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Infodiversidad Sociedad de Investigaciones Bibliotecológicas [email protected] ISSN (Versión impresa): 1514-514X ARGENTINA 2006 Vicente Ros LA MÁQUINA

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2006 Vicente Ros LA MÁQUINA DE PRENSAR UVAS Infodiversidad, número 010 Sociedad de Investigaciones Bibliotecológicas Buenos Aires, Argentina pp. 101-112

Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal Universidad Autónoma del Estado de México http://redalyc.uaemex.mx

La máquina de prensar uvas1 VICENTE ROS2 Resumen: Historia de la vida y obra de Juan Gutenberg. Palabras clave: Imprenta John Gutenberg. Abstract: History of life and work of Juan Gutenberg. Key-words: John Gutenberg.

Muchas veces un título apropiado suele constituirse en la apriorística causa del éxito o fracaso de una disertación o de un libro. Los hay –como se dice ahora– que “tienen gancho” y promueven o acrecientan la curiosidad de oyentes y lectores. Claro está que ese éxito o fracaso se mide –de muy diferente manera– en dos tiempos: el que corresponde a la molestia de movilizarse para escuchar o adquirir la conferencia o el libro, y el que luego de la audición o la lectura supone aprobar o desaprobar todo lo hecho, tanto por el autor como por el oyente o el lector. Para quien no esté en el conocimiento del tema a desarrollar, debo reconocer que me arriesgué a tener un auditorios vacío. Tomado el título literalmente sin saber cuál es su connotación, implicaba tener la ingenuidad de creer que en estos tiempos tan singularmente difíciles que nos toca vivir, motivados por inquietudes de todo tipo pudiera haber alguien que no siendo enólogo, bodeguero o sommelier, se acercara a escuchar mis palabras. Pero es el caso que el vino del cual voy a hablar tiene un añejamiento de más 1

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Disertación pronunciada en la Asocición Química Argentina el 9 de agosto de Presidente de la Sociedad de Bibliófilos Argentinos.

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de quinientos años y no se bebe sino con el intelecto, y que la máquina tuvo una finalidad bien diferente a la del título. Es fama que en la ocasión en la cual Gutenberg presentó al maestro tornero Konrad Saspach el modelo a escala de la segunda prensa que había ideado para que la reprodujera en tamaño natural, éste le dijo: “Maestro Johann ¿por qué tanto misterio?… ¡Tú quieres solamente una máquina de prensar uva! En efecto –contestó Gutenberg– una simple máquina de prensar uvas que ha de ofrecer un vino eterno al mundo…!”. Se suele confundir el concepto de invención de la imprenta con el de la invención del sistema de utilización de los caracteres movibles para imprimir. Ni una ni otra cosa son en rigor de verdad totalmente ciertas en el sentido de utilización primigenia a escala mundial de ellas. Antes de Gutenberg, imprimir y utilizar tipos movibles para multiplicar copias de textos eran cosas conceptualmente ya logradas. Pero en occidente la prioridad de su aplicación sistemática sobre la base de la invención de la impresora y de la fundición de tipos, sí le pertenecen a Gutenberg y constituyen su gloria. A comienzos de la segunda mitad del siglo pasado, un filósofo canadiense, Marshall McLuhan, escribió una obra de una densidad notable que tituló La galaxia Gutenberg frente a la era electrónica, subtitulada: “Las civilizaciones de la era oral a la imprenta”. Con acopio de referencias a innumerables textos de otros pensadores, pudo delinear una síntesis de los muchos milenios en los cuales la humanidad tuvo una cultura oral –por lo tanto auditiva– hasta la aparición de la escritura y los alfabetos en sus diversas formas, momento en el cual se produjo el primer gran cambio hacia la cultura escrita –por lo tanto visual– que abarcó una larga etapa de transición hasta la aparición de los libros manuscritos que por ser de difícil multiplicación, dieron lugar a un período de convivencia de ambos estados de intercomunicación general. La aparición de la imprenta de tipos movibles, acentuó el imperio de la cultura visual y la generalización de la posibilidad de hacer lectura de textos en silencio, sin que ello implicara necesariamente el paso a mejor vida de la lectura en voz alta. Siglos después irrumpió la era electrónica y nos colocó ahora ante el hecho de que en la “aldea global”, es factible oír y leer

