Juegos de Damas Crueles

1 CELCIT. Dramática Latinoamericana 282 Juegos de Damas Crueles Alejandro Tantanian PERSONAJES: 7 ULRICA, la vengadora del asesinato / vestirá de h

5 downloads 151 Views 151KB Size

Story Transcript

1

CELCIT. Dramática Latinoamericana 282

Juegos de Damas Crueles Alejandro Tantanian

PERSONAJES: 7 ULRICA, la vengadora del asesinato / vestirá de hombre. LEOPOLDA, la que nunca ceja / cantará sin descanso. JULIANA, la envidiosa / se perderá en todos los reflejos de su imagen. ENRIQUE, el muñeco que sobra / irá vestido en verde. ENRIQUE 1, el muñeco de ULRICA / irá vestido en amarillo. ENRIQUE 2, el muñeco de LEOPOLDA / irá vestido en rojo. ENRIQUE 3, el muñeco de JULIANA / irá vestido en azul.

Para Narciso, por todo lo que sigue. “¡Qué tiempos estos, cuando hablar sobre árboles es casi un crimen! Porque ello encierra un silencio sobre tantos crímenes.” Bertolt Brecht “¿Qué tiempos son estos cuando hablar es casi un crimen porque ellos encierra tanto ya dicho?” Paul Celan

2

LARGADA Ulrica, Leopolda y Juliana sentadas rodeando una mesa rectangular de pequeñas dimensiones. Un tablero de juego descansa en ella. Un cubilete de dados. Cuatro pequeños muñecos, aparentes fichas del juego. Sonido a lento goteo de agua. Las paredes grises, carcomidas por la humedad. Un olor fuerte se desprende del ambiente. Una ventana cerrada a izquierda. Una puerta al fondo. También cerrada. ULRICA: El siguiente juego es un juego activo, emocionante y divertido, para personas de todas las edades. Número de jugadores: 2, 3 ó 4 son números ideales de participantes. Preparativos: 1.- Permanecer dentro de la casa de uno de los participantes. 2.- Cada uno de los participantes deberá sacar una tarjeta. En ella se consignará un objetivo que el participante deberá cumplir. Nadie más que el participante deberá conocer ese objetivo. 3.- Cada participante deberá elegir un muñeco que será el protagonista de la trayectoria personal. Notarán los participantes que los muñecos son iguales en forma variando en ellos sólo el color. 4.- Deberá poner cada participante a su muñeco en el casillero de salida sobre el tablero de juego. 5.- Aquellos muñecos sobrantes (hay 4: rojo, amarillo, azul y verde) deberán ser dejados en el centro del tablero, allí donde se lee: “llegada”.

3

6.- Cada uno de los participantes tirará un dado. Se determinará de esta manera el orden de jugada. El número mayor iniciará el juego. Pausa. Tiran los dados. LEOPOLDA: Elijo el rojo. Cuatro. JULIANA: Azul. Uno. ULRICA: ¿Amarillo o verde? Amarillo, entonces. Seis. Las tres mujeres ponen sus jugadores en el casillero inicial. Sacan de una cajita una tarjeta cada una. Leen atentamente lo escrito en ella. Ulrica esboza una leve sonrisa. Prende un cigarrillo. Guarda la tarjeta en uno de los bolsillos externos del saco. Fuma. Tira el humo. Leopolda intenta un aria leve. Ulrica carraspea. Leopolda deja de cantar. Juliana esconde su cabeza entre las manos, esconde el rubor de las mejillas. Ulrica dice. “Antes del primer tiro cada participante deberá narrar en pocas palabras el vínculo que mantendrá con el personaje protagonista del juego. Deberá, a su vez, explicitar el origen de dicho personaje.” LEOPOLDA: ¿ Y en qué orden lo hacemos? ULRICA: En el orden que nos toca jugar.

4

JULIANA: ¿Es obligatorio responder a esa regla? Yo no quiero contarles nada. No me siento bien. Ulrica abofetea gentilmente a Juliana. Juliana esconde nuevamente el rostro entre las manos, esconde la marca de la cachetada. ULRICA: Naciste un día dos del mes de marzo. Gritaste fuerte después de la palmada. La mano de la enfermera sobre la nalga blanquita. Machito. Dejaste a mamá allí: perdiendo sangre. Creciste al cuidado de nosotras tres. Te arrojaron al mundo en un charqueo de sangre. Mi nombre es Ulrica. Y nosotras te llamamos Enrique. LEOPOLDA: Llegaste a nosotras un día tres de aquel cálido mes de diciembre. Tan mansamente. Nuestra madre lloró fuerte tras el parto. Te pusieron en sus manos. Tan dulce, tan bello. Nosotras tres te observábamos del otro lado del vidrio. Soy Leopolda. Y vos Enrique. Pausa. ULRICA: (A Juliana.) Tu turno, querida. Pausa. Te estamos esperando. Pausa. JULIANA: Cada seis de octubre. Cada seis de octubre... soplamos las velitas. Y pensamos nosotras tres... en aquel día de tu nacimiento. La felicidad de...¿papá? La felicidad de papá: un hijo varón. Notable. Las manos de mamá sobre tu cabeza, Enrique. Yo... yo soy Juliana. ULRICA: ¿Viste que podías, tonta? Ulrica pone al muñeco sobrante, el verde, en el casillero central del juego.

5

ULRICA: Y este pequeño Enrique verdecito acá. Se abre la puerta del fondo. Las mujeres no registran, aparentemente, nada. ENRIQUE (desde la puerta, enmarcado en ella): Está vestido en verde. No será fácil olvidar aquella tarde. Me abrí paso a través del sexo de mi madre. Lleno de sangre. La violencia de la luz. El dolor en los ojos. La superficie blanca de una mesa. Una mano alzada. La cachetada en las nalgas. El agua agolpándose en los ojos. La boca abierta. Ya estaba aquí. Entre todos nosotros. Había nacido. Me llamaron Enrique. Fue en julio. Hace ya algunos años. Ulrica aplasta el cigarrillo con el pie. Enrique, luego, dice. Una herida es el comienzo. Una herida esculpida en barro negro, brillante. Una herida púrpura y compleja, abierta. De ella brotaba un hilo bordó que viraba al ocre, luego a un marrón cada vez más oscuro al mezclarse con el barro. Mi lengua recorrió el borde de la herida rodeándola de una aureola gris. Escupí varias veces. La herida, de donde brotaba la sangre, desplegaba muy cerca de mis ojos su geografía con su pulpa hinchada, sus elevaciones blanquecinas de piel escoriada y sus bordes vueltos hacia adentro. Pasé la lengua rápidamente la primera vez, no tan suavemente como para no provocar un estremecimiento que levantó aquel rollo de piel. Mis labios se posaron sobre los labios de la herida. La herida que yo provoqué. Y allí se quedaron, estos labios, por un tiempo que no medí. Ulrica enciende otro cigarrillo. Carraspea. Humo. La puerta se cierra y tras ella desaparece Enrique.

6

Caemos en la sombra. Goteo. Leopolda aventura aquella misma aria. Ulrica tose. Leopolda calla.

PRIMER TIRO Y CONSECUENCIAS Ulrica tiene en sus manos una tarjetita. ULRICA: “Si es usted feliz poseedora de un muñeco amarillo: suerte. Podrá pedir un deseo y éste será cumplido a la brevedad.” Ay, un deseo. Tal vez...¡Ya sé! Cierra los ojos fuertemente. Se abre la puerta. Aparece Enrique 1. Está vestido en amarillo. ENRIQUE 1: Vos dirás. ULRICA: Enrique... pero si sólo. Yo... ENRIQUE 1: A que adivino lo que querés. ULRICA: A ver. ENRIQUE 1: Una historia. ULRICA: Sí. ENRIQUE 1: La bragueta. ULRICA: ¿Qué pasa? ENRIQUE 1: La tenés baja. Pausa. ENRIQUE 1: ¿Y las demás? ULRICA: Por ahí. En Berlín.

7

ENRIQUE 1: Entonces... ULRICA: La historia sólo para mí. ENRIQUE 1: Bien. “El hombre desnuda lentamente el cuerpo de la mujer. Primero desabotona la blusa.” ULRICA: Verde. ENRIQUE 1: “Baja el cierre de la pollera y luego las medias que atoran las piernas. Recorre el cuerpo de la mujer con sus dedos.” ULRICA: Izquierdos. ENRIQUE 1: “Pasa la lengua sobre el cuello de la mujer y atasca sus uñas en el vientre liso. Desciende hasta el sexo y allí hunde las garras. Primero deja descansar un dedo luego dos luego tres. La boca del hombre se ahoga en el pecho de la mujer.” ULRICA: Derecho. ENRIQUE 1: “Su corazón había dejado de latir. Un golpe en la nuca la había abandonado en los brazos del hombre. La boca del hombre se empeña en sacar leche de este seno que se espesa en su boca. Y pese al estado de la mujer el líquido fluye. Inunda la boca del hombre. Después se baja la bragueta.” ULRICA: Son todas iguales. Putas. ENRIQUE 1: “Después se baja la bragueta.” ULRICA: Así. ENRIQUE 1: “Y la penetra hasta partirla. La mujer está ahí: abandonada.” ULRICA: Puta. ENRIQUE 1: “Después derrama su líquido sobre el vientre liso de la mujer. En una violenta convulsión. Grita. Parece devorarse el cuerpo.” ULRICA: Puta. Puta de mierda. ENRIQUE 1: “La carga sobre los hombros y levanta dificultosamente... ULRICA: No. No era así, Enrique. ENRIQUE 1: ¿Cómo era? ULRICA: “La carga sobre los hombros y levanta con dificultad las tablas del piso de la habitación. La entierra en la habitación.”

