros países, será la evolución económica interna la que familiarice a los
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El origen del feminismo español se encuentra en la labor educativa desplegada por la Institución Libre de Enseñanza (1876), alimentada por el krausismo, por los Congresos Pedagógicos de 1882 y 1892, y la reforma de la Escuela Normal de Maestras274. El objetivo inmediato era la cultura y la educación, cuyo acceso le había estado restringido, para ampliar las dimensiones hogareñas que le habían circunscrito. En 1871 se creó la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, con la finalidad de formar a las mujeres en aquellas profesiones consideradas como más femeninas y acordes con su naturaleza. Igualmente se fundaron las Escuelas de Comercio, Correos y Mecanografía, para dar cobertura a esa formación profesional. Pretendían adecuar la cultura y alcanzar unos derechos para las mujeres más acordes con los nuevos tiempos, pues no luchaban por la emancipación. El debate feminista no interesó a la gran masa de mujeres, y en clara correspondencia a la escasa propagación de las ideas feministas, no se consolidó el movimiento de mujeres. Si bien la cultura y formación será una demanda de los sectores burgueses, las capas populares la problemática de las mujeres obreras era muy diferente. Ajenas a la cultura letrada, su embrutecedor trabajo en la fábrica por un salario muy inferior al del hombre, o el trabajo a domicilio sin ninguna protección laboral y en pésimas condiciones higiénicas, le empujaban a buscar soluciones como integrante de una clase social oprimida más que por pertenecer al sexo femenino. Participaron masivamente en coyunturas críticas que afectaban por graves causas al proletariado, tal como se había significado en los alborotos derivados de la carestía y escasez de alimentos en etapas anteriores. El feminismo burgués y paternalista se erige en defensor de las obreras, desplegando una labor de beneficencia más que implicarse en resoluciones a largo plazo.
6.2. ALFABETIZACIÓN Y NIVEL CULTURAL El nivel cultural de las Islas variaba en función de la procedencia social; la élite se beneficiaba de los bienes culturales mientras los sectores populares permanecían en la absoluta ignorancia. Pobreza y analfabetismo se hallaban estrechamente unidos, máxime cuando se trataba de la población femenina. “La gente de estas islas, excepto la aristocracia que se educa en España y los funcionarios del gobierno, que en su mayoría son de la madre patria, generalmente es muy pobre, muy hospitalaria, muy ignorante, muy honesta, muy sucia y muy religiosa, aunque no de una moral extraordinaria”275. españoles con la idea de la actividad asalariada femenina, aunque no se supere esa postura intermedia que la acepta ante el imperativo de las circunstancias y que, por tanto, no deja de concebirlo como complementario, eventual, mal menor antes de morir de indigencia o perder la honra". 274 SCANLON, G.M.: La polémica feminista en la España contemporánea. Madrid, 1986, p. 4. 275 THOMAS, W.: Aventuras y observaciones en la costa occidental de Africa y sus Islas. Tenerife, JADL, 1991, p. 83.
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“Y aunque, en los puertos de mar, el frecuente trato con extranjeros ha servido para introducir más urbanidad, tampoco es aquí mucho mejor el tono social, pues falta tanto formación intelectual como pureza de costumbres, no formando parte hasta ahora de los entretenimientos de la sociedad ni la música ni la lectura. Por lo demás, no se puede negar que las muchachas son comunicativas y agradables en el trato, y saben disimular mejor que los hombres su falta de conocimientos”276. “El sistema escolar deja aún mucho que desear. Conforme a la legislación española, no existe escolarización obligatoria” 277. “Los propios padres, en su mayoría descuidados en la educación de sus hijos, no se han parado a reflexionar jamás sobre este punto tan importante, de manera que, difícilmente, puede verse algo más equivocado que esta educación”278. El alemán Carl Bolle observó las precariedades educativas, la enseñanza estaba muy abandonada, aunque los isleños habían desarrollado una inteligencia natural279. Fue crítico con la condición feudal de la isla de La Gomera, isla de señorío propiedad del Marqués de Belgida que residía en Madrid sin preocuparse por la formación del pueblo280. El contraste de la cultura femenina entre los sectores populares y acomodados resaltó a la vista de los viajeros, y así lo testimonian en sus relatos. En la correspondencia de Humboldt, en concreto en una carta dirigida a su hermano Guillermo, que fuera fundador de la Universidad de Berlin, filólogo, científico y político alemán (1765-1835), fechada el 20 de junio de 1799, en el Puerto de la Orotava, le decía: Imposible imaginar el garbo y la cultura de las damas de estas casas” refiriéndose a la casa inglesa del comerciante Juan Cologán (Puerto de la Orotava), lugar donde se hospedaban, y a la casa del general Armiaga en Santa Cruz281. Normalmente la educación de las mujeres de clase alta consistía en un barniz cultural, un aprendizaje elemental que incluía lectura, escritura, doctrina, nociones de historia, geografía, gramática, religión, labores y algo de idiomas y piano. Sorprende
276
COLEMAN MAC-GREGOR, F.: Las Islas Canarias. Según su estado actual y con especial referencia a la topografía, estadística, industria, comercio y costumbres (1831). Opus cit, p.165. 277 MINUTOLI, J.F.: Die Canarischen Inseln, inhre Vergangenheit un Zukunft. Opus cit, 1854, p. 165. 278 COLEMAN MAC-GREGOR, F.: Las Islas Canarias. Opus cit. p. 151. 279 SARMIENTO PÉREZ, M.: Las Islas Canarias en los textos alemanes. Opus cit, p. 499. 280 Ibídem, p. 535. 281 cfr. por Hernández González, M.: en HUMBOLDT, A.: Viaje a las Islas Canarias, Santa Cruz de Tenerife, Francisco González Lemus Editor, p. 201.
