I MEDITACIONES SOBRE LA TECNOCIENCIA

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Universidad Nacional Abierta Dirección de Investigaciones y Postgrado Maestría en Educación Abierta y a Distancia Unidad Curricular: Filosofía de las Ciencias

I MEDITACIONES SOBRE LA TECNOCIENCIA

Moya,E. (1998) Crítica de la razón tecnocientífica. Madrid: Biblioteca Nueva (Compilación con fines Instruccionales)

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I Meditaciones sobre la tecnociencia

APROXIMACIÓN A LA IDEA DE «SOCIOTECNOBIOCOSMOS» Ni los defensores de la técnica ni sus detractores dudan hoy de que ella se ha convertido en parte de nuestra vida individual y social; más todavía: la técnica se ha transformado en algo que condiciona para bien, según unos, o para mal, según otros, el desarrollo vital del propio ser humano. Es, precisamente, ese lugar principal lo que ha empujado al filósofo y, más allá de él, a los propios ciudadanos, a la reflexión sobre ese complejo sistema tecnológico que ha mutado su mundo y el llamado orden natural. No sólo hemos creado la agricultura, los ferrocarriles, las carreteras, las líneas aéreas, los televisores, o las naves interplanetarias, sino que ya estamos en condiciones de utilizar técnicamente lo vivo, o parcelas de lo vivo, como medios para producir otros seres vivos11; de pensar en biotransistores con semiconductores moleculares en el campo de los ordenadores químicos o biológicos, o sea, de pensar en la posibilidad de máquinas que actúen como seres vivos; de modificar totalmente los modos de reproducción natural; de crear mutaciones controladas mediante la sustitución dirigida de genes en

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Pueden encontrarse un buen número de ilustraciones sobre este tema en el monográfico «Construcción de un ser vivo» que la revista Investigación y Ciencia publicó como número 3 en 1996

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los seres vivos; de mezclar especies naturales con el fin de explorar técnicas de hibridación; es decir, estamos en condiciones de hablar de un autentico engomado de la diferencia entre lo «natural» y «artificial», que permite, como sostiene Hottois, una mixtura medio-dada, medio-construida donde, a todos los niveles los 2 elementos naturales se integran en conjuntos artificiales, y viceversa

Más que hablar de una tecnonacuraleza o de una tecnoesfera, como hacen algunos3, deberíamos hacer referencia, según Hottois, a un «tecnobiocosmos»4, o, mejor aún, a un sociotecnobiocosmos donde ese engomado de lo natural y artificial se muestra en el hecho de que todo puede caracterizarse como «producto» (construido), «funcionante» (útil) y, sobre todo, «sistemático» (interrelacionado). Desde la molécula hasta la sociedad, en ese sociotecnobiocosmos, cualquier realidad es aprehendida como un «sistema» complejo en el que sus partes aparecen integradas, jerarquizadas e interconectadas5 Aquello que se llamaba tradicionalmente «naturaleza» hay que reconocerlo hoy como un macrosistema constituido por tres subsistemas: el de los conocimientos que nos proporciona la ciencia

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Horrois, G., El paradigma bioética. Una ética para la tecnociencia, Barcelona, Anthropos, 1991, pág. 56.u 3 Por ejemplo. París, C., El animal cultural, Barcelona, Crítica, 1994, páginas 168 y sigs. 4 Teniendo en cuenta, por un lado, la mediación social en toda actividad científico-técnica, y, por otro, el creciente papel de la ciencia y la tecnología en nuestra realidad social, quizá fuese más conveniente hablar de sociotecnobiocosmos. Algunos investigadores de Invesccit (Instituto de Investigaciones sobre Ciencia y Tecnología, de la Universidad de Valencia, dirigido por Sanmartín) han propuesto el uso de los conceptos de «ecosistemas» y "sociosistemas» para referirse a sistemas de equilibrio altamente inestable en los que la intervención tecnológica introduce elementos desestabilizantes. Véase González, M.; López, J. A. y Lujan, J. L., Ciencia, tecnología y sociedad, Madrid, Tecnos, 1996, págs. 140-145. 5

Tomando el término «sistema» en un sentido laxo podríamos definirlo como el objeto que resulta de la articulación o estructuración de un conjunto de panes en la unidad sustantiva del sistema. Bunge, en A Worids of Systems (Dordrechr, Reidel, 1979), definió, de acuerdo con esta definición, el concepto de sistema S a partir de la terna S = , donde Chace referencia a los componentes o elementos del sistema; E, define la estructura o relaciones de las paires de S: y con M consideramos el medio o entorno con el que el sistema mantiene relaciones.

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sobre el medio (natural o social); el cíe las acciones técnicas transformadoras del medio; y el de las relaciones sociales (políticas y económicas, principalmente) que hacen posibles los saberes científico-técnicos. Como sostiene Baudrillard, El gran Significado, el gran Referente «Naturaleza» ha muerto y lo que lo reemplaza es el medio [...] en el que el sistema de circulación de signos (de valores de cambio/signo) anula toda referencia, o bien, llega a tener, de nuevo, 6 su propio referente .

Debemos hablar, por tanto, del sociotecnobiocosmos como un conjunto integrado por !os siguientes subsistemas: 1. Ecosistema. Realidad formada hace cinco mil millones de años de historia de la Tierra por procesos geológicos, físico-químicos y biológicos. De esta manera, el ecosistema englobaría como elementos o subsistemas tanto el fisiosistema (un átomo, el sistema solar...) como el biosistema (una célula, un organismo...). 2. Sistema tecnocientífico. Todo integrado fundamentalmente por la ciencia, la tecnología y sus productos. 3. Sistema económico. Conjunto integrado por las estructuras y sistemas de producción, distribución y consumo de una sociedad. 4. Psicosistema. Realidad integrada por cada una de las mentes individuales. 5. Sociosistema. Red de individuos, relaciones sociales, instituciones y organizaciones socio políticas. 6. Sistema simbólico. Red de creencias filosóficas, religiosas, políticas, etc. de una sociedad, cultura, etc. Este diagrama representa gráficamente la idea de sociotecnobiocosmos:

Con el fin de ilustrar esta definición, quizá fuese conveniente señalar que el primer uso del concepto de sistema estuvo asociado a los sistemas dinámicos de la ciencia moderna. En efecto, el propio término «dinámico» hacía referencia a las acciones ejercidas por las fuerzas en el seno de un sistema de partículas (puntos masa, sus componentes) para integrarlas, más allá de una simple aggregatio, en una unidad que es el propio sistema. El sistema planetario formado por los planetas y ejerciendo interacciones a distancia en virtud de la fuerza gravitacional es un ejemplo claro de estos sistemas dinámicos para los que, fundamentalmente la mecánica, desarrolló un formalismo capaz de calcular trayectorias. 6 Baudrillard, ]., Pour une critique de l´economie politíque du signe, citado por Hottois, ob. cit., pág. 57.

