INÉS ARREDONDO: EL ARTE DE SABER DECIR Y SABER CALLAR

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 INÉS ARREDONDO: EL ARTE DE SABER DECIR Y SABER CALLAR Claudia Albarrán Instituto Tec

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México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19

INÉS ARREDONDO: EL ARTE DE SABER DECIR Y SABER CALLAR Claudia Albarrán

Instituto Tecnológico Autónomo de México

Para Elva Carlota Podesta

H

ace casi veinte años nos enteramos que Inés Arredondo había muerto. No obstante, la noticia no se publicó en la prensa mexicana sino dos días después, mediante una nota en la que,

con absoluta parquedad, se enlistaban algunas de sus señas particulares; aquellas que algún periodista desconocido había juzgado más importantes y que ―se me antoja pensar así― consideraba la síntesis de la vida de Inés:

“El pasado jueves 2 de noviembre, a las 21 horas, falleció en esta ciudad la escritora sinaloense Inés Arredondo, a los 61 años de edad. La autora de los cuentos La señal

y Río subterráneo ―con los que obtuvo el premio

Villaurrutia, hace 10 años― y Los espejos, fue sepultada ayer a las 15:30 horas en Jardines del Recuerdo”. Ahora, al transcribir aquí la nota del periódico, vienen a mi mente las mismas preguntas que me formulé entonces: ¿Cómo alguien puede atreverse a elegir cuáles son los rasgos relevantes de una vida y pretender, con ello, dar la semblanza de la trayectoria de una persona? ¿Cómo decirle a ese periodista anónimo que ella no había muerto un dos de noviembre, sino, precisamente, el Día de Muertos? ¿Que, a pesar de que las flores XX?

No quiero ser injusta ni pecar de ingenua. Es cierto que una o dos semanas más tarde a la aparición de esta nota, los artículos y las reseñas sobre Inés y su obra comenzarían a ocupar las páginas de algunos Mujeres en la literatura .Escritoras

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porque acabábamos de perder a la mejor escritora mexicana del siglo

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adornaban ese día cada tumba del cementerio, vivíamos un doble luto

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 periódicos y revistas de la ciudad. También es cierto que, en vida, Inés recibió al menos dos reconocimientos oficiales por parte del Gobierno de Sinaloa, su estado natal: la entrega de la medalla Bernardo de Balbuena y el único homenaje al que ella asistió en vida y que, premonitoriamente, DIFOCUR,

el

CREA

y la Universidad Autónoma de Sinaloa organizaron en

Culiacán, en noviembre de 1988, un año antes de su muerte. Sin embargo, aún hoy ―a veinte años de su muerte y a casi cuarenta de la aparición de su primer libro de cuentos― podemos decir que su obra ha sido más admirada que estudiada, que ella ha sido más adulada que leída. Inés lo sabía, y lo dijo en repetidas ocasiones y de muy diversas maneras. Elva Carlota Modesta (alias “la Vita”), su mejor amiga, cuenta que, cuando en 1986 Inés asistió a la entrega de la medalla Bernardo de Balbuena, sus familiares estaban muy preocupados, pues temían que hiciera “una de las suyas”. Por supuesto, sus temores no carecían de fundamento. Cuando el acto comenzó y los representantes oficiales desenfundaron sus discursos adulatorios, Inés, afilados los colmillos y con esa malicia inocente que siempre la caracterizó, le preguntó a su vecino, nada más y nada menos que el entonces gobernador del Estado, si él la había leído. El silencio fue rotundo. Y para rematarlo, agregó: “¿Y la medalla? ¿Ésa sí es de oro...?”. Horas más tarde, en un espacio más confortable y más amistoso, Arredondo le diría a un periodista: “Los gobernantes siempre se han adornado con los artistas, aunque los maten de hambre”. Inés Arredondo nunca escribió para ganar méritos ni diplomas ni medallas. No escribió por escribir. Por eso su obra se reduce a un puñado de cuentos, a algunos cuantos artículos y notas periodísticas y a un

una de sus publicaciones, un silencio que, como ella dijera alguna vez, “era más significativo que las palabras” porque “es lo que ayuda a dar sentido en el tiempo que hay que callar”. Y, aunque para muchos la Mujeres en la literatura .Escritoras

