Índice. Staff Sinopsis Prólogo The dancer and the dom Sobre la autora

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Índice Staff Sinopsis Prólogo The dancer and the dom Sobre la autora

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Staff Traductora: Marijf22

Correctoras: Gaz Andrea95 Amalfii Pily

Revisión: Pily

Diseño: Gypsypochi

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Sinopsis L

a vida de Emmeline se está cayendo a pedazos. Discusiones con su compañera de piso, sin poder avanzar en su carrera... lentamente, la bailarina está perdiendo interés en la danza.

Matthieu Bartoli, un prestigioso director de la compañía de ballet, nota la actitud indisciplinada de Emmeline y la selecciona para unas lecciones fuera de lo común. Indiscutiblemente atraída hacia él, le resulta difícil ignorar una oportunidad para consumar su potencial como bailarina... y ¿también cómo mujer? Pero, ¿accederá Emmeline a los métodos inusuales de Matthieu y podrá aguantar tal brutal disciplina?

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Prólogo Marguerite

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l Ballet Real de Escocia. Paquita. Los momentos finales. Paquita y Lucien se van a casar. Las arpas tintinean y esa es mi señal.

Mientras hago mi entrada a través del escenario, echo un vistazo al otro lado, a mi Amo, ubicado en las alas, y una tristeza que casi no puedo soportar atraviesa mi corazón, porque al final de esta actuación seré libre. Una bailarina desde que tenía seis años, una esclava desde que tenía veintinueve y una jubilada a los treinta y cuatro. Jubilada como bailarina y jubilada de Matthieu. No me atrevo a cambiar de expresión frente a la audiencia, pero él fija sus ojos muertos en los míos y un resplandor me llena. Puedo ver que está complacido, aunque rara vez sonríe, y su placer me llena de orgullo. El vibrador atado debajo de mi falda larga gitana estalla de pronto, llenándose de vida cuando comienzo con la parte más técnica de la danza y, solo por un instante, me siento abrumada por el miedo de tropezar o... quedar expuesta ante él y el público. De alguna manera me las arreglo para mantener la compostura, incluso aunque deseo corcovearme en su contra. El pulso entre mis muslos se hace más fuerte y mi sexo palpita, crispándose y llorando por la necesidad. No hay escape, no puedo huir de ahí, no puedo apresurar la danza. No hay algo que pueda hacer excepto completar la rutina. Estoy casi jadeando de deseo, alcanzando los jirones más lejanos de mi autocontrol cuando el vibrador se para en seco. La sensación de pérdida es increíble y me las arreglo, solo Dios sabe cómo, para mantener un sentido de la elegancia y limitar mi shock con los labios apretados y el ceño fruncido. De repente se enciende, con ganas de venganza. Giro a través de los pasos finales con un incendio en mi vagina y con un último jadeo, exploto. A través de un largo entrenamiento de control, me las arreglo para resistir la compulsión de apretar las manos, monto la tensión que se arremolina y la liberación en mi ingle, pero ¿mi aliento? No. Jadeo como un animal. O como una bailarina llegando al final de una rutina compleja. La danza está completa y me dirijo de cara a la

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audiencia con lágrimas de felicidad corriendo por mi muy maquillada cara. Oh, mi Amo... Realizo mis reverencias, sonrío ampliamente, balanceo una mano a la multitud que vitorea, recojo los ramilletes de los admiradores que están aquí por mí, por la coreografía final de la famosa primera bailarina, Marguerite Dusolier, y me deslizo fuera del escenario tan rápido y decentemente como puedo, hacia los brazos de mi Amo, hacia un fuerte abrazo. —Esto es todo, Marguerite. Eres libre. Levanto la vista hacia él y mis lágrimas comienzan a fluir, mi labio temblando. —¿No puedo quedarme? Todavía puedo ser tu esclava mientras enseño... Me hace callar y mete un mechón de pelo detrás de mi oreja, con sus dedos demorándose en mi cuello. —Has sido una buena chica. Me duele dejarte ir ahora. Pero no puedo ser el Amo que te mereces. No sin jubilarme yo mismo. Te mereces un Amo que pueda ser tan devoto contigo como tú fuiste conmigo. Sorbo y emito una risita triste. —De todos modos, no creo que vaya a volver a ser una niña buena. Sonríe con tristeza, con esos increíbles ojos color avellana mirando profundamente en los míos. —Eso no serviría. Los recuerdos me inundan de nuevo. Las palizas. Las ataduras. Compartiéndome con los patrocinadores ricos del ballet. La noche en que serví a cinco patrocinadores. Tres a la vez. El recuerdo hace que mi sexo palpite. Suspiro y hago una pausa. —¿No haría ninguna diferencia si yo suplicara? Su sonrisa se tambalea y niega. —No, Marguerite. Puede parecer cruel ahora, pero llegarás a comprenderlo. Suspiro. Ya entiendo. Asiento y él limpia las lágrimas de mis maquilladas mejillas antes de besarme la frente. —Adiós, pequeña esclava.

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The dancer and the dom

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mmeline tomó una respiración profunda y resistió el impulso de poner los ojos en blanco. No sabía lo que pasaba con ella hoy. Tal vez había sido la última discusión con su compañera de piso de esa mañana acerca de su negativa en cuanto a reponer la leche, a pesar de la estricta dieta libre de gluten y de lactosa de Emmeline. Tal vez se debía solo a que era un día muy caluroso y el estudio, al no tener ventanas, y estar rodeado de espejos y hacinado con cuarenta y tres otros bailarines sudorosos, era sofocante. Tal vez era el hecho de que este era el maldito ensayo número diecisiete para Giselle y había al menos otros veintidós delante. Tal vez fue incluso que el piano tintineante estaba suficientemente desafinado para irritar sus oídos. Por alguna razón, ese día no estaba sumergiéndose en el flujo de su danza. Madame Dusolier merodeaba por el balcón, mirando a los bailarines por encima de unas gafas de media luna y con los brazos cruzados. Sus instrucciones resonaban en toda la habitación, sus tonos estridentes en desacuerdo con el acompañamiento de piano de Giles. —¡Plie! ¡Sissonneferme1et plié! Un, deux, trois…2 En perfecta formación, cuarenta y cuatro piernas femeninas musculares perfectamente tensas apuntaron al techo en un penchee3. Un segundo más tarde la sala retumbó al unísono cuando cada bailarín rebotó desde el penchee a un plie, pasando a un pas-de-bourrée4.

1Paso

parte de la danza de ballet que se puede ejecutar en todas direcciones y sin cambio de pies en la quinta posición. Se prepara: quinta posición, el pie derecho al frente, los brazos en posición preparatoria 2Francés: ¡Flexión! ¡Sissoneferme y flexión! Uno, dos tres… 3Francés: ángulo inclinado. 4Paso parte de la danza de ballet que consiste en una serie de pequeños pasos parejos en pointe, moviéndose hacia la derecha.

