Israel versus Palestina: un conflicto interminable? Factores y perspectivas *

Israel versus Palestina 131 CONFERENCIAS Israel versus Palestina: ¿un conflicto interminable? Factores y perspectivas* Joseph Hodara Agradezco al

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CONFERENCIAS

Israel versus Palestina: ¿un conflicto interminable? Factores y perspectivas* Joseph Hodara

Agradezco al Instituto Matías Romero su cordial presentación, en la que se mencionan mis significativas contribuciones al análisis de los problemas mexicanos y en general a la indagación de las teorías del desarrollo que han presidido la trayectoria de América Latina desde 1945. Ignoro si son significativas, pero de seguro son provocativas e incluso irritantes para algunas personas e instituciones. No es accidental que uno de mis libros editados por El Colegio de México (Prebisch y la CEPAL) no haya merecido la atención que acaso debió suscitar. A veces pienso que está inserto en una especie de “Index” secular —texto prohibido— hasta nueva noticia. Y en esta conferencia no alteraré mi ánimo provocador al esbozar las gruesas líneas de un conflicto que gravita, desde hace un siglo, en la formación y el desenvolvimiento del Medio Oriente contemporáneo. No procedo así por el placer narcisista de marchar a contracorriente. Se trata de una convicción; creo que el papel de cualquier estudioso es molestar, alterar el sentido común, desviándose de este modo de ideas ya establecidas e institucio*Conferencia pronunciada en el Instituto Matías Romero de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el 27 de agosto de 2002 (versión revisada por el autor).

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nalizadas. El acto de pensar y revisar involucra riesgos y costos, y en el caso de algunos regímenes totalitarios —felizmente no se trata ni de México ni de Israel— determina la vida y la muerte de quien se arriesga. El tema que hoy nos preocupa —y agradezco a este generoso público su presencia y atención— es el choque entre dos culturas, algo más que las divergencias ideológicas y los combates militares entre dos pueblos, y algo menos que la simplista hipótesis de Huntington. Ciertamente, el choque cultural se manifiesta en la actualidad también con expresiones armadas, como ya observamos en la agresión estadunidense a Iraq, con terrorismo suicida que se sacramentaliza de diferentes maneras, y con asesinatos que las dos partes se propinan mutuamente. Y, lo que es peor aún, este choque, alimentado desde el exterior y también por poderosas fuerzas internas, podría expandirse peligrosamente si el arsenal de recursos no convencionales irrumpe en la región. Escenario temible que podría abrirse en los próximos cinco años, considerando la capacidad nuclear de Israel y de Irán, y las divergencias de sus proyectos estratégicos. No seré objetivo por una razón muy sencilla: la objetividad no existe. Ni Dios la tuvo al gestar —si así lo creemos— este mundo con sus vicios y males difundidos. Somos inexorablemente selectivos debido a la estrechez de nuestra mirada. Sólo aspiro a ser equilibrado, lo cual es simultáneamente fácil y difícil. Fácil porque puedo conducirme como investigador con alguna justificada irresponsabilidad, sin temer el castigo o la reprobación. En pocas semanas retorno a mi país (Israel) y no concibo ni anticipo que algún político o diplomático me condene o exilie por mis apreciaciones. Ventajas de la libertad intelectual. Pero es también difícil por cuanto se trata de un tema que contiene múltiples aristas y enciende fuertes emociones. Confío

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en la tolerancia de esta audiencia y en su capacidad para asimilar las punzantes ideas que habré de presentar. Basta de preliminares. Plantearé desde ahora varias hipótesis de trabajo que ampliaré en el tiempo acotado que está a mi disposición. —La primera: Palestinos e israelíes actúan en las cavernas (en el sentido platónico) y bajo la sombra de un pánico existencial. —La segunda: El conflicto armado es en este momento funcional y provechoso para ambas partes y, por lo tanto, se mantiene y prolonga. Más claramente: la paz es, en las presentes circunstancias, disfuncional, es decir, envuelve riesgos y peligros tanto para los palestinos como para los israelíes. La guerra ayuda a encubrirlos o a esquivarlos. —La tercera: El conflicto es en principio soluble si existiera alguna dosis importante de racionalidad, pero el equilibrio indispensable e incluso el sentido común son brutalmente castrados por la ardiente religiosidad y por la teología política que norma a las partes. Emociones, más que argumentos, guían a Yasser Arafat al igual que a Ariel Sharon; y debemos entender el peso de las fantasías colectivas para descifrar los actos de estos dos líderes. El conflicto no implica sólo intereses terrenales; se conjuga en las catacumbas de la metafísica y de la metahistoria. —La cuarta: Cualquier solución al conflicto emanará de un trauma colectivo, que repetirá en otras versiones las catástrofes padecidas por ambos pueblos en otras circunstancias. Con inefable ilusión pienso que un trauma podría dar lugar a un retorno de la racionalidad en la región y a una reconciliación política y cultural a través de concesiones dolorosas para las partes. Ya ha acontecido en la historia universal.