8

ENRIQUE 1: “Y después se acuesta. Vestido. Y se duerme.” ULRICA: Eso. ENRIQUE 1: “Pasan los días. Y el hombre está solo. Harto de su soledad, necesita compañía. Entonces levanta las tablas del piso y saca de ahí a la mujer. Se tapa la boca y la nariz con un pañuelo.” ULRICA: Claro, pobrecito, por el olor. Tan fuerte debía ser. Como esos quesos. ENRIQUE 1: “Se tapa la boca y la nariz con un pañuelo .” ULRICA: Marrón. ENRIQUE 1: “Ella está igual. Un poco más pesada. La arrastra hasta el baño. La sienta sobre el inodoro. Abre la canilla. Llena la bañadera. Y la sumerge. Con una esponja le refriega el cuerpo. El agua cambia de color.” ULRICA: Verde como la blusa. Marrón. Como el pañuelo. ENRIQUE 1: “Después la seca. La carga y la deja sobre la cama. Busca ropa en el armario. La viste.” ULRICA: La viste con las ropas del padre de él. ENRIQUE 1: (Mira inquisitoriamente a Ulrica.) ULRICA: No sé, se me ocurrió. ¿No es encantador? ENRIQUE 1: “El hombre está en la cama y ella a su lado. Se queda dormido. Al despertar se dirige hacia el cuaderno.” ULRICA: Ahí escribe toda esta historia. Suena una chicharra. ENRIQUE 1: Se acabó el tiempo. ULRICA: Sí. ENRIQUE 1: ¿Y ahora? ULRICA: Salto tres casilleros y vuelvo a tirar. Tarjetita de suerte. (Muestra la tarjetita. Tira los dados con fuerza tras haber agitado el cubilete varias veces.) ENRIQUE 1: Tres otra vez. ULRICA: (Visiblemente molesta.) No soy ciega, tarado. (Retira otra tarjetita. La lee.) ¿Te das cuenta? No es justo. Una prenda. “Deberá usted, querido

9

participante, someter a su muñeco a una prenda de su invención.” Es para vos. A ver... a ver. Ya sé. Ulrica enciende un cigarrillo. Pausa. ENRIQUE 1: La bragueta. Sigue baja. ULRICA: Tenés que completar la historia. ¿Está? ENRIQUE 1: Sí. ULRICA: “El padre parte aquella mañana con el hijo. Van al monte. Saben que el camino es largo. El padre sabe que su hijo... ENRIQUE 1: ...lo traicionará. Dejan en su casa a las cuatro mujeres. Ellas esperan a sus hombres. Saben que sólo volverá uno de los dos. El hijo lleva un cuchillo bajo las ropas. El padre lo sabe. Van hacia el monte. Hacia la herida. Púrpura y compleja, abierta.” Suena una chicharra. Ulrica y Enrique 1 se miran largamente a los ojos. Pausa larga. ULRICA: Linda historia. Emotiva. Ulrica tira el cigarrillo. Lo aplasta. Desde afuera se escucha a Leopolda cantar, como siempre, un aria. Ulrica tose. Leopolda calla.

CAMINO A BERLÍN ULRICA: Jack el destripador. LEOPOLDA: Rasputín.

10

JULIANA: Calígula. ULRICA: Atila. LEOPOLDA: ¿Quién? ULRICA: Atila, el de los hunos. LEOPOLDA: El petiso orejudo. JULIANA: Robledo Puch. ULRICA: Vlad Dracul. LEOPOLDA: Landrú. JULIANA: Eh...eh...Nerón. ULRICA: Adolf Hitler. LEOPOLDA: Yiya Murano. JULIANA: El... el descuartizador de Manhattan. LEOPOLDA: ¿Qué estás inventando? JULIANA: Nada... no invento nada. ULRICA: Ese descuartizador no existe. JULIANA: Sí que existe, claro que existe. Ulrica mira miserablemente a Juliana. Como perdonándole la vida. ULRICA: Benito. LEOPOLDA: (Ríe poderosamente) ULRICA: ¿Y a qué se debe tanta risa? LEOPOLDA: (Entre risas) Nada... es que pensé en el... en... nada, pavadas. ULRICA: Ahora lo decís, así nos reímos todas. JULIANA: Yo no quiero jugar más. ULRICA: (A Leopolda) Te estamos esperando, querida. LEOPOLDA: (Sigue tentada) No puedo más, es que... JULIANA: Me siento mal. ULRICA: Basta de risas. JULIANA: Me falta el aire. Me mareo. ULRICA: (Ante la aparente calma de Leopolda) ¿Ya está, querida?

11

Leopolda asiente en silencio, reprimiendo la última carcajada. ULRICA: (A Leopolda) Tu turno.(Pausa) Payasito. JULIANA: Quiero desmayarme. LEOPOLDA: El loco de la motosierra. Juliana calla. Intenta mantenerse en pie. (O sentada. O como estuviera: intenta mantenerse como está.) Pausa. Juliana sigue sin hablar. LEOPOLDA: (A Juliana) Nena, hermanita. Te toca a vos. JULIANA: (Desde donde el aire le permita) Yo...yo...yo. ULRICA: ¿Vos? LEOPOLDA: ¿Hay que tomarlo como una confesión? ULRICA: Tu hermana te está hablando. JULIANA: Yo...yo... me estoy perdiendo. LEOPOLDA: Es tu turno, rica, no hay nada en que perderse. Tu turno, nada más. ULRICA: Creo que es otro de sus ataques. JULIANA: El aire. ULRICA: Sí. Es otro ataque. LEOPOLDA: ¿Y entonces? ULRICA: Nada. JULIANA: Un espejo. Necesito un espejo, Ulrica, Leopolda, por favor, un espejo. LEOPOLDA: ¿Y nuestro juego? ULRICA: Es que... JULIANA: Un espejito, chico, aunque sea un espejito de mano, redondo, chico, de esos para ver la ceja crecida, un espejo de los más pequeñitos, para poder ver el ojo abierto y dejar que la pestaña baje y sube, estas pestañas de mi cuerpo que son de mi cara, ¿habrá un espejo entonces para mí?, no pido demasiado, sólo un espejo de pared o de tocador un espejo deformante de esos grandes de los

12

parques de diversiones, un espejo, tan sólo un espejo, no pido mucho, Leopolda, yo, un espejo, Enrique, ¿estás ahí? Ulrica le alcanza el muñeco azul y lo pone entre las manos de Juliana. Claro, sí que estás aquí con tu hermana que te quiere, este cuerpo que se esconde entre los ojos de todos los espejos, los muertos nos miran desde el otro lado de los espejos, del otro lado de los espejos hay un ejército de muertos que esperan. ULRICA: Barreda LEOPOLDA: Los Schoklender ULRICA: Juan Manuel de Rosas. LEOPOLDA: Lope de Aguirre. ULRICA: El loco de la calesita. LEOPOLDA: Jorge Rafael Videla. ULRICA: Camps. LEOPOLDA: Doctor Frankenstein. ULRICA: Himmler. LEOPOLDA: ¿Quién? ULRICA: Himmler. LEOPOLDA: Ya lo dijiste. ULRICA: ¿Qué? LEOPOLDA: Que ya lo dijiste. ULRICA: ¿Cuándo? LEOPOLDA: Antes, dijiste: Adolf Himmler. ULRICA: Estúpida, dije Hitler, Adolf Hitler. LEOPOLDA: Por eso, lo dijiste. ULRICA: Este es Himmler, con m, Himmler. LEOPOLDA: Ah. El paranoide de Villa Elisa. ULRICA: El hermano de Shirley. LEOPOLDA: Carlos Magno. ULRICA: Sin s.

13

LEOPOLDA: Si vos sos bruta, yo no. ULRICA: Astiz. LEOPOLDA: Massera. ULRICA: Weck. LEOPOLDA: El terror de los Andes. ULRICA: El yeti. LEOPOLDA: Los hermanos Krakenhaus. ULRICA: Capitán Frío. LEOPOLDA: El Gurbo. ULRICA: Raskolnikov. LEOPOLDA: El doctor Jekyll. ULRICA: Mister Hyde. LEOPOLDA: Eh...eh... Suena una chicharra. ULRICA: A Berlín. LEOPOLDA: ¿Y ella? (Por Juliana.) ULRICA: Ya se le va a pasar. Vamos, a Berlín, hermanita. LEOPOLDA: Voy, voy. JULIANA: Tal vez debamos esperar alguna tarde de sol para poder vernos en los espejos, mirar de frente, de cara a los espejos, los ojos de nosotros en los ojos de todos los muertos de los espejos, las pestañas de todos esos muertos bajando con las pestañas de todos nosotros, Enrique prometió comprarme un espejo de cuerpo entero, para enterrarme en él, dentro del espejo de cuerpo entero, como un ataúd, y después levantaremos las tablas del piso y allí enterraremos el espejo, bajo las tablas de la habitación, pero antes de que yo me pierda, debemos hacerlo antes de que mi cuerpo se hunda en el aire, así, yo toco el aire y siento que el cuerpo se va, leve, desaparece, en el aire, como un gas, asciende, no, se hunde, se hunde en el aire y yo trato de mirarme de frente en algún espejo, ¿me escuchás Enrique?, claro que sí, estás aquí, entre mis manos, no , ya no tengo

14

manos estoy mirando mis manos y ya no están en el cuerpo, quizás se hayan atorado en el aire, o se hayan perdido en un espejo, la herida de todos los muertos está escrita en la superficie de todos los espejos, una mancha en la superficie cambiante de los espejos, una herida púrpura y compleja, abierta. Como la que provocaste querido hermanito en el cuerpo del padre hace ya un tiempo esa mano hundiéndose en la carne cansada del padre y todo el cuerpo del padre entonces enterrado en la tersa superficie del espejo descansando detrás del espejo desde entonces en todos los espejos la herida púrpura y compleja la herida abierta del padre y la mano firme del hijo en el monte empuñando el cuchillo que llevaba bajo sus ropas. Entonces, Enrique. Tu hijo, Enrique, dentro de mí, Enrique, el hijo, el cuerpo del padre. Aquí, dentro de mí. Dentro del cuerpo de Juliana el hijo de Enrique el cuerpo del padre el hombre que toma la mano de la niña Juliana. Me escapo, me hundo en el aire. Un espejo o me desarmo. Leopolda toma una tarjetita de la caja. La lee. Luego sale. Ulrica se acerca a Juliana que está casi desmayada y repitiendo fragmentos dispersos del discurso. Ulrica abofetea gentilmente a Juliana. Intenta incorporarla. Acerca una silla. La toma de las axilas y la sienta. Ulrica saca un cigarrillo de entre las ropas. Lo enciende. Fuma. Observa a Juliana. Tira el humo a la cara de Juliana. Suena una chicharra.