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simultáneamente en todo el mundo, textos que pueden y no necesariamente deben ser impresos para adquirir una materialización fáctica a la antigua, y sí poseen “naturalmente” un virtualidad que los hace aparecer y desaparecer a gusto del consumidor, sin ocupar espacio. Es obvio que estamos viviendo un instante en la evolución de los medios de intercomunicación textual, cuyos alcances no sabemos hasta qué extremos puede llegar ni qué consecuencias últimas puede generar. De cualquier modo, también es cierto que la transmisión oral y la transmisión y conservación impresa de textos siguen gozando de buena salud y en esto, como en muchas otras cosas, la coexistencia de modalidades culturales diversas adaptadas a la evolución en el tiempo de las sociedades humanas, constituye un hecho: “nada se pierde, todo se transforma”. No debemos dejar de tener en consideración además, que cambios culturales esenciales como los resumidos en los párrafos precedentes, han experimentado una adecuación cada vez más acelerada en la medida en que la evolución de los conocimientos y de la tecnología van expandiéndose en progresión geométrica. Períodos con una vigencia que se cuantificó en milenios, progresaron hacia otros que duraron sólo centurias y hoy, la rapidez con la cual suceden los cambios nos obligan a adaptarnos a velocidad de justa deportiva, so pena de quedar –de alguna manera– marginados. Pero dejando el futuro y retrotrayéndonos al pasado, es siempre aleccionador comprobar cómo el hombre en su carácter de ente pensante siempre ha intentado adquirir más conocimientos y, obtenidos éstos, aplicarlos al desarrollo –entre otras cosas– de los medios y expresiones culturales. Puede ser motivo de interminable controversia acordar una calificación positiva o negativa a este hecho, que en lo que hace al tema de la imprenta de tipos movibles afortunadamente no ofrece duda. La más que copiosa bibliografía en torno a la vida y obra de Gutenberg refleja, como en infinidad de otros casos, los avatares de una existencia difícil muchas veces incomprendida, subestimada y discutida. La época en la cual le tocó cumplir su destino fue complicada como pocas. Los años finales de la Baja Edad Media y los iniciales del Renacimiento con todas las consecuencias que implicó un período de transición; el florecimiento increíble de las especulaciones del espíritu y de las manifestaciones del arte que surgió en

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Italia, entremezclado con las guerras entre ciudades-estado y el crecimiento impetuoso de la burguesía y de la actividad mercantil; las luchas religiosas entre católicos y protestantes y el ejercicio del poder temporal del papado chocando muchas veces con los intereses de emperadores, reyes, príncipes o señores feudales, todo ello unido a la persistencia de un cúmulo de supersticiones arraigadas todavía en el imaginario social, hacían del continente europeo un escenario en el cual era dable esperar cualquier tipo de acontecimientos De Gutenberg no se conoce ni una sola letra manuscrita, ni ninguna imagen contemporánea que hubiera quedado registrada en un cuadro o en alguna xilografía. Hojeando la bibliografía de la cual dispongo, ni siquiera encuentro uniformidad en la fijación de la fecha de nacimiento (¿1397, 1398, 1399?). Rosarivo menciona el año 1398 “según consta por documentos que todavía se conservan en la ciudad libre de Maguncia”. Ya que la menciono, no está de más destacar que por esos años, esta ciudad llamada “áurea” era en realidad una pequeña villa de alrededor de 6.000 habitantes que fuera fundada por Druso en el año A.C., que incluso llegaría ser capital de la antigua Germania, y que habiendo sido destruida por los bárbaros, fuera reconstruida por Carlomagno. A finales del siglo XIV dada su excelente ubicación geográfica entre el Rhein y el Mein y el hecho de ser parte integrante del territorio de un arzobispado así como también el de la percepción de derechos aduaneros en pago por el permiso de paso por las vías fluviales mencionadas, más el flujo del dinero generado por el comercio en tierra, habían dado lugar a la aparición de una burguesía de buen pasar y de un patriciado poderoso que habían hecho de la misma una localidad con brillo propio. Se cuenta que tenía 40 iglesias y una catedral en la cercana Eltville que era la sede arzobispal, lo que daba para el ejido propio una iglesia para cada 150 habitantes. La familia de Gutenberg era de clase media alta y por lo tanto sus padres habían podido darle una buena educación. Siendo aún adolescente, le fue dable experimentar junto a su padre y algunos amigos, las consecuencias de la lucha por la obtención de igualdad de derechos para acceder a la magistratura que se pretendía para todos por igual. Ese fue el origen de su primer exilio a Estrasburgo, ocasión en la cual junto a su padre debió separarse de su madre y hermanas

