LA CARNE PROHIBIDA1. El horror no llega de Alemania; llega del alma. Edgar Allan Poe. 1. Sacrificio de primogénitos

LA CARNE PROHIBIDA1 1) El horror no llega de Alemania; llega del alma. Edgar Allan Poe 1. Sacrificio de primogénitos. Los antiguos sirios, fenicios

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LA CARNE PROHIBIDA1

1)

El horror no llega de Alemania; llega del alma. Edgar Allan Poe

1. Sacrificio de primogénitos. Los antiguos sirios, fenicios y cananeos sacrificaron sus primogénitos varones, aunque no sabemos con certeza cuán antigua era esta costumbre en estos pueblos, porque estos sacrificios no son mencionados en los textos ugaríticos. Empero existió este precepto en otros pueblos que vivieron en países más al norte que Canaán; se recordó que los sefarvitas que fueron asentados por los asirios en algunas villas del país de Samaría -lo que fuera el reino septentrional de Israel-, quemaban a sus hijos en honor de sus dioses étnicos Adram-Mélek y Anam-Mélek. Esta costumbre de sacrificar los primogénitos de cada mujer fue expresamente prohibida a los israelitas en los textos del Pentateuco tal como se han conservado, como cuando en el Levítico2 se prohibió ofrendarlos a Hadad Baal (Molok); lo mismo se lee en la versión conservada del Deuteronomio3. Empero, al recordarse su prohibición entonces se agregaron detalles importantes4: 1

“Sacrificios humanos en el Antiguo Testamento”. Abriendo puertas. Antología de ensayos, pp. 29-41, Ed. PEN Club Filial Bolivia, Cochabamba 2003.

Que junto a Jerusalém los sacrificios e incineraciones se realizaban en el santuario de Molek o Molok en Tofet, en el valle de Ven-Hinnom; y 2) que se victimaban allí tanto hijos como hijas. De estos se desprende que no solamente se mataban varones primogénitos de cada mujer, sino también hijas, al menos eventualmente y cuando se los hallaba defectuosos. Es bien posible que la prohibición de sacrificar primogénitos -humanos, cabe aclarar- haya sido insertada en el Deuteronomio después de la promulgación de la nueva legislación religiosa luego del retorno de los exilados en Babilonia -esto es, luego del año 538 a.e.c.-, porque en el compromiso religioso suscrito en tiempos de Esdras figuró justamente el ofrendar los primogénitos, tanto de los hijos de la comunidad judía como de sus animales domésticos5. Que era un sacrificio usual y aceptado el de los primogénitos lo atestiguan dos ejemplos recordados: dos reyes de Judá, Acaz el hijo de Jotán, y Manasés, sacrificaron a sus hijos primogénitos6 -los hicieron pasar por el fuego, acota el segundo libro de Reyes, haciendo referencia a que los cuerpos eran quemados-7. En Cartago los primogénitos y otros recién nacidos eran sacrificados mientras los asistentes cantaban al son de panderos y tamboriles. Ignoramos cómo se los mataba; es probable que ahogándolos, aunque la tradición ha recordado que se los quemaba vivos. Sus cuerpos eran puestos sobre los brazos inclinados de una estatua de Mélek -el dios celestial Baal-Hadad en su función de rey, denominado Milkom en griego y Moloc por la tradición- con cabeza de toro-; desde allí rodaban para caer sobre el fuego donde se incineraban8. Junto a las ruinas de Cartago se halló 5

Neh 10, 37.

2

Lev 18, 21.

6

2 Re 21, 6.

3

Dt 12, 31; idem 18, 10.

7

Idem 16, 3; idem 21, 6.

4

2 Re 23, 10.

8

Frazer 1998, XXIV, 3.

1

2

gran número de pequeños cántaros en los que se conservaban las cenizas de estos recién nacidos. En este gran tofet se ha estimado en 20.000 las urnas conteniendo cenizas de párvulos, de los siglos IV y III antes de la era común9. En lo que se sabe, la incineración de los primogénitos se practicó en Cartago por más de 600 años, hasta la toma de la ciudad por los romanos en el año 146 a.e.c. En los tiempos anteriores a las reformas religiosas propugnadas desde el reinado de Josías, la práctica de sacrificar e incinerar a los primogénitos varones fue usual y muy posiblemente aceptada por la legislación religiosa israelita. Es por ello que los profetas reformadores de entonces acusaban a las gentes de Israel de estar “degollando a los hijos en los valles de torrente”10, como cuando acusaban a los sefarvitas de estar “quemando a sus hijos en fuego a Adramélek y Anamélek, los dioses de Sefarvaím”11. “Y han edificado los lugares altos de Tófet, que está en el valle del hijo de Hinóm, a fin de quemar a sus hijos y sus hijas en el fuego...”12. La población de Jerusalém sacrificaba a sus hijos en el “lugar alto” de Tófet, junto al valle “del hijo de Hinóm” (BenHinóm)13. Posteriormente -si no ya en tiempos del paganismo- se asoció este sitio al horror de estos sacrificios; se cree que el nombre Gehéna -equivalente al Hades griego- hubiese derivado de gué'hinôm, “valle de Hinom”14. Usualmente los primogénitos y otros hijos eran ofrendados15 a Baal-Hadad, calificado de dios, padre, señor (baal) 9

Estimación de Lawrens Steger y Samuel Wolf; apud Harris, 1997, p. 382.

10

11

12

13

14

o rey (mélek) celestial16. En la versión masorética el vocablo mélek ha sido transformado en mólek y de ahí pasó al griego como molok. Dentro de la tradición que suplantó a la antigua religión hebreo-cananea, mólek era una derivación que fue asociada con la palabra bôsèt, que significa “vergüenza”. Aunque usado como nombre propio del dios Hadad, mélek era un epíteto que también se aplicó a Yahvéh. Los nombres Adramélek y Anamélek17 son derivados de Hadad-mélek o Adad-mélek, “Hadad-rey”, y Anatmélek, la diosa Anat calificada de reina -de los cielos, por ejemplo18 . Como los sacrificios de los hijos eran actos propiciatorios, se les daba un carácter ceremonial, ofrendado aceite y quemando incienso: “Corriste con aceite para Mélek, multiplicaste tus aromas; enviaste tus emisarios muy lejos y los hiciste bajar al Sheol”19. Aunque la redacción del Pentateuco que se ha conservado lo niegue, subsisten párrafos que nos indican que estos sacrificios se habían hecho también en honor de Yahvéh20: “¿Me presentaré con holocaustos, con becerros de un año de edad? ¿Se complacerá Yahvéh con miles de carneros, con decenas de miles de torrentes de aceite? ¿Daré mi hijo primogénito por mi sublevación, el fruto de mi vientre por el pecado de mi alma?”21.

Is 57, 5. 16

Is 30, 33.

17

2 Re 17, 31.

18

Lods 1958, I, IV, I.

19

Is 57, 9.

2 Re 17, 31. Jeremías 7, 31. Jer 7, 30; idem 32, 35. Lods 1958, I, IV, I. 20

15

Ez 20, 25-26; idem 16, 21; también en Jer 7, 31, aunque indicando que Yahvéh no lo había ordenado.

Ez 20, 31; idem 23, 37.