15

Ulrica toma la silla, en donde descansa Juliana, del respaldo y la arrastra hacia la salida. Ulrica en el marco de la puerta. Oscuridad. Luego, el sonido de la puerta (slam) que se cierra.

LEOPOLDA EN BERLÍN Leopolda de espaldas al público. La cabeza apoyada en el antebrazo, el antebrazo descansando sobre la superficie de la pared. LEOPOLDA: Doscientos cuarenta y siete, doscientos cuarenta y ocho, doscientos cuarenta y nueve, doscientos cincuenta, doscientos cin-cuen-ta-y-u-no. Se da vuelta. Observa a izquierda y derecha. Busca por todo el espacio sin perder de vista el lugar en donde se hallaba contando. ¿Dónde estás? Bueno, ya está. Tanto lugar no hay acá para esconderse. Vamos, ¿dónde estás? No me gusta esto de esperar, además yo no me equivoqué antes, Ulrica sí, un montón de veces, ella dijo un montón de estupideces, pero ella siempre tiene razón, claro, siempre, y así termina la tonta de Leopolda en Berlín. Vamos, che, ¿dónde estás? Ya se acabó el chiste y no es nada gracioso. Se sienta en el piso. La espalda contra la pared. Exactamente en la piedra libre. Pausa. Observa a izquierda. Mira al centro. ¿Y? Observa a derecha. Vuelve la mirada al centro.

16

Y esa chicharra de mierda que no suena. ¿Dónde estás? Miente: Piedra libre para Enrique. Pausa. Comienza a cantar su aria preferida. Nerviosa. Se acompaña con la palma abierta de su mano izquierda golpeando el piso. Para de cantar. Golpea el piso. No habrás hecho una de las tuyas y estarás ahí abajo, ¿no? Contestá, dále. Gatea golpeando el piso, se aleja unos metros de la pared. Aparece Enrique 2 Está vestido en rojo. y corre hacia la piedra libre. ENRIQUE 2: ¡Piedra libre! Leopolda se gira violentamente. Se para. LEOPOLDA: ¿Dónde estabas? ENRIQUE 2: Y eso qué importa. Te gané. LEOPOLDA: A que estabas guardando todas tus cosas, como aquella noche. ENRIQUE 2: Puede ser. LEOPOLDA: Esa no es una respuesta para darle a tu hermana más querida. ENRIQUE 2: Mi hermana más querida. LEOPOLDA: Me canso de esperarte. Todas las noches. En la cama. Oigo la llave en la cerradura, como aquella noche. Oigo los pasos sobre las tablas del piso. Y luego el sonido de todas esas cosas que guardás, como aquella noche. Y después

17

oigo la puerta de tu cuarto, las manos sobre los botones de tu camisa, la camisa deslizándose por tu pecho desnudo, oigo entonces la bragueta de tu pantalón. Observa la bragueta del pantalón de Enrique 2. Está baja. Como aquella noche. ¿Vas a golpear alguna vez a mi cuarto? Tu mano sobre la puerta, tu mano sobre el picaporte, tu mano sobre el bronce de la cama, tu mano sobre la sábana, tu mano sobre mi pie, tu mano sobre las piernas, tu mano sobre el sexo, tus manos sobre mis pechos y tu lengua hundiéndose en mi garganta, tu verga creciendo en el interior oscuro del pantalón y la bragueta baja, mi mano hundiéndose en tu vagina de tela, sacando de la oscuridad la verga dura, tu pija enorme, mi boca abierta tragándose la pija entera hasta las bolas, mi lengua lamiendo tu sexo enorme, mis piernas abiertas, mi concha húmeda, las sábanas empapadas y después tu pija que se hunde entre las piernas, que perfora estos labios, tu pija hundida en mi concha y mis manos sobre tu culo apretado que se eleva y baja para volver a elevarse, mi boca abierta que larga baba y gritos de placer, Enrique, estás dentro de mí, muy dentro de mí hasta que la leche se derrame sobre mis tetas, tu leche derramada sobre el pecho, bañáme en tu leche, Enrique, llenáme de leche, toda, quiero toda tu leche, gritáme perra, hacéme tuya, yo soy tu puta, decí puta, decíme puta al oído, decí sos mi puta, soy una perra en celo, rabiosa, una perra soy, tu puta, así, así, así. Abrí una ventana. ENRIQUE 2: Sabés que no se puede. LEOPOLDA: Un poco, necesito aire. ENRIQUE 2: No se puede. LEOPOLDA: Es que es este olor, es este olor. ENRIQUE 2: Pensá en otra cosa. LEOPOLDA: No puedo. Prometéme que vas a golpear mi puerta. Como aquella noche, vas a venir a mí. Manchado de sangre. Las manos manchadas de sangre. Y así. Este olor.

18

Enrique 2 saca un pañuelo marrón de su bolsillo, planchado. Lo extiende, se lo alcanza a Leopolda. ENRIQUE 2: Tapáte la nariz. LEOPOLDA: Tu pañuelo marrón. Siempre cuidándonos de los malos olores. Se tapa la nariz con el pañuelo marrón. Gracias. Aleja abruptamente el pañuelo de su nariz. Es el mismo olor. Acá, en el pañuelo, el olor de la habitación. El olor de aquella noche. Aquí. Se señala la nariz. Lo tengo encerrado aquí, para siempre. Vos sabés de qué hablo. Contestá. ¡Contestá! Aquella noche, la que siguió a aquella mañana en la que el padre partió con el hijo. Dejaban atrás, en la casa, a sus cuatro mujeres. Aquellos dos hombres, fatigados por el sol, llegan finalmente al pie del monte prometido. El hijo guarda un cuchillo bajo sus ropas. Deben llegar hasta la cima. Allí, les fue dicho, encontrarían una piedra que sería usada como altar. Era aquel hijo el único varón y el más querido. Sin embargo lo traicionaría. Y sus mujeres, las que quedaron en casa, lo sabíamos. Suena la chicharra.

DESDE EL CASILLERO DE LLEGADA

19

Oscuridad. Sonido de puerta que se abre con violencia. Del otro lado de la puerta abierta está Enrique. Enmarcado en ella. ENRIQUE: Fue aquella tarde. La herida de mi padre sobre los labios. Mi mirada hundiéndose en la carne abierta. El barro humedece mis labios. En el monte. El sabor de la sangre. El lento regreso. El cuerpo de mi padre sobre los hombros. El cuchillo nuevamente bajo mis ropas. El cuchillo que rasgó su carne. La primer herida en todos los espejos. La herida del padre. El primer corte. Sobre el cuerpo de mi padre. Y después. Las tablas del piso. El cuerpo hundido en las maderas. La habitación del padre. El ataúd. Vos entonces solo. Al abrigo de la madera. Y ya no puedo levantar estas tablas del piso. Ya no puedo arrastrar tu cuerpo de las axilas hasta el baño para poder allí bañarte lentamente. La mano del hijo acariciando el cuerpo dormido del padre. Lavar la herida. Aliviar el olor que se desprende del cuerpo dormido. Y ya no poder acostarme a tu lado. No poder hundir mi sexo en tu boca. Como vos querías. Siempre. Descansar a tu lado, mi cabeza sobre tus rodillas, tu mano sobre mis cabellos, tus dedos hundiéndose como remos en mis cabellos húmedos. Ya no puedo desarmar la trampa de madera para poder dormir a tu lado. No puedo besar tu piel y descender la lengua en la dirección de tu cuerpo. Lamerte los ojos, la boca, las tetillas, el sexo, las piernas, el muslo, darte vuelta, el culo, los pies, cada dedo de tus pies: hundir mi lengua en los pliegues dormidos de tu cuerpo. Mi lengua que bebió tu herida, húmeda primero, tu herida seca después. Tu herida detenida. Cerrar los ojos a tu caricia, la caricia fabricada por mi mano que mueve tu mano sobre mi cabeza, tu mano abandonada al movimiento que mi mano le otorga, tu caricia sobre el cuerpo del hijo. Y así poder contarte la historia del padre y el hijo que van al monte. La historia del padre que llevó a su hijo más querido al monte para ofrecerlo en sacrificio, y el hijo decidió defenderse, no quiso ser sacrificado y sacó un cuchillo que escondía bajo las ropas y abrió la carne del padre. Así. Abre la carne del padre y hunde su vista en la herida. Y después el hijo besa la herida

20

del padre. Por un tiempo largo. Y después el hijo carga el cuerpo del padre hasta el hogar. Lejos del monte. Llega a la casa y es recibido por las hermanas. La madre descansa en el cuarto superior, descansa. El padre es velado en la habitación principal. Sobre la cama grande. Y lo entierran allí, bajo las tablas en el ataúd de madera. Y las hermanas luego le hablan al hermano, ellas sabían que sólo volvería uno de los dos. La madre también sabía. Y deciden la suerte del hermano. Ellas deciden la suerte del hermano. Se cierra con violencia la puerta. Oscuridad.

