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RELATIVIDAD CULTURAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
Jesús Avelino de la Pienda Graciela González Guisasola
RESUMEN
Se trata de mostrar el origen histórico de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y de analizar aquellas creencias y supuestos que ligan esos derechos a la cultura occidental. Esa religación cultural desautoriza su universalización y hace que ésta, de llevarse a cabo, se convierta en una nueva y refinada colonización por parte de Occidente sobre otras culturas. Consecuentemente, el sistema democrático, que se apoya sobre esos derechos, se queda también sin fundamento para ser universalizado. Tampoco se hace viable una Ética universal que sólo se apoye en elllos1. ABSTRACT: Cultural relativity of the Human Rights
We deal with showing the historical origin of the Universal Declaration of the Human Rights (1948) and analysing the beliefs and assumptions which relate those rights to the western culture. This cultural relationship unauthorizes their universalization and promts that this, if carried aut, becomes a new refined colonization from de West against other cultures. As a consequence, the democratic system that rests on those rights, remains without basis to be universalized. Neither becomes viable a universal Ethics that only rests on them.
La Declaración de los Derechos Humanos (DH) de 1948, corregida en parte y aumentada con los Pactos de 1966 (1976), se está utilizando por los países del entorno cultural de Occidente como criterio supremo de valoración ética y política de las formas de gobierno de otros pueblos y tradiciones. Su incumplimiento se toma como medida de presión para cambiar esas formas de organización social que no son acordes con la que proclama tan solemnemente esa Declaración: la Este artículo ha sido presentado en el I Congreso de la Sociedad Académica de Filosofía, celebrado en Valencia en los días 6, 7 y 8 de febrero de 2003 1
107 (LUCUS, Nº 4, 2005, pp. 107-119)
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Democracia. A su cumplimiento se condicionan colaboraciones económicas y técnicas, a través de las cuales se camuflan las injerencias ideológicas. Ello, sin embargo, no es obstáculo para que países de Occidente apoyen a ciertas dictaduras, producto de su propio colonialismo, como la de Mobutu y tantas otras en Africa. La doctrina de los DH se toma como el fundamento de una pretendida ética universal desde la que se quiere establecer lo bueno y lo malo a nivel internacional. Se mezclan el fundamentalismo y el integrismo. Se les monta todo un sistema de propaganda negativa y reduccionista: se juzga a todo el Islám, por ejemplo, como proclive al fundamentalismo integrista, como una tradición en estado medieval. Y, dada la ignorancia tan generalizada que del Islám existe en el mundo occidental, esa propaganda hace estragos creando un clima de desconfianza hacia todo lo islámico y una actitud de superioridad del occidental sobre el musulmán. Con la Declaración de los DH una vez más Occidente se cree en posesión de la verdad y del único camino de verdadera realización del “hombre universal”. Colonizó el Nuevo Mundo en nombre de la “religión verdadera”. Cuando los países americanos, hartos de tanta “verdad” proclaman su independencia, los países occidentales giran la proa de sus naves hacia Africa y Oriente. Colonización religiosa, militar y económica, con un desprecio olímpico hacia las culturas indígenas. Eran “pobres hombres primitivos” que necesitaban ser “civilizados”. Colonizarlos era una obra de caridad. Ibamos a ayudarles y a sacarles de su “subdesarrollo”. No tenían nada de qué protestar. Pero los nuevos colonizados también se cansaron de tanta “salvación occidental”. Llegó la época de los nuevos movimientos independentistas. En la década de los sesenta proclaman su independencia la mayoría de los países africanos y en muchos de los casos con un retorno visceral a sus antiguas tradiciones. Con todo, Occidente no renuncia a su “misión salvífica universal”, alimentada por su filosofía, sus religiones (incluídos entre ellas el cientifismo y el tecnicismo) y , sobre todo, sus intereses económicos y de poder político. A partir de toda una cadena de problemas internos que provocan una transformación de sus estructuras sociales, inicia la elaboración de una serie de derechos del individuo estrechamente vinculados a su situación histórica. 108
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Historia e historicidad de los DH