3

4

Lo afirmado en sentido de que antes de las reformas propugnadas por Ezequiel los sacrificios de los primogénitos varones estaban establecidos en la legislación hebrea, está confirmado en el texto de este profeta22: “Y yo mismo también llegué a darles disposiciones reglamentarias que no eran buenas y decisiones judiciales por las cuales no podían seguir viviendo. Y les hice contaminarse por sus propias ofrendas, haciendo que cada hijo que abría la matriz pasara por el fuego, para desolarlos, para que supieran que yo soy Yahvéh”. Aquí, como en otras partes de la versión masorética, “hacer pasar” (hè’èbîr) por el fuego es un eufemismo del texto original en hebreo, que decía “quemar” (hib’îr)23. Que antes esto había sido lo usual entre los cananeos e israelitas en general, está explícito en el libro de Nehemías24 e implícito en la obligación de redimirlos de sacrificarlos en honor a Yahvéh, como se siguió haciendo con animales domésticos25 -en cuanto sucedáneos de los humanos-. Así se puso en boca de Yahvéh: “Todo primogénito macho que abre la matriz es mío, y, en cuanto a todo tu ganado, el primerizo macho de toro y oveja. Y el primerizo de asno lo has de redimir con una oveja. Pero si no lo redimes, entonces tienes que quebrarle la cerviz.

Todo primogénito de tus hijos lo has de redimir”26. El carácter próximo entre el asno -como animal con tabú- y el hombre está dado en que el primogénito macho de este animal podía ser redimido con otra ofrenda, lo que se hizo obligatorio tratándose de los varones primogénitos humanos. Más tardíamente que la redacción del Levítico, en Números se dispuso que los machos primogénitos de los animales podían ser redimidos con un pago de dinero al sacerdocio de Jerusalém, aunque los primogénitos de toro, oveja y cabra siguieron siendo dedicados en sacrificio sin redención27. Los primogénitos machos de los ganados domésticos se sacrificaban al octavo día de nacidos28, como la circuncisión de los varones29. La asociación entre la oblación del prepucio y la ofrenda sacrificial está dada en el Levítico: “Y en caso de que ustedes entren en la tierra, y tengan que plantar cualquier árbol para alimento, también tienen que considerar impuro su fruto como su prepucio. Por tres años continuará incircunciso para ustedes. No debe comerse. Pero al cuarto año todo su fruto llegará a ser cosa santa de alborozo festivo a Yahvéh. Y al quinto año podrán comer su fruto para añadir su producto a ustedes”30. El sacrificio de los primogénitos, tanto de varones humanos como machos de animales, no reemplazó a los sacrificios caníbales del neolítico, como fue el caso de los sacrificios de los animales

21

Miqueas 6, 6-7.

26

Ex 34, 19-20.

22

Ezequiel 20, 25-26.

27

Nm 18, 16-17.

23

Lods 1958, I, IV, I; vide Dt 12, 31; 2 Re 17, 31; Jer 7, 31.

28

Lev 22, 27-28.

24

Neh 10, 37.

29

Idem 12, 1-4.

25

Lev 27, 26-29.

30

Ibidem 19, 23-25.

5

6

domésticos cuya carne se consumía. Por el contrario, los primogénitos humanos no eran comidos, sino consumidos en el fuego sacrificial del templo, como se hacía con los ofrendados a Baal-Hadad (Moloc). El mismo hecho de que fuesen sacrificados al octavo día de su nacimiento nos lleva a buscar otra motivación y origen a este rito. El sacrificio de los machos de animales domésticos a los ocho días de haber nacido, sin darles tiempo a que se desarrollen y consecuentemente sean más útiles para su consumo, simplemente fue una ritualización refleja de la práctica humana; el que se haya dejado de sacrificar estos animales varios siglos después de hacerlo con los primogénitos humanos, simplemente demuestra una vez más el desplazamiento de los sacrificios de los humanos hacia los animales domésticos como sucedáneos. Pero aunque estos animales sacrificados a los ocho días de nacer no estuviesen adecuadamente desarrollados, podían ser comidos -aunque sin su sangre, que era derramada- en vez de ser quemados, como quizá fue el rito originalmente; empero no eran considerados un buen sacrificio si tenían defectos físicos visibles31. Es porque usualmente los animales sacrificados eran luego comidos y particularmente porque originalmente los sacrificios humanos tuvieron el mismo motivo, que en el libro de Ezequiel se llegó a comparar el sacrificio e incineración de los primogénitos y de otros hijos recién nacidos con alimentos32. El sacrificio de los primogénitos varones entre los antiguos sirios, fenicios y cananeos parece haber sido una forma de infanticidio, sin tener una motivación originada en el canibalismo. Veamos el ejemplo inverso; entre los romanos -y hay que suponer que entre los itálicos en general y quizá entre los griegos ya en tiempos arcaicos- las leyes prohibían el infanticidio o la exposición o abandono de la primera hija nacida en un matrimonio -es decir,

de padres libres y legalmente casados o concubinados-33. Los padres solían preferir tener pocos hijos varones, de modo de no tener que dejarles una herencia muy dividida; pero las hijas no solían ser deseadas -aunque sus matrimonios podían facilitar las alianzas familiares- por cuanto para casarlas era necesario proveerlas de dote -que era equivalente a un adelanto de legítima-. Para evitar que la descendencia de las familias acomodadas se limitase prácticamente a hijos varones, lo que impediría el emparentamiento cognado entre linajes, las leyes obligaron a criar la primera hija que naciese a una mujer casada. Pero aún así en las familias económicamente acomodadas hubo una merma de hijas en relación a los hijos varones; eso facilitaba el ascenso social de las mujeres mediante matrimonios ventajosos -hipergamia-, desde el estado de libertas en adelante. En la sociedad romana el infanticidio de las hijas fue usual en los estratos acomodados, pero no en los otros, de modo que el desequilibrio entre ambos sexos es posible que no haya sido perceptible. En cambio entre los antiguos sirios y cananeos el infanticidio obligatorio de los primogénitos varones de cada mujer debió producir un desequilibrio marcado. Si se considera que al nacer hay aproximadamente 4% más da varones que de niñas, pero que durante la infancia -y más aún antes de la medicina modernalas niñas tienen una mortandad menor, el infanticidio de los primogénitos bien pudo haber producido un exceso de mujeres en relación a hombres del orden del 30 al 40% -y eso tomando en cuenta a sus edades núbiles-. De modo que el infanticidio ritual de los antiguos sirios, fenicios y cananeos parece haber tenido como propósito disminuir el número de hombres en el mercado matrimonial en relación a las mujeres, de modo de facilitar la poliginia. Empero debe tenerse presente que muchos cananeoisraelitas sacrificaban a hijos recién nacidos que no necesariamente eran sus primogénitos e incluso sacrificaban hijas34; estos

31

Dt 15, 19-23.

33

Dionisio de Halicarnaso, II.

32

Ez 16, 20.

34

Ez 16, 20.

7

8

infanticidios fueron expresamente prohibidos en el Deuteronomio35, reconociendo que era una práctica usual: “... pues hasta a sus hijos y a sus hijas queman con regularidad en el fuego a sus dioses”36. Es bien posible que el infanticidio de los primogénitos varones de todas las mujeres, haya sido una costumbre recurrente en algún grado desde la prehistoria. En la isla polinesia de Kiribati los habitantes recuerdan en sus cantos que antaño los dioses querían que se les ofrendase primogénitos y cráneos; es decir, de los primogénitos, quizá de todas las mujeres, para reducir el número de varones en la población total en relación a las mujeres, y también los cráneos de los enemigos muertos y de los sacrificados en tiempos en que se practicaba el canibalismo.

debe tenerse presente que durante el período virreynal español arribaron al Alto-Perú muchos sefardíes conversos al catolicismo-. Es de preguntar si la expresión castellana “criatura de Dios”

pueda provenir de un pasado milenario, cuando fenicios y también cananeos obligatoriamente debían sacrificar a todos los primogénitos de mujer o animal doméstico. Esta referencia a una “criatura de Dios” puede utilizarse con varios sentidos, pero suele indicar indefensión, como la de los progenitores al tener que dar muerte a su primogénito varón, que era -como los de animales hembras- de la divinidad al tenor de un parágrafo conservado aislado en el Exodo37.