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que Humbold refiera la cultura de las burguesas, insiste particularmente en las féminas de las casas Armiaga, Cólogan y Little: “¡Qué cultura, qué apostura!” alegando que podría ser Londres si la vegetación no le ubicara en las “Islas Afortunadas” 282. Esa opinión contrasta con la de otros europeos, que estimaba que la población femenina adolecía de un bajo nivel instructivo, por su desidia y la exigua formación de los profesores. “Además de una gran aptitud para toda clase de labores femeninas, poseen también las mujeres buenas cualidades para la música y la pintura, pero demasiado poca perseverancia para, junto a maestros mediocres, alcanzar un cierto grado de perfección”283. La escasa cualificación de los maestros, la carencia de eruditos y poco interés por el aprendizaje contrastaba con las cualidades intelectuales de la gente284. Sin embargo, a los ojos de otros viajeros la instrucción que recibían las mujeres pertenecientes a los sectores acomodados era deficitaria. “En el colegio femenino, las señoritas naturales de las islas nos obsequiaron con una música superior. Nos mostraron por completo los dormitorios y las salas de clase y en todas partes orden y gusto eran manifiestos. El sistema de enseñanza es similar al que se sigue en nuestros colegios femeninos, pero diferenciándose ventajosamente en éste, pues las lenguas ocupan el lugar de las matemáticas y la pintura se lleva de la zona de pintarrajos en colores al muy provechoso logro de dibujar la naturaleza”285 Edwardes en su comentario sobre las mujeres, generalizando el caso español, alegaba que “Por lo general, las damas españolas, todo hay que decirlo, son algo monótonas. Este defecto es atribuible tanto a su educación, como a las costumbres nacionales... De esta manera, las circunstancias han mantenido a las 282
Ibídem, p. 203. en una carta dirigida al barón de Forell, fechada el 24 junio 1799. COLEMAN MAC-GREGOR, F.: Las Islas Canarias. Opus cit. pp. 165-166. 284 Ibídem, p. 166. Este viajero hizo hincapié en que “Sólo entre los hombres pertenecientes al estado clerical y erudito pueden encontrarse algunas personas cultas y sabias, que constituyen el ornamento de toda sociedad. De los hombres corrientes y ordinarios no se puede esperar, por razones comprensibles, que sean diferentes a como son realmente. Las intrigas amorosas, el cigarro, la siesta y el juego del monte ocupan la mayor parte de su tiempo. Sin embargo, tienen los canarios cualidades extraordinarias; lo que sucede es que su intelecto tiende mucho más a dispersarse que a profundizar en una cosa. Su capacidad de concentración es poca y se aplican a todo aquello en lo que se requiera más fantasía que reflexión”. 285 THOMAS, W.: Aventuras y observaciones en la costa occidental de Africa y sus Islas. Opus cit, p. 89. 283
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damas españolas ajenas a esa mundana espiritualidad que, cuando es genuina, resulta harto atractiva. No obstante, ella aspira a ser ingeniosa, a la par que “espiritual”, cuando se exhibe en público”286. También Charles Edwardes destacó de su visita a Santa Cruz de Tenerife el asilo, la buena impresión que le causó “me pareció un lugar casi ideal para la lenta agonía de la vejez”, asimismo dio cuanta de un grupo de niños “robustos” ocupados en tareas escolares: “Después de ver a los niños pasamos a las niñas. Sus edades estaban comprendidas entre los ocho o nueve y los quince años, y algunas prometían una gran belleza. En España abundan esos ojos negros que se clavan en el corazón; pero aquí, algunas de estas bien educadas huérfanas, exhibían una tez más propia de Inglaterra, así como unos resplandecientes ojos llenos de dulzura. Las niñas estaban empleadas en diversas tareas: algunas bordando, otras recortando figuras de papel con las que decorar las imágenes de las iglesias o confeccionando ramitos de rosas y geranios de papel, precisamente en este tierra desbordante de flores naturales”287. “En la inclusa había unos cien niños entre las edades de unos pocos días a catorce años, en su mayoría mujeres. Allí aprendían costura, a leer y a bordar, y se les suministraba comida y ropa hasta que eran lo bastante mayores como para vivir por sí mismos” 288. La infraescolaridad fue una de las características de la sociedad isleña hasta avanzado el siglo XX. Tanto la escasez de escuelas como de maestras, junto a la consideración de la escasa utilidad del aprendizaje, fue una de las causas de los altos niveles de incultura letrada femenina. En muchos pueblos no había escuelas públicas para niñas, y esas carencias las suplían las “amigas”, mujeres con vocación de enseñanza que con unos rudimentarios conocimientos instruían a las niñas. El científico francés Sabino Berthelot, testigo de la vida cotidiana tinerfeña, analizó los aspectos socioculturales e interpretando la realidad insular se detiene en la educación. “Las escuelas llamadas de amigas son para niñas y están atendidas por maestras a las que se designa con igual denominación, amigas. En esas escuelas se enseña a leer, a coser y bordar; y también se recitan oraciones y se aprende al catecismo” 289. El programa curricular señalado constituía los aprendizajes básicos para las niñas con cierto rango social, porque las que provenían de los sectores populares en 286
EDWARDES, C.: Excursiones y Estudios... p. 315-316 Ibídem, p. 30 288 THOMAS, W.: Aventuras y observaciones en la costa occidental de Africa y sus Islas. Opus cit, p. 88. 289 BERTHELOT, S.: Misceláneas Canarias. La Laguna de Tenerife, Francisco Lemus Editor, 1997, p. 50 287