El proceso se inicia ya con la disolución de las estructuras medievales de nuestra cultura. El humanismo italiano del siglo XV retoma el principio de Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Ahí se inicia un proceso de secularización y de inversión copernicana en la concepción del poder. En la Edad Media, el poder, tanto el civil como el eclesiástico, viene de arriba hacia abajo. Tiene siempre origen en “lo Alto”, origen sagrado. Es siempre un poder jerárquico. La Reforma de Lutero (s. XVI) rompe con el monopolio del poder religioso entre los cristianos occidentales. La libertad de conciencia, base de todas las demás libertades, se reclama como un derecho fundamental. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que termina con la Paz de Westfalia (1648), consagra la libertad de opinión y de religión. Es una guerra entre cristianos y es una libertad para cristianos frente a un poder cristiano. En Inglaterra, la ascendente burguesía buscaba la forma de poner límites a las aspiraciones absolutistas del Estado de los dos primeros Estuardos, Jacobo I y Carlos I. En 1628 se proclaman los “derechos inmemoriales de los ingleses” en el Bill of Rights. Representa una protección del individuo frente a los abusos del Estado, confirmada por Cromwell y el Parlamento británico en el Habeas Corpus Act de 1679 y posteriormente en la Declaración de Derechos de 1688. El espíritu individualista de estos derechos se refleja en la expresión inglesa: my home, my castle: mi casa, mi castillo. Se trata de derechos de los ingleses frente al Estado inglés. Un problema de ingleses y una solución inglesa. Surge entonces la teoría del derecho natural. Una teoría que hunde sus raíces en la filosofía griega, sobre todo en el mito del hombre natural de los estoicos. Ese mito fue luego muy utilizado por Cayetano y la Teología cristiana de lo sobre-natural. Se supone que el “hombre natural” es definible y que, como tal, es universal. No obstante ni filósofos ni teólogos occidentales se pusieron nunca de acuerdo en su definición. Pero sigue funcionando como una creencia ciega, un mito que da lugar nada menos que a la ciencia del Derecho Natural, fundamental en las universidades occidentales. En los siglos XVI y XVII, los juristas españoles Vitoria, Soto y Suárez desarrollan esa doctrina. 109
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En esta misma línea se desarrolla el espíritu de la Ilustración: el hombre natural reclama su plena autonomía frente a todos los poderes externos, civiles y religiosos. El es capaz de desarrollar una ética natural, una religión natural, un derecho natural, etc; es decir, un saber natural en todos los órdenes. El ser humano tiene en sí mismo todas las claves de su desarrollo y de su felicidad. No le vienen de afuera. Es una autonomía frente a los saberes sagrados y los poderes sagrados tradicionales. No obstante, la sacralización no desaparece, sino que cambia de lugar. Ahora lo sagrado no viene de lo Alto, no viene de arriba y de afuera. Viene de abajo y de dentro de uno mismo. La sagrada Razón, el Hombre Natural, es intrínseca a nosotros. En esta línea de inversión copernicana A. Comte sostiene primero la superioridad de las Ciencias Positivas sobre cualquier otro saber y después proclama la suprema religión de la Humanidad, con su culto y sus sacerdotes, siendo él mismo su pontífice supremo. El hombre y sus saberes se secularizan en cuanto creen alcanzar la mayoría de edad resumida por Kant en el imperativo: sapere aude! “¡Atrévete a saber!”, a pensar por ti mismo, sin autoridades externas. De esta manera la Ilustración sube a los altares a su nueva diosa: la Razón. El Hombre Natural no es simplemente autónomo y un hombresin-Dios, un hombre despojado de lo sobrenatural. Es más, es un Hombre-Dios. La divinización del Pueblo en la Revolución Francesa y en la Revolución Marxista es sólo un paso más de este proceso. Los enciclopedistas franceses aplicarán estos fundamentos para hacer una dura crítica contra la Iglesia y la Monarquía. El hombre occidental se quiere emancipar de todas las ataduras tradicionales. En América del Norte se proclama la independencia de Inglaterra y la Declaración de Derechos del Estado de Virginia (1776). Se declaran como derechos naturales e innatos y se proclama el dogma de que “todo el poder está en el pueblo” . El poder sufre así toda una inversión copernicana. Surge de abajo hacia arriba. Nace un nuevo mito en Occidente: el mito del demos, el mito del Pueblo, generador de otros mitos de los que hoy vive la cultura occidental como la Democracia y la Ley, expresión de la voluntad del pueblo, entre otros. En Francia el pueblo asalta la prisión de la Bastilla. La Asamblea decide la abolición del feudalismo y de la Monarquía. El orden tradicional se invierte y la revolución deja como fruto la Declaración de los 110