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Teniendo en cuenta la plasticidad de lo real y la constructividad de la tecnociencia, ¿cómo hemos de entender hoy una ciencia que antaño rúe concebida como la imagen pura del orden inmutable de la Naturaleza? LAS IMÁGENES DE LA CIENCIA7 Desde el punto de vista intuitivo siempre se han elaborado unos cuantos estereotipos de la actividad científica que tienen muy poco que ver con la práctica investigadora normal. Estudiaremos cuatro

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He intentado reconstruir estas imágenes en La disputa del positivismo en la filosofía contemporánea. Murcia, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1997

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de ellos; la ciencia como actividad descubridora de una realidad oculta; la ciencia como un conocimiento que se basa en hechos y nada más que en hechos; y la ciencia como la única empresa en la que puede existir verdad o, al menos, posibilidad de contrastación intersubjetiva. Finalmente, antes de ofrecer una definición formal de ciencia, presentaremos los puntos esenciales del constructivismo social. LA CIENCIA COMO DESCUBRIMIENTO En primer lugar, ha sido habitual identificar la ciencia con una tarea de descubrimiento de cosas antes desconocidas- Desde este punto de vista, la Naturaleza «está ahí», es como un enigma que el científico iría descifrando. El siguiente fragmento de Ortega y Gasset muestra claramente el punto de vista que comentamos: Cuando buscamos el ser de algo o su verdad, esto es, la cosa misma y auténtica de que se trata, lo primero que hallamos siempre son sus ocultaciones, sus máscaras. Ya lo advirtió Heráclito: «La realidad se complace en ocultarse.» El universo es, por lo pronto, un constante carnaval. Más caras nos rodean. Los árboles no dejan ver el bosque, la fronda no deja ver el árbol y así sucesivamente. El ser, la cosa misma, es por esencia lo oculto, lo encubierto, el señor del antifaz. A la operación que nos lleva a encontrarlo bajo sus ocultaciones la llamamos «verificar» o adverar, más castizamente, 8 averiguar. Es hacer patente lo oculto, es desnudarlo de sus velos, descubrirlo .

Es evidente que esta visión del conocimiento no es ajena a los propios hombres de ciencia. Uno de los pocos elementos históricos que aparecen en los libros de texto científicos en los que los futuros profesionales aprenden su actividad consiste en la atribución de fenómenos naturales particulares a los científicos que supuestamente los descubrieron. El oxígeno, la corriente eléctrica, la inducción electromagnética, los rayos X, el electrón, los pulsares, suelen ser puestos como ejemplos que animan a muchos científicos

8

Orrega y Gasset, J., Apuntes sobre el pensamiento, su teurgia y su demiurgia, en Obras completas, Madrid, Alianza, 1983, tomo V, pág. 525-

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principiantes a convertir la tarea descubridora en uno de sus objetivos vitales. Descubrir algo es tanto como acercarse a un derecho de propiedad que requiere la carrera científica y que está íntimamente ligado al prestigio profesional. No son extrañas, por ello, las disputas que sobre la prioridad e independencia de los descubrimientos ocurren en la comunidad científica. Todos conocemos, por ejemplo, las polémicas entre Joseph Priestiey y Antoine Lavoisier sobre el descubrimiento del oxigeno, la disputa de Leibrní y Newton acerca del cálculo infinitesimal, o las más recientes discusiones de Roben Gallo y Lúe Montagnier sobre el descubrimiento del virus responsable del SIDA. De todas formas, si tenemos en cuenta que la exploración científica de la realidad, a diferencia de la precientífica, requiere el uso de teorías, hipótesis, métodos e instrumentos sofisticados, los cuales son constructos humanos, hay que concluir que la identificación de la investigación científica con la simple averiguación no deja de ser ingenua9. La Naturaleza no está ahí para ser descubierta, sino que es en gran parte un resultado de nuestro comercio teórico con el mundo. Como ha defendido con acierto Kuhn10, cualquier intento por fechar un descubrimiento o por atribuirlo a alguna persona no puede ser mas que arbitrarlo, pues, se olvida que cualquier novedad científica es resultado de un proceso complejo, colectivo e inseparablemente unido al manejo de teorías e instrumentos que trascienden con mucho las posibilidades de los científicos solitarios. La actividad científica es mucho más que abrir los ojos y mirar y ni tan siquiera cuando el acto del descubrimiento parece reducirse a eso, puede ser conceptuado de la manera tan simple como se ha hecho tradicionalmente. El descubrimiento de Urano, habitualmente atribuido a 'William Herschel puede ser, en este punto, una buena ilustración de lo que decimos. En la noche del 13 de marzo de 1781, Herschel escribió en su diario: «En el cuartil cercano a Zeta Tauri... se encuentra una curiosa

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Para una crítica de la noción de descubrimiento parecida a la que haremos aquí puede consultarse Woolgar, S., Ciencia: abriendo la caja negra, Barcelona, Anthropos, 1991, págs. 84-101

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Cfr. especialmente su ensayo «La estructura histórica del descubrimiento científico» (1962), en La tensión esencial, Madrid, FCE, 1983, págs. 189-201.

35 nebulosa, o tal vez un cometa»11". Tal frase fue tomada como símbolo de su descubrimiento. En realidad, Herschel, al mirar en la misma dirección que muchos otros, notó un movimiento raro para tratarse de una estrella. Es verdad que él contaba con un telescopio ampliado. Dos observaciones más, la de los días 17 y 19 de marzo, le reafirmaron en su sospecha de que no se trataba de una estrella. Informó de su descubrimiento y los astrónomos y matemáticos se dedicaron a medir la órbita del nuevo cometa. Fracasaron todos los intentos de hacer concordar los cálculos con las observaciones. Solamente tras la sugerencia de Lexell de que no era un cometa sino un planeta, tuvieron éxito las investigaciones. Las preguntas que resultan pertinentes son: ¿En qué fecha de 1781 podemos decir que se descubrió el planeta Urano? ¿Fue Herschel o Lexell el verdadero artífice del descubrimiento? Estas y otras preguntas similares nos sugieren que el científico ha aprendido a trabajar en un mundo constituido por la unión de la «información» perceptual que recibe del mundo externo y las teorías con las que se ha comprometido. El científico, al intentar comprender la naturaleza, actúa creando teorías, y el mundo que experimenta es resultado de la interacción de dichas teorías y de la realidad. Idealmente el científico parece examinar simplemente la estructura de un mundo independiente, pero, como muestran los análisis del fenómeno perceptivo y el papel de las presuposiciones en la investigación, jamás tiene acceso directo a él. Steve Woolgar ha defendido que hay un fenómeno de ocultación (de inversión/separación), según su terminología, que ha hecho posible la creeencia en un mundo autosubsistente que el científico descubre. Ese proceso de ocultación se daría en cinco fases. En la primera etapa, los científicos manejan, por ejemplo, en el caso de las observaciones astronómicas, registros anotados en tablas astronómicas. También se cuenta con registros anteriores, cálculos, publicaciones, etc. Cuando aparece una discrepancia con el cuerpo de conocimiento establecido, se suelen emplear algunos de esos registros o cálculos para proyectar la posible existencia de un determinado objeto. Realmente tan sólo se cuenta con registros dispares,

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Cfr. Doig, R, A Conciso History of Astronomy, Londres, Chapman, 1950, págs. 115-116

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con cálculos que no cuadran. Esto es todo. Lo importante es que el objeto se «crea» a partir de documentos, registros, cálculos. En una tercera fase empieza el fenómeno de la ocultación. Aunque realmente lo que ha tenido lugar es la construcción social de un hecho científico, como es, por ejemplo, la existencia de un nuevo planeta, se produce una separación del objeto del contexto social y teórico. Empieza, por decirlo de una forma expresiva, a tener vida propia. Empieza, como señala Woolgar, a adquirir la condición de antecedente. En la cuarta etapa, la relación entre los documentos y objeto se invierte. Se piensa que el objeto «siempre ha estado ahí» (!) y es el que ha hecho posible la existencia de documentos, registros, etcétera. De lo que se trata, por tanto, en la quinta fase, es de dar explicaciones de por qué antes no pudo ser descubierto. Se dota de fundamento oncológico al nuevo objeto y se intenta, por contra, quitar suelo epistemológico a los documentos, registros o teorías previas- La ocultación de la naturaleza social de la realidad se ha culminado12. Este fenómeno de ocultación de la naturaleza social y construida de los llamados «descubrimientos» puede hacerse manifiesto estudiando aquellos sobre los que la comunidad científica no ha alcanzado acuerdo o aquellos otros que posteriormente son considerados «falsos descubrimientos». Veámoslo. En 1969 se publicó un artículo13 en el que se hacía un descubrimiento sorprendente. Según los autores, cuando se colocaban en el refrigerador dos recipientes idénticos llenos de agua, pero a temperatura distinta, el hielo se formaba más deprisa en el recipiente de temperatura más elevada. Además, los autores del artículo señalaban que su observación les condujo al descubrimiento de que el hielo se tomaba más rápidamente cuanto más elevada era la temperatura del agua de cualquiera de los recipientes. Sin duda alguna, los resultados del experimento resultan desconcertantes, pues, implica aceptar que cuanto más elevada es la temperatura de un cuerpo más deprisa se congela. Los primeros sorprendidos por el descubrimiento del «efecto Mpemba» fueron sus descubridores, Mpemba y

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Woolgar, S., Ciencia: abriendo la caja negra, págs. 93-97 y 104-105. Mpemba, E. B. y Osborne, D. G., "Cool?", en Physics Education, 4 (1969), págs. 172-175. Seguimos aquí el análisis de Barnes, B., Sobre ciencia, Barcelona, Labor, 1987, págs. 56-58.

