Inglaterra victoriana

Historia conteporánea. Gran Bretaña. Congreso de Viena. Supremacía económica. Supremacía política. Irlanda

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TEMA 14. LA INGLATERRA VICTORIANA. El Congreso de Viena dio a Gran Bretaña, como botÃ−n de guerra, Malta, Ceilán, las islas Mauricio y Trinidad y la colonia de El Cabo. Sin embargo, la mayor ganancia que allegaron a la Gran Bretaña las guerras napoleónicas fue infundirle un sentimiento de su propio poder, lo que hoy se llama complejo de superioridad, que en este caso puede definirse como mezcla de celo por el honor nacional y de conciencia de los deberes individuales. La aristocracia inglesa, en su lucha contra Napoleón, habÃ−a adquirido el hábito de resolver en cada caso, por su propia iniciativa individual, dificultades insospechadas. La grandeza de Gran Bretaña se debió pues al material humano, al carácter flemático de sus habitantes, que, a pesar del régimen polÃ−tico inglés (que a principios del s. XIX no era democrático ni representativo), superó dificultades que para otras gentes hubieran sido catastróficas (â Inglaterra es uno de los pocos paÃ−ses que no sufre la conmoción de 1848 y que atraviesa sin alterarse la guerra franco-prusiana de 1870. Mientras no peligrase su dominio en los mares, las Islas Británicas se refugiaron en lo que se llamó su “espléndido aislamiento”, y si en 1854 se embarcaron en la aventura de la Guerra de Crimea, en alianza con franceses y turcos contra Rusia, fue por mantener los estrechos, puntos vitales de la seguridad inglesa, alejados del imperialismo zarista. En 1870, cuando la guerra entre Francia y Prusia, la inteligencia de Bismack, dejando ver claro que la ballena británica nada tenÃ−a que temer del bisonte germánico, hizo que Inglaterra se mantuviera al margen de un conflicto en el que la derrota francesa en Sedán y la caÃ−da de Napoleón III fueron un alivio para los ingleses, temerosos de que la navegación a vapor supusiera una tentación irresistible para el emperador francés, llevándole a intentar lo que soñaba Napoleón I: la invasión de las islas. Tan sólo la apertura del Canal de Suez habÃ−a inquietado al gobierno británico, preocupado porque alguna potencia pudiera estrangular aquella nueva vÃ−a que acortaba en semanas la ruta de las Indias. El dominio sobre la cuenca del Nilo y la creación del Sudán anglo-egipcio fueron razones que instaron al jedive a vender a los ingleses sus acciones sobre el canal, dejando bien clara la influencia británica sobre una zona vital para la integridad del Imperio). La historia de Gran Bretaña a lo largo del s. XIX viene enmarcada fundamentalmente por el largo reinado de Victoria I, que se prolongó por espacio de 64 años (1837-1901). En este perÃ−odo, conocido como era victoriana, se desarrolló uno de los momentos más florecientes de la historia inglesa, con el máximo apogeo del imperio, pero también, paralelamente, con la afirmación del régimen democrático parlamentario, la consolidación del liberalismo económico y, en definitiva, la primacÃ−a mundial del paÃ−s en los ámbitos comercial e industrial, de tal modo que Inglaterra se convirtió en el “taller del mundo”. A diferencia de sus antecesores (Jorge III, Jorge IV y Guillermo IV), que nunca se entrometieron en las cosas de gobierno, la reina Victoria participó con sincero interés en la polÃ−tica de su paÃ−s, sin extralimitarse ni forzar resoluciones de los Consejos ni en el Parlamento (â Victoria no fue, como Luis XIV, su propio ministro). Su reinado tendrá dos caracterÃ−sticas fundamentales: supremacÃ−a económica y supremacÃ−a polÃ−tica, lo que convertirá a Gran Bretaña en la primera potencia mundial del s. XIX. • SupremacÃ−a económica El impulso que Inglaterra experimenta durante la era victoriana la convierte en la potencia económica por excelencia de la era industrial. En efecto, la que fue “cuna de la Revolución Industrial” supo aprovechar sus factores favorables (su arraigada tradición mercantil, la existencia de importantes yacimientos de hierro y carbón, su extenso mercado exterior) para llevar a cabo una espectacular expansión de la economÃ−a.

