ISSN Breve historia de los niños y los libros 1. Por Ana Carolina López (Río IV, Cba.) Resumen

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ISSN 469-0414

Breve historia de los niños y los libros 1 Por Ana Carolina López (Río IV, Cba.)

Resumen

El presente artículo constituye un recorrido histórico por las narrativas que se ofrecieron a los niños a lo largo de la historia, deteniéndose en la noción de infancia que acompaño a cada una de ellas. Se sostiene que en la llamada “Literatura Infantil”, el peso de lo “infantil” y de lo que se consideró apropiado, necesario y posible de ser publicado para niños, limitó la posibilidad de que se desarrollaran propuestas verdaderamente literarias. Sin embargo se recogen algunas obras que a lo largo del tiempo pudieron sortear tales escollos y generar tanto una tradición como una relación posible entre los niños y la literatura. Palabras clave: Historia de la Literatura Infantil- Literatura – Infancias

Estableceremos un breve recorrido histórico que tiene por objetivo tematizar el carácter de las narrativas destinadas a los niños, en relación con las particulares maneras de mirar la infancia que se fueron definiendo a través del tiempo. Elegimos referirnos a las narrativas, sean éstas de transmisión oral, publicaciones o más recientemente producciones cinematográficas; evitamos utilizar en el recorrido teórico la referencia a la literatura pues la presencia de la misma en los productos destinados a los niños es cuanto menos controvertida. A lo largo de la historia es claramente identificable que durante mucho tiempo al hablar de Literatura Infantil, el segundo término tuvo un peso considerablemente mayor al primero. Esto es, si los autores consideran que sus libros deben estar ‘adaptados’ al lector, y miran a éste de una manera particular, posicionándose además en un para qué escribir a los niños, el carácter literario de la obra queda relegado, por no ser la preocupación fundamental.

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El presente artículo es un resumen del marco histórico de un proyecto de Tesis de la Maestría en Literatura para Niños, de la Universidad Nacional de Rosario: “El humor como recurso para la transgresión. Un análisis de Matilda, de Roald Dahl”. Es por eso que el recorrido histórico privilegia la producción europea, principalmente la anglosajona.

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ISSN 469-0414 Si a lo dicho le sumamos la disyuntiva que suele plantearse entre los relatos populares y las publicaciones que tradicionalmente circularon entre los sectores más acomodados, podemos entender lo complejo que resulta hablar de una literatura para niños. Por lo expuesto, se expone aquí un rastreo de las distintas narrativas destinadas a los niños o apropiadas por ellos que configuran una tradición, para establecer un comienzo a esta reconstrucción se tomó la publicación en 1652 del Orbis Pictus, de Comenio, considerado el primer libro ilustrado con destinatario infantil. A partir de allí y durante los dos siglos siguientes puede reconocerse la presencia bien diferenciada de una doble vertiente: Por un lado aquella que se asocia al libro impreso, con una fuerte carga moralizante o educativa y que se destinó a los sectores más pudientes, al menos hasta la extensión de los sistemas educativos a comienzos del siglo XX. Por otro, aquella narrativa popular que circuló oralmente durante mucho tiempo, o en ediciones sencillas y económicas vendidas en el mercado, que más tarde encontró su expresión en el folletín y posteriormente en el cine. Ambas líneas, con sus encuentros y sus desencuentros configuran una tradición que llega hasta hoy.

Los comienzos: libros para formar el juicio En un contexto de desestructuración del feudalismo, la sociedad comenzó a reacomodarse. Humanistas de renombre como Erasmo y Vives dedicaron parte de su obra a la educación de los más pequeños, de modo que fueran iniciados tempranamente en la piedad y en las lecturas religiosas, arguyendo lo importante de esta tarea en pos de la construcción de un nuevo orden social. La nueva burguesía comenzó entonces a ver a los niños como un sinónimo del porvenir y destinaron para ellos modos específicos de socialización, alejándolos de la comunidad para ser relegados en colegios; esto impuso el comienzo de la separación entre el adulto y el niño y por consiguiente el nacimiento de una especialización de lo infantil, los libros que se destinaban a la educación de los niños eran religiosos o de buenos modales, que enseñaban a vivir como buenos cristianos contando historias de niños mártires. Es en ese contexto que Amos Comenio publica el Orbis Pictus, reconocido como el primer libro ilustrado para niños, la marca de este nacimiento se signa así por una preocupación didáctica y va a acompañar el recorrido de todas las publicaciones infantiles hasta nuestros días.

También en la vertiente de los cuentos de transmisión oral, los niños recibieron toda una serie de textos en los que la virtud era recompensada y la mala acción recibía un castigo, acentuándose el carácter formador de dichos textos a medida que el público que accedía a ellos elevaba su estatus Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 social. En Francia, en 1697 aparecen los Cuentos de Mamá Oca, Historias o cuentos de tiempos pasados con moraleja). Las narrativas destinadas a los niños nacían para formar el juicio débil de los que no tenían voz propia.