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pocas ocasiones pudieron acceder a la instrucción. La hipocresía moral queda reflejada en la didáctica empleada y en la práctica del aprendizaje de algunos contenidos de la doctrina cristiana. Ese aspecto lo detalló perfectamente Sabino Berthelot: “Con relación a éste (se refiere al catecismo), es mejor que ciertos preceptos sean ignorados por las niñas, especialmente en un clima donde la imaginación, llevada por una inteligencia intuitiva, exalta precozmente los sentidos y da al traste con todas las previsiones. Por ejemplo, el sexto mandamiento se enuncia con entera libertad en los catecismos impresos en español. Este precepto de la ley divina se expresa con estas dos palabras: No fornicar. Cuando la amiga hace recitar el catecismo al grupo de niñas, les ordena sobreentender el sexto mandamiento, y reemplazar el enunciado por un hm, hm, aunque las alumnas conozcan el texto por haberlo leído en sus libros y la mayoría haya captado el verdadero sentido”290 Prosigue al respecto Sabino Bethelot, describiendo detalladamente la memorización y repetición del catecismo: “La entonación del hm, hm, equivale a dos débiles suspiros. Algo más que picardía hay en esta evasiva respuesta: se resuelve en mohines de mucha gracia expresiva. Las pícaras miradas de las muchachas, la sonrisa que se dibuja en sus labios, el tono fingido de sus voces, traicionan sus secretos pensamientos, dando a entender que no creen en el valor del hm, hm. Algunas veces me he detenido delante de las ventanas bajas de este tipo de escuelas para escucharlas; la seriedad de la amiga contribuye a dar más comicidad a la escena. Estoy seguro que el hm, hm provoca la risa del hombre más circunspecto y de la mujer más mojigata que escucharan aquello por primera vez”291. Su mentalidad progresista tropezaba con la deficitaria instrucción que se impartía en Canarias incluso para la élite. Su preocupación se reflejó en las innovaciones pedagógicas que introdujo en La Orotava con la creación del Liceo en 1824, institución donde se impartía un currículum científico basado en un programa de estudios inspirado en el modelo inglés, siendo una de las experiencias más novedosas y señeras del pasado educativo insular. Buena parte de las mujeres, sobre todo las que vivían en zonas rurales, ni siquiera tuvieron la posibilidad de recibir instrucción escolar alguna. En unos casos, el motivo fue la carencia de escuelas públicas en los lugares más alejados de la urbe. En otros, la causa estribaba en la imposibilidad de éstas de acudir a las pocas aulas existentes. Los múltiples quehaceres que tenían que realizar a diario, tanto en sus hogares como fuera de ellos, les coartaban cualquier acercamiento a la escuela y es que, desde muy pequeñas, las niñas se alzaban en mano de obra importante para sus familias. En efecto, a la situación escolar deficitaria de las islas se unió la escasez de recursos con 290 291
Ibídem. Ibídem
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los que contaban los habitantes del campo, más preocupados por sobrevivir que por aprender las técnicas de la lecto-escritura y las cuatro reglas. Hay una escasez extrema de libros en todas partes y, al indagar, descubrimos que no hay ninguna escuela en un radio bastante considerable por lo que los niños de este pueblo (Guía de Isora), bastante grande, no reciben instrucción alguna. Hay muy pocos hombres y mujeres que sepan leer y, mucho menos, escribir292. (Refiriéndose a los campesinos)… esta gente no había recibido la más elemental instrucción. No es en el campo canario donde hay que ir a buscar gente instruida. El que sabe leer y escribir es un sabio. No obstante, existen escuelas en un cierto número de municipios, pero los maestros no son pedagogos perfectos y los alumnos tienen muy poca voluntad para aprender… Los campesinos ignoran hasta su edad293. El campesino de este lugar apenas sabe nada. Ejemplos de los que sepan leer o escribir son muy raros294. Aparte de dos arcones, dos sillas de fabricación casera, unos pocos útiles de cocina, unos recipientes para agua y unos platos, no había nada más allí dentro: ni un libro, ni un cuadro, ni tampoco los restos de un periódico… Eran muy pobres e ignorantes, muy sencillos, personas muy buenas, inocentes…295. A los viajeros les sorprendió la situación de analfabetismo que por esos tiempos se vivía, mayoritariamente en las zonas rurales del Archipiélago, en las que buena parte de la población no sabía leer ni escribir. En referencia a esta situación en el Norte de la isla de Tenerife, se advierte que, en un pueblo como La Orotava, durante la segunda mitad del siglo XIX: La cultura dominante en el pueblo llano era eminentemente rural. El número de analfabetos alcanzaba el cien por cien en barrios de lo alto de San Juan: Benijos, Chasna, Lomo Alto, y el barrio de la Florida: Aguamansa, Bebedero, Hacienda Perdida, Cañeño, Pinolere296. Sin embargo, en el Sur de la isla, tampoco la situación era demasiado halagüeña. Aunque los índices de analfabetismo de la población eran bastante altos, la disparidad entre sexos era considerable, siendo el colectivo femenino el que soportaba el mayor 292
STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 202. VERNEAU, R.: Cinco años de estancia… Opus Cit, p. 196. Verneau, aludiendo al alcalde de Buenavista, decía: “Casi analfabeto, era de una ignorancia tal que apenas sabía en qué consistían sus funciones. No eran ganas de instruirse lo que le faltaba, pues hubiera aprendido si hubiese tenido los medios” (p.223) 294 MURRAY, E.: Recuerdos de Gran Canaria y… Opus Cit. p. 120. 295 WHITFORD, J.: Las islas Canarias. Un destino… Opus Cit. p. 107. 296 GONZÁLEZ, N.: El jardín de la Quinta Roja de La Orotava. Catharum, 2, 2000, p. 75. 293
