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CONFERENCIA:
LA ARQUITECTURA ABORIGEN EN GRAN CANARIA, FUERTEVENTURA Y LANZAROTE. CONTENIDOS BIOENERGÉTICOS.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua define la Arquitectura como el arte de proyectar y construir edificios. Y define el Arte como virtud, disposición y habilidad para hacer algo. O bien, como manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.
No obstante, para esta conferencia, nos hemos atrevido a definir el término arquitectura de una manera más amplia y genérica, entendiéndola como el arte de modificar el espacio gracias a la acción del hombre para, a la vista de los medios disponibles, obtener una función óptima y que la emoción de este logro traspase el espíritu del espectador que lo contempla, con la inevitable carga de significado que conlleva.
Por tanto, en cualquiera de los supuestos, la Naturaleza por sí misma no hace Arte. El Arte solo lo genera el hombre. Sin embargo, la Naturaleza le proporciona los materiales o las opciones para que pueda hacer Arte y en nuestro caso Arte arquitectónico. Una cueva, en sí misma, no es una obra de arquitectura. Pero la modificación o alteración parcial o total de la misma para la función que se espera albergar en ella sí la podría convertir en una singular pieza de arquitectura. Se trataría de un acto en el que para tener la consideración de Arte, tendría que transmitir una profunda emoción. No es lo mismo Arquitectura que obra construida. No todo lo construido tiene la consideración de Arte o Arquitectura. La Naturaleza no hace Arquitectura, se trata de una capacidad propia y específica del ser humano de cualquier época.
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Por ello, la arquitectura aborigen correspondería a la de los primitivos habitantes de estas Islas, por contraposición a la de los establecidos posteriormente en ellas.
Por el tiempo disponible, solo hemos podido visitar y recopilar información dispersa de las acciones edificatorias más relevantes que se conservan en las Islas denominadas Orientales (Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote) que se corresponde con el ámbito abarcado por el presente trabajo.
En nuestro caso, el concepto de “arte” comprende el conjunto de preceptos y reglas necesarias para concebir y ejecutar algo de manera que la emoción de lo creado por el hombre aborigen consiga suscitar el mismo interés en el espectador actual. Cuestión que trataremos de ir desentrañando, porque el Arte es emoción intemporal.
Pues bien, también a través del análisis de sus manifestaciones artísticas se puede definir el nivel de exigencia, habilidades y conocimientos que constituyen y conforman la cultura que las define estableciendo sus correspondientes invariantes y características que le son propias.
Para ello el campo semántico del verbo “proyectar” lo utilizaremos en el sentido de concebir, trazar, disponer o proponer un plan y los medios necesarios para su óptima ejecución. Y el de “construir” será el equivalente a fabricar, erigir, edificar o conformar un espacio de nueva planta, como por ejemplo un abrigo, un lugar de reunión, tipos de enterramientos, una mareta, un depósito de agua, silos o un espacio cubierto, más o menos complejo, para ser habitado.
En consecuencia, el análisis que proponemos se plantea con un carácter muy abierto y por ello, cualquier modificación de la naturaleza física, del entorno o del paisaje debida a la acción o intervención humana, con un sentido funcional que conlleve alguna carga o pretexto de significado añadido a su actividad, lo consideraremos como una expresión artística con utilidad práctica para la población aborigen, lo que en sí podría representar una manifestación arquitectónica y, por tanto, la incluiríamos como elemento de estudio. Y es que
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el espacio así creado constituye, como veremos, uno de los soportes esenciales de nuestra Prehistoria. Y, lamentablemente para los intereses que defendemos, la Historia, a su vez la más reciente, ha vuelto a modificar ese espacio, generalmente con acciones irreparables motivadas en el pasado por un interés propio desmedido (creación de un nuevo concepto de riqueza concentrada), por abandono (evitación del gasto en la preservación del bien) o por
irresponsabilidad
(ausencia
de
autoridad,
cultura
y
deberes
constitucionales), lo que ha conducido, la mayor parte de las veces, a su triste desaparición.
Los diversos yacimientos visitados y conservados, unos mejor que otros, están comprendidos entre el final de la Edad Antigua y la Baja Edad Media. Una característica común a cualquiera de ellos y que define a todas las construcciones o estructuras arquitectónicas que albergan es la mímesis o identificación con el paisaje en el que se inserta. A la persona que acude por primera vez a la visita de uno de estos yacimientos le suele costar descubrir la estructura arquitectónica que tiene delante de sus ojos, incluso estando en proximidad. El material
dominante es la piedra del lugar combinada con
diferentes tipos de suelos (arenas y arcillas) y revestidos varios de acabado final.