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Los factores básicos de la prosperidad económica británica se basarán en: - Desarrollo de una polÃ−tica económica librecambista, puesta en práctica con la derogación de la Ley del Trigo (Corn Law) a través de la cual los sectores agrarios (predominantes en el Parlamento) mantenÃ−an tarifas aduaneras que hacÃ−an prohibitivas las importaciones de cereales extranjeros, particularmente rusos. Con la derogación de la Ley del Trigo los sectores industriales inflingen un duro golpe a los sectores agrarios, lo que permitió la cristalización de normas librecambistas en el Parlamento de manera que, en 1852, se abole el Acta de Navegación, por la cual se impedÃ−a que barcos extranjeros pudiesen transportar mercaderÃ−as a los puertos ingleses en las mismas condiciones que los nacionales. La supresión de los aranceles favoreció la expansión comercial inglesa, pues atrajo las importaciones de materias primas y productos alimenticios de los que carecÃ−a Gran Bretaña y facilitó la exportación de sus manufacturas. El apóstol de las teorÃ−as del librecambio fue Richard Cobden, elegido miembro de la Cámara de los Comunes en 1841. En 1860 puede decirse que Inglaterra era una nación enteramente librecambista. HabÃ−a sólo 40 artÃ−culos de importación que pagaban derechos de aduanas y más tarde se redujeron a 20. Los productos alimenticios entraban libremente y se importaban de aquellas naciones que los producÃ−an más baratos. â Sistema del librecambio de Adam Smith: 1º) La moneda es sólo un medio de facilitar los cambios de productos. à stos son la única y verdadera riqueza. 2º) Las naciones, como los individuos, por su diferente suelo y clima, tienen su especialidad. Con la división del trabajo se facilitará la “producción”, y con el intercambio todos serán más ricos. Por tanto, impedir el intercambio entre dos naciones es ruinoso (â porque disminuye la riqueza de ambas) e imposible (â porque la prohibición se supera con el contrabando). En una palabra, no se puede ni se debe restringir el comercio entre naciones, como no se puede ni se debe restringir el comercio entre individuos). • Las transformaciones de los medios de comunicación y transporte, tanto marÃ−timos como terrestres, resultaron decisivas en el proceso de la Revolución industrial. Por lo que respecta a las comunicaciones terrestres, los años centrales del s. XIX vieron el desarrollo espectacular del ferrocarril. Tras las primeras pruebas realizadas por Stephenson y su locomotora “Rocket”, en 1830 se inauguró en Inglaterra la primera lÃ−nea de ferrocarril para viajeros, que unió los núcleos industriales de Liverpool y Manchester. • Los numerosos yacimientos de hulla situados al pie de las montañas inglesas (Yorkshire, Lancashire y Nottinghamshire) atrajeron la instalación de nuevas industrias, en especial de la siderurgia (hierro fundido y acero), que tomó el relevo de la industria del algodón como motor del crecimiento económico británico. • El que Gran Bretaña posea la flota mercante más importante del mundo (representa los tres cuartos del tonelaje mundial) supone que su organización comercial tenga puntos clave en distintas partes de los continentes (dominio sobre unos continentes -Australia, Canadá, India- o posesión de unas bases estratégicas -Gibraltar, Malta, Suez, El Cabo, Port Stanley-), al estar respaldada por un vasto Imperio colonial que cumple una doble función: como abastecedor de materias primas y a la vez como cliente de productos manufacturados. En el s. XVIII los ingleses ya mantenÃ−an una actividad comercial relevante con China, pero fue realmente durante el s. XIX cuando este comercio adquirió su máximo esplendor. Gran Bretaña desempeñó un papel mucho más destacado que otros paÃ−ses en el comercio con el imperio chino (â En China se encontraban productos muy preciados por la sociedad occidental, en particular, té y sedas). Las importaciones británicas de té chino aumentaron progresivamente. Por otra parte, no habÃ−a demasiadas posibilidades de exportar productos hacia China, que sólo aceptaba oro y plata en pago por sus sedas, té y 2