JULIANA FRENTE AL ESPEJO Juliana se encuentra en la silla en la que la depositó Ulrica. En idéntica posición. Está de espaldas al público. Frente a ella un espejo de cuerpo entero cubierto con una tela negra, de trama abierta. Del otro lado de la tela adivinamos el reflejo de una mujer: es Juliana. Una mesa. Vacía. Entra Enrique 3. Está vestido en azul. Trae unos cartoncitos de lotería y un bolillero con bolitas de plástico naranjas. Se sienta a la mesa. Apoya los elementos sobre ella. Pone frente a Juliana un par de cartones. Otros tantos para él. Hace girar el bolillero. Una, dos,...,cinco veces.

21

ENRIQUE 3: 43. JULIANA: No. ENRIQUE 3: 65 JULIANA: No. ENRIQUE 3: 36. JULIANA: No. ENRIQUE 3: ¿Vas a responder a cada número que salga? JULIANA: El espejo. El espejo de cuerpo entero. Lo trajiste. ENRIQUE 3: 17. JULIANA: Enrique. ENRIQUE 3: ¿Qué? JULIANA: ¿Me harías un favor? ENRIQUE 3: Decí. JULIANA: ¿Sacarías la tela del espejo? ENRIQUE 3: No se puede. JULIANA: ¿Por qué? ENRIQUE 3: ¿17 fue el último? JULIANA: ¿Por qué no se puede? ENRIQUE 3: Los espejos tienen que estar tapados. Se corre peligro, dicen, de irse con el muerto. JULIANA: Pero eso es cuando el muerto aún habita la casa. Pausa. ENRIQUE 3: 23. JULIANA: Tampoco. Mezclá esas fichitas, Quiquito, por amor de Dios. ENRIQUE 3: 15. JULIANA: Ay, la niña bonita. Lo tengo, sí. ENRIQUE 3: 21. JULIANA: ¿Está bien cerrada la puerta? ENRIQUE 3: Sí. Nadie va a entrar, es tu turno.

22

JULIANA: Si vos sos el del bolillero. ENRIQUE 3: Digo que nadie puede entrar porque es tu turno en el juego. Pausa. JULIANA: Enrique. Descubrí el espejo. Necesito verme. ENRIQUE 3: 6. JULIANA: Me estoy perdiendo. ENRIQUE 3: Dije 6. JULIANA: No. Me falta el aire. Me pierdo sin el espejo. Me desvanezco. Me hundo en el aire. ENRIQUE 3: 1. JULIANA: Sólo una vez. Descorré esa tela. Enrique 3 lo hace. Vemos ahora a Juliana reflejada en el espejo. De cuerpo entero. JULIANA: ¿Quién está ahí? ENRIQUE 3: Nadie. JULIANA: ¿Cómo nadie? ENRIQUE 3: Sólo vos y yo. JULIANA: (Por el espejo.) ¿Y ésa? ENRIQUE 3: 68. JULIANA: ¿Quién es esa? ENRIQUE 3: Sos vos. 26. JULIANA: No. No es verdad. No soy ésa. ENRIQUE 3: Esas manos son tus manos. JULIANA: Estas. Aquellas. Mis manos. Las de ella. ENRIQUE 3: Ésos de ahí son tus brazos envueltos en tu vestido blanco. JULIANA: ¿Esa es Juliana? ENRIQUE 3: Sí. 83.

23

JULIANA: Qué notable. Tenemos el mismo nombre. Ella y yo. Es raro que haya en el mundo dos personas con el mismo nombre. ¿No creés? Pausa. ENRIQUE 3: 3. JULIANA: Sí. Nosotros tres. Ella, vos y yo. ENRIQUE 3: 4. JULIANA: Seguiditos. Mirá vos qué notable. ¿Y Juliana juega al Bingo también? ENRIQUE 3: Sí. JULIANA: Y Juliana te espera en la cocina. Dormida sobre la mesada, todas las noches. La cabeza hundida entre las rodillas. ENRIQUE 3: 27. JULIANA: Juliana te espera con un vaso de leche tibia. ENRIQUE 3: 39. JULIANA: Otro favor. ENRIQUE 3: ¿Qué? JULIANA: El cierre del vestido. ENRIQUE 3: ¿Qué pasa? JULIANA: Se bajó. ¿Podés subirlo? Enrique 3 lo hace. JULIANA: A ella también. Subíselo a ella también. ENRIQUE 3: 44. JULIANA: 44. ENRIQUE 3: 37. JULIANA: 37. ENRIQUE 3: 69. JULIANA: Subíselo. ENRIQUE 3: Basta. JULIANA: Pobre. Está sola. Y nadie la ayuda con el cierre.

24

ENRIQUE 3: Lo tiene subido. Mirá. JULIANA: Qué notable. Es verdad. Pausa. JULIANA: Enrique. ENRIQUE 3: ¿Qué? JULIANA: Ella huele mal. ENRIQUE 3: ¿Qué querés decir? JULIANA: Se marea. No da más. Se pierde con el olor. ENRIQUE 3: No hay ningún olor. JULIANA: Sí. Hay. Ella lo siente. Se descompone. Se pierde. ENRIQUE 3: 8. JULIANA: ¿La persiguen, sabés? A ella también. Desde que el padre partió aquella mañana al monte con el hijo. ¿Ella conoce la historia? ENRIQUE 3: ¿Quién? Juliana señala el espejo. ENRIQUE 3: Sí. Claro que sí. JULIANA: Otro favor, entonces. Pedíle que la cuente, ¿sí? ENRIQUE 3: ¿Qué le pide que cuente qué? JULIANA: La historia. A vos ella nunca te niega nada. ENRIQUE 3: (Visiblemente molesto al espejo.) ¿Podrías contar la historia? JULIANA: Por favor, decíle por favor. ENRIQUE 3: (Siempre al espejo.) ¿Podrías contar la historia, por favor? Ambos miran fijamente la imagen de Juliana en el espejo. Pausa. JULIANA: En la cima de aquel monte los espera la piedra que dicen, oficiará de altar. El cuchillo descansa bajo las ropas calientes del hijo. Aquel hombre, el padre, tenía esposa e hijas. Cuatro bellas mujeres. El padre, al llegar a la cima,

25

pide a su hijo se recueste en la piedra. El hijo se desnuda y se acuesta. Guarda bajo sus cabellos el cuchillo caliente. El padre saca de entre sus ropas un frasco color ocre y una esponja. Unta al hijo con aceite. El sol multiplica el brillo de aquel cuerpo. El hijo espera la mano del padre hundiéndose en los cabellos húmedos de aceite para asestar el golpe final. El padre se detiene en la entrepierna. El cierre. Está bajo, otra vez. Subímelo. ENRIQUE 3: Sí. Enrique 3 se dirige a Juliana. JULIANA: No, a mí no. A ella. Enrique 3 se dirige al espejo. Hace como si le subiera el cierre a la imagen. Inventa: ENRIQUE 3: Está trabado. JULIANA: Con fuerza. Enrique 3 obedece los pedidos de Juliana y acciona siempre sobre la imagen reflejada en el espejo. Así. Eso, con más fuerza, así. Ahora poné tu mano sobre el vientre. Así. Eso es. Ahora silencio. ¿Lo sentís? ¿Sentís la patadita? Es tan chico, tan chico y descansa. Espera la luz, la luz sobre sus ojos cerrados y la cachetada en la nalguita, espera el sonido de tu voz cuando lo mires a los ojos abiertos. Llevará tus ojos, lo sé. Y después beberá leche de estos pechos. Mis pechos están duros. Con tu mano izquierda abierta. Eso. Ablandálo. Una mano abierta de hombre, dicen, tiene la medida exacta de un pecho de mujer. Así. Este olor. Me pierdo. No hay aire. Juliana abre la boca. Pero nada se escucha. Un grito mudo, sostenido. Enrique 3 se aparta del espejo. Juliana mira hacia todos lados. JULIANA: Nos vieron. No quiero que nos vean. Nadie debe saberlo. ENRIQUE 3: No.

26

JULIANA: ¿Cuál... cuál era el número? ENRIQUE 3: 69. JULIANA: Sí. ENRIQUE 3: 74. JULIANA: Estoy desnuda. ENRIQUE 3: 56. JULIANA: Ella también está desnuda. ENRIQUE 3: 62. JULIANA: ¿Enrique? ENRIQUE 3: ¿Qué? JULIANA: Mi pecho. ENRIQUE 3: 31. JULIANA: Mi pecho está... ENRIQUE 3: Dije 31. JULIANA: Qué notable. Bingo. Suena la chicharra. Oscuridad.

CASILLA 43 Ulrica tira los dados. Observa. ULRICA: ¿Se puede creer? No, si estoy maldita, no hay otra. Otro tres. Otro inmundo tres. Se acerca a Enrique 1 que comparte casilla con Enrique 3. Casilla 43. Y aquí estamos, querido hermano. ENRIQUE 3: Aquí estamos, Ulrica.