El carácter de sacrificio de los primogénitos varones a la divinidad, su obligatoriedad y finalmente la extensión de esta práctica a los animales domésticos, debieron ser necesarios para hacerlo general en esas sociedades siríacas, aceptado como algo natural. Como subsistencia de esa creencia en las regiones andinas bolivianas todavía es frecuente matar a la primera camada de las gatas, aduciendo que “no salen bien”, práctica que a veces también se hace extensiva a la primera camada de las perras. La apreciación de que “no salen bien” parcialmente se basa en la observación de que es frecuente que las madres carezcan de suficiente destreza para criar su primera camada; pero este caso no es general, simplemente así se aferran a su vida los mitos de las religiones. Como cuando en las mismas regiones se sostiene que beber agua hace daño, que no se puede tomar agua comiendo carne de cerdo, que el pan caliente es dañino, y en fin una miríada más de supersticiones que proceden de fuentes tan diversas como la antigua religión andina, el catolicismo, el islamismo, la medicina hipocrática -dándose propiedades de “frescas” o frías a ciertas comidas en contraposición a otras que serían “calientes”- y, como en el caso de las camadas primogénitas de gatos, del judaísmo -

Cabe acotar que además de la redención individual que era obligatoria por cada primogénito varón que se consignó en el Levítico, posteriormente se consideró que todos ellos, colectivamente, estaban redimidos a cambio de la consagración de la tribu de Leví a Yahvéh38: “Y daré los levitas como dados a Aarón y sus hijos de entre los hijos de Israel, para que lleven a cabo el servicio de los hijos de Israel en la tienda de reunión y para que hagan expiación por los hijos de Israel... En lugar de los que abren toda matriz, todos los primogénitos de los hijos de Israel, tienes que tomarlos para mí. Porque mío es todo primogénito entre los hijos de Israel, entre hombres y entre bestias. El día que herí a todo primogénito en la tierra de Egipto me los santifiqué”. Entre los cananeos, como en todos los pueblos antiguos, habían otra forma de deshacerse de los hijos, además de sacrificarlos a poco de que naciesen: se los vendía durante su infancia. Así, los varones pasaban a convertirse en esclavos destinados a los trabajos manuales y eventualmente a ser

35

Dt 12, 31; idem 18, 10.

37

Ex 13, 1-2.

36

Ibidem 12, 31.

38

Nm 8, 16-19, alterando el orden.

9

10

transformados en eunucos, y las mujeres -que eran en mayor número- siendo esclavas solían ser tomadas por concubinas. Como las concubinas y las mujeres en general podían ser vendidas eventualmente -aunque vender a una esposa con bienes o parientes influyentes podía ser complicado-, como se vendía a los hijos, se comprende las frases del libro del profeta Miqueas: “A las mujeres de mi pueblo expulsan de las casas de sus deleites, de sus hijos quitan mi honor para siempre”39. Además, al igual que los demás pueblos del medio oriente en

aquella época, la esposa o concubina y los hijos podían ser dados en hipoteca prendaria, o tomados por el acreedor; fue en previsión de esta situación que se legisló que el mancipium recobraba la libertad al séptimo año de su cautiverio40. La misma evolución del derecho yavista estableció que el hombre que tomase para sí una cautiva podía despedirla si quería, pero no venderla41. No está claro por qué esta salvedad con una que fuera cautiva y quizá se refiriese solamente si había sido tomada como esposa; pero el Deuteronomio parece haber tenido un sentido más amplio: que no fuese humillada por segunda vez, habiendo caído antes en esclavitud “... de ninguna manera debes venderla por dinero. No debes tratarla tiránicamente después de haberla humillado”42.

Se legisló que quien fundase o restableciese una ciudad -en calidad de rey, caudillo o simplemente de fundador- debía sacrificar su primogénito a tiempo de disponer los fundamentos de las murallas -siendo el planteamiento del perímetro de éstas el primer paso ritual- y debía sacrificar al menor de sus hijos varones al poner las puertas de la villa -que era la conclusión del amurallamiento-43. Referida a esta prescripción está la narración de una reconstrucción -de las muchas que hubo- de Jericó44: “En sus días Hiel, de Betel, edificó a Jericó. Pagando con la pérdida de Abiram, su primogénito, colocó el fundamento de ella y pagando con la pérdida de Segub, el menor de los suyos, puso sus puertas, conforme a la palabra de Yahvéh que habló por medio de Josué, hijo de Nun”. Se podían sacrificar personas adultas con diferentes motivos, como cuando Josías, rey de Judá, hizo sacrificar a los prostitutos de los santuarios y quemar sus cuerpos sobre altares dedicados a Yahvéh45, o como cuando Saúl sacrificó a Agag, rey de los amalecitas, en honor a Yahvéh46. En algunas narraciones se omitió especificar que se trataban de sacrificios con la escueta referencia a que las víctimas humanas fueron degolladas47.

3. Otros sacrificios humanos. 43

Josué 6, 26.

39

Miq 2, 9.

44

1 Re 16, 34.

40

Ex 21, 2.

45

2 Re 23, 20.

41

Dt 21, 10-14.

46

1 Sm 15, 32-33.

42

Idem 21, 14.

47

1 Re 18, 40.

11

12

Las personas sacrificadas en honor de Yahvéh y de otros dioses podían ser seleccionadas al azar, como hizo Jefté el galaadita48: “Si tú sin falta das a los hijos de Amón en mi mano, entonces tiene que suceder que el que venga saliendo, saliendo de las puertas de mi casa cuando vuelva yo en paz de los hijos de Amón, tiene que llegar a ser entonces de Yahvéh, y tengo que ofrecer a ése como ofrenda quemada”49. Al llegar Jefté a su casa fue recibido primero por su hija, niña aún, a la que se sacrificó. En su recuerdo las mujeres hacían un festejo anual que duraba cuatro días50. Igual ofrendaban a sus dioses nacionales los pueblos que eran vecinos de los israelitas. Como consecuencia de pérdidas en guerra, el rey de Moab sacrificó al hijo que había de sucederle: “Por fin tomó a su hijo primogénito que había de reinar en lugar de él y lo ofreció como sacrificio quemado (holocausto) sobre el muro (o muralla)”51. El rigor de este sacrificio puso en cólera a los moabitas contra los israelitas, que se retiraron de su territorio.

Ejemplo de sacrificios humanos en honor a Yahvéh combinados con sórdidos exterminios familiares, son las muertes de siete descendientes del rey Saúl, por obra de su sucesor David. Carácter rufianesco el de David, que no por nada ha sido el elegido de Yahvéh para judíos y cristianos, siendo el fundador de la casa real de la que Jesús fue vástago, una rama de la casa de Peres. La rufianería y el gangsterismo de los “elegidos” -particularmente si la elección se atribuye a Dios- es cosa del pasado y también de ese pasado que sobrevive en el presente. Líderes políticos y religiosos -para el caso los papas- eventualmente son simplemente rufianes -con mucha o poca cultura-. Un ejemplo de lo dicho es la actitud de David ante los mensajeros que le anunciaron la muerte de Ishbaal, hijo de Saúl: “’Aquí está la cabeza de Ishbaal, hijo de Saúl, tu enemigo, el que buscó tu alma. Hoy ha concedido Yahvéh a mi señor el rey venganza sobre Saúl y sobre su descendencia’. Respondió David a Rekab y a su hermano Baaná, hijos de Rimón de Beerot, y les dijo: ‘¡Vive Yahvéh, que ha librado mi alma de toda angustia! Al que me anunció que Saúl había muerto, creyendo que me daba buena noticia, le agarré y ordené matarle en Siclag, dándole este pago por su buena noticia. Cuánto más ahora que hombres malvados han dado muerte a un hombre justo en su casa y en su lecho no os voy a pedir cuenta de su sangre, exterminándolos de la tierra?’ Y David dio una orden a sus muchachos, que los mataron, les cortaron las manos y los pies y los colgaron junto a la alberca de Hebrón.