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Osborne, de la Universidad de Dar Es Salam. Para nuestros propósitos, lo interesante del «efecto Mpemba», no es su resultado, sino el hecho de que su extrañeza es consecuencia de su contraste con el conocimiento existente y establecido. O sea, en la discusión sobre su validez, lo primero que se tiene en cuenta para aceptarlo es su conformidad con el cuerpo de creencias admitidas. Hay, como diría Kuhn, una fuerte resistencia de los científicos a la innovación y ello hace que el conocimiento existente tenga un papel crucial a la hora de evaluar y aceptar los resultados obtenidos. Podemos dar un paso más: el estatuto de realidad siempre se le confiere a un descubrimiento en función de su adecuación a las creencias establecidas. La articulación en ese cuerpo de creencias, puede ir en el sentido de señalar un error en el diseño experimental, o indicar algún dato descuidado (por ejemplo, la existencia de corrientes de convección del agua o del aire circundante), pero, difícilmente son descartadas aquellas leyes que han servido de guía para las investigaciones de los científicos A los sumo, si no es posible la articulación queda una solución: su archivo. Es lo que ocurrió con el «efecto Mpemba»: Ignoro cuál sea en estos momentos la situación respecto al «efecto Mpemba». Desde luego, no ha sido aceptado como parte del cuerpo fundamental del conocimiento científico; en verdad, nunca se le ha dado la más mínima posibilidad de que eso ocurriera. No sorprenderá que el experimento haya sido mencionado en la revista Physics Education y no en Physical Review o en Proceedings of the Royal Society, y que nunca haya sido considerado como un informe de investigación acreditado, sino únicamente como un material 14 interesante para ejercicios y proyectos de los estudiantes

Si el carácter de constructo social es más que evidente en los descubrimientos archivados, es incontestable en los descubrimientos que durante un tiempo la comunidad científica acepta como correctos y, posteriormente, son reconocidos como erróneos. El reciente caso del gen de la leucemia aguda es, en este sentido, esclarecedor. Entre 1995 y 1996 cinco artículos del profesor Collins, director del proyecto «Genoma Humano», y su equipo fueron publicados en cuatro de las revistas prestigiosas del campo de la Biología Molecular: Proceedings, de la Academia Natural de Ciencias,

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Barnes, B., Sobre ciencia, pág. 58.

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Genomics, Molecular and Cellular Biology, Genes y Chromosomas and Cáncer. En ellos, se analizaban los datos que autorizaban la idea de que se había descubierto un gen defectuoso en el cromosoma 16 que era el causante de la leucemia aguda mielógena. Pues bien, pocos meses después, en agosto de 1996, los datos de laboratorio que probaban la existencia de la mutación genética se anunciaron como falsos; Collins informó a la prensa que los 75.000 dólares que la sociedad norteamericana había destinado a ese programa de investigación habían resultado inútiles porque uno de sus ayudantes, Amitov Hajra, que trabajaba con él en el Instituto Nacional de Salud, había amañado las pruebas y presentado intencionalmente los resultados experimentales. El descubrimiento del fraude no ha sido, no obstante, del mismo Collins. Ha sido otro científico, que trabaja en revisión para la revista On-cogene el que reveló indicios sobre la falsedad de las pruebas experimentales. Podría pensarse este ejemplo como una prueba de la eficacia, a pesar de su lentitud, de la contrastación científica. Y así es; pero del mismo modo nos permite comprender los mecanismos sociales involucrados en cualquier descubrimiento, porque, ¿cómo es posible que un científico eminente como Collins, que debió estudiar las pruebas experimentales cientos de veces se le escapara el fraude? ¿Cómo es posible que un equipo de científicos como el que él dirige diera por buenos los resultados del laboratorio? Evidentemente, siempre es posible explicar a posteriori los errores —afán de prestigio, necesidad de seguir financiando las investigaciones...—, mas los mismos mecanismos que explican los errores nos deberían servir también para explicar los aciertos. El principio de simetría, como veremos en otro lugar de este trabajo, resulta en este punto imprescindible. En definitiva, podemos llegar a una primera conclusión sobre las imágenes de la ciencia: pensar en la investigación científica como un proceso de descubrimientos resulta un estereotipo que muy poco tiene que ver con su práctica social. El científico no es ningún investigador solitario que dirija, a partir de otros, pero mejor que otros, su atención a un mundo presocial y preteórico. Ni mucho menos. La actividad científica es producto de un braintrust y la realidad a la que se dirige es, en cierto modo, un producto es nuestras teorías, y, en gran parte, consecuencia de la circulación social del conocimiento.

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CIENCIA DE HECHOS Y NADA MÁS QUE DE HECHOS Una opinión emparentada con la anterior, e igualmente popular, es la de considerar que la ciencia en una actividad que se limita a la simple recolección y elaboración de datos. Según esta opinión, las teorías e hipótesis científicas son simples resúmenes de evidencias —de lo «dado» en la experiencia— o instrumentos útiles para elaborar datos, más que como creaciones origínales que nos permiten comprender el mundo. En consecuencia, conceptos teóricos como «electrón», «campo eléctrico», «masa» o «clase social» no representarían cosas o propiedades reales sino tan sólo paquetes de datos o reglas para ordenarlos. En muchos defensores del positivismo y especialmente en E. Mach encontramos formuladas tesis de este tipo. Transcribamos un texto del pensador alemán Para permanecer fíeles al método que condujo a los investigadores más ilustres, Galileo, Newron, Carnot, Faraday, J. R. Mayer, a sus grandes descubrimientos, debemos limitar nuestra ciencia física a la expresión de hechos observables, sin construir hipótesis detrás de estos hechos, donde nada existe ya que pueda ser concebido o probado. Tenemos pues que descubrir simplemente las dependencias reales de los movimientos de las masas, de las variaciones de la temperatura, de las variaciones de valor de la fundón potencial, de las variaciones químicas, sin imaginarnos ninguna otra cosa bajo estos elementos, que son las características físicas directa o indirectamente dadas por la 15 observación.. .

Dos supuestos subyacen a esta concepción del conocimiento; el primero es el de que la finalidad de la ciencia es suministrar una descripción económica de los fenómenos (apariencias) antes que una explicación de la realidad; el segundo, consecuencia directa del anterior, es el siguiente: las teorías y los conceptos teóricos son, en último término, prescindibles, si no prácticamente, al menos, conceptualmente. Profundicemos en esta suposición. Los defensores del positivismo siempre tendieron a eliminar cualquier tipo de contrabando metafísico en nuestro comercio lingüístico con el mundo; ellos, en consecuencia, exigieron la verificabilidad de las hipótesis científicas y el significado empírico de los conceptos

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Mach, E., Mechanik, 1883, cap. V, sec-1, citado en Blanché, R., El método experimental y la filosofía de la física, México, FCE, 1972, pág. 318.