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Emmeline respiró hondo y trabajó a través de los movimientos, pero sabía que no había nada de su atención habitual ni de sentimiento en sus pasos. Pensó en Madame Dusolier y las exigencias que asignaba a sus bailarines; pensó en las manchas de sudor en el suelo pulido que eran fácilmente visibles dentro de los primeros quince minutos de la práctica; pensó en el mosaico de marcas y manchas evaporadas que estarían dentro de una distancia capaz de tocarlas con las narices a medida que hacían los estiramientos en el suelo al final del ensayo. Tal vez sus padres tenían razón. Veintitrés años de edad y todavía no era bailarina principal en el Ballet Real de Escocia. Diablos, ni siquiera se encontraba en el cuerpo principal del Ballet sino en el grupo de retenes. La sugerencia "útil" de su padre de que tal vez debiera considerar retomar las clases nocturnas "como un plan de respaldo, tal vez para Contable"; le había dolido. Tal vez ella no era lo suficientemente buena. —¡Bailarina treinta y tres! ¿Qué estás haciendo sacudiéndote así? Mierda. Miró a los ojos indignados de Madame Dusolier y asintió. Hizo una mueca por dentro, obligándose a conseguir algo de control. Recupérate chica, necesitas mantenerte en esta producción. Fue entonces cuando lo vio. Matthieu Bartoli. El más prestigioso director que alguna vez hubiera honrado a la compañía. Se situaba de pie a la izquierda de Madame Dusolier y miraba a Emmeline directamente justo cuando su vergüenza estaba en su apogeo. Sintió su estómago dar un vuelco varias veces antes de hundirse hasta las rodillas como un desinflado globo de la historieta. ¡Vamos chica! Se levantó y se lanzó de nuevo en el baile. Saltó más alto, sacudió los dedos de los pies con más énfasis; y sin embargo, solo se sentía cada vez con más dudas sobre sí misma. ¿Estaba en un exceso de compensación ahora? —Droit et sissonne et5... ¿Seguía observándola? Miró al otro lado lo más discretamente que pudo y tragó saliva cuando lo divisó. Evidentemente estaba absorto con algo en su teléfono ahora pero bondad, era un diablo guapo. Unos rizos despeinados algo canosos enmarcaban unos pómulos que podrían rebanar diamantes. —Et-droit6… 5Francés: 6Francés:

Derecha, y sissonne, y… Y derecha…

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Un paso a la derecha y echó otro vistazo. Era alto y delgado, pero musculoso; la forma del cuerpo de un bailarín típico. Estaba a finales de los treinta, o a principios de los cuarenta años, llevaba gafas que lucían caras pero entonces, usaba ropa que se veía cara. Elegante y de buen gusto, pensó. Un cruce entre un millonario de Mónaco y un profesor universitario. Emmeline se contuvo y suavemente sacudió la cabeza. Realmente había pasado demasiado tiempo desde que había estado con un hombre y eso, evidentemente, se mostraba en este momento. Se comportaba como una adolescente. —Bailarina treinta y tres, permanezca después de la práctica. El tiempo se congeló durante un parpadeo antes de que ella asintiera su reconocimiento. Podía sentir la mirada de todas las demás bailarinas sobre ella. ¿Justamente, en cuántos problemas se encontraba? Si tengo suerte, solo voy a ser despedida de esta producción y si no... No de toda la compañía.... Los nervios dieron paso al terror y su cuerpo respondió en consecuencia. Bailó como una salvaje. Si iba a dejar la compañía ese día, sería después de que hubiera bailado y disfrutado cada paso y sentido la música en su alma. Sus músculos podrían rasgarse, sus tobillos partirse y había una gran probabilidad de que algunos de sus dedos de los pies ya lo hubieran hecho. Si todo se rompía, bien, podía estudiar para ser una Contable. No se necesitaban tobillos para eso, después de todo. Ninguna necesidad de rodillas que se doblaran sin crujidos o de piernas bonitas. En este momento, solo necesitaba bailar y dejar toda la emoción drenarse a través de ella. Cuatro horas más tarde, la práctica había terminado. El piano llegó a su fin, las extremidades fueron estiradas y botellas de agua se vaciaron en bocas y sobre caras. Emmeline puso su pie sobre la barra y se inclinó en el estiramiento, sintiendo sus pechos presionando en su muslo. Odiaba ser la única bailarina que necesitaba un sujetador deportivo. Sarah, una de las amigas más antiguas de baile, siempre se había reído de que si tuviera una estantería como la de ella, sería como un mujeriego, saldría cada noche a la ciudad para tener sexo. Sarah no tenía que saltar con ellas en el pecho, señaló Emmeline con ironía. Sintió el tirón del estiramiento y el alivio que corrió por sus muslos, pero todavía quedaba la tensión residual en sus extremidades como bandas elásticas enredadas retorciéndose dentro de sus músculos. Eso y el nudo pulsante de nervios en su estómago. La náusea se acumuló alrededor de su abdomen, cuando el recuerdo de su llamado de atención regresaba. El pulso le martilló mientras observaba a las otras bailarinas salir en fila de la sala, mirando hacia ella con curiosidad mal disimulada.

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Demasiado pronto, el estudio estuvo vacío. Incluso Madame Dusolier se había ido. La puerta se cerró ruidosamente y Emmeline estuvo sola con Bartoli. Él permaneció de pie, desinteresado, puliendo sus gafas con golpes rítmicos, precisos, antes de ponérselas de nuevo, empujarlas más arriba de su nariz y mirar a través del balcón hacia ella. Matthieu Bartoli. Matthieu Bartoli está mirando hacia mí. La observó como un profesor que puede observar una mariposa particularmente interesante clavada en una vitrina. Ella dio un paso de un pie al otro. Entonces al otro. Él todavía no hablaba, sostenía su barbilla entre el índice y el pulgar, y comenzó a caminar a lo largo del balcón, evaluándola. Momentos pasaron. Ya muy nerviosa, sus rodillas comenzaron a temblar y se preguntó si esta ley del hielo era una especie de prueba. —M-Monsieur Bartoli, es un real… —Habla cuando te hablen. Seco y recortado y sin posibilidad de malas interpretaciones. Calló y miró al suelo, consciente de su paseo constante a través de su visión periférica. —Tu actuación de hoy. Tienes cierta habilidad natural. Eres también… —hizo rodar cada sílaba en su boca como un caramelo—… indisciplinada. Sus ojos, sin dejar de mirar hacia el suelo, se abrieron como platos. Eso sin duda era una provocación y de ninguna manera debía permitirse responder. No podía evitar erizarse sin embargo. ¿Cómo diablos podía considerarse indisciplinado estar ocho horas al día, cinco días a la semana, cincuenta semanas al año? —Imagina que el ballet es como mínimo una fuente de expresión de la palabra. Bailaste esta mañana con una actitud que fue dolorosa de ver. Terminaste hoy con algo mucho más prometedor. Un profesional no se hubiera encontrado en una posición tal, ofreciendo este tipo de inconsistencias a la audiencia. Emmeline siguió mirando al suelo, con el rostro ardiendo de vergüenza. Sabía que había estado distraída, pero no creía que podría haber sido tan notable. Él continuó paseándose. Ella se mordió el labio mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. —¿Crees que si no te presionas, si solo apareces y aproximas los movimientos, de alguna manera tu capacidad de baile mágicamente estará a la altura de las normas exigidas en esta compañía? —No, señor —susurró, con voz temblorosa.

