IDENTIDADES FEMENINAS Y RESCRITURA DE LA HISTORIA EN LOS ENSAYOS DE TERESA DE LA PARRA

Revista UNIVERSUM . Nº 17 . 2002 . Universidad de Talca IDENTIDADES FEMENINAS Y RESCRITURA DE LA HISTORIA EN LOS ENSAYOS DE TERESA DE LA PARRA

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Revista UNIVERSUM

.

Nº 17

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2002

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Universidad de Talca

IDENTIDADES FEMENINAS Y RESCRITURA DE LA HISTORIA EN LOS ENSAYOS DE TERESA DE LA PARRA

Alicia N. Salomone (*) Natalia Cisternas (**)

«Yo creo que mientras los políticos, los militares, los periodistas y los historiadores pasan la vida poniendo etiquetas de antagonismos sobre las cosas, los jóvenes, el pueblo y sobre todo las mujeres, que somos numerosas y muy desordenadas, nos encargamos de barajar las etiquetas estableciendo de nuevo la cordial confusión». Teresa de la Parra, 1930 (1982:477).

INTRODUCCIÓN La escritora venezolana Teresa de la Parra nació en París en 1889, en el seno de una familia aristocrática, y murió en Fuenfría, cerca de Madrid, en 1936. Su vida transcurrió en un constante ir y venir entre América y Europa, lugar donde finalmente se estableció y pasó sus últimos años. Su producción intelectual abarca dos novelas: Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba (1924) y Las Memorias de Mamá Blanca (1929), y otro conjunto textual que podemos ubicar

(*) Magíster en Historia (USACH). Investigadora del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. (**) Licenciada en Literatura, Universidad de Chile. Magíster © en Licenciatura Hispanoamericana, Universidad de Chile Este trabajo se inserta en el desarrollo del Proyecto FONDECYT 1.000.213/2000: «Construcciones discursivas de la diferencia sexo-genérica en textos de mujeres intelectuales latinoamericanas: 1920-1950».

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dentro de los géneros considerados menores: epistolarios, diarios de vida y un largo ensayo: “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana”, leído en Bogotá en 1930. Nuestro artículo revisa este último texto de Parra observando cómo, desde una visión femenina/feminista1 , se deconstruye un imaginario acerca de la formación histórica de la nación2 , que margina a las mujeres del ejercicio pleno de la ciudadanía al restringir su esfera política legítima al hogar y al rol de madres republicanas: es decir, a la formación biológica y cultural del ciudadano, sin acceder ellas mismas a esta condición3 . En este marco, las mujeres no logran participar igualitariamente dentro de la comunidad imaginada de la nación (Anderson, 1993:22-25), ubicándose en un lugar ambiguo e inestable frente de ella, especialmente complejo para las mujeres de la elite. Estas ideologías sobre la domesticidad femenina, que toman fuerza durante el período republicano y se materializan en relatos literarios e historiográficos en toda América, son objeto de cuestionamiento por parte de numerosas escritoras del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX; en ese contexto, debe inscribirse el discurso de Teresa de la Parra4 . El ensayo polemiza abiertamente con el discurso historiográfico oficial articulando un relato diferente, que pone en el centro de la escena a sujetos silenciados por su género-sexual, y también por su etnia y/o clase5 . El tejido del texto se organiza en torno a tres momentos de la historia latinoamericana: la conquista, la colonia y la 1 Aralia López-González sostiene que frente al discurso de lo femenino patriarcal, las escritoras habilitan otras voces, que pueden definirse como femeninas: la mujer hablada y pensada por la mujer, y/o feministas: expresión de una contra-Razón (López-González, 1995:19-24). Por su parte, Elaine Showalter explica que los discursos de mujeres necesariamente son de doble voz pues estas escrituras siempre portan el discurso dominante y el silenciado, o de la mujer. (Showalter, 1981). 2 Según explica Stuart Hall (1997), nuestras culturas configuran ciertas narrativas de la nación, que se hacen perceptibles en la historiografía, así como en la literatura, los mass media y la cultura popular. Estos relatos ofrecen una serie de imágenes, escenarios, hechos, símbolos y ritos que dan forma a las experiencias compartidas. Como miembros de esa comunidad imaginada (B. Anderson) compartimos ese relato, que conecta cada vida individual con un destino nacional que nos preexiste y que existirá después de nosotros. El problema que plantean estas narrativas, sin embargo, es su incapacidad para evidenciar las múltiples diferencias que atraviesan a nuestras sociedades, sea en términos de clases sociales, etnias, géneros-sexuales, u otras; las que no encuentran representación en un relato conformado desde una noción de identidad homogénea sustentada en el origen, la continuidad, la tradición y la comunidad de intereses entre todos los miembros. En este sentido, es interesante la propuesta de Hall sobre la posibilidad de pensar las culturas nacionales desde las diferencias y la dislocación de la idea de identidad unificada. 3 Mary Louise Pratt explica que el siglo XIX fue especialmente limitante en cuanto a la representación de las mujeres en los discursos oficiales de construcción de la nación, y en la configuración de imaginarios culturales. Definidas obsesivamente por su capacidad reproductiva, las mujeres fueron excluidas del ejercicio de la ciudadanía, a la vez que sus cuerpos se convirtieron en sitios propicios para múltiples formas de intervención y apropiación. Cfr. Pratt, Mary Louise, «Woman, Literature, and National Brotherhood» (1990:49-52). 4 En esta misma línea discursiva, y más allá de las modulaciones particulares, se inscriben los textos de Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Amanda Labarca, entre otras. 5 Usamos los conceptos de género-sexual y etnia para referirnos a su carácter de construcción cultural, en oposición al paradigma esencialista que usa sexo y raza para explicar estas diferencias como determinaciones biológicas sin posibilidad de ser modificadas y, en consecuencia, favorables a la construcción de jerarquías desde los discursos dominantes (varón/mujer, español/indígena, blanco/negro, etc.).