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Primera hipótesis Refiere el pánico existencial que pesa sobre israelíes y palestinos. Atiendan la expresión: pánico implica un arrebatador sentimiento de angustia, y se vincula forzosamente con nuestra finitud mortal. Ya el filósofo Kierkegaard subrayó que la filosofía posee algún sentido únicamente cuando considera esta angustia que alude a la muerte como la vivencia más personal y solitaria de los seres humanos. Fuimos arrojados a este mundo sin saber por qué y para qué; y nos despedimos de él —ya lo anota el Talmud— a viva fuerza, sin que nuestra voluntad sea consultada. Esta intrínseca finitud puede ser también colectiva. El pánico recorre a Israel y Palestina como realidad y como fantasma. ¿Cuál es su origen? Entre los israelíes, el Holocausto. Y entre los palestinos, la Nakba o catástrofe que los pulverizó en 1948. Dos acontecimientos que representan mitos fundacionales, que alimentan la identidad y las reacciones reflejas de estas dos colectividades. El Holocausto Nadie puede negar el supremo Mal que anida en este suceso. Se produjo físicamente en Europa, aunque para los judíos la civilización occidental entera es culpable, por comisión u omisión, de esta tragedia que desgajó un tercio del pueblo. Debe decirse que incluso los israelíes descuidaron hasta 1960 su importancia histórica y moral. Se llegó a decir que la solución final concebida por los nazis constituía una evidencia más de la verdad del sionismo. Fuera de Israel —se profesaba— ni los judíos ni el judaísmo pueden sobrevivir. En los años sesenta ocurre, sin embargo, un cambio cualitativo; empieza la nacionalización del Holocausto. Esta catás-

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trofe se convierte en parte integral de la identidad israelí. Más aún, sirve de puente entre los israelíes y los judíos que prefieren vivir en la Diáspora. Se gesta así una mitología mancomunada que atesora una desconfianza primaria respecto a todas las naciones. Se llega a esta conclusión, misma que, si no la interiorizamos, apenas podremos comprender las reacciones desmesuradas de Jerusalén: Israel únicamente puede confiar en sus propios recursos y, para sobrevivir en este universo darwinista, todas sus actitudes son legítimas y ningún país —especialmente los europeos— posee autoridad moral para oponerle reservas. Algunos líderes israelíes tradujeron esta postura en una impunidad estructural. Desde esta perspectiva, las protestas de las Naciones Unidas o de la diplomacia internacional son impertinentes cuando no hipócritas. La sensación de absoluta soledad, de vulnerabilidad total, condujo a Ben Gurión y a Simón Peres a colocar en secreto las bases de la capacidad nuclear israelí, único recurso —pensaron— contra la hostilidad del entorno y el aplastante crecimiento demográfico árabe. La víctima fue así interiorizando el lenguaje del verdugo, sin llegar —esto es indudable— a los abusos brutales de este último. Ciertamente, la narrativa —como toda historia oficial y nacional de carácter pedagógico— refleja y refuerza estas convicciones. Por ejemplo, muchos ignoran que Eichmann —uno de los cerebros de la liquidación física de los judíos— visitó Israel (entonces Palestina) en 1936 y fue bien atendido por los líderes del sionismo. Incluso, un futuro primer ministro (Levi Eshkol) radicó en Berlín hasta 1939 a fin de conseguir y alimentar amables relaciones con los nazis. Por otra parte, el memorial a los judíos europeos asesinados se vincula cronológica y retóricamente a los caídos en las guerras de Israel. Muerte y heroísmo convergen en la pedagogía colectiva del colectivo israelí. Mencioné que este pánico existencial se apoya asimismo en el crecimiento demográfico exponencial de la población ára-

