INCORPORACIÓN DE LA ÉTICA EN LA FORMACION DE LOS ADMINISTRADORES

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INCORPORACIÓN DE LA ÉTICA EN LA FORMACION DE LOS ADMINISTRADORES Juan José Gilli (Universidad de Buenos Aires)

Introduccion El Comunicado de la Conferencia Mundial de Educación Superior 2009, celebrada en París del 5 al 8 de julio, destaca en su artículo 4 que “La educación superior no sólo debe proveer de competencias sólidas al mundo presente y futuro, sino contribuir a la educación de ciudadanos éticos, comprometidos con la construcción de la paz, la defensa de los derechos humanos y los valores de la democracia”. Si bien el tema de la ética y la responsabilidad social se han instalado en la agenda de la discusión universitaria y se ha ampliado la tendencia a enseñar ética y responsabilidad social, la realidad manifiesta que estos intentos han sido insuficientes. La ineficacia se ve reflejada en la actual crisis financiera mundial que resulta como corolario de una secuencia de malas conductas éticas en grandes empresas y de graves fallas en las políticas de regulación y control. Frente a la complejidad de los desafíos presentes y futuros, la educación superior tiene la responsabilidad – a través de sus funciones de docencia, investigación y extensión – de contribuir al desarrollo del pensamiento crítico sobre las cuestiones éticas de las distintas disciplinas. La tarea plantea cuestiones que trataremos de abordar en este trabajo: ¿Cuáles son las cuestiones claves del contexto social y cultural en el cual se da la enseñanza?, ¿Qué dificultades supone la enseñanza y cuáles son las estrategias para abordarlas?

Las condiciones del contexto La empresa como organización paradigmática Adela Cortina(1996:13) con referencia a la realidad social dice: De suerte que algunos llegan a afirmar que si la salvación del hombre ya no puede esperarse de la sociedad, como quería la tradición rousseauniana, ni tampoco del estado, como pretendía el socialismo real de los países del Este, ni por último, de la tradición kantiana, es una transformación de las organizaciones la que puede salvarnos, siendo entre ella la empresa la ejemplar. El espíritu de empresa, hasta ayer despreciado e incluso combatido en el terreno ideológico de la lucha de clases hoy, tanto en la esfera de lo económico como de lo social, genera consenso principalmente por su eficacia. Esta revalorización es lógica si se confía en que la empresa contribuye al desarrollo de la economía, a la generación de empleos y al mejoramiento del nivel de vida. Pero no se debe olvidar que la empresa no es un fin en sí mismo sino un medio para que los accionistas, directivos y empleados realicen sus propios objetivos. Pero la discusión no debe limitarse a la racionalidad de los fines por aquello de que el fin justifica los medios, sino debe incluir también la discusión acerca de los medios: el criterio de eficiencia no habla de valores y, en consecuencia, éstos quedan al margen de la discusión. Al tornarse “legitima” la empresa abandona el estrecho ámbito de la reflexión económica y social para entrar en un campo mucho más vasto, el del derecho y la equidad, pues tal es el sentido de la palabra “legítimo”: fundado en el derecho, en la equidad. Se hace entonces pertinente interrogarse por la empresa y por la administración desde el punto de vista de la filosofía del derecho y de la moral. Más aún cuando el mundo gerencial intenta ya apropiarse de este terreno a través de lo que hoy se ha convenido en llamar “ética de los negocios”. Le Moüel (1992:76) La falta de una conducta ética en la empresa no sólo afecta sus negocios y los intereses de los accionistas, tiene también efectos sobre la sociedad en su conjunto. La corrupción como uno de los extremos de dicha conducta, afecta las posibilidades de desarrollo económico y provoca inequidades distributivas. Es una de las principales causas de la pobreza y, a su vez, el principal obstáculo para combatirla.