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que permanecieron en Maguncia para cuidar de los bienes de la familia. En Estrasburgo, se ocupó entre otras cosas de enseñar el pulido de piedras preciosas y la fabricación de espejos, mientras en el mayor secreto ya iba realizando los primeros tanteos en procura de solucionar el tema de la impresión como él la concebía: con tipos movibles y ayudado por una máquina construida en madera. Como consecuencia de una amnistía pudo volver a Maguncia en el año 1420 para tener que exiliarse otra vez al poco tiempo, hasta que finalmente, gracias a una gestión de arbitraje de las autoridades de Estrasburgo ante las maguntinas pudo restablecerse la paz concediéndose a los habitantes de origen plebeyo la posibilidad de tener acceso a puestos oficiales en la magistratura. Pero de cualquier modo Gutenberg decidió volver una vez más a Estrasburgo, ciudad en la cual terminó sus estudios, luego de lo cual emprendió un viaje a los largo del Rhein, visitando también Italia, Suiza, Holanda y otras ciudades de Alemania. A su retorno a Estrasburgo, ya completamente decidido a emprender el logro de su idea secreta, se asoció con tres capitalistas para trabajar en “obras de maravillosa y nueva industria”, además de proseguir con sus trabajos de joyería y relojería. Este es el momento en el cual los problemas empezaron a tomar cuerpo y ya no dejarían de acompañarlo. A efecto de adquirir materiales para desarrollar el proyecto, decidió hacer uso de 100 guldens del capital aportado por sus socios, sin hacérselos saber previamente. Descubierto el hecho, ellos comenzaron a presionarlo para que terminara cuanto antes la tarea y así poder empezar a percibir los beneficios de la inversión, además de recuperar el monto gastado. Obsesionado con su idea de no dejar trascender detalles del proyecto, Gutenberg trató de llevar a la larga la satisfacción que les debía, pero no pudo evitar ir a juicio, siendo condenado a pagar una indemnización que debió ser solventada por un pariente. Este desgraciado suceso daría luego lugar a que por primera vez a Gutenberg se le fuera de las manos el secreto de su invención. Sucedió que en los trámites judiciales llevados a cabo, había intervenido un notario llamado Johannes Mentel también conocido como Mentelin, ciudadano de Estrasburgo que se había especializado primeramente como calígrafo e iluminador pasando luego a ser admitido en el cuerpo notarial del obispado de esa ciudad. Hombre sin lugar a duda de mu-

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chas luces, al tomar pleno conocimiento de la materia que estaba en juego, que en verdad para él no era sólo una cuestión de dinero, sino también una que involucraba el posible desarrollo de una invención de la mayor importancia, decidió a su vez hacer suya la aventura y gracias al aporte financiero conseguido con la colaboración de Eckstein, canónigo de la catedral, pudo concretar exitosamente la instalación de un taller que lo transformó en un excelente impresor, que llegó a gozar de tan enorme predicamento que hasta se le adjudicó el honor de haber sido el inventor de la imprenta de tipos movibles. Volviendo a Gutenberg, con todos los materiales de la segunda prensa tipográfica retornó a Maguncia y allí se vio compelido –vaya sorpresa– a cumplir con una promesa de casamiento que tiempo atrás había hecho a una novia llamada Ennelier zu der Iserinthure (Annette de la Puerta de Hierro), quien se transformó en su esposa. y lo seguiría fielmente a lo largo de una vida llena de sinsabores. Como Gutenberg no tenía capital propio, comenzó una desesperada búsqueda de alguien que pudiera ayudarlo financieramente, y para su desgracia, cayó en las manos de Johan Fust, quien le proporcionó 800 guldens iniciales más 300 para compra de materiales, firmándose el respectivo contrato. Tiempo después Gutenberg requirió un nuevo aporte el cual también le fue concedido. Lamentablemente el tiempo transcurrido luego sin que pudiera cumplir con todos los términos del contrato, constituyó causa suficiente para ser llevado nuevamente a juicio perdiéndolo, como consecuencia de lo cual le embargaron el taller. En ese taller trabajaba una veintena de operarios, entre los cuales –a instancias de Fust– había ingresado Peter Schoffer quien dadas sus brillantes condiciones, se transformaría en uno de sus discípulos más aventajados. Pero resultó que Schoffer además de discípulo de Gutenberg, terminó siendo yerno de Fust, ya que se casaría con su hija Cristina, convirtiéndose por lo tanto en socio pleno de su suegro. Esta situación le permitió a Fust “ perfeccionar” el apoderamiento teórico y práctico de la invención y el taller, que le posibilitó a Schoffer comenzar y desarrollar su propia carrera de impresor en la cual alcanzaría niveles de excepción. A esta altura de los acontecimientos Gutenberg entró en un período complicadísimo de su vida, en el cual es muy difícil seguir sus rastros. Le entrega a un impresor de Bamberg llamado Pfister el