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Él dejó de caminar y se volvió sobre sus talones, con toda la gracia y la elegancia de una bailarina prima retirada, una mirada triunfal de suficiencia en su rostro. —Vamos a tener que aplicar un poco de metodología de capacitación en ti. Algún tipo de formación adicional que no estoy tan seguro fuera a ser adecuada para las otras bailarinas. Y, aun así. Y aun así, tengo la sensación, un instinto, de que tienes el potencial necesario. Tienes una gracia natural y una reverencia, una sumisión a la música. Eso puede ser desarrollado. Bajó las escaleras junto al piano de Giles, con las manos detrás de su espalda y dio un paso hacia ella con deliberación, entonces fue detrás de ella. Siguió mirando hacia el suelo y tragó saliva. Una bocanada de espuma de afeitar con olor a bergamota y mandarina la alcanzó. Oyó un chasquido detrás de ella y levantó la vista de inmediato a las paredes de espejos. Bartoli sostenía una navaja. ¿Por qué en la Tierra de Dios tiene él un cuchillo? Antes de que Emmeline tuviera oportunidad de hacer la pregunta, él levantó la banda del hombro de su leotardo y deslizó la hoja a través del material con un chasquido. —¿Qué está haciendo? —preguntó, alarmada. Bofetada. Ella gritó cuando su mano libre golpeó su muslo, dejando una huella escarlata de su palma sobre su piel pálida. Tomó la banda del otro hombro y cortó el material. —No te muevas. Rígida como si estuviera atornillada, se mantuvo firme. Le quitó la parte superior de su leotardo hasta su estómago, y una irónica sonrisa cruzó su rostro cuando vio el sujetador deportivo debajo y sus senos aplastados contra su pecho. Sosteniendo el mango de la cuchilla contra su piel, Bartoli arrastró la hoja hacia abajo por el tejido del leotardo, la hoja tarareando a lo largo del material, hasta que hubo cortado la tela desde su axila hasta su cadera. Lo repitió en su lado izquierdo y el leotardo se despegó de su piel sudorosa cayendo al suelo. Retiró la hoja y con otro clic la guardó. Inclinándose, recogió el leotardo despedazado y aspiró el aroma de la entrepierna profundamente, sin apartar los ojos de ella. La vergüenza fue abrumadora y ella miró hacia otro lado, ruborizándose furiosamente. —Quítate el sujetador.

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Con manos temblorosas, lentamente lo levantó más allá de su pecho, tirando firmemente con los pulgares ya que se aferraba a su piel, antes de dejarlo caer al suelo, sus senos balanceándose suavemente. Su moño moreno, impecable durante toda la danza, ahora estaba una parte en lo alto, y otra parte deshecho con mechones despeinados de pelo suelto mojado. Desnuda a excepción de los zapatos de ballet, instintivamente se abrazó a sí misma, ahuecando sus pechos con los brazos cruzados. —¡No! —espetó él, apartando sus brazos con brusquedad—. No te esconderás. Dando un paso hacia ella, guio una mano a la base de su columna y llevó la otra a su coño y la ahuecó, su dedo medio sondeando bajo sus pliegues antes de presionar suavemente en su interior. Ella murmuró con placer a pesar de sí misma, una emoción disparándose por su columna vertebral como un rayo. ¿Por qué en la Tierra, le permitía hacer esto? Incluso aunque pensara que él era ardiente, nunca había dejado que nadie la tocara hasta por lo menos la cuarta cita. Se inclinó hacia ella, sus labios rozando su cabello. —¿Qué será, pequeña? Puedes dejar la compañía si solo vas a ejecutar los movimientos cuando lo desees. O, en caso de que seas obediente, puede que te acepte como mi esclava y te permita que me llames Amo y te forjaré como una bailarina verdaderamente digna de ser parte de esta compañía. Emmeline se puso ansiosa, con los ojos muy abiertos, segura de que no podía haber oído lo que escuchó. Él presionó su dedo profundamente en su interior, penetrándola y ella sintió que su sangre corría hacia su coño. ¿Por qué encontraba este trato degradante tan emocionante? —¿Qué le llame Amo? ¿Quiere decir… —tragó saliva, demasiado avergonzada para decir precisamente lo que pretendía. —¿Si quiero decir qué? No creo haber sido poco claro. —¿Como mazmorras de sexo y máscaras gimp7 y esas cosas raras? ¡No estoy interesada en eso! —espetó las palabras, con las mejillas furiosamente sonrojadas. El pánico burbujeó en su interior ante el hecho de que Bartoli estuviera enojado con ella. ¡Como si él estuviera en esas cosas raras, o incluso las conociera! Pero su coño se sonrojó con calor y humedad. Máscaras gimp: Máscara de goma usada en bondage con cierres donde están los agujeros de los ojos y de la boca. 7

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Bartoli sonrió con suficiencia, pero no se movió. —Se espera que mis esclavas hagan lo que pida para complacerme. Podría sugerir, a juzgar por tu reacción, que tal vez no eres un buen juez de lo que te interesa y lo que no. Como si esperara su señal, su coño se estremeció alrededor de su dedo y ella gimió en voz baja. —¿Qué pasa si yo... si no puedo hacerlo? ¿Si no soy buena en eso...? —¿Por qué estoy incluso pensando en esto? —Una buena esclava confía en su amo. —La miró a los ojos, su mirada color avellana atravesándola—. Vas a ser mi esclava —declaró. Su dedo presionó más profundamente en su interior y ella jadeó. No era una buena señal. Estaba perdida. He caído por la madriguera del conejo... —S-sí. Él asintió. —Soy dueño de este coño. Haré contigo lo que me plazca. No me importa si estás avergonzada o incómoda. Así es cómo serán las cosas de ahora en adelante, ¿lo entiendes? La palma de su mano presionó su clítoris y ella se quedó sin aliento. —Sí. —¡Sí, Amo! —Presionó su nudo con más fuerza hasta el borde del dolor y ella se retorció. —¡Sí. Amo! Bartoli la estudió por un momento mientras observaba su expresión de dolor antes de que asintiera y retirara la mano, caminando lentamente hacia el piano al mismo tiempo que se lamía los dedos. Ella inhaló bruscamente cuando la sangre y la sensación regresaron a su montículo. ¿En qué había aceptado involucrarse? Con una facilidad y fuerza que solo un bailarín jubilado podía tener, cogió el taburete de Gile con una mano y lo llevó hasta el centro del estudio. Se sentó, con las piernas extendidas y la miró mortalmente a los ojos. —Ponte sobre mis rodillas ahora. Lentamente se acercó, segura de que en algún momento iba a despertar o encontrar que esto había sido una pequeña broma. Casi esperaba que no lo fuera.