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Derechos del Hombre y del Ciudadano. Podía haberse titulado: Declaración de los Derechos del Ciudadano Francés. Pero no. Los franceses revolucionarios se creen representantes de toda la Humanidad. El mito de la Universalidad del “hombre natural” descubierto por Occidente inspira cada nuevo paso de nuestra cultura. En el Preámbulo de esa Declaración el pueblo francés, en nombre de toda la humanidad y “bajo los auspicios del Ser Supremo”, declara solemnemente los “derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre”. No necesitó preguntar a los demás pueblos de la Tierra si le reconocían como verdadero representante ni si esos derechos tenían algún interés y sentido para ellos. El mito del Pueblo Elegido subyace en las solemnes decisiones revolucionarias del Pueblo Francés, como luego lo hará en las decisiones del Pueblo Alemán y del Pueblo Soviético: hay que salvar al mundo, aunque sea contra su voluntad. Los problemas y logros de un pueblo concreto se quiere que sean problemas y logros de toda la Humanidad. En el campo de la Filosofía el etnocentrismo del pensamiento occidental alcanza una nueva cumbre en el sistema hegeliano: la realidad es vista como un todo que evoluciona dialécticamente, por necesidad interna, hacia su culminación en el hombre y de éste en el Absoluto. La historia de la Naturaleza se supera en la historia humana y ésta alcanza su máxima expresión consciente en la filosofía hegeliana. El Cristianismo es la religión absoluta y la filosofía dialéctica de Hegel es la expresión suprema del espíritu humano. Su etnocentrismo y megalomanía resultan hoy un tanto extravagantes. L. Feuerbach declara todas las formas de Divinidad como proyecciones ideales de lo que el hombre aspira a ser y tiene que llegar a ser. El Dios real no está fuera, no es transcendente. El verdadero Dios es la Humanidad misma. Los sagrado y absoluto no está Arriba, sino Abajo. Una vez más, el hombre occidental se cree con el monopolio de lo que es el ser humano. El interpreta lo que es el hombre, lo define, lo diviniza, y proclama sus derechos. Y todo ello sin salirse de su propia “casa cultural”, sin asomarse siquiera a la ventana, a ver qué opinan los demás pueblos de la Tierra. K. Marx toma la bandera de su maestro Feuerbach y con ella proclama la Revolución para poner arriba los que están abajo y abajo los que están arriba. El Proletariado es declarado nuevo Redentor de la 111
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Humanidad, quintaesencia de la Nueva Humanidad. Una humanidad sin Dios, porque ella misma es divinizada. E. Husserl presenta su filosofía como la nueva y definitiva doctrina salvífica de la humanidad, como el verdadero camino hacia la Verdad. Heidegger seguirá su mismo camino y así otros muchos de nuestros grandes filósofos sobre los que son educados e investigan miles de estudiantes occidentales. La Declaración de 1948 y los Pactos de 1966 (1976), documentos principales de los DH son una consecuencia de todo este proceso del pensamiento de Occidente. Por un lado, son un reflejo del pensamiento liberal y, por otro, lo son del pensamiento socialista, pero en uno y otro caso padecen de la visión etnocentrista que se alimenta de esas fuentes filosóficas y de los grades mitos del “hombre natural”, del Pueblo, de la visión lineal del tiempo, del Progreso y la Evolución, etc, que analizo en otros trabajos. Los derechos de los americanos, ingleses y franceses se proclaman como sagrados, inalienables, indiscutibles, imprescriptibles, porque son naturales (por tanto, de origen divino). Son la base de una nueva religión: la religión de los DH. En el Preámbulo de esta Declaración se reconoce que se trata de un Credo. La Carta recoge la fe de los miembros de las Naciones firmantes “en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres” y tiene como objetivo alcanzar “una concepción común de esos derechos y libertades”. Pronto empiezan a surgir dificultades en la concepción y aplicación de esos derechos. Tanto los países socialistas, liderados por la Unión Soviética, como muchos países del llamado Tercer Mundo se muestran reticentes a firmar esa Declaración, nacida del espíritu liberal de Occidente. El socialismo marxista no admite el Derecho Natural, no comparte el mito del hombre natural. Todo derecho es de origen social, no hay derechos innatos. Tampoco comparte el espíritu anti-estatal de la Declaración. Los derechos de la Declaración son derechos del individuo frente al Estado. Para el marxista, el Estado del Proletariado es sagrado. Todo lo que se le oponga es “burgués” y “contrarrevolucionario”. El Pueblo es el Proletariado. El Proletariado tiene su quintaesencia en el Partido y el Partido es el Estado. Proclamar como “naturales, indiscutibles, inalienables,...” los derechos de cualquier individuo, sea 112
