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La arquitectura del silencio Por Salvador Marinaro 1. Cada vez que pretendo escribir busco un lugar silencioso. Más bien, busco un lugar donde pueda sentir el silencio. Esta situación se vuelve un ejercicio casi imposible en una ciudad como Buenos Aires, con vecinos particularmente sociables y con cierta vida de pareja. Sin embargo, hay algo que une profundamente a la literatura con la experiencia del silencio. Los griegos tenían un pequeño dios, Harpócrates, que era representado como un niño con el dedo índice en los labios. Sus estatus se colocaban en las puertas de los templos y en lugares sagrados y era reconocido como el dios del silencio de los espacios santificados. La misma palabra, siopé , que designaba el mutismo, también significaba chistar o hacer callar. En efecto, se relacionaba con la experiencia que salía de lo habitual y se volvía ajena a la vida cotidiana. Siempre me pregunté qué clase de experiencia es el silencio ¿Qué movilización interna produce para que la religión y las artes lo reclamen? La búsqueda del silencio fue una constante en algunos escritores: desde La habitación propia de Virgina Woolf, donde ausencia de ruidos significaba la independencia femenina, hasta los poemas de Alejandra Pizarnik para quien el sentido se construía por la desaparición de una palabra fulminante. Quizás, el silencio sea parte de una experiencia que se construye desde las artes, quizás como pensaba George Bataille forma parte de una percepción pura sin estímulo. ¿Qué se esconde detrás de los sonidos que puebla aquella fascinación y constituye casi un fetichismo? Realizo un pequeño ejercicio: escribo esto en mitad de la noche, se ha interrumpido el tránsito de autos y colectivos; mis vecinos aparentemente duermen; es la experiencia más cercana al silencio que puedo experimentar. Todo silencio parece una calma que está a punto de romperse, pronto van apareciendo otros sonidos. Percibo un auto que pasa por la esquina, los ladridos de un perro lejano, el ruido de mi novia dando vueltas entre las sábanas en el cuarto de al lado. Trato de reducir al máximo los ruidos de trasfondo: apago la computadora, detengo mi propia respiración unos segundos y sin embargo, a medida que se van extinguiendo van apareciendo otros sonidos casi imperceptibles pero, al fin, existentes. Mi propia atención va deshojando el espectro acústico buscando un estímulo hasta que lo encuentra. El silencio puro se presenta como el eslabón final de una cadena insondable. Como si fuera un despropósito perseguirlo. Una historia ilustra la naturaleza del silencio. John Cage contaba que en 1951 ingresó a una sala de la Universidad de Harvard completamente insonorizada. Intentando escuchar los ruidos del 1
vacío, percibió dos notas, una aguda y otra grave. Al salir le planteó el problema a uno de los técnicos, pensando que habría algún inconveniente en las capas que aislaban la sala. El técnico le respondió que el sonido agudo era su propio sistema nervioso (que quizás no se adaptaba a la insonorización) y el segundo, la sangre fluyendo por su cuerpo. En ese momento, Cage se dio cuenta que los ruidos no se detendrían, que la misma vida producía sonidos: la respiración, los latidos del corazón, el crujir de los huesos y músculos al moverse. Detener la totalidad de los sonidos significaba la muerte (la imposibilidad completa de una experiencia para Theodor Adorno). A partir de ese momento, Cage se obsesionaría con la artificialidad del silencio. Así, su obra 4'33'', que consiste en cuatro minutos treinta y tres segundos de músicos sentados sin tocar sus instrumentos, demuestra que el mutismo absoluto es imposible. El sentido del oído tiene esa naturaleza: está constantemente estimulado, en especial en una sociedad que genera una gran cantidad de contaminación acústica. En la imposibilidad de detener el barullo de los colectivos, de los paseantes que caminan en la calle, de nuestros vecinos y hasta de nuestro propio cuerpo; en la fascinación de la ausencia frente a nosotros mismos está el deseo del silencio. Creo que este deseo es el presupuesto de construcción de las expresiones artísticas y en particular de la literatura. El silencio es una construcción literaria. 