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hasta la médula. Por eso también el periodo de silencio que rodeó a cada

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extenso estudio sobre la obra de Jorge Cuesta, escritor que la obsesionó

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 anécdota de “la Vita” es un retrato fiel de su imprudencia, para algunos es ―como el bonete colorado del Cid― “un lujo y un desafío: el símbolo de una magnífica soberbia capaz de mostrar lo cotidiano, una punta de intimidad, sin comprometerse a mostrarlo todo”. Mucho se ha hablado del parentesco de la obra de Inés con la de otros miembros de su generación, en particular, con las obras de Juan Vicente Melo y de Juan García Ponce. Los críticos también han señalado algunas de las características de sus relatos, sus laberintos temáticos, como el erotismo, la locura, la muerte, la imposibilidad de las relaciones de pareja, la inocencia, la perversión, el mal, la transgresión de los límites, el autosacrificio, entre otros temas. Pero creo que hay un punto nodal, un rasgo distintivo, propio y exclusivo de Inés, pocas veces comentado, que la distingue del resto de sus contemporáneos. Más que narradora o cuentista, Inés era poeta. Su meta, que consideraba inalcanzable, consistía en hacer de cada palabra algo insustituible, irremplazable. Y es que, más que por una historia o por una anécdota, Inés se preocupó por la expresión precisa, puntual, por el tono de los cuentos, por la imagen iluminadora que condensaba el sentido, por el ritmo interior de los sentimientos, de las pasiones, de las angustias de sus personajes. Tal vez por ello, resulta tan difícil adentrarse en su obra, recordar los nombres de algunos cuentos o de algunos protagonistas. Durante los más de doce años que he impartido cursos sobre la obra de Inés Arredondo y su generación, la mayoría de mis alumnos han hecho los mismos comentarios o me han formulado las mismas preguntas: “¿Cómo se llamaba el personaje del cuento? ¿Mariana? ¿Olga? ¿Luisa?”. O bien: “No recuerdo lo que pasa en ese cuento, ¿cómo se llama?”.

Quería que cada palabra fuera justamente esa palabra y no otra, pues pensaba que la palabra no es sólo un medio para relacionarse con la gente, sino que tiene algo más que la hace indefinible. En alguna Mujeres en la literatura .Escritoras

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a las situaciones interiores y a los vericuetos de la condición humana.

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Más que temas, Inés Arredondo le dio expresión, nombre e imágenes

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 entrevista comentó: “En un texto hay palabras solas, que saltan, que dan todo el sentido. La palabra es mucho más que un medio de comunicación [...] Me gustan las palabras con mucho contenido. Al escribirlas hay que castigarlas mucho. Escribir, escribir, buscar por otro lado la palabra exacta para decir lo que uno quiere decir”. Como sucede en la poesía, en los cuentos de Inés Arredondo, el lector vive una experiencia intensa y única, pero es incapaz de reproducirla con palabras distintas a las leídas. La relación ha sido tan íntima, tan inmediata… Pero la memoria falla cuando intentamos recordar las palabras precisas o cuando tratamos de explicar con palabras nuevas los efectos que los cuentos produjeron en nosotros. Se trata de un momento irrepetible fuera del texto y, como el lenguaje musical, sólo puede recobrarse en el tiempo y el espacio de la lectura, cuando, de nuevo ―como la palomilla que es seducida (y cegada) por la luz del farol― nuestros ojos vuelven una y otra vez a los relatos. Además, la obra completa de Inés no puede leerse cronológicamente, de principio a fin. Uno siempre tiene que adelantarse o volver atrás. Entre sus cuentos hay una serie de vasos comunicantes, de ríos, de obsesiones que, como hilos invisibles, unen, dan sentido, resignifican a los primeros relatos con los últimos y a los últimos con los primeros. Esto nos habla, por supuesto, del carácter obsesivo de Inés: nunca abandonó sus temas; por el contrario, siempre volvió a ellos para engordarlos, ensancharlos, alargarlos, recortarlos, retorcerlos. Su empeño se asemeja al de las gotas de lluvia, pero no de aquéllas tumultuosas, torrentosas, que hacen charco, sino de las que no se cansan de caer en el mismo sitio, con el mismo ritmo, en el mismo pedazo de tierra. La terquedad e insistencia de su caída