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independencia. La periodización que intenta Parra, sin embargo, altera los ejes tradicionales de la narración historiográfica (los eventos que pautan la construcción del estado-nación), centrándose en figuras femeninas que crean tramas sociales, en una continuidad histórica de larga duración; son sus intervenciones las que definirán cada época e incluso serán determinantes en la configuración de los propios sujetos masculinos. Estos personajes: las dolorosas de la conquista, las soñadoras de la colonia, las realizadoras de la independencia y las mujeres modernas con las que se identifica la propia hablante, son mostradas desde una óptica que cuestiona la naturalización de las identidades, roles y espacios asignados a los géneros; y, a su vez, esas representaciones otras posibilitarán a la autora sustentar una crítica política sobre su propia época, desde un diálogo especular entre pasado y presente. El diseño de este relato alternativo también supone el despliegue de una estrategia de lenguaje, que desplaza la narración desde los grandes hechos hacia otros anecdóticos y en apariencia superficiales o accesorios al discurso de la Historia. Esta estrategia, en la proliferación de detalles y en la relevancia que adquiere lo doméstico y cotidiano por sobre lo oficial y público, es lo que posibilita a la hablante construir un relato no vertical donde se filtran sujetos y experiencias invisibilizados o considerados poco importantes. De este modo, al sobreponer un registro narrativo más verosímil que verdadero, y más cercano a la opinión (doxa) que al discurso de la ciencia, el texto cuestiona el discurso historiográfico oficial, dando paso a un relato permeable a voces y prácticas excluidas.

LAS DOLOROSAS DE LA CONQUISTA Son dos los personajes centrales que, en la primera parte, nos presenta Teresa de la Parra. Ambas tienen en común ser mujeres cuyo origen indígena las expone a una doble marginalidad: de género y de etnia. Malinche/Doña Marina, la primera de ellas, es la nativa entregada como esclava por sus pares y que acaba sirviendo como intérprete en las huestes conquistadoras de Hernán Cortés. La segunda es Doña Ñusta Isabel, madre de Garcilaso de la Vega y fuente de las leyendas orales que están presentes en los escritos de su hijo. Ahora bien, dado el carácter icónico de la Malinche, nos haremos cargo del modo como la autora define esta figura. Malinche se sitúa en el ensayo en oposición a Hernán Cortés; de ella se nos dice que tenía un origen noble al ser hija de caciques, que poseía una inteligencia natural y una extraordinaria capacidad de adaptación. Por otro lado, el conquistador aparece como hijo de un modesto escudero, mujeriego e irresponsable. Esta oposición produce un efecto claro: se traslada el núcleo del relato a la Malinche, quien adquiere importancia a la luz de un personaje que no destaca en la caracterización. Es interesante constatar que en el único momento donde Cortés es señalado con cierta