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científicos. Más aún, exigieron que los mismos conceptos teóricos de la ciencia recibieran una interpretación empírica a partir de un vocabulario observacional que consideraron siempre aproblemático. Siguiendo a Feigl16, podemos proponer la siguiente figura para dar cuenca de las relaciones lógicas de reductíbilidad que exigió siempre e) punto de vista ortodoxo dentro del positivismo:

Este principio de la reducción condujo directamente a la tesis de la dispensabilidad de los principios y conceptos teóricos. Hempel dio carta de naturaleza a esta cuestión con el planteamiento del famoso «dilema del teórico». Podíamos formularlo así: los principios y términos de una teoría cualquiera son significativos o no lo son. SÍ son significativos son dispensables, pues todo lo que podemos decir con ellos podríamos decirlo también con enunciados de observación a los que pueden ser reducidos; en caso contrario, es decir, si lo que esos principios y términos teóricos dicen no puede ser reducido a enunciados de observación, habría que declararlos como carentes de sentido, con lo que serían igualmente y con más razón aún, dispensables. En cualquier caso, pues, los principios y funciones teóricas serían dispensables17. 16

Feigl, H., The Orhodox» View of Theories, en Rudner, M. y Winokur, S. (eds.), Minnesota Sudies in the Philosophy os Science, IV, University of Minnesota Press, 1970. pág. 6. 17

Para ver la formulación hempeliana, cfr. su «Theorericians Dilemma», en Feigl, H., Scriven, M. y Maxweil (eds.), Minnesota Studies in the Philosophy of Sdmce, 2 vols, Minneapolis, Univ. of Minnesota Press, 1956-58, vol. 1, págs. 37-98, especialmente sección a 5. .

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Esta segunda concepción de la ciencia olvida, ciertamente, que la transición de los datos a las teorías requiere altas dosis de creatividad en el científico. Las hipótesis y teorías científicas no se derivan de los hechos observados, sino que se inventan para dar cuenta de ellos. Los mismos procesos mediante los que se llega a conjeturas científicas no responden al patrón de simples inferencias a partir de datos empíricos o hechos. El químico Kekulé, por ejemplo, nos cuenta que durante mucho tiempo intentó sin éxito encontrar una fórmula de la estructura de la molécula del benceno hasta que, una tarde de 1965, encontró una solución mientras dormitaba al lado de la chimenea. Contemplando el fuego, imaginó átomos que danzaban serpenteando. De repente, una de las serpientes se asió la cola y formó un anillo y giró burlonamente ante él. Kekulé se despertó de golpe: se le había ocurrido la idea —ahora popular— de representar la estructura molecular del benceno mediante un anillo hexagonal. El resto de la noche, al parecer, lo pasó extrayendo conclusiones de ese modo de ver las cosas18. El testimonio de Kekulé coincide con el punto de vista de otro famoso físico, Louis de Broglie, pues, éste, comentando el papel crucial que desempeñan los factores no racionales en la investigación científica, concluye: Las personas que no tienen la práctica de las ciencias se imaginan muy a menudo que estas nos proporcionan siempre certitudes absolutas; dichas personas se representan a los investigadores científicos basando sus deducciones en hechos indiscutibles y en razonamientos irrefutables... Sin embargo, el espectáculo de la Ciencia actual, así como la historia de las Ciencias en el pasado, nos prueba que no sucede ast (...) La imaginación que permite representarse de un solo golpe una porción de la naturaleza física con una imagen que pone en evidencia alguna de sus articulaciones, la intuición que nos hace adivinar repentinamente por una especie de iluminación interior, que no tiene nada que ver con el silogismo, un aspecto profundo de la realidad, son posibilidades que pertenecen en propiedad al espíritu humano y que han desempeñado y desempeñan cotidianamente un 19 papel esencial en la estructuración de la Ciencia

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Cfr. Hempel, C. G., Filosofía de la ciencia natural, Madrid, Alianza, 1976, págs. 33-34.

De Broglie, L., Por los senderos de la ciencia, Madrid, Espasa Caipe, 1963, págs. 288289.

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Uno de los filósofos de la ciencia que más se ha opuesto a la concepción positivista de la ciencia ha sido Karl R. Popper. Según su perspectiva, nuestras teorías son respuestas que proponemos a problemas teóricos o prácticos relacionados con la supervivencia o el conocimiento, respuestas que delimitan lo que ha de constituirse o no en hecho. Es preciso, por tanto, relativizar la noción de descubrimiento a partir de patrones inductivos. El aprendizaje no responde en ninguno de los niveles a patrones asociativos ya que siempre contiene un elemento de invención, de acción creativa que va más allá de la pura instrucción. Aprendemos del medio, no porque él nos instruya, sino porque nos lanza un desafío, al que respondemos tentativamente con hipótesis que contrastamos y eliminamos en el momento en que se demuestran estériles. La teoría inductivista es ingenua; toma como hechos, como datos sensibles lo que es producto de un complejo intercambio entre sujeto y realidad. Él afirma el carácter universal e irreductible de todos los conceptos científicos20. Incluso enunciados descriptivos, los enunciados del lenguaje observacional de los empiristas, contienen términos que no pueden ser reducidos a experiencias observacionales. Considerar que las experiencias perceptivas constituyen la base empírica de la ciencia, el «suelo» firme a partir del que podemos elevar el edificio del saber, significa, entre otras cosas, olvidar que todo enunciado de la ciencia, incluidos los llamados protocolares, tienen el carácter de una teoría, de una hipótesis. No es posible verificar el enunciado «aquí hay un vaso de agua» por ninguna experiencia con carácter de observación, por la mera razón de que los universales que aparecen en aquél no pueden ser coordinados a ninguna experiencia sensorial concreta (...); con la palabra «vaso», por ejemplo, denotamos los cuerpos físicos que presentan cierto comportamiento legal, y lo mismo ocurre con la palabra «agua». Los universales no pueden ser reducidos 21 a clases de experiencias, no pueden ser constituidos

Evidentemente, la filosofía postempirísta de la ciencia no ha hecho más que relativizar el papel que la experiencia, los datos, tienen en el conocimiento científico. El hecho de que, como muestran

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Cfr. Popper, K. R., La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos, 1962, especialmente sec. l4. 21 Popper, K. R., La lógica de la investigación científica, pág. 90.

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las experiencias perceptivas, dos sujetos, aunque tengan la misma huella del estímulo retinal, vean cosas diferentes (pato/conejo, vieja/joven...) ha sido utilizado como un aval importante de esas tesis. Pero no sólo contamos con las experiencias gestálticas. La compleja ciencia actual hace difícil seguir hablando de simples hechos. Baste el experimento del neutrino solar para dejar de una vez sentado este punto de vista. El experimento del neutrino solar se viene realizando desde 1967 para contrastar la teoría acerca de cómo producen energía las estrellas22. De acuerdo con esa teoría, la energía se produce en el núcleo de las estrellas por reacciones termonucleares, la más importante de las cuales es la transformación de hidrógeno en helio; siendo el exceso de masa de cuatro átomos de hidrógeno sobre un átomo de helio convertido en energía de acuerdo con la conocida relación E=mc2. Para una masa como la del sol, se considera que el proceso de transformación de hidrógeno en helio se da en la serie protón-protón, que comienza con la fusión de dos núcleos de hidrógenos (protones). Las reacciones que siguen a ésta pueden ser de tres tipos diferentes, cada una de las cuales puede ser calculada de manera probabilística. Una de ellas conlleva la producción del isótopo radiactivo Boro 8, que, al desintegrarse, libera un neutrino altamente energético. Los neutrinos son difíciles de captar, pues sus interacciones con otra materia son sumamente débiles. No obstante, e) neutrino que aparece tras la desintegración del Boro 8 puede ser detectado utilizando 400.000 litros de percloroetileno, ubicados en una mina, a una profundidad de una milla, con el fin de evitar interacciones con otras partículas que pudieran producir efectos parecidos a los del neutrino solar. Cuando los neutrinos solares interactúan con el líquido de barrido se produce un átomo de argón radiactivo, un átomo que, al tener una vida de 35'1 días, podemos controlar mediante un contador de desintegración radiactiva. De este modo, pueden comprobarse el número de neutrinos liberados por el sol y contrastar los resultados con las predicciones teóricas.