El sacrificio humano como purificación colectiva fue usual en todas las sociedades antiguas. En las ciudades griegas se mantenían esclavos y condenados para sacrificarlos en ciertas ocasiones -como resabios de las caponeras del canibalismo-. Estos mantenidos por la comunidad para ser sacrificados eran denominados pharmakoi -plural de pharmakós-; eran fármacos, remedios sociales, así como también eran katharmoi, plural derivado de katharós (puro) y katjarein (limpiar o purgar); con ellos se limpiaba y purificaba la ciudad -en una purga social-: era la katharsis52. 48

Jue 11, 30-40.

49

Jue 11, 30-31.

50

Jue 11, 40.

51

2 Re 3, 27.

52

Escohotado 1990, I, II, 1.

13

14

La cabeza de Ishbaal la tomaron y la sepultaron en el sepulcro de Abner, en Hebrón”53. Ha sido usual que los tiranos y también los aprendices de tiranos hayan sido -y lo sean aún- con esta hipócrita dualidad.

Como consecuencia de una sequía de tres años, David consultó el oráculo de Yahvéh, que le determinó que 7 descendientes varones de Saúl debían ser sacrificados en su honor para aplacarlo -lo que era deseado por David para así deshacerse de los descendientes agnados de la casa de Saúl, quienes eventualmente podían reclamar el trono-; la excusa era que Saúl había pretendido exterminar a los gabaonitas, considerados amorreos -y consecuentemente afines a los apiru (hebreos), en contraposición a los cananeos que conformaban la mayoría de los componentes de las tribus de Israel-. Se convino con ellos que serían sacrificados 7 hijos varones de Saúl; pero David perdonó a Meribaal -cuyo nombre estaba en la advocación de Baal-Hadad-, hijo de Jonatán y nieto agnado de Saúl, cumpliendo así la promesa de no exterminar a la descendencia de este rey. Los 7 fueron sacrificados al iniciarse la siega de la cebada, despeñados en un monte junto a “Guibeá de Saúl”. En la versión hebrea masorética en vez de Meribaal se escribió Meribóshet, forma que, aunque incorrectamente, suena como “el que difunde vergüenza”; del mismo modo se transcribió Ishbóshet por Ishbaal, Yerubóshet por Yerubaal. Rispá, una de las concubinas de Saúl y madre de dos de los sacrificados, se acostó a la intemperie junto al despeñadero, para proteger los cuerpos de las aves de rapiña -se entiende que David había prohibido que los enterrasen-. Ese gesto de extrema dedicación maternal llevó a David a ordenar que los sacrificados fuesen enterrados conjuntamente con los huesos de Saúl y de Jonatán en el sepulcro Kish -padre de Saúl-, en Selá, en tierras de la tribu de Benjamín. Con esto Yahvéh se aplacó -es decir, David prácticamente exterminó a la descendencia de Saúl54, por cuanto 53

2 Sm 4, 8-12.

54

Idem 21.

15

Meribaal era tullido, lo que lo descalificaba en la sucesión-55. Un ejemplo de tullir para descalificar a un hombre se recordó del rey Adoni-Sédek -cuyo nombre honraba a Adonay o Adonis-, a quien los invasores apiru cortaron los pulgares de sus manos y de sus pies; a su vez, se le atribuyó haber hecho lo mismo con los reyes que había vencido56. Castigo comparable habrían inflingido los filisteos a Sansón, quitándole la vista y encadenándolo -con cadenas de bronce, según la metalurgia de la época- a una muela para moler grano -en calidad de esclavo-57. En la sociedad incaica tampoco se permitía guardar o momificar los cuerpos de los despeñados, que eran considerados ajusticiados y no propiamente sacrificados; es decir, se consideraba que no irían a servir a ninguna divinidad, a lo sumo irían a un inframundo y eso cuando se creía en la vida de ultratumba, por cuanto los cuidados con los muertos se emparejaban con creencias diversas, desde la reencarnación hasta la negación de la vida después de la muerte.

Los cananeos consideraban que el exterminio de una familia real depuesta era una necesidad para los nuevos monarcas; este exterminio se hacía extensivo a los inmediatos de estos reyes, los “amigos del rey”. Así hizo Bashá luego de conspirar contra Nadab hijo y sucesor de Jeroboam- y asesinarlo; luego hizo exterminar a toda la familia de Jeroboam, todo ordenado por Yahvéh por boca del profeta Ajías de Silo58. A su vez Zimrí al apoderarse del trono de Israel mató a Bashá, a su parentela y a sus “amigos”; esto se hizo por orden de Yahvéh a través del profeta Yehú, en castigo por los pecados de Bashá y de su hijo Elá. Aun así, Zimrí llegó a reinar sólo siete días, porque tuvo que suicidarse para no caer en manos del nuevo rey, Omrí59. El segundo libro de Reyes narra de estas 55

Ibidem 4, 4.

56

Jue 1, 6-7.

57

Idem 16, 21.

58

1 Re 15, 27-29.

59

Idem 16, 11-19.

16

matanzas de las familias reales depuestas -particularmente de todos los varones- y sirve de ejemplo la de las 7 decenas de descendientes del rey Ajab de Israel, ordenada por Yehú y acatada por los ciudadanos de Samaría sin objetar60. Cuando el rey Ocozías de Judá fue asesinado en el norte, su madre Atalía tomó para sí el poder, matando a todos los varones agnados en la casa real, incluyendo los hijos del rey, que eran nietos de la propia Atalía. Empero la masacre no alcanzó a la parientas mujeres61, aunque quizá a muchas de las mujeres de Ocozías. Tras las usurpaciones de Shalum y de Menajem al trono de Israel, acaecidas en el año 743 a.e.c., se abrió el vientre de embarazadas62; contexto en que la expresión sucinta del segundo libro de Reyes indica lo siguiente: 1) Que se mató a todos los parientes agnados de los reyes israelitas asesinados, de modo que no pudiesen reclamar el trono. Estos asesinatos incluyeron a los niños varones. 2) Si bien se pudo matar a algunas reinas y otras parientas, el interés inmediato al abrir los vientres de las mujeres embarazadas, fuese de estos reyes asesinados o de sus parientes cercanos agnados, era el de impedir que naciesen y sobreviviesen hijos varones. De dejarles concluir su gestación para matar selectivamente sólo a los recién nacidos varones, se corría el riesgo de su suplantación -que podía hacerse con un recién nacido comprado a una campesina o a una esclava-. Así, la expresión repetida de “abrir el vientre a las embarazadas” se aplicaba específicamente a las mujeres de reyes y prohombres asesinados, ya que sus hijos varones eventualmente los vengarían al ser mayores. A la muerte de Yerubaal -Gedeón en la versión deuteronomista conservada-, quien fuera soberano sobre parte de las ciudades de Canaán, su hijo Abimélek con 70 ciclos de plata que le proporcionaron los miembros de la familia de su madre 60

61

62

ciclos que procedían del templo de Baal-Berit- pagó a hombres armados para que aprehendiesen a sus hermanos varones que moraban en las tierras paternas en Ofrá. Luego los hizo sacrificar, unos 70 en total -solo un menor, Jotam, logró huir-, todos sobre la misma piedra que hacía de altar63 en honor de Baal-Hadad, junto al terebinto de Ofrá y al cipo adjunto64 consagrado a Asherá. Con esto Abimélek se aseguró la proclamación como nuevo rey65 -en una tradición fratricida que milenios más tarde restableció Solimán el MagníficoEn la tradición cananeo-israelita, los crímenes y las traiciones se justificaban si se hacían por razones de estado o si se las disculpaba por razones religiosas. Un ejemplo cananeo anterior al yavismo monoteísta -aunque en la recensión deuteronomista se le hubiese dado un sentido yavista- es la muerte de Sísara, quien luego de ser derrotado aceptó el refugio que le ofreció Yael, mujer de Yéber el quenita. Luego de que ella le ofreciese leche y estando ya Sísara profundamente dormido, agotado por el cansancio, Yael le perforó el cráneo con una clavija de su tienda y un martillo66. “Bendita entre las mujeres Yael, entre las mujeres que habitan en tiendas, bendita sea! Pidió agua, le dio leche, en la copa de honor le sirvió nata. Tendió su mano a la clavija, la diestra al martillo de los carpinteros. Martilló a Sísara, le partió la cabeza; 63

Jue 9, 1-5.