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relevancia es a partir de la posible mirada de la Malinche: “Difícilmente podemos figurarnos la impresión deslumbradora que debió producir en la imaginación de Doña Marina la persona de Cortés. Poderoso dios blanco, hijo del sol y de la luna (según creencia común de todos los indios), embajador de lo desconocido, capitán de los dioses” (Parra, 1982:481). Al ser su perspectiva el medio por el cual es observada la grandeza de Cortés, ella aparece como la configuradora del conquistador; son sus mitos y, en definitiva sus códigos, los que entregan sentido a la figura de aquél, quien aparece como mero reflejo de deseos y sueños ajenos, pertenecientes a la propia Malinche. La operación de Teresa de la Parra tiene un doble efecto pues no sólo muestra a la indígena como generadora y no como mera receptora de significados, sino que justifica su apoyo a los conquistadores en virtud a las creencias de su cultura. Son estas narrativas las que se imponen en la imagen que construye Malinche/Marina de Hernán Cortés; y, siendo consecuente con ellas, se entiende y justifica el acercamiento de la indígena al español, pues ella lee su contexto desde una mitología que vislumbra la aparición del dios blanco como salvador. Por su parte, la conversión al cristianismo de la Malinche se explicaría como un proceso de rearticulación de significantes del poder a partir de su experiencia de marginación en su comunidad originaria: “Poco o nada debía doña Marina a los suyos. Su madre la había vendido para despojarla. En su amargo rodar de pueblo en pueblo había conocido entre lágrimas la condición de las mujeres humildes de la raza. Relegadas a los más viles trabajos, maltratadas, vendidas (...) para los sacrificios cuando niñas, como esclavas, para el matrimonio cuando adultas, iban sin duda a mejorar de situación bajo aquellos nuevos dueños que adoraban un ídolo femenino con un niño en los brazos.” (Parra, 1982:482). La lectura de la Malinche que hace Parra es transgresora en tanto violenta el esquema de traición con la cual ha sido identificada. Pero, además, la sitúa en un marco donde indirectamente se valida su actuar como una praxis que, recodificando los lenguajes del dominador y del subordinado, genera una identidad propia: es decir, un espacio de resistencia y sobrevivencia a la vez. Jorge Larraín entiende que los individuos nunca se sitúan pasivamente con respecto a su identidad, existiendo siempre una posibilidad de reelaboración que permite configurar sujetos alternativos y, por tanto, construcciones de sujeto que pueden tensionar las que han sido diseñadas por los grupos de poder (Larraín, 1996:213). Bajo este prisma podemos argumentar que, para Parra, la Malinche construye un sujeto otro, como un campo de relecturas contradiscursivas que le permiten posicionarse de un grado de poder dentro del grupo de conquistadores.

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“Se ha hablado siempre con admiración del genio político de Hernán Cortés, de su sagacidad extraordinaria para tratar con los indios. Yo creo, señores, que esa sagacidad misteriosa de Cortés se llama exclusivamente Doña Marina.” (Parra, 1982:480). “No hay embajada que ella no transmita, ni proposiciones de paz que ella no presida al lado de Cortés. Ella va dulcificando acritudes al traducir los discursos de todos los parlamentos” (Parra, 1982:481). Es interesante observar, por otra parte, las fuentes a las que recurre Parra en su dibujo de la Malinche, esencialmente la crónica de la conquista de México de Bernal Díaz del Castillo, y el uso que la autora hace de ella6 . La elección no es azarosa; esta crónica, a diferencia de otros relatos, no la escribe el conquistador sino uno de los soldados de la hueste, más interesado en valorar el protagonismo de la plebe guerrera que de enaltecer la figura del jefe. De modo consecuente, Bernal Díaz apela a una estrategia narrativa heterogénea, que escenifica situaciones cotidianas u otras que debían omitirse en el relato oficial, por ejemplo, la presencia de la compañera indígena de Cortés. Ahora bien, Parra, al igual que la Malinche con el lenguaje que la rodea, hace un uso particular de la crónica, interpretándola en función de leer aquello que no se menciona explícitamente, los intersticios del discurso del español, y de constituir una malla textual otra, que quizás tenga más relación con ella y sus proyectos que con las intenciones de Bernal Díaz. Este juego de recepción ya había sido planteado por la autora: “A través de lo poco que se dice se adivina lo mucho que no se cuenta.” (Parra, 1982:480). Esta “adivinación” por parte de la escritora - su reinterpretación del lenguaje del cronista - se puede observar claramente en el ensayo: “Era ‘entrometida y desenvuelta’ dice Bernal Díaz al presentarla. ¡Cuánto sabor encierran en su rudeza arcaica estos dos adjetivos y cuánto se lee a través de ellos! ‘Entrometida y desenvuelta’, es decir, servicial, alerta, de palabra aguda y discreta, con algo de coquetería y mucho de generosidad ingénita.” (De la Parra, 1982:482). Parra se constituye, en esta operación textual, en una nueva Malinche, receptora y rearticuladora del mapa de significantes que la rodean. Este juego especular no se detiene aquí sino que se traslada a la crónica de Bernal Díaz, de la cual dice: “¡Está tan llena de detalles triviales! (...) Son aquellos que quedan prendidos de la memoria como por caprichos de la gracia y que son en su humildad toda la poesía del recuerdo.” (Parra, 1982:484). 6

Nos referimos a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, publicada en 1551.