Lo que vamos a intentar desentrañar es el cómo se concibieron los modelos seleccionados, determinando el nivel de confort y habitabilidad de sus espacios vivideros, dejando para más adelante el porqué o su razón de ser. Lo que ahora se aporta son exclusivamente datos que no pretenden favorecer o modificar estados de opinión preestablecidos. Aspira exclusivamente a ser información objetiva y científica. Cuando no sabemos el destino de alguna construcción, como la enigmática que se ha denominado Sol de Tejate en Fuerteventura, así se comenta sin más, con la esperanza de que en un futuro nuevos estudios aporten luz sobre este asunto. Pero, por el contrario, si hay datos que flotan y son comunes a otros yacimientos también se manifiesta en este sentido. No obstante, hay que resaltar que a pesar de los esfuerzos realizados en otras ramas de la Arqueología, hoy tan fecunda en manos de personas con experiencia profesional, nos encontramos en un tiempo límite
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para rescatar del pasado los niveles de intencionalidad y conocimientos constructivos de un pueblo que demuestra poseer superior complejidad social y cultural que la actualmente reconocida, ya que la ruina y la desaparición de vestigios es progresiva. Pues bien, la mayor parte de estos estudios a realizar en este singular campo arquitectónico están por hacer y se espera que en un futuro próximo se puedan sistematizar resultados de manera que los datos propuestos vengan avalados por una información contrastada que confluyan, refrendando o no hipótesis, pero que permitan rastrear nuevos horizontes e inferir resultados, con sus correspondientes conclusiones.
Conceptualmente abordamos el trabajo bajo la relación del binomio “funciónforma” como referente a la visión dicotómica de cualquier expresión material y plástica del mundo aborigen. Este diálogo sería igualmente aplicable a la cerámica, al vestido, al armamento, a la escritura, a la música o a cualquier otra necesidad humana por resolver bajo el denominador común de esta cultura vernácula. En nuestro caso, se aplicará exclusivamente a las manifestaciones arquitectónicas en las que esta indagación “función-forma” va acompañada de una fuerte emoción que trasciende al espectador y que, además, en la medida que ahonda en su ánimo adquiere un significado que le deja una huella indeleble de previsible valor artístico.
De la observación concluimos que la población aborigen para buscar un techo duradero, que le cobije de las inclemencias del tiempo, ha actuado en una doble dirección, utilizando los habituales modos de trabajo de un escultor clásico. Ha penetrado en el interior de la montaña mediante una técnica de vaciado por picado y desbaste o, lo que es lo mismo, por sustracción, mediante eliminación de la materia sobrante hasta hacer coincidir la pieza deseada con el modelo virtual imaginado, que le alienta y dirige mentalmente durante todo este penoso y, a veces, largo proceso. Otra técnica, también escultórica, sería la adición de materia, tal y como ocurre con la cerámica o con el modo de trabajar el barro.
El primer juicio, en nuestro caso genuino, podría ser equiparable al vaciado de parte de una montaña aprovechando un escarpe favorable para esta acción y
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penetrando en su interior mediante el esculpido o picado de la materia aglutinante que conforma sus entrañas. Es la arquitectura troglodita. De factura organicista (formas redondeadas) o de planta cruciforme con variantes.
Por el contrario, la posterior arquitectura de superficie en exteriores se conforma por una ordenada superposición de materiales por adición, con modificación del perfil del terreno mediante excavación, pero, por lo que hemos visto, inspirada en el modelo troglodita. Igualmente organicista o de planta cruciforme, según circunstancias que comentaremos y en algunos casos con variaciones. También, esta técnica se corresponde con la ancestral técnica por agregación que normalmente se emplea en la conformación de piezas cerámicas para confeccionar el ajuar.
Y decimos arquitectura inspirada en el primigenio modelo troglodita porque la de superficie, al salir al exterior, aún no aplica en su diseño el concepto de muro por adición sino el de masa global (tipo masivo, a imitación de un pequeño montículo artificial) a la que se le ha sustraído una parte predeterminada de su interior. Con el paso del tiempo, el perímetro interior de esta pieza habitable evoluciona empezando a quebrarse en ángulos sensiblemente rectos y a definir una serie de espacios rectangulares encadenados y contiguos con funciones específicas diferenciadas. Este modelo de planta cruciforme o con variantes, pudo ser el resultado de una evolución propia que se produce en las Islas, o bien, constituir la aportación de una nueva población de arribada en un determinado momento de la Historia. Si este fuera el caso, como parece serlo, habría que averiguar la presencia de alguno de estos modelos de construcción en lo que consideremos razonadamente como su lugar de origen, lo cual abre y dirige el vestigio a seguir de este ADN arquitectónico relativo al espectro conceptual y material por investigar, al objeto de poder determinar posibles zonas de procedencia de estos primeros habitantes que nos han dejado huellas encriptadas de su cultura, fundamentos de su composición arquitectónica, módulo generador de los espacios y sustrato de procedencia.