64

Idem 6, 11-30.

65

Ibidem.

66

Ibidem 4, 17-22.

2 Re 10, 1 y sig. Idem 11, 1. Ibidem 15, 16.

17

18

le golpeó y le partió la sien. A sus pies se desplomó, cayó y murió. A sus pies se desplomó, allí cayó y quedó tendido”67.

3. Holocaustos. Los holocaustos -voz griega que significa “todo quemado”consistían en el sacrificio de todos los enemigos que cayesen bajo el poder de quienes emprendiesen una guerra bajo la advocación de Yahvéh, fuesen los dedicados la población masculina enemiga o también las mujeres, los niños y hasta el ganado. El concepto de anatema está relacionado, aunque sea distinto. Anatema proviene del griego anáthema, anatithemai, de ana, arriba y tithemai, poner, situar, con el sentido de un objeto consagrado. Se entiende por tal una víctima a los dioses infernales, pero en general se aplicaba a todos los objetos que habían sido consagrados y que no debían utilizarse, como eran las ofrendas que se quemaban.

El vocablo cananeo-hebreo para anatema es jérem; implica destrucción y en el caso de Jericó la muerte de humanos y de animales -éstos no era aprovechados utilitariamente 68 consumiéndolos, lo que hubiera sido sacrílego -; es por ello que luego de la toma de Jericó, en nombre de Yahvéh: “Consagraron en anatema todo lo que había en la ciudad, desde hombre a mujer, desde joven a anciano, y hasta toro y oveja y asno, irrevocablemente a la destrucción

68

Jos 7, 1.

19

a filo de espada”69. El profeta Samuel, inspirado en Yahvéh, ordenó a Saúl: “Ahora ve y tienes que derribar a Amamélek, consagrándolo al anatema con todo cuanto posee; no le tengas compasión, tienes que darles muerte tanto a hombre como a mujer, a niño como a lactante, a toro como a oveja, a camello como a asno”70. Sin embargo de esta orden, los hombres que comandaba Saúl reservaron a Agag y a todos los animales domésticos cebados para sacrificarlos solemnemente en Guilgal71. Aunque esta desobediencia fue censurada por Samuel, finalmente se realizó el sacrificio en Guilgal, incluyendo a Agag, rey de los amalecitas. El santuario de Guilgal se ubicaba entre el Jordán y Jericó, a 4 kilómetros del río -en Jirbet En-Natalé-. Allí había un círculo de doce piedras -del tipo de los monumentos megalíticos, con menhires- y fue el principal santuario de la tribu de Benjamín, muy importante aún durante el reinado de Saúl -que luego de ser proclamado rey sacrificó allí en honor a Yahvéh, para comulgar la carne con el pueblo72-. Este fue uno de los “lugares altos” reprobados por los profetas yavistas -pero en tiempos posteriores al reinado de Salomón-, donde el pueblo hacía sacrificios73.

69

Idem 6, 21.

70

1 Sm 15, 3.

71

Idem 15, 9; ibidem 15, 15.

72

Ibidem 11, 15.

73

Amós 4, 4; idem 5, 5; Oseas 4, 15; idem 9, 15; ibidem 12, 12.

20

Saúl se hizo construir un monumento a su memoria, sito en el trayecto entre la ciudad de Carmel y Guilgal74. A falta de mayores datos, es de suponer que este monumento conmemorativo fuese una acumulación de sillares poligonales sin argamasa, del tipo denominado cairn en gaélico.

Como los sacerdotes de Yahvéh en Nob, que dirigía Ajimélek, protegieron a David, ordenó Saúl a sus hombres que los matasen; éstos no quisieron hacerlo, así que Saúl dio esta labor a edomitas y como Yahvéh no era dios de ellos en el día mataron 85 sacerdotes. Luego Saúl ordenó la destrucción de Nob y que se matase a todos sus habitantes -hombres, mujeres y niños, incluidos los lactantes, asegura el texto bíblico-, más sus animales domésticos75. Estas masacres son dadas como ejemplares y atribuidas a las prescripciones de Moisés. En general, el concepto de masacre, exterminio y devastación, impregnó la prédica de los profetas yavistas -y particularmente el libro de Ezequiel-; gustaban de amenazar a los pueblos de Canaán: “A espada caerán; serán sus niños estrellados y sus mujeres embarazadas reventadas”76. Y referirse al destino de otros pueblos: “...también sus niños fueron estrellados en el cruce de todas las calles..”77. Pero los profetas explotaban temores reales: “¿Suena el cuerno en la ciudad sin que la gente se estremezca? ¿Cae en una ciudad el infortunio sin que Yahvéh lo haya causado? No, no hace nada el baal Yahvéh sin revelar su secreto

a sus esclavos los profetas”78. Empero estos actos no eran peculiares al ambiente cananeo; las inscripciones políticas asirias centraban su interés en las víctimas, los deportados y los saqueos hechos por sus reyes y ejércitos. Cuando los babilonios tomaron Jerusalém, aunque no masacraron su población castigaron cruelmente por orden de Nabucodonosor: “Los hijos de Sedecías fueron degollados a sus ojos y lo mismo a todos los jefes de Judá degolló en Riblá. A Sedecías le sacó los ojos...”79. En la “estela moabita” -hallada en Gezer en 1908-, que data de entre los años 840 y 820 a.e.c., se narra cómo el rey moabita Mesha80 -que se denominó “hijo de Chemosh”, por su dios nacional- atacó a los danitas de la villa de Ataroth. Dijo que allí capturó y mató 7.000 personas de Israel: hombres, chicos, mujeres chicas y sirvientas, a los que devocionó a su destrucción -como holocausto- ante Chemosh81. De seguido se especifica que con los cautivos se hicieron obras públicas, con lo que cae de sobra de la duda sobre que hubiese habido tantos muertos, útiles como esclavos. Estas actitudes eran comunes en los pueblos de la edad de bronce. Un ejemplo de ello: los cananeos pisaban a sus prisioneros en señal de triunfo sobre ellos82; en la sociedad incaica se hacía lo mismo y particularmente se reservaban a los principales para que los pisasen sus gobernantes en los triunfos que celebraban en las ciudades. No viene al caso discutir la exactitud histórica o cronológica del evento narrado a continuación, por cuanto sucesos semejantes se repitieron en forma cíclica y sucesiva durante milenios en la 78

Am 3, 6-7.

74

1 Sm 15, 12.

79

Jer 52, 10-11.

75

Idem 22, 6-19.

80

2 Re 3, 4.

76

Os 14, 1.

81

Vide la Piedra moabita, 15-20; Pritchard 1955, p. 320.