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be y palestina, incluyendo especialmente a los árabe-israelíes. Éstos ya representan 20% de la población israelí; son mayoría en Galilea; y si inician un proceso de colaboración —o al menos de solidaridad y entendimiento— con los palestinos, Israel y los territorios ocupados albergarán a una población en la que los judíos se convertirán en hostilizada minoría. Escenario que empuja a la derecha israelí radical a profesar alguna modalidad de “transferencia”, esto es, la expulsión solapada o brutal de los árabe-israelíes a Jordania o a cualquier otro país árabe. Por supuesto, las suspicacias y la relativa marginalidad de los ciudadanos árabe-israelíes no implican por fuerza que apoyan la causa palestina. La mayoría de ellos consideran a Arafat un dictador corrupto y anticipan que el Estado palestino, si y cuando se forme, no institucionalizará las modalidades de la democracia. Procuran por lo tanto proteger sus derechos en Israel valiéndose de los recursos parlamentarios y de las libertades que el país donde viven les confiere. Un tercer factor abona el pánico existencial. Israel es un conjunto de fracciones, sostenidas por una identidad cuasi tribal. Carece de Constitución, y hasta el momento no ha determinado cuáles son sus fronteras. Las tensiones culturales entre los religiosos no sionistas y los sionistas, entre los inmigrantes y los veteranos, entre los que asumen cargas militares y los que las eluden con el amparo de la ley llegan a puntos de franca ebullición. En más de una oportunidad se ha insinuado la posibilidad de una guerra civil, y el asesinato de un primer ministro (Itzhack Rabin) fue resultado de una violencia interna que diferentes fracciones cultivaron. Violencia que crece en los últimos años por obra de una distribución altamente regresiva del ingreso, por la extendida desocupación (algo más de 10% de la población activa) y por la presencia de trabajadores foráneos (casi 300 000), que en su gran mayoría se han instalado ilegalmente en el país.

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La Nabka ¿Qué ocurre del lado palestino? Como ya mencioné, la catástrofe de 1948 inicia y sostiene el pánico existencial. De 500 000 a 800 000 personas fueron entonces desplazadas de sus hogares. Algunos emigraron por propia voluntad, especialmente los ricos y los encumbrados líderes políticos; el grueso fue expulsado por las tropas israelíes. Sólo Jordania asimiló una porción de ellos; el resto medra hasta hoy en los campamentos de refugiados en condiciones desoladoras. La memoria colectiva palestina, modelada por la Nakba, adquiere caracteres sombríos al comprobar repetidamente dos hechos: de un lado, la aplastante superioridad militar y tecnológica de los israelíes; del otro, la indiferencia, cuando no la franca hostilidad, de algunos países árabes en lo que concierne a la formación de un Estado palestino. El apoyo que reciben en la Liga Árabe es más retórico que real, o bien se limita a una ayuda financiera (el caso de Arabia Saudita y de Iraq) que persigue en rigor otros propósitos. Como los israelíes, también los palestinos padecen una soledad existencial. Y la colaboración de hecho de las naciones árabes a la brutal iniciativa de Bush reconfirma la suspicacia palestina. La fraternidad no existe en las relaciones internacionales y regionales, especialmente cuando golpea intereses sectoriales. La angustia se complica por el creciente debilitamiento de Yasser Arafat, por su resistencia a cualquier reforma institucional capaz de reducir la corrupción de los líderes palestinos, por la indigencia de las mayorías, y por el ascenso imparable del Hammas —desprendimiento de los Hermanos Musulmanes—, que aspira a instalar una entidad política normada por las leyes religiosas (Sharia). También ellos temen una conflagración civil.

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Conflagración que podría acontecer —paradójicamente— al levantarse el Estado palestino. La historia comparada de las revoluciones y de los nacionalismos nos indica que los sacrificios colectivos son tolerables cuando la meta final (el cambio mesiánico o la soberanía indiscutible) aún no se materializa. Pero ya alcanzada, se inicia un proceso de institucionalización (de “rutinización carismática” dirán los sociólogos), que pone al descubierto las distorsiones y las falsas promesas de la ideología cuando se ajusta a los apremios de la realidad. Estados Unidos, Francia, Rusia han conocido este desencanto. ¿Por qué habrán de eximirse los palestinos? Me he extendido en la explicación de la primera hipótesis pues tomaré algunos de los elementos ya formulados para explicar con brevedad el alcance de las otras.