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porcentaje de analfabetos. Así, en Arona, mientras las tasas de analfabetismo masculino conformaban un 86%, las femeninas se elevaban hasta un 93%. En Vilaflor, la distancia entre hombres y mujeres se incrementaba aún más: si los primeros constituían un 86%, las segundas se alzaban hasta un 97%. En el caso de San Miguel, la diferenciación llegaba a ser mayor. Mientras la tasa de analfabetismo masculino conformaba un 76%, la femenina alcanzaba hasta un 95%297. “La situación educativa tanto en Arona como en otros pueblos limítrofes era realmente lamentable. Las tasas de analfabetismo en el Sur de Tenerife eran altísimas a mediados del siglo XIX, oscilando entre el máximo de Adeje (94%) y el mínimo de San Miguel de Abona (86%). Una característica aplicable a todos los términos analizados es el desigual grado de analfabetismo dependiendo del sexo, siendo mucho más alto en el femenino… Estas diferencias por sexo estarían justificadas en función del escaso o nulo papel social, económico y político que desempeña el colectivo femenino, viéndose por tanto discriminadas y reducidas a una existencia de segundo orden, basada en la realización de actividades domésticas o de laboreo del campo, como una forma de contribuir a la economía familiar”298. Como advierte González, a pesar que desde el transcurso de los años cincuenta del siglo decimonónico Canarias se había acercado a Europa, ésta seguía siendo eminentemente rural, tradicional y desigual, y la cultura de los campesinos continuaba siendo primitiva, subordinada y subdesarrollada. “…los procesos culturales a los que fueron permeables las elites locales, poca proyección tuvieron entre los campesinos. Seguirían sujetos a parámetros culturales tradicionales. La cultura local y los condicionantes materiales seguían siendo eminentemente rurales”299. “Las Canarias no han alcanzado aún el grado de civilización en el que hábitos y categorías sociales se nivelen. Tanto los hombres como las cosas que les rodean conservan rasgos del pasado…”300. A diferencia del campo, era en las ciudades donde podía hallarse más de una escuela porque, como afirma González Pérez301, por ese entonces la escuela era un fenómeno urbano.
297
PÉREZ, C.: La instrucción pública en Arona durante el siglo XIX. Cabildo Insular de Gran Canaria. Gran Canaria, 1992. 298 Ibidem, p. 664-665 299 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 87. 300 BERTHELOT, S.: Primera estancia en… Opus Cit. p. 39. 301 GONZÁLEZ PÉREZ, T.: La escolarización en La Laguna durante el último tercio del siglo XIX. En, De Paz y Castellano (dir), La Laguna: 500 años de historia. Aspectos de La Laguna durante la edad contemporánea (siglos XIX y XX). Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna. La Laguna, 2000.
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(Hablando acerca de la ciudad de Las Palmas) “Hay también un excelente colegio para la educación de los jóvenes donde se enseña Química, Física Natural y otras ramas; dedicando salas de lectura para estos departamentos de instrucción302. De la misma forma que en otras partes del orbe, en Canarias la educación era un fenómeno de la urbe y era en la ciudad precisamente donde vivían las clases más acomodadas, para las que la escolarización de los hijos adquiría suma importancia. El relato de Stone ilustra a las claras este hecho, así como la indiferencia de los campesinos por que sus hijos recibieran instrucción alguna. (Refiriéndose a La Ciudad de La Palma) “Teníamos muchas ganas de ver una escuela del Estado y nos costó mucho convencer a nuestros amigos para que nos llevaran a una… En un cuarto relativamente pequeño encontramos a cincuenta muchachos, supervisados por un maestro. Este pedagogo recibe unas 1.500 pesetas, alrededor de sesenta libras, al año, además del presupuesto normal para artículos imprescindibles, equivalente a una cuarta parte de sus ingresos… A los muchachos se les enseña a leer y escribir, muy poca geografía y aritmética y un poco de historia sagrada española. El horario escolar es de las nueve a las once y de las tres a las cinco. Los niños estaban muy limpios y bien vestidos, pero tengo la impresión de que el buen maestro había sido informado previamente sobre nuestra probable visita y que, por consiguiente, todo estaba absolutamente impecable. Hay tres escuelas públicas o primarias en La Ciudad, una para chicas y dos para chicos… A los habitantes de La Ciudad les preocupa mucho la educación de sus hijos, pero a la gente del campo le es indiferente303. A los viajeros no sólo les llamó la atención el desinterés de los padres por la enseñanza de sus hijos, sino también la dejadez de las autoridades por la educación de la población rural, al consentir que algunas de las pocas escuelas públicas existentes estuvieran en manos de maestros poco cualificados. Uno de los problemas a los que se enfrentaba la educación en Canarias era al de la inexistencia de un profesorado de primaria preparado. Se trataba de personas con buena voluntad pero sin los conocimientos necesarios para formar a la población. Si al gobierno le preocupa realmente el verdadero progreso de España y que pueda alcanzar un vez más un lugar digno entre las naciones del mundo, tiene que encargarse inmediatamente de hacer la educación obligatoria, que los maestros para empezar mejoren sus conocimientos y que el nivel general sea mucho más alto304.