77

Nahúm 3, 10.

82

Is 51, 23.

21

22

historia de la Cisjordania anterior a la dominación grecorromana, como lo demuestra la arqueología de las ciudades de la región incluso teniendo en cuenta que buen número de las destrucciones fue consecuencia de terremotos-. Es ilustrativo cómo la tribu de los danitas conquistó un territorio en la región de Efraím83. Cinco exploradores informaron que en la ciudad de Laish vivían sidonios, seguros, tranquilos y confiados “según las costumbres de los sidonios”, bien provistos, aunque lejos de sus connacionales84. Contra estos sidonios marcharon 600 danitas armados, con sus familias y sus rebaños85; en el trayecto se apoderaron de una imagen de plata del dios Miká, con un efod -caldero para cocer la carne sacrificial- y los terafim adivinatorios86. En el texto conservado se indica que la imagen era de Yahvéh87, lo que es una adición a la narración original, como lo es que el constructor del santuario se llamase así; el nombre correspondía al dios Miká o Miká-el -el dios Miká: Miguel-, mencionado en textos siríacos. Cómo los danitas masacraron a los sidonios de Laish y cómo rehabilitaron la ciudad está narrado brevemente. Empero debe tomarse como un aditamento no más antiguo que el período davídico el que Dan hubiese sido un patriarca y no un dios gentílico, así como que fuese considerado hijo de Israel. Del mismo tenor debe considerarse la genealogía del sacerdocio del santuario danita; tenía un carácter formal y no real. Estas actitudes eran comunes en los pueblos de la edad de bronce. Un ejemplo de ello: los cananeos pisaban a sus prisioneros en señal de triunfo sobre ellos88; en la sociedad incaica se hacía lo 83

Jue 18.

84

Idem 18, 7.

85

Ibidem 18, 21.

86

Ibidem 18, 18.

87

Ibidem 17, 3.

mismo y particularmente se reservaban a los principales para que los pisasen sus gobernantes en los triunfos que celebraban en las ciudades. La afirmación de que los danitas pusieron en su santuario “la imagen que había hecho Miká”, debe entenderse como significando que pusieron la imagen del dios Miká como su protector. “Ellos... marcharon contra Laish, pueblo tranquilo y confiado; los pasaron a espada e incendiaron la ciudad. Nadie vino en su ayuda, porque estaba lejos de Sidón y no tenían relaciones con nadie. Estaba situada en el valle que se extiende hacia Bet-Rejob. Reconstruyeron la ciudad, se establecieron en ella y le pusieron el nombre de Dan en recuerdo de su antepasado Dan (hijo de Israel), aunque al principio se llamaba Laish. Los danitas colocaron la imagen (de Miká) para el culto; (Jonatán, hijo de Gershón, hijo de Moisés y después sus hijos) fueron sacerdotes de la tribu de Dan hasta que después fueron deportados del país. Mantuvieron erguida la imagen de Miká (que él había hecho) mientras estuvo en Silo la casa del dios”89.

89 88

Jue 18, 27-31.

Is 51, 23.

23

24

Aun en tiempos del rey Yehú de Judá, en el santuario de Dan se adoró un becerro de oro, probablemente en representación de El y al igual que entonces en Betel90. En ese santuario se guardó el arca de la alianza de la confederación israelita, hasta que David la hizo llevar a Jerusalém91. Los que emprendían guerras podían dar en anatema a ciudades enteras a cambio de obtener la victoria -como se hizo con la toma de Jormá92- o destruirlas y exterminar su población sin mayores disculpas, incluso si buscaban asilo en lugares santos, como la población de Migdal-Siquem que fue exterminada en la cripta o subterráneo del templo de El-Berit -en total unos mil hombres y mujeres, sin contar los niños-; en esta ocasión, para evitar derramar sangre en el interior del lugar santo se prendió fuego a la entrada, haciendo morir a los refugiados por sofocación93. A tiempo de la redacción del Deuteronomio el anatema referido retrospectivamente a las naciones cananeas –“no harás alianza con ellas, no les tendrás compasión”- se amplió a la prohibición de casarse con quienes no fuesen adeptos a la nueva religión, en tanto judía o estrictamente yavista94. Los preceptos deuteronómicos -incluyendo la influencia que tuvieron en la redacción definitiva del Antiguo Testamento- eran tanto más rigurosos cuanto que ya no tuvieron aplicación desde el régimen aqueménida -y quizá desde mucho antes en la edad de bronce-; servían para dar rigorismo a los patrones de conducta cotidianos, como la prohibición del conubio con los gentiles -así fuesen del mismo pueblo judeo-israelita-. De ahí que casos notorios de crueldad fuesen recordados, como cuando en la ocasión en que

Salmán desbastó Bet-Arbel una mujer fue estrellada junto con sus hijos -se entiende que arrojándolos desde una casa o desde la muralla-95. Cuando los anatemas en cuanto holocaustos sí estuvieron en práctica, su aplicación fue atemperada. Un ejemplo es lo prescrito en Números: cuando se tomasen por asalto a las ciudades se debía matar a los hombres adultos, pero cautivar a las mujeres, a los niños y a los animales domésticos; éstos animales debían ser sacrificados y consumidos por los vencedores96. Las mujeres y los niños de ambos sexos quedaban en condición de esclavos -las mujeres en edad de procrear pasaban a ser concubinas-. Esta prescripción es bien posible que haya sido la legal en tiempos anteriores al Deuteronomio y que el anatema universalizado, en cuanto norma, haya sido un agregado al texto de Números97. Pero siempre se respetaban a los árboles cuya tala no fuese necesaria para el asedio98 -a diferencia de los griegos, para quienes asolar una tierra y talar eran sinónimos-. En dos ejemplos deuteronómicos se prescribe el anatema para todos los humanos, autorizándose a los vencedores a llevarse los animales domésticos y los enseres99, siguiendo un ejemplo atribuido a Josué100; en otro se excluye a también a las mujeres y a los niños101.

95

Os 10, 14.

96

Nm 20, 13-14.

90

2 Re 10, 19.

97

Idem 20, 16-18.

91

1 Sm 3, 21; idem 4, 3.

98

Ibidem 20, 19-20.

92

Nm 21, 2.

99

Dt 2, 34-35; idem 3, 6-7.

93

Jue 9, 45 y sig.

100

Jos 8, 26-27.

94

Dt 7, 2-4.

101

Dt 20, 13-14.

25

26

Es esclarecedora la práctica descrita -dada como ejemplaraplicada a una guerra de las tribus israelitas contra los madianitas en la que se mató a todo varón que pudo ser prendido102. “Pero los hijos de Israel se llevaron cautivas a las hijas de Madián y a sus pequeñuelos; y todos sus animales domésticos y todo su ganado”103. De esto se indignó Moisés -siguiendo la narración didácticay dijo a los caudillos de las tribus israelitas: “¿Han conservado viva a toda hembra?... Y ahora maten a todo varón entre los pequeñuelos, y maten a toda mujer que haya tenido coito con hombre acostándose con varón”104. Un ejemplo del ciclo de destrucción de ciudades es narrado en el libro de los Jueces a propósito del ataque concertado de los ejércitos de las tribus israelitas –o los descritos como tales en la versión conservada- contra el territorio de la tribu de Benjamín. Luego de matar unos 25.000 benjaminitas destruyeron las ciudades, mataron a todos los hombres que hallaron en ellas y sacrificaron los animales domésticos105. Luego se arrepintieron de pretender erradicar una de las tribus de su nación y perdonaron a los hombres que habían huido al desierto; pero éstos se hallaron sin mujeres. Como el texto no indica que las benjaminitas hubiesen sido muertas, se sobrentiende que ellas con sus hijos fueron repartidas entre los vencedores, como botín. Muy sabiamente los vencedores habían jurado no entregar ninguna mujer a los benjaminitas106, por lo que no podían devolverlas. De modo que se recurrió a un expediente: se declaró anatema sobre los habitantes de Yabésh en