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Véase sobre este experimento Shapere, D., «Empirismo y búsqueda de conocimiento», publicado en Teorema, XII/1-2 (1982), págs. 5 y sigs.; Pinch, T, Confronting Nature: The Sociology ofsolar-Neutrino Detection, Dordrechi, Reidel, 1986; CoUins, H. y Pinch, T., El gólem. Lo que todos deberíamos saber áurea de la ciencia, Barcelona, Crítica, 1996

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¿Podemos en rigor decir que mediante este experimento observamos simplemente hechos? Ciertamente, es tal la cantidad de informaciones disponibles, de hipótesis aceptadas sin discusión o el conocimiento básico aceptado que decir sin más que el experimento del neutrino nos permite observar las reacciones termonucleares del núcleo solar resulta prácticamente ininteligible. Al final de la sección 30 de la Lógica de la investigación científica, Popper insiste en este punto: La base empírica de la ciencia objetiva, pues, no tiene nada de «absoluta»; la ciencia no está cimentada sobre roca; por el contrario, podríamos decir que la atrevida estructura de sus teorías se eleva sobre un terreno pantanoso, es como un edificio levantado sobre pilotes. Éstos se introducen desde arriba en la ciénaga, pero en modo alguno hasta alcanzar ningún basamento natural o «dado». Cuando interrumpimos nuestros intentos de introducirlos hasta el estrato más profundo, ello no se debe a que hayamos topado terreno firme; paramos simplemente porque nos basta que tengan firmeza sucifiente para soportar la estructura, al menos por el momento.

Volviendo al diagrama propuesto por Feigl para mostrar la relación entre los postulados de una teoría y las observaciones, habría que decir que, contrariamente a sus intenciones, su representación sería adecuada para ilustrar la forma en que nuestras teorías proporcionan significado a algo, como los datos experimentales, que, por sí mismos no podrían servir como objetos del conocimiento científico ni desempeñar papel alguno en la solución de las disputas científicas. LA CONMENSURABILIDAD DE LAS DISPUTAS CIENTÍFICAS El carácter teórico de los mismos enunciados empíricos nos permite rechazar una tercera forma de entender la ciencia y que consiste básicamente en sostener que, a diferencia de otros campos de conocimiento, en la ciencia, y sólo en ella, es posible zanjar las disputas teóricas de una manera objetiva. En ella —se vendría a argüir— es posible probar o bien la verdad o bien la falsedad de nuestros constructos teóricos. Aunque resulte paradójico, quien más se ha aliado con los positivistas para defender la racionalidad —objetividad— de la ciencia ha sido el mismo Popper. En

45

efecto, la racionalidad de la ciencia, no depende, en último término, para Popper de la posibilidad de demostrar la verdad, pero sí de la severidad y sinceridad de nuestros esfuerzos contrastadores. El hecho de que todo enunciado científico, por su carácter teórico, sea universal y, por tanto, tenga un grado de confirmación cero, exige que los esfuerzos de los científicos no se centren en buscar apoyos inductivos de sus teorías, sino teorías con un alto contenido informativo, que digan mucho, y, por consiguiente, más fácilmente falsables. Aspirar a una elevada probabilidad supone una regla antiintuitiva, arguye Popper, a favor de articulaciones ad hoc para aquellos casos en los que la realidad no se ha mostrado conforme con nuestras expectativas teóricas23. Ahora bien, el mismo Popper ha reconocido que la metodología falsacionista puede ser a veces frustrante, pues, aunque la ignorancia, la falta de certeza, sea una de las características esenciales de la metodología científica, lo cierro es que los científicos necesitan tener algunos indicadores de que se encuentran en el buen camino24. El éxito es importante, aunque no podamos dar traducción metodológica a esta realidad psicológica. Sí no se lograran con cierta frecuencia éxitos positivos, sería difícil que los científicos tuviesen indicadores, todo lo falibles que se quieran, de un cierto progreso científico. O sea, Popper, que tanto ha insistido en que la racionalidad de la ciencia consiste en la búsqueda de refutaciones exitosas, ahora reconoce que sin predicciones exitosas, como la que formuló Einstein sobre la atracción gravitaclonal a la que estaría sujeta la luz, a pesar de tener masa nula, o la que enunció Dirac sobre la presencia de una antipartícula para cada partícula elemental, la ciencia sería una actividad frustrante. Necesitamos esa clase de éxito, pues una sucesión ininterrumpida de teorías refutadas dejaría a los hombres de ciencia desanimados, perplejos. La cuestión que debemos plantearnos es la siguiente: la apelación a exigencias extrametodológicas como la necesidad de nuevas predicciones exitosas ¿no introduce ciertas variables extralógicas y extraempíricas en la ciencia? El mismo Popper parece reconocerlo así, pues es esa necesidad de éxito lo que explica para él25, que muchas veces los científicos se inclinen

23

Popper, K. R., Conjeturas y refinaciones, pág. 348.

24

Popper, K. R., Conjeturas y refinaciones, págs. 295 y sigs. Cfr. Popper, K. R., Conjeturas y refinaciones, págs. 75 y sigs.

25

46

tratar como simple ruido de fondo los sucesos que no ceden a nuestras construcciones teóricas, o sea, que se sientan tentados a aferrarse dogmáticamente a unas propuestas que deberíamos en puro rigor deductivo rechazar por haberse demostrado falsas. Como ha sostenido Kuhn26, aunque Popper es consciente de la debilidad del falsacionismo ingenuo, no ha proporcionado ningún modelo alternativo al de la falsación concluyeme. No ha sabido ver otra relación entre teoría y experiencia que la de la falsación lógica. Así, aunque el mismo Popper reconoce que ese dogmatismo puede ser hasta fructífero, pues permite evitar el riesgo que supone siempre el hecho de que, al abandonar rápidamente, la derrota puede privarnos de lo que estábamos a punto de lograr, no ha sabido ofrecer otro modelo de ciencia que el de una actividad eminentemente crítica. No ha sabido, en definitiva, ver que aquellos períodos de ciencia normal, en los que no se produce un replanteamiento de lo; fundamentos teóricos que dirigen la investigación, son los episodios en los que la actividad científica es más fructífera. Tampoco ha sabido apreciar las consecuencias que para su modelo falsacionista tiene el conocido problema de Deum. En efecto, si, como mostramos con el experimento del neutrino, cualquier contrastación empírica necesita contar con un buen número de información básica que no se pone en duda, entonces ante un contraejemplo, ¿cómo podríamos determinar por procedimientos puramente lógicos qué parte concreta de nuestra teoría ha quedado refutada? ¿Ha sido nuestra nueva teoría o alguna de las hipótesis que incluimos en la información básica disponible La evidencia contraria tan sólo nos forzaría a admitir que alguien de nuestras hipótesis es falsa, pero cuál. Admitir, como propone Popper, que la falsación debe dejar intacta la parte correspondiente al conocimiento básico admitido no parece tener otra razón que máxima pragmática de la mutilación mínima. No hay razones de orden lógico o experimental que impongan esa respuesta. Ha sido Kuhn el que mejor ha sabido sacar consecuencias esta relativización del papel de la experiencia. Para él, el problema de la verdad o

26

Kuhn, Th. S-, «Lógica del descubrimiento o psicología de la investigación en Lakaros, Y. y Musgrave, A. (eds.), La crítica y el desarrollo del conocimiento, Barcelona, Grijalbo, 1975, pág. 96.