302
MURRAY, E.: Recuerdos de Gran Canaria y… Opus Cit. p. 184. STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 396 304 Ibídem, p. 109. 303
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Ciertamente, la indiferencia de la administración llegaba hasta tal punto que la inexistencia de maestros titulados era suplida sin más por personas con ciertos conocimientos de lecto-escritura, numeración y doctrina cristiana. Cuando no había maestros titulados que ocuparan la plaza se procedía a nombrar como tales a personas que carecían de título y que poseían ciertos conocimientos rudimentarios de escritura, lectura, numeración y doctrina cristiana. En ocasiones se nombró como maestro al cura del pueblo305. Esta despreocupación institucional por la educación de los isleños, percibida por los viajeros, ha sido una constante en la historia escolar del Archipiélago306. En efecto, lo constataron muy acertadamente en el último cuarto del siglo XIX, la instrucción pública sufría el abandono de las autoridades, por ejemplo, en las escuelas de las zonas campesinas y marginales del término de La Laguna: Cuando no había maestros titulados que ocuparan la plaza se procedía a nombrar como tales a personas que carecían de título y que poseían conocimientos rudimentarios de escritura, lectura, numeración y doctrina cristiana. En ocasiones se nombró como maestro al cura del pueblo307. En algunos casos, el abandono de la administración pública en ciertos pueblos era contrarrestado con la importante labor realizada por las amigas, mujeres que enseñaron a niños de clase humilde las primeras letras. La instrucción pública está todavía aquí (refiriéndose a Lanzarote) muy descuidada y en mantillas. La única escuela de primeras letras que hay en el pueblo la desempeña por utilidad propia cierta Apolonia la cuál es quien ha enseñada algunos garabatos a esta gente; y el P. cura enseña gratis dos o tres niños de los más pudientes, hasta que sus padres los envíen a aprender fuera308. En cuanto a la población femenina, los viajeros destacaban también el quehacer de las “amigas”, instructoras que enseñaban a las niñas a coser, a bordar, a leer, a aprender y recitar oraciones, etc. Puesto que se consideraba que la mujer no tenía la misma capacidad intelectual que el hombre, todas las enseñanzas que éstas debían recibir tenían que estar orientadas al hogar. En todo momento, las amigas velaban para que las jóvenes aprendieran lo que como féminas les correspondía. Las escuelas llamadas de amiga son para niñas y están atendidas por instructoras, a las que se designa con igual denominación, amigas. En esas escuelas se enseñan labores, a coser, bordar y leer… y también se recitan 305
GONZÁLEZ PÉREZ, T.: La escolarización en La Laguna… Opus Cit. p. 225. GONZÁLEZ PÉREZ, T.: La Enseñanza Primaria en Canarias. Estudio histórico. Santa Cruz de Tenerife, Gobierno de Canarias/ Consejería de Educación, 2003, p. 17. 307 GONZÁLEZ PÉREZ, T.: La escolarización en La Laguna… Opus Cit. p. 225. 308 ÁLVAREZ, J.A.: Historia del Puerto del Arrecife en la isla de Lanzarote. Una de las Islas Canarias. Aula de Cultura de Tenerife/ Cabildo Insular de Tenerife. Tenerife, 1982. p. 111. 306
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oraciones y se aprende el catecismo. En relación a éste, es mejor que ciertos preceptos sean ignorados por las niñas, especialmente en un clima donde la imaginación, llevada por una inteligencia intuitiva, exalta precozmente los sentidos y da al traste con todas las previsiones. Por ejemplo, el sexto mandamiento se enuncia con entera libertad en los catecismos impresos en español. Este precepto de la ley divina se expresa con estas dos palabras: no fornicar. Cuando la amiga hace rezar el catecismo al grupo de niñas, les ordena sobreentender el sexto mandamiento, y reemplazar el enunciado por un hm, hm, aunque las alumnas conozcan el texto… 309. “…en su educación los conocimientos carecían de importancia, pues se formaban para el matrimonio y para la vida en el hogar; sin embargo, la preparación normal y las prácticas religiosas eran preferentes, en el sentido de que había que instruir una buena cristiana para que educara bajo estos principios a su prole”310. Pero no todas las mujeres tuvieron la posibilidad de contar con este tipo de instrucción, ni gozar de ciertos “privilegios” culturales a los que sólo pudieron acceder algunas mujeres de clase alta y media, sea el caso de asomarse a las páginas de un periódico dirigido fundamentalmente a las damas instruidas del territorio insular o el de tener acceso a las hojas de un libro de literatura. (El instructor y recreo de las damas) Se trataba de un periódico dirigido al sector letrado femenino insular, y por supuesto éste se correspondía con las clases media y alta, o sea, que su difusión estaba en relación con su origen social; pues los sectores populares no tenían acceso a la cultura letrada ya no porque buena parte de las mujeres fueran analfabetas, sino porque se ocupaban de labores agropecuarias, domésticas y/o artesanas, y tanto su poder adquisitivo como sus intereses escapaban a la prensa311. Las mujeres, procedentes de los sectores socialmente acomodados, tenían acceso a la lectura, mostrando especial preferencia por el género literario de la poesía312. La mayor parte de las campesinas fueron excluidas de toda instrucción y de cualquier contacto intelectual, pues sus múltiples ocupaciones domésticas y laborales les impedían perder el tiempo cultivando su mente. Así, éstas se vieron abocadas a seguir viviendo bajo la más absoluta ignorancia, recibiendo únicamente los aprendizajes que les proporcionaba su experiencia vital cotidiana, una experiencia que, según ciertos 309