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Así como, los directivos se han constituido en un ejemplo de las cualidades a poseer en materia de efectividad en el logro de resultados. ¿Estarán preparados para atender este desafío y para asumir la responsabilidad que conlleva? Muchas veces se piensa que la ética es una cuestión personal y por lo tanto cualquier error o mala práctica nada tiene que ver con el management; es un incidente que concierne al directivo fraudulento no a la corporación. Pero frecuentemente, dichas acciones evidencian los valores, creencias y prácticas que definen la cultura de la organización y, en consecuencia, se trata tanto de una cuestión personal como organizacional. La percepción de la sociedad respecto de las decisiones de negocios tanto en el ámbito público como en el privado implica que los directivos a cargo de esas decisiones no están a la altura de la conducta ética esperada. Considerando que la formación para las funciones directivas se centra en las enseñanzas de la Administración, cabe asumir que la formación ética no ha estado a la altura de la formación técnica que se imparte tanto en los niveles de grado como de posgrado. La neutralidad de la técnica La técnica es una puesta en práctica de un cierto saber y en tal sentido, desde la aparición de la administración científica en los comienzos del siglo XX, la disciplina se ha orientado racionalizar y sistematizar los procesos operativos y administrativos de las empresas y la eficacia representa la medida de su éxito. Es eficaz aquello que produce el efecto que se espera de él y es una noción firmemente asociada con el concepto de tecnología. Para Aristóteles la techné y la ética son dominios distintos: la aplicación de los medios debe ser juzgada por su ajuste eficaz al fin que se persigue. En esta concepción la técnica es un instrumento neutro y el técnico no debe preocuparse de lo que produce y ni de porque lo produce. Marx nunca cuestionó la técnica como tal: hasta consideraba a las fuerzas productivas – en especial las ciencias y la técnica – como ideológicamente neutras y su desarrollo como intrínsecamente positivo. La tecnología capitalista se le aparece como la racionalidad encarnada: es verdad que enumera y denuncia sus consecuencias inhumanas, pero estas derivan en lo fundamental de la utilización capitalista de una tecnología positivamente valorizada en sí misma. Le Moüel (1992: 77) La revolución científica y tecnológica aporta un cuerpo de conocimientos dinámicos y en constante expansión. Los adelantos tecnológicos se extienden por el mundo impulsados por el pragmatismo económico pero la reflexión acerca de las cuestiones éticas que genera, avanza con lentitud: cuando se logra articularlas o legislarlas ya surgen nuevas cuestiones. Más allá de los cuestionamientos a la tecnología como instrumento de poder y dominación, los avances de la investigación científica generan múltiples situaciones de reflexión; por ejemplo los avances en materia genética y su uso diagnóstico para evaluar el otorgamiento de un seguro de salud o de un puesto de trabajo a personas predispuestas genéticamente a contraer ciertas enfermedades. Muchas veces sorprendentes resultados en el corto plazo son puestos en duda en el largo plazo. La agroindustria, en gran escala impulsada por la tecnología, amenaza la supervivencia de extensas comunidades de pequeños productores y trabajadores rurales que desplazados pasan a formar parte precarios asentamientos en torno a las grandes ciudades y, despojados de contención social y cultural, se constituyen en marginales. En el otro extremo están aquellos problemas éticos resultado de la suma de comportamientos individuales impulsados por el consumismo. Hasta los ciudadanos informados y respetuosos de la ley, se creen con el derecho de utilizar los recursos naturales no renovables sin reparar en los daños que ocasionan sobre el medio ambiente y las consecuencias para el resto de los habitantes del planeta. La ética como moda López Gil y Delgado (1996:26) al referirse a las nuevas patologías sociales, señalan: Una razón concebida como “instrumental”, como un instrumento al servicio de la productividad tecnocientífica y de la economía , es la que “modela” el mundo o impone una realidad sin consistencia