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Es notorio el paralelo que hay entre esta descripción y las características de sus propios ensayos, en donde proliferan los hechos anecdóticos y los detalles. Estas relaciones que la escritora establece con la dinámica interpretativa de la Malinche y la textualidad de Bernal Díaz, son interesantes en la medida que va entregando atisbos de una postura femenina/ feminista orientada a modificar las formas de representación; en este sentido, su discurso interviene el sistema lingüístico en función de dar cuenta de una alteridad genérico-sexual que aquél, en su homogeneidad, no es capaz de reconocer. LAS SOÑADORAS DE LA COLONIA Teresa de la Parra nos presenta más de una protagonista en la segunda parte del ensayo, todas las cuales comparten un rasgo: enclaustradas en el convento o la casa, separadas del mundo exterior y sus prejuicios, logran acceder a cierta autonomía que les permite proyectarse en distintas esferas, dando tono a un período al que la autora nombra como “la larga vacación de los hombres” (Parra, 1982:490). Período cerrado, vuelto hacia adentro, como el cuerpo femenino, hegemonizado por el habla y simbolizado como “una voz femenina detrás de una celosía” (De la Parra, 1982:490); este es el espacio donde Parra coloca una serie de figuras que representan la posibilidad de introducirse en el país del ensueño, territorio donde sería posible idear nuevos imaginarios. Una de estos personajes es la Madre Teresa, monja que vivió el cierre de los viejos conventos en el siglo XIX y a quien Parra conoció; en el texto, ella constituye un puente simbólico que vincula las diversas épocas. Otros personajes son Sor Juana Inés de la Cruz, figura paradigmática en quien nos centraremos; Amarilis, la típica soñadora criolla (De la Parra, 1982:490), poeta anónima que mantiene una relación romántico-literaria con Lope de Vega; la Madre Castillo, monja colombiana del siglo XVII; y, finalmente, dos tías abuelas de Parra: Francisca Tobar y Teresa Soublette, mujeres que destacan por sobrevivir en un medio hostil y que, por eso mismo, se constituyen en referentes para la emisora: Francisca se autodefine como realista en una época republicana; Teresa, mujer soltera, logra mantener cierta independencia y desarrollarse como individuo mediante la transmisión de saberes y una escritura personal. El discurso de Parra, según se expresa en esta parte del ensayo, ha sido interpretado por varios autores como una elegía a la vida colonial7 , coherente con la pertenencia de Parra a una clase oligárquica que ve perder de su hegemonía. Sin 7 Ello es lo que se percibe en los textos de Osorio (1997), Moreno Fraginals (1974) y Garrels (1997). Desde una posición que nos parece más productiva, Sylvia Molloy se interroga acerca de la posibilidad de pensar el «conservadurismo ideológico» de Parra y otras escritoras de la época (Gabriela Mistral y Lydia Cabrera) como un modo de reaccionar ante procesos de modernización que sólo proponen heteronormatividades reproductivas. (Molloy, 2000:56).