BERTHELOT, S.: Primera estancia en… Opus Cit. p. 46. GONZÁLEZ, T.: La escolarización en La Laguna… Opus Cit. p. 242-243. 311 GONZÁLEZ, T. (edit): El instructor y recreo de las damas. Primer periódico canario dedicado a las mujeres. Idea. Tenerife, 2004. p. 27. 312 GONZÁLEZ, T.: Antecedentes de las bibliotecas públicas en Canarias. Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura. Tebeto, XIII, 227-449, 2000. p. 449. 310
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viajeros, las enseñaba a preocuparse únicamente por aspectos baladí: chismes, comentarios sobre cuestiones superficiales, etc. Al relacionarse solamente entre ellas y recibir una educación basada en el aprendizaje doméstico, el mismo Pègot-Ogier insiste en el hecho de que constantemente se ocupaban de pequeñeces y frivolidades y la mayor parte del tiempo la pasaban en cotilleos y con comentarios de los escándalos del vecindario, murmurando incesantemente313. Sin embargo, los cronistas no sólo exaltaron el analfabetismo imperante entre la población masculina y femenina, sino también el alto grado de ignorancia en el que estaba sumida la población, en general, y las mujeres en particular, calificando la situación cuanto menos de lastimosa. Para Berthelot314, era en la ignorancia donde se hallaba el origen de todos los males de la sociedad canaria. De Taganana a Tegueste el paisaje cambia poco… En esta región se encuentran cuatro pequeñas aldeas habitadas por gentes simples, ignorantes…315. Resulta casi imposible imaginar el lamentable nivel de ignorancia que debe existir aquí316. Del campesino resaltan su rusticidad y los toscos modales. También destacaron que los isleños eran muy ignorantes, carentes de una educación convencional, y muy supersticiosos317. Como no saben leer ni escribir, no tienen ninguna necesidad literaria que satisfacer y una fiesta, o día de un santo, con una ocasional riña de gallos, les suministra todas las diversiones que necesitan. En realidad, como sería fácil descubrir en este progresista siglo diecinueve, es una gente muy ignorante, muy poco emprendedora, vive muy aislada y, podría añadir, está muy dominada por el clero318. Para Pègot-Ogier, (las mujeres) en Canarias eran incultas, ignorantes, tenían un conocimiento del mundo exterior mucho más pobre que el de los hombres y eran incapaces de ser el centro de atracción a pesar de su belleza319. El excesivo grado de ignorancia de los campesinos era un asunto de vox populi entre los sectores acomodados, motivo por el cuál los viajeros fueron avisados incluso 313
GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 110. BERTHELOT, S.: Primera estancia en… Opus Cit. 315 VERNEAU, R.: Cinco años de estancia… Opus Cit. p. 207. 316 STONE, O.: Tenerife y sus seis… Opus Cit. p. 236. 317 GONZÁLEZ, N.: El campesinado isleño… Opus Cit. p. 178. 318 ELLIS, A.: Islas de África Occidental… Opus Cit. p. 30. 319 GONZÁLEZ, N.: Viajeros victorianos en canarias… Opus Cit. p. 109. 314
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antes de tener contacto alguno con ellos. Sin pudor, ciertas personas de clase alta recomendaban a los extranjeros que se mantuvieran alejados de la gente del campo, cuan si la ignorancia fuera una dolencia que pudiera transmitirse a la hora de producirse el intercambio de palabras. Visité al cónsul inglés para ver si el permiso necesitaba visado. Me aconsejó que viera al secretario y me preguntó sobre el trabajo de la Bible Society, diciendo que no pensaba que fuera acertado ir a ver a la gente del campo, ya que eran muy ignorantes… Estoy contento de haber empezado mis actuaciones en Gran Canaria antes de ver a este caballero. ¡Manténgase alejado de la gente del campo!320. El analfabetismo era la tónica general, sobre todo, en los municipios pequeños. Además, los campesinos no tenían una actitud demasiado proclive hacia los libros y la escuela; la población rural nunca demostró mucho interés por la alfabetización, al considerarlo un artículo de lujo que confería pocos beneficios tangibles a aquellos que lo adquirían: las horas pasadas en la escuela significaban horas perdidas para el trabajo del campo. Debido a estas causas, la población campesina permaneció analfabeta de generación en generación y no varió sustancialmente su situación hasta mediados del siglo XX. El campesino se mantuvo como una figura aislada, apartada por su pobreza e ignorancia del mundo urbano y culto. En líneas generales, poco sabemos de los avatares de las isleñas, marginadas por el conocimiento en el decurso del tiempo, ocultas por el muro de la ignorancia, invisibles y silenciadas por la historiografía canaria. ¿Cambiaron en algo los aspectos que delinearon su vida cotidiana en siglos precedentes? Escasas transformaciones se sucedieron en el escenario archipielágico, pervivió el orden establecido, de forma similar a lo que sucedía en otras partes del orbe, que reforzaba la subordinación de las mujeres y los privilegios en los hombres, amparados en construcciones sociales. Sin duda el mundo y la cultura constituyen la herencia androcéntrica milenaria que ha vivido la humanidad.
320
BARKER, C.: Dos años en las islas canarias… Opus Cit. p. 78.