27

ULRICA: No te hablaba a vos. ENRIQUE 3: ¿Podés negar que somos hermanos? ULRICA: No es eso. Yo hablaba con él. ENRIQUE 3: Pero ustedes son mis invitados y yo debo comportarme como un buen anfitrión. ULRICA: Muy gracioso. No sólo tengo que soportar esta perra suerte en el juego sino que también tengo que escuchar tus chistes. ENRIQUE 3: No son chistes. Estamos en la casilla 43. Yo estaba en la casilla 43 con Juliana durante la lotería, tu tiro, Ulrica, te acercó a mí y contigo llegó él. ULRICA: Pero qué bien habla el azulcito. ¿No creés Enrique? ENRIQUE 1: Sí. Muy bien. ULRICA: ¿Se puede saber qué te pasa? ENRIQUE 1: Nada. Es que... ULRICA: ¿Si? ENRIQUE 1: Es el espacio, es chico, no puedo respirar bien. ULRICA: No, si ahora va a resultar que todos en esta casa sufrimos de la misma enfermedad que la perra de Juliana. ENRIQUE 3: ¿La perra de Juliana? ULRICA: Sí. ENRIQUE 3: No sabía que Juliana... ULRICA: No. Quise decir: Juliana, la perra. ENRIQUE 3: No te permito. ULRICA: ¿Y se puede saber qué es lo que no me permitís, mamarracho azul? ENRIQUE 3: No te permito que hables así de mi hermana más querida. ULRICA: Hoy, tu hermana más querida hoy. Mañana salís sorteado como mi jugadorcito y vas a pensar otra cosa. Todos los días cambiás de opinión. Y eso no está bien. ENRIQUE 3: Eso es falso. Pausa.

28

ENRIQUE 1: Ulrica. ULRICA: Si. ENRIQUE 1: La bragueta. ULRICA: ¿Qué? ENRIQUE 1: Sigue baja Pausa. ULRICA: ¿Y se puede saber cómo se sale de aquí? ENRIQUE 3: Se espera el otro tiro. ULRICA: ¿Y hasta entonces? ENRIQUE 3: Se cumple con la prenda. ULRICA: ¿Prenda? ENRIQUE 3: Tarjetita. ULRICA: Claro, tarjetita. Ulrica saca una tarjetita de la caja. La lee. Se coloca en el medio de los dos Enriques. ULRICA: Acá. Así. Tan cerca de ustedes dos. ENRIQUE 1: ¿Y se puede saber qué dice la tarjetita? ULRICA: Dice que los jugadorcitos deben dejarse guiar por la jugadora. ENRIQUE 1: ¿Dejarse guiar? ULRICA: Sí. ENRIQUE 1: ¿Y eso cómo es? ULRICA: Paciencia, Enrique, paciencia. ENRIQUE 3: ¿Dónde está Juliana? ULRICA: ¿Y por qué tanta urgencia? ENRIQUE 3: Es que... me preocupo por ella. ULRICA: Falso, azul cielo, falso. Lo que tenés es miedo. Mucho miedo a la querida Ulrica, ¿no?

29

ENRIQUE 3 : No. Sólo quiero saber dónde está Juliana. ULRICA: No. Sólo querés saber qué tiene que hacer Ulrica en su prenda. ENRIQUE 1: Ulrica. ULRICA: Amor mío, hermano mío, dueño mío, amores míos, dueños míos. ENRIQUE 1: Ulrica. ULRICA: La ropa, Enrique, la ropa. ENRIQUE 1: ¿Si? ULRICA: Como la historia del hombre y el cuerpo bajo las tablas. Desnudaba a la mujer para luego vestirla. La mujer sin vida. La mujer desnuda. La mujer vestida. Soy tu mujer desnuda. Soy tu mujer vestida. Y ahora soy lo que quieras que sea. Enrique, amarillo, amarillo como el sol. Y vos, azul cielo, azul mar, azul de agua, azul de mis ojos azul, querido azul. ENRIQUE 3: ¿Dónde está Juliana? ULRICA: Primero la ropa. Toda la ropa apiladita en la casilla 43. Una prendita sobre la otra. La ropita de los tres apiladita en la casilla 43. Y después te cuento, ¿si? ENRIQUE 3: ¿Qué es lo que pretendés? ULRICA: ¿Pretender? Nada. Quiero que te desnudes. Quiero que me desnuden. ENRIQUE 3: No voy a hacer nada antes de saber dónde está Juliana. ULRICA: Si hacés lo que te pido te lo digo fuerte en el oído, gritadito, jadeadito en el oído mientras me desvestís, te digo dónde está tu hermanita Juliana. Dále. Sacáme la ropita. Despacito. Como tu hermanito amarillo, ¿ves? Enrique 1 ha empezado a desvestir lentamente a Ulrica. Hace lo mismo con su cuerpo. ENRIQUE 1: Ulrica. ULRICA: ¿Sí? ENRIQUE 1: La bragueta. ULRICA: ¿Qué? ENRIQUE 1: Sigue baja.

30

ULRICA: Así está bien. Así debe estar, queridito mío, así está bien. ENRIQUE 3: Me ahogo. No puedo más. Me desmayo. ULRICA: Sobre mí, querido, desmayáte sobre mí. Tu cuerpo sobre el mío. El peso de tu cuerpo sobre el mío. Todas somos iguales. Todas somos como la mujer bajo las tablas del piso. Las mujeres vestidas. Las mujeres desnudas. Somos iguales. Todas. Así. ENRIQUE 3: Quiero ver a Juliana. ULRICA: Entonces abríme la boca y hundí tu lengua, mi saliva tiene su gusto. ENRIQUE 3: ¿Qué? ULRICA: La sangre se espesa en el paladar y tarda en disolverse. La sangre abunda en mi boca, enredá tu lengua con la mía y vas a poder encontrar a tu hermana. ENRIQUE 1: Así, Ulrica, así. La manga. El puño. ENRIQUE 3: ¿Qué significa eso de la lengua y de la sangre? ULRICA: Nada. Tengo digestión lenta. Sólo eso. ENRIQUE 3: ¿Qué querés decir? ULRICA: Yo no quiero decir, yo digo. ENRIQUE 3: ¿Y qué decís? ULRICA: Desnudáme, queridito, primero desnudáme y después te escupo en la oreja la verdad sobre tu hermanita, te escupo la saliva de esta boquita mía y con la saliva un pedacito de carne atorado en el hueco de una muela. ENRIQUE 3: Basta. Me ahogo. ULRICA: Ahogáte de una vez. Vení. Vení. Ahogáte. Enrique 3 se desmaya sobre el cuerpo de Ulrica. ULRICA: Nuestro hermanito azul se desmayó, pobrecito. ENRIQUE 1: Acariciáme el pecho, liso, duro, tibio, caliente. ULRICA: Sí. Ahora el último botón de mi camisa. Vos, desabrochálo, así. ENRIQUE 1: No llevás corpiño. ULRICA: Mis tetas son chicas.

31

Enrique 1 hunde su boca en las tetas de Ulrica. Ulrica sostiene sobre su espalda el peso del cuerpo de Enrique 3. Con sus manos toma una de las manos de Enrique 3. Refriega con ella la teta que queda libre de la succión de Enrique 1. ULRICA: Rápido. Las pijas. Antes que mamá se despierte. Rápido. ENRIQUE 1: ¿Querés verla? ULRICA: No deseo otra cosa. No espero otra cosa. Verla. ENRIQUE 1: Primero bajáme la bragueta con los dedos, con las uñas, con los dientes. ULRICA: ¿Con qué mi amor, con qué? ENRIQUE 1: Con los dientes. ULRICA: Pasáme esa lengua caliente por las tetas. Pasámela. Chupáme toda. ENRIQUE 3: Juliana. ULRICA: ¿Te estás despertando? ENRIQUE 3: Juliana, Juliana. ULRICA: Desnudáte vos también, desnudáte. ENRIQUE 3: Juliana. Juliana. Juliana. ULRICA: Voy a bajarte esa bragueta para ver tu pija dura. Ulrica se agacha para atrapar con los dientes el cierre de la bragueta de Enrique 1. Enrique 3 cae sobre el cuerpo de Ulrica. Ulrica cae. No salen de la casilla 43. Acotados en ese espacio. Ulrica queda boca abajo. Sobre ella Enrique 3. Enrique 1 echa la cabeza hacia atrás, esperando el descenso del cierre que no llega. Suena una chicharra.

32

ULRICA: La puta madre que lo remil parió, sacáme a este pelotudo de encima. Enrique 1 lo hace. ENRIQUE 1: Ya está. ENRIQUE 3: Juliana, ¿dónde está Juliana? ULRICA: Se acabó el tiempo de preguntar, imbécil, se acabó. ENRIQUE 3: No me importa. Quiero saber dónde está mi hermana. ULRICA: Acá. Enfrente tuyo. ENRIQUE 3: No es por vos por quien pregunto. ULRICA: ¿Y a mí qué carajo me importa por quién preguntás? ENRIQUE 1: Ulrica. ULRICA: ¿Qué? ENRIQUE 1: Se acabó el tiempo. ULRICA: No es necesario que me lo recuerdes. ENRIQUE 1: Es que seguís hablando. ENRIQUE 3: Alguien tiene que decirme dónde está Juliana. Suena una segunda chicharra. ENRIQUE 1: Segunda señal. ULRICA: Debe ser mamá. Ulrica sale. Precipitadamente.

JULIANA ABANDONA ULRICA: ¿Y a qué jugaron? JULIANA: Al Bingo. ULRICA: ¿Al Bingo? JULIANA: Sí, al Bingo.