2. La percepción de las artes implica un pequeño aislamiento de los sentidos. No la atención en su forma escolar, que es más parecida al aburrimiento, sino una focalización. Las artes plásticas saturan la vista, la música, el oído. Las experiencias que tenemos todos los días son formas articuladas de los sentidos y, por ende, dejan al silencio en una paradoja: sino no podemos percibirlo ¿entonces el silencio es una experiencia? Lacan se interesó por esta particularidad. Dijo que todo mutismo era reconocible por su relación con la palabra dicha, por la constante pronunciación de discursos de los que estamos hechos. Una persona puede negarse a hablar porque antes ha hablado (o ha ejercido un discurso). De allí que todo silencio se constituye a partir de un elemento extraño: la ausencia, como si fuera una forma abstracta que representa el vacío entre dos cadenas de sonidos. Presencia/ ausencia. Quizás la poesía japonesa fue la que mejor comprendió esta relación. Lo principal, en ella, habita donde está el silencio y sólo deja ver algo sutil que expone aquello que no está. La brevedad del haiku es parte de esta arquitectura de los vacíos, cuyo objetivo es el espacio en blanco al finalizar el poema. 2
“Ven, ven, le dije pero la luciérnaga se fue volando” (Onitsura, S. XVII). Este haiku, escrito por un niño de siete años, muestra algo fascinante: cada palabra va dando lugar a una inminencia que concluirá en el final del poema. No se trata solamente de las luciérnagas, sino de la imposibilidad de retenerlas en el tiempo presente. Cada palabra es un ejercicio de fugacidad y una aceleración hacia el sentido del poema que cobra su importancia en el punto que lo concluye. “Silencio de una hoja de castaño cayendo al manantial” (Shohaku, XIX). En efecto, parece que el movimiento de la hoja de castaño generara una sensación física, un sonido mínimo al tocar el manantial. Esta sensación es una cualidad del poema, que se precipita hacia la propia extinción de lo dicho: el espacio posterior al poema. Si bien me es imposible retratar la lectura en los caligramas originales, la importancia del vacío es análoga a la escritura occidental en versos, compuesta mayormente por espacios en blanco. El silencio, en efecto, aparece al finalizar cuando la totalidad de la significación transita hacia una experiencia distinta: el estallido de la focalización que produce la experiencia de lectura. Roland Barthes pensaba que el haiku era la escritura del presente. Su forma más clásica relacionada con la filosofía Zen constituía una forma de meditación que intentaba despojarse de las preocupaciones del futuro y las angustias del pasado. Para el semiólogo francés, el tiempo presente se exponía en el haiku como si fuera una fotografía. Se presentaba como un elemento mínimo de una duración mayor: la novela. El haiku era la mínima expresión de un tiempo que se extendía. Sin embargo, estos breves poemas japoneses no parecen estar constituidos por esa experiencia inmediata como proponía Barthes. En ellos está la prueba de algo inminente que está a punto de suceder. Son quizás la forma poética más melancólica porque exponen la relación entre la palabra y lo nodicho. En tan sólo tres versos el poema y la voz, que construyó. desaparecerán. En el vacío posterior y la absoluta individualidad del haiku es donde reconozco el silencio, la falta de palabras para describir cómo las luciérnagas se alejaban, cómo las hojas del castaño son devoradas por el estanque y en definitiva, cómo pasa la vida. Estos sentidos están señalados en el poema; aunque no se los enuncie. El monje budista Matsuo Basho durante el siglo XVII fue uno de los autores que le dio 3
forma al género haiku. Dejó un cuaderno de viaje que es uno de los mayores clásicos de la literatura japonesa: Por las sendas de Oku . Su autor partió en 1639 a las provincias del norte de la isla y encontraría la muerte mientras lo realizaba. Cada vez que visitaba a unos conocidos o era atendido con amabilidad en un pueblo determinado, Basho les dedicaba una serie de haikus. Quedaron relatados entre sus páginas los motivos de la escritura, las percepciones que buscaba transmitir y en líneas generales el porqué de aquellos breves poemas. Si bien los haiku adquirieron cierta autonomía se puede observar la latencia de ese imperativo del silencio entre las páginas del cuaderno de Basho. “Tardamos en esto nueve días y como padeciera hasta la médula por el calor húmedo y por una recaída de mi dolencia, no pude ni hacer apuntes del viaje. Pero escribí: (…) Un mar bravío. Y, tensa sobre Sado la Vía Láctea”. Al contrario de lo que pensaba Barthes, la experiencia del tiempo presente está en sus anotaciones: el dolor de espaldas, el calor insoportable, las dolencias físicas. El haiku llega ante una sensación de aquello que no puede ser enteramente mencionado. Por las sendas de Oku mantiene un diálogo entre las vivencias del viaje y la poesía. Se acompañan mutuamente, pero forman parte de dos experiencias de lectura distintas. La mayoría de los comentarios terminan en un haiku, por ende el viaje parece estar justificado por este tipo de escrituras. Si bien es posible afirmar que la contemplación se justificaba con un objetivo religioso, no debe olvidarse que construye un silencio incluso en aquellos que no comparten la religiosidad de Basho. Insisto en este punto, el haiku es la expresión de la incapacidad de la palabra, es decir de una ausencia. En primer lugar, la ausencia de lo que acaba de extinguirse y no puede ser repetido; y en segundo lugar, la ausencia como efecto de una lectura. Allí en el final de cada poema se esconde esta ruptura con el mundo de los ruidos. El ritmo del haiku parece imponer su colapso. 