Segunda hipótesis El conflicto entre israelíes y palestinos se mantiene, como ya señalé, porque es funcional, trágicamente útil para ambos bandos. Si los dos pueblos padecen de una identidad escindida, si el liderazgo que los preside sufre una creciente deslegitimación política y moral, si una guerra interna, civil y cultural los acecha, entonces el enfrentamiento hostil con el “otro” rebaja o al menos disimula los quebrantos internos. La amenaza recíproca obliga a postergar la solución de dilemas internos. Los palestinos perciben que la elite gobernante en Ramallah rivaliza con la de Gaza, y que ambas practican la corrupción sumiendo en la miseria a las mayorías (el ingreso personal diario es de dos dólares). Pero la agresión israelí los apremia a guardar la solidaridad colectiva. Por otra parte, Israel puede justificar la ausencia de una Constitución, que define el carácter y la identidad del Estado, y

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dilatar la fijación de fronteras, argumentando que la hostilidad palestina y árabe impiden estas decisiones. La curación de las rupturas internas es así transportada al largo plazo que se extiende sin cesar. La paz es peligrosa para líderes como Sharon y Arafat. No forma parte de la formación personal que experimentaron ni de la vocación que se impusieron. Una paz genuina los constreñiría a una metamorfosis que pondría de manifiesto la ineptitud personal y estructural que los distingue. Actúan a remolque del tiempo. No pueden desvincularse del pasado primario que los formó. Por añadidura, una paz pondría al descubierto la resistencia de judíos y palestinos que viven fuera de la región, a colaborar enérgicamente, con sacrificios personales, tanto en Israel como en Palestina. En un contexto de guerra, unos y otros ofrecen aportes financieros y propagandísticos. Si la paz se institucionalizara, establecerían límites, si no fin, a sus compromisos, y se asimilarían sin reservas a las culturas donde viven. Además, una paz duradera frenaría el proceso de militarización que permea ambas partes; forzaría un cambio de elites, y las hoy dominantes no tienen interés en este viraje. En suma, ni Arafat es Mandela ni Sharon es De Gaulle o De Klerk. Carecen del raro talento de la concesión y de la flexibilidad. Sólo mencionaré, al margen, que Castro sí poseyó la habilidad de forjar una revolución y reconstruir un país sin traicionarse sustancialmente. Caso excepcional.

Tercera hipótesis Alude al predominio de la teología política. Si el conflicto palestino-israelí fuera racional, habría lugar para mutuas concesiones, para un cálculo equilibrado de ganancias y pérdidas. No es

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así. Los principios religiosos norman el enfrentamiento; la negociación es casi un acto pecaminoso; el culto a la muerte y las fantasías escatológicas vencen al amor a la vida. Y la violencia mutua se sacramentaliza en nombre de alguna categoría trascendente. Hay que reparar en lo que ocurrió en Taba en enero de 2001. Clinton y Barak ofrecieron a Arafat 90% de Cisjordania, Gaza en su integridad, una porción territorial egipcia y la posibilidad de instalar la capital del Estado palestino en los suburbios de Jerusalén oriental. Arafat no aceptó el ofrecimiento. Un acto de ceguera sólo explicable en términos de una teología política altamente irracional, pues un sencillo cálculo político y demográfico debió conducirlo en otra dirección. Por ejemplo, aceptar las porciones territoriales y las facultades que se le ofrecieron, y confiar en que en menos de 20 años, con las ventajas de la explosión demográfica, pondría en jaque a Israel. Por otra parte, no tomó en consideración que el Parlamento israelí jamás habría aprobado la fórmula conciliatoria de Clinton-Barak, en cuyo caso los israelíes habrían sido acusados de no querer la paz, además de que Arafat debió pensar que, si los parlamentarios israelíes hubieran aceptado la reconciliación, no sólo la demografía palestina habría actuado en su favor, sino la caprichosa opinión internacional. No es temerario imaginar que, en menos de 20 años, habría conseguido lo que la fórmula Clinton-Barak no le procuraba en Taba. Sin embargo, categorías religiosas o irracionales le vedaron una sabia decisión. Cuando la teología política manda, la memoria colectiva nos traiciona. Carece de límites. Se desborda. La convivencia demanda una porción de olvido. El memorioso —para recordar al inolvidable personaje borgiano— es incapaz de aprender; está congelado por los recuerdos que mastica obsesivamente. Recuerdos y reproches que se traducen en distancias sin reme-