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A MODO DE EPÍLOGO
Varias naciones europeas exportaron viajeros como Alemania, Francia e Inglaterra, como pueblos de mar y de navegantes tenían una larga tradición viajera. Por este motivo la literatura europea es rica en prosa de viajes, género complejo, amplio y diverso. Y aunque en siglos anteriores fue una época prolífica en suministro literario, fue el siglo XIX, por excelencia, el siglo de los viajeros. Canarias será protagonista, con notoria afluencia de turistas y científicos, porque esta tierra les facilita un caudal de experiencias. Recorrieron las islas, algunos a lomo de caballo como lo hiciera Olivia Stone y Charles Edwardes, siendo testigos oculares de la realidad archipielágica, captaron el subdesarrollo, la pobreza y la miseria cultural del pueblo, hicieron comentarios, fotografiaron paisajes, flora, fauna, restos de cultura aborigen, y también a sus gentes. Los viajeros y viajeras, personas cultas de diversa procedencia, supieron captar y dar cuenta con su pluma de sus hallazgos, anotando en sus cuadernos las vivencias diarias. Para las mujeres el viaje no les resolvió nada por sí mismo, no eliminó las diferencias, ellas no logran desprenderse de los atavismos ni de la misoginia de la época, pero gracias a él conocen otra cultura. De una u otra manera, fueron transgresoras que no se resignaron a los convencionalismos, rompieron el círculo del encierro, porque el viaje permitía a las señoras acomodadas la ocasión propicia para salir de sus casas, haciendo retroceder la frontera del sexo. Ellas rompieron con los moldes, penetraron en un espacio que le había estado vedado, se embarcan en la aventura viajera, escapando así de un entorno que las constreñía. En todo caso, aunque desde los comienzos de la humanidad las mujeres han viajado321, con las viajeras surgió una nueva cultura femenina y el viaje amplió su imaginario, alimentado con otras lecturas e ilustraciones. La mirada de los visitantes era una mirada abierta al impacto de novedades y rarezas del entonces recóndito Archipiélago Canario. Y mirarlo con otros ojos, para ver más de cerca su policromía cultural, permite ver otra faceta de este rincón alejado de Europa y cercano al continente africano, tan especial, donde se entrelaza el ayer y donde las mujeres escribieron importantes capítulos de la historia. Al fin bienes representativos de la identidad cultural, temas de interés para nuestro patrimonio y resguardo de los bienes culturales canarios. El grupo de europeos, que realizaron viajes o expediciones desde tiempos remotos hasta nuestros días, aportan un caudal de información cargado de riqueza, abastecida en las fuentes humanas, engrandeciendo con sus aportaciones, nuestra herencia, sobre aquellos aspectos ignorados por la 321
MORATÓ, C.: Viajeras intrépidas y aventureras. Opus, cit, p. 25. En este mismo sentido, la autora opina que: “Mujeres intrépidas y aventureras han existido desde los tiempos más remotos, aunque la inmensa mayoría han sido silenciadas y olvidadas por la historia”.
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historiografía. Supieron reflejar la cultura tradicional de los habitantes de estas ínsulas, rebosante de señas de identidad. Como quiera que no podemos ni debemos renunciar a nuestra memoria histórica, porque es la clave de nuestro presente y garantía de nuestro futuro, recuperar nuestro patrimonio va ligado íntimamente al merecido reconocimiento de las generaciones que nos han precedido porque su esfuerzo ha mantenido vivo el legado de este pueblo. Los libros de viajes nos suministran un amplio reportaje femenino, retrata a las mujeres de ayer, sus costumbres, sus formas de vida, su cultura y educación. Aportan una imagen variada, rica en comentarios y detalles, que nos transportan al pasado de las isleñas. Las viajeras y viajeros europeos nos transmiten a través de las crónicas la memoria y experiencia vital del viaje realizado por las Islas Canarias, y rescataron, en una mirada retrospectiva, el recuerdo de una época reforzada por la moralidad y la rigidez de las costumbres, cargada de restricciones para las mujeres; limitaciones que no fueron motivo para que las féminas de las clases populares tuvieran que trabajar para tapar carencias. La férrea sociedad isleña diseñó y acotó el modelo de mujer hogareña, esposa y madre, pero a pesar del adoctrinamiento doméstico y la negación de su autonomía, la realidad fue bien distinta; buena parte de ellas participaron en el trabajo productivo y generaron recursos para el sustento diario. Las mujeres de las clases populares, tuvieron una vida intensa y no marginal, desplegando complejas actividades y desde esa amalgama generaron un campo de saberes femeninos, que abarcaba diversidad de rituales cotidianos: la salud, simbología, creencias, usos, costumbres... Las campesinas isleñas labrando las tierras, sembrando, recogiendo cosechas, cuidando a los animales, ordeñando, haciendo quesos, vendiendo e intercambiando productos, guisando, fregando, lavando, planchando, zurciendo, remendando, tejiendo, calando, cosiendo, cuidando de los niños, de los mayores, etc. contribuyeron al devenir de esta tierra. Mujeres coraje que no se arredraron ante las dificultades, supieron actuar con firmeza en contra de infinidad de adversidades, aún con el marido ausente u olvidado en tierras americanas fueron capaces de afrontar los avatares de la vida cotidiana. A pesar de su infinita presencia, porque allí a donde quiera que se mire, están las mujeres, tanto en la escena laboral, social, intelectual, lúdica, como en la doméstica, no han sido consideradas importantes en los procesos de cambio social, político o económico. Si bien es cierto que esa presencia ha sido menor que la de los hombres en cualquier actividad