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Había leído acerca de BDSM en revistas y había estado ligeramente asombrada por la idea de que la gente se excitara por el dolor. Sentía con bastante certeza que el dolor no era definitivamente sexy sino algo para evitar a toda costa, pero era imposible negar que su coño tenía ideas muy diferentes en estos momentos, latiendo con languidez, acumulando humedad entre sus piernas. La adrenalina corría por ella. Sintió miedo, eso era cierto, pero se sentía vigorizada, viva. Se acercó lentamente y comenzó a inclinarse sobre él, saboreando otra bocanada del aroma mezclado de su colonia y su piel que flotaba hacia arriba desde él. De repente, la agarró por la parte posterior del cuello con la mano izquierda y tiró de ella hacia abajo sobre sus rodillas con un golpe seco antes de colocar su brazo sobre la mitad de su espalda, con el codo entre sus omóplatos. Sus pezones duros se frotaron a lo largo de la lana áspera de su pantalón. Gritó y trató de alzar la vista hacia él, pero no pudo. Su mano derecha apretó su trasero, amasando y acariciando la suave piel fría y pálida. —Recibirás seis palmadas, durante las cuales permanecerás en silencio. En caso de no estar callada, voy a seguir hasta que haya recibido mis seis palmadas silenciosas. Levantó su mano y ella contuvo su respiración, tratando de asimilar lo que acababa de decir. Crack. Oyó el chasquido estruendoso de su mano contra su carne mucho antes de que lo sintiera pero en su sorpresa, ella gritó a través del cuarto. Entonces, empezó el florecimiento del dolor. Un destello de furioso dolor lacerante e intenso trajo lágrimas a sus ojos y su grito dio paso a un maullido cuando el calor y el dolor destellaron en toda su nalga. Bartoli no dijo nada, simplemente apoyando su enorme mano en su nalga, permitiendo que el calor de su mano y el calor de sus nalgas se mezclaran. Crack. De alguna manera, era peor saber que iba a venir. Se puso rígida y el golpe aterrizó, haciéndola chillar y cada nervio de su trasero punzó. Cuando levantó de nuevo la mano, se estabilizó, apretando todos los músculos en preparación para el asalto. —No es lo suficientemente bueno, esclava —gruñó—. No he tenido una sola palmada en silencio. Crack. Fuego voló a través de sus nalgas con toda la velocidad y la intensidad de un rayo. Cada palmada era tan fuerte que trajo lágrimas a sus ojos y su piel ardió. Comenzó a tomar conciencia de una necesidad,

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más profunda de lo que había conocido o reconocido por muchos años. Su coño se contrajo y convulsionó, resbaladizo por los jugos. Crack. No sabía cuánto podría soportar antes de que volviera a gritar. Sus nalgas ardían y podía sentir su resplandor ardiente. Bartoli flexionó su mano mientras miraba fijamente a sus nalgas encendidas y magulladas. Unos jadeos animales procedían de ella y la necesidad perfumaba el aire alrededor de ellos. Apartó suavemente sus mejillas mientras la empujaba hacia abajo un poco más, dejando su coño al descubierto. El aire frío se precipitó contra sus labios húmedos, tan calientes e hinchados y suplicantes de atención. —Qué es lo que tenemos aquí. Bartoli hizo una pausa, escogiendo su dedo índice y delicadamente acariciando sus labios, recogiendo gotas de miel desde ella, pero evitando escrupulosamente su clítoris. Emmeline gimió de deseo apenas controlado. —Parece que no eres completamente inmune a la disciplina, Señorita Blanc. Podía oírlo chuparse el dedo hasta dejarlo limpio, cuidadosa y deliberadamente. Sus piernas temblaban contra las suyas y luchó contra el impulso de corcovearse contra él. Su dedo había sido una sensación suave y exquisita en su sexo ya palpitante. No podía pensar en nada más que en su lengua deslizándose a lo largo de sus pliegues y chasqueando sobre su clítoris una y otra vez y gimió cuando su cuerpo se tensó de dicha ante la idea. Retorciéndose en su regazo, se volvió muy consciente de que su pene estaba duro e hinchándose, presionándose contra su costado. Inmune, efectivamente, Mssr Bartoli... —El dolor y el placer. No es tan sencillo como algunas personas querrían que pensaras. Pero la disciplina en su esencia es el control, permitir que alguien posponga la obtención de placer inmediato para una mayor recompensa después. Entrenar ahora, cuando uno no quiere entrenar. Trabajar más allá del punto de la comodidad y con el dolor absoluto en la búsqueda del mayor logro. Crack. Su mano aterrizó directamente sobre su coño y requirió de todo su control no gritar. Se aplicó a hacer silencio, el placer y el dolor burbujeando dentro de ella, llegando a ser cada vez más difíciles de separar. Crack.

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Una inhalación aguda y una espiración lenta. ¿Era esto lo que ella siempre había necesitado, o tal vez lo que nunca necesitó? Durante toda su vida adulta, había sentido que algo le faltaba, no estaba segura de si hacía lo correcto, si quería lo que pensaba que deseaba. Un torrente de emoción la abrumó y unas lágrimas espontáneas inundaron sus ojos. Crack. Rebotó en la rodilla por el impacto del golpe en su coño y echó la cabeza hacia atrás contra su codo. Ahora sabía. Sabía que necesitaba esto. Necesitaba el dolor que la limpiaba de tantos años de preocupación y decepción y esperanza. Necesitaba su dirección. Necesitaba su atención sexual, necesitaba la sensación física, ya sea que se tratara de un dedo presionando su punto G o el dolor atronador glorioso de sus golpes sobre su carne. Crack. Sus muslos se encontraban ahora mojados con jugo y su mano húmeda abofeteó con cada vez mayor intensidad a través de su carne. Emitió un grito, no de dolor o incluso placer, sino de liberación, un grito primario de renuncia al dolor. —Tsk, esclava, esa debería haber sido la última. Emmeline dejó caer la cabeza hacia el suelo, con gotas de lágrimas fluyendo por su cara ardiente y dentro de su pelo. —Perdóneme, Amo. Debe continuar con mi castigo. Acepto un golpe adicional —tartamudeó. Él soltó un bufido. —Una esclava tan arrogante para decirme lo que haré y no haré. ¿Piensas que vas a controlar lo que hago? —¡No, no, Mssr Bartoli! ¡Lo siento! —¡Lo siento, Amo! —bramó él. —L-Lo siento, Amo. En un frenesí, la levantó, marchó hacia el piano y la arrojó sobre la tapa del piano, sus piernas sudorosas dejando marcas en la superficie pulida. Rápido como una serpiente, la inmovilizó sobre su espalda, con los brazos extendidos y sujetos fuera de su cuerpo antes de que le mordiera firmemente su pezón, torciendo la cabeza como un cachorro con un juguete masticable. Ella gritó y soltó un gruñido, la acción de enviar una corriente eléctrica entre sus pezones y el clítoris que le provocó un estremecimiento en las entrañas.

