KONVERGENCIAS, FILOSOFÍAS DE LA INDIA

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Author:  Eva Moya Duarte

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KONVERGENCIAS, FILOSOFÍAS DE LA INDIA

IMÁGENES Y SÍMBOLOS DE EL CARRO1

Olivia Cattedra

Imágenes y símbolos es el título de uno de los más inspirados y poderosos libros de Mircea Eliade; y con razón esto es así pues las imágenes son espejos. Su acción detona fuerzas profundas de la mente humana, que al liberarse abren puertas y otorga ímpetu para el camino de retorno al Ser. En Oriente, las imágenes son deliberadamente recurrentes. La reiteración cumple una función escatológica, no intelectual. La vida es o se percibe como un camino, y también, un continuo y un transitar. El carro es una de las presencias del camino. No hay caminos sin carros. Con ellos se recorren los caminos, así como las naves alcanzan las otras orillas. El carro y el bote conforman, especialmente en el horizonte indio, un continuo simbólico. El bote, como claramente lo exhibe la imagen del cuarto o quinto nidanai, también representa la encarnación humana. En todo caso el simbolismo de 1

Publicado como Introducción, El Carro. Imágenes y Símbolos en Oriente y Occidente, Olivia Cattedra (Directora), Ediciones Suárez, Mar del Plata, 2009. Año X, Mayo 2011. | 1

tránsito y de más allá en un sentido espacial y a la vez trascendente, indica el despliegue de la vida como un proceso de múltiples propuestas, de apertura y diversas lejanías en continua e incierta marcha. En todo caso, los vehículos son símbolos omnipresentes en el mundo indoeuropeo. Las rutas, terrestres y marítimas, sugieren un patrón de ordenii. En este volumen presentaremos los símbolos del carro en relación al horizonte greco indio. Las analogías de estos carros hablarán del hombre, de sus límites, de la muerte, del ego, de la búsqueda, del destino, del alma y su ascenso. En todos hay puntos comunes y distinciones específicas. Cada buscador debe descubrir su propia puerta… y su propio carro. El mundo griego tiene distintos cielos, etapas, épocas; el hombre griego se reconoce como mortal, definición especifica del hombre en el mundo homérico. Luego, la cualidad preponderante del hombre griego post homérico, presocrático, es mantener la serenidad porque se conoce a sí mismo, pero ello ya implica un momento revestido de otra madurez. Desde luego, Homero no es Platón y éste no es Aristóteles. A la sombra de los grandes griegos podemos pensar distintas maneras de concebir el hombre, la vida y la muerte. Aunque la raíz parece ser la misma, hay un detalle que instala una distinción que derivará en diferencias abismales pero no incompatibles. Mientras que el hombre griego más antiguo busca sus respuestas porque ha conocido el límite de la vida y se asoma a la muerte, el viviente (jîva) de la India sabe que su esencia, y con ello su realidad más genuina, pertenece a otro dominio. Las necesidades espirituales de cada uno de ellos configuran distintos círculos y espirales. Asombrosamente, cuando Grecia olvida los mitos comienza a pensar, y en ese exacto lugar, la India urge a abandonar el pensar para poder contemplar. En la bisagra de estos mundos, los símbolos evocan las fuerzas del alma e inspiran los sueños que reverberan la sabiduría. La tradición de la India tiene muchas aristas, aunque un sólo propósito: resolver el dolor de la existencia. Este dolor es una muerte en vida. Es la grieta de Karnaiii, el príncipe virtuoso que desconoce su esencia y por esto, lucha en la batalla del lado de las huestes ilícitas y ambiciosas. La historia de la vida de Karna es la más trágica de la épica india. Simboliza el constante estado de desconcierto y desafuero del hombre común quien, identificado con su ego, resiste la eternidad que lo constituye como esencia. Presa de la terquedad y el resentimiento, transita un camino que no es el suyoiv.Karna muere cuando su tiempo-destino-oportunidad se agota. La señal de su muerte aparece cuando la rueda de su carro se estanca en el lodo. La liberación del dolor es el logro de la sabiduría. Sus respuestas se dirimen entre el amor y la compasión, que sólo ostentan un grado de diferencia entre ellos. Van der Leeuw, un estudioso antiguo, aunque no por ello menos sensible y agudo, observa que mientras que el mundo de las upanişad señalan al infinito, la respuesta y reacción del budismo a esta mística trasformará el infinito en la insondable nada; ésta es la consecuencia y el límite del infinito: deriva, inexorablemente, en el amor, pues “…Aquí vive el amor, cuando ha muerto la compasión (Dante, Infierno, 20,28)”.