Galaad, perdonando la vida sólo a las vírgenes -como tales las niñas aún no casadas- menores de 13 años-; en total obtuvieron una 400, que no alcanzaron para los benjaminitas sobrevivientes107. Para suplir su falta, los benjaminitas sobrevivientes raptaron a las niñas y jovencitas que danzaban en una festividad junto a la ciudad de Silo y las tomaron para sí. Los demás israelitas convinieron respaldarle alegando: “Perdonadles por haber tomado cada uno su mujer como se hace en la guerra”108. Al menos esto fue lo narrado, que otros pudieron haber sido los hechos. Los galaaditas habían masacrado a los efraimitas que habían sido derrotados y que se hallaban entremezclados con sus vencedores; los galaaditas hacían decir a los hombres: shibólet (espiga y también corriente de río), y si pronunciaban sibólet, por el acento reconocían ser efraimitas y los degollaban109.

Como los edomitas se sublevaron con el rey David, éste ordenó la masacre de buena parte de los hombres de esa nación durante una campaña de subyugación que duró un semestre110. A propósito de la vida de David se conservó la narración de uno de estos ataques de saqueo cuyo fin era apoderarse de mujeres, niños, animales domésticos y hasta de hombres para esclavizarlos -el apoderarse de los ganados y de las cosechas en las tierras en que se incursionaba, era la práctica habitual111-. Habiendo llegado David y sus hombres a Siclag, hallaron que esta ciudad había sido saqueada e incendiada por amalecitas; en su ataque no habían matado a nadie, pero se llevaron a todas las mujeres y los hijos de los de la ciudad y de los hombres que comandaba David; habían dejado a los hombres de la ciudad -que no habían resistido, por lo que no hubo muertos-, considerándolos con un mal botín. Guiados por un

102

Nm 31, 7.

107

Ibidem 21, 11-14.

103

Idem 31, 9.

108

Ibidem 21, 22.

104

Nm 31, 17.

109

Idem 12, 6.

105

Jue 20, 48.

110

1 Re 11, 15-17.

106

Idem 21, 18.

111

Idem 6, 3.

27

28

esclavo que había huido de los amalecitas, David y sus hombres cayeron sorpresivamente sobre esta banda, matando a cuantos pudieron -fueron dados en anatema-, aunque unos cuatrocientos huyeron en camellos. Fue así como los de Siclag recuperaron sus mujeres e hijos, así como su ganado, mientras que los hombres de David recuperaron sus mujeres; el propio David recuperó a las dos que le había arrebatado, Ajinoam y Abigaíl. Como esta banda de amalecitas volvía de una gran incursión por tierras filisteas y de Judá, los hombres de David capturaron también cautivos -mujeres y niños, particularmente niñas- y ganado tomados anteriormente en esas tierras; David ordenó que se repartiese este botín equitativamente entre todos sus hombres, incluso entre los que no habían participado directamente en el ataque a los amalecitas por haber tenido que quedar atrás. También se separó una parte para los "ancianos” de Judá112, es decir, para los potentados de las ciudades -“ancianos", senes, equivalía a “mayores”-. Estos “mayores” correspondían a las siguientes ciudades: Betel, Ramá de Négueb, Yatir, Aroer, Sifmot, Eshtemoa, Carmelo, Jormá, Bor-ashan, Eter, Hebrón y las villas de Yarajmeel y de los quenitas113, y también para los que lo habían atendido con su tropa114. Esa era la práctica usual: “Entregaste al rapto sus mujeres, sus hijas al destierro, todos sus despojos en reparto para tus hijos amados...”115. Las mujeres cautivadas -así como las niñas y los varones de toda edad- eran reducidas a la situación jurídica de esclavitud y como tal marcadas con hierro candente con las siglas o signos de quienes se las habían adjudicado definitivamente -comprándolas a

sus captores, por ejemplo-; eran herradas. Se recordó que así se hizo con las galaaditas cautivadas por los sirios, incluso con las embarazadas116. Como los cananeo-hebreos -al igual que todos los pueblos del Mediterráneo oriental y del cercano oriente durante la edad de bronce- eran políginos, que un hombre trajese cautivas por concubinas no sólo podía ser grato para él, sino que particularmente enriquecía su hogar -porque estas concubinas podían quedar prácticamente en calidad de criadas domésticas-. Así figura en el Canto de Déborah, poema antiguo -de la época de los jueces- que canta los tiempos “de Samgar, hijo de Anat” la diosa117, cuando en espera del retorno de Sísara entona una de las princesas de su casa que no sabe aún que Sísara ha muerto en batalla- (en traducción que mantiene el sentido poético): “Cantad al clamor de los que parten los despojos junto a los abrevaderos”118. “¿Será que han tomado botín y lo reparten? Una doncella, dos doncellas para cada guerrero; un paño, dos paños de colores para Sísara; un manto, dos mantos bordados para mi cuello”119.

112

1 Sm 30.

116

Am 1, 3.

113

Idem 30, 26-31.

117

Jue 5, 6.

114

Ibidem.

118

Idem 5, 10-11.

115

Judit 9, 4.

119

Idem 5, 30.

29

Las algaradas a caballo y las partidas de saqueo formaban parte de las guerras fronterizas contra los filisteos y otros pueblos limítrofes de Canaán, además de los ataques y guerras intermitentes entre los propios cananeos. Los combates individuales y la cuenta de los enemigos muertos eran temas para

30

cantar. De los filisteos muertos cortaban sus prepucios -distintos de los cananeo-israelitas, que eran circuncisos-. De ahí que cuando David se casó con Mikal -quien se había enamorado de él-, su padre el rey Saúl le pidió como precio de la novia – mohar120- cien prepucios de filisteos. La prescripción de matar a todos los niños de sexo masculino y a todas las mujeres que ya hubiesen estado casadas121 -tomando en cuenta que era obligación casarlas hasta los 13 años de edad- es casi idéntica a la que practicaban los antiguos andinos -hasta la conquista española iniciada en 1531en sus grandes masacres étnicas, aunque con la diferencia de que los andinos perdonaban a todas las mujeres jóvenes que no hubiesen tenido hijos aún -incluyendo a las niñas- y usualmente a todas las que estaban en edad de tener hijos, haciendo abortar a las embarazadas122. Estas prácticas se aplicaban a etnias enteras o a familias de enemigos prominentes, como cuando Atawallpa ordenó matar a todos los hijos y concubinas de su hermano Waskar Inka, pero perdonando a las que no hubiesen parido aún y haciendo abortar a las primerizas123. Las mujeres y las niñas cautivas proveían de concubinas -prácticamente en calidad de esclavas- a ser distribuidas entre los vencedores, por lo que es comprensible el deseo atribuido a los hombres israelitas en la anterior historia ejemplarizadora; empero la prohibición mosaica es rigorista y puede comprenderse desde un punto de vista de temor a la sobrepoblación -siendo las mujeres las reproductoras por excelencia-. En cambio en la sociedad incaica el estado deseaba el incremento de la población -que aumentaba los recursos tributarios a disposición de la más alta aristocracia y además facilitaba el desarrollo tecnológico y comercial-, por lo que el conservar las mujeres cautivas incrementaba el número de descendientes en las etnias adscritas a los regímenes vencedores militarmente; si se mataban las concubinas de los magnates 120

2 Sm 18, 25.

121

Nm 31, 17.

122

Ellefsen 1989, p. 44; idem, pp. 54-55.