33

LEOPOLDA: ¿Y quién ganó? JULIANA: Yo. ULRICA: Mirála vos a la mosquita muerta. LEOPOLDA: Dejá de tratarla así. ULRICA: ¿Así como? LEOPOLDA: Mal. ULRICA: Perdón. Parece que la señora encontró un alma protectora. JULIANA: Yo no necesito que nadie me proteja. ULRICA: Bien, muy bien. Pausa. ULRICA: Decí un número del uno al seis. JULIANA: ¿Qué? ULRICA: ¿Hablo chino yo? JULIANA: No entiendo. ULRICA: (A Leopolda.) Y después no querés que la trate como a una tarada. LEOPOLDA: Basta. (A Juliana.) Tenés que decir un número del uno al seis. JULIANA: ¿Para qué? ULRICA: Menos averigua Dios y perdona. Vamos. JULIANA: No sé. Yo no quiero jugar. ULRICA: Vamos. Pausa. ULRICA: ¿Y? Pausa. ULRICA: (A Leopolda.) Bueno, dále vos. LEOPOLDA: Seis. ULRICA: Bien. Ahora vos. JULIANA: Dije que no quiero jugar.

34

ULRICA: Sabés que no se puede dejar de jugar. JULIANA: Me importa un carajo lo que se pueda o no se pueda hacer. ULRICA: Pero mirá que había resultado guaranga. LEOPOLDA: Juliana, dále. Es sólo un número. Del uno al seis. JULIANA: Eso ya lo entendí. Lo que ustedes no quieren entender es que yo no juego más. LEOPOLDA: No podés. Ninguna puede. JULIANA: Yo sí. Yo puedo. Mirá. ULRICA: Vas a decir un número o te reviento. JULIANA: No. ULRICA: Ya. JULIANA: Dije no. ULRICA: Vos me estás cargando. JULIANA: No. LEOPOLDA: Juliana recapacitá. JULIANA: No tengo nada que recapacitar. ULRICA: Muy bien, vos lo quisiste. JULIANA: ¿Me estás amenazando? ULRICA: No. Ya vas a ver. JULIANA: Si eso no es una amenaza no sé qué otra cosa puede ser. ULRICA: Vas a tener que subir. Y después te vas a arrepentir. JULIANA: No tengo miedo de subir. ULRICA: ¿No? JULIANA: ¿Hablo chino yo? ULRICA: ¿Sos viva? JULIANA: Me defiendo. ULRICA: Vas a tener que defenderte entonces. Ulrica intenta abalanzarse sobre Juliana. Leopolda la frena. Juliana queda allí, firme, sin retroceder un solo paso.

35

LEOPOLDA: Calmáte. ULRICA: ¡Que esa mierda haga lo que yo quiero! LEOPOLDA: Basta con eso. Si quiere dejar de jugar que vaya arriba a atender a mamá. Juliana se levanta el vestido hasta el pecho. ULRICA: ¿Qué hace? JULIANA: Te muestro, Ulrica. Te muestro. ULRICA: (A Leopolda.) Me está provocando. (A Juliana.) Estás loca si pensás que te voy a poner una sola mano encima. Ni lo sueñes. ¿Qué te pensás? ¿A qué estás jugando, reventada? JULIANA: Sólo quiero que vean mi panza. ULRICA: Está loca. Está completamente loca. Arriba. ¡Te vas para arriba, ya! ¡Reventada! ¡Arriba dije! JULIANA: ¿Qué ven? ULRICA: A una estúpida que se levanta el vestidito como una nena tonta para demostrar vaya a saber qué. JULIANA: ¿Por qué no mirás mejor, querida? ULRICA: ¿Me estás cargando? JULIANA: No. Quedáte tranquila. ULRICA: ¡Leopolda sacá a esta mujer de mi vista! LEOPOLDA: Juliana, ya está bien. Bajáte ese vestido y andá para arriba. Podés llevarle algo a mamá. Se va a poner muy contenta cuando te vea. JULIANA: Primero quiero que ésa me pida disculpas. LEOPOLDA: Juliana. JULIANA: Nada. Quiero que me pida perdón. ULRICA: ¿Tengo razón cuando digo que está loca? JULIANA: Cuando volvió aquella tarde con el cuerpo de papá sobre los hombros y la mirada sobre los zapatos marrones me miró a los ojos. Cuando papá descansaba sobre la cama grande él se acercó a mí y me dijo unas palabras al oído. Yo miraba los ojos cerrados de papá, me perdía detrás de sus párpados. Ese

36

hombre supo llevarme de la mano cuando Juliana era una niña, el hombre que descansaba sobre la cama grande supo tomar mi mano desde chica. Y allí estaban esos ojos que yo, aquella tarde, miraba. Enrique se acercó a mí y escuchó atentamente a Juliana que quería que ese cuerpo sangrante volviera a la vida, y entonces yo vi los ojos de Enrique sobre mi cuerpo y le dije: un hijo, necesito un hijo, este cuerpo mío pide ser inundado con tus hijos, este cuerpo mío quiere pesar y serás vos, Enrique, el encargado de darle peso. Entonces él asintió levemente, bajó su cabeza así y se miró los zapatos cubiertos de sangre mientras en la cama grande esa misma sangre desplegaba su geografía caprichosa. Enrique había besado la herida de papá allí en el monte, después de haber hundido el cuchillo en la carne amada besó la herida y sus labios aún tenían el sabor de la sangre. Y yo besé esos labios y probé la sangre de papá, la sangre del hombre que me llevaba de la mano. Y tras besar los labios Enrique se desnudó en la habitación oscura y la noche del otro lado de la pared. Mamá esperaba la llegada de papá en la habitación superior. Ustedes rodeaban el cuerpo de papá y yo en la oscura habitación llenaba este cuerpo mío con las lágrimas de Enrique. Llenaba el vientre el sexo mío mientras su saliva se espesaba en la mía y bebía yo entonces así la sangre del hombre que ustedes velaban aquí. ULRICA: ¿Y eso quién lo escribió? Porque es bárbaro. Oscuridad.

REUNIÓN Enrique 1 y Enrique 3 en la casilla 43. Descubrimos a Enrique 2, unas casillas más adelante. ENRIQUE 3: Y nadie me va a decir entonces dónde está mi hermana más querida. ENRIQUE 1: Paciencia, hermanito, paciencia. ENRIQUE 3: Vos y Ulrica parecen cortados por la misma tijera. ENRIQUE 1: Lo mismo te pasa a vos con Juliana.

37

ENRIQUE 3: No. Lo mío es afecto. ENRIQUE 1: Lo mío también. ¿Qué otra cosa? ENRIQUE 3: Ustedes. Ustedes mantienen relaciones carnales. ENRIQUE 1: A Juliana le gusta que la desnuden frente a los espejos. ENRIQUE 3: Pero ella no es consciente de todo eso. Sabés muy bien que es otra mujer frente a los espejos. ENRIQUE 1: Vamos, vamos. “Una mano abierta de hombre, dicen, tiene la medida exacta de un pecho de mujer.” ¿No son esas sus palabras? ENRIQUE 3: ¿Cómo sabés eso? ENRIQUE 1: Tan bien como vos sabés los caprichos de Ulrica. ENRIQUE 3: No. Yo no sé nada de los caprichos de esa mujer. ENRIQUE 1: Porque hoy te toca ser hermano más querido de Juliana y sabés muy bien que los hermanos queridos de Juliana deben obviar todo conocimiento sobre sus otros hermanos. ENRIQUE 3: No sé de qué estás hablando. ENRIQUE 1: Cumplís a la perfección tu papel. ENRIQUE 3: Yo no cumplo ningún papel. ENRIQUE 1: Y yo hago bien el mío. Cada uno sabe cuáles son los límites. ENRIQUE 3: Yo sólo quiero saber dónde está Juliana. No quiero quedarme más tiempo en esta casilla, apretado, soportando tu pésimo aliento. ENRIQUE 1: Ya me voy a ir. Sólo falta que Leopolda cumpla con su tiro. Después otra vez juega Ulrica y allí te podré dejar a solas. ENRIQUE 3: Y Juliana, ¿cuándo juega Juliana? ENRIQUE 1: No juega más. ENRIQUE 3: ¿Qué? ENRIQUE 1: Renunció a jugar. Dijo no querer seguir jugando. Debe estar haciéndole compañía al verdecito. ENRIQUE 3: Quiere decir que yo... tengo que quedarme aquí... para siempre. ENRIQUE 1: Para siempre... para siempre no. Sólo durante el juego. Sólo hasta que el juego termine.

38

Pausa. ENRIQUE 1: Tuviste suerte. ENRIQUE 2: ¿Yo? ENRIQUE 1: Sí, vos. ENRIQUE 2: ¿Por? ENRIQUE 1: Estás ahí. Vas ganando. ENRIQUE 2: Ah... ¿eso? ENRIQUE 1: Sí. Eso. ENRIQUE 3: ¿No vieron a Juliana? ENRIQUE 1: Basta con eso. ENRIQUE 2: Leopolda quiso violarme. ENRIQUE 3: ¿Cómo? ENRIQUE 2: Que Leopolda quiso violarme. ENRIQUE 3: A mí la imagen de Juliana me pidió que le tocara el vientre. ENRIQUE 1: Ulrica me pide siempre que le cuente historias obscenas. ENRIQUE 2: ¿Historias obscenas? ENRIQUE 1: Todas las mujeres son iguales. ENRIQUE 3: Pero es que son nuestras hermanas. ENRIQUE 2: ¿Y eso es una novedad? ENRIQUE 1: Tal vez necesiten de un hombre. ENRIQUE 3: Un hombre. Notable. ENRIQUE 1: ¿Qué es lo notable? ENRIQUE 3: Que necesiten de un hombre y nos usen a nosotros. ENRIQUE 2: Deberíamos decir me usan. ENRIQUE 1: ¿Por qué? ENRIQUE 2: ¿Cuál es mi nombre? ENRIQUE 1: Enrique. ENRIQUE 2: ¿Cuál es el nombre de ustedes dos? ENRIQUE 1: Enrique. ENRIQUE 2: ¿Entonces?