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No en vano, otro de los símbolos apreciados por la tradición de la India es el diamante. El hombre y particularmente su conciencia, es un diamante. El diamante, con su pureza, fuerza, y con la increíble paleta de centellas que arrojan sus infinitas facetas. La constitución de las gemas puede ser similar, la talla es siempre única, como lo es la conciencia y la trayectoria de cada viviente. La analogía de los brillos del diamante se aplica a las distintas miradas sobre los mismos textos. Sus diferencias, infinitamente pequeñas, asombran al mundo occidental moderno. En este libro encontraremos comparaciones explicitas e implícitas; aun así, la absoluta plasticidad del símbolo permite que tres de los escritos se enfoquen en un mismo texto mostrando aspectos completamente originales en cada caso. El carro simboliza el hombre, pero en un caso el tema es el margen de sus decisiones, el encuentro con su destino, el acceso a la propia alma, la existencia o no de ésta, la maestría sobre ella y su liberación final. Las tendencias ocultas que nadan en la huellas de la memoria del alma desafían el libre albedrío. La lógica oriental hace arder la inteligencia aun del griego más ortodoxo, cuanto no más del hombre occidental y moderno: los principios del razonamiento oriental excluyen el principio del tercero excluido e introduce el mundo de mâyâ anirvacaniya, la relatividad de lo que es y no es al mismo tiempo. El hombre es libre en su elección, pero su elección no es libre en tanto que está condicionada por el desconocimiento de si mismo, ignorancia concreta que se vuelca inevitablemente sobre el devenir del destino. Aun así, la tradición es la cadena de transmisión y enseñanzas que ofrece un deposito de sabiduría que se vehiculiza convocando al hombre a despertar, comprender y realizar. La enseñanza al estilo de Nâgasena, muchas veces ejemplificada en lo cotidiano convence al más reticente. El monje insiste en mostrarnos la bisagra entre la normativa y su aplicación concreta, pues la comprensión que da la experiencia, excede la intelectualidad más astuta y la verdad supera la palabra. El misterio del silencio envuelve la comprensión y la transformación. Nuestros carros, como hemos señalado, son conducidos heroica y decididamente por valerosos conductores. Ellos no siempre están solos. Muchas veces están difusamente cercados por presencias invisibles y enérgicas. Los carros tienen habitantes. El auriga y el dueño del carro no siempre se unen en una misma presencia. El auriga o conductor, ya sea como principio unificante, o bien como lo que subyuga, constituye un tema dominante. El auriga conduce el carro. En primera instancia, la función de este auriga es auto referente: él debe unirse, integrarse a sí mismo, luego conducir. En la dimensión más sutil de la enseñanza, este aspecto es comprendido como el tema del autodominio, de enfrentarse, internamente consigo mismo y por eso es un héroe. Dominio y conducción pueden, nuevamente, concebirse desde dentro o desde fuera.