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material tipográfico propio original creado en Estrasburgo e imprime la Biblia de 36 líneas que termina en 1458. En 1460 retorna nuevamente a Maguncia donde finalizaría la impresión del Catholicon, tarea sobre la cual también se pondría en duda su paternidad y que contenía el inolvidable colofón tantas veces recordado como manifestación de fe en Dios y en el nuevo arte: “Con la ayuda del Todopoderoso, a cuya señal la lengua de los mudos adquiere la palabra, el que muchas veces revela al ingenuo lo que esconde a los sabios, se ha terminado este hermoso libro, el Catholicon, el año 1460 del nacimiento del Señor, en Maguncia, la altiva ciudad de la nación alemana, a la cual la bondad de Dios, con la gran luz de su espíritu, ha preferido y distinguido de todos los demás pueblos de la tierra, dándoles generosamente este regalo de imprimir. No con la ayuda del estilo o de la pluma, sino con punzones y formas de maravilloso ajuste, de relación y concordancia perfectas. Por ello te ofrezco, Santo Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Señor reunido en tres, para admiración y honor. Y tú, Catholicon, habla en este libro de la gloria de la Iglesia, y no dejes tampoco de admirar a la bondadosa María. A Dios doy gracias”. La proporción ternaria escondida en este texto, es la que sacará a luz Raúl Rosarivo en el Supplementum de Nicolaus de Auximo y en la Biblia de 36 líneas, y que diera lugar al diseño teórico y plasmación práctica de la Divina Proporción Tipográfica, dentro de parámetros diferentes a los delineados por Luca Pacioli en su tan famosa obra La Divina Proporción. Jorge Beristyn a su vez escribió unas páginas luminosas que tituló “¿Es el Catholicon de 1460 obra de Gutenberg?”, con las cuales defendió la adjudicación de su impresión al maguntino. En el año 1462 al encenderse la llamada “Guerra de las Obispos”, Adolfo de Nassau conquista Maguncia a sangre y fuego. Gutenberg había instalado en Eltville un nuevo taller de imprenta con la ayuda de gente que reconocía su genio, y tanto fue su prestigio entonces que hacia 1465 se logró que Alfonso de Nassau en su carácter de Elector lo nombrara integrante de su corte, participando “de un beneficio anual de subsistencias, consistente en 20 moyos de trigo y