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Él levantó la cabeza y reclamó su boca con la suya, con una furia que hizo escapar el aliento de su cuerpo antes de que la soltara con un jadeo. —Date la vuelta —ladró y ella se giró de inmediato, yaciendo sobre su vientre con sus manos a los lados. Él se apoderó de cada nalga y las amasó, rozando sus manos a través de la piel. Su expresión era impasible, pero ella podía ver por su reflejo que sus ojos brillaban de excitación y el rubor y sudor en sus mejillas dejaba muy claro que encontraba esto tan excitante como ella. Sus pulgares se habían deslizado entre sus nalgas y separaban sus mejillas. El aire frío se precipitó nuevamente contra su humedad y la piel amoratada, un profundo escalofrío que solo hizo resaltar su calor. Se inclinó y olió el aire, su excitación mezclándose con su colonia antes de que se inclinara más y apretara su cara en su grieta. La mezcla de su aroma con el olor de su colonia era mágica y ella deseó poder permitirse una botella de lo que sea que llevara puesto. Podría aromatizar su almohada... añadir una gota pequeña a su vibrador. Los rastrojos de barba se frotaron contra su piel tierna y chilló ante la sensación cuando su lengua se deslizó por sus pliegues, acariciándola profundamente. Lamiéndola hondo en su centro, sintió los temblores reveladores de que estaba a punto de explotar en una escala que nunca había experimentado antes. Su lengua era implacable, alternando entre chasquear su nudo y penetrarla muy hondo en su interior. Nadaba en el placer, sobre ella flotaban olas de calidez y necesidad y tensión. Sus pulgares comenzaron a recorrer su jugosa hendidura de arriba hacia abajo, masajeándola, lubricándola, añadiéndose a su placer intenso y la atrajo por las nalgas más cerca de él. La presión sobre sus nalgas doloridas era intensa y una ráfaga de sangre corrió hacia su ingle. Él colocó sus dos pulgares en su ano y repentinamente, una aterradora comprensión vino a ella. —Amo, por favor, ¡No ponga nada allí! ¡Nunca he hecho nada allí! No, ¡Va a doler! Sin más vacilación, él estrelló ambos pulgares húmedos dentro de su ano. Ella se corrió con un grito atronador que reverberó en cada espejo en la habitación. Su ano, ya demasiado lleno y tenso, se apretó y trató de forzar la salida de los pulgares intrusos mientras su sexo convulsionaba frenéticamente, tratando desesperadamente de aferrarse a la lengua que le daba tanto placer. Se aferró al piano para mantener el equilibrio mientras su orgasmo la atravesaba, tratando de no sacudir las piernas. Tenía la piel enrojecida y sudaba mientras su cuerpo se volvía suave y flexible, con toda la tensión liberada. Rodando sobre su espalda, se sintió

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como si hubiera sido rehecha de suave arcilla fresca y resplandecía de alegría mientras miraba a su amo. Él la miró con cuidado, su miembro destacando llamaba la atención, aplastado en sus pantalones. —Arrodíllate en el taburete del piano y dándome la espalda. Todavía aturdida, Emmeline obedeció sin pensar. Se arrastró fuera el piano tan rápido como pudo, haciendo una mueca cuando hizo presión sobre su piel enrojecida y saltó al otro lado de la habitación hacia el taburete. Asumió la posición, preguntándose sobre sí misma y sus reacciones. Solo había conocido la comodidad de sus juguetes, nunca había alcanzado el orgasmo con otra persona; ya sea hombre o mujer, y, sin embargo, allí estaba, desnuda salvo por sus zapatillas de ballet atadas a sus tobillos, boca abajo sobre el taburete del piano aguardando a un hombre al que se refería como amo. Casi avergonzada de cuán excitada se encontraba; sus muslos ahora resbaladizos y húmedos con sus jugos. Él avanzó lentamente, fascinado por su cuerpo y el contraste entre su piel, enrojecida y blanca, su cuerpo musculoso, elegante, atlético, femenino, grácil, tan poderoso y, sin embargo ahora posicionado boca abajo y sometido a sus caprichos. Sus senos se balanceaban bajo ella, voluptuosos y respingones. No había duda de la necesidad en sus ojos y ella se deleitó en ello, su sonrisa extendiéndose hasta sus oídos. Ella se revolvió, separando sus rodillas sudorosas del taburete del piano recubierto de plástico resbaladizo y balanceándose hacia él con una mirada de "ven aquí" en sus ojos. Él levantó una arqueada ceja y sonrió irónicamente. —Los milagros de un poco de disciplina en una niña traviesa, ¿No? Con una rapidez que le atrapó con la guardia baja, le pegó en el culo magullado con fuerza, con la mano abierta y ella echó la cabeza hacia atrás emitiendo un quejido. En un instante, su mano izquierda estuvo entrelazada en su pelo y podía oír el ronroneo de un cierre y el suave flumpf de la caída de los pantalones. Su agarre era firme y su cuero cabelludo ardía de la tensión de su apretón. —Pídeme permiso para recibir mi pene. Ella no necesitó ningún estímulo. —Amo, por favor amo, querido amo, por favor, ¿Puedo recibir su pene? Se inclinó sobre ella, con su eje rozando contra su espalda. —¿Dónde quieres mi pene, puta? —Amo, por favor, ponlo en mí... dentro de mí.