Libros para los buenos ciudadanos de la república Con el tiempo, la burguesía fue consolidándose como grupo social poderoso, con un estilo de vida que giraba en torno a la familia, su cuidado y protección. Esta progresiva privatización de la vida es el ámbito en el que el vínculo con la infancia de modifica, el ginebrino Jean Jacques Rousseau (1712/ 1778) publica en 1762 su Emilio, que constituye la expresión de una nueva forma de mirar al niño; aunque transgresora en su tiempo por liberal, sin embargo muestra cierta continuidad con la visión anterior; en la educación prevista por Rousseau no caben los cuentos de hadas, fuente de supersticiones y tendencias, plenos de significados provistos por la cultura. El niño es inocente por naturaleza, cuya razón no está formada y por lo mismo es un ser débil al que hay que rodear de las condiciones necesarias para su desarrollo, sin embargo, quien decide esas condiciones es una vez más el adulto, que encarna la sociedad y cuyo acompañamiento responde a las supuestas necesidades del niño, así, la pedagogía acudió a establecer nuevos dispositivos de control y socialización de la infancia a la vez que instituyó la espontánea inocencia de los niños; la naturaleza se opuso a la sociedad y fue vista como la única fuente posible de virtud y de bondad, en ella era posible gestar un hombre nuevo, lejos de las rémoras feudales.

La época se tiñó de publicaciones en las que había una fantasía sujeta a un estricto control pedagógico, donde los personajes eran debidamente buenos o malos, el cambio de paradigma sobre la infancia no fue entonces a favor de la calidad literaria de los relatos, tampoco a favor de aquellos a quienes las publicaciones iban dirigidas; aun contemplando al niño como un ser lleno de pureza y de virtud, la asimetría en el vínculo con los adultos seguía tan fuerte como antes, por lo que escribir para ellos significaba alentar esa virtud de modo de orientarlo hacia ideales por la sociedad fijados.

Libros en el siglo de oro de la literatura infantil Los albores del siglo XIX

comienzan con un panorama que profundiza

lo que se venía

describiendo:

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ISSN 469-0414 A partir de la Revolución francesa, las ideas de libertad, igualdad y fraternidad conmovieron las conciencias y contribuyeron al derrumbamiento de las sociedades cortesanas. En el marco de las relaciones contractuales privilegiadas por el Estado liberal, la categoría de infancia siguió desempeñando una función de discriminación entre las clases sociales y los sexos, ya que únicamente en el pasado siglo las clases medias y altas tuvieron infancia y, en consecuencia, formas específicas de socialización. Adultos y «niños» de las clases populares, mujeres y hombres, pasaron a engrosar el ejército del trabajo. Convertidos en fuerza de trabajo de un mercado laboral, los trabajadores de distinto sexo y edad se vieron convertidos en mercancías, en cosas, que podían ser objeto de compraventa. Los pequeños trabajadores sufrieron también las penurias y la dureza de las interminables jornadas de trabajo como si se tratase de adultos en miniatura.” (Varela, 1986). Las expresiones populares, sin embargo, corrieron otra suerte en la esfera de la cultura. En un contexto en el que la sociedad aspiraba a quitarle poder a la monarquía, surge un movimiento que reivindica lo popular: el Romanticismo.

Este movimiento cultural se opuso al racionalismo

iluminista que había prevalecido hasta entonces, empuñando la bandera de la libertad e inspirándose en la naturaleza y en el pasado, así, buscó sus raíces en los cuentos populares y surgieron autores como los Hermanos Grimm en Alemania, que los recopilaron con espíritu científico, cuidando de no realizarle modificaciones; Andersen en Dinamarca y Afanasiev en Rusia son otros ejemplos, ninguno de estos autores se propuso escribir para niños, sin embargo éstos se apropiaron de las historias.

Los libros que se publicaron en esta época exclusivamente para la infancia eran, en todos los casos, aventuras en donde la pedagogía había asegurado sus intervenciones. La tendencia educativa se mantuvo durante todo el siglo XIX y como fruto de la exageración de los preceptos que buscaban inculcarse nació, involuntariamente, el primer libro de humor para niños. Heinrich Hoffman, (1809/1894) un médico alemán dispuesto a escribir e ilustrar un libro apropiado para sus hijos, intentó reflejar las consecuencias que los niños podían sufrir por sus malas acciones, sin embargo el resultado no fue el esperado porque tanta era la exageración de los castigos que sufría el protagonista debido a su inobservancia de las normas que no podía generar otro efecto que la risa. Así, Struwwelpeter o Pedro Melenas, publicado en 1844, fue recibido con mucho éxito, pero más allá de esta involuntaria excepción, los libros para niños hasta mediados del siglo no se ocuparon de los intereses de los niños, quienes adoptaron textos que no habían sido escritos para ellos como la Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 compilación de los ya citados Grimm, o Robinson Crusoe publicado en 1719 por Daniel Defoe o Los viajes de Gulliver en 1726, escrito por Jonathan Swift. Antes bien, los que se escribieron específicamente para ellos continuaban con su carga moralizante.

Entre tanta publicación didactizada, un inglés inaugura una tendencia que luego generaría una sólida tradición en relación con el humor transgresor de las formas, Edward Lear publica en 1846 The book of nonsense (El libro del absurdo), en el que retomando la antigua tradición inglesa de publicar rimas para niños y abecedarios en los Hornbooks, los modificó para crear absurdos y poemas con rimas disparatadas. El humor daba los primeros pasos en los libros destinados a público infantil parodiando y subvirtiendo antiguas costumbres, así se “inauguró un nuevo y verdadero género literario: el infantil, continuado posteriormente por Lewis Carroll, que produjo en Inglaterra la denominada edad de oro de la literatura infantil.” (Garralón, 2001).