porcelanas, lo cual dio lugar a una balanza comercial deficitaria. Frente a esta situación desfavorable, se vio la necesidad de buscar algún producto que pudiera ser introducido en el mercado chino para compensar las enormes cantidades de dinero que eran pagadas en metálico por el té. La solución se encontró en el opio. A comienzos del s. XIX aumentaron rápidamente las exportaciones de barriles de opio hacia China, hecho que favoreció a la economÃ−a inglesa. La estrategia comercial de los británicos consistió en apoyar la conversión de una parte de la sociedad china en toxicómana. Una vez que millones de chinos se volvieron drogadictos, la introducción del opio en China estuvo completamente asegurada. El consumo de opio entre los chinos pronto se extendió como la pólvora. Hay que añadir que gran parte de la sociedad china del momento estaba muy descontenta con la última dinastÃ−a manchú que estaba en el poder hacia finales del s. XVIII (â AsÃ−, los chinos veÃ−an en el opio una forma de evasión y, también, de rebelión contra la autoridad). Los ingleses introdujeron el opio en China a través de la compañÃ−a East India Company que lo trasladaba desde la India. Esta compañÃ−a se transformó en una gigantesca empresa de narcotráfico. Los gobernantes chinos se percataron de la peligrosidad del opio a partir de sus repercusiones negativas sobre los consumidores, ya que era un factor de desorganización social y podrÃ−an volverse peligrosamente contra el poder. Para llegar a eliminar, o en todo caso a reducir, la introducción del opio, el Gobierno chino promulgó edictos que prohibÃ−an el comercio y el consumo de este producto. El comercio y las relaciones diplomáticas entre China y Gran Bretaña se vieron muy afectadas como consecuencia del comercio del opio porque, a pesar de haberse declarado ilegal, los comerciantes continuaban introduciendo clandestinamente este producto, hecho que provocó repetidamente la ira de las autoridades chinas hacia los británicos. Tras infructuosos intentos de negociación a cargo de diplomáticos británicos para solventar los conflictos ocasionados por el comercio del opio, Gran Bretaña declaró la guerra a China en nombre del libre comercio. En esta guerra, denominada la Guerra del Opio (1839-1842), no solamente se enfrentaron chinos y británicos, sino que también participaron en ella norteamericanos, franceses y rusos, quienes en el transcurso del conflicto saquearon todo lo que pudieron de China. China perdió la guerra y con ella la isla de Hong Kong. Debió abrir, además, cinco puertos a los productos ingleses, con tarifas bajas o nulas, y tuvo que conceder extraterritorialidad a los comerciantes extranjeros, como si fueran diplomáticos. • Todo ello se acompaña de una organización financiera muy avanzada, con relación a la del continente, consistente en nuevas prácticas como la utilización del cheque bancario como forma de pago, el desarrollo de las sociedades anónimas y por acciones y la exportación de capitales mediante préstamos a gobiernos de otras naciones, o por exportación de maquinarias o instalaciones de fábricas en paÃ−ses extranjeros. Mediante la exportación de capitales se buscó evitar el exceso de capital dentro de sus fronteras, lo cual podÃ−a provocar un descenso en la tasa de interés o también la superproducción de artÃ−culos que el mercado interno no lograse absorber, lo que va en perjuicio de la economÃ−a. Sin embargo, no todo fueron aspectos positivos, pues conllevó graves problemas para muchos ciudadanos: el llamado coste social de la Revolución industrial. Progreso económico y precariedad social fueron las dos caras de una misma moneda. El liberalismo económico habÃ−a facilitado la creación de inagotables fuentes de riqueza, pero a costa del sacrificio de la clase trabajadora. La desigualdad que esto habÃ−a engendrado era escandalosa: a mediados del s. XIX se estimaba que unas 7.000 familias poseÃ−an el 85 % de la renta nacional. El destino del proletariado industrial era infrahumano. Se admitÃ−a con la mayor tranquilidad la existencia de unas clases pobres como tributo a unas ineluctables leyes económicas. El industrialismo era la fuente de creación de un capital para el que la fuerza de trabajo era una factor 3