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dejar de reconocer que el texto deja espacio a la ambigüedad8 , proponemos una lectura diferente. En efecto, la emisora hace una valoración positiva del pasado colonial, desde la perspectiva de la experiencia femenina, y desde allí articula, indirectamente, una mirada crítica sobre la modernidad. Ella hace eje, sin embargo, no en la nostalgia de un paraíso perdido sino en las limitaciones que la dinámica sociocultural latinoamericana impone al desarrollo del sujeto, paradojalmente el pilar mismo del discurso moderno. Para graficar esta contradicción, la hablante organiza una suerte de utopía retrospectiva9 , sobre la cual proyecta las incoherencias que visualiza en su contemporaneidad, pero sin perder de vista el lugar desde donde enuncia: “Mi cariño por la Colonia no me llevaría nunca a decir como dicen algunos en momentos de lirismo que desearían haber nacido entonces. No. Yo me siento muy bien dentro de mi época y la admiro. Creo que (...) ella es un buen mirador bien aireado donde se puede pasar el rato distraído mirando libremente hacia todos los horizontes (...) En lo que me concierne debo decir que casi toda mi infancia fue colonial y que la necesidad de reaccionar contra ella en una edad en que todos somos revolucionarios tanto por espíritu de justicia como por espíritu de petulancia fue la causa que me impulsó a escribir.” (Parra, 1982:491). En la construcción de este discurso es clave la figura de Sor Juana, quien representa, en un cronotopos premoderno, la posibilidad de desarrollo de un sujeto plenamente moderno. Pero, por otra parte, este proceso arraiga en un sujeto femenino, lo cual radicaliza el planteo de la autora en la medida en que la mujer ha sido siempre relegada al lugar de objeto en el discurso (Butler, 1990). Parra sugiere que, amparada por los muros del convento, los que constituyen un límite a los poderes externos pero no a sus búsquedas, Sor Juana es capaz de sobreponerse al prejuicio social y a los halagos mundanos, y definir su subjetividad a partir del cultivo de la inteligencia y la virtud, transformándose en una humanista y una científica que, además, accede a la palabra para dar cuenta del mundo y de ella misma: “Sor Juana es, sin duda, uno de los más completos genios femeninos que hayan nunca existido. (...) Además de su genio poético, era música, pintora, gran humanista y conocedora de las ciencias naturales y las ciencias exactas. Nacida en Francia dentro de su misma época, habría sido uno de los más brillantes genios literarios y una de las más seductoras mujeres de la corte de Luis XVI. Nacida en la Colonia, 8 Una lectura que ahonda en las contradicciones y ambigüedades presentes en el discurso de Parra, es la que hacen Richard Rosa y Doris Sommer (1995). 9 Acerca de la construcción de discursos utópicos retrospectivos en las narraciones de Parra, cfr. Salomone, Alicia, “Paraísos perdidos y horizontes utópicos en la escritura de Teresa de la Parra” (en prensa).

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cargada con la maravilla de sus dones se fue silenciosamente a ofrecerlos a Dios en un convento.” (Parra, 1982:495). La creatividad que despliega Sor Juana tiene como condición, en el discurso de Parra, la experiencia del claustro, espacio que la modernidad estigmatiza como retrógrado e infértil. Reinterpretado como un lugar productivo donde las mujeres podían encontrarse consigo mismas y con otras, viviendo entre libros y rodeadas de criadas que las liberaban del trabajo material, el convento remite en el texto a un espacio otro, necesariamente utópico, que señala dinámicas sociales liberadoras: “Además de la cultura en los conventos coloniales bien aireados y bien llenos de sol había mucha alegría. (...) Junto con el humor creció también la libertad.” (Parra, 1982:497). Ante estas proyecciones, el contraste con el contexto moderno no podría ser más agudo. Lejos de constituir un escenario emancipador, la modernidad latinoamericana, erigida desde la negación absoluta del oscuro pasado colonial, instituye para las mujeres discursos y prácticas disciplinarias y homogeneizadoras, sin dejar resquicios como el que había ofrecido el convento. Así, los prejuicios que acabaron con la vida de Sor Juana parecen renacer en un momento inesperado, actuando sobre las intelectuales contemporáneas. Según Parra, junto con ser concebidas como “bichos raros” por discordar con el estereotipo femenino, deben enfrentar la presión que busca acallar su discurso o encaminarlo hacia la única vía socialmente admisible para ellas, la temática del amor heterosexual: “En aquellos tiempos [coloniales] y en nuestros medios, la mujer que se entregaba al estudio era una especie de fenómeno que se quedaba al margen de la vida. Este prejuicio estuvo tan arraigado en el alma de los hombres que existe muy vivo todavía. Para hacerse perdonar el andar entre libros hay que halagarlos escribiendo sobre temas de amor. ‘Mujer que sabe latín tiene mal fin’ se decía antes y se piensa ahora. Del desdén por la bachillera se pasaba bruscamente, una vez consagrada su fama a una excesiva admiración que encerraba más curiosidad que aproximación de cariño. Ambas cosas: la incomprensión y el endiosamiento eran molestas para un alma delicada. En el convento en cambio, se podía vivir impunemente entre el silencio y los libros.” (Parra, 1982:495). LAS REALIZADORAS DE LA MODERNIDAD Si la colonia se simboliza en el ensayo mediante las imágenes de la celosía y el claustro, el período independentista es significado por los espacios abiertos, el movimiento y los cambios constantes en la representación de las identidades. En