Desde mediados del siglo XIX, Inglaterra atravesó un período signado por profundos cambios en el plano económico y político, que tuvieron su correlato tanto en la literatura que circuló entonces como en la mirada sobre la infancia y los libros que se le destinaron; en plena Revolución Industrial la situación de Inglaterra aparecía al mundo como muy próspera. El aumento de la producción vino de la mano con el crecimiento demográfico veloz de las ciudades, el enriquecimiento refinamiento de la burguesía y el hacinamiento y la sobreexplotación de los menos favorecidos; en este marco, una doble moral se vuelve el sello característico de la época, la huella del Romanticismo en la infancia profundiza el deber de resguardo del niño indefenso al que se lo protege y se lo aísla, los libros pensados para ellos siguen siendo en general modelos de virtud y objeto de las enseñanzas más diversas, conforme se van extendiendo las preocupaciones y los dispositivos para el cuidado y la protección de la infancia. Graciela Montes llama el “mito del Inocente” al conjunto de prácticas y discursos en torno al niño y plantea que es la expresión de la doble moral de fines de siglo. “El adulto se siente obligado a “proteger” esa inocencia y entonces aísla al niño, y al aislarlo lo obliga a permanecer en ese limbo y lo fuerza mediante la represión y el castigo a no desviarse de la imagen artificial que para él ha elaborado… Al mismo tiempo, el mito del Inocente en su pequeño reino les servía a los victorianos para expurgar, simbólicamente, su culpa social, la de los niños hacinados en las ciudades niños que trabajan en las minas o en las fábricas textiles en condiciones oprobiosas, desnutridos, sin ninguna legislación que los proteja”. (Montes, 2001). Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 Como si esa situación hubiera necesitado de una vía de escape, en la segunda mitad del siglo XIX proliferaron escritores que se consagrarían definitivamente y que son la expresión del espíritu de la época. La literatura anglosajona, por ejemplo, vio nacer a Charles Dickens, Lewis Carroll, Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling, Arthur Conan Doyle y Oscar Wilde, que en sus narraciones dieron cuenta ya de las estrictas formas victorianas, ya de su doble moral, ya de las aventuras en tierras lejanas que habilitaba el expansionismo de la época.

Es tan extensa significativa la

influencia de todos ellos que cada uno merecería un apartado. Nos referiremos brevemente a aquellos en los que el humor se constituyó como un elemento central de su escritura.

El caso de Oscar Wilde (1845/1900) se encuentra entre los más destacados. Cuentos como "El crimen de Lord Arthur Saville", actualmente publicado en colecciones juveniles, son una muestra de sus corrosivas opiniones sobre la clase alta británica. Su ingenio y sus agudas y lúcidas observaciones ponían más de una vez en jaque a sus contemporáneos, se publicaron también para niños algunos de sus cuentos: "El príncipe feliz", "El gigante egoísta" y "El ruiseñor y la rosa", por ejemplo. Otro caso paradigmático de la época es el de Charles Ludtwige Dogson, o Lewis Carroll (1832/1938), quien tanto en la forma como en el contenido logra exhibir las contradicciones de la época, en un relato pleno de razonamientos que conducen a las conclusiones más absurdas y donde el humor permite poner en cuestión ciertas costumbres británicas y suspender la creencia en las categorías que ordenaban la manera de mirar la realidad; un tercer caso merece nombrarse es el de Saki (Héctor Murno, 1870/1916), que mostró con maestría personajes que exhibían la doble moral victoriana en una prosa llena de sátira, parodia e ironía; su prosa encuentra antecedentes en el estilo con el que Jonathan Swift había escrito dos siglos atrás, al igual que él, Saki desnuda las formas rígidas y convencionales de sus contemporáneos, en sus cuentos, los niños tienen una presencia especial que desnuda del mito del Inocente en un contrapunto interesante con aquellos relatos protegidos y edulcorados que se destinan a la infancia. Por supuesto, él no escribe para niños en su época, aunque afortunadamente en la actualidad hay editoriales que lo reeditaron y lo acercaron a ellos, la irónica narrativa de Roald Dahl recuerda bastante al estilo de Saki, especialmente por la fingida inocencia y formalidad con la que el narrador ejerce su función ideológica.

Marcela Carranza señala: “Estos niños están muy lejos de la figura idealizada de inocencia y bondad. Son niños vengativos, fabuladores y crueles para con los adultos, su odio está dirigido especialmente a Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 las mujeres que tienen a cargo su cuidado. Los niños de Saki aman la violencia y se sienten sofocados por aquellos que pretenden domesticarlos a su antojo. Estos niños, como pequeños salvajes, irrumpen desarticulando las reglas y los discursos con que los grandes se esfuerzan en someterlos. El narrador de los cuentos de Saki no disimula su confabulación con estos personajes infantiles dispuesto a disfrutar de los sabotajes al orden adulto.” (Carranza, 2010).

La literatura anglosajona de Norteamérica también expresa las inquietudes de fines de siglo. Herman Mellville (1819/1891) refleja viajes y aventuras en el mar, en medio de la codicia y la venganza. Samuel Langhorne Clemens, el célebre Mark Twain (1835/1910), por su parte, recupera la larga tradición de libros de niños mártires y escribe con un genial sentido del humor Historia del niñito bueno, Historia del niñito malo, en 1865. En estos relatos, el niño que desea imitar a los mártires termina indefectiblemente muriendo, y el malo llega a ser diputado nacional, rico y exitoso, cuando en 1885 publica Huckleberry Finn, es muy cuestionado por aquellos escritores que buscaban inculcar en los jóvenes la moral y las buenas costumbre; la crítica de estos sectores disparó las ventas y lanzó al éxito a Twain, al igual que ocurre con Saki (y exceptuando a Carroll), los grandes escritores de esta época no escribían para niños, sin embargo ellos terminaron apropiándose de estos relatos. En un tiempo en el que la lectura era en muchas ocasiones un acto familiar compartido no fue de extrañar que las narraciones hayan cambiado de dueño.