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la falsedad nunca se han resuelto en los períodos críticos de la historia de la ciencia —aquellos que él tilda de períodos revolucionarios— mediante duelos entre teoría y experiencia, sino por diversos mecanismos —personales, profesionales, sociopolíticos— que han hecho que una teoría o paradigma, en su terminología, se imponga de hecho sobre otra. No es que la experiencia no Juegue ningún papel, lo que sucede es que justamente aquello a lo que un paradigma apela como dato evidente es cuestionado por el paradigma alternativo27. No le han faltado críticas a la teoría de las revoluciones científicas de Kuhn. Se ha visto en ella, y sobre todo en su idea de inconmensurabilidad empírica una apuesta por la irracionalidad. No es para menos, de ser ciertas las tesis de Kuhn, la ciencia que siempre ha sido vista como modelo de búsqueda sin compromisos detrás de la verdad, se revelaría como una actividad en la que los Juicios de valor, las ideologías, las cosmovisiones religiosas tendrían un peso mucho mayor de lo que tradicional mente se ha supuesto28. La historia de la ciencia, como han sostenido Kuhn y Stegmüller desde perspectivas diferentes, es la historia de un desarrollo ramificado en el que los puntos de bifurcación señalan períodos críticos en los que los científicos se ven impelidos a emplear, además, de argumentaciones y criterios empíricos, toda una serie de Juicios de valor, con lo que también en la actividad científica habría que concluir afirmando el primado kantiano de la razón práctica29. Es la razón teórica la que cumple el papel pormenorizado de construcción y desarrollo de las teorías, es la que guía el trabajo en las fases de investigación ordinaria donde los científicos aceptan sin discusión

27

Para un desarrollo de estas tesis, véase Kuhn, Th. S., The structure of scientific a revolutions. Chicago, Chic. Univ. Press, 1970, 2. edición revisada, págs. 109 y sigs., 150 y los ensayos contenidos en ¿Qué son revoluciones científicas? y otros Mayos, Barcelona, Paidós, 1989. 28 Para ver la critica popperiana a esta concepción de la ciencia, cfr, Popper, K. R-, «La ciencia normal y sus peligros», en Lakatos, I. y Musgrave, A. (eds.). La crítica y el desarrollo del conocimiento, Barcelona, Grijalbo, 1975, págs, 155 y sigs. 29

Sobre este punto, puede consultarse Kuhn, Th. S,. La tensión esencial, páginas 344 y sigs., pero sobre todo sus opiniones de 1983 recogidas en el artículo «Rationalicy and Theory Choice», que aparece en el volumen ¿Qué son revoluciones científicas?'y otros ensayos, págs. 137-151. Cfr., cambien, Stegmüller, W, Neue Wege dtr Wisenschaftsphilosophie, 2 vols., Berlín, Springer Verlag, 1980, pág. 192.

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un determinado paradigma y se limitan simplemente a resolver «rompecabezas», o sea, articulaciones del paradigma admitido con la naturaleza; pero es la razón práctica la que decide, la que elige cuando aparece un período en el que la comunidad se replantea los principios básicos de sus investigaciones. Ni las argumentaciones empíricas, ni análisis de rendimientos son suficientes en esos momentos de investigación extraordinaria para decidir entre paradigmas alternativos. El abandono de una cosmovisión y la aceptación de otra, la conversión de «Saulo» en «Paulo», no se produce gracias a un procedimiento lógico, basado en la experiencia; es preciso tener en cuenta los valores admitidos en cada uno de los grupos. Al mismo Darwin no se le pasó inadvertida esta circunstancia cuando al final del Origen de las especies, escribía que, aunque estaba plenamente convencido de la verdad de las opiniones vertidas en su libro» no esperaba convencer de ninguna manera a los naturalistas experimentados; su confianza estaba depositada en el futuro, en los naturalistas Jóvenes pues sólo ellos podrían apreciar «con otros ojos» su nueva perspectiva. DEL TEORETICISMO AL CONSTRUCTIVISMO SOCIAL De acuerdo con lo sostenido hasta aquí, podemos pensar la ciencia como un sistema complejo de intercambio de informaciones entre los miembros de unas determinadas comunidades científicas que cooperan o compiten. Individuos, grupos de investigación, instituciones, teorías, observaciones, instrumentos, etc., conforman una red socio-cognitiva en la que encontramos involucradas tres tipos de variables: − variables sociales: formas de organización académica, estructuras de laboratorio, preferencias personales, carreras profesionales, ayuda financiera, canales de publicación, etc., − variables epistémicas: datos, informes, hipótesis, creencias filosóficas...,

experimentos,

teorías,

− variables materiales: tecnología, diseños experimentales, laboratorios, centros de investigación, etc.

49

Es precisamente la existencia de variables epistémicas y no-epistémicas lo que condujo a Kuhn, en La estructura de las revoluciones científicas, a defender que la ciencia es una actividad social guiada, no por teorías, sino por paradigmas científicos, esto es, por formas particulares de ver el mundo y de practicar ciencia en él. También en esa misma obra, Thomas S. Kuhn concebía el desarrollo científico como un proceso en el que períodos excepcionales de carácter revolucionario alternaban con fases de ciencia normal. En éstas los científicos comparten un mismo campo de problemas a investigar, realizan evaluaciones relativamente unánimes y emplean términos científicos con idéntico significado; en definitiva, en las fases de investigación ordinaria una comunidad comparte un determinado paradigma. Señalemos que una de las tesis más provocadoras de Kuhn fue considerar que las comunidades científicas pueden ser aisladas e identificadas simplemente estudiando la conducta de sus miembros y sus prácticas investigadoras, esto es, sin previo acceso a las teorías compartidas30. Esas comunidades, que tradicionalmente habían sido consideradas intangibles, puras comunidades de intelecto, empezaban a tener una manifestación física. Factores como las citas, los envíos de novedades, la iniciación profesional, las lecturas compartidas, etc., fueron sugeridas, así, por el autor de The structure of scientific revolutions como elementos esenciales para comprender la fisonomía de la ciencia31. La consecuencia parecía necesaria: el consenso de los períodos que Kuhn tipifica como «ciencia normal» no es un simple resultado del compromiso con los hechos, sino que es, más bien, un resultado diferido de un cierre de controversia en el que los elementos retóricos, los actores y recursos movilizados no pueden ser separados de la misma discusión de la verdad32. La ciencia puede ser entendida, desde este punto de vista, como una amplia red de «actores» (investigadores, instituciones, técnicas, objetos, documentos, que establecen relaciones de cooperación y competencia para

30

Kuhn, Th. S., The structure of scientific revolutions, Chicago, University of Chicago Press, 1970 (2.a ed., revisada), pág. 175.

31

Kuhn, Th. S., The structure of scientific revolutions, pág. 177. Véase Law, J. (ed), Power, Action, and Belief. A New Sociology of Knowledge?. Londres, Routledge, 1986 32

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obtener crédito para sus investigaciones, un crédito que se gana en cuatro ámbitos: en el de la realidad, en el de prestigio, en el de la financiación y en el de la opinión publica. El siguiente diagrama representa lo que se conoce como círculo de credibilidad de la tecnociencia.