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El símbolo del carro en el camino de la interioridad sugiere, entre otras lecturas, un punto de torsión que pone en tela de juicio la veracidad del yo, impulsando la modificación de la conciencia. Y todo ser comprueba que, cuando se cambia la perspectiva, la vida se trasforma. La Kaţha Up. es una reconocida fuente del BG, sin embargo, un aspecto distintivo de cómo estos textos presentan la analogía es la diferencia en el conductor: el auriga de la Kaţha Up., es el intelecto, sujeto a reflejar al Señor del Carruaje según la pureza del trabajo previo. En el caso del BG, el auriga es absolutamente divino. Coinciden en la práctica espiritual que proponen. El auriga de la Kaţha Up. es el intelecto (buddhi) obediente o no; el auriga de Arjuna es el divino Krisna Sorpresivamente, en las enseñanzas de Nâgasena, el auriga esta ausente. El entorno del carro insinúa los discípulos. Naciketas no es una presencia directa, aunque sí introductoria y sugestiva. La etimología de su nombre (Naciketas con a corta) significa “el que no conoce”, sin embargo, atraviesa el ritual del triple fuego y pasa a ser “el que si conoce” (Nâciketas). La pureza debe caracterizar a todo discípulo y ésta debe ser tan intensa que logre convencer a los dioses. En el caso del joven brahman y del acaso desconocido joven que conducen las diosas de Parménides – persuade a los dioses, en este particular caso a Yama y abren las puertas de la Verdad y la Justicia. La pureza se constata iniciáticamente en las situaciones límites de la vida: y la compresión de los límites convoca la revelación, Arjuna. El desplazamiento del ego eleva inevitablemente el alma a su realidad esencial, cualquiera que sea el modo en que esta última se conciba. El silencio o la omisión de Nâgasena respecto de su auriga no suponen necesariamente que éste no exista. Simplemente él se dirige a otro modo de comprender el principio de unificación: Nâgasena llama la atención sobre el principio de articulación, o mejor dicho, sobre el misterio de la articulación y del funcionamiento del carro, y quien la organiza. Nâgasena deja puertas abiertas. Milinda, Arjuna y el anónimo conductor del carro de Parménides representan los buscadores de la verdad en sus distintos acercamientos. Interesados ante que curiosos, atentos, firmemente decididos y siempre respetuosos y humildes, buscan la justicia y la verdad. Saben preguntar y desarrollan la paciencia, superando las pruebas. La escucha es fundamental. El chirrido del carro tiene un doble simbolismo, trae mal augurio, tal el caso de Karnav, pero también es un despertador. Aquiles es un conductor apasionado, aunque la pasión no está exenta de crueldad. Héctor es el elegido integro que se asoma y ofrece al mundo de Yama. Según un refrán árabe, el elegido, siempre es elegido para el sacrificio. El conductor del carro de la Kaţha Up. es la conciencia última; en tanto que el conductor del Fedro es alado y misterioso. En la India, Krisna y Yama, el amor y la muerte, son los grandes maestros, que de un modo u otro, se alzan del otro lado de Héctor. Año X, Mayo 2011. | 4

Nâgasena dispone de un acerado razonamiento que también unifica los distintos planos de la enseñanza: une la revelación con la razón y le permite asimilarla en un plano certero y convincente. De este modo, Nâgasena ancla la sabiduría con un viso casi existencial, evitando que el vuelo poético de los antiguos rishis deslumbre al hombre común. Imprevistamente, el monje budista verifica la oración védica: “… La faz de la verdad permanece oculta tras un disco de oro. ¡Descúbrela, oh dios de la luz, para que yo, amante de lo verdadero, pueda contemplarla!

¡Oh, sol vivificante, hijo del Señor de la Creación, solitario, vidente del cielo! ¡Esparce tu luz y mitiga tu esplendor deslumbrante para que yo pueda ver tu forma refulgente! Ese espíritu longincuo que hay en ti en mi propio y más recóndito Espíritu Que la vida se una a la vida inmortal y que el cuerpo se reduzca a cenizas. Om. Oh alma mía, recuerda los pasados afanes, recuerda Oh alma mía, recuerda los pasados afanes, recuerda Por el sendero del Bien, condúceme a la final bienaventuranza Oh fuego divino, tu, Dios que conoces todos los caminos, líbranos de los extravíos del mal. A ti te ofrecemos nuestras oraciones y nuestra adoración…” Isa Up.

i

Los eslabones de la cadena de originación dependiente, pratityasamutpada.

ii

José Lorite Mena, Du mythe a l’ontologie, Paris, 1977, p. 34

iii

Mahâbhârata, hijo de la reina Kunti y el dios del Sol, hermano mayor de los príncipes Pandavas. iv

En realidad, y en tanto contrafigura de Arjuna, hace exactamente lo contrario que Krishhna enseña: cumple un destino ajeno (cf. BG III:27). v

Su nombre, Karna, quiere decir oreja. Como hijo del Sol, nace completamente armado y con aros de oro. Para desempatar la batalla final y permitir la victoria de los Pandavas, el dios Indra se disfraza de mendigo y le pide sus aros. Karna, advertido de llo por un sueño, no hace caso y, movido por su peculiar generosidad los entrega. Queda desarmado y su invulnerabilidad se quiebra.

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