pública capaz de proporcionar dinero, porque la opresión masculina se consolidó en las costumbres, normas morales y las leyes, sometiendo a las mujeres y condenándolas a la desmemoria. En general sus vidas se vieron afectadas por las presiones y prejuicios sociales, por el distinto rasero con el que eran juzgadas. Desde niñas aprendían el oficio de mujer, educadas para el hogar, obedientes, sumisas, discretas y silenciosas; sometidas a la ignorancia y reclusión, cuyas vidas discurrieron confrontadas con las condiciones sociales, morales y jurídicas en las que tuvieron que vivir. Además las mujeres canarias a lo largo de la historia han sufrido una mayor sometimiento y opresión que las nacidas en otros países europeos; la situación femenina en Inglaterra, Francia o Alemania fue distinta y así lo pusieron de relieve los foráneos. Falta mucho por descubrir del pasado, sin embargo, es preciso subrayar que, desde la perspectiva actual, la amplitud y revisión del rol femenino ha permitido sacar del escondite y rescatar del silencio a más de la mitad de la población insular. Al tiempo
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que reconocer también visibilizar la aportación de las mujeres al devenir de esta tierra atlántica. También los europeos testimoniaron la reacción de la población local ante su presencia, sobre todo de las isleñas y los isleños de las clases populares, igualmente se sorprendían de los forasteros y sus raras costumbres, de su conducta y vestimenta, que nada tenía que ver con su sistema de vida. La gente les atendía, hablaba con ellos y les suministraba los mejores servicios disponibles, siempre humildes para los visitantes. Así mismo, los observaban y vigilaban, a veces se escondían para mirarlos, porque contrastaban con su parecer. La conducta de las élites fue distinta, especialmente con aquellos que portaban cartas de recomendación, incluso el lujo en el que se desenvolvían fue mentado en las crónicas. No debemos subestimar que, tanto viajeras como viajeros, no se desprendieron, salvo excepciones, de sus prejuicios y juicios de valor, visión crítica y óptica de superioridad envueltos en su aureola cultural. Evidentemente se interesaron, especialmente, por aquellos hechos que les sorprendían por novedosos o atípicos, al fin se trataba de una confrontación cultural donde interesaba la diferencia. De este modo aportan una mirada subjetiva, pues interpretaron y observaron la realidad a tenor de su propia experiencia, en consonancia con los hábitos y costumbres de su lugar de procedencia. Casi todos analizaron la realidad con cierta prepotencia, con esa actitud propia de personas de mayor nivel sociocultural que visualizaban una cultura inferior. Sus relatos sintetizan el panorama social, los contrastes entre norte y sur insular, la pobreza de sus gentes, su hábitat, la dureza del trabajo, la falta de libertad y autonomía de las mujeres, su indumentaria y sus atributos físicos, la tez morena, el pelo y los ojos oscuros, particularmente, fueron los aspectos que despertaron su atención. Los viajeros reflejan, con ojo crítico, el orden patriarcal de la sociedad isleña donde las mujeres estaban supeditadas a la supremacía del varón, al tiempo que debían cumplir con las normas sociales para no desacreditarse. Resaltaron una moralidad que quedaba al descubierto con el alto número de nacimientos ilícitos, el elevado porcentaje de niños expósitos y abandonados. Igualmente anotan diferencias entre las clases sociales, económicas y culturales, altos saldos de analfabetismo y el grave problema de desescolarización. En suma, los europeos desde su imaginario proyectaron en sus libros de viajes las singularidades de las mujeres canarias, plasmaron la actividad cotidiana de las isleñas y dibujaron su modo de vida en un importante número de citas. Con toda probabilidad, las viajeras aportaron más datos, ellas proporcionaron más información porque se interesaron por la existencia de sus congéneres y se detienen en observarlas, sorprendidas por las restricciones a las que estaban sometidas, realidad que se mantuvo hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX, cuando el desarrollo turístico, a principios de los años setenta, propició que cambiaran sus expectativas. Así, los europeos reflejan la rutina diaria que identifica a las islas, quizá dibujando con las letras una geografía lejana, y a veces abandonada, que se traza en los hechos, y a través de esa imagen dispar dejaron constancia de la huella femenina. Entre los recuerdos de una
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época redescubrieron a las mujeres del lugar, y mostrándolas a sus contemporáneos no las han dejado perderse en el olvido.
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INDICE
Introducción
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I. Viajeros y Viajeras en Canarias 1.1. Explorando el paisaje y el paisanaje 1.2. Mujeres viajeras
6 6 10
II. Las Mujeres Canarias y su Abanico de Actividades 2.1. Las campesinas: El trabajo agrícola y ganadero 2.2. Las vendedoras 2.3. Las industrias y artesanías 2.4. Las empleadas domésticas
17 18 23 28 32
III. La Vestimenta y Rasgos Físicos 3.1. La ropa y el calzado 3.2. La belleza
38 38 43
IV. Comportamiento y Creencias 4.1. Manifestaciones religiosas 4.2. Amoralidad: La prostitución 4.3. Ignorancia y supersticiones
49 49 53 56
V. La Educación, un Ritual de Costumbres 5.1. Educación y Status 5.2. Escolarización y nivel cultural 5.3. La reclusión en el hogar: la mirada a través de los postigos
63 64 91 68
VI. Escolaridad y Aprendizaje 6.1. Marginalidad educativa 6.2. Alfabetización y nivel cultural
77 78 80
VII. A modo de Epílogo
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Bibliografía
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