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ni sentidos propios. Dicha razón instrumental apunta a medios claros pero descuida el tratamiento crítico de los fines a que la eficiencia puede conducir y al tipo de vida a que puede contribuir. Si consideramos el mundo de los negocios surge una pregunta ¿cuándo el directivo de una empresa proclama su interés por un comportamiento ético y responsable socialmente esta aludiendo a una necesidad sentida o está dando una apariencia ética desde el punto de vista de la comunicación y el marketing? Plantear este interrogante no es una cuestión de mala fe sino una desconfianza justificada en múltiples ejemplos de la realidad. La actual crisis financieras es la culminación de un cúmulo de malas prácticas y corrupción en los negocios repetidas durante las últimas dos décadas. La falta de transparencia pone en duda las virtudes del mercado y las normas de gobierno corporativo surgen con la intensión de “moralizar” la actividad financiera. También, los cursos de ética y responsabilidad social se difunden en las cátedras y en las consultoras y las empresas se aprestan a explicitar valores y a redactar sus propios códigos. Las publicaciones sobre ética en los negocios, como gran parte de la literatura sobre management, se originan en los Estados Unidos pero rápidamente surgen autores en distintas latitudes; lamentablemente, tras la aparente intensión reflexiva, muchas de las publicaciones se perfilan como una serie de recetas rápidas, preceptos y sentencias listas para ser adoptadas sin una actitud crítica. Dice Cortina (1996:77) que las sospechas son inevitables respecto de una actitud manipuladora, no sólo en la empresa, sino en el conjunto de las relaciones humanas: -

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¡Qué credibilidad puede darse a una presunta visión común, recogida en un código de conducta […] cuando ésta no evita las prácticas de fusión y adquisición salvaje de empresas, de reestructuración y despidos más o menos brutales, más o menos masivos? ¿En qué se diferencia el proyecto de la empresa de un efecto cosmético, cuando lo impone el equipo directivo sin debate colectivo, y no le acompañan cambios adecuados en las prácticas cotidianas de la empresa? Sin transformaciones coherentes en la organización, ¿no se vuelve la gestión participativa contra ella misma, exacerbando las sospechas y la desmotivación de los trabajadores? ¿No parece que en la realidad no importa el contenido del proyecto, sino crear la sensación de que hay algo compartido, que existe una comunicación? ¿No hay, pues, una manipulación a cuento de los valores?

Más allá de lo justificado de los interrogantes que plantea la actual preocupación por la ética en los negocios, la aparición de tales conceptos en los medios de información, en coloquios y en la literatura gerencial tiene el mérito de instalar el tema de los límites de la eficacia y llama a tomar conciencia de que lograr el fin no justifica los medios.

La enseñanza de la ética La factibilidad El contexto descrito pone en evidencia los obstáculos con que se enfrenta la enseñanza de la ética tanto en el grado como en los posgrados de Administración. Para muestra, un botón: hace unos años, más de 100 aspirantes a la Escuela de Negocios de Harvard accedieron a un sitio con información confidencial sobre su ingreso; ésta conducta significó su rechazo como candidatos y desató el debate sobre la ética de los futuros administradores. La empresa, más allá de su personalidad legal, es incapaz de tomar decisiones pero, los hombres que las conducen además de observar la ley deben esforzarse por tener un comportamiento ético. Hay consenso en que la educación gerencial debe reforzar los aspectos éticos de la formación. Con referencia a las características comúnmente apreciadas en los ejecutivos, Cortina (1996: 105) dice: la agresividad, la competitividad, la dureza y la impiedad, no son éstos los rasgos nucleares de una ética [...] en una sociedad abierta y compleja. Entonces, la clave reside en cómo se logra ese comportamiento: la ética es algo que se aprende; la familia y la escuela son las primeras instancias en enseñar valores, pero para ello es necesario revalorizar el rol formativo de la familia y recuperar la dimensión humanística de la escuela y darle un