La paulatina extensión de los sistemas educativos comenzó a finales de siglo y por lo tanto el público que accedía a diferentes formas de narrativa se incrementó, las publicaciones que acompañaban los periódicos proliferaron y en las clases menos acomodadas las escenas de lectura eran compartidas por grupos de adultos y niños, lo cual sin duda facilitó el conocimiento de estas historias por parte de estos últimos; por otra parte el discurso pedagógico se consolidó y la educación de la infancia pasó a ser una preocupación esencial, especialmente a partir de la implementación de la obligatoriedad escolar. Los libros que se publicaban para niños (a diferencia de aquellos como los de Carroll, Twain o Lear) reflejaban las inquietudes educativas y se estimula a los escritores a escribir novelas pedagógicas, sus libros contienen personales obedientes y buenos y en sus tramas el bien triunfa sobre el mal por la actuación de valores como la honestidad y la perseverancia. Podemos citar aquí dos conocidos ejemplos: Corazón, publicada en 1878 por Edmundo de Amicis (1846/1908) y Pinocho, publicado en 1883 por Carlo Collodi (1826/1890). Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 También ingresan en ese conjunto aquellas novelas escritas para niñas, como Mujercitas, Anne of the Green gables (1913) y Daddy-Long-Legs (Papaíto piernas largas) en 1912, en ellas también se refleja lo que la sociedad espera de las mujeres: una actitud emprendedora e independiente a tono con los roles que comienzan a intentar conquistar.

Narrativas despuntando el siglo XX El panorama en los albores del siglo pasado se diversificó aún más de lo que venía ocurriendo. Por un lado se continuó con la línea de escritores que se dirigían al público infantil y juvenil con la intención de formarlos. Por otro lado, el nacimiento del cine posibilitó el traslado de muchos relatos a este nuevo formato. En las producciones para niños la novedad se expresa también en el surgimiento de Disney y la industria del entretenimiento. Por último, libros con una intención literaria continúan apareciendo, aunque es menor su producción en las primeras décadas del siglo XX. Merece la pena mencionar uno de ellos, que combina una suerte de épica popular con un lenguaje lleno de sátira e ironía. Se trata de La guerra de los botones, publicada por el francés Louis Pergaud (1882/1915).

La novela narra un conflicto bélico entre adolescentes y niños de dos pueblos

cercanos, conflicto que se resuelve con piedras y palos y cuyo botín son los botones y tirantes de la ropa de los caídos. No obstante, el verdadero enemigo de ambos bandos son los adultos, padres y maestros, que se ven retratados como seres aplastados por la costumbre, que hacen abuso de su autoridad para esconder la monotonía y sinrazón de sus prácticas. El libro comienza con una cita de Françoise Rabelais que anticipa el tono en el que está escrito: “No entréis aquí jamás, hipócritas, beatos, viejos camanduleros, gazmoños, mojigatos…” (Pergaud, 1982). En diálogo con los libros apropiados que se publican para los niños, el propio autor señala en su prefacio: “¡Malditos sean los pudores (todos verbales) de una época castrada que, bajo su manto de hipocresía, con harta frecuencia no huelen más que a neurosis y a veneno! … He querido reconstruir un instante de mi vida de niño, de nuestra vida entusiasta y brutal de salvajes vigorosos, en lo que tuvo de franca y heroica, es decir, liberada de las hipocresías de la familia y de la escuela. Se comprenderá que, frente a semejante tema, me haya sido imposible limitarme al vocabulario de Racine.” (Pergaud, 1982).

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ISSN 469-0414 La obra de Pergaud, de la cual los niños se apropian aunque no fueron sus principales destinatarios, es una muestra de cómo el humor puede expresar la transgresión y los paradigmas diferentes en cuanto a la mirada sobre la infancia. Se advierten formas diferentes de ver el mundo que atentan contra los libros que proponen una mera evasión o una sobreprotección de los niños y de lo que se considera apto para ellos.

La industria del entretenimiento En la vereda del frente de lo dicho en apartado anterior, se encuentra una serie de producciones que comienzan a ser de consumo masivo y que rápidamente se esparcen por todo el mundo. Ya desde el siglo XVIII escribir para niños venía siendo un negocio, con la aparición del cine en los albores del siglo XX, la infancia asiste a un nuevo distractor: las industrias Disney; en efecto, en el mismo momento en que el mundo mira a Charles Chaplin y su crítica al mundo capitalista en Tiempos modernos (1936), Disney Entertainments se posiciona definitivamente como una empresa dedicada a la producción en serie de ficciones animadas para niños, utilizan los relatos recopilados por los hermanos Grimm y otras novelas de autor como Pinocho y Alicia en el país de las maravillas, y despojándolas de sus matices originales, las simplifican y las lanzan al mundo, en donde son recibidas por un número infinitamente mayor de niños; niños proyectados a priori despojados de sus diferencias culturales, destinatarios homogéneos carentes de posibilidades de comprensión estética, son a la vez destinatarios y productos de un mercado de la fantasía, puesta al servicio del consumo y la evasión.