Guiados por estas ideas, y forzando lo que ellos mismos han llamado una «interpretación radical» (no conservadora) de Kuhn33, el constructivismo social ha hecho de la controversia el lugar privilegiado desde donde mirar cómo se hace la ciencia real y se «fuerzan» los consensos34. Así, desde el Programa Fuerte de la Sociología

33

Véase Pinch, T., «Kuhn -The Conservative and Radical Interpreíations: AK Somc Mertonians 'Kuhnians' and Some 'Kuhnians' Mertonians?, en 45 News-letter.2/1 (1982), págs. 10-25. 34 Hay que tener en cuenta que Kuhn centró sus análisis en los mecanismos de formación de consenso (la ciencia normal), pero apenas ofreció algunas indicaciones sobre los factores que fuerzan el tránsito del consenso a la controversia

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del Conocimiento (Bloor) hasta los estudios de laboratorio de Latour y Woolgar, pasando por el Programa Empírico del Relativismo (Collins y Pinch), todos coincidieron en: Puesto que el cierre de una controversia es la causa de la representación de la naturaleza, no su consecuencia, nunca podemos utilizar esa consecuencia, la naturaleza, para explicar cómo y por que se ha cerrado una controversia35,

Este texto, que aparece como Tercera Regla del Método que La tour propone para el análisis posmoderno de la ciencia36, supone defender que no son la evidencia experimental y la racionalidad del método científico, sino los valores e intereses micro y macrosociales37, los elementos clave para explicar causalmente la formación y aceptación de las creencias científicas38. En último término, la epistemología posmoderna, nacida al calor de las ideas de inconmensurabilidad y subdeterminación empírica de las teorías científicas, vendría a − Defender la construcción social de la realidad y, en consecuencia, a − Expulsar ¿a evidencia empírica y la justificación lógica del campo epistemológica39.

35

Latour, B., Ciencia en acción. Apéndice 1, pág. 263 Aronowitz, S., Science as Power: Discourse and Ideology in Modem Society, MÍnncapolis, University of Minesota Press, 1988; Haraway, D-, Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature, Nueva York, Roucledge, 1991 (traducido en Cátedra); Harding, S., The Science Question in Feminism, Iihaca, Cornell University Press, 1986; Whose Science? Whose Knowledge? Thinking jrom Womens Lsves, Ittiaca, Cornell University Press, 1991; Latour, B., Ciencia en acción. Cómo seguir a científicos e ingenieros a través de la sociedad, Barcelona, Labor, 1992; Nunca fuimos modernos, Madrid, Debate, 1996; Lyotard, J.-F., La condición post-moderna, Madrid, Cátedra, 1987 37 Me refiero a los intereses particulares del grupo de investigación (profesionales, financieros, etc.) y a los generales de la sociedad en general (militares, políticos, económicos) que podemos encontrar en el estudio de la ciencia. Véase infra 38 Collins, H.i "Stages in the Empirical Programme of Relativism», en Social Studies of Science, 11 (1981), pág, 3 39 Véase Koettge, N. (ed.), A House Built on Sand: Exposing Postmodernist Myths about Science, Nueva York, Oxford University Press, 1997; Sokal, / y Bricmon, J., Impostures intellectuelles, París, Éditions Olive Jacobs, 1997 36

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El constructivismo social ha servido ciertamente para incorporar en estos últimos veinte años un volumen importante de elementos considerados por los positivistas como externos al mismo campo científico; ha servido para replantear, de igual modo, la distinción entre los contextos de descubrimiento y validación ¿e teorías científicas. La obra de Kuhn y sus continuadores demuestran la viabilidad de los caminos que el constructivismo abrió a la historia y la sociología de las ciencias; ellas, lejos de servir para aportar anotaciones a pie de página a la historia de las teorías científicas, tienen un sentido genuinamente interno; sin embargo, al entender a las teorías científicas como construcciones sociales cuya estructura se moldea con independencia de la «realidad», ha renunciado a la idea de «justificación gnoseológica» de las ciencias; ha privado a éstas, por decirlo de otro modo, de fundamento objetivo. En alguna medida podría afirmarse que la incorporación masiva a las teorías gnoseológicas de la ciencia de materiales históricos y sociológicos se consigue a costa de reducir las ciencias a la condición de ´formaciones culturales´, desconectadas de la verdad. En ellas, la naturaleza, la realidad, dejaría de tener un papel causal, con lo que no cabría hablar de justificación empírica. Estaría la puerta abierta de par en par al escepticismo y relativismo. Definición de Ciencia Entenderemos que el subsistema C («ciencia») de ese macrosistema que llamamos al principio sociotecnobiocosmos es representable por una decatupla C = < CC, S, D, V, P. F, E, T, O, M > tal que, en un tiempo determinado, 1) CC es una comunidad científica en la que sus miembros mantienen juicios relativamente unánimes, comparten parecida literatura

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científica, etc.; en definitiva, una comunidad cuyos integrantes comparten un mismo paradigma o tradición investigadora; 2) S es una sociedad que hace posible a través de políticas de I+D estatales o de financiación privada las investigaciones de los miembros de C; 3) D es un dominio de objetos reales que actúa de referente de las teorías mantenidas por una comunidad científica; 4) V es una visión del mundo o concepción filosófica que incluye una ontología, una determinada gnoseología y un ethos que manda, entre otras cosas, el carácter público de las investigaciones y la búsqueda de consenso; 5) P es un conjunto de problemas sobre los que una comunidad científica cree que merece la pena investigar; 6) F es el conjunto de recursos formales, lógicos o matemáticos, y leyes que una determinada comunidad acepta como medio para sus estudios e investigaciones; 7) E es un fondo empírico compuesto por todos aquellos datos o hipótesis que los miembros de una comunidad científica aceptan como instancias confirmatorias o falsadoras de sus investigaciones; 8) T son las tecnologías y diseños técnicos disponibles y que, en algunos casos, hacen posible la investigación; 9) O es un conjunto de objetivos entre los que se incluyen fundamentalmente la explicación y predicción de fenómenos; 10) M es un conjunto de prescripciones metodológicas que promueven el carácter intersubjetivo de los procedimientos utilizados y las conclusiones obtenidas. TÉCNICA, TECNOLOGÍA Y TECNOCIENCIA CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE LA TÉCNICA Cuenta Platón en el Protágoras que, en el origen, los dioses moldearon las especies mortales en las entrañas de la tierra, mezclando tierra» fuego y cuantas materias pueden combinarse con ellas. Cuando decidieron sacarlas a la luz, encomendaron a Prometeo y a Epimeteo que les otorgasen capacidades. Epimeteo quiso encargarse de esa tarea. A unos les proporcionó fuerza, pero no rapidez, en tanto que dotaba de velocidad a

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quien creía más débil. Su reparto tenía que ser equitativo; así que dotó de armas a unas, y a otras, a las que daba naturaleza inerme, ideaba un don que le permitiera la salvación. Por ejemplo, a las de cuerpo pequeño las dotaba de alas para huir o escondrijos para guarecerse. Poco a poco fue distribuyendo todas las facultades; también repartió medios de subsistencia) al mismo tiempo que regulaba su posible descendencia. Así hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales. Concedió a aquellas escasa descendencia; en cambio, a sus víctimas gran fecundidad. El objetivo siempre era el mismo: que ninguna especie fuese aniquilada. Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó todas las facultades en los animales y dejó sin equipar a la especie humana. Prometeo, encargado ¿e supervisar el reparto, viendo que el hombre permanecía desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme, encontró con premura un medio de salvación para el hombre: les robó a Hefaisto y Atenea la sabiduría de las artes (la técnica) y el fuego y se los ofreció como regalo a los hombres. El ser humano fue así, gracias a ello, el único de los animales en participar con los dioses del tesoro de la producción y gobierno de las cosas. Se desprende del mito platónico que desde su aparición la técnica ha acompañado al hombre. La técnica tendría, desde este punto de vista una dimensión puramente antropológica. Este, al menos, ha sido el punto de vista de Ortega y Gasset, Arnold Gehlen y otros40. Todos ellos derivan la necesidad de la técnica de la deficiencia orgánica del ser humano. Ahora bien, el hombre es un ser que es capaz de elevarse por encima de las necesidades biológicas, trascenderlas, por eso, su ser no coincide con la naturaleza propia de los animales; ella se le presenta a él, más que como posibilidad, como obstáculo41. De ahí que, como señala Gehien, al principio de sustitución de órganos habría que sumar el de descarga y superación de los mismos La piedra lanzada con la mano alivia el puño que golpea y al