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El muro aborigen, presente en las viviendas visitadas, no se corresponde con el concepto de pared tradicional, introducida posteriormente por los europeos. El primero responde a una construcción masiva, por definición de unos límites externos de piedra, variables en planta, con posible inclinación de sus hiladas hacia el intradós o estancia vividera, con relleno del amplio espacio interior existente entre ambos límites. Por su anchura y poca esbeltez pueden absorber los esfuerzos horizontales transmitidos por las falsas bóvedas que, a veces, los cubren (islas áridas sin bosque) y, además, contribuyen a mejorar de manera notoria el aislamiento y confort térmico. Por el contrario, la pared tradicional constituye la esencia constructiva del modelo masivo descrito, restringiendo la solución a dos hojas paralelas, adosadas y verticales, con un espesor en torno a unos 60 cms, un mínimo de ripios y arcilla aglutinante en su interior. Es una tipología, fundamentalmente exigida por la concentración edificatoria de la ciudad, que requiere el mayor aprovechamiento del espacio con el menor coste posible, incluida la urbanización y posible defensa de aquella.
El muro aborigen arrastra un ruido de fondo propio de civilizaciones ancestrales con una concepción unitaria de la arquitectura, a imitación de la Naturaleza, generando volúmenes conformados por acumulación de materiales, por adición de masas de piedras y tierras, para ser utilizadas interiormente mediante un proceso de construcción predeterminado o de sustracción posterior, generando un espacio de utilidad definitiva para la actividad y, así, poder satisfacer las necesidades humanas. Muy a lo lejos, nos contemplan los zigurats y las pirámides, y más cercanos los dólmenes. Pero para controlar estos resultados la humanidad ha buceado muy profundo en su interior y ha tenido la necesidad de crear la Geometría como estudio que singulariza las propiedades del espacio. Representa un gran salto en el intelecto colectivo. Pues bien, si además
esta
geometría
contempla
aspectos
formales,
propios
del
comportamiento estructural de estas fábricas, y coadyuva a mejorar el confort térmico y funcional de su arquitectura, podemos afirmar que se entremezclan distintos sistemas constructivos que generan una sapiencia y un modo de pensar que lo impregna todo. Es el caso que, a la vista de los datos que poseemos,
queremos empezar a desentrañar y que parece nos conducen
hacia la existencia de una cultura propia muy desarrollada, singular y también
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superior, que en su mayor parte fue sometida y arrasada por otra basada en una tecnología de gran potencialidad, en general, menos supeditada a la naturaleza y con un significativo rendimiento para la ocupación productiva y creadora de la humanidad.
El contenido de esta ponencia pretende demostrar, a través del análisis climático, estudio funcional y métrico pormenorizado de tres modelos arquitectónicos (uno en Lanzarote y dos en Gran Canaria), la existencia de unos patrones comunes que reflejan una cultura superior de la sociedad aborigen, con estipulación de características y principios análogos para la generación de los espacios, en proporción y armonía, que además hacen vislumbrar unos conocimientos de base muy superiores al del buen salvaje que nos transmiten los cronistas. Por ello, si el ideal del hombre es vivir en libertad, disfrutando de la belleza, no cabe la menor duda que potencialmente el pueblo aborigen buscó y mostró un alto nivel de realización, a pesar de sus escasos medios.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo no habría sido posible realizarlo sin el inquebrantable y tenaz apoyo logístico y de conocimientos proporcionado por María Antonia Perera Betancort, así como del Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo Insular de Lanzarote, que tan eficazmente dirige.
Y a continuación todas las personas que desinteresadamente y con un amor extremo a su trabajo, como vengo observando en los amantes del Patrimonio y especialmente en el gremio de los arqueólogos canarios, nos dedicaron muchas horas y días de visita guiada a determinados monumentos emblemáticos, en muchas ocasiones con entrega de publicaciones muy interesantes y siempre a disposición de cualquier aclaración o consulta, lo cual agradecemos profundamente y quedamos a la espera de poder corresponder algún día, al menos, en igual medida.
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Isla de Gran Canaria: •
Javier Velazco Vázquez
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José de León Hernández
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José González Navarro
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Abel Galindo Rodríguez
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Consuelo Marrero Quevedo
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Valentín Barroso Cruz
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Marco Marrero Benítez
Isla de Fuerteventura: •
Antonio Cabrera Robayna.
Isla de Lanzarote: •
Marcial Medina Medina
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Julián Rodríguez Rodríguez
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José Farray Barreto
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Antonio Tejera Gaspar
Mención especial tenemos que hacer con Inés Dug Godoy y su marido José Guerra Pérez que generosamente y con una clara vocación de servicio nos facilitaron todo tipo de datos y planimetría de aquellos elementos que nos interesaban para la realización del estudio propuesto para el yacimiento de Zonzamas.
Y no menos podemos decir de Julio Cuenca Sanabria que habló con pasión y nos facilitó fotografías y dibujos, en formatos dwg y pdf, del yacimiento de Los Llanillos y Cuevas Caídas en Gran Canaria. Inolvidable ha sido su visita guiada a esta última y, en especial, a la Cueva de los Candiles en las que palpé de su mano todo un horizonte de esperanzadoras investigaciones.