Libros en tiempos de cambio: de la posguerra al Mayo Francés Luego de la segunda guerra mundial, siguió un período de reconstrucción que se tradujo en una escasa variación de los libros que se ofrecían, siempre teniendo en cuenta la producción europea. De esta época provienen dos obras de amplia difusión en nuestros días: en primer lugar, la del irlandés CliveStaple Lewis (1893- 1963), muy conocido por sus Crónicas de Narnia, publicadas entre 1951 y 1956; en los libros, pensados para niños, se observa una imagen de la infancia como redentora y llena de pureza, los personajes, honestos, leales y valientes, tienen toda suerte de aventuras; en segundo lugar, John Ronald Reuel Tolkien (1892/1973), quien fue un profesor británico estudioso de los mitos, tejió un universo completo de relatos y de lenguas que rescatan el pasado anglosajón combinándolos con invenciones propias, que no fueron pensadas para un público infantil. Las batallas del bien contra el mal se dieron lugar desde su primer novela, El Hobbit (1937) y El Señor de los Anillos (1954). Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 Según observa Garralón: Tolkien rechazó los análisis simbólicos e incluso políticos de sus libros al defender una literatura sin pretensiones. No tuvo la misma postura que su colega C. S. Lewis, quien optó deliberadamente por una literatura como medio de redención religiosa y moral. (Garralón, 2001).

En consonancia con las discusiones que se dan en el período se difunde el trabajo de la sueca Astrid Lindgren (1907/2002) que publica historias que le contaba a su hija y que se ríen de los buenos modales y a la estricta educación que reciben los niños, su novela Pippi Calzaslargas, publicada en 1945, presenta a una niña alegre, independiente y divertida que sobrevive en el mundo sin padres, haciendo uso de una enorme fuerza y destreza física y un estado de ánimo optimista. En la misma época que se publica Pippi, se da a conocer un libro del que se apropiarán niños y jóvenes y que estremece al mundo: La alemana Anna Frank, de once años, en su doble papel de víctima y héroe, de escritora y de niña que en su propio relato es escrita, deja testimonio de un encierro que vive con su familia durante dos años, escapando de la persecución que los nazis hacen de los judíos; en 1947 apareció la primera versión del Diario, cuyo contenido plagado de reflexiones aportó otro punto de vista acerca de las percepciones y la riqueza de experiencias de las que puede dar cuenta un niño.

Paulatinamente, comenzaron a publicarse para niños libros que intentaban abandonar la tendencia moralizante, donde los argumentos muestran un mundo que ya no está tan pleno de certezas, donde los seres humanos protagonizan guerras y situaciones injustas y donde los adultos no muestran ya tantas posibilidades de jactarse de saberlo todo, aparecen por entonces algunas historias escritas para niños por autores que no venían del campo; en 1952 el argentino Julio Cortázar (1914/1984) escribe para los hijos de un amigo su "Discurso del oso", diez años más tarde el relato es incluido en Historias de cronopios y de famas (1962), derribando una barrera entre las publicaciones de niños y de adultos.

El humor y una mirada más atenta de la infancia se cuela de la mano de algunos escritores que son referentes de las vanguardias, y que escriben para niños extendiendo también a ese terreno la experimentación propia de la época, es el caso de francés Jaques Prevért (1900/1977), quien publica su Cuentos para niños no tan buenos, donde relata historias que a veces remiten a los cuentos populares, otras a las fábulas, en todas ellas presente el absurdo, el humor negro y la burla. Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 Los protagonistas son animales oprimidos y enjaulados que narran historias de injusticias y absurdos mostrando las contradicciones en el mundo de los humanos. Prevért no muestra en sus narraciones un interés formador, más bien contemplan en esos relatos la posibilidad de deconstruir los discursos aprendidos, compartiendo con sus lectores la mirada que tienen sobre el mundo y las relaciones humanas. No se advierten en sus textos rasgos moralizantes ni infantilismos innecesarios. Por el contrario, la ironía que esconden las situaciones planteadas permite nuevas lecturas. Así, en Escenas de la vida de los antílopes, puede leerse, por ejemplo: “En África, hay muchos antílopes; son unos animales simpáticos que corren muy rápido. Los habitantes de África son los hombres negros; pero también hay hombres blancos. Aunque están de paso, los hombres blancos hacen negocios y necesitan que los hombres negros los ayuden; pero los hombres negros prefieren bailar en vez de construir carreteras o líneas de ferrocarril, porque es un trabajo muy duro para ellos que a veces los mata. Cuando llegan los blancos, muchas veces, los negros se escapan, entonces los blancos los atrapan con lazos y los negros se ven obligados a construir el ferrocarril o la carretera. Los blancos los llaman ‘trabajadores voluntarios’." (Prévert, 2010).

O bien, en El elefante marino, combinado absurdo e ironía: “El elefante marino no sabe hacer otra cosa más que comer peces, pero es algo que hace muy bien. Parece ser que, antiguamente, había elefantes marinos que hacían malabarismos con armarios, pero resulta imposible saber si es verdad... ¡Ya nadie quiere prestar el suyo para comprobarlo!” El armario podría caerse, el espejo romperse y eso sería muy costoso; porque al hombre le gustan mucho los animales, pero le tiene más cariño a sus muebles.” (Prévert, 2010). Otros ejemplos pueden nombrarse: el norteamericano Ray Bradbury escribe "La niña que iluminó la noche" en 1955 y Umberto Eco, "Los tres astronautas" en 1966. Años más tarde, a comienzos de los '70, Ediciones de la Flor genera un catálogo que reúne estos escritos hechos por aquellos que escribían "para adultos", publicando también a Clarisse Lispector, Guy des Cars entre otros; estos corrimientos de fronteras son propios de las rupturas de una época que apuesta a nuevas definiciones; la mitad de siglo en un contexto de Guerra Fría está signada por profundos cuestionamientos, se observan entonces movimientos sociales que expresan una mentalidad cambiando. En los años ’50 el rock’n roll busca ‘desacartonar’ y cuestionar imposturas que Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 considera anquilosadas, los jóvenes se apropian de un espíritu de rebeldía que los lleva a ser los protagonistas de la época y que culminan con una revuelta que se convertirá el signo de la época: el Mayo Francés.