están presentes en varios cuentos de Inés, pero es sobre todo en dos de ellos en los que aparece de manera más evidente. El primero, titulado “Las palabras silenciosas” (Río subterráneo, 1979), es una reflexión sobre el Mujeres en la literatura .Escritoras

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La búsqueda de la palabra perfecta y la importancia del lenguaje

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cala, taladra, perfora, hace un pozo.

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 verdadero valor de las palabras. El personaje, un chino, no puede escribir ni pronunciar el castellano y sabe que, para la gente que lo rodea, su “incapacidad” de articular las palabras es un “indicio seguro de imposibilidad de comprensión verdadera”. Sin embargo, paralelamente, el relato subraya la importancia de ese otro lenguaje, el lenguaje del silencio, que el chino sí conoce y que invierte la sentencia del cuento: “Si no conocemos el valor de las palabras de los hombres, no los conocemos a ellos”. El segundo relato es “Río subterráneo” (que da título al segundo volumen de cuentos de Inés). En él, el personaje le escribe a su sobrino para evitar que éste se contagie con la locura que ha contaminado a toda su familia y, mientras escribe, busca las palabras precisas para “decir las cosas”, las expresiones “tibias que calientan la herida” y que le servirán de muro de contención, de escudo, para que la locura no salga de su escondrijo y llegue hasta donde se encuentra el sobrino. Se trata de un cuento perfecto, cuyo simbolismo y riqueza no podemos comentar aquí por cuestiones de espacio. Pero no quisiera dejar de decirles que entre la narradora de este cuento e Inés existe un interés común: para ambas, la escritura es un arma fundamental para sobrevivir, el límite que impide el desbordamiento del río, el antídoto perfecto contra la locura. Quizá la diferencia fundamental entre la narradora del cuento y Arredondo es que, mientras la primera utilizó las palabras para evitar el contagio, la segunda en cambio se obsesionó a tal grado con la palabra perfecta que fue presa fácil de esa enfermedad; una enfermedad que, si la memoria no me falla, Covarrubias define como “el mal que padece la persona que busca la palabra locura en un diccionario”.

contenernos. Sólo que Inés se valió de ella para hablar de lo oscuro, de lo que se esconde o se calla, de lo que da vergüenza, de la locura, de la perversión, del mal... Extraño propósito este de tallar la palabra, de Mujeres en la literatura .Escritoras

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nombre a las cosas, interactuar con los otros, expresar un razonamiento,

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La palabra es comunicación y lucidez, permite clasificar y dar

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 hacerla brillar en toda su absoluta luminosidad para revelar la cara oculta de la realidad. De este aparentemente simple juego alquímico entre palabra y silencio, entre la luz y la oscuridad nace toda la tensión de los relatos de Inés, la ambigüedad de sus finales, los contrastes, los binomios locuracordura, inocencia-maldad, amor-desamor, vida-muerte, los claroscuros, el sol y las sombras. Las palabras son velas, cuya luz ―siempre oscilante, tenue, discreta― ilumina a la vez que impide ver la totalidad del cuerpo que esa luz baña. Poeta

maldita,

guardiana

de

lo

prohibido,

niña

perversa

e

imprudente, hechicera, loca, Inés Arredondo supo hacer con las palabras y

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los silencios un verdadero arte de narrar.

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