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o no de la fe marxista, es ir contra los mismos cimientos de su Revolución, que para el marxista es lo más sagrado. Los países del Tercer Mundo no siempre alcanzan a comprender muchos de los conceptos que se manejan en la Declaración. Sus tradiciones tienen otras formas de concebir la organización social, tienen otros tipos de derechos más interesantes para ellos. Muchos de los derechos de la Declaración carecen de todo significado dentro de sus culturas. Son ejemplos claros la libertad de conciencia, la libertad de partidos, la propiedad privada, la libertad sindical, etc. Su visión de la libertad , de la dignidad humana, es diferente. Se rigen por otras escalas de valores. Estas tensiones se quisieron saldar con la firma de los Pactos de 1976: El pacto de derechos políticos y civiles de inspiración liberal y el pacto de derechos económicos, sociales y culturales, de inspiración socialista y marxista. Los derechos civiles y políticos son derechos del individuo frente al Estado. Los derechos económicos, sociales y culturales son derechos que el Estado debe desarrollar. Frente a la Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, los países marxistas proclaman los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado. La tensión entre una y otra visión conduce a un cierto equilibrio entre individualismo y colectivismo estatalista. Los Pactos, firmados en 1966 y entrados en vigor en 1976, eliminan algunos derechos recogidos en la Declaración de 1948 y añaden otros nuevos en virtud de las desavenencias antes indicadas. Esto muestra la no evidencia “natural” de esos derechos. Ambas vertientes siguen perteneciendo, en sus conceptos básicos, a la tradición cultural de Occidente. La ideología marxista, que se opone al mito del hombre natural y de su universalidad, diciendo que todos los derechos son de origen social y, por tanto, sujetos a la variación histórica y cultural, sin embargo no renuncia al mito, tan occidental, de la universalidad. El Proletariado es el nuevo Pueblo Elegido para salvar a toda la Humanidad. El mesianismo de Occidente reaparece bajo una nueva vestidura. Se exporta la revolución marxista a otros países con el mismo espíritu mesianista con que antes se exportó la revolución francesa. La humanidad entera pone en juego su futuro con la revolución marxista. No tiene otro camino de salvación ni otro paraíso final que el Paraíso Comunista. Ya tenemos así al hombre occidental, ya sea liberal o comunista, 113
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ideológicamente armado para llevar a cabo un nuevo proceso de colonización universal. Por otro lado, surgen los nuevos países, llamados del “Tercer Mundo”, “Subdesarrollados” o “en vías de desarrollo”, clasificaciones estas hechas por el Banco Mundial, y que ellos nunca se atribuyen a sí mismos. No se consideran ni subdesarrollados y tercermundistas. Buscan su propia identidad cultural. No necesitan de Occidente para dar pleno sentido a sus vidas y a su organización social. Pero liberales y marxistas les quieren convencer de la bondad de sus mensajes y trasladan a esos países sus propias tensiones y guerras. Son países “tercermundistas” , “primitivos”, “subdesarrollados”. Hay que ayudarles a superarse. Tienen que “desarrollarse”, tienen que “progresar”. Estos calificativos también son de origen occidental y están marcados por ese mito que tan profundamente domina al hombre de Occidente: el mito del Progreso antes citado, que tiene una de sus formas en el mito del Desarrollo. Un mito inspirado en la visión lineal del tiempo, que comparten liberales y comunistas, judíos y cristianos. Pero en otros muchos círculos culturales se tiene otra visión del tiempo, ya sea circular y cíclica como en los pueblos orientales, ya sea simultánea, como sucede en las culturas bantúes de Africa. El mito del Progreso no tiene sentido para ellos, ni, por tanto, les dice mucho el desarrollismo occidental. No saben nada del hombre natural,, ni tienen esa obsesión mesianista de salvar a toda la Humanidad. El mito de la universalidad no les preocupa.