39

ENRIQUE 1: Somos distintos. ENRIQUE 2: La ropa. Sólo la ropa nos diferencia. Pausa. ENRIQUE 3: Vos estás más cerca del final. ¿Escuchás voces? ENRIQUE 2: ¿Qué voces? ENRIQUE 3: Desde el casillero de llegada. Unas voces que parecen mías. ENRIQUE 2: El verde. Debe ser el verde. ENRIQUE 3: Sí. ENRIQUE 2: No juega. Por eso habla. ENRIQUE 3: Dice que hay algo bajo las tablas del piso. ENRIQUE 1: Como la historia que le cuento a Ulrica. ENRIQUE 3: ¿La historia? ENRIQUE 1: Sí. La que le cuento a Ulrica. La que cada uno de nosotros le cuenta a Ulrica cuando es su hermano más querido. ENRIQUE 3: Seguís insistiendo con esa teoría absurda de los papeles. ENRIQUE 2: Los roles. Somos lo mismo. Siempre. ENRIQUE 3: ¿Vos también? ENRIQUE 2: Debés decir “yo también”, ahora soy rojo, más tarde seré azul, amarillo o verde. ENRIQUE 3: Yo soy azul. No soy ni amarillo, ni rojo, ni verde. ENRIQUE 2: Ya lo entenderé. ENRIQUE 3: Soy yo el que no entiende. ENRIQUE 2: Claro. Ya lo entenderé. ENRIQUE 3: Todo esto es para que yo olvide mi mayor preocupación que es saber dónde está mi hermana Juliana. ENRIQUE 1: No te alcanza con la explicación que te dio Ulrica. ENRIQUE 2: Error. Debés decir: no me alcanza con la explicación que me dio Ulrica. ENRIQUE 1: Es que la explicación fue para él, no para mí. ENRIQUE 2: Claro. La explicación fue para mí.

40

ENRIQUE 3: Intentan marearme. ENRIQUE 2: Cuando soy azul creo que los demás intentan hacerme el mal. ENRIQUE 3: Yo sólo quiero saber dónde está mi hermana querida. ENRIQUE 2: Está con la madre. ENRIQUE 3: Juliana entonces... ENRIQUE 2: Sí. ENRIQUE 3: ¿Por qué no quisieron decírmelo antes? ENRIQUE 2: No me lo quise decir. No me lo pude decir. ENRIQUE 3: ¿Y qué hace con nuestra madre? ENRIQUE 2: Allí van los que abandonan el juego, las hermanas que deciden dejar de jugar van al lado de la madre. Y esperan. ENRIQUE 1: ¿Esperan? ENRIQUE 2: Esperan el final del juego. ENRIQUE 3: Y Juliana, entonces... ENRIQUE 2: Juliana, entonces, espera. Como aquella vez ellas supieron esperar la llegada de uno de los hombres. ENRIQUE 1: La llegada desde el monte. ENRIQUE 2: Todas sabían que sólo volvería uno de los dos. ENRIQUE 3: Y volví yo... ENRIQUE 2: Sólo yo. ENRIQUE 1: Sólo sin mi padre. ENRIQUE 3: Error. ENRIQUE 1: ¿Perdón? ENRIQUE 3: Hay que decir: vine con mi padre. ENRIQUE 2: No entiendo. ENRIQUE 3: Vine con mi padre. ENRIQUE 1: Mi padre muerto. ENRIQUE 3: Sí. Falté al pacto. No vine solo. “Sólo volverá uno de los dos.” Y yo traje a mi padre muerto. Ese fue el error. Lenta oscuridad.

41

JULIANA FRENTE A LA PUERTA Juliana de pie frente a la puerta. Lleva un vaso de leche en una bandeja. Y un álbum de fotografías. JULIANA: Sé que vas a abrir esa puerta. La mano la tengo toda colorada de tanto golpear. Vamos, abríme. Sé que estás escuchando, no tengas miedo. Soy yo, Juliana. Ulrica y Leopolda siguen jugando, no tenés que asustarte, ninguna está conmigo. Vamos, no es tan difícil, unos pasitos hasta la puerta y la mano sobre la llavecita y la llavecita que gira y después la misma o la otra mano sobre el picaporte y después tirás la puerta para vos, para adentro y entonces cha chán ahí estoy yo, ahí está tu hija Juliana con el vaso de leche tibia y la sorpresa del día. Porque sabés que te visito a esta hora y sabés que siempre te escondés debajo de las patas del sillón, debajo de las patas de la cama. Ya, vamos, la puerta abierta, vamos. Parece que hoy viene difícil la señora, ¿no es así? Así me parece a mí. Si no hay más remedio habrá que esperar. Se sienta en el piso. Apoya su espalda en la puerta. Deja la bandeja en el piso, a un costado. Bebe un poco de leche. Toma entre sus manos el álbum de fotografías. Tengo entre mis manitos la sorpresa del día, ¿no te da curiosidad? ¿No te dan ganas de abrir esa puerta para poder ver lo que tengo entre las manos? A ver... ya sé. Tengo una idea. Veo... veo. Pausa ¿Qué ves? Pausa. Una cosa.

42

Pausa. ¿Qué cosa? Pausa. Maravillosa. Pausa. ¿De qué color? Pausa. Color marrón. Marrón oscuro. Pausa. Un par de zapatos. Pausa. Frío. Pausa. Una billetera. Pausa. No, no. Pausa. Bueno... Pausa. Un álbum de fotos. Pausa. Eso es. Un álbum lleno de fotos. Un álbum de fotos de la familia. Abre el álbum, irá hojeándolo mientras dice. Esto debe ser alguna playa, tan felices los seis. Enrique debía tener tres o cuatro años, y papá, mirá la barba de papá. Sé que odiabas esa barba. Tuvimos que cortarla antes de enterrarlo. Aunque al lado del trabajito que tuvimos para ese entierro cortarle la barba fue una tarea de niños. Ay, tarea de niños, mirá, justito, justito, ésta debe ser del jardín de infantes, y ésta es Ulrica en la clase de plástica. Todo el pelo lleno de plasticola de colores, siempre con el pelo tan cortito, y esas manitos todas manchadas, tan fuertes,

43

esas manos fuertes de Ulrica que tanto nos ayudaron aquella tarde del entierro, porque qué hubiéramos hecho si no la teníamos a Ulrica, cuatro mujeres solas, indefensas, frente a aquella tarea tan difícil. Pero allí estaba Ulrica. La hermanita fuerte. Y ésta, pero mirá, es Leopolda, en su clase de canto. ¿Estás segura que no querés mirar? Son tan lindas las fotos. Sí, Leopolda junto al piano. Tan lindo ese piano, tan elegante y tan negro. Lástima que hubo que quemarlo, toda la madera, esa tarde. Y la profesora de Leopolda... ¿no me vas a negar que era un personaje? La espalda tan recta, esos vestidos llenos de encaje, hasta el piso, esos vestidos como de otra época. Acá estamos todas en la puerta con las manos en alto, como saludando, como diciendo adiós con la manito. Esta foto la debe haber sacado Enrique o papá, aunque papá no era muy amigo de las máquinas. Es del día en que se fueron al monte. Supongo que es la última foto que alguien nos sacó a las cuatro juntas. Después... Qué notable. No pasó tanto tiempo desde entonces y sin embargo estamos tan cambiadas, tan jóvenes las cuatro, aunque la guacha de Ulrica está igual, yo no sé cómo hace para mantenerse así. Y ésta es de mi cumpleaños de quince, con mi vestido blanco de la mano de papá, tan bonita estaba la pobre Juliana y tan asustada y tan contenta. ¿Esta soy yo? Cómo me gustaría que pudieses ver esta foto conmigo para que me digas si esta señorita vestida de blanco que va de la mano de un señor con barba soy yo, si ella es Juliana entonces yo soy también Juliana pero esta Juliana que mira a esta Juliana que ve es otra mujer mucho más grande y tan distinta a la otra tan rara y diferente a esa otra del vestido blanco y el padre con barba porque esta Juliana que mira a la de vestidito blanco no tiene padre se ha ido el padre al monte con el hijo y se han perdido se han hundido en la madera dura del piso yacen los dos bajo la madera el padre y el hijo y es esta pequeña Juliana agarrada de la mano del padre tan pobre y temerosa Juliana de quince años y todos los invitados a esa fiesta le dicen a la niña Juliana qué linda que estás niña Juliana qué hermoso vestido tienes y qué ojos tan grandes y saltones y qué bello es el señor que te toma la mano niña Juliana quién es el señor que te lleva de la mano quién es el señor que te toca el cuerpo chiquito y te hace caricias en las noches y te saca la ropa para que puedas descansar sobre

44

las sábanas tirantes y secas de tu cama de quince quién es ese señor tan hermoso con manos tan largas y hábiles que desnuda el cuerpo de la niña Juliana es el padre de la niña dicen los invitados a la fiesta el padre de Juliana junto a la niña de la mano con vestido blanco la mano agarrando la mano esta mano agarrando la foto de la niña agarrada a la mano del padre con su vestido blanco y su cumpleaños y sus ojos temerosos y las manos húmedas de transpiración las manos que se resbalan de las otras manos las manos en esta foto y ésa es Juliana tal vez sea yo entonces soy Juliana la niña y después la mujer que con sus manos levantó las tablas que con sus manos y con sus hermanas trozó la carne y la hundió soy esta Juliana que espera y se disuelve Juliana que se pierde en la imagen de esta niña.