El movimiento mencionado es muy importante en términos de producción de narrativas para niños, ya que los debates de la época contribuyen a renovar el repertorio de los temas y enfoques de las mismas, comienza asimismo una preocupación específica por lo literario; sumados a las ya conocidas críticas a los libros que alentaban la moral y las buenas costumbres, aparecen también aquellas que repudiaban una actitud de protección excesiva de los niños, construyendo para ellos ficciones propias de un mundo libre de conflictos donde jamás aparecían la muerte, la vejez, la injusticia. Muchos autores apuestan por complejizar la mirada del mundo mostrando sus contradicciones; las discusiones teóricas referidas a la infancia se diversifican. Sumada a la ya conocida crítica a una infancia tutelada, aparece otra de corte político: la infancia colonizada por la llamada “literatura de masas”.

En esta línea, Ariel Dorfman (1942) y Armand Matelart (1936) publican en 1972 Para leer al pato Donald. Este ensayo denuncia a los personajes de Disney en general y a las historietas de Donald en particular de contener referencias directas que permiten aprender y reforzar valores capitalistas. El texto, muy cuestionado en su tiempo por alertar contra el idílico y en apariencia inocente mundo Disney, es significativo además porque contiene referencias interesantes que permiten deducir un nuevo modo de mirar la infancia. “Esta narrativa, por lo tanto, es ejecutada por adultos, que justifican sus motivos, estructura y estilo en virtud de lo que ellos piensan que es o debe ser un niño… Por medio de estos textos, los mayores proyectan una imagen ideal de la dorada infancia, que en efecto no es otra cosa que su propia necesidad de fundar un espacio mágico alejado de las asperezas y conflictos diarios… Así, el grande produce la literatura infantil, el niño la consume. La participación del aparente actor, rey de este mundo no-contaminado, consiste en ser público o marioneta de su padre ventrílocuo. Este último le quita la voz a su progenie; se arroga el derecho, como en toda sociedad autoritaria, a erigirse en su único intérprete. La forma en que el chiquitito colabora es prestándole al adulto su representatividad. … Sin embargo, se trata de un circuito cerrado:

los niños han sido gestados por esta literatura y por las

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ISSN 469-0414 representaciones colectivas que la permiten y fabrican, y ellos …presienten la naturalidad de su comportamiento y acatan felices la canalización de su fantasía en un ideal ético y estético que se les aparece como el único proyecto posible de humanidad. Esa literatura se justifica con los niños que esa literatura ha engendrado: es un círculo vicioso.” (Dorfman y Mattelart, 2002). En línea con el pensamiento de la época, los libros editados para niños que pertenecen a una visión más crítica de lo social comienzan a versar sus argumentos sobre diversos problemas sociales: la incomunicación, la desconfianza, la aceptación de las diferencias, la búsqueda de la paz, denuncias contra el autoritarismo y las convenciones sociales; en todos se advierte una necesidad de toma de consciencia y un fuerte tono de denuncia, son los libros que surgieron en los años '70 y '80 y que pueden englobarse en lo que se denomina realismo crítico. A esta generación de escritores pertenece el trabajo de los alemanes Úrsula Wofel (1922/2014) y Peter Härtling (1933), la austríaca Christine Nöstingler (1936) y el francés Tomi Ungerer (1931) -por nombrar algunos de los que hoy circulan en las librerías de nuestro país-, tematizan las relaciones humanas, especialmente las familiares, dan cuenta de una sociedad que reestructura sus vínculos, con personajes cuyo crecimiento en el plano psicológico que ve reflejado a lo largo de la trama, permitiendo cambiar la manera en cómo afrontan las dificultades.

En Alemania, la producción de obras realistas se extendió y consolidó, esto produjo una controversia con la literatura fantástica, acusada de facilitar la evasión; en ese país, uno de los escritores más representativos fue Michael Ende (1929/1995) cuyas historias fueron muy cuestionadas en un contexto en el que los libros debían contener una crítica social. Momo (1973) y La historia interminable (1979), dos de sus publicaciones más famosas, continúan vigentes en los catálogos actuales; si bien no fueron pocas las críticas que recibió, sus libros distan de ser alienantes. En las novelas que se mencionan los niños son protagonistas y de ellos se destaca su valor intuitivo, su sensibilidad y su mente abierta, lo que los convierte en los únicos héroes posibles en el mundo moderno, ambas obras poseen una riqueza literaria que las sitúa más allá de todo tiempo, e interpelan continuamente desde sus fantásticos argumentos, la condición humana.

Libros y nuevas prácticas familiares

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ISSN 469-0414 En términos del contexto, es importante referenciar que en esos años se asiste a la agudización y posterior caída del Estado de Bienestar en Europa, como así también al derrumbe del Muro de Berlín (1989), los relatos modernos exhiben sus quiebres y las narrativas recorren las preocupaciones emergentes. A nivel de relaciones familiares, la mujer gana más independencia y se afirma su presencia en el mundo laboral y el uso de anticonceptivos se extiende en Europa posibilitando la planificación de los nacimientos; el niño que nace en las capas medias y altas de la sociedad, tiene la posibilidad de nacer como niño deseado y buscado, el Estado se ocupa más de él en términos de salud y nutrición y la escuela profundiza su rol socializador; en este contexto, el mercado alienta un discurso de protección de la niñez, que va perfilándose como un potencial sujeto de consumo. El niño deseado, vuelto niño deseante, es constantemente tematizado, especialmente por el lugar que ocupa en la trama familiar y social.