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dos odres de vino”. Esto que a los ojos de nuestros días nos puede parecer injusto y hasta denigrante, para aquellos tiempos no era nada raro. Hasta fines del siglo XVIII y principios del XIX el trato que la nobleza le daba a las personas a su servicio en cualquiera de las disciplinas del espíritu en la cual se destacaran, era nada más que un poco mejor que el de cualquier otro integrante con alto cargo dentro de su equipo de servidores. Gutenberg aceptó esta pensión que le ayudaría a sobrevivir hasta el último de sus días de vida, falleciendo el 3 de febrero de 1468, día de San Blas, envejecido, sin la compañía de su esposa e hijos que lo habían precedido, y no sin antes testar a favor de su querida hermana Hebzele, religiosa de la catedral de Maguncia, “ todos los libros que he impreso en Estrasburgo”. El caso es que hasta después de muerto el destino se ensañó con él: fue sepultado en la iglesia de San Francisco de Maguncia en la cual descansó en paz hasta 1742. Ese año los bloques de piedra de las bóvedas se desprendieron y cayeron sobre su tumba. La Compañía de Jesús levantó un nuevo templo que fue bombardeado y demolido en 1793. Con posterioridad las autoridades decidieron nivelar las ruinas y abrir una calle que lleva el nombre de Peter Schoffer. No sé si a la fecha esta situación permanece inalterada. Este apretadísimo resumen de la vida de Gutenberg esconde un sinnúmero de hechos propios y de otros colaterales, que como los que tienen que ver con el destino de la dupla Fust-Schoffer nos llena de asombro. La lucha que ocasionara la caída de Maguncia en manos de Adolfo de Nassau, provocó la diáspora de los operarios del taller original, quienes se esparcieron por otras ciudades alemanas y aún de otros países. Este suceso marcó el inicio de la que llegó a ser amplísima difusión de la nueva técnica de imprimir que resultaría imparable. Es el caso de impresores como Ulrich Zell quien se estableció en Colonia y a su vez fue maestro de William Caxton, o el de los clérigos Konrad Schweynheim y Arnold Pannarz que se instalaron en Subiaco y luego en Roma. Cuando se produjo el desbande de Maguncia, Fust decidió trasladarse a París con el propósito de vender ejemplares de la Biblia de 42 líneas que habían sido terminados por Schoffer. Lo malo de esta idea

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fue que se le ocurrió ofrecerlas como manuscritos para facilitar su venta, y ello le acarrearía dolores de cabeza sin cuento. El hecho era que en el momento de transición que marcó el paso del libro manuscrito al libro impreso, se había generado una resistencia o rechazo a la aceptación del cambio por muy diversas razones: a) la iglesia había vislumbrado de inmediato que esta posibilidad de hacer accesible a un costo sensiblemente menor textos y por ende conocimientos a un número infinitamente más amplio de personas, era peligroso en términos de debilitamiento de la concentración del saber, pese a que ya la creación y multiplicación de universidades era también incontenible. De cualquier modo hay que reconocer que ni lerdos ni perezosos, con una capacidad de adaptación fenomenal a la situación cambiante que era inevitable suponer se afianzaría, el clero terminaría por conformarse con ejercer la potestad de concesión del “imprimatur” o permiso para editar las obras; crear el “index” para incluir en él aquellos libros considerados nocivos para la grey católica, y recaudar fondos mediante la concesión de “bulas de indulgencia” que el mismo Gutenberg también llegaría a imprimir; b) las corporaciones de calígrafos e iluminadores se pusieron en contra, en razón de que a su vez avizoraban que en un plazo más corto que largo el oficio decaería sin remedio. Cuando se piensa en la enorme cantidad de scriptoria conventuales que estaban dedicados de lleno a la elaboración de manuscritos, sin contar los talleres laicos, es fácil suponer que no debía causarles ninguna gracia la posibilidad de su desaparición, y c) la belleza de los manuscritos frente a la multiplicación uniforme de los textos impresos, que no facilitaba la aceptación de éstos, por parte de los grandes señores y prelados de la época. Lorenzo de Medici, por ejemplo, no toleraba el ingreso a su biblioteca de estos productos de la nueva tecnología. Fust llegó a jurar ante sus jueces y sobre las Sagradas Escrituras que las Biblias que ofrecía en venta eran manuscritas. La afirmación, fácilmente rebatible, lo llevó a ser condenado a morir quemado en la plaza pública. Un día antes consiguió que se le otorgara una entrevista con Luis XI, monarca supersticioso como pocos, a quien convenció de que por una razón de conveniencia de estado era mejor que se dejara morir este asunto y no darle al nuevo invento la trascendencia que su muerte seguramente le iba a otorgar. Así fue como logró a