40

Aunque la idea de la técnica como una «autoliberación de la humanidad" a de Bacon, fue Kapp, en su Grundiinien einer Philosophie der Technik (1877), quien sistematizó la idea de la técnica como proyección de los órganos. Cfr. cap. 1 de MÍtcham, C., ¿Qué es la filosofía de la tecnología? 41 Cfr. Ortega y Gasset, J. Meditación de la técnica, en Obras Completas. Madrid, Alianza, 1983, tomo V, págs. 322-323.

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mismo tiempo lo supera en cuanto a efecto; el coche y la cabalgadura nos eximen del andar y superan con creces su alcance. En el caso de la bestia de carga, se hace palmariamente visible el principio de descarga. El avión, por su parte, sustituye las alas de que carecemos y supera con holgura todo esfuerzo orgánico de vuelo... Pues bien, este proceso —dice Gehlen— continúa hacia afuera, abarcando técnicamente extensiones cada vez mayores de lo orgánico en general. Un verdadero umbral cultural fue la eliminación de la madera (y también de la piedra) por la invención de la metalurgia en la Edad del Bronce y Edad del Hierro. El metal reemplaza y supera con mucha eficacia, sobre todo en la fabricación de armas, dichos materiales encontrables directamente. Éste fue el primer gran paso hacia la emancipación de las limitaciones impuestas por la naturaleza animada, hacia la exclusión y superación no sólo de los propios 42 órganos, sino de lo orgánico en general .

El hombre es un animal fantástico, inventor; no tiene naturaleza fija y determinada; para él la naturaleza es un puro sistema de facilidades/dificultades para ejecutar un proyecto de vida, un programa existencial43 Este programa vital que impulsa al quehacer técnico es pretécnico, es la invención por excelencia, el deseo original de inventarse a sí mismo. Vivir es producción, fabricación; no teoría y pensamiento; y la técnica le ofrece el medio para actualizar un programa de un ser que se convierte para consigo mismo como una especie de novelista que se forja la figura de un personaje que es él mismo. Lo dice con claridad Ortega: Ese problema, casi de ingeniero, es la existencia humana. Y, sin embargo, o por lo mismo, la técnica no es en rigor lo primero. Ella va a ingeniarse y a ejecutar la tarea, que es la vida; va a lograr, claro está, en una u otra limitada medida, hacer que el programa humano se realice. Pero ella por si no define el programa; quiero decir que a la técnica le es prefijada la finalidad que ella debe conseguir. El programa vital es pretécnico. El técnico o la capacidad técnica del hombre tiene a su cargo inventar los procedimientos más simples y seguros para lograr las necesidades del hombre. Pero éstas, como hemos visto, son también una invención; son lo que en cada época, pueblo o persona el hombre pretende ser; hay, pues, una primera invención pretécnica, la invención por 44 excelencia, que es e! del deseo original .

42

Gehlen, A., Antropología filosófica, Barcelona, Paidós, 1993, pág. 114 Ortega y Gasset, J., Meditación de la técnica, págs. 338-339. 44 Ortega y Gasset, J., Meditación de la técnica, pág. 343 43

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Todas las actividades humanas, que especialmente han recibido o merecen el nombre de técnicas, no son más que concreciones de ese carácter general de autofabricación propio de nuestro vivir. En 1951 Ortega leyó en el Coloquio de Darmstadt «El mito del hombre allende de la técnica»45, en el que, inspirado en el estilo mitológico de Platón, piensa la evolución del animal al hombre. El animal que se convirtió en el primer humano lo imagina Ortega como un arbícola que vivía sobre terrenos pantanosos en que abundaban enfermedades epidémicas. Esa especie enfermó y, aunque pudo sobrevivir, tuvo que existir con una hipertrofia cerebral. Ese animal, que se convirtió en el primer hombre, se encontró súbitamente con una enorme riqueza de figuras imaginarias, un mundo interior que no poseían los animales; se vio condenado a habitar dos mundos, el interior y el exterior, permanentemente inadaptado y desequilibrado. El hombre es, por eso, un animal fantástico que, al extrañarse en la naturaleza, se ha visto obligado a inventar mundos, a forjar una técnica para hacerse un lugar extranatural: Sí nuestra existencia no fuese ya desde un principio la forzosidad de construir con el material de la naturaleza la pretensión extranatural que es el hombre, ninguna de esas técnicas existiría. El hecho absoluto, el puro fenómeno del universo que es la técnica, sólo puede darse en esa extraña, patética, dramática combinación metafísica de que dos entes heterogéneos —el hombre y el mundo— se vean obligados a unificarse, de modo que uno de ellos, el hombre, 46 logre insertar su ser extramundano en el otro, que es precisamente el mundo .

Coincidimos con Manuel Burón47 en que no se hace violencia a la filosofía de Ortega si se percibe tras la distinción orteguiana entre naturaleza e historia uno de los temas recurrentes del idealismo alemán: el de la relación entre necesidad y libertad. La vinculación que hace Ortega y Gasset de lo natural con lo mecánico y nómico y su determinación del yo como proyecto, como realidad abierta a la consecución de fines, lo sitúan, en efecto, en el problema de la relación entre el reino de lo natural y el reino de los fines.

45

En Obras Completas, tomo IX. Ortega y Gasset, J., Meditación de la técnica, pág. 346. 47 Burón, M., La historia y la naturaleza. Ensayo sobre Ortega, Madrid, Akal, 1992,pág. 33. 46

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Desde esta perspectiva, parece lógico que, como sucedió en el idealismo, se pretendiera una mediación. Hegel y, en clave materialista, Marx encontraron esa mediación en la categoría de trabajo, pero en Ortega está completamente ausente. Una de las características del aristocratismo48 de Ortega es el repudio del trabajo como actividad mecánica, «natural», como una actividad embrurecedora —propia de animales; por eso, aparece la mediación por vía de la técnica, pero, como sostiene Burón49, justamente donde debería aparecer una penetración ente lo humano y lo natural, Ortega desliga rotundamente la actividad técnica de los hombres de las necesidades vitales, naturales. Vinculada al hacer humano es desvinculada de la necesidad y asociada a lo superfluo y el lujo-Como dice taxativamente Ortega, «Hombre, técnica y bienestar son sinónimos»50. La técnica sería el medio que usa el ser humano para que, en última instancia, liberado de la naturaleza, de su circunstancia, pueda vacar y hacerse a sí mismo51

48

La oposición que la misma Meditación de la técnica realiza entre d aristócrata inglés y el gentleman no invalida, como pudiera parecer, la defensa del aristocratismo de Ortega, pues como queda claro en ese mismo ensayo cuando intenta apreciar las peculiaridades del ser gentleman habla de un individuo que trasciende las penosidades y apremios de la vida y se dedica a «distraerse, a un juego aplicado al resto de la vida» (Meditación de la técnica, pág. 351 49 Burón, M., La historia y la naturaleza. Ensayo sobre Ortega, pág. 34 50 Ortega y Gasset, J., Meditación de la técnica, pág. 329 51 Ibid., pág. 342

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