LLEGADA Enrique del otro lado de la puerta. La puerta se abre. Allí está. Verde. ENRIQUE : Cerré el puño así y golpeé con fuerza la vieja puerta de madera. Nadie atendía el llamado y el peso de aquel cuerpo sobre mis hombros vencía mi espalda. Mi mirada estaba posada sobre los zapatos marrones y desde el cuerpo, desde aquel cuerpo arrojado en mis hombros, ploc, ploc, las gotas sobre los zapatos, manchando el cuero marrón, opacando la manchada superficie de los zapatos, la sangre ploc sobre el cuero lleno de tierra arrastrada desde el monte, desde la altura, desde la piedra, desde el camino de regreso a casa. Ploc, ploc sobre el mosaico blanco, rojo sobre blanco, la sangre gotea sin pausa, ploc sobre el piso lustrado, el damero de la entrada. Y allí la puerta: cerrada. La puerta que enmarcó los cuerpos de las cuatro mujeres, la madre y las hermanas, las manos en alto, saludando a los hombres, los pañuelos sobre los ojos, absorbiendo las

45

lágrimas, pañuelos blancos sobre ojos oscuros, lágrimas que se deslizan por la cara arrastrando el rimmel de los ojos, despintando, abriendo surcos en la piel de las mujeres, lágrimas negras sobre los labios rojos, lágrimas rojas y negras descendiendo de las bocas, cayendo sobre el mosaico blanco, sobre el mosaico negro. Aquella tarde en que partíamos mi padre y yo hacia el monte. La foto. Y después el cuerpo sobre mis hombros y el puño golpeando con fuerza la puerta. Entonces sale ella, una de ellas, con las ropas de siempre y la cara de siempre, Ulrica con el traje del padre y tras ella, a ambos lados aquellas otras dos, las otras dos, Leopolda y Juliana. Pedí ayuda. Ulrica dijo entonces sólo uno de los dos debía haber vuelto sólo uno de los dos. Dije que el padre había muerto que sólo yo había regresado con vida. Ulrica hunde sus ojos de hombre en el cuerpo del padre. Acaricia la espalda y mancha sus manos con sangre. Las otras dos me ayudan a entrarlo. En la habitación superior la madre espera la vuelta del padre, de piernas abiertas, sedienta, su sexo inmenso esperando el regreso del hombre. Mamá no pudo venir a la puerta desde hace días espera en el cuarto desnuda la llegada de papá, dice Leopolda. Y canta. Ulrica me mira con desconfianza, sigue diciendo con la mirada que el pacto ha sido violado y que hay un cuerpo que sobra. Se procede entonces a velar al padre. Sobre la cama grande el cuerpo del padre con las ropas apretadas, manchadas de tierra, de sangre. Leopolda canta del lado derecho. Juliana se hunde en los ojos cerrados del padre y decide perderse mientras dice soy yo soy Juliana tu hija más pequeña tu hija más querida y vos debés ser el hombre de la mano agarrada a mi mano y quiero que vuelvas y me acaricies que regreses y me toques quiero tu cuerpo vivo entre nosotras yo quiero tu cuerpo vivo quiero tu cuerpo dice Juliana mientras hunde las manos en la entrepierna del padre. Y más atrás, entre las sombras, está Ulrica, los ojos fijos en mí. Y yo, repartiendo mi mirada entre las hermanas y los zapatos manchados de sangre. Sobre la cama el cuerpo y sobre las sábanas tensas y blancas una mancha de sangre que se expande desde la espalda apoyada del padre hacia los bordes rectos de la cama. Las sábanas manchadas de sangre, plaf sobre la tensa sábana. Ulrica dice. ULRICA: Dame el cuchillo.

46

ENRIQUE: Y yo entrego el cuchillo caliente que saco bajo mis ropas. ULRICA: Está caliente. LEOPOLDA: ¿Caliente como qué? ULRICA: Caliente como... como. LEOPOLDA: ¿Como un pollo al horno? ULRICA: No. Tibio. LEOPOLDA: Salsa portuguesa. ULRICA: Tibio. LEOPOLDA: Arroz con calamares. ULRICA: Tibio. LEOPOLDA: Eh... no sé... a ver. ULRICA: Vamos, vamos que se acaba el tiempo. LEOPOLDA: Eh, eh... ah, ya sé: lomo a la pimienta. ULRICA: No. Frío. LEOPOLDA: ¿Frío? ULRICA: ¿Estás sorda? LEOPOLDA: Pero si antes dijiste tibio. ULRICA: Si dije tibio es porque estabas más cerca, si ahora digo frío es porque no tiene nada que ver lo que dijiste. LEOPOLDA: Me estás haciendo trampa. ULRICA: No digás estupideces. LEOPOLDA: ¿Cómo sé yo que no cambiaste la respuesta durante el juego? ¿La escribiste en un papelito? ¿Se la dijiste a ella? JULIANA: Vos debés ser el hombre que tomó la mano de la niña Juliana con vestido blanco. El hombre que acaricia la cabeza de la hermosa Juliana, el hombre que debe volver vestido de negro, lujoso, elegante, con un moño sobre el cuello palomita, el hombre que ama a Juliana, el hombre que ahora tiene los ojos cerrados, bien cerrados, el hombre que oculta la mirada, que no quiere ver a su dulce Juliana, aquí estoy yo, querido, aquí estoy yo, podés verme, desde el otro lado de los párpados debés poder ver mis ojos y saber que te espero desde

47

hoy desde este momento en el que tan suave descansás te espero para poder amarte para poder recibirte con las piernas abiertas y el sexo tibio el sexo caliente y húmedo esperando tus ojos que devoran el cuerpo de Juliana tus ojos que se hunden en mi sexo y lloran aquí dentro de mí muy dentro de mí y esas lágrimas entonces esas lágrimas humedecerán más el cuerpo de Juliana este cuerpo mío y yo esperaré que se sequen que tus lágrimas se sequen dentro de mí y entonces poder armar un hombre dentro de mí un hombre con tus lágrimas dentro de mí un hombre nuestro un hijo nuestro nuestro hijo. JULIANA: (Saliendo de su ensimismamiento.) A mí nadie me dijo nada. LEOPOLDA: ¿Ves? ULRICA: ¿Ves qué, imbécil? LEOPOLDA: Eso, que no le dijiste nada. ULRICA: ¿Y quién dijo que había que decirle algo? LEOPOLDA: ¿Vos te das cuenta de lo que estás haciendo, no? ¿Sos consciente? ULRICA: ¿De qué hablás? LEOPOLDA: Dejá de hacerte la estúpida y aceptá que hiciste trampa. JULIANA: ¿Y se puede saber qué es lo que me tenían que decir? ULRICA: Calláte tarada. LEOPOLDA: Claro, tratála como a una imbécil, total... ULRICA: ¿Total qué? LEOPOLDA: ¿Quién la tiene que aguantar después cuando empieza a decir todas esas cosas frente a los espejos, eh? ¿Quién? ULRICA: Ahora resulta que sos vos la que se ocupa de la tonta. JULIANA: Yo no soy ninguna tonta. LEOPOLDA: ¿La escuchaste? ULRICA: Sí. ¿Y? LEOPOLDA: Quiero decir si la escuchaste. ULRICA: Sí, la escuché. ¿Entonces? LEOPOLDA: Nada, eso. Que no es ninguna tarada. ULRICA: ¿Y quién dijo eso?

48

LEOPOLDA: Perdonáme... ¿vos me querés volver loca a mí? ULRICA: Imposible. No se puede hacer algo que ya está hecho. LEOPOLDA: ¿Qué querés decir? ULRICA: Eso. Lo que dije. Que estás loca. Ulrica y Leopolda siguen discutiendo. Juliana hunde sus ojos en Enrique que dice. ENRIQUE: El juego terminó. Ulrica dice dame el cuchillo y yo entrego el cuchillo caliente que saco bajo mis ropas. Lo toma fuerte entre las manos. Recuerdo un pedido de Juliana, pedido que yo concedo en una oscura habitación. El cuerpo de Juliana bajo el peso de mi cuerpo y después la luz y el olor del cuerpo del padre sobre la cama grande y las sábanas manchadas de sangre. El cuchillo aferrado a las manos de Ulrica, las manos fuertes de Ulrica, las manos que descienden sobre la cama grande, que golpean como mi puño cerrado a la puerta de madera. La sangre sobre las caras, mezcladas con las lágrimas, con el rimmel, con los labios rojos. Las tablas del piso levantadas con dificultad y el sonido de los brazos sobre el cemento, una pierna sobre el cemento, luego el torso sobre el cemento, la cabeza sobre el cemento, la otra pierna sobre el cemento. Un martillo y las tablas ocultando aquellos restos. La sonrisa de Ulrica y la mirada sobre mi cuerpo y mis ojos sobre el cuchillo que aún humea en sus manos y la caída del filo de lleno sobre mi carne, ofreciendo al hijo el mismo destino del padre. Como debe ser. Ulrica y Leopolda siguen discutiendo. Juliana hunde sus ojos en Enrique que calla.

Alejandro Tantanian. Correo electrónico: [email protected]

49

Todos los derechos reservados Buenos Aires. 2008

CELCIT. Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral Presidente: Juan Carlos Gené. Director: Carlos Ianni Buenos Aires. Argentina. www.celcit.org.ar. e-mail: [email protected]

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.