En 1989, la expresión reglada de estas preocupaciones de expresa en la firma de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, que es vinculante y obligatoria en todos los estados, en ella se establece al niño como sujeto activo de derechos, a la vez que se ratifica lo ya expuesto en la declaración de 1924: el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento.2

El detalle no es menor, porque el mismo ser que es depositario de la mayor de las reivindicaciones, ese niño cuyo interés es superior, sigue siendo pensado desde su incapacidad y definido por la negativa: lo que no tiene, lo que le falta; esto expresa una visión presente en la sociedad que hace de esa falta el justificativo de una relación asimétrica que alcanza todos los órdenes y que se vuelve por momentos completamente arbitraria. Es interesante recordar que la banda británica Pink Floyd graba en 1979 el álbum The Wall, cuyo tema "Another brick in the Wall" denuncia el autoritarismo y la hipocresía en la relación entre adultos y niños. La película que lleva el mismo nombre del álbum se estrenó en 1982 y constituye un símbolo internacional de la época.

Respecto de las publicaciones para niños y siempre en relación al vínculo entre adultos, niños y jóvenes, Ana Garralón señala que:

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Convención Internacional de los Derechos del Niño, (Preámbulo), Resolución 44/25, de 20 de noviembre de 1989

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ISSN 469-0414 En los años ochenta se abandonó el tono dramático... En Europa, los escritores no se sintieron obligados a dar salidas morales a sus lectores …[e incluyeron argumentos en los que se reflejaba]la incapacidad de los adultos a ocuparse incluso de ellos mismos, la soledad de los niños y el egoísmo de uno padres confundidos, incapaces de educar a sus hijos." (Garralón, 2001). Son escritores representativos de la época la ya mencionada Cristine Nöstingler, la sueca María Gripe (1923/2007) y el británico Roald Dahl (1916/1001). Repasaremos brevemente una obra de cada uno de ellos: En el año 1975, y luego en 1980 se publica Konrad, o el niño que salió de una lata de conservas; en él, Cristine Nöstingler cuenta la historia de una mujer alejada del estereotipo (artesana, de atuendos estrafalarios, afecta a la comida chatarra y con un marido borrado de la historia) que recibe por correo un niño en lata, listo para hidratar y disfrutar, el niño en cuestión, Konrad, resulta ser una creación de una fábrica que los diseña y los programa a la perfección para ser obedientes, correctos e inteligentes. Llena de extrañas situaciones, la novela parodia la relación entre padres e hijos. María Gripe, por su parte, publica en 1982 El abrigo verde, entre muchas otras novelas destinadas a los jóvenes. Narra la historia de Fredrika, una adolescente que no encaja con las expectativas que su madre tiene de ella. Un día su mamá le compra un abrigo igual al que tiene otra chica que es un referente para su madre. Hay un cambio en Frederika y una búsqueda de su propia identidad frente a una madre y un entorno que tienen mandatos que resultan vacíos. Por último, en 1982, Roald Dahl publica Cuentos en verso para chicos perversos (en inglés, Revolthing Rhymes) el cual constituye una parodia los tradicionales. Los textos que son objeto de parodia no son los relatos originales, sino aquellas versiones recortadas y edulcoradas difundidas durante el siglo XX. El libro cuestiona a quienes usaron los libros infantiles como fórmula de alienación y colonización de la infancia, difundiendo la imagen de un niño dócil, puro e inocente evadido de su realidad. “Si ya nos la sabemos de memoria, dirán,/ y sin embargo de esta historia/ tienen una versión falsificada,/ rosada, tonta, cursi, azucarada,/ que alguien con la cabeza un poco rancia/ consideró mejor para la infancia.” (Dahl, 2008). Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 De la manera más provocadora posible, todos los valores se subvierten en estas “historias reales”, donde abundan los asesinatos y las calculadoras especulaciones, los cuentos de hadas y los de fantasía son fuertemente cuestionados en la época; los de hadas, acusados de contribuir a imágenes estereotipadas de las relaciones entre el hombre y la mujer y el rol femenino en la sociedad, los de fantasía, acusados de contribuir a la evasión. En auxilio de los primeros acude el psicoanalista austríaco Bruno Bettelheim (1903/1990), quien en 1975 publica Psicoanálisis de los cuentos de hadas, demostrando con un cuerpo conceptual proveniente de su campo cómo los cuentos colaboran en la construcción de la psiquis humana y en la resolución activa de conflictos.

Si bien los debates se diversifican y la producción se enriquece, no logra abandonarse la perspectiva según la cual la llamada "Literatura Infantil" es un pronunciamiento acerca de cómo son y deberían ser los niños y cómo los adultos deberían o no hablarles y educarles, en otras palabras, y como se señaló al comienzo del capítulo, pese al enorme avance en las publicaciones, el adjetivo "infantil" sigue pesando mucho más que el sustantivo "literatura"; son pocas las ocasiones en las que el debate no se asienta en lo "recomendable", en lo "esperado", en lo "apropiado", ya sea que esto sea dicho por posiciones más críticas o más conservadoras.