El mito de la Democracia
El mito del Hombre Natural es un supuesto fundamental del mito de la Democracia y de la doctrina de los DH tal como vienen en la Declaración de 1948. Es un “hombre natural”, que filósofos y teólogos de Occidente han intentado definir. Sin embargo, nunca hubo unanimidad en su definición. Esto pone de manifiesto su irracionalidad y su funcionamiento como una creencia. Los sofistas griegos lo rechazaron y la actual Antropología Cultural les da cada vez más la razón. Tampoco los filósofos cristianos medievales, que a la vez eran teólogos, alcanzaron una definición indiscutible. Guillermo de Ockham niega todo el mundo metafísico de las esencias universales e inmutables. El problema de los universales es todo un testimonio de primera 114
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importancia en contra de la definibilidad del Hombre Natural. El Empirismo inglés sigue la línea de la disolución de las esencias. Son meras ficciones de la mente humana. El “hombre natural” como esencia común a todos los humanos es sólo una idea, una abstracción, que como tal nunca se realiza de manera aséptica, sino que está condicionada por la educación y la cultura de quien la realiza. La idea de “hombre natural” nunca consiguió el pleno reconocimiento de la misma tradición cultural que lo creó. Tiene muchas y diferentes interpretaciones tanto desde el punto de vista filo´sofico del desde el teológico y el científico. Sin embargo, es la creencia fundamental del Derecho Natural y el iusnaturalismo en el que se quieren apoyar los DH y su pretendido valor universal. Otro supuesto importante del mito de la Democracia y, por tanto, de la doctrina de los DH, es la separación que en el Occidente cristiano se hace entre religión y resto de la cultura, entre poder religioso y poder civil. La democracia sólo afecta al poder civil, concebido principalmente como a-confesional. El Estado debe ser aconfesional en cuanto tal. En esa aconfesionalidad radica la posibilidad del hecho de que se reconozcan derechos como el de la libertad de conciencia y libertad de religión. Este supuesto no existe en otras tradiciones culturales , como en la islámica o en las bantúes y en tantas otras. En ellas lo religioso lo impregna todo. Y la visión religiosa del poder es vertical, de arriba hacia abajo. Esto es contradictorio con la visión democrática. Por eso, si Occidente quiere imponer la Democracia en esas otras tradiciones, les está pidiendo mucho más de lo que parece. Les está pidiendo que inviertan totalmente su visión del poder, cosa que en Occidente tardó siglos en verificarse. En esas tradiciones no existe el mito del Pueblo, sino el de la Comunidad sagrada con sus jerarcas y su propia ley. Con ella llevan siglos conviviendo y no creo que tengan mucho qué envidiar a la justicia occidental. Desde su propia ley están capacitados para desarrollar su propia carta de DH, que no tiene por qué apoyarse en los mismos presupuestos que la nuestra. La Declaración de 1948 supone la oposición individuo-Estado. Es una defensa del individuo frente a los posibles abusos del Estado. Se establece el binomio Estado de derecho (el democrático) y DH. De esta manera Occidente quiere curarse contra los abusos de un Estado que 115
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fue divinizado en el Nazismo, el Fascismo y el Estalinismo. La doctrina de los DH establece la disyuntiva: o Democracia o totalitarismo estatal. Esa disyuntiva no es necesariamente válida. La misma tradición occidental tuvo ya en su historia otras alternativas. Y otras muchas tradiciones culturales desconocen esos supuestos. No les atañen. La alternativa democrática no tiene mucho sentido en ellas. En las tradiciones negro-africanas, por ejemplo, lo religioso está presente en todos los aspectos y momentos de la vida cotidiana. En su visión del mundo lo más viejo es lo que tiene más autoridad. Los antepasados están sobre los vivos, los ancianos sobre los