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—¿En tu qué, puta? Emmeline se encogió. ¿Cómo se suponía que diría lo que quería decir? Apenas podía pensar con claridad, jadeando con su necesidad por Bartoli y sin embargo, cómo podía decidirse a decirlo. —En mi interior ahí abajo.... —susurró tímidamente. —¿En tu interior dónde? No puedo oírte, pequeña esclava —gruñó, tirando de su cabeza más atrás y haciéndola gritar—. ¿Debo ponerla en tu coño de puta? ¿En tu pequeña boca cachonda? ¿En tu pequeño culo libertino? —¡No! Amo, por favor, fóllame en mi coño cachondo! Te lo ruego, por favor, necesito que folles mi coño de puta barata. Lo necesito tanto. Evidentemente satisfecho, aflojó un poco su agarre en su pelo y ella sintió la suave cabeza de su pene deslizarse hacia arriba y abajo por sus pliegues. Emmeline dio un pequeño grito dulce de agradecimiento. Arriba y abajo, rozando su clítoris, extrayendo gritos cada vez más guturales de ella. —Por favor, Amo, necesito ser llenada... —Esclava. Existes para complacerme. Esta exhibición egoísta es indigna —gruñó. Ella sintió su cabeza apoyada cómodamente contra su entrada, caliente al tacto contra su piel resbaladiza. Se ajustaba tan perfectamente, ceñido y acogedor y lloriqueó. No quería nada más que empujarse contra él, acabar con su provocación y sabía que su determinación no duraría mucho más tiempo. Su sexo palpitaba y latía, como si estuviera llevando a cabo su propio ritual mágico para atraer a Bartoli y la completitud y el alivio que solo él podía proporcionar. Pero él seguía inmóvil. —Entiende, esclava. Tu cuerpo es mío. Mío para follarlo, mío para golpearlo, mío para moldearlo en lo que yo desee. Con un empuje repentino, ella estuvo repleta. Él tocó fondo en una sola embestida, y como si fuera desde un lugar lejano, ella oyó ambos; el profundo quejido de él, como su propio gemido. Su coño, infrautilizado durante tanto tiempo, dolía por la intrusión repentina pero sujetaba su pene. —Eres tan apretada, tan ceñida —gruñó con un esfuerzo real. Le agarró las caderas con fuerza y mantuvo su posición por lo que pareció momentos, horas, días, antes de retirarse hasta la cabeza, su cresta aún manteniéndose dentro de ella y ella cantó por su retorno. Empujó de nuevo en su interior, su hinchado pene estirándola casi hasta el

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punto del dolor. Piel golpeó contra piel, sus bolas balanceándose contra su montículo con cada embestida. Bombeó en ella, con una mano entrelazándose más hondo en su pelo y la otra deslizándose alrededor de su parte frontal, ahuecando sus senos antes de acariciar sus pezones. Entre sus dedos, aplastó las protuberancias magulladas, extrayendo un chillido de ella. El dolor era tan agudo como afilado y resonó a través de su torso, estableciéndose en su coño luego de dar un vuelco en su estómago. Se apretó en torno a él mientras lo tomaba más profundamente, sus ojos fuertemente apretados. —Abre tus ojos. Sus ojos se abrieron de golpe y gimió cuando su coño se apretó alrededor de él otra vez. Sus respiraciones se volvieron ásperas a medida que su coño onduló hacia el clímax y ella se corrió en un instante, emitiendo un grito ahogado mientras su cuerpo se ponía rígido con una liberación cegadora. Ella se tensó y se estremeció a medida que el placer inundaba su cuerpo. Con un gruñido, bombeó su semilla en su coño tembloroso, recubriéndola con su semen, alargando su clímax con una larga y persistente calidez. Respirando pesadamente, su pene se deslizó fuera de ella y dio un suspiro de decepción. Una gota de semen se escurrió por su pierna y él le liberó las caderas. Se dio la vuelta y ella lo observó en los espejos mientras se desabrochaba sus gemelos y tiraba de su corbata de seda a través de su cuello. Cuando se quitó la camisa, tuvo que contenerse para evitar silbar en forma apreciativa. Enjuto y musculoso, sus ojos involuntariamente se deslizaron a través del vello en su pecho, por su estómago y hasta su pene. Su pene hinchado claramente estaba lejos de estar satisfecho. —Párate con tu espalda hacia la barra y arrodíllate. Ella frunció el ceño, pero se paró frente a la barra como se le instruyó antes de dejar caer su cabeza con sus manos detrás de su espalda. Con cuidado, elegantemente, se arrodilló. —Supe cuando te vi por primera vez que eras natural. —Parecía orgulloso. La hacía querer abrazarse a sí misma con placer. —Abre tus muslos. Emmeline forzó sus muslos a separarse. —Con la barbilla hacia arriba, los ojos abajo. Ella miró en el espejo. Tuvo que admitir que lucía increíble. Sus senos sobresaliendo con sus muslos extendidos y su coño expuesto, listo para ser

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utilizado. Oh, Dios, si tan solo él pudiera conseguir colocarse detrás de ella de esa manera. Él se arrodilló y presionó sus labios contra los de ella. —Bien. Cada movimiento que hagas en el futuro debe ser tan elegante y sexual como este. Sin previo aviso, se inclinó y le agarró las manos. Con su corbata, las ató antes de levantar sus brazos hasta la barra. Ella dio una exclamación cuando su cuerpo fue forzado hacia adelante, sus rodillas presionándose a su espalda contra el espejo. Todo su peso corporal pendía de sus brazos y un retorcijón en sus ataduras de seda reveló lo que ya sabía; que se encontraba sujeta con firmeza. La barra ha sido diseñada para soportar el peso de casi cincuenta bailarines. Una bailarina atada no sería un problema en absoluto. Sus omóplatos se apretaron juntándose, obligando a sus pechos a sobresalir. Suspendida e impotente. Arqueando la cabeza hacia arriba, se encontró cara a cara con su ahora totalmente duro pene, a un tentador alcance. Deseó poder curvar sus manos a su alrededor, tocarlo, pasar los dedos por sus bolas, pero en vez de eso, él sostuvo su pene y lo frotó sobre sus labios. Su saliva y su dulce líquido pre-seminal se mezclaron en sus labios mientras él humedecía esa punta de terciopelo. —Abre. Abrió la boca y él empujó su pene entre sus labios, la suave cabeza rozando sus dientes. Su almizcle se mezclaba con el sabor agridulce de su propio placer y eso recubrió su lengua. —Más grande. Ella permitió que su mandíbula se abriera más y enhebrando los dedos en su pelo, él introdujo su pene allí, embistiendo contra la parte posterior de su garganta. Ella se atragantó pero un vistazo a la cara de su Amo la animó y continuó aceptándolo tan lejos como pudo, tosiendo mientras él arremetía contra su rostro con fuerza y rapidez. Su cabeza se balanceó hacia atrás, su cuerpo suspendido elevándose a medida que él follaba su boca como a un jugoso coño empapado. Su saliva lo recubrió y goteó hasta el suelo pero Emmeline tenía la intención de darle a su nuevo Amo tanto placer como fuera posible, perdiéndose a sí misma en los gruñidos de él. Ella gimió y jadeó mientras su garganta vibraba alrededor de su pene. Su rostro se desencajó por el placer y su pene se tensó. Un bajo gemido surgió del pecho de Bartoli y se aferró a su cabeza mientras golpeaba la parte posterior de su garganta. —Mantén la boca abierta. Bartoli se retiró y aferró su erección sosteniéndola sobre ella, cerrando los ojos y soltando un gemido bajo cuando su esperma brotó