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última hora zafar “misteriosamente” a una muerte infamante. Pero no faltó entre los que lo juzgaron o aportaron una palabra en contra, quienes lo tildaran punto menos que de nigromante, ni el que lo vinculara al legendario Dr. Fausto quien vendiera su alma al diablo… Fust volvería con su mujer e hijos a París, ciudad en la cual los alcanzó la “peste negra” en el año 1466. Durante un tiempo bastante largo por cierto, fue necesario “iluminar” a la manera antigua las grandes iniciales y los márgenes de algunas páginas de los libros impresos hasta que apareció la impresión a dos colores y con ello fue factible ver el rojo y el azul simultáneamente con el negro en la misma página impresa. Sin embargo llegó a decirse que el rojo utilizado en las iniciales era logrado con sangre humana y de ahí que a posteriori se usara la locución “sangrar el texto” cuando se dejaba el espacio en blanco para diseñar la gran inicial o, luego, para imprimirla. Schoffer reinstaló el taller y contrató y formó nuevos operarios, de tal modo que el mismo adquirió nueva vida y siguió editando libros aún después de fallecido, ya que dos hijos y luego varios nietos y sus descendientes siguieron desarrollando las tareas de impresoreseditores llegando hasta fines del siglo XVIII. Justamente Johann, uno de los hijos, declaró en la epístola dedicatoria de su edición de Tito Livio en alemán en 1505 “ que el libro ha sido impreso en Maguncia, donde el arte de imprimir fue inventado en 1450 por Johann Gutenberg y perfeccionado por Johann Fust y Petrus Schoffer”. En Frankfurt los alemanes erigieron un monumento en el cual están corporizados Gutenberg, Fust y Schoffer. Ironías de la posteridad, quienes los despojaron hundiéndolo en un estado de necesidad del cual no pudo recuperarse jamás, comparten el homenaje de su pueblo con uno de los más grandes benefactores de la humanidad. No sé si ese monumento sigue en pie. En el año 1940 se conmemoró en Buenos Aires el quinto centenario de la invención de la imprenta, con una exposición del Libro organizada y dirigida por el Dr. Teodoro Becú y de la cual quedó como recuerdo básico un catálogo que fue impreso en los Talleres Gráficos de Guillermo Kraft Ltda., S., conteniendo una importante Introducción sobre la “Evolución del Arte de la Imprenta” redactada por el Dr. Becú.

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Muchas veces me he preguntado acerca de cuál hubiera podido ser la actitud de un genio del pasado en cualquiera de las actividades del intelecto, ante el desarrollo adquirido al día de hoy por las diversas formas de expresión del arte y la tecnología aplicadas a la evolución, adecuación y satisfacción de las necesidades humanas. Habiendo sido la mayor parte de ellos grandes innovadores que cambiaron radicalmente en cada una de sus especialidades la manera de ver, sentir y hacer de sus predecesores, no pareciera lógico suponer que fueran a rechazar de plano todas las novedades que en estos tiempos en los cuales vivimos se nos ofrecen prácticamente a diario. La reflexión la hago a propósito de la rapidez vertiginosa de los cambios con la cual los medios de intercomunicación y transmisión de textos, de información y de conocimientos nos está invadiendo, sin siquiera darnos tiempo suficiente para ir asimilándolos. Vuelvo por lo tanto al inicio de mi exposición y a Marshall McLuhan: ni la filosofía, ni la ciencia, ni el arte han desaparecido. Algunas disciplinas han crecido por acumulación de conocimientos; otras han evolucionado por cambiar sus maneras de expresarse; otras han perfeccionado sus métodos de investigación y actualización, y sin duda todas son dinámicas en cuanto no cesan en la búsqueda de constituirse para cada cosa, en la expresión de su época. No me atrevo a especular sobre el futuro y sobre todo en torno a la evolución de la forma libro como hoy la conocemos. Hace muchísimos años, leyendo el Prefacio al drama de Víctor Hugo “Cromwell” me quedó grabada una frase que no he olvidado jamás: “ Es muy bello el arte por el arte, pero más bello aún es el arte por el progreso”. Bibliografía Becú, Teodoro. Evolución del Arte de la Imprenta. En: Catálogo de la Exposición del Libro. Buenos Aires: Guillermo Kraft Ltda. S.A., 1940. Becú, Teodoro. Arte del Libro. En: Anales Gráficos. Buenos Aires, 1939. Bechtel, Guy. Gutenberg. París: Fayard, 1992. Bouillet, M. N. Dictionnaire Universel d’ Histoire et de Géographie. París: Librairie de L. Hachette et Cie, 1864. Fontana, José. El Gráfico Moderno. Buenos Aires: Fontana y Traverso, 1930.

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