Literatura e infancia: términos para una relación El tema sigue siendo, entonces, si estas publicaciones son la expresión de un diálogo de los adultos con los niños, ¿desde qué lugar se posicionan los adultos en ese diálogo? ¿Asumen la asimetría como natural? ¿Cómo conjugan su interés literario con su posición? Graciela Montes señala que para pensar la relación de los niños con la literatura, deberá ser condición necesaria abandonar las pretensiones de verdad que tenemos como adultos, a la vez que da una posible clave de encuentro entre el escritor y su público en una clave no asimétrica: “El horizonte ya no es tanto ese "niño ideal", ese niño emblemático que nuestra cultura ha ido dibujando y oficializando con el correr del tiempo, si no más bien la memoria del propio niño interior, el niño histórico y personal que fuimos – que somos-, mucho más cercano a los niños reales – posibles lectores- que esa imagen impostada y arquetípica. Ese cambio de horizontes supone muchos otros cambios ya que será con el lector y no hacia el lector que fluirá el discurso. Ya no será cuestión de "bajar línea" porque ya no podemos bajarnos línea a nosotros mismos. Tampoco podemos escamotearnos la realidad ni negarnos las propias fantasías.” (Montes, 2001). Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 Quizás los únicos que no hayan perdido la posibilidad de escribir para niños entonces sean aquellos que no han perdido la comunicación con el niño que fueron, eso tal vez los salve de la pretensión de educar o de moralizar pretendiéndose poseedores de un saber, como así también de ofrecer narrativas vacías presuponiendo en los niños una incapacidad para las lecturas complejas; en este sentido, es fundamental volver a preguntarse por los términos que componen esta llamada “Literatura Infantil”. Por un lado, volver a preguntarse por el sentido de lo literario como lenguaje artístico, despojando a esa pregunta de la urgencia por un destinatario, como apunta María Teresa Andruetto: “El gran peligro que acecha a la literatura infantil y a la juvenil en lo que respecta a su categorización como literatura, es justamente el de presentarse a priori como infantil o como juvenil. Lo que puede haber de “para niños” o “para jóvenes” en una obra debe ser secundario y venir por añadidura, porque el hueso de un texto capaz de gustar a lectores niños o jóvenes no proviene tanto de su adaptabilidad a un destinatario sino sobre todo de su calidad, y porque cuando hablamos de escritura de cualquier tema o género, el sustantivo es siempre más importante que el adjetivo. De todo lo que tiene que ver con la escritura, la especificidad de destinatario es lo primero que exige una mirada alerta, porque es justamente allí donde más fácilmente anidan razones morales, políticas y de mercado.” (Andruetto, 2009). Si la palabra literaria es la expresión de una búsqueda personal, ciertamente poco importa a priori para quién sea el relato, interpretando que el artista trabaja, primero, para sí mismo; en segundo y último lugar, revisar lo que consideramos propio de la infancia, si somos capaces de dejar de lado esa visión de carencia que dominó la modernidad para asumir que poco sabemos de las insondables posiblidades que la infancia trae consigo, tal vez así podremos empezar a dialogar con franqueza, a compartir lecturas y a ensayar preguntas y nuevas respuestas.

Nos gustaría concluir con palabras de Jorge Larrosa, que condensan una sacudida a ese andamiaje de preceptos que guiaron esta histórica relación entre los niños y los libros. Preguntándose por todo lo que se sabe, se dice y se prepara hoy para ellos, se pregunta: “Si esto es así ¿no serán las verdades positivas las que ocultan la verdad sobre la infancia, haciéndonos insensibles a su llamada en el mismo movimiento en el que nos la dan ya esclarecida y comprendida ?, ¿ no serán las verdades de nuestros saberes una forma Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

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ISSN 469-0414 confortable de engaño que nos deja absolutamente desvalidos ante el enigma de la infancia, ocultándola incluso como tal enigma?, ¿no serán nuestras verdades la expresión de una relación con la infancia en la que ésta, ya completamente apropiada y sin enigma alguno pueda convertirse en el objeto y en el punto de partida de nuestra voluntad de dominación?... Y a partir de ahí, ¿no se trataría más bien de aprender a constituir una mirada capaz de atender al acontecimiento de lo que nace?; y si la educación es el modo de recibir a lo que nace ¿no sería entonces un dejar acontecer la verdad que lo que nace trae consigo?” (Larrosa, 2000). No podrán comenzar a resolverse los términos del encuentro entre los niños y la literatura hasta que no estemos dispuestos a desarmar el antiguo aparato de supuestos que se esconde tras cada una de nuestras elecciones como escritores, pero sobre todo como libreros, docentes y bibliotecarios.

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Referencias Bibliográficas Andruetto, María Teresa, (2009) Hacia una literatura sin adjetivos, Córdoba: Comunicarte. Carranza, Marcela (2010) “Dos antologías de cuentos de Saki”, en Revista Imaginaria nº 265, 16/02/10, disponible en http://www.imaginaria.com.ar/2010/02/dos-antologias-de-cuentos-de-saki/. Última consulta octubre de 2016. Convención Internacional de los Derechos del Niño Resolución 44/25, de 20 de noviembre de 1989. Dahl, Roald (2008) Cuentos en verso para niños perversos. Buenos Aires: Alfaguara, traducción de Miguel Azaola. Dorfman, Ariel, Mattelart, Armand (2002) Para leer al Pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo. Buenos Aires: Siglo XXI. Garralón, Ana (2001) Historia portátil de la literatura infantil. Madrid: Aique- Anaya. Larrosa, Jorge (2000) Pedagogía Profana. Estudios sobre subjetividad, lenguaje y educación. Buenos Aires: Novedades Educativas. Montes, Graciela (2001) El corral de la Infancia, México: FCE. Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

ISSN 469-0414 Pergaud, Louis (1982) La guerra de los botones, Buenos Aires: Hyspamérica, traducción de Juan Antonio P. Milán. Prévert, Jacques (2011) Cuentos para niños no tan buenos, Barcelona: Libros del Zorro Rojo, traducción de Juan Gabriel López Guix. Varela, Julia (1986) “Aproximación genealógica a la moderna percepción social de los niños”. Revista de educación de la Secretaría General de Educación del Ministerio de Educación y Ciencia de Madrid, n° 286, septiembre/diciembre.

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