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fuera, salpicando en su boca abierta, en sus mejillas, en su pelo y en su pecho. Ella jadeó y abrió más la boca, deseosa de capturar todo su valioso semen. Bartoli sonrió ante su expresión, mientras se tragaba el semen que había atrapado en su boca, antes de inclinarse sobre ella, su regordete pero suave pene balanceándose en su rostro mientras la desataba, apoyando de a una mano sobre el suelo. —Párate. Emmeline se puso en pie con cuidado, sus temblorosas piernas amenazando con ceder bajo ella. Juntó las manos detrás de ella y posicionó sus pies en la tercera posición, sus brazos tarareando con alivio y sensación a medida que la sangre volvía a ellos. Deslizó su mirada sobre ella, siguiendo los chorros translúcidos y gotas en su piel con la mirada de un hombre satisfecho con su trabajo. —De frente a la barra. Sin decir una palabra, ella giró sobre sus dedos de los pies, colocando sus manos en la barra. —Penchee. Extendiendo su pierna izquierda detrás de ella, señaló con el dedo del pie izquierdo detrás de ella hacia el techo y balanceó su brazo derecho hacia arriba a su encuentro. Era un movimiento que había hecho tantas veces antes, pero ese día, desnuda, con el aire acondicionado enviando escalofríos sobre sus pechos salpicados de semen, y su coño húmedo expuesto, se sintió diferente. Más fácil, de hecho. Como si sus orgasmos hubieran aflojado sus fibras musculares, permitiéndole estirarse unos centímetros adicionales. Permitió que su cabeza rodara hacia atrás y mantuvo la posición. —Buena chica. Sabía que tenías una habilidad natural. —Sus dedos rozaron suavemente su coño expuesto y su pierna tembló, su boca abriéndose de anhelo—. No, pequeña. Control. Elegancia. Conciencia de tu cuerpo. Céntrate en el movimiento. Relajada. Inmóvil. Sus dedos trabajaron en su coño y ella cerró los ojos cuando la necesidad la envolvió. Sus dedos se posaron en su ano, cubriéndolo con sus jugos y sus ojos se abrieron de golpe, observando fijamente el techo, sin atreverse a bajar la mirada. Él se quedó allí, acariciando con cuidado en ese lugar con sus jugos, su agujero fruncido todavía estrechamente cerrado. Se inclinó hacia su oído y le susurró:

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—Estás demasiado tensa. La pierna está temblando de nuevo. Relajada y concentrada. —Su aliento cayó sobre su cuello y descendió por su clavícula. Incluso esa pequeña sensación le puso la piel de gallina. Una vez más, su dedo se deslizó a través de sus pliegues, lánguida y persistentemente, reuniendo sus jugos alrededor de su agujero virgen. Y entonces se detuvo. Se alejó. ¡No! De pronto, oyó un zumbido. ¿Un vibrador? Bartoli presionó el vibrador contra la curva de su espalda, trazando un camino a través de su espalda hacia su cadera, y luego hasta su montículo. Hasta sus labios. Lo presionó contra sus pliegues y ella se tensó, con ganas de retorcerse, de presionarlo contra su nudo de nervios. Por favor, por favor... El vibrador golpeó su clítoris y dio un grito profundo cuando él lo apretó contra ella. Incapaz de retirarse, gimió mientras su coño ondulaba con las vibraciones. El cosquilleo en su sexo creció y pudo oírse, como si hablara desde mucha distancia. —Amo... Oh Dios.... Amo.... Él gimió y la abrazó con fuerza. La sensación de su vara dura presionada contra su muslo fue su perdición y ella se corrió de repente con un grito y sus rodillas cedieron debajo suyo. Con un brazo sobre el pecho y con el otro sosteniendo el vibrador, él la mantuvo erguida. —Esclava. Párate. El vibrador seguía presionado contra su centro sensible y ella se quejó. —Me duele ahora, por favor, aléjalo de mí, Amo, por favor. Una mirada pensativa cruzó su rostro antes de dejar caer el vibrador al suelo. —Hmm. Hemos hecho mucho hoy, pero esa va a ser una lección para otro día, esclava. Ahora. Penchee. Atontada, reanudó su posición anterior, cambiando de la pierna izquierda a la derecha, con la respiración agitada en su pecho. Sus dedos se deslizaron hasta su resbaladizo coño y presionaron en el exterior de éste, mientras que la otra mano aferraba su cadera. Cerrando los ojos, inhaló lenta y profundamente por la nariz y exhaló con un grito ahogado cuando su dedo resbaladizo forzó su penetración a través de su pequeña y apretada entrada. El dedo se deslizó lentamente dentro y fuera, un movimiento tan pequeño en un agujero tan apretado como ese, pero a medida que se acostumbraba a la sensación, su culo floreció, permitiendo que su dedo se deslizara dentro y fuera con mayor facilidad.

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Otro dedo, los dos retorciéndose suavemente, girando mientras entraban y salían en un movimiento en espiral. Su coño empezó a doler de nuevo. ¿Cómo es que este hombre tiene este efecto sobre mí...? Y se detuvo. Sintió sus manos sobre sus nalgas, aún tan doloridas por la azotaina, y suavemente las separó. De repente, la realidad la golpeó otra vez; ¡iba a meter su pene en su culo! ¡Su pene era mucho más grande que solo sus dedos! Todo su cuerpo se puso rígido por el miedo. —Esclava. Basta. —Su voz era tan tranquila, tan confiada. Sabía que no estaba enfadado con ella, pero ella se encontraba enfadada consigo misma por solo pensar en sí misma en lugar de las necesidades de su Amo. —L-lo siento, Amo. —Tienes permiso para usar las dos manos para sostenerte de la barra pero no permitirás que tu postura sufra. Si tu pierna cae, te golpearé hasta dejarte inconsciente —gruñó en su oído. Su otro brazo bajó inmediatamente y se aferró a la barra con todas sus fuerzas. Él se colocó detrás de ella y frotó su pene entre sus labios, recubriéndola con sus jugos y frotándolo contra su clítoris. Un gemido escapó de sus labios, incrédula de cómo su apetito por él solo parecía crecer, no disminuir con cada toque. La cabeza de su pene presionó contra su agujero virgen y ella inhaló profundamente antes de exhalar fuertemente cuando su estrecho agujero cedió, la cabeza de su pene incrustándose firmemente en su interior. Ella gimió, sus ojos se cerraron con fuerza y esperó un dolor que nunca llegó. Él hizo una pausa, observando sus reacciones en el espejo antes de empujar con fuerza, su pene lubricado hundiéndose con facilidad y ella emitió un grito gutural cuando su gran eje reclamó su culo virgen. —Joder, está apretado —gruñó con lujuria apenas contenida. Nunca había conocido nada semejante a esa sensación, pero cuando él se retiró hasta la punta antes de volver a empujar en su interior una vez más, su coño se estremeció. Embistió de nuevo, esta vez con más fuerza a medida que su cuerpo iba relajándose, y Emmeline recibió sus arremetidas sintiendo que su placer iba en aumento. —Tu culo apretado alrededor de mi pene es una de las cosas más increíbles que he visto en mi vida... Sus bolas golpeaban contra su muslo y en poco tiempo él le follaba el culo como a un coño maduro, con su control desaparecido hace tiempo. Ella gritó de alegría cuando oleadas de placer se dispararon a