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este sentido, destaca en el texto el ideologema del viaje, tópico de construcción de subjetividades modernas que buscan transformar el contexto y que son alteradas en el mismo acto de intervención sobre el entorno. Lo particular del discurso de Parra, sin embargo, es que nuevamente centra en sujetos femeninos esa dinámica transformadora que conlleva la época independentista. Este proceso se grafica en un grupo de mujeres realizadoras, que se hacen claves dentro del movimiento revolucionario; serán ellas quienes, en definitiva, decidirán el curso de la historia americana, en la medida que sus deseos encarnan en libertadores como Simón Bolívar. “Prescindiendo de los demás próceres de la Independencia, a lo largo de la vida de Bolívar que es el más significativo, desde su infancia hasta su muerte, podemos apreciar muy fácilmente la parte importantísima que toman las mujeres en su vocación de libertador y en la consolidación definitiva de su genio. (...) Bolívar no puede moverse en la vida sin la imagen de una mujer que lo anime, lo consuele en sus grandes accesos de melancolía, y le preste sus ojos para mirar con ellos dentro de su propio genio.” (Parra, 1982:514). En primer lugar, tenemos a su nodriza, la Negra Matea, quien anuda los lazos del libertador con la tierra y las tradiciones populares, mediante las narraciones que le refiere en la infancia. Luego aparece María Teresa del Toro, la esposa, cuya muerte temprana genera la fractura interna que posibilita la emergencia del sujeto revolucionario. Otro personaje es Fanny de Vilars, la prima de Bolívar: destacada salonière del mundo francés ilustrado, que lo introduce en la sociabilidad revolucionaria y le imprime una sensibilidad romántica, eje productor del libertador americano. Finalmente, encontramos a Manuela Sáenz, llamada “la Libertadora” por las voces populares. Esta figura, en quien nos centraremos, destaca por salvar dos veces la vida de Bolívar y por representar el baluarte simbólico de la revolución en momentos difíciles para la causa independentista. Dentro de este cúmulo de mujeres decisivas, adquiere relevancia en el texto un personaje masculino: es la figura de Simón Rodríguez, maestro de juventud de Bolívar, a quien Parra define como un hombre que se topa con el genio, un idealista extravagante y un alocado con la sal de la vida. Imbuido del espíritu vertiginoso de su época, recorre los continentes, cambia infinitas veces de profesión e incluso de nombre. Este personaje, que identificándose con Robinson Crusoe decide llamarse Samuel Robinson, es la representación del hombre de ciencia que hace de la sabiduría ilustrada un juego placentero, evitando su transformación en una lógica instrumental: busca el saber por el saber mismo, más allá de cualquier utilidad práctica o material. De este modo, si bien Simón Rodríguez es varón, implícitamente, queda codificado dentro del campo semántico de lo femenino:

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“La amistad de Rodríguez o el amor de una mujer (...) fueron las fuentes donde encontró siempre Bolívar el descanso o el estímulo que necesitaban sus descomunales empresas. El retrato de Rodríguez se impone siempre que se quiere evocar el grupo de mujeres inspiradoras. El debe presidirlas.” (Parra, 1982:515). Cabe preguntarse, no obstante, cómo se explica en el texto esa transformación en la subjetividad femenina que arroja al remolino de la revolución a unas mujeres que tanto parecían gustar de la casa y el convento. El motivo al que se alude es un hecho externo, político, que conmueve la estructura de la sociedad y violenta el mundo cerrado de las mujeres: la expulsión de los jesuitas, ordenada por la corona a finales del siglo XVIII. Las criollas, tristes con la partida de hermanos e hijos pero libres de la tutela de sus antiguos directores espirituales, deben reconfigurar su cosmovisión y situarse en el nuevo contexto. La expulsión también las ha dejado a ellas fuera del claustro, lo que fuerza su ruptura con el imaginario colonial y permite su inmersión en la ola revolucionaria, en cuyo marco se ven obligadas a asumir responsabilidades históricas: “Durante más de tres siglos [las mujeres anónimas] habían trabajado en la sombra y como las abejas, sin dejar nombre, nos dejaron su obra de cera y de miel. (...) Cuando llega la Independencia una ráfaga de heroísmo colectivo las despierta. Movidas por él pasan en la historia como el caudal de un río. Es una masa de ondas anónimas que camina. Uno de estos momentos históricos el más simbólico y quizás también el más sublime es aquel que se llamó en Venezuela La Emigración. (...) Por no caer bajo el antiguo régimen, la población entera de Caracas resolvió marcharse a pie detrás de Bolívar. Eran cuarenta mil personas, casi todas niños y mujeres, porque los hombres estaban en la guerra. (...) Muertos de hambre, de cansancio y de sed, los emigrantes atravesaron a pleno sol del trópico por llanuras desoladas casi toda Venezuela.” (Parra, 1982:513-514). Es interesante observar, sin embargo, cómo el texto también advierte la clausura de esta experiencia, una vez terminada la guerra e iniciada la construcción del estado bajo la hegemonía del ideario republicano liberal. El discurso de Parra da cuenta de ello no a través de la argumentación sino del silencio, eludiendo tratar el período donde se configura un nuevo encierro para las mujeres, a partir del discurso de la domesticidad y la maternidad republicana. En este sentido, es sintomático cómo Teresa de la Parra, pasando por alto el período republicano, tiende un puente entre la etapa de la independencia y su propia época, en la cual ve reiniciarse la dinámica transformadora que había caracterizado a la época de la emancipación. Tampoco parece casual que el personaje con quien la emisora del ensayo se alía de manera más sólida sea precisamente Manuela Sáenz, una figura luchadora y viril que ninguna semejanza guarda con las abnegadas mujeres coloniales:

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“¡Qué lejos por el tiempo y el carácter queda esta extraordinaria doña Manuelita de aquella apagada Teresa del Toro tipo de la clásica criolla romántica que pasa en la vida sin dejar más huella que el dolor producido por su muerte.!” (Parra, 1982:524). Manuela Sáenz es la imagen que mejor representa en el texto la posibilidad de apropiación por parte de las mujeres de la autonomía del sujeto que el discurso moderno asigna sólo al polo masculino. Ella muestra, de manera paradigmática, el caso de la mujer que toma control de la propia vida y asume plenamente las consecuencias de sus actos, sin detenerse ante los conflictos que podría acarrear su pública transgresión. De este modo, se constituye en un claro referente dentro del discurso de Parra: “Un día vio desde un balcón a Bolívar que entraba victorioso en Quito, se enamoró de él y sin más ni más decidió ante sí misma divorciarse de su inglés y casarse con Bolívar. Entonces no existía el divorcio. No hubo por lo tanto ni abogados, ni proceso, ni ceremonia matrimonial, pero tampoco hubo engaño ni escondite. Doña Manuelita participó su resolución a todo el mundo, al inglés primero. El inglés aceptó la decisión con tristeza resignada. Como era de esperar el resto de la gente se escandalizó. Casi todas las contemporáneas de doña Manuelita la rechazaron indignadas. Lo hacían por natural espíritu de conservación social y dentro de su criterio tenían razón. Pero doña Manuelita no se amedrentó por eso.” (Parra, 1982:524). Esa búsqueda de nuevas identidades, que Manuela Sáenz inicia cuando parte a luchar junto a Bolívar (literalmente a protegerlo, en la visión de Parra), se manifiesta en una serie de representaciones textuales que, a diferencia de lo que sucedía con Simón Rodríguez, no se expresan al nivel de la palabra (logos/ nombre) sino que tienen lugar en el locus cultural del cuerpo10 . Así, el relato de la emisora pone en escena la redefinición de identidades que experimenta Manuela mediante una serie de actos que involucran activamente lo corporal en una suerte de juegos travestis: “Dicen algunos que doña Manuelita actuó así porque era atea o librepensadora. Yo creo al contrario que cuando a caballo, vestida de hombre, escoltada por negras valientes y ecuestres que también le servían de edecanes, cuando escoltada así por sus dos negras se lanzaba a la pelea, allá en el fondo de su conciencia recordando al inglés, al mismo tiempo que desafiaba la muerte desafiaba el infierno lo cual es el colmo del heroísmo.” (Parra, 1982:525). 10 Judith Butler (1990) sostiene que al ser entendidas históricamente como cuerpos, las mujeres articulan en ese locus cultural los significados del género-sexual, percibiéndolos y resignificándolos.