3. Blas Pascal manifestaba terror ante este vacío: “el silencio eterno de los espacios infinitos me aterra” dijo en uno de sus diarios. Paul Valery trató de justificar su posición como una contradicción entre dos modos de pensar a la enormidad del paisaje, esa sensación de pequeñez del hombre: por un lado, una explicación que refuerce la excepcionalidad de la visión y por ende recurra a los milagros divinos y a dios; por el otro lado, una explicación científicoracional que 4
explique las fuerzas y elementos que componen la experiencia pero que disminuyen la sensación de aquella enormidad. Si bien Valery observó dos fuerzas que se contraponían ante una sola experiencia, el terror es una respuesta habitual al silencio. Terror a estar solo, terror a no escuchar una palabra. Pascal manifestaba una de las actitudes modernas ante el silencio y por eso recurría al miedo: esa búsqueda de la ausencia formaba parte de la incompletud del sujeto que estaba observando maravillado el cosmos. Su propia incapacidad de responder a las preguntas más profundas y por ende de dar una significación plena. Así, la poesía se presenta como una expresión de su propia incapacidad y el silencio, la forma más plena de esa expresión. En uno de los cuentos más citados y analizados de Kafka se escenifica el miedo ante la palabra no dicha. En efecto, a partir del mito de Ulises y las sirenas, se afirmaba que había algo más terrible y peligroso que su canto: el silencio. Pero Ulises, el más astuto de un pueblo astuto, no pudo haber escuchado el silencio de las sirenas porque esperaba su canto. Su testarudez lo salvó de la desgracia. En efecto, lo terrible para Kafka es la ausencia del canto: una ausencia atrayente y ensordecedora de la cual nadie puede salir vivo. El silencio de las sirenas escenifica el miedo abisal del hombre moderno frente a lo que no es mencionado y por ende trasmite la incompletud del sujeto frente a las preguntas cruciales. El silencio es el emblema de un arte que no puede responder ni responderse. El texto de Kafka coloca a la fuente del silencio en aquellos seres demoníacos que cantaban y traían la desgracia. La relación entre el canto y el silencio es crucial, en Kafka la verdad más pura sería esta ausencia completa. El silencio de las sirenas no se da por negligencia, digamos por falta de atención hacia Ulises, sino por un deseo profundo de atraparlo, que se manifiesta en su atractivo más feroz. De allí que el silencio se presenta con fascinación y al mismo tiempo con brutalidad. Como pensaba Cage es imposible escuchar el vacío, aunque nos obsesionemos en callar a toda la ciudad, nuestro propio corazón seguirá delatando la naturaleza ruidosa de nuestra existencia. Valery decía que hasta en el rincón más lejano del universo se podría descubrir las energías y la presencia de la materia. Sin embargo, el silencio no deja de ser una experiencia estética, de allí la enorme fascinación que genera. Una fascinación por aquello que no puede ser respondido. El silencio no es pronunciable y nunca es pronunciado, sin embargo, como en el haiku japonés es una forma modulada por los espacios en blanco y el vacío entorno a lo dicho. Esta ausencia es la manifestación de la incapacidad del hombre por construir un sentido global, de ahí que el silencio 5
sea la forma más plena de la experiencia artística, el momento de epifanía y de construcción de sentido: cuando el hombre descubre su propia limitación de significado frente a lo que parece enorme e insondable.
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Bibliografía Barthes, B. (2003). La preparación de la novela . México: Siglo XXI. Basho, M. (1999). Por la senda de Oku. Barcelo: Hiperión. Cage, J. (2011). Silence: lectures and writings . Connecticut: Wesleyan University Press. Kundera, M. (1994). “En busca del presente perdido” en Los testamentos traicionado s. Barcelona: Tusquets. Silva, A. (2010). El libro del haiku . Buenos Aires: Bajo la luna. Tizón, H. (1999). “Crepúsculo” en El gallo blanco . Buenos Aires: Alfaguara. Valery, P. (2010). De Mallarmé a Poe . Buenos Aires: Cuenco de plata.
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