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través de su culo, su coño palpitando y convulsionando, también deseando ser llenado Si hubiera sabido que eso iba a sentirse tan bien, nunca habría ido en contra de los deseos de su Amo antes. —A mi pequeña esclava cachonda le encanta mi pene en su culo —dijo con voz entrecortada—. Una puta tan barata. Los gemidos de Bartoli se incrementaron y ella se sintió cada vez más tambaleante en pointe8, en grave peligro de derrumbarse de nuevo en una masa temblorosa de placer. Con lo que se sintió como una fuerza sobrehumana, centró su atención en su equilibrio, balanceándose contra sus embestidas. Con un grito, él se derramó dentro de ella, la sensación de su semen en contra de sus entrañas desencadenó su propio clímax. Gimió en torno al pene de Bartoli mientras su coño y su culo se contraían, sus chorros calientes eyaculando su esperma en su interior hasta que él se derrumbó contra su lado izquierdo. Envolviendo su pierna a su alrededor, la guio a una posición erguida antes de extraer su pene de ella, gotas de su semen deslizándose hasta el suelo desde su culo abierto. Lentamente, con deliberación, él caminó hasta el taburete del piano y se sentó. Una idea la golpeó y ella cayó de rodillas, arrastrándose hacia él. Con la cabeza a la altura de su pene, colocó sus brazos detrás de ella y se inclinó hacia él, lamiendo el semen almizclado y salado que tenía, lamiéndolo hasta limpiarlo. Bartoli le acarició el pelo cuando terminó, con una tierna sonrisa que le hacía lucir muy juvenil. Ella encontró su mirada y sonrió tímidamente. —Gracias. Eres una buena chica. Una buena esclava. El orgullo la abrumó y ella sonrió, cansada. Él se puso de pie y la atrajo hacia el taburete del piano y suavemente la sentó. Repentinamente agotada, se dejó caer hacia delante, con los codos sobre las rodillas, sus ojos suavemente cerrados. Era consciente de que él se había movido, pero tanto él como el resto del mundo parecían tan lejanos y de repente se sintió muy somnolienta. Algo cálido y húmedo tocó su coño y ella saltó. —Shhh. Esto es para tu piel. Una toallita. Con agua tibia y perfumada, Bartoli tiernamente la limpió, desde su coño hasta el semen seco aún salpicado sobre su cara y senos. Ella dio un suspiro satisfecho mientras le acariciaba el cuerpo, limpiándoselo, sintiendo la tela lujosa acariciando su coño utilizado. 8

Francés: “en sus puntas del pie”.

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—Muéstrame tu espalda —le ordenó en voz baja. Ella se paró y se inclinó con las piernas temblorosas, agarrándose al taburete del piano para mantener el equilibrio. Él enjuagó la tela y continuó limpiando más abajo, sus nalgas rojas, su espalda sudorosa, su estirado y goteante culo. Ya sea que fuera la intención de él o no, sus pezones se fruncieron y un grito ahogado se le escapó, mitad de satisfacción y mitad de lujuria. Él observó su cuerpo maltratado, riendo suavemente antes de hacerla girar, para mirarla a los ojos. —Entonces, pequeña esclava, dejarás este lugar para ir a tus nuevos aposentos. La suite presidencial del Hotel Piccadilly ha sido reservada. Mi hombre estará en tu apartamento dentro de los siguientes quince minutos para recoger tus pertenencias y dejar el pago por el resto de tu contrato de arrendamiento. Dejo a tu discreción lo correspondiente a si eliges decir unas últimas palabras a tu antigua compañera de piso. —Él arqueó una ceja y ella se mordió el labio, una sonrisa maliciosa cruzando su rostro. —Amo ¿Cómo voy a llegar allí cuando usted cortó mi leotardo? —Tu nueva ropa está en la bolsa de viaje en el balcón. Ese pequeño leotardo cutre no era adecuado para una esclava mía. —El brillo travieso en sus ojos era inconfundible y su sonrisa se amplió. —Si se me permite hacer una pequeña sugerencia para mi Amo... —Habla, pequeña. Juguetonamente curvó un dedo en su pelo, inclinando su cabeza hacia un lado con coquetería. —El Amo ha sido tan amable en hacerme ropa de su agrado. Quizá debería modelar alguna en el balcón. Él se echó a reír, con una sonrisa infantil estampada en su rostro. Si era posible que Emmeline lo considerara aún más atractivo... —Mmmm. O tal vez, en vez de que trates de llevar el control, debería ponerte una correa, acompañarte hasta el taxi y darte otra nalgada en el asiento trasero. Dejar que al conserje ver tu culo ardiente después de que le haya proporcionado un verdadero castigo. —¿Así que va a venir conmigo al hotel? —Sus manos entrelazadas se elevaron hasta su barbilla y sus ojos se iluminaron. ¡Oh, por favor! Las cejas de él se levantaron. —Tú eres mi esclava. Y mi nueva bailarina prima. Tengo que estar seguro de que tu nuevo régimen de entrenamiento se expresa en todo, en cada ocasión.

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La emoción brotó dentro de ella cuando sus dedos sostuvieron su mentón y guió sus labios a los suyos, nuevamente. Cualquiera que fuera la nueva aventura que había planeado para ella, se encontraba muy preparada y muy dispuesta.

Fin 28

Sobre la autora Hoy en día J.A. Bailey es una secretaria inglesa formal y correcta que trabaja para una corporación multinacional, pero, en privado, solo ama sus fantasías. Y, si no las está representando, las escribe. Cuando su Amo le deja la correa suelta… Las historias de J.A. involucran todas a hombres fuertes, viriles, mujeres inteligentes y unos escenarios muy pornográficos. Cree que no hay nada más sexy que una mujer caliente a los pies de su magnífico Amo.

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Traducido, corregido y diseñado en:

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