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lugar en el aula a la transmisión de los valores. Pero no sólo los grandes valores como democracia, paz o justicia, para González Lucini (2003) se han olvidado los pequeños: esfuerzo, sacrificio, la ternura, la esperanza o la honradez. Es indudable el valor del substrato ético de la educación en la familia y en la escuela, pero la formación debe continuar en la universidad – en el caso particular de este análisis, en la formación de los administradores –. Gran parte de la enseñanza en materia de toma de decisiones y, en particular, las comerciales y financieras, está apoyada en el supuesto de que el hombre sólo busca la maximización de sus utilidades y esa racionalidad será la que se aplicará en el trabajo profesional. En consecuencia, es el momento para dar énfasis en los currículos al conocimiento de la ley y su correcta aplicación para asegurar la legalidad de las decisiones empresarias y a los valores como condición que les otorgue legitimidad. Las demandas sociales, cada vez más activas, exigen que las empresas, además de la observancia de la ley, tengan en cuenta cuestiones como precios justos, publicidad no engañosa, erradicación de la discriminación, eliminación del trabajo infantil o cuidado del medio ambiente. Las estrategias de enseñanza Hay quienes opinan que es muy difícil enseñar ética a los estudiantes de grado y más aún a los de posgrado, en particularmente en los programas MBA. Se fundamentan en que si los alumnos no captaron el sentido de lo correcto e incorrecto en sus familias, en el ámbito de sus religiones o en la primera enseñanza, es improbable que un profesor pueda inculcarles dichos preceptos; estiman que los curso de ética pueden ayudar pero, en general, la preparación para el trabajo en las organizaciones prioriza los resultados por sobre los valores. Pero, a pesar de que el escepticismo pueda parecer justificado o justamente por ello, debe realizarse el esfuerzo para incorporar a la formación de los administradores la reflexión acerca de los valores involucrados en todo proceso de toma de decisiones. Así como quienes deciden en diferentes niveles de la organización consideran las dimensiones estratégicas, comerciales, económicas y financieras de sus decisiones, también aprender a considerar la dimensión ética. La enseñanza debe asegurar que quienes toman decisiones tengan la aptitud y las herramientas conceptuales que les permitan reconocer los valores involucrados en dicho proceso. Pero más allá de los contenidos a impartir – ética aplicada, gobierno corporativo o responsabilidad social –, la cuestión que surge es de qué manera se imparte su enseñanza; en este punto se presentan dos alternativas posibles: la creación de una materia específica o un eje transversal que atraviese la totalidad de las asignaturas. La estrategia de una asignatura específica se fundamenta en la necesidad de una formación para transmitir en clase algo tan complejo como los valores; de no haber un especialista en ética, se deja librada la enseñanza a docentes de distintas disciplinas y, en consecuencia, cada uno transmitirá su propia apreciación sobre el tema. Adela Cortina (2006) también reivindica el espacio de una asignatura específica diciendo: lo que es de todos no es de nadie y propone orientar los valores que queremos transmitir en función de la sociedad que deseamos ser. La enseñanza a través de distintas asignaturas – lo que se conoce como contenidos transversales – supone que, en cada área temática, deben presentarse problemas, cuestiones o interrogantes y reflexionar sobre sus implicancias éticas: los criterios técnicos deben legitimarse éticamente. Esta fue la estrategia elegida en la reforma curricular realizada en 1997 en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Dicha reforma propuso un eje transversal de ética y derechos humanos en relación directa con las demandas provenientes del contexto acerca de la formación profesional e integral de los egresados [...] y que requieren para su desarrollo el aporte de las distintas asignaturas [...] Su desarrollo supone la apertura a nuevas formas de pensamiento articuladas con la perspectiva disciplinar y la integración de saberes, procedimientos y actitudes propios de las diferentes asignaturas. Más allá de argumentar acerca de las virtudes y limitaciones de cada estrategia y tomando en cuenta la complejidad de la introducción de los valores, tal vez deba pensarse en la aplicación simultánea de ambas: una asignatura específica y un eje transversal que se involucre a las distintas áreas técnicas de la formación. Claro que en este último caso, debería contemplarse también la capacitación de los