123

Ibidem: 129.

enemigos que les hubiesen dado hijos, quizá fuese para evitar posibles venganzas sobre los magnates que nuevamente las tomasen por concubinas, venganzas de mujeres que eventualmente podían quedar profundamente resentidas por las muertes de sus hijos. Entre los antiguos andinos una forma cruel de matar a las mujeres embarazadas durante las masacres étnicas era abriéndoles sus vientres para sacarles sus fetos. Recuerdo de esta práctica se puso en boca del profeta Eliseo con palabras dirigidas al arameo Jazael pronosticándole que atacaría al reino de Israel: "Pasarás a fuego sus fortalezas, matarás a espada a sus mejores, aplastarás a sus pequeñuelos y abrirás el vientre a sus embarazadas". Empero se atribuyó Jezabel el indignarse de tal conducta, diciendo que no era un perro124.

Hay que entender que no se consideró digno el matar a toda la población, sino sólo “a los mejores”, lo que se entienden ser los terratenientes, la casta privilegiada y ciudadana de pleno derecho los de la “congregación de los hombres de Israel”-. A los demás no se los tomó en cuenta porque era más beneficioso tomarlos con las tierras a los que estaban adscritos, para que siguiesen trabajándola. Quizá los artesanos y otros sectores urbanos que no eran “israelitas” de pleno derecho pudiesen ser masacrados o esclavizados al tomar las ciudades, pero también eran gente que el vencedor podía poner a trabajar o al menos a tributar en su favor. De modo que al indicar que se mataría aplastándolos -o rompiéndoles sus cráneos- a los pequeñuelos, también se sobreentiende que fue referido a la progenie de este sector privilegiado. En cuanto a las mujeres, la crueldad de abrir los vientres de las embarazadas sólo tiene parangón con las masacres étnicas entre los antiguos andinos; empero quizá lo dicho fue una exageración y lo que realmente se quiso decir era que además de matar a los niños varones del estamento privilegiado, se hacía abortar a las mujeres y si era necesario abriéndoles sus vientres a modo de cesáreas. Pero esto último no es más que una conjetura.

124

31

32

2 Re 8, 12-13

No menos remniscente de costumbres antiguas es que se hubiese narrado que durante el sitio de Samaría por el ejército de Ben-Hadad II, desesperadas por la hambruna dos mujeres hubiesen decidido matar por turno cada a uno a un hijo pequeño, para cocinarlo y comerlo. Una de ellas cumplió con sus compromiso, pero la otra, llegado su turno, no quiso hacerlo y escondió a su hijo pequeño125. Es de entenderse que muchas de estas masacres, especialmente como referidas a los tiempos de Moisés o a sus prescripciones, más que a este personaje -en tanto que fuese histórico- y a su época, serían remniscencia de historias míticas prehistóricas y no a prácticas habituales y aceptadas, al menos en la primera mitad del último milenio a.e.c. Se conservó un ejemplo del rechazo tajante a las supervivencias de estas costumbres con lo acaecido cuando en tiempos del rey Pecaj, cuando las fuerzas israelitas capturaron Jerusalém y deportaron a Samaría a su población urbana en cautiverio, tanto hombres como mujeres y niños, junto con un gran botín. Llegados los cautivos a Samaría, encadenados y los más desnudos y descalzos, el verlos en esta condición conmovió al profeta Oded y a los magnates de la ciudad, que ordenaron que fuesen liberados, vestidos y devueltos a sus tierras de origen126. En este ejemplo entendemos que en ese tiempo y al menos entre los pueblos cananeo-israelitas, sirios y mesopotámicos, se consideraba normal tomar las riquezas de los vencidos en metálico y eventualmente en otros bienes, pero sin despojarlos enteramente, ni quitarles sus tierras, aperos y siervos indispensables en la agricultura-; de modo que lo ocurrido con los cautivos enviados a Samaría fue considerado bárbaro e inhumano en ese entonces. En las sociedades preagrícolas fueron comunes las masacres de aldeas enteras -muchas veces vecinas y de la misma etnia que los masacradores-, comprendidas las mujeres y los niños; el deseo

de los hombres de tomar concubinas podía verse marginado por el deseo aun más fuerte de adquirir territorios -provistos de caza y de alimentos recolectables- con una población total más baja, lo que no se lograría conservando a las mujeres cautivas. De modo que en los pueblos preagrícolas eran dos las pulsiones en este aspecto: 1) Si se mataban a los varones de todas las edades y a las mujeres consideradas ya poco atractivas, los hombres vencedores incrementaban el número de sus mujeres generalmente en calidad de concubinas-esclavas, al no tener parientes que abogasen por ellas-. Entre los australianos como ejemplo de una costumbre que debió ser extensiva a los demás pueblos preagrícolas- la captura de mujeres era causa importante de guerras -lo que hizo que Darwin reconsiderase la frase clásica: Num fuit ante Helenam teterrima belli causa-127. Esta práctica hacía aumentar en algún grado la descendencia de la población vencedora, ya que se disponía de más mujeres que a su vez tenían hijos; empero debe tenerse presente que suele ser un principio que al aumentar el número de mujeres en un hogar polígino, puede ser menor el número de hijos que tiene cada una de ellas. Suele ser que disminuye el interés del padre en tener mayor número de hijos que aquellos necesarios para perpetuar su hogar128; explicación válida para los cazadores, en quienes la presión demográfica amenaza directamente a su facilidad para cazar, pero que no es universal en las sociedades agrícolas, en las que una gran descendencia puede dar riqueza y status. 2) Si se mataba a toda la población vencida -al menos a la que no lograba huir o refugiarse en fortalezas- disminuía la presión demográfica en la zona, lo que podía redundar en un mayor bienestar económico. Al no tomarse a las mujeres capturadas como concubinas, se reducía la natalidad consecuente.

125

Idem 7, 28-29.

127

Darwin 1972, II, XIX.

126

2 Cr 28, 5-16.

128

Becker 1987, III.

33

34

Las matanzas de aldeas enteras fueron frecuentes entre los esquimales, antes de que las gripes redujeran excesivamente su número a mediados del siglo XIX; solían asaltar las pequeñas aldeas antes del amanecer, matando a todos los habitantes disparándoles flechas por los respiraderos129. Lo mismo hicieron los bosquimanos130 y los aborígenes australianos hasta el siglo XIX; éstos últimos proferían gritos que manifestaban agresividad que eran distintos cuando mataban hombres que cuando mataban mujeres; a los niños solían romperles sus cráneos y de todos bebían la sangre en señal de triunfo, dominación y superposición sobre sus vidas. Los maoríes -otro ejemplo más entre muchosademás de exterminar aldeas enteras practicaban el canibalismo131. En lo mamíferos los machos suelen -aunque no siempre lo hacen- respetar la vida de las hembras de su especie. Empero, habiendo sobrepoblación de la misma especie en un territorio dado, leones y ratas matan a las hembras y a las crías de otros grupos; lo mismo se ha observado en los gorilas y chimpancés. Esto inhibe el cruzamiento con otros grupos de la misma especie e incluso con otras razas, dando lugar a una “pseudoespecificación”, como en el hombre132.

BIBLIOGRAFIA

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129

Vide Eibl-Eibesfeldt 1987b, pp. 142-145.

130

Idem, p. 155.

131

Ibidem, pp. 185-186.

132

Ibidem, p. 39.

LODS, Adolphe 1958 De los profetas a Jesús. Los profetas de Israel y los comienzos del judaísmo. Ed. UTEHA, México. PRITCHARD, James B.

1955 Ancient Near Eastern Texts. Relating to the Old Testament. Ed. Princeton Universiry Press, Princeton, N.J.

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