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“Muy valerosa sabía manejar la espada y la pistola, montaba a caballo, vestida de hombre con pantalón rojo, ruana negra de terciopelo y sueltos los rizos que se desataban a su espalda debajo de un sombrerillo con plumas que realzaba su figura encantadora. (...) Sea como fuere es lo cierto que con su uniforme, su lanza, su caballo y sus negras ecuestres (...) dio mucho que hacer a los gobiernos del Perú y de Colombia cuando éstos se declararon hostiles a Bolívar.” (Parra, 1982:525). Queremos concluir este recorrido histórico justamente donde Parra inicia su ensayo, a comienzos de la década de 1920, momento en el cual las mujeres estaban siendo objeto y sujeto11 de grandes transformaciones. Así como otras escritoras de su época, ella percibe el conflicto que esos procesos modernizadores suponen para las mujeres; pues, si por una parte, el contexto las estimula al cambio, también actúan mecanismos de control que restringen su libertad y sus opciones. La crisis del papel femenino tradicional se hace evidente pero el futuro no resulta demasiado promisorio, lo que lleva a la emisora a sugerir una serie de interrogantes: ¿podrán escapar las mujeres al mandato que las encadena al destino de madresposas? ¿dónde ubicarse cuando se ha optado por una identidad que transgrede los límites aceptables para el propio género? “La crisis por la que atraviesan hoy las mujeres no se cura predicando la sumisión, la sumisión y la sumisión (...). La vida actual, la del automóvil conducido por su dueña, la del micrófono junto a la cama, la de la prensa y la de los viajes, no respeta puertas cerradas. (...) Para que la mujer sea fuerte, sana y verdaderamente limpia de hipocresía, no se la debe sojuzgar frente a la nueva vida, al contrario, debe ser libre ante sí misma, consciente de los peligros y de las responsabilidades, útil a la sociedad, aunque no sea madre de familia (...).” (Parra, 1982: 473-474). Para los sectores conservadores y nacionalistas de los veintes, temerosos de los efectos democratizadores de los cambios, se impone un reforzamiento de los dispositivos disciplinarios que restaure el orden perdido. Para Parra, en cambio, la democratización no sólo parece inevitable sino que, en el caso de las mujeres, debería promoverse mediante la independencia económica y el desarrollo intelectual. De allí que los énfasis de su discurso en relación con su presente, estarán puestos en la dignificación del trabajo de las mujeres asalariadas, y en la apertura de horizontes alternativos al matrimonio y la maternidad para las mujeres de clases superiores. Esta transformación, que no es visualizada por la autora desde una perspectiva confrontacional ni militante, es asumida desde una óptica evolutiva y en vínculo no 11 Marshall Berman, refiriéndose a los procesos de modernización/modernidad, explica que ellos “provocan una variedad sorprendente de visiones e ideas que tienen como finalidad hacer del hombre y la mujer tanto sujetos como objetos de la modernización, darles el poder para cambiar el mundo que los está cambiando a ellos, permitirles entrar al remolino y que lo hagan suyo.” (Berman, 1993:68).

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Identidades femeninas y rescrituras de la historia en los ensayos de Teresa de la Parra

rupturista con el pasado; espacio en el cual ella ha podido encontrarse con las precursoras de su “moderno ideal feminista” (Parra, 1982:493). CONCLUSIONES Configurar los límites de la nación es un proceso que implicó no sólo moldear fronteras externas que la separan y diferencian de otras construcciones nacionales. También supuso instalar fronteras simbólicas internas que debían delimitar ciertos sujetos, identidades, modelos lingüísticos e, incluso, espacios donde podía ejercerse la praxis política. En este marco, el texto de Teresa de la Parra lleva a cabo una tarea deconstructiva, abriendo la galería de héroes y eventos tradicionales a individuos y sucesos no considerados en la retórica nacional, explorando precisamente en esas zonas que el relato patrio ha erigido como pilares fundamentales: la lengua, el binomio público/privado y la identidad. Desde la Malinche, la autora venezolana configura un uso de la lengua que dista del modo expresivo homogéneo y excluyente que impone la lengua nacional. La Malinche, eterna traductora, constituirá un espacio poroso a culturas diversas: la originaria, la azteca, la española; que es, al mismo tiempo, un lugar de resistencia desde el cual podrá intervenir políticamente en su contexto. Por otro lado, mediante la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, Parra se permite resemantizar lo doméstico, representado en la vida del claustro, como un hábitat productivo en lo simbólico y económico, evidenciando con ello el carácter ideológico de los binarismos público/ privado y producción/reproducción. Finalmente, a través de imágenes como la de Manuela Sáenz, la autora parece proponernos una posibilidad: la de asumir la modernidad, aún con sus dificultades y contradicciones, como una época propicia para involucrarse de forma activa en las transformaciones del entorno, en cuyo marco las definiciones identitarias pueden ser reconfiguradas por los sujetos desde opciones nuevas. BIBLIOGRAFÍA Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, FCE, México, 1993. Butler, Judith “Variaciones sobre sexo y género. Beauvoir, Wittig y Foucault”, en Seyla Benhabib y Drucilla Cornella, Teoría feminista y teoría crítica, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1990. Berman, Marshall, «Brindis por la modernidad», en Nicolás Casullo (compilación y prólogo), El debate modernidad-postmodernidad, El Cielo por Asalto - Imago Mundi; 4ª edición, Buenos Aires, 1993.

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Alicia N. Salomone, Natalia Cisternas

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