jóvenes, los mayores sobre los niños. Decirles que el Jefe de su clan debe ser elegido democráticamente es un contrasentido. Es algo que va contra lo más sagrado de su tradición, la columna vertebral de su forma de ver la sociedad, que aquí no puedo ahora describir con más detalle. Hablarle a un negro-africano de libertad de religión es como decirle que puede abandonar la tradición sagrada de todos sus antepasados. Pero eso conllevaría quedarse completamente solo y desamparado en el Más Acá (el Sasa) y en el Más Allá (el Zamani). Esa soledad sería para él la peor de las condenaciones. Se podría objetar que muchos de los regímenes africanos llevan el calificativo de “democráticos”. Pero es sólo un pegote impuesto por Occidente. De hecho, de democráticos tienen muy poco. El mito de la Democracia no es fácilmente exportable. Conlleva toda una visión del mundo que no siempre resulta compatible con otras tan legítimas como ella. Y, si en la doctrina de los DH se afirma una y mil veces que sin Democracia no puede haber DH, entonces tampoco esa doctrina resulta universalizable. Entramos así en otro de los mitos que dominan la conciencia de los occidentales, liberales, cristianos, marxistas, judíos, etc: el mito de la Universalidad. Está estrechamente ligado al mito del Hombre Natural y al mito del Pueblo Elegido. La doctrina de los DH tiene uno de sus mayores escollos en el problema de su universalización. Si son “naturales”, tienen que ser universales, se argumenta constantemente, de forma explícita o implícita, en los documentos oficiales y demás publicaciones de la UNESCO. Sin embargo, esa universalización choca una y otra vez con otras visiones del hombre y de la sociedad. ¿Qué sentido puede tener la libertad de sindicación en la tradición musulmana, 116
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en las bantúes o en tantas otras, que se podrían citar, donde los sindicatos, producto de la revolución industrial de Occidente, carecen por completo de sentido alguno? ¿Cómo podemos universalizar el derecho a la propiedad privada, en sentido individualista, allí donde nunca ha existido? Incoherencias y contradicciones en la doctrina de los DH
Aunque la Democracia se presenta como la única forma de gobierno en la que es posible salvaguardar la verdadera “dignidad del hombre” y sus derechos más sagrados, está, sin embargo, cargada de instituciones no democráticas. En sus mismas entrañas vive la Empresa, siempre rígidamente jerarquizada. Vive la Iglesia que no quiere oír hablar de democracia de puertas hacia dentro. Viven los mismos Partidos Políticos, que imponen sus listas a sus electores. Viven los Sindicatos, que no siempre dan ejemplo de espíritu democrático: sus piquetes imponen la huelga a quienes no la comparten. Con demasiada frecuencia la democracia da la impresión de “agua revuelta” en la que pesca el más oportunista o avispado o el mejor organizado. La corrupción parece un mal incurable. Vistas desde afuera, nuestras democracias no siempre deben parecer muy apetecibles. Con todo, para nosotros, como ya dijo Churchil, es la menos mala de las formas de gobierno. Una deficiencia muy importante en la Declaración de 1948 es la imprecisión y confusionismo de sus palabras fundamentales, nunca suficientemente aclaradas. Expresiones como “dignidad humana”, “persona” “libertad”, “derecho”, etc, se dan por sentadas como evidentes por sí mismas. Pero a poco que se conozca la historia del pensamiento occidental, se puede comprobar lo problemáticas que son todas esas palabras y los conceptos que quieren expresar. Es sorprendente que en la redacción de esa Declaración y posteriores documentos que la completan y desarrollan no haya habido una presencia más significativa, si es que hubo alguna, de filósofos y antropólogos de la cultura. Puesto que de armonizar culturas se trata, los especialistas en ese campo se hacen imprescindibles. Pero los políticos y algunos juristas decidieron. Se habla constantemente de “cultura” en los textos de la UNESCO. Pero se utiliza ese término sin pre117