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dio. Israelíes y palestinos son rehenes infortunados de la excesiva y caudalosa memoria histórica. Los imperativos de la teología política gravitan no sólo en países económicamente rezagados. Véase el caso de Bush. Un impulso moralizante (“el eje del Mal”) alimenta una cruzada contra Iraq. Impulso que se combina con el interés de controlar fuentes de hidrocarburos antes de que se reduzca su utilidad como fuentes energéticas. Y después de Iraq, Estados Unidos podría continuar en Corea del Norte, o en Irán, o en cualquier otro país que considere “pecaminoso” por desviarse del evangelismo estadunidense. Tendencia que también afecta a Israel. El “Cuarteto” (Estados Unidos, Rusia, Europa y la ONU) podría exigir a Jerusalén el desmantelamiento de su poder militar no convencional, y materializar esta exigencia con la fuerza bélica. De momento, Estados Unidos e Inglaterra se limitan a demandar algún tipo de arreglo entre israelíes y palestinos, a fin de no antagonizar a todo el mundo árabe. Pero en cualquier caso, una agresión para desmantelar el Mal quiebra la racionalidad de la jurisprudencia internacional, y desnuda el interés de países hegemónicos en articular un orden global en nombre de una hipócrita moralidad.

Cuarta hipótesis Sólo un trauma de considerable magnitud podría alterar el curso del conflicto. Cuando el primer ministro Rabin fue asesinado creímos ingenuamente que este desastre nos obligaría a entrar en razón. Nos dijimos: “el magnicidio muestra que la desintegración de la sociedad israelí es fatal e irrefrenable, a menos que entendamos por fin que la conquista de territorios palestinos es perversa y nos divide, que nuestro problema no reside

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en Cisjordania sino en nosotros mismos, medra en nuestra propia casa”. Pero nos equivocamos. El trauma fue parcial y el tiempo ya lo evapora. ¿Qué debe ocurrir entonces para que la racionalidad retorne? Nunca se ha hablado tanto como en los últimos meses de una guerra total entre israelíes y palestinos. Y la “transferencia” de la población árabe-israelí —tema tabú o prohibido en los tiempos del rabino Kahane— se debate hoy holgadamente, sin reservas significativas. Así se especuló que el gobierno israelí aprovecharía “la neblina de guerra” que la agresión estadunidense a Iraq crearía, a fin de ajustar cuentas con Arafat y desmantelar la plataforma del perverso terrorismo suicida. Por otra parte, el bando palestino no deja de insistir en la necesidad de una “guerra santa”, en “arrojar a los judíos al mar”, y en el carácter “imperialista” de la entidad sionista. Un argumento que refuerza las convicciones de la derecha nacionalista israelí. El recurso a la violencia no convencional (biológica, química o nuclear) ya no es inimaginable. Imagen que gesta acciones desesperadas. Contrariamente a la perspectiva y a la prognosis del sionismo, Israel se ha convertido en el lugar del mundo menos seguro para los judíos; no debe sorprender por lo tanto el aumento de la emigración israelí a Estados Unidos y a Europa. Por su parte, entre los palestinos, la fracción cristiana se ha reducido de manera considerable, y los musulmanes que pueden, buscan hogar en otros rincones. Todos temen un desastre; no se vislumbran salidas razonables o apacibles. Esta conciencia de una catástrofe inminente —o el acaecimiento de un horroroso trauma— puede conducir paradójicamente a la paz. Recuérdese el caso europeo. Francia y Alemania libraron guerras terribles en los dos últimos siglos; también Estados Unidos, Japón y China protagonizaron crueles enfrentamientos. Sin embargo, franceses, alemanes, estadunidenses, chinos y japoneses ensayan en la actualidad diversas modali-

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dades de convivencia, ponderando no sólo la inutilidad de las experiencias bélicas vividas sino los riesgos que la tecnología militar de hoy arrastra. Con esta misma perspectiva cabe anticipar que las heladas relaciones entre Estados Unidos y Europa continental, propiciadas por la iniciativa bélica en Iraq, habrán de corregirse en el futuro. La madurez política y los intereses nacionales fincados en la globalización habrán de acarrear una sonriente reconciliación. Percibo claramente que mis planteamientos son pesimistas. Vivimos y observamos una tragedia genuina, lacerante, en Medio Oriente, que nos indica los riesgos y las crueldades que nacionalismos mal concebidos y peor aplicados pueden aparejar. No disimulo que también quiero incitar a la reflexión con estos señalamientos algo filosos. Las preguntas y las reservas efervescentes a lo que expuse serán bien acogidas. También ustedes deben arriesgarse. Muchas gracias.

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