irrisoriamente barato y sujeto, como cualquier mercancÃ−a, a la ley de la oferta y la demanda. Y asÃ−, durante años del perÃ−odo victoriano, el trabajo en las minas, en los telares y en la siderurgia hizo de hombres, mujeres y niños verdaderos esclavos del sistema. Este era el espÃ−ritu de una época preocupada por la riqueza material y por la organización puramente mecánica de la sociedad. No resulta, pues, extraño que en Inglaterra naciera el movimiento obrero (cartismo) del que posteriormente saldrÃ−an el laborismo, uno de los pilares fundamentales de la vida polÃ−tica británica moderna. (â Fue en Londres donde Carlos Marx ideó la primera teorÃ−a económica concebida desde el punto de vista de los desheredados ante las espantosas condiciones del capitalismo, creado al amparo del liberalismo económico, “El manifiesto comunista” de 1847). En las circunstancias descritas, la rebaja de unos peniques en 1842 en el jornal de los trabajadores provocó el estallido. En muchas localidades, los obreros se amotinaron negándose a trabajar. A partir de entonces se iniciará el lento camino de las reivindicaciones. Un estado de opinión, al que contribuyeron en gran medida las novelas de Dickens y de Disraeli, los folletos de Carlyle y los poemas de Elizabeth Barrett Browning, sacudió la conciencia nacional, descubriendo la realidad social a las clases cultas, estimulándoles el deseo de reforma social. ¿Una nueva sensibilidad? En alguna manera sÃ−, más también el temor creado por el movimiento obrero cartista a una insurrección social. Poco a poco, los factores citados, unidos a las reformas electorales democráticas de 1867 y 1884, que aumentarÃ−an la influencia de la clase trabajadora, determinarÃ−an un cambio en la actitud del estado. AsÃ−, en 1847 se promulgarÃ−a la Ley de Diez Horas para el trabajo de mujeres y niños; en 1850 se prohibió el trabajo a menores de diez años; en 1867 las reformas electorales de Gladstone significaron un reconocimiento a la personalidad de los marginados; en 1860 se acepta el principio de la legislación industrial; en 1871 se permitió el derecho de asociación de los obreros, creándose los sindicatos, las primeras Trade Unions; en 1874 se fijó la jornada laboral en 56 horas semanales; de 1875 es la Ley de Sanidad Pública, encaminada a mejorar las condiciones higiénicas de los barrios bajos. El problema social no es ya un problema individual, sino un problema polÃ−tico que tenderá a desplazar a los restantes. • SupremacÃ−a polÃ−tica Su supremacÃ−a polÃ−tica se basará en el desarrollo del liberalismo polÃ−tico, llevándose a cabo durante este perÃ−odo una serie de reformas polÃ−ticas y sociales que consolidaron el sistema liberal, democrático y parlamentario. Ya antes de la entronización de Victoria en 1837, dos importantes reformas habÃ−an iniciado la transformación del marco polÃ−tico británico: la igualdad para los católicos (1829) que les permitÃ−a ocupar puestos en el Parlamento, y la primera reforma electoral (1832) que permitÃ−a la redistribución de distritos electorales para la elección de miembros de la Cámara de los Comunes (â A principios de siglo, los grandes propietarios y los obispos ocupan la Cámara de los Lores, nombrados directamente por el rey; en ella residÃ−a el poder judicial supremo con capacidad de vetar las disposiciones aprobadas por la Cámara de los Comunes. Esta última, si bien teóricamente estaba integrada por diputados elegidos de forma democrática, a la postre sus miembros no diferÃ−an en mucho de los de la Cámara de los Lores: los diputados se elegÃ−an por distritos electores que representaban el estado de la población de tres siglos antes. De esta manera, los Lores querÃ−an mantener estos anacrónicos distritos electorales, enclavados dentro de sus señorÃ−os, porque les permitÃ−an elegir allÃ− diputados a su gusto y conveniencia. Con la reforma de 1832, la Cámara de los Comunes deja de ser un monopolio de los terratenientes para convertirse en el órgano en el que se oye la voz de las ciudades y la industria). El régimen polÃ−tico británico en la era victoriana estaba centrado en la figura de la reina y del Parlamento, el cual estaba integrado por dos fuerzas polÃ−ticas, los antiguos partidos Tory y Wigh denominados, a partir de este reinado, como partidos conservador y liberal respectivamente.

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Las principales figuras polÃ−ticas durante el primer perÃ−odo del reinado eran Peel (conservador) y Palmerston (liberal), y durante la segunda mitad del s. XIX fueron J. Disraeli (conservador) y Gladstone (liberal). Aún siendo el partido conservador el defensor del proteccionismo como sistema económico y gerente del sector agrario, a la muerte de Peel será Disraeli, en 1867, quien comience a gestionar el librecambismo como sistema económico y una nueva reforma al sistema electoral vigente desde 1832. La reforma del sistema electoral de 1867 consiste en duplicar el número de electores incorporando al sistema a los obreros especializados que puedan demostrar la posesión de una casa o, en su defecto, el pago del alquiler de la misma, y redistribuir los distritos electorales concediendo un mayor número de electores a las ciudades industriales en detrimento de la aristocracia competitiva. ¿Por qué son los conservadores los que impulsan la ampliación del censo electoral? Varias explicaciones: creencia de Disraeli de que los obreros ingleses son conservadores; iniciativa de Gladstone aceptada por Disraeli; presión social tenaz. Este nuevo sistema llevó a que en las elecciones de 1868 ganaran los liberales que continuaron con el sistema reformista preconizado por los conservadores con el fin de no perder las elecciones. Será durante el mandato de Gladstone cuando se reconozca, por ley, a los sindicatos (1871), el derecho al voto secreto (1872) y a la enseñanza primaria pública. Esta última medida se verá frenada por la actitud de la Iglesia anglicana, que se opuso al desarrollo de las escuelas del Estado. La crisis económica de 1873 y el enfrentamiento con la Iglesia anglicana serán los causantes de la vuelta de los conservadores al poder. Disraeli se volcará durante el decenio siguiente (1874-1884) en la polÃ−tica exterior impulsando la expansión del Imperio. El regreso de Gladstone al poder (1884-85) traerá consigo la segunda reforma de la ley electoral durante el reinado de la reina Victoria, con la ampliación al derecho de voto del campesinado. El cuerpo electoral se verá ampliado de 3 a 5 millones de votantes, quedando privados aún más de dos millones de ciudadanos de este derecho (â La ley rehúsa conceder voto a los hijos que viven con sus padres y a los criados. El voto femenino no llegó hasta 1911, siendo Australia y Nueva Zelanda las pioneras -Inglaterra, en su avance hacia la democracia, fue a la zaga de las colonias con autogobierno-). Inglaterra inicia en 1886 una etapa de dificultades económicas y sociales, bajo los conservadores, que se mantienen en el gobierno hasta 1906. En definitiva, podemos observar que, en los primeros años del reinado, es numerosa la presencia en las Cámaras de la nobleza terrateniente; luego, pierde potencia a favor de la burguesÃ−a de negocios de las ciudades; hasta 1874 no entran los primeros diputados obreros en la Cámara de los Comunes. • El Imperio británico Gran Bretaña fue en el s. XIX la primera potencia marÃ−tima del mundo. No existÃ−a un paÃ−s que la igualara en este ámbito. Los navÃ−os británicos y los productos que transportaban invadÃ−an el mundo. Durante el reinado de Victoria I el Imperio contaba con una población cercana a la cuarta parte de la mundial, y una quinta parte del mundo estaba gobernada desde Londres. Los británicos consideraban imprescindible el control de los mares. De ahÃ− que en todas las rutas poseyeran enclaves estratégicos como Gibraltar, Malta, Chipre, Adén (en la actual Yemen), ZanzÃ−bar, Hong Kong, Ceilán, etc. Los territorios que estaban bajo su poder se extendÃ−an por todos los continentes habitados. En Asia poseÃ−an, entre otros, paÃ−ses tan extraordinarios como la India (en 1858 el gobierno de la India 5

quedará bajo la directa autoridad de la corona inglesa y su Parlamento). En Ôfrica entendÃ−an que era fundamental la zona del canal de Suez, por lo que decidieron imponer su autoridad en Egipto (conquista de Sudán), y también afirmaron su presencia en Rhodesia del Norte (hoy Zambia), Rhodesia del Sur (actualmente Zimbabwe), Unión Sudafricana (â La colonia de El Cabo era holandesa en su origen. Los boers eran los descendientes de los primeros fundadores. Cuando los ingleses se instalaron en la zona, los boers holandeses se trasladaron al otro lado del rÃ−o Vaal (Transvaal), al NE de la actual República Sudafricana. La invasión de este territorio por los ingleses en busca de minas de oro originó una guerra entre ambos grupos de colonos (1899-1902) que terminó con victoria inglesa). En América, Canadá se convirtió en un granero del Imperio. En OceanÃ−a, Australia y Nueva Zelanda eran los dominios británicos más destacados (â A principios del s. XIX eran casi desconocidas y sólo servÃ−an para deportar criminales. A partir de 1820, el descubrimiento de minas de oro estimuló la inmigración inglesa). Ningún otro Imperio aventajó en extensión al británico. Gran parte de los 33 millones de km² de su imperio se debieron a la prontitud con que se iniciaron sus conquistas, cuando el resto de Europa aún estaba en sus prolegómenos. • El problema de Irlanda Irlanda fue durante la época vitoriana el único reducto del mundo que consiguió crear serias dificultades al poderÃ−o británico. En esta isla, poblada por más de 8 millones de habitantes, el rencor de los irlandeses contra los ingleses tenÃ−a varios siglos de antigüedad, desde el s. XVII, cuando fue conquistada por Cromwell. Campesinos en su mayor parte, los irlandeses habÃ−an sido privados de sus tierras y, a cambio, debÃ−an pagar altos arrendamientos a los propietarios ingleses y, siendo católicos, habÃ−an estado privados de muchos derechos, estando obligados a pagar el diezmo a la Iglesia anglicana. Los irlandeses carecÃ−an de toda autonomÃ−a polÃ−tica pues, a raÃ−z del Acta de Unión (1801), la isla era gobernada por el Parlamento del Reino Unido. Para los irlandeses los problemas polÃ−ticos, económicos y religiosos se concretaban en un solo problema, creando un estado de violencia permanente (â El sentimiento autonomista irlandés se alimentaba del recuerdo de los agravios cometidos en la época de Cromwell, y se encendÃ−a con la defensa de la religión católica y de su lengua nacional gaélica; las crisis de los años 40, y especialmente las hambres de 1845, que obligaron a casi la mitad de los irlandeses a emigrar a EEUU, convirtieron la situación irlandesa en un verdadero polvorÃ−n). En 1857 se crea en ParÃ−s una sociedad republicana, “Fenier”, cuyo fin era luchar por la independencia de Irlanda. Debido a la presión ejercida por esta sociedad secreta, en 1867 el Parlamento hizo algunas concesiones como eximir a los irlandeses del pago del diezmo a la Iglesia anglicana. Pero la crisis de los 70 vuelven a provocar una situación dramática en un paÃ−s que seguÃ−a siendo rural, sin desarrollo industrial. Los irlandeses encuentran un lÃ−der en Parnell, terrateniente protestante nacido en Irlanda, quien dirige la lucha por la autonomÃ−a con partidas armadas en el campo y con obstrucción parlamentaria en la Cámara de los Comunes. En 1886, el primer ministro Gladstone intentó conceder la autonomÃ−a a Irlanda; la oposición inglesa a esta medida fue tan fuerte que debió renunciar a la idea pero, a cambio, los irlandeses obtuvieron algunas ventajas menores como fueron la ayuda estatal que recibieron para comprar tierras y convertirse en 6

propietarios, y la facultad de elegir Consejos locales quitando a los propietarios ingleses el dominio de la Administración local. La cuestión de Irlanda provocó la caÃ−da del gobierno Gladstone, sucediéndole el partido conservador en la persona de Salisbury.

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