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cisarlo nunca, con gran variedad de matices, con una vaguedad que sorprende. Se le utiliza míticamente, de forma inconsciente y como algo sagrado. Con frecuencia da la impresión de que queremos “sumar” sin saber lo que sumamos. El “arma” de los DH
Los DH nacen estrechamente ligados a la tradición cultural del mundo occidental, a sus creencias y sus mitos, a sus circunstancias históricas, a sus problemas internos. Esa es su “humildad”: son “hijos de la cultura occidental”. Sin embargo, se les quiere universalizar, convertir en la base de una Etica Mundial, en el criterio del Bien y del Mal para todos los humanos. De esa manera, la tradición occidental se erige de nuevo en la salvadora universal del hombre. Así se justifica la continuación de su incorregible etnocentrismo y espíritu colonialista. Una nueva colonización se cierne sobre los Países del Tercer Mundo: la de los DH. Posiblemente, la forma más refinada de colonización de todas las conocidas hasta ahora. Occidente habla en nombre del “Hombre”, ¿quién se atreverá a contradecirle? Alimenta dictaduras y las conserva en esos países mientras ello convenga a sus intereses hegemónicos, económicos, políticos. Allí y cuando esos intereses piden lo contrario, entonces saca el arma de los DH para hacer chantajes económicos y de todo tipo. Posiblemente el continente africano iría mucho mejor si todos los europeos y americanos se fuesen de Africa y la dejasen para los africanos originarios con sus pros y sus contras. Una propuesta
Para poder elaborar las bases de una Etica Universal lo primero que habría que conseguir es erradicar toda actitud de superioridad, toda actitud etnocentrista, todo mesianismo universal. Ello supone revisar muchos de nuestros mitos sagrados. Evidentemente no es fácil. Requiere una reeducación desde la base. ¿Seremos capaces? Una vía, posiblemente, más lenta, pero tal vez la más eficaz, sería establecer un foro mundial de puesta sobre la mesa de las creencias 118
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básicas de las distintas culturas vigentes. Esa puesta tendría que ser hecha por los mismos creyentes y no por sustitutos externos. Los antropólogos y filósofos de la cultura podrían jugar un importante papel. En ese juego no debe haber “poseedores de la verdad” ni “pueblos elegidos”. Todos en igualdad a trabajar por un futuro de convivencia de la diversidad. La Torre de Babel ha de dejar de ser “maldita”, para ser bendita en lo que de enseñanza de la pluralidad contiene. Con esta crítica a la cultura de Occidente y a la manipulación política intercultural que se está haciendo de su doctrina de los DH no quiero en absoluto eximir de similares actitudes por parte de otras culturas en relación con sus propios valores y su propios derechos humanos. También en ellas se dan etnocentrismos y fundamentalismos integristas. Saltan a la vista en el caso del Islam y del judaís mo, por ejemplo, pero no sólo de éso ni mucho menos. Estamos ante un problema de relación entre culturas, de enorme importancia en la actualidad. Ante él todas están obligadas a revisar sus propias creencias básicas y ver si realmente quieren alcanzar una “paz intercultural”, paz que se me antoja el gran desafío y la gran utopía internacioanl del presente2.
2Relatividad
no es relativismo, cosa que muchos confunden. La relatividad cultural de la que aquí se habla es religación a una determinata cultura y a una concreta situación histórica. Es algo constatable. Relativismo es más bien una actitud y una forma de valorar que resulta contradictoria en sí misma. Su principio básico es que “todo vale lo mismo”. Su contradicción esté en que, si todo vale lo mismo, también vale el principio contrario: “todo vale diferente”. El relativismo es la gran excusa del fundamentalismo integrista.
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