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docentes para lograr acuerdos acerca de los valores que se quieren transmitir y de la forma de hacerlo. El desafío de la reflexión Educar supone que se persigue un objetivo concreto, cognoscible y comunicable; y ese objetivo, en el caso de la ética, presupone que el desarrollo personal se logra a partir de un proceso de formación y que el hombre no se realiza sino en sociedad. Hablar de educar nos remite al concepto aristotélico de lograr una vida plena; pero la propia realización tiene sentido en el ámbito de la polis. Etimológicamente hablando, ética viene del griego êthos (que significa en sentido propio “lo que es propio de sí”) y remite a las maneras de comportarse, juzgadas convenientes en situaciones dadas [...] La ética es un concepto filosófico que nace verdaderamente con la célebre Ética a Nicómaco de Aristóteles. Esta es la primera obra que plantea con claridad el problema de cuál podría ser el fin último del hombre, es decir, aquel con relación al cual los otros fines serían tan sólo medios y que a su vez no sería medio para otro fin. Lemoüel (1992: 85) ¿Por qué entra en escena la filosofía y transpone la puerta de las empresas, cuando muchos de sus conceptos entran en conflicto con la mentalidad empresaria y con algunos de los supuestos de la teoría administrativa? Existen múltiples razones pero la central es que los interrogantes filosóficos son los interrogantes universales: la filosofía nos obliga a plantearnos preguntas y esa interrogación hace avanzar el pensamiento; no silencia las dificultades, las hace emerger. Enseñar a pensar, como parte del proceso formativo, nos lleva a reflexionar – a plantearnos preguntas – sobre los sistemas y modelos que propone la teoría y la práctica de la Administración pero, no significa pensar por pura especulación, sino para hacer frente a problemas y situaciones concretas que requieren solución aquí y ahora. La reflexión evita la tentación de dejarse llevar por urgencias o impulsos y, de esa forma, armonizar el êthos personal con el ejercicio profesional. El desafío consiste en, por una parte, desarrollar la capacidad de búsqueda y cuestionamiento que nos propone la filosofía y, por la otra, aplicar dicha capacidad para analizar cuestiones relacionadas con los temas técnicos específicos: estrategia, recursos humanos, comercialización, finanzas o producción. Aquí cobra sentido la existencia de una materia específica para la formación ética y de un eje transversal que promueva la reflexión sobre los temas específicos de la formación profesional. Para concluir, es importante adquirir información técnica, pero cultivar la reflexión es el modo de lograr un ser humano maduro. En última instancia, la educación debería ayudar a tomar conciencia acerca de los valores fundamentales que se ponen en juego en cada decisión. Además, a medida que la persona se desarrolla, se acerca más a lo que puede llegar a ser. Este es el verdadero sentido de la educación. En época imprecisa, que los historiadores sitúan alrededor de los siglos VIII o VII a.C, el poeta griego Hesíodo, quién suele ser considerado contemporáneo de Homero, afirmó: “La educación ayuda a la persona a aprender a ser lo que es capaz de ser”. Jaim Etcheverry (2009: 114).

Conclusión -

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La percepción de la sociedad respecto de respecto de las decisiones empresarias tanto en el ámbito público como privado implica que los directivos a cargo de esas decisiones no están a la altura de una conducta ética esperada. Los adelantos tecnológicos se extienden por el mundo impulsados por el pragmatismo económico, pero esa búsqueda de efectividad y de resultados a corto plazo requiere reflexión acerca de los efectos no deseados de la técnica. La proliferación de cursos y publicaciones sobre temas de ética empresarial y el desarrollo de códigos e indicadores empresariales plantean la duda si se trata de una necesidad sentida o una moda impulsada desde la perspectiva de la comunicación y del marketing. Frente al contexto de las decisiones empresarias, quienes las conducen deben preocuparse tanto de asegurar los resultados económicos como tener un comportamiento ético. Para, ello la formación de administradores debe incorpora la reflexión acerca de los valores presentes en todas las decisiones.

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Las estrategias para incorporar la ética en la formación profesional de grado y posgrado puede centrarse en una materia específica o en un eje transversal que atraviese los distintos contenidos curriculares. O, mejor aún, resultar de una combinación de ambas. La incorporación de la reflexión ética en la formación profesional representa en definitiva el fin último de la educación: ayudar a la persona aprender a ser lo que es capaz de ser.

Bibliografía

Aristóteles (2004) Ética para Nicómaco. Alianza Editores. Madrid. Cortina, A. Ética de la empresa. Claves para una nueva cultura empresarial. Ed. Trota. Madrid. González Lucini (2003) en “Aconsejan que virtudes como el esfuerzo y el sacrificio tengan lugar en las aulas.” reportaje de Mariano de Vedia publicado en el diario La Nación del 23/7/03. Jaim Etcheverry, G. (2009) “La capacidad de ser” artículo publicado en la Revista de La Nación del 28 de junio. Le Moüel, Jacques (1992) Crítica de la eficacia. Piados. Buenos Aires. P. R. (2007). Comportamiento Organizacional. Pearson Paladino, M. et al (2007) Integridad. Un liderazgo